Capítulo 11. Preparando el intento de cumbre
El día 25 de abril se estabilizó el tiempo, y siguiendo el plan previamente establecido, nuestros clientes comenzaron la ascensión que les llevaría hacia las cuerdas fijas. Tal y como Scott y yo habíamos acordado, permanecí en el Campo II descansando para el día siguiente, y también recogería el material necesario para instalar cuerdas fijas entre los campamentos III y IV y me reuniría con Ang Dorje Sherpa, el sirdar de Rob Hall, para establecer cómo nos dividiríamos el trabajo al día siguiente.
Como Fischer estaba en el Campo Base y Beidleman debía subir aún hasta el Campo II, los clientes tuvieron que ascender solos hasta las cuerdas fijas. Algunos alcanzaron la cota 7000, pero otros no. Gracias al buen hacer de ciertos vendedores callejeros de Katmandú, como ha dicho uno de los escaladores, los únicos que en aquellos momentos estaban «altos» se hallaban en el Campo Base[30].
A la mañana siguiente, a eso de las 4:00 de la madrugada, partí del Campo II, apenas despierto y no de muy buen humor. ¡Ni siquiera un café cargado sirve de mucho a esas horas! El cielo repleto de estrellas sugería buen tiempo y la nieve compacta crujía bajo mis pies. A ciento cincuenta o doscientos metros por delante de mí veía las lucecitas frontales de los sherpas de la expedición de Hall, y más o menos a la misma distancia me seguían, oscilantes, las luces de los sherpas de los taiwaneses. Avanzando como un tándem a un ritmo regular ascendimos, en unas tres horas y media, hasta el Campo III, al que llegamos en torno a las 7:30 de la mañana, cuando los primeros rayos del sol avanzaban ya hacia las dos tiendas que los sherpas habían instalado el día anterior.
El Campo III, situado al final de las cuerdas fijas, en el punto en que Bukreev había dejado su carga dos días antes, estaba excavado en la pendiente que configura la pared del Lhotse. Debido al ángulo de la pendiente, similar al de una escalera de mano apoyada en la ventana de un segundo piso, habían tenido que acondicionar sendas plataformas para las dos tiendas aprovechando un rellano natural en el hielo, pero aún debían tallar otra repisa para una tercera tienda sobre la oblicua superficie helada, así pues Bukreev y los sherpas se pusieron a la tarea empleando el pico y la pala de sus piolets para cortar y extraer pedazos de hielo, manejando sus herramientas a base de pequeños golpes de muñeca.
Dejé en las tiendas parte de mi equipo y seguí avanzando por encima del Campo III, donde Ang Dorje y otros sherpas de la expedición de Rob Hall trabajaban ya fijando cuerdas.
Después de que instalaran un largo entero me turné con Ang Dorje y durante el resto del día trabajé en cabeza, asegurado por Ang Dorje, mientras los demás sherpas nos traían las cuerdas. Proseguimos de este modo durante casi cinco horas, trabajando a un ritmo regular, hasta llegar a los 7550 metros, justo por debajo de la Banda Amarilla[31].
Terminada la jornada, Bukreev decidió descender hasta el Campo III para pasar la noche y mejorar así su aclimatación, en tanto Ang Dorje y los otros sherpas volvían al Campo II. Mientras descendía por las cuerdas fijas, Bukreev miró en dirección al campamento esperando ver alguna actividad en torno a las tiendas, o bien a alguno de los escaladores de Mountain Madness subiendo por las cuerdas en dirección al campamento, pero no vio a nadie.
En el Campo II los clientes de Mountain Madness habían pasado la mayor parte del día descansando en las tiendas, relegados a la inactividad por culpa del mal tiempo. A fin de «rellenar» su informe del día para la NBC, Pittman se centró en los «aspectos humanos» y dedicó la mayor parte de su artículo a la música que los clientes de Mountain Madness gustaban de oír, bien en los altavoces del Campo Base o en sus equipos personales de música. Beidleman, según Pittman, prefería «Lollipop, Lollipop», de los Chipmunks. A Lene Gammelgaard le gustaba «Murder Ballads», de Nick Cave. Eran diferentes. Tanto para la música como para la montaña.
