Capítulo 22

 

 

 

Hace dos semanas que Nadia y yo no nos hablamos. Lo he intentado todo, pero lo único que consigo es una mirada de desdén por su parte. Solo me ha faltado suplicarle, pero sé que no va a servirme de nada hacerlo, porque no va a creerme. La cagué con el polvo en la cocina. Metí la pata hasta el fondo al intentar hacerle ver que lo nuestro es más que sexo de esa manera tan despreciable, y entiendo que no pueda perdonarme.

Voy a tirar la toalla. Voy a darle lo que quiere aunque eso me cueste la vida. Porque sin ella mi vida no valdrá una mierda, de eso estoy completamente seguro. Me levanto de la cama como cada mañana últimamente, sin ganas de nada, y me pongo un traje para ir de nuevo a la maldita oficina. Ni siquiera me molesto en afeitarme, nadie va a fijarse en eso con la cara de amargado que llevo últimamente.

Como siempre, Nadia se ha marchado antes de que yo me levante. Mi madre me ha contado que ha empezado a trabajar en el hospital estatal, y que está muy emocionada con el tema. Ni siquiera sabía que había hecho esa entrevista de trabajo. Quería hacer esto con ella, apoyarla y disfrutar de su felicidad, pero por lo visto ya no formo parte de su vida.

Llego al despacho y suelto el maletín encima de la mesa antes de tumbarme en el sofá de cuero negro que tengo frente a la ventana. Hanna me trae mi café, como cada mañana, y se sienta en mi silla para mirarme con reproche.

—No puedes seguir así, Dylan —protesta—. Estás hecho unos zorros.

—¿Y qué más da?

—Eres el presidente de esta empresa. Debes dar ejemplo.

—La verdad es que no soy el más indicado para ser el ejemplo de otro, ¿no crees?

—Deduzco que seguís sin dirigiros la palabra.

—Hoy ha empezado a trabajar en el hospital. Está cumpliendo su sueño y ni siquiