Capítulo 10

 

Regresaban a La Andaluza paseando por el frondoso paraje y dejando que el aroma a pino bañase sus cuerpos cansados, María se dejó caer sobre el pecho masculino gozando de una confianza que había nacido, inesperada, después de sus encuentros. Ahora no le parecía algo tan monstruoso que su garrote la penetrase, de hecho, lo deseaba.

Alzó la mirada y se encontró con el atractivo perfil masculino del que iba a ser su esposo y no pudo resistir la tentación de acariciar la mejilla cubierta por una incipiente barba oscura, dejándose seducir por la sensación suave y ruda a la vez del áspero vello raspando sus dedos de forma sensual y cálida.

Se deleitó con sus largas pestañas, oscuras y profundas al igual que el color de sus ojos. Paseaba sus dedos por el fuerte mentón sin pudor, después de sus encuentros íntimos había nacido entre ellos una camaradería inesperada, algo bueno para ambos, pues quizás al final podrían llegar a ser buenos amigos y ella incluso podría olvidar aquella noche y concederle el perdón.

Estaba segura de que no debía formular la pregunta que le rondaba sin cesar, pero a veces su lengua era más rápida y decidida que su mente.

—¿Por qué golpeaste a Susana en aquella ocasión?

Álvaro se quedó de piedra y detuvo al animal. ¿Creía acaso que había sido él el que golpeó a Susana? ¡Pero si él había detenido a su hermano! O tal vez… No, no podía ser…

No sabía qué contestar, su mente iba a mil por hora sin entender muy bien qué sucedía. Pero era incapaz de proferir ninguna palabra en su confusión.

María se sintió ofendida por su silencio y malinterpretó el rostro serio de él. No pudo evitar increparle por ignorarla, de repente todo el odio que sentía regresó golpeándola con fuerza.

—Sigues siendo la bestia de aquella noche que no escucha a nadie más que a sí mismo. Te odio Germán del Valle. No deseaba casarme contigo y no lo deseo. ¡Eres un bastardo miserable!

Álvaro no daba crédito a lo que escuchaba, ¿le había llamado Germán? Ahora estaba todo aclarado, pensaba que era su hermano. ¿Y bastardo? ¡Qué apropiado! Sonrió por el insulto. En realidad, lo era, por varias razones al parecer.

—¿Por qué sonríes? ¿Estás pensando en los castigos que me infligirás?

De nuevo la miró sorprendido, a pesar del miedo le hacía frente, incluso siendo consciente de que podría golpearla en cualquier momento como hizo su hermano con la doncella. Debía aclarar ahora mismo el malentendido, no podía seguir adelante con la confusión que se había producido sin saber muy bien cómo. No debía dejarla seguir pensando que era su hermano, pero no estaba seguro de las consecuencias que decir la verdad acarrearían, aunque algo le auguraba que él acabaría triste, desolado y herido.

—Sonrío porque me has llamado bastardo.

—Sí, así ha sido. Lo siento, lo retiraré —dijo arrepentida.

—No, no lo hagas. Es lo que soy.

—¿Lo que eres? —Ahora María estaba confundida, ¿a qué se referiría?

Le miraba con sus ojos perdidos en la ignorancia, sonrojada y más hermosa que nunca.

María no podía creer que lo asumiera de una forma tan sincera y abierta, estaba aturdida. Más, si era posible.

—No soy Germán, no eres mi prometida y no vas a ser mi esposa —confesó Álvaro mientras María asimilaba las palabras que le taladraban el corazón—. Y sí, soy un bastardo, no hay nada que pueda hacer al respecto —dijo apenado, pues la verdad era que nunca podía haber aspirado a un matrimonio con ella.

—Un momento, ¿no eres Germán? —preguntó María con la voz entrecortada por la furia y el desconcierto—. Entonces, ¿quién diablos eres?

—Soy su hermano, el marqués Álvaro del Valle, el bastardo. A sus pies, señorita —se presentó inclinando la cabeza—. Tal vez no te acuerdes de mí, tan solo nos vimos aquella noche que al parecer no has olvidado, al menos en lo referente a la actitud de mi hermano.

—Tú… eres el hijo ilegítimo… —susurró, pero no para ofenderle de nuevo, solo recordándolo—. Sí, te recuerdo, estabas allí horrorizado como yo ante el estallido de tu hermano, enfadado y confuso… Tus manos, recuerdo tus manos… apartándole de mí. Sujetándole con fuerza.

María estaba al borde las lágrimas, se sentía mal, asustada, confundida y muy furiosa. ¿Cómo podía haber dejado que le creyese su prometido? ¿Y lo que acababa de ocurrir? ¡Por todos los santos! Iban a ser cuñados y se había aprovechado de ella.

María se apeó del animal sin pensarlo dos veces, ahora estar cerca de él la enfurecía. No tuvo buen atino y cayó sobre sus rodillas lastimándose, pero no soportaba sentirle cerca, despertando sentimientos encontrados; por un lado, se sentía humillada y engañada, por otro no podía dejar de recordar las miles de sensaciones maravillosas que había despertado en ella. Las ganas de vivir. Ese sentimiento de libertad que le había estado prohibido durante tanto tiempo.

—Bueno, yo… no debí dejar que tú defendieras a la criada, debí interponerme, pero me pilló desprevenido, no supe cómo reaccionar —continuó Álvaro con la conversación mientras se bajaba del semental y la perseguía, pensando que le recriminaba no haber actuado de otra manera aquella noche.

—No te culpes por eso, tú no levantaste la mano —contestó enfurecida y preguntándose por qué no la dejaba en paz. Ahora tan solo necesitaba poner algo de distancia entre ambos.

—No, es cierto, pero permití que lo hiciera.

María se dio la vuelta mirándole fijamente.

—Tenéis cierto parecido, en verdad pensé que eras Germán, que habías cambiado… Y yo… ¡Oh, Dios! ¡¿Cómo has podido?! ¿Cómo me has dejado pensar que eras mi prometido? ¿Cómo te has atrevido a tocarme de esa manera?

María gritaba furiosa, lloraba sin cesar mientras le golpeaba el pecho con fuerza descargando toda su frustración contra él.

Álvaro sabía que se había comportado de una forma mezquina y ruin. Pero ¿cómo imaginar que había pensado que era su hermano? No tenía la menor idea de cuándo o por qué ella había asumido que era Germán. Trató de atrapar las manos de María para explicarse.

—¡Suéltame! —gritaba sin cesar—. ¡Suéltame! No deseo que me toques nunca más. ¡Me oyes! ¡Nunca más! Solo volvería a tocarte si me contagio de lepra y así poder causarte algo del dolor que me estás causando a mí. Ahora no hay esperanza, tú… la has arruinado.

Álvaro no sabía qué decir para calmarla, estaba fuera de sí y tenía claro que dijese lo que dijese no iba a conseguir nada. Ella no deseaba que la tocase y esas palabras le hirieron profundamente, pues ya sentía sus manos como cuencos vacíos con solo la idea de no volver a tenerla entre sus brazos nunca más.

—Nunca dije que fuese Germán —suspiró con voz casi inaudible.

María se quedó mirándolo con las lágrimas rebosando por sus increíbles ojos verdes y sujeta por sus fuertes manos. Tenía razón, pensaba muy a su pesar que en ningún momento había dicho que fuese él y nunca se había referido a ella como su futura esposa, o su prometida, siempre como familia… En ese momento se sentía una tonta, ella había querido que él fuese Germán, lo había deseado porque había vislumbrado un futuro con él, un futuro prometedor. Recordó cómo le había preguntado qué pasaba con su hermano y ella no lo había entendido. ¡Había sido tan inocente!

—Tienes razón, nunca lo dijiste, aun así, te has comportado de una forma deshonrosa conmigo, has olvidado que voy a ser tu cuñada. Eres igual de rastrero que él —escupió mientras el llanto sacudía su cuerpo sin cesar, rindiéndose a su desgracia.

La cruda realidad le había asestado un golpe inesperado, había creído ver luz al final de su oscuro túnel y ahora de nuevo todo quedaba a oscuras, el monstruo seguía siéndolo, y ella había sucumbido a un hombre al que nunca podría pertenecer.

—No, no lo soy, no he hecho nada que te lastimase y nada sin tu consentimiento, no me culpes de algo que ha sido culpa de los dos. —Ahora Álvaro estaba herido, ella le rechazaba y no le gustaba.

—Pero yo pensaba —replicó María— que tú eras mi prometido —le acusó golpeando su pecho con fuerza—. ¡Me has engañado!

—Me gustaría, pero no lo soy —susurró atrapando su dedo entre su mano.

—Aún estoy atada a la bestia salvaje de por vida —sollozó compadeciéndose de sí misma al percatarse de que su suerte no había cambiado.

Álvaro debía defender el honor de su hermano, aunque eso no le agradase.

—Dale una oportunidad María, ha cambiado mucho. Pero, no voy a engañarte, de vez en cuando tiene esos ataques de violencia, aunque hace algún tiempo que no golpea a mujeres.

—¿Tú me pides que le dé una oportunidad? ¿Tú que viste a la bestia salir de sus profundidades? Deberías haber dejado que me matase a golpes, al menos ahora no estaría sufriendo tanto por lo que me espera y por lo que tú me has hecho.