Beidleman, de hablar suave, solícito y comedido, era un alto pino del bosque para la relampagueante personalidad de Gammelgaard. Voluntariosa, con criterios claros, decidida a escalar aquella montaña por sus propios medios y atraída por cuanto requiere audacia, Lene presentía que la limitada experiencia de Beidleman en grandes altitudes le apremiaba a probarse a sí mismo, y que necesitaba ser «admirado» y «respetado» como guía. «Cosa que no lograba de mí en absoluto… “No necesito guía, y especialmente no te necesito a ti”… Y como eso no lo consigue, trata de buscar otro camino, que tampoco funciona… así que, “Vamos, crece de una vez… no te acerques a mí o te mataré”… En fin, creo que le he hecho pasar un mal rato al pobre».
Como Bukreev y Fischer, Beidleman tenía algunos críticos entre los clientes, pero sabía mantener un trato profesional y muy raramente tenía enfrentamientos con nadie.
Aquella noche tenía las tiendas del Campo III para mí solo y disfruté de la soledad y la quietud de la pared del Lhotse, tan lejos de la actividad del Campo Base. Usé uno de los hornillos especiales de altitud para prepararme té y algo de comida. Muchas veces en altura se pierde el apetito, pero debido al trabajo del día me sentía particularmente hambriento y devoré mi cena. Más tarde, cuando descendió la temperatura y comencé a tener frío, hice una llamada por radio al Campo Base pidiendo más cuerdas para el día siguiente, e inmediatamente me sumergí en el saco y me quedé dormido casi al instante.
La primera noche de Bukreev por encima de siete mil metros fue más irregular que las que había pasado en el Campo II y despertó sintiendo cierto letargo, no infrecuente a medida que se gana altura durante el proceso de aclimatación. Entre las 7:00 y las 8:00 de la mañana, mientras descansaba aun disfrutando de la calidez del saco de dormir, pasaron junto a su tienda varios sherpas que conversaban, transportando una carga de cuerdas hacia la Banda Amarilla. Aún no completamente recuperado de la jornada de trabajo del día anterior, Bukreev luchó durante media hora con el deseo de permanecer en el saco, hasta que finalmente salió de la tienda y se aseguró a la cuerda fija, que estaba a poco más de una zancada de la puerta.
A medida que avanzaba por la línea fija fui revisando el trabajo efectuado el día anterior, comprobando que los anclajes no se movían y que los nudos estaban bien hechos. También fui retirando algunos tramos de cuerdas viejas que seguían atadas a los anclajes que estábamos usando, con intención de evitar que algún escalador se asegurase por error a una cuerda vieja que estuviera mal anclada o deteriorada. Vi a Ang Dorje que trabajaba en cabeza, y juntos seguimos equipando la vía hasta salir por encima de la Banda Amarilla. Después, paramos para almorzar y tomarnos un descanso.
Mientras bebía té caliente de su termo, Bukreev observó a los sherpas que extraían de la nieve antiguas cuerdas fijas cuyo estado examinaban. De entre ellas, elegían las que parecían seguras y continuaban ascendiendo, fijando a los anclajes nuevas cuerdas a medida que avanzaban. Después de un breve descanso Bukreev les siguió, examinando los tronos recién instalados según iba ascendiendo, rumbo al Collado Sur.
A unos 7800 metros, en un lugar donde se suaviza la pendiente que lleva al Collado Sur, vi que los sherpas que me precedían estaban descendiendo. Les pregunté cómo iba todo y me dijeron que bien, pero que deseaban volver al Campo II antes que oscureciera. Yo planeaba pasar otra noche en el Campo III y por lo tanto no tenía que recorrer un camino tan largo como ellos, así que continué buscando un lugar donde instalar nuestro Campo IV y dejar la tienda que había traído hasta aquí. Al aproximarme al Collado Sur, el viento era alto y continuo, pero durante el día no había observado ningún signo amenazador de cambio de tiempo ni parecía haber posibilidad inmediata de tormenta, así pues dediqué bastante tiempo a encontrar un buen lugar desde el cual emprenderíamos nuestro intento de cumbre.
Al volver al Campo III después de localizar un buen emplazamiento para el Campo IV de Mountain Madness, Bukreev se sintió aliviado al comprobar que cinco de los ocho clientes de Fischer (Lene Gammelgaard, Klev Schoening, Martin Adams, Sandy Hill Pittman y Dale Kruse) habían llegado durante su ausencia. Bukreev encontró que los miembros del grupo tenían buen aspecto y que parecían fuertes después de la ascensión del Campo II hasta el Campo III, pero recordó su primera noche aquí y consideró el modo en que las cosas cambian con la altitud.
A la mañana siguiente (28 de abril) nos despertamos alrededor de las 8:00 de la mañana, cuando el sol comenzó a calentar nuestras tiendas. Se nos informó por radio de que Scott y Neal habían ascendido hasta el Campo II y pensaban subir aquella noche al III para aclimatarse. Aunque me sentía aún cansado, mi condición física había mejorado mucho, creo que por haber estado trabajando, y todos los clientes excepto Lene y Dale parecían estar adaptándose bien. Lene tenía los ojos enrojecidos e inflamados y se sentía letárgica. Como yo el día anterior, probablemente estaba experimentando un trastorno ligero pero no preocupante. Lo de Dale Kruse era un tema totalmente distinto.
Preocupado por Kruse, Bukreev le vigilaba de cerca y observó que, a diferencia de los demás clientes, parecía «apático, aislado y distante». Para el ojo experto de Bukreev, Kruse estaba teniendo problemas. En torno a las 10:00 de la mañana, Martin Adams, que por fin había pasado la noche en el Campo III como tanto deseaba, comenzó a recoger sus cosas y dijo que iba a descender tan pronto como pudiera. Bukreev, particularmente interesado en que Kruse volviera a una cota más baja, animó a todos los demás clientes a seguir el ejemplo de Adams.
Para alguien que ha ascendido a esta altitud por primera vez en su vida, con una noche basta, pensé yo, y traté de quitar de la cabeza a Lene y a Sandy la idea de pasar una segunda noche en el Campo III. Me pareció que su ambición estaba fuera de lugar y que necesitaban descansar, así que les propuse escalar aquel día hasta los 7500 o 7600 metros y a continuación descender hasta el Campo II, pero ninguna de las dos parecía tener deseos de subir más arriba.
Mientras hablaba con los clientes, observé que el estado de Dale parecía empeorar y le insté a que se preparase para el descenso, uniéndose a mi empeño otros clientes que también estaban empezando a preocuparse por la situación de Dale Kruse.
Por fin lograron convencer a Kruse, que comenzó a guardar sus cosas y a prepararse para bajar. Bukreev le observaba moverse y su preocupación acabó convirtiéndose en alarma al ver que Kruse titubeaba y tenía problemas para permanecer en pie. Ahora, pensó Anatoli, tenía ante sí un desastre en potencia. Kruse era un tipo alto, mucho más grande que él, y había perdido en parte el control de sus movimientos. Si Kruse se cayera, Bukreev no estaba totalmente seguro de poder ponerle en pie y llevarle sano y salvo hasta el Campo II.
Con ciertas dificultades aseguré a Dale a las cuerdas fijas. No sé si fue su estado o es que yo no me hacía entender bien, pero me costó mucho explicarle cómo debía moverse junto a mí para descender. Afortunadamente, cuando iniciábamos el descenso aparecieron Scott y Neal, y al ver el estado en que Dale se encontraba, Scott empezó inmediatamente a ayudarme.
Decidimos que ambos bajaríamos con Dale, en tanto Neal se quedaba en el Campo III para aclimatarse.
Scott inició el descenso, asegurando a Kruse con una cuerda unida a su arnés. Bukreev descendía tras ellos, asegurando a su vez a Scott. Lene venía detrás del trío, pero Sandy Hill Pittman decidió quedarse en el campamento superior, pese a todos los consejos de Bukreev.
En torno a los 6900 metros Kruse comenzó a reanimarse, volvió a su ser y fue ganando control sobre sus movimientos. Por fin, alrededor de las 5:00 de la tarde, cuando llegamos al final de las pendientes del Lhotse y entramos en el Cwm Occidental que nos llevaría al Campo II, Kruse tenía ya un aspecto totalmente normal y nos desencordamos para movernos de modo autónomo.
Fischer y Bukreev descendían por el glaciar en pos de Kruse, comentando entre sí los acontecimientos de los últimos días: Bukreev, los progresos realizados en el equipamiento de la ruta, y Fischer, los problemas que había estado teniendo en el Campo Base.
Scott me puso al día de la situación de Ngawang Topche, diciéndome que Lopsang Jangbu había volado a Katmandú con su tío y con Ingrid y que los costes del rescate ascenderían probablemente a unos diez mil dólares. Scott se sentía sumamente preocupado por este gasto, por el estado de Ngawang Topche, por el uso que éste había tenido que hacer de nuestra menguante provisión de oxígeno y por el hecho de que nuestros sherpas todavía no habían instalado el Campo IV ni habían llevado hasta allí las cargas de oxígeno. Ante la franqueza que me demostraba, hablé con él acerca de nuestro equipo de sherpas, comentándole cómo en mi opinión no habían sido demasiado fuertes en ningún momento y también que, comparados con el grupo de Hall a las órdenes de Ang Dorje, nuestros sherpas no eran tan fuertes ni estaban tan bien dirigidos. En este sentido acordamos que al final de la expedición evaluaríamos el rendimiento de cada uno y decidiríamos con quienes de entre ellos contaríamos para futuras expediciones.
