Capítulo 10. Los primeros retrasos
En nuestro segundo día de descanso, el 21 de abril, recibimos una llamada de radio de Scott, que había pasado la noche anterior con Pete Schoening en el Campo II. Nos dijo que el viento había estado soplando impetuosamente durante la noche, con una fuerza a veces superior a los 100 km por hora. Con la ayuda de los sherpas, retiraron algunas de las tiendas para evitar que el viento las destrozara y arrancara de su sitio. La tormenta debió de ser violenta en toda la montaña, ya que mi tienda del Campo Base se vio sacudida por las ráfagas durante toda la noche.
Durante este período de descanso la médico de la expedición, Ingrid Hunt, se sirvió de un oxímetro de pulso para someter a algunos guías y clientes, como había hecho en otras ocasiones, a una prueba de saturación con el fin de determinar la cantidad máxima de oxígeno que podría transportar la sangre bajo las condiciones ambientales predominantes. Bukreev, como siempre, dio un resultado de algo más de 90, índice que a nivel del mar se hubiera considerado normal. Este resultado, compartido por Fischer, significaba según la doctora Hunt que ambos tenían una capacidad excepcional para adaptarse a la altitud. En contraste, la propia Ingrid Hunt, que también se sometió a la prueba, puntuó en torno a 75, y uno de los clientes, acerca del cual estaba especialmente preocupada, dio un resultado de poco más de 60, cifra que ella consideró «excesivamente baja, incluso a esta altitud»[26].
Bukreev, que había recibido formación científica en la Universidad, recuerda que aquella prueba no le había convencido mucho. «Estos resultados significan poco para mí. No creo demasiado en el procedimiento. Se puede obtener mucha más información simplemente observando el aspecto externo de los clientes». Como quiera que llegaran a sus respectivas lecturas de la situación, Bukreev e Ingrid Hunt compartían una preocupación común: algunos de los clientes correrían un riesgo muy grave si intentaban llegar a la cumbre.
Mientras los clientes descansaban, hablamos largamente acerca de nuestro calendario de aclimatación y fijamos una excursión hasta el Campo III para el día 23 de abril, fecha para la cual, según los planes, los sherpas deberían haber instalado y aprovisionado el campamento. Esta ascensión sería obligatoria en el plan de aclimatación. Insistí a los clientes acerca de la importancia de pasar cierto tiempo a esta altitud y sugerí que después de pasar una noche en el Campo III deberían tratar de ganar otros doscientos o trescientos metros antes de descender, explicándoles cómo, según mi experiencia, el éxito en este proceso —así como una recuperación adecuada— aumentaría sus probabilidades de rendir bien por encima de los ocho mil metros.
El objetivo, según recalcó Anatoli, no consistía sólo en lograr una buena aclimatación, sino también en mantener una cierta reserva de energía. Bukreev recordó a los clientes que a medida que fueran cumpliendo el plan de aclimatación también perderían fuerzas, que no lograrían recuperar por completo ni siquiera durante los estipulados períodos de descanso, ya que debido a la altitud «no se produce una compensación completa ni aún después de un largo descanso en el Campo Base». En opinión de Bukreev, la clave del mensaje era no sobrepasar el límite. «Muchos de los clientes no prestaban una atención adecuada a su descanso y recuperación. Sólo comprendían la aclimatación como una ganancia de altitud de una ascensión con respecto a la anterior». Una excepción era, creía Bukreev, Martin Adams.
Uno de los días de descanso, después de la cena, Martin y yo mantuvimos una conversación, y me preguntó si en mi opinión él tenía alguna oportunidad de completar con éxito la expedición. Me dijo: «La última vez, cuando estuvimos en el Makalu, no tuve problemas con la altitud, pero después de la noche que pasé en el Makalu, y la del descenso al Campo Base, mis fuerzas se habían evaporado. Incluso después de un descanso me sentía vacío, sin ningún deseo de intentar la cumbre».
Recordando la experiencia del Makalu, Bukreev le hizo notar que él, Adams, había realizado varias ascensiones de aclimatación en rápida sucesión, y que según el criterio de Bukreev no había descansado adecuadamente entre cada una y la siguiente.
Le expliqué: «Tu objetivo ha de ser conseguir una óptima aclimatación con un número mínimo de noches en altitud… Durante el período de descanso previo al intento de cumbre es fundamental descansar, comer bien y relajarse por completo. Para que la recuperación sea aún mejor te recomiendo que desciendas a una altitud menor que el Campo Base, a la zona de bosque, donde hay mucho más oxígeno… Los procesos de recuperación del organismo son mucho más completos y rápidos cuando hay mucho oxígeno en el aire. Además, la marcha de ida y vuelta favorece el tono muscular. Un descanso activo es mucho más beneficioso que estar tumbado en el Campo Base».
Martin Adams recuerda que, al oír aquel consejo pensó: «La verdad es que no me apetece ir, porque es mucho esfuerzo bajar todo ese valle para después volver a subir».
Si los clientes albergaban todavía alguna duda acerca de los peligros del mal de altura, un trágico suceso vino a clavar en la pared el cartel de la amenaza. El lunes 22 de abril, la altitud se cobró su primera víctima en la expedición de Fischer. Un grupo de sherpas ascendía desde el Campo I al Campo II, porteando material destinado a equipar la ruta, y entre ellos se encontraba Ngawang Topche, tío de Lopsang Jangbu. Ya finalizada la rabiosa tormenta y vueltas a instalar las tiendas, Fischer se encontró al bajar con Ngawang Topche, que parecía confuso y no tenía buen aspecto. Fischer, conocido por su solicitud y consideración hacia los sherpas, le dijo que descendiera. Confiando en que Ngawang cumpliría su orden, Fischer siguió bajando, deseoso de descansar después de su trabajo a destajo en el Campo II. Pero Ngawang Topche no le obedeció. Por alguna razón desconocida —pundonor personal, falta de entendimiento de la orden de Fischer o confusión provocada por su estado— el sherpa continuó ascendiendo por la montaña.
Un mensaje de radio desde el Campo II al Campo Base alertó a los miembros de la expedición de los sucesos que se estaban desarrollando más arriba. Como un marinero borracho en busca de su barco, Ngawang Topche había recorrido un trecho de la ruta y fue hallado, desorientado y tosiendo, expulsando espuma de sangre y esputo. A la vista de aquellos síntomas, el diagnóstico no ofrecía duda: edema pulmonar de altitud. Aunque el tratamiento farmacológico de esta grave afección aún no está bien establecido, sí se sabe que un descenso de 600 a 1200 metros resulta imprescindible para salvar la vida de las víctimas. Sin embargo, desde el Campo II al campo I sólo había 400 metros de desnivel. Para poder instalar a Ngawang Topche en una cota adecuada para su recuperación, tendrían que bajarle hasta la Cascada de Hielo del Khumbu.
Coordinando el rescate desde el Campo II se encontraban Klev Schoening y Tim Madsen, que habían subido a este campamento para mejorar su aclimatación. La tarea les cayó encima porque no había ningún guía de Mountain Madness en el Campo II. Fischer había salido del Campo II aquella mañana, y Bukreev y Beidleman se hallaban en el Campamento Base descansando de su última salida de aclimatación. Bukreev sabía que la primera actuación en caso de rescate es muchas veces la más importante, y les recomendó: «Bajadle lo antes posible y dadle oxígeno»[27].