—María, yo… lo siento tanto.

—¡Mentira! No eres diferente de él, su misma sangre podrida fluye por tus venas, quizás no me has lastimado con golpes, pero lo has hecho de una forma más ruin, tomando algo que no te pertenecía a base de engaños.

—Yo no soy como él.

—Lo eres. Para mí no hay ninguna diferencia. No vuelvas a tocarme, ni a acercarte a mí. No deseo verte nunca más. Te odio. ¡Os odio!

—María, nunca creí que me habías tomado por mi hermano, lo siento tanto… y él era joven, pero se arrepentirá toda su vida de lo que hizo. Fueron tiempos duros para nosotros, sobre todo para Germán, que vagaba hundido y desesperado, cargado de obligaciones que no sabía gestionar, refugiándose en la bebida para olvidar su dolor, pero que también provocaba que se olvidase de sí mismo, de quién era… tan solo fue un impulso juvenil…

—Un animal defendiendo a otro. ¿Cómo creer a alguien que deshonra a la prometida de su propio hermano? ¿Qué validez tienen tus palabras? —Ahora María, a pesar del dolor, había recobrado la compostura y no estaba dispuesta a dejarse humillar más—. Ninguna. Dos bestias que dejan que sus más bajos instintos tomen el control. ¿Acaso tu hermano ya no tiene esos impulsos?

—No, María, ahora no.

—¿Ah, no? Entonces, si le cuento lo de esta tarde, ¿crees que no me golpeará? ¿Y a ti? —desafió.

—¿Por qué ibas a hacer eso? ¿Acaso deseas que te golpee?

—Sí, porque si lo hace quedaré libre. Al menos eso me prometió mi padre, libre de ambos. Los Del Valle. Ambos iguales, solo sobrevivís gracias al sufrimiento ajeno. Pero escúchame bien, Álvaro del Valle, no quiero que te dirijas a mí, ni me mires ni me toques, y por supuesto no deseo verte o tenerte cerca. Esperaré con la poca dignidad que me has dejado a que tu hermano lo descubra y entonces me castigue hasta saciarse. Después, si logro sobrevivir, escaparé de nuevo a mi hogar, donde ningún hombre más pueda hacerme daño.

María se dio la vuelta y comenzó a correr hacia la casa, no deseaba que siguiera viéndola consumirse por el dolor que la verdad le había causado, su alma se deshacía en pequeños trozos que abandonaba en su carrera a sus pies y el dolor se asemejaba al de una flecha que hubiese atravesado su corazón y se ensañara con él.

Estaba destrozada, confundida y desesperada, de nuevo le ocurría lo de aquella noche, después de todo, no iba a tener tan buena suerte.

Álvaro estaba desesperado, sin saber qué hacer agarraba su espesa melena entre sus manos y daba pequeños tirones por la impotencia. ¿Cómo había dado todo un giro tan inesperado? ¿Cuándo había pensado que era su hermano? ¿Por qué? De todas formas, María tenía razón, no era diferente de su hermano, había tomado de ella algo que no le pertenecía y que nunca sería para él, ahora solo había logrado destrozarle el corazón. ¡Ahora que había empezado a confiar en él! Ahora quedaba de manifiesto su comportamiento con él, todo quedaba desvelado y ya no le parecía extraño, sino el que tendría cualquier persona hacia alguien que la hirió en el pasado.

Caminaba de un lado a otro consiguiendo poner nervioso a Tizón en su caminar, debía reparar el daño, era muy capaz de provocar a Germán para que la golpeara y así poder librarse del compromiso, pero ¿acaso Germán era tan monstruoso y él se negaba a verlo?

Debía hallar la manera de hablar con María, conseguir que le perdonase y que no temiese que su hermano le hiciera daño, porque él no lo iba a consentir. Ahora se lo debía, tenía que lograr que confiase en él.

Sentía su alma destrozada, le había molestado verla llorar de esa forma, hablar de su hermano con tanto miedo, un terror que la consumía y la hacía ser una persona diferente de la que era, más asustadiza, sumisa… menos ella.

¡Maldito Germán! ¡Maldita juventud! ¡Maldito aquel instante en el que le suplicó que no rompiese el contrato!

Ahora, sus maldiciones no servían de nada, María lo odiaba y él sentía que su corazón estaba rodeado por un fuerte alambre de espino y, cada bocanada que daba de aire, el alambre se apretaba más hasta hacerlo sangrar.

Se dejó caer en el suelo sobre sus rodillas y entonces hizo algo que no había hecho durante muchos años: lloró amargamente porque había perdido a la única persona con la que se había sentido vivo, libre y más él que nunca en años. Lloró por lo que había saboreado y nunca más podría disfrutar.