Capítulo 7. El Campo Base

El grupo de Mountain Madness continuaba en Gorak Shep cuando Bukreev volvió al Campo Base en la tarde del sábado 6 de abril. Esperaban que la caravana de yaks de la expedición pudiera completar los porteos de aprovisionamiento. Hasta aquel momento la mayor parte de los suministros necesarios para el Campo Base habían llegado a la espalda de los porteadores sherpas, y los esfuerzos de éstos habían bastado para cubrir las necesidades de Bukreev y de la avanzadilla de sherpas, pero los clientes no podrían trasladarse al Campo Base hasta que los yaks subieran con el resto de los víveres y equipo.

La progresión de todas las caravanas de yaks de las distintas expediciones había sido tremendamente lenta. El día antes de su llegada a Gorak Shep, los componentes del grupo de Mountain Madness habían salido de Lobuche después del almuerzo y al poco rato encontraron algunos de sus yaks hundidos en la nieve hasta el cuello, mientras sus conductores sherpas trabajaban furiosamente tratando de sacarlos.

Para matar el tiempo en Gorak Shep y con el fin de favorecer la aclimatación de los clientes, el grupo realizó una excursión en el día para ascender a Kala Pattar (5554 m), un collado subsidiario desde el cual los miembros de la expedición de Fischer disfrutaron de una vista espectacular y despejada de la cascada de hielo de Khumbu, primer obstáculo importante que encontrarían en su recorrido hacia la cumbre del Everest. En Kala Pattar, algunos de los escaladores experimentaron la transición entre el «ir hacia allí» y el «estar allí», y esa sensación de desfallecer y volar al mismo tiempo que muchos escaladores sienten al encontrarse por vez primera frente a la realidad física del objetivo que persiguen. Precisamente para eso habían pagado.

Por fin, el lunes 8 de abril, el grupo de Fischer salió hacia el Campo Base. Unos cientos de metros al Norte de los arenosos llanos de Gorak Shep, tomaron un camino que, atravesando un frente de morrena, les adentró en el glaciar del Khumbu. Tres horas después, siguiendo la huella abierta por los yaks y los porteadores que finalmente habían comenzado a moverse, el grupo llegó al Campo Base del Everest.

Recorrieron un paisaje lunar de rocas fragmentadas, pisando cuidadosamente de piedra en piedra para evitar lesionarse los tobillos, hasta que encontraron el campamento. Instalarse en lo que sería su hogar durante las próximas seis semanas se convirtió en prioridad para muchos de los clientes, y con la ayuda de los sherpas comenzaron a despejar los correspondientes lugares y a montar las tiendas.

Cuando llegaron los clientes, los sherpas que habían sido mis colaboradores experimentaron una transformación. Por la mañana, acudían a las tiendas de los clientes y les despertaban con una taza de té o café y un alegre «¡Buenos días!». En la tienda comedor había siempre termos con café instantáneo, bebidas deportivas, barritas energéticas y carne seca. Las comidas solían ser copiosas, cosas como pizzas y estofados. Por mi parte, prefería con mucha diferencia la comida sherpa, quizás más monótona pero también más fácil de digerir y en mi opinión más apropiada para cotas altas. Había ducha de agua caliente y servicio de correo. Incluso contábamos con una tienda de comunicaciones equipada con el material de Pittman: teléfonos por satélite, ordenadores y placas solares para la alimentación eléctrica de los aparatos. El Campamento Base tenía más servicios que muchos de los hoteles de Katmandú, y sin duda más que el Skala, donde a menudo solía alojarme.

A pesar de todo, las comodidades materiales no eran la panacea de todos los problemas. Varios clientes seguían luchando con sus problemas de adaptación a la altitud, y muchos de los componentes del grupo, especialmente aquellos que venían por primera vez al Everest, comenzaron a obsesionarse en exceso con sus funciones fisiológicas. Uno de los testigos del Campo Base lo recuerda así: «La gente se volvió reconcentrada en sí misma, controlando todos sus procesos fisiológicos: si orinaban o no, qué aspecto tenía su orina, si evacuaban el intestino cada día, si tenían náuseas, si les dolía o no la cabeza». No había nadie que se despreocupara de su estado de salud. Algo tan simple como un problema gastrointestinal o una infección respiratoria podía impedirles el acceso a la montaña, y ninguno de los clientes había venido hasta aquí para soportar algo tan indigno. Según lo expresó uno de los participantes, «hasta los hipocondríacos se ponían malos».