Cuando oscurecía, ya a salvo en el Campo II, Fischer habló por radio con el Campo Base y con el Campo III, y aunque los informes sobre el estado de Ngawang Topche no eran muy optimistas, tampoco había ningún problema que exigiera la atención inmediata de Scott, de modo que decidió ascender al día siguiente al Campo III acompañando a Pete Schoening, con la esperanza de que éste lograra aclimatarse un poco más y continuar su tentativa hacia la cumbre.
En la mañana del día 29 de abril, Scott y Pete comenzaron su ascensión hacia el Campo III y yo continué bajando hacia el Campo Base, junto con Dale y Lene. Durante buena parte del camino estuve asegurando a Dale y vigilando sus movimientos, ya que, aunque había mejorado mucho respecto al día anterior, me preocupaba que pudiera cometer algún error, especialmente en la Cascada de Hielo, y deseaba evitar a toda costa los problemas en este lugar. Llegar al Campo Base fue un alivio, y la agradable temperatura me resultó sumamente placentera. Después de seis noches seguidas por encima del Campo Base y después de haber estado trabajando en las cuerdas fijas, me hacía mucha falta un descanso.
El 30 de abril aproveché la tranquilidad y el buen tiempo que reinaban en el Campo Base y disfruté de los placeres simples: una ducha y tiempo para leer un libro al sol. Mi cuerpo me decía que me estaba aclimatando bien, y decidí descender hasta la zona del bosque para permitirme un buen descanso, animando otra vez a Martin Adams para que hiciera lo mismo.
Los miembros del grupo estábamos ahora dispersos por toda la montaña, desde Pheriche, a donde habían bajado Tim y Charlotte a fin de recuperarse de sus síntomas de mal de altura, hasta el Campo III, donde Scott y Pete habían pasado la noche anterior. Aquella dispersión en el espacio no me preocupaba en exceso, ya qué el arte de la aclimatación no es algo que pueda someterse a un calendario rígido, dado que depende de múltiples acontecimientos, circunstancias y particularidades fisiológicas. Lo que sí me preocupaba era la diferencia de disposición entre los miembros del grupo. Alguien que me inquietaba cada vez más era Scott, cuya rutina de aclimatación se había visto una y otra vez interrumpida por diversas tareas que le tenían subiendo y bajando constantemente por la montaña.
Para el 1 de mayo, todos los guías y clientes, excepto Charlotte Fox y Tim Madsen, estaban de vuelta en el Campo Base. Fischer, que estaba deseando descansar, decidió darse una ducha antes del almuerzo. Bukreev, que se encontraba en su tienda, oyó a Lene Gammelgaard que llamaba a Fischer cuando éste salía de la ducha.
Comenzaron a hablar acerca de los planes que había para el día de cumbre, y Scott dijo a Lene que dentro de unos pocos días todos ascenderíamos hasta el Campo III, y a partir de aquel punto todos los clientes empezarían a usar oxígeno y realizarían su intento de cumbre con oxígeno. Este plan fastidió a Lene, que seguía empeñada en escalar sin oxígeno, de modo que la conversación subió de tono y los ánimos se alteraron.
Gammelgaard había contado con tener más días para aclimatarse, ya que los retrasos en la instalación de los campamentos de altura no le habían permitido pasar suficiente tiempo en cotas altas como para poner a prueba su condición física. Ahora, Fischer le anunciaba que todo el mundo escalaría con oxígeno, y ella montó en cólera. «Le dije: “No he tenido la oportunidad de aclimatarme lo suficiente como para escalar sin oxígeno… Durante medio año has estado apoyándome en esto, sabiendo cuáles serían las condiciones de tu expedición… He estado creándome mis propias expectativas, entrenándome para esto… Tú no estás en tus cabales”».
Fischer dijo a Gammelgaard que no tenía ninguna probabilidad de escalar el Everest sin oxígeno, y que como todos los demás, se pondría en la fila y respiraría de su botella. Obstinándose en su posición, Gammelgaard continuó arengando a Fischer por querer obligarla a adaptarse al plan general. «Me puso furiosa. No era ése el modo de reforzar mi respeto por un jefe de expedición adulto… Me puso terriblemente furiosa».