Lo que más me sorprendió en esta situación fue que los sherpas que estaban en el Campo Base no acudieron inmediatamente en auxilio de Ngawang Topche. En parte esperaba esto, porque al igual que Lopsang Jangbu y muchos otros de nuestros sherpas, Ngawang procedía del valle de Rolwaling. Lo cierto es que sus compañeros, por las razones que fueran, no salieron hasta bastante más tarde. No estoy seguro del motivo exacto, pero el hecho me llevó a plantearme qué era lo que podíamos esperar de nuestros sherpas en caso de emergencia. Tengo en la más alta estima la capacidad de los sherpas para el trabajo físicamente duro, pero no hay que asumir automáticamente que en una situación crítica se vayan a comportar a la medida de nuestras expectativas. No es porque no sean capaces, ni mucho menos, y lo demuestra la bien conocida historia de sus trabajos para las expediciones y el cúmulo de ocasiones en que han ofrecido consejo, ayuda y orientación a los himalayistas. Se trata más bien del asunto del riesgo, de lo que puede ocurrir cuando se les pide que hagan algo peligroso que queda fuera de las tareas que tienen asignadas y de las responsabilidades por cuyo cumplimiento se les paga.
En vista de que Ngawang Topche no respondía al tratamiento, Klev Schoening y Tim Madsen construyeron un trineo improvisado para descender al infortunado porteador. Mientras descendían, Neal Beidleman y algunos sherpas de Mountain Madness salían del Campo Base y ascendían por la Cascada de Hielo para encontrarse con los escaladores que bajaban. Justo antes del anochecer, Beidleman y los sherpas relevaron a Madsen y a Klev Schoening, que se quedaron en la montaña para proseguir con su tarea de aclimatación.
En la mañana del día 23 de abril se decidió mantener la excursión de aclimatación prevista para ese día. Según recuerda Bukreev, acordaron que Beidleman, fatigado por los arduos esfuerzos que realizó la noche anterior mientras descendía a Ngawang Topche por la Cascada de Hielo, retrasaría su partida hasta aquella tarde o quizás al día siguiente, dependiendo de cómo se hubiera recuperado.
Aquella mañana, antes del desayuno, Fischer comenzó a trabajar en la tienda que albergaba el material de comunicaciones de Pittman. Además de mantenerse en contacto con la oficina de Mountain Madness en Seattle, Fischer realizaba llamadas telefónicas regulares a Jane Bromet, su agente publicitario, que seguía ejerciendo como corresponsal para Outside Online[28] a pesar de que había abandonado el Campo Base del Everest y había vuelto a su casa de Capitol Hill, cerca de Seattle.
Cuando no estaba enviando a Bromet las noticias publicables, Fischer le narraba sus impresiones privadas, aquello que el alpinista de sillón de Milwaukee, que se enchufaba a Internet en las pausas publicitarias de la televisión, nunca vería reflejado en el monitor de su ordenador personal. Uno de los temas recurrentes de Fischer era el dinero y el modo en que éste se evaporaba con la altitud.
Uno de los socios de Fischer comenta lo siguiente: «Creo que este tema le causaba una gran preocupación, especialmente después de lo de Ngawang… y él pensaba: “Dios mío, este tipo va a estar dos años en coma en el hospital, ¿y quién va a pagar la factura de esos gastos?”. Así que… ya lo creo, todo el asunto del dinero era un gran quebradero de cabeza. Pienso que él trataba de quitárselo de la mente, pero lo cierto es que se convirtió en un problema de primer orden para él… Pensaba “Eh, voy a subir a esta montaña y voy a volver a casa con diez mil dólares si es que tengo suerte, y no debería ser así”».
Según Karen Dickinson, Lene Gammelgaard todavía debía a Mountain Madness más de 20 000 dólares; la provisión de oxígeno iba menguando sin cesar, ya que Pete Schoening y algunos otros clientes estaban vaciándose las botellas a razón de 325 dólares cada una; Fischer se enfrentaba a la posibilidad de tener que evacuar a Ngawang Topche en helicóptero hasta Katmandú (lo que suponía un gasto ingente); se encontraba físicamente cansado, más de lo razonable para aquella altitud; su médico de expedición y organizadora del Campo Base, Ingrid Hunt, padecía mal de altura recurrente; aún no habían instalado el Campo III, ni tampoco las cuerdas fijas entre los Campamentos III y IV. Iba con retraso según el calendario previsto, los esfuerzos físicos le estaban desgastando y se preguntaba cómo iba a arreglárselas para salir del paso. Estaba bailando al borde de un precipicio tan precario como cualquiera de los de la Cascada de Hielo del Khumbu. Pero, como casi siempre, avanzaba, sonriente y positivo.