Neal Beidleman fue uno de los primeros que causó preocupación en el Campo Base. Al poco de su llegada se vio aquejado por la llamada «tos del Khumbu»[21], y según uno de los residentes del Campo Base, «Neal echaba los pulmones por la boca de tanto toser. Tosía toda la noche, de modo que no podía dormir. La doctora Hunt le trató con todo tipo de cosas: esteroides para detener la inflamación, broncodilatadores para relajar los músculos. Sin resultado alguno». Aunque hubo otros participantes, como Pittman, que sufrieron dolencias análogas, el problema de Beidleman era más preocupante. Beidleman tenía la responsabilidad de acompañar a los clientes a la cumbre. Y la expedición contaba ya con un guía menos de lo que originalmente se había pretendido. Si Beidleman no se recuperaba, era dudoso que Fischer, Bukreev y los sherpas pudieran hacerse cargo de todo el trabajo.

Además de los problemas con los miembros del grupo, también había dificultades con el equipo, y una de las primeras preocupaciones que surgió fue la de los radiotransmisores traídos por Fischer para su uso durante la expedición. Un radiotransmisor es un elemento clave en toda expedición, al crear un vínculo entre el Campo Base y los escaladores que progresan hacia la cumbre y proporcionar una vía de comunicación para casos de dificultades, emergencias, necesidades de aprovisionamiento, información meteorológica y problemas médicos. Un escalador con experiencia no podría por menos de preocuparse por la calidad del dispositivo de comunicación en una expedición, y Martin Adams lo hizo.

«Hoy día existen magníficas radios muy pequeñas que no pesan prácticamente nada y que todos los escaladores deberían llevar, porque no estorban en absoluto. Son muy sencillas de usar: sólo tienen dos botones, así que es difícil equivocarse. Pero Scott ha traído unas cuantas radios antiguas de esas de diez canales, y yo le digo: “¿Son esas las radios que vamos a utilizar?” Y me dice: “Sí, son las únicas que tengo”. Opino que aquellas radios eran de chiste. Creo que Scott cometió un error al traer esos modelos tan anticuados».

***

Una de mis prioridades en el Campo Base fue formalizar una estrategia de aclimatación. Para aclimatarse adecuadamente, era importante que los miembros del grupo permanecieran en el Campamento Base durante unos cuantos días hasta que sus organismos se hubieran adaptado a aquella altitud. A continuación comenzaríamos una serie de excursiones que llevarían a nuestros clientes hacia cotas progresivamente más altas, ascendiendo desde el Campo Base hacia los campamentos superiores, previamente instalados por nuestros sherpas. Se trata de permitir que el cuerpo se habitúe gradualmente a permanecer en altitudes cada vez mayores, de modo que el día del ataque a la cumbre podamos ascender con rapidez hasta la cota más alta y a continuación descender a una altitud a la cual ya estemos aclimatados.

El plan que Scott y yo habíamos trazado incluía cuatro salidas de aclimatación. En la primera ascenderíamos hasta los 6100 metros, que es donde tendríamos nuestro campo I, pero en esta primera excursión no pernoctaríamos arriba. En esta salida, como en todas las demás, los clientes sólo llevarían consigo su equipo personal, a fin de ahorrar energías. Nuestros porteadores sherpas de altitud, trabajando a las órdenes de Lopsang Jangbu, transportarían la cuerda y el resto del equipo que pudiéramos necesitar.

Después de ascender hasta 6100 metros, volveríamos al Campo Base aquel mismo día, a fin de no forzar a los clientes. Después descansaríamos, tanto para que los participantes pudieran recuperarse como para tener nosotros la oportunidad de observar su condición física.

