Capítulo 25
María sintió ruidos, gritos y pisadas que no sabían de donde provenían. Estaba aturdida por la falta de sueño. Por un momento, pensó que seguía maniatada.
Golpearon con violencia la puerta de su habitación, insistentemente. Lo que la ayudó a recordar que ya estaba a salvo. ¿Y Álvaro? ¿Estaría bien? ¿Se había quedado dormida?
Se levantó trastabillando, pensando que tal vez esa insistencia se debiera a la llegada de malas noticias. Notaba una aprehensión oprimiéndola ante la expectativa.
Cuando abrió la puerta, unos poderosos brazos la agarraron con fuerza y la besaron en el deslustrado cabello.
—Vine en cuanto lo supe… —dijo con la voz atenazada por la pena.
¿Su padre? ¿Qué hacía ahí su padre? ¿Y qué era lo que sabía?
—¿Qué ocurre, papá? —gritó rayando en el pánico.
Entonces, escuchó al fondo la voz profunda de Álvaro. María suspiró aliviada.
—Ella está bien señor, ya le dije que tuvimos suerte de encontrarla aún con vida.
María no sabía nada de lo que había sucedido, miró a Álvaro llena de interrogantes y descubrió en su mirada confianza y complicidad.
—Yo, padre, estoy cansada y aturdida, podemos hablar luego, ¿por favor?
—Sí, ahora que sé que estás bien, hablaremos luego. Descansa pequeña —y la besó en la frente.
—Yo le informaré de todo señor —dijo Álvaro mientras los dos se alejaban.
María se quedó en su habitación agitada y confundida y, aunque intentó descansar para aclarar su mente, fue incapaz de lograrlo. Estaba demasiado nerviosa y miles de preguntas rondaban su mente.
Al cabo de un tiempo desesperante, llamó a Susana para que la ayudase a vestirse.
—Señora, me alegro tanto de que esté bien. Pasamos tanto miedo.
—Yo también, Susana. Yo también.
María se decidió por un vestido azul oscuro, casi negro y no sabía por qué ese tono le parecía el más apropiado.
Bajó la escalera y se dirigió hacia el salón donde supuso que estaban. No había nadie. La casa parecía desierta. Preguntó a Juan, el mayordomo, que le indicó que su padre y el señor se encontraban en la biblioteca.
«El señor», esas palabras hicieron que a María la recorriese un escalofrío de arriba abajo. ¿Seguía vivo? ¿Qué pasaría con Álvaro?
Juan hizo ademán de acompañarla, pero deseaba estar sola para que nadie notase el temblor de sus piernas.
—No necesito que me acompañes Juan, gracias.
Conocía el lugar bastante bien, algunos días se había pasado horas encerrada en ella, leyendo y revisando la gran cantidad de libros que poseía Germán.
La puerta estaba entreabierta y su padre estaba sentado con el ceño fruncido. Disgustado. Álvaro le estaba poniendo al día de los acontecimientos.
María escuchó desde la puerta, no deseaba interrumpir a Álvaro, que contaba a su padre que los bandoleros los habían raptado, a ella y a su prometido. Álvaro le explicaba a su padre que en cuanto conocieron la noticia reunió algunos hombres y salieron a buscarlos.
Dieron con ellos y gracias a que llegaron a tiempo de rescatarla a ella con vida aún, porque su hermano no tuvo la misma buena fortuna.
La Guardia Civil llegó en el momento oportuno para encontrar al bandolero causante de todo el daño a los Del Valle y a ella misma, el famoso Caballero, expirando su último aliento.
Uno de los hombres de Álvaro había acabado con la vida del bandido cuando este se dirigía a acabar con la de su señor, que trataba de asistir a su hermano malherido.
Ni el bandolero, ni el duque habían sobrevivido.
Esa era la historia que habían hilvanado. ¿Así que Germán había muerto? No podía creerlo, las rodillas le temblaron tanto que pensó que iba a caer al suelo, puesto que estas iban a ser incapaces de sostenerla, se sintió desfallecer, por la pena y el alivio. Al fin la bestia había desaparecido de sus vidas.
Era libre. Estaba fuera de peligro, su padre, Álvaro… todos habían escapado de las garras de Germán y además parecía que todo había salido bien.
Álvaro la vio y carraspeó. Su padre miró en la dirección en la que se encontraba y fue hacia ella, abriendo la puerta de par en par y haciéndola pasar hacia sus brazos.
—Verás hija… Tu prometido…
—Lo sé padre, lo he oído. Sé que desgraciadamente nos ha dejado —gimió y algunas lágrimas resbalaron de sus ojos.
Su padre confundió sus lágrimas con la tristeza de la noticia, nada más lejos de la realidad, pues estas eran de alivio. No estaba bien, lo sabía, pero lo sentía así. Todos a salvo de ese ser enfermo y agresivo.
Álvaro la miró con algo de burla en sus ojos, pero claro, ella no debía expresar su alivio abiertamente, solo en su interior.
Además, sabía que Álvaro a pesar de todo estaría apenado por cómo habían terminado las cosas.
—Ahora, hija, debemos regresar a casa. Y tal vez, después del periodo de luto, tratar de buscarte un nuevo marido.
—Pero padre… —comenzó a protestar.
—Señor —interrumpió Álvaro—. Ahora soy el único heredero de las tierras y el título de mi hermano y me gustaría sugerirle que no rompieran el contrato de matrimonio. Yo ocuparé el lugar de mi hermano en el altar. Me haré cargo de su hija, la cuidaré y respetaré.