La mayor parte de los clientes, sin ningún guía, partieron hacia la Cascada de Hielo a eso de las 6:00 de la mañana, con idea de evitar en lo posible el calor del día y el cegador resplandor del hielo que, al absorber el calor del sol, se volvía más amenazador e inestable. Antes de partir, Scott y yo habíamos acordado seguirles a cierta distancia, como habíamos hecho otras veces. Nuestra continua práctica de dejar moverse solos a los clientes en ciertas situaciones atrajo la atención de los guías y clientes de otras expediciones, que no aprobaban nuestras tácticas. Pero Scott y yo estábamos completamente de acuerdo.
Personalmente, encuentro preocupantes esas expediciones rígidamente reglamentadas en las que los clientes son dirigidos como soldados de hojalata. Tal y como me indica mi experiencia como entrenador y preparador físico de esquí nórdico y montañismo, creo que es muy importante estimular la actuación independiente de las personas.
No era sólo el modo de guiar de Mountain Madness lo que resultaba chocante a muchos participantes de las otras expediciones. También les sorprendía uno de sus guías, Bukreev. Subiendo y bajando por la montaña, durante sus recorridos con los clientes o trabajando por encima del Campo Base, se le había visto a menudo calzado con unas zapatillas de atletismo con clavos. Éstas eran para Bukreev la «indumentaria corriente» cuando se hallaba en las zonas bajas de la montaña. Algunos de aquellos que consideraron el calzado de Anatoli un motivo de preocupación comenzaron a llamarle «Sneakers» a sus espaldas, apodo que en un principio él entendió como «Snickers»[29]. Bukreev no lograba comprender cuál era su posible relación con las barritas de caramelo que había visto tomar a los clientes en la tienda comedor. Cuando finalmente comprendió su error, se sintió ofendido por lo que a sus ojos era una pedantería y pensó: «No estoy dispuesto a arrastrar por la montaña cuatro kilos que no necesito. La energía que ahorro con este calzado ligero me vendrá bien por encima de ocho mil metros, y allí ya no valdrán las bromas».
Bukreev, fiel a sus propias fórmulas, poseía el sentido de la disciplina de un atleta olímpico y la capacidad de concentración de un piloto de pruebas. Mantenía su atención en el panel de mandos de su cuerpo, pero también en lo que ocurría fuera de la cabina. Se concentraba en lo que para él era importante, en las cosas que hacen falta para poder sobrevivir. Independiente para algunos; introvertido y distante para otros, Bukreev se encontraba a sus anchas en su ambiente preferido, en el Himalaya, un lugar que para Lene Gammelgaard no era un mal sitio para vivir. «Me hubiera gustado estar en una expedición con sólo Anatolis, pero no hay más que un Anatoli en el mundo entero, y luego están los Scotts».
Al llegar al campo I vi a muchos de nuestros clientes descansando al sol, relajándose después de superar el tramo de la Cascada de Hielo. Debido al suceso acaecido a Ngawang Topche el día anterior y a que varios de los sherpas estaban bajándole, el día 23 de abril estábamos faltos de personal y todavía quedaba mucho material por acarrear desde el campo I al Campo II, donde quedaría almacenado esperando el momento de instalar el Campo III. Llené mi mochila con varios sacos de dormir de la expedición y partí inmediatamente hacia el Campo II, y a lo largo de la ruta pasé a cuatro de nuestros sherpas que también porteaban cargas. Pensaban, como yo, pasar la noche en el Campo II para subir al día siguiente hasta el Campo III con los suministros necesarios para equiparlo.
El día estaba despejado y en calma, y Bukreev ascendía agradeciendo la suave temperatura. Más arriba, ya no podrían escalar vestidos sólo con forro polar. El frío que les esperaba en las zonas altas calaría hasta los huesos.
Llegué en el preciso momento en que los sherpas servían el almuerzo para los clientes que venían detrás de mí, y comí algo rápidamente antes de meterme en mi tienda. Cansado por el porteo y arrullado por el calor y la quietud, me dormí casi al instante.
