Capítulo 7
A KENDALL se le hizo mucho más corto el camino de vuelta a Claudel que el de ida a las Cataratas Saffron. Todo parecía estar moviéndose más deprisa; las horas del día, el mundo que solía sentir estable bajo sus pies.
También se bajó de la bicicleta con más rapidez de la que lo había hecho antes; era lo mejor si quería evitar que él volviera a rodearla por la cintura y que sus cuerpos quedaran pegados el uno al otro durante unos segundos.
Se alejó de la bicicleta, del cobertizo y de él.
—¡Ey! ¿Estás bien? —le gritó Hud.
Ella miró por encima del hombro y lo vio apoyar la bicicleta en la pared del cobertizo.
—Estás cojeando. He visto tu gesto de dolor cuando estabas sentada en la hierba, pero he pensado que se te habría dormido la pierna —se acercó a ella con las manos abiertas y gesto de preocupación—. Lo siento, ¿no he llevado bien la bici? —extendió la mano que se quedó suspendida en el aire cerca de su cintura.
—No —respondió ella negando con la cabeza para intentar evitar mirarlo a los ojos—. No pasa nada. Estoy bien. Has conducido muy bien, es sólo que necesito caminar un poco.
—Entra y siéntate un rato, prepararé unas bebidas frías.
—Es mejor que me vaya. Estoy muy, muy ocupada. Tengo una vida que atender al otro lado del pinar.
—¿No quieres la bolsa de tu portátil?
—¿Para qué? Tendré que volver a traerla la próxima vez.
—¿No necesitas tu portátil? ¿Para tu vida al otro lado del pinar?
«¡Maldición!».
—Sí, sí, claro. Iré corriendo a por él y así te dejaré tranquilo porque seguro que tienes cosas que hacer y yo te estoy entreteniendo.
—¿Como qué?
—Como encontrar algo interesante para poner en tus memorias.
—¿No te está gustando? —preguntó con una sonrisa compungida.
—No mucho.
—A mí tampoco, pero creo que voy a esperar a pensar en eso cuando vuelvas.
Se quedaron allí de pie mirándose el uno al otro. Ella necesitaba pensar en algo que decir o, de lo contrario, podría llegar a hacer algo como suspirar.
—Entonces a lo mejor puedes empezar catalogando las cosas de Tía Fay o puedes organizar ese cobertizo. Vives en un mausoleo, te comportas como un fantasma y en eso te convertirás. Muévete, Hud. Limpia este lugar, abre las ventanas, deja que entre algo de luz. O si no, véndele la casa a alguien que la valore por la belleza que es.
Se detuvo para tomar aire.
Él se cruzó de brazos y la miró a los ojos.
—Ahora esta casa es tuya, Hud. Hazlo, nadie lo va a hacer por ti.
Él miró hacia el cobertizo repleto de polvo, resopló y dijo:
—Tienes toda la razón, puede que lo haga.
Kendall se rió suavemente. Ya lo había llegado a conocer lo suficiente como para saber que encontraría cualquier cosa que hacer en lugar de aquello. George había sido igual.
George. Ese nombre siempre había estado anclado en su memoria, pero ahora... George. George... Parecía un nombre perteneciente al pasado. Recordó las palabras de Taffy cuando le dijo que si salía y vivía un poco, las cosas irían mejor.
George estaba en su pasado mientras que aquel complicado y absorbente hombre dominaba su presente.
Pero ¿y su futuro?
—Quédate aquí, yo iré a por tus cosas.
Hud desapareció dentro de la casa y ella se planteó seriamente salir corriendo. Cuando regresó, Kendall tomó sus bolsas con cuidado de no rozarle los dedos ya que sabía que si lo tocaba estallarían fuegos artificiales dentro de ella y perdería el control sobre su buen juicio.
—Acabo de acordarme de que mañana por la mañana tengo algunas cosas que hacer —dijo ella—. A lo mejor podríamos tomarnos un día libre.
—Si a ti no te importa, yo preferiría no perder una de nuestras sesiones. ¿Puedes venir por la tarde? ¿O por la noche? Podría hacer la cena, o al menos se la encargaría a la señora Jackson.
Ella se imaginó mirándolo desde el otro lado de una mesa de comedor en alguna de las impresionantes habitaciones de Claudel. Porcelana fina, plata antigua, una luz trémula procedente de antiguos candelabros...
—No te preocupes por la cena, vendré por la tarde. ¿Te parece bien a las cuatro?
—A las cuatro está bien. Hasta entonces —se acercó a ella, se inclinó y la besó en la mejilla. Su aroma a algodón caliente y a sándalo invadió a Kendall y no le dejó más opción que cerrar los ojos y dejarse embriagar por él.
Presionó los labios delicadamente contra su piel y a continuación se apartó. Ella abrió los ojos. El pelo de Hud le caía enroscado sobre las orejas y la nuca y parecía estar suplicando que lo acariciaran. Era la clase de cabello entre el que a una mujer le gustaría perder sus dedos.
Cuando ella apartó la mirada de su pelo para mirarlo a los ojos, lo encontró observándola fijamente.