Álvaro hablaba mientras la miraba intensamente, María sentía sus lágrimas derramándose de sus ojos, de pura felicidad, aunque su padre, ajeno a todo, malinterpretó su gesto.
—Mi hija debe guardar luto durante un tiempo, no creo que sea de buen gusto hacer esa proposición.
—No, no, padre, está bien. Me alegra la proposición del señor Del Valle, la verdad es que he llegado a amar esta casa, estos parajes e incluso a los miembros del servicio. Y en este tiempo he establecido una relación cordial con el señor Del Valle.
—¿Así que estarías de acuerdo, María? —preguntó su padre sorprendido, sin duda porque conocía las reticencias de María respecto a la antigua unión.
—Sí padre, estaría de acuerdo en contraer matrimonio con el duque Del Valle tal y como estaba estipulado —dijo mientras una sonrisa sincera de pura felicidad le alegraba la cara.
Su padre pareció darse cuenta de que algo existía entre ellos.
—En ese caso, ya que mi hija parece estar de acuerdo, yo no me opongo. Iré a cambiar el nombre del acta.
Su padre se acercó a ella y la besó en la mejilla.
—Espero que sepas lo que haces hija —susurró.
—Sí, padre. Sé lo que hago, seré feliz.
La estrechó entre sus brazos y salió de la biblioteca, dejando la puerta entreabierta para salvaguardar su reputación. María pensó con sorna que, si su padre supiera que su reputación estaba hundida en el río junto con su virginidad, acabaría con Álvaro en el acto.
—Por fin solos —susurró María.
Álvaro cerró la puerta y la miró pesadamente.
—Yo… temí tanto por tu vida… pensé de verdad que llegaba tarde. El muy cabrón te había escondido bien, en un lugar poco frecuentado y oculto. Tardamos tanto en dar contigo, y cuando nos acercábamos lo vi venir. Estaba traicionándome, quería deshacerse de mí, ¡maldito Gato! Me traicionó, yo que le tenía en tal alta estima, y mientras conspiraba con el Tuerto.
—Sí, te traicionaron e iban a matarte a ti y a mí, tu hermano me lo dijo. Pasé tanto miedo.
Ambos se sentaron en la biblioteca y se contaron lo que habían vivido en las últimas horas, alejados el uno del otro.
—Fueron horas terribles. Estaba en el lago y después desperté atada, amordazada y amenazada por tu hermano y por algunos de tus hombres.
—Lo sé, el Gato y el Largo me esperaban para decirme que el Tuerto y algunos más habían aceptado el trabajo. Creí que iba a morir de dolor. Recorrí el bosque buscando los lugares más ocultos y las antiguas guaridas del Tuerto. Se hizo de noche, estaba desesperado y entonces vi el fuego. Después a ti, herida, pero con vida. Y a mi hermano tratando de golpearte. Y solo pensé en matarlo. En matarlos a todos. Y para colmo, el Gato estaba de parte de ellos. Aunque yo no lo esperaba y trató de acabar conmigo. ¿Por qué me odiaban tanto?
—Supongo que eras su rival más directo y fuerte, para ambos. Y en realidad creo que tu hermano tan solo envidiaba la relación que tuviste con vuestro padre.
—Pero yo… —Álvaro parecía abatido.
—Era un mal hombre, Álvaro, no desesperes. ¿Fuiste tú…?
—No deseo hablar de ello. No ahora, por favor.
—Como quieras amor, si alguna vez te apetece, aquí estaré. Siempre.
—Lo sé, mi dulce señorita. Lo sé. Espero que no te haya importado que le pida tu mano a tu padre. Después de todo, ya he tomado todo de ti —dijo con una sonrisa arrebatadora.
—No, de hecho, estoy muy feliz, nunca pensé que fueras un hombre que se casara, Caballero.
—No lo era, hasta que apareciste tú y mi mundo empezó a girar alrededor de ti, ya te dije una vez que, si algún otro te ponía la mano encima, moriría.
Y, tras decir esas palabras, María lo supo. Había sido él. Mató a su hermano por golpearla, por amenazarla, por mantenerla alejada de él, y quizás también había acabado con el Gato por traicionarle.
Álvaro le narró todo lo acaecido, cómo se les ocurrió acabar con el Caballero usando al Gato como cebo. No deseaba darle más protagonismo, no se lo merecía, pero de esa manera se libraría de cualquier sospecha. Sus hombres, los leales, ahora conocían la verdadera identidad del Caballero y habían valorado más que un noble les ayudara.
La Guardia Civil no se molestó mucho en investigar el caso, daban por hecho lo que les contaba el ahora duque Del Valle. También decidieron incriminar a la banda por el accidente de su padre, pues, al parecer, tenían algo en contra de la familia Del Valle.
Alejandro, el joven guardia civil que dudó y no disparó, se presentó con el teniente Francisco Carvajal y Álvaro supo que sospechaba algo. Sabía quién era en realidad, pero aun así guardó silencio. Estaba seguro de que en algún momento recibiría una visita privada de él.
María descubrió que su futuro marido era un hombre acostumbrado a luchar para sobrevivir y salvaguardar aquello que le importaba, y ahora lo más valioso era la vida de la mujer que amaba. Y María estaba encantada, enamorada y deseosa de perderse de nuevo entre sus brazos. Le había robado el corazón, al igual que le había robado aquel primer beso: inesperadamente.