Uno de los que compartían la tienda de Bukreev en el campo II era Martin Adams, que estaba cada vez más consternado por el modo en que se estaba dirigiendo aquella expedición, en la que transmitir partes diarios parecía más importante que preocuparse por la logística. Adams quería llegar a la cumbre, y nunca lo conseguiría al ritmo que iban las cosas. Estaba especialmente molesto porque el Campo III todavía no estaba instalado y él no podría avanzar para pernoctar a mayor altitud al día siguiente, tal y como señalaba su calendario de aclimatación.
Martin, como yo, durmió unas horas antes del almuerzo, y cuando empezaba a oscurecer se puso su traje de «cocodrilo», y yo el mío de pluma. En la tienda comedor hubo largas discusiones acerca de nuestros progresos en la ruta. Y como aún había que instalar el Campo III, trazamos un plan de compromiso según el cual los clientes avanzarían hasta las cuerdas fijas para escalar hasta la cota 7000, lugar que yo conocía por haber equipado la ruta hasta dicho punto. Después, Scott y yo ascenderíamos hasta 7300 metros, y allí elegiríamos un lugar adecuado para el Campo III y supervisaríamos la preparación e instalación de nuestro campamento.
Aquella noche llegó una tormenta acompañada de una espesa nubosidad y algo de nieve, pero afortunadamente no trajo consigo el fuerte viento que había tenido que soportar Fischer algunas noches atrás. A la mañana siguiente, antes del amanecer, partió hacia el Campo III un grupo de sherpas cargados con suministros y material, dejando tras de sí un carril de huellas de bota que seguirían más tarde los clientes de camino hacia las cuerdas fijas. Después del desayuno, Fischer decidió volver al Campo base con Tim Madsen, que no se había recuperado correctamente después del rescate de Ngawang Topche. Ante la necesidad de instalar el Campo III, Fischer encargó a Bukreev que alcanzara a los sherpas que habían partido a primera hora y que ascendiera hasta 7300 metros tal y como habían planeado, en tanto los clientes escalaban a su ritmo por las cuerdas fijas hasta los 7000 metros y volvían al Campo II para la hora del almuerzo.
Salí despacio, llevando en la mochila mi ropa de altitud y una tienda. Cuando llegué a la cota 6800 sobre la pared del Lhotse y me aseguré a las cuerdas fijas, empezó a estropearse el tiempo, que a primera hora del día había estado nuboso pero no parecía amenazante. Se levantó viento; comenzó a caer algo de nieve y se cerró la niebla en torno a las cuerdas fijas mientras yo continuaba ascendiendo. Al poco comprendí que aquella mañana había cometido un error por no haberme calzado unas botas en lugar de mis «Snickers», y me sentí molesto por aquella equivocación. No estaba en situación peligrosa porque me hallaba anclado a las cuerdas fijas, pero el terreno no era sencillo. Los clavos de mis zapatillas no ejercían suficiente tracción sobre el hielo duro recubierto de nieve recién caída, y tenía que prestar atención cada vez que apoyaba un pie.
A veces la visibilidad no pasaba de un metro o dos, pero la fuerza del viento lograba en ocasiones abrir un claro en el manto de nubes. En uno de aquellos claros, justo por debajo del lugar en el que se había decidido instalar el Campo III, Bukreev vio a los sherpas de Mountain Madness que descendían. Sorprendido al verles bajar, les preguntó si habían preparado el campamento e instalado las tiendas. Ellos contestaron negativamente a ambas preguntas, diciendo que hacía demasiado viento y que el tiempo no era bueno.
Me sentí contrariado ante el incumplimiento del trabajo en el Campo III por parte de los sherpas, debido a que ya estábamos retrasados respecto al calendario estipulado de aclimatación y debíamos pernoctar en este campamento, pero no estaba en mi mano ordenarles que permanecieran aquí. Sólo Scott, que había descendido, o Lopsang, que había acompañado al Campo Base a su tío enfermo, podían dar a los sherpas una orden de este tipo. Frustrado por este contratiempo seguí remontando las cuerdas fijas hasta el final, y —como si quisiera confirmar las palabras de los sherpas— el tiempo empeoró aún más. Comenzó a nevar persistentemente, las ráfagas de viento se volvieron amenazadoras y la visibilidad se redujo casi a cero. Saqué la tienda de altitud de mi mochila y la apilé junto al resto de las cargas de los porteadores, allí donde terminaban las cuerdas fijas. Tiritando debido a la rápida caída de la temperatura y tanteando el terreno a causa de mi error con las botas, descendí de la pared del Lhotse. En menos de una hora llegué a las tiendas, donde me reuní con los restantes miembros de la expedición, que estaban cenando.
Haciendo gala de prudencia, y a pesar de no haber alcanzado la marca de altitud que constituía el objetivo de aquella excursión, los clientes habían vuelto a las tiendas al ver el rápido cambio de tiempo.
Aquella noche (24 de abril) hablé por radio con Scott, que junto con Neal permanecía aún en el Campo Base, y comentamos los problemas. El Campo III todavía no estaba instalado, y nuestros sherpas se encontraban al borde del agotamiento después de haber trabajado varios días seguidos. Sugerí que al día siguiente cuatro de nuestros sherpas podrían ascender al emplazamiento del Campo III e instalar las tiendas, y a continuación bajar hasta el Campo Base para tomarse un muy necesitado descanso. Enviarlos hacia abajo significaba que el día 26 de abril no podrían trabajar, y eso iba a complicar nuestra situación.
Fischer, Rob Hall de Adventure Consultants, Todd Burleson de Alpine Ascents, lan Woodall de la expedición Sunday Times de Johannesburgo y Makalu Gau, de la Expedición Nacional Taiwanesa, llegaron a un acuerdo de cooperación para instalar las cuerdas entre los campamentos III y IV el día 26 de abril. Tal y como lo habían planeado, Mountain Madness no tendría que enviar ningún guía para este trabajo, sino sólo algunos sherpas. Pero Bukreev y Fischer tenían un problema: si el día 25 enviaban a sus sherpas a instalar el campo III y el día 26 los mandaban a descansar al Campo Base, no contarían con ningún hombre que pudiera participar en el trabajo colectivo. De modo que decidieron que acudiría Bukreev en lugar de los sherpas.
Podríamos haber rechazado el acuerdo de colaboración, pero entonces hubiéramos perdido la oportunidad de ser una de las primeras expediciones en intentar la cumbre. Se hablaba del día 10 de mayo como fecha propuesta para dicho intento, y no estábamos dispuestos a perder nuestra posición.
Equipar la ruta entre los Campos III y IV es una de las tareas más laboriosas y lentas a que obliga la ascensión en estilo pesado de la arista sureste del Everest, y Bukreev se alegró de poder colaborar en esta tarea. Deseaba cerciorarse de que la ruta estaba a punto y reunía las condiciones apropiadas de seguridad antes de iniciar la tentativa de cumbre. Pero antes necesitaba tomarse una jornada de descanso, así pues se acordó que pasaría el día siguiente en el Campo II, descansando y reuniendo el material necesario a partir de las aportaciones realizadas por cada una de las expediciones que participarían en el trabajo.
Entretanto, algunos clientes se inquietaban cada vez más, frustrados por los retrasos y por la aparente falta de concentración de sus guías. Uno de los participantes, que ha deseado permanecer en el anonimato, dijo que en diversas ocasiones había comentado la situación con otros dos clientes de Mountain Madness, «señalando el hecho de que Neal, Scott y Anatoli no parecían prestar mucha atención a los detalles. Neal y Scott pasaban adelantando a unos y a otros a toda velocidad, como si estuvieran echando carreras entre ellos, o se rezagaban haciendo fotografías u otras cosas». Los «ayudantes de alquiler», como uno de los clientes llamaba a los guías, no estaban causando una impresión muy favorable.