Fischer y Gammelgaard dieron por finalizada su conversación, sin haber resuelto el problema. Bukreev, presintiendo que podría ayudarles a resolver sus diferencias, salió de la tienda y alcanzó a Fischer cuando éste se dirigía hacia la tranquilidad y la intimidad de la suya.
Teníamos que ponernos al día sobre bastantes cosas, y le pregunté cómo le había ido con Pete Schoening. Scott me dijo que bastante bien, pero que Pete seguía sin poder dormir sin oxígeno. Con respecto a Dale, dijo que le parecía que éste había tenido mucha suerte, y que si hubiera tardado un poco más en bajar del Campo III podría haber sufrido un edema cerebral. Pero tanto en el caso de Dale como en el de Pete Schoening, Scott no se sentía preparado para decirles que no podían continuar. Prefería, en cambio, tenerles en observación, de modo que cuando hiciéramos el «intento final» podríamos hacerles volverse desde el Campo II o el III si demostraban no estar físicamente preparados.
A Bukreev le inquietaba la decisión de Fischer, y también Martin Adams se sentía preocupado, a pesar de no estar en posición de poder intervenir directamente. «Scott permite subir a todo el mundo. Deja que suba Dale, deja que suba Pete Schoening… Es evidente que estas personas están enfermas, y que no pueden hacerlo, pero por alguna razón desean subir, y Scott les dice que adelante… Creo que Scott quería desesperadamente que la gente subiera a la cumbre, por motivos publicitarios. Le dije a Neal en el Campo Base: “Mira, no tiene ningún sentido que esos tipos suban allá arriba. Si alguien muere vais a tener más publicidad que si lográis que suba a la cumbre, así que es mejor que consideréis lo que vale una vida antes de llevarlos allá arriba”».
Scott estaba completamente frustrado por el asunto de Lene. Cuando le pregunté a Scott por su pretensión de escalar sin oxígeno, levantó las manos y sacudió la cabeza expresivamente. Así pues me ofrecí a intervenir y a hablar con Lene, porque, como Scott, también yo pensaba que para ella sería peligroso escalar sin oxígeno, ya que carecía de la experiencia necesaria para valorar su estado físico y tampoco estaba suficientemente aclimatada.
Justo antes de la cena fui a la tienda de Lene y le pregunté si podíamos hablar acerca de sus intenciones, y ella aprobó mi presencia y mis opiniones. Le expliqué que cuando ascendí por primera vez el Everest sin oxígeno, en 1991, había llegado al extremo de pasar una noche en el Collado Sur antes de descender al Campo Base, con el fin de favorecer al máximo el proceso de aclimatación. Dado que ella no había pasado de los 7300 metros en esta expedición, y que carecía de la experiencia que le ayudara a calcular su probabilidad de éxito, le sugerí que abandonara la idea, prometiéndole que si conseguía llegar a la cumbre con oxígeno, yo repetiría la ascensión con ella y le ayudaría a intentarlo de nuevo sin oxígeno. He de confesar que yo sabía que, llegado el caso, era muy improbable que a Lene le quedaran fuerzas para volver a subir, pero mi ofrecimiento iba en serio y hubiera realizado el esfuerzo si ella me lo hubiera pedido.
Aquella noche, en la tienda comedor, Fischer se dirigió a los clientes de Mountain Madness con la excepción de Charlotte Fox y Tim Madsen, que aún no habían regresado, y de Martin Adams, que había decidido descender hasta el bosque. Les dijo que el día 5 de mayo, después de un descanso prolongado y si el tiempo lo permitía, la expedición iniciaría su tentativa de cumbre. Con respecto a la decisión de Bukreev y Adams de descender por debajo del Campo Base para recuperarse antes del tirón final, expresó bromeando cómo, según sus sospechas, la principal motivación de aquellos dos era ver mujeres excursionistas y beber cerveza.
Al hilo de la broma, Lene entró en la tienda comedor y se acercó por detrás de mí, poniéndome los brazos en torno al cuello y besándome en la mejilla. Con una voz que todo el mundo pudo oír, dijo «Muchas gracias, Anatoli», y luego se sentó a la mesa en una silla vacía. Todos los que estaban en la tienda nos miraron de hito en hito a Lene y a mí, entre risitas y sin comprender el motivo de aquellas palabras. Pero Scott sí había comprendido. Sabía que el problema del oxígeno estaba resuelto.