El plan para la segunda salida consistía en ascender de nuevo hasta el campo I, pasar allí la noche y al día siguiente realizar una jornada de aclimatación hasta la altitud de 6500 metros, donde nuestros sherpas estarían trabajando para instalar el Campo II, nuestro Campo Base avanzado. Este campamento sería una versión reducida del Campamento Base, y estaría completamente equipado con tienda comedor[22], cocina y varias tiendas que los clientes compartirían cuando pernoctáramos allí. En esta salida no pasaríamos la noche en el Campo II, sino que descenderíamos y nos tomaríamos un nuevo descanso de varios días para que los clientes restauraran fuerzas y nosotros pudiéramos observarlos otra vez de cerca, para detectar cualquier problema incipiente y charlar con ellos acerca de su condición física y disposición.

Esperábamos que, después de aquel descanso, los clientes estarían listos para realizar una tercera excursión, que nos llevaría primero al campo I, donde pasaríamos la noche, y después al Campo II, donde pernoctaríamos por vez primera. Al tercer día trataríamos de alcanzar la cota 6800, altitud a la que estaríamos ya moviéndonos sobre la pared del Lhotse, sobre la cual estableceríamos nuestro Campo III a 7300 metros. Aquel mismo día se intentaría descender por el Campo II y volver al Campo Base.

Antes de la cuarta y última ascensión de aclimatación nos tomaríamos tres días de descanso. A continuación, trataríamos de subir de un tirón desde el Campo Base hasta el Campo II. Después de pernoctar allí y evaluar el samochuvsivie de los clientes, continuaríamos hasta el Campo III y pasaríamos allí nuestra última noche, para intentar al día siguiente ganar unos pocos cientos de metros más antes de descender. Estábamos de acuerdo en que esta excursión sería obligatoria para todos los miembros del grupo, porque en ella alcanzaríamos nuestra máxima altitud antes de realizar el intento final hacia la cumbre, y era necesario que todos los clientes se adaptaran a aquella cota antes de enfrentarse al desafío final[23].

Bukreev se tomaba muy en serio la disciplina de aclimatación y opinaba que las rutinas establecidas debían seguirse del modo más estricto. Comprendía que Fischer le había contratado para que hiciera valer su experiencia y que confiaba en él para ayudar a garantizar la seguridad de los clientes. Bukreev compartía con Fischer la idea de que aquella expedición tenía un buen potencial de éxito.

Le dije que si los clientes utilizaban oxígeno, y si teníamos la suerte de contar con una buena conjunción de circunstancias, nuestros clientes podrían alcanzar su objetivo, pero para ello era crítico que nos ciñéramos a nuestro plan de aclimatación y que concediéramos a los clientes la oportunidad de descansar todo lo necesario. Aquí ya no podíamos rectificar la falta de entrenamiento o de experiencia, pero sí maximizar las probabilidades de nuestros clientes si hacíamos todas esas cosas.

Nuestra tarea consiste en lograr que los clientes se aclimaten de modo óptimo con el menor número posible de noches en los campamentos de altitud. Mi experiencia me dice que la permanencia en cotas altas agota rápidamente las fuerzas y que éstas no se recuperan durante los breves intervalos de descanso en el Campamento Base. Algunas veces se sufren decepciones; uno empieza a tener menos problemas al ganar altura y se siente relativamente bien, pero puede suceder que el día de cumbre no se tengan las fuerzas suficientes para realizar el asalto final. Así que yo mantenía la opinión de que después de nuestra excursión a 7300 metros deberíamos descender y descansar durante al menos una semana en una cota inferior a la del Campo Base, en algún punto de la zona de bosque en torno a los 3800 metros. Allí tendríamos más oxígeno y oportunidades de relajarnos y distraernos lejos de la rutina del Campamento Base, y todo ello podría ser psicológicamente muy positivo para nuestros clientes.

Fischer no opuso problema alguno al plan propuesto para las ascensiones de aclimatación, pero no se mostró receptivo ante la idea de Bukreev de realizar un buen descanso en cotas bajas antes del intento final. Bukreev no estaba seguro de las razones por las que Fischer se oponía, ya que se trata de una estrategia bastante corriente en las expediciones.