—Necesitas un corte de pelo.
—Me parece que he visto unas tijeras en tu estuche.
—Pues has visto mal y, además, aquí en el pueblo tenemos peluquería.
—No he ido a una peluquería desde que era un niño.
—¿Y cómo es posible que no te llegue hasta la cintura?
—Cuchillos de caza, navajas...
Por supuesto que podría haberse permitido gastarse doscientos dólares por un corte de pelo en alguna peluquería pija de Melbourne, pero él era demasiado campechano para eso. Era casi tosco y también intrépido. Y ella temía todo lo que eso implicaba; toda esa masculinidad y testosterona amenazaban con hacerla desvanecerse.
—Genial —dijo ella dándose un momento para volver a conectar con el mundo real—. Mañana podrás contarme todo eso, a la gente le gusta saber esa clase de cosas.
—¿La gente?
—Los publicistas, los lectores, los compradores, los programas de entrevistas de televisión, los peluqueros. Ya sabes... la gente. Me parece que has tenido una vida muy intensa, ¿eh, Hud? La ropa, la cicatriz...
Alargó la mano hacia él; no pudo evitarlo. Él se quedó paralizado como una estatua mientras el dedo de Kendall se quedaba a escasos centímetros de su labio, pero entonces ella cerró la mano y la dejó caer.
—Un buen narrador es aquél que no se guarda nada —dijo antes de comenzar a alejarse—. Te veo mañana a las cuatro.
—Aquí estaré.
Hud vio a Kendall desaparecer en el exuberante jardín de Tía Fay. Deslizó un dedo sobre su labio en un intento de retener la sensación de la suave piel de Kendall en su boca.
Entonces su teléfono móvil comenzó a vibrar dentro del bolsillo. Lo sacó. Era un mensaje de Grant, el técnico de sonido de su equipo. En aquella ocasión ni siquiera se había molestado en llamar, como las últimas cinco veces que Hud lo había ignorado. El mensaje decía:
Salimos de Londres el jueves para un nuevo trabajo. Vamos al norte de África. Un reportaje sobre famosos y adopciones. Paisajes preciosos y fotos de bebés muy monos. Trabajo sencillo. Es tuyo si quieres. ¡Llámanos! ¡Y pronto...!
Se quedó mirando al teléfono con el dedo sostenido sobre el botón de «Responder».
Los miembros de su equipo eran sus amigos y, durante los últimos diez años, habían sido lo más parecido a una familia que había tenido. Y aun así, allí estaba él, tratándolos como si no importaran nada.
El no tener contacto con ellos no lo estaba ayudando a tomar ninguna decisión.
Pero entonces, ¿acaso había algo sobre lo que tuviera que decidirse? Tal vez, a sus treinta y dos años, y por muy pronto que fuera, ya había perdido toda ilusión, ya no le quedaba nada que esperar.
O tal vez... y ésa era la idea más descabellada e inesperada, pero la única que no dejaba de resonar en su cabeza...
Miró hacia el jardín. Jamás había encontrado nada ni a nadie que lo hiciera querer quedarse en un sitio más tiempo del necesario.
Hasta entonces.
Quedarse no podía ser tan malo. Al menos, no por un tiempo. Lo que sentía por Kendall era distinto, más intenso y mucho menos definible que lo que había tenido con Marcie. Aquel lugar no se parecía en nada a Londres. Él ya era más adulto. Más sensato.
Apuntó el dedo hacia la izquierda y borró el mensaje.
—Bueno, ¿cómo te ha ido hoy con el señor Fabuloso? —le preguntó Taffy—. ¿Te ha contado más historias emocionantes sobre trincheras?
—Sí, bueno, no tanto, a decir verdad.
—¿No? Aunque, de todos modos, si pones esa cara en la portada de un libro, las historias sobre minas terrestres, heridas de bala y esconderse de unos guerrilleros durante tres días en su primer reportaje para Voyager no importarían tanto. Un libro con una cara como la suya en la portada se vendería como rosquillas.
—¿Minas terrestres? Jamás ha mencionado nada sobre eso.
—Hace años estuve suscrita a la Voyager Magazine por si encontraba su nombre escrito bajo alguna fotografía y, ¿sabes?, este chico ha cometido muchas locuras. Ahora tú eres la afortunada de escucharlas de primera mano.
—Pero no tenía ni idea de que habían habido disparos y minas terrestres de por medio —dijo Kendall.
—¿Entonces de qué habláis? Hoy, por ejemplo. Cuéntamelo todo, minuto a minuto, no te dejes nada. Qué llevaba puesto. Qué ha bebido. A qué olía.
«A sándalo», pensó Kendall. Ese aroma había sido tan intenso que temió habérselo llevado con ella y que Taffy lo notara y, como consecuencia, que le preguntara, que la presionara a darle respuestas y que ella acabara admitiendo algo que no quería.
—Él habla y yo escribo. La mayoría de los días paramos para comer algo, luego me voy, nado y vuelvo a casa. ¿Estás segura de eso de los disparos y las minas?
—Claro que sí. Ese tipo es un auténtico intrépido, es como un Indiana Jones. ¿Sabes? Creo que este chico te gusta de verdad.
—Tonterías.
—Sí, sí, tonterías. Estás loca por Hud Bennington.
No.
No podía sentir nada por él. No debía.
La idea de enamorarse de un hombre que dejaría el pueblo en menos de dos semanas ya sería lo suficientemente destructiva, pero además era un hombre que siempre vivía al filo del peligro. Ya había perdido al chico al que había amado con todo su ser y eso la había hundido.
Enamorarse de Hud, tener que decirle adiós y luego esperar a leer un artículo en el que se contara que había muerto en alguna descabellada proeza al otro lado del mundo... Si aún le quedaba algo de instinto de autoprotección, no se permitiría volver a pasar por todo aquello.
Miró a Taffy a los ojos, respiró hondo y se decidió a admitir la oscura verdad.
—Me... me gusta. Y es como si estuviéramos sintonizados o como si nos conociéramos de antes. Además me hace reír y me hace sentir especial. Y a veces alzo la vista y lo encuentro mirándome y entonces parece que el corazón se me vaya a salir del pecho para levantarme de la silla y arrastrarme hacia sus brazos y... oh, Taffy, ¿en qué estaba pensando para dejar que todo esto haya llegado tan lejos?
Hundió la cara en las manos y la sacudió incontrolablemente.
Taffy posó su mano en la espalda de Kendall y comenzó a acariciarle el pelo para calmarla.
—¿Exactamente cómo de lejos?
—Demasiado —respondió ella.
—¿Habéis... os habéis acostado?
—¡No! No, por Dios. Ni siquiera nos hemos besado —aunque había habido momentos en los que había pensado que iba a suceder; en los que había deseado haberse dejado llevar por lo que los ojos de Hud le estaban pidiendo.
—Bueno —dijo Taffy con tono sarcástico—, bueno... en el siglo XXI no acostarse con un hombre por el que estás loca después de... ¿cuántas? ¿cinco citas?... no puede considerarse ir demasiado deprisa.
—Ni siquiera hemos tenido una cita.
—El ha estado poniendo excusas para verte, has estado en su casa varias veces, habéis compartido comidas, os habéis mirado a los ojos con amor... Por Dios, Kendall, cualquier chica mataría por poder permitirse esa clase de citas. A mí Jonesy lo único que me ha ofrecido ha sido una entrada que tenía de sobra para ir a ver un rodeo el mes que viene, mientras que tú estás viviendo un romance a la antigua usanza —y tras una pausa añadió—: A menos que...
—¿A menos que qué...?
—Nada.
—¿A menos que qué, Taff? No puedes dejarme así, no podré volver a dormir si no me lo dices.
Taffy agarró la mano de Kendall y la estrechó con fuerza.
—A menos que todo esto esté en tu cabeza. A menos que él no esté sintiendo lo mismo que tú...
—Vale, captado, Taffy.
Kendall pensó en cómo Hud había organizado el picnic y en los momentos en que había buscado una excusa para tocarla.
Le tembló la voz cuando dijo:
—No soy sólo yo.
—¡Vaya! Entonces, amiga mía, de perdidos al río. Vas a tener que decírselo.
—¿Decirle qué, exactamente?
—Que estás loca por él.
Y después, ¿qué? ¿Besos? ¿Sexo? ¿Y luego? Estaba claro que él no se quedaría allí; por mucho que Taffy dijera, ella no veía ningún final feliz para esa historia.
—Te gusta, le gustas, con eso ya tienes hecha la parte más difícil, así que el resto es pan comido. ¿De acuerdo?
—De acuerdo —se soltó la mano de Taffy—. Ahora, si no te importa, voy a utilizar Internet esta noche, tengo mucho trabajo atrasado.
—Entonces, ¿asunto cerrado?
—Cerradísimo.
—Ah, por cierto, ¿has podido descubrir quién es la mujer del tatuaje? Podría ser nuestro único problema.
—Mirabella es como llama a su cámara favorita.
—¡Ja, ja! Es genial.
—Querrás decir que todo esto es inútil. Si ama tanto su trabajo como para marcarse con una aguja y tinta, está claro que ésa es su gran pasión.
—¿Y cuál es la tuya?
Kendall abrió la boca para volver a cerrarla.... porque ella no tenía ninguna. Sus limitaciones físicas no le permitían objetivos tan exóticos.
—En cuanto tenga una, serás la primera en saberlo.
Entonces agarró la bolsa y subió a ponerse unos pantalones de chándal anchos, una camiseta gris suelta y unos calcetines hasta las rodillas. Luego bajó y se puso a trabajar.
Más tarde aquella noche, cuando estaba acurrucada bajo su ligero edredón, comenzó a estirar la pierna izquierda con cautela, esperando a que el dolor la asaltara... pero eso no sucedió.
Sin querer tentar a la suerte, prefirió volver a la postura anterior y así se quedó pensando en lo desorientada que se sentía hasta que el sueño logró vencerla.
No fue hasta la mañana siguiente cuando se dio cuenta, de repente, de que el día anterior había olvidado por completo darse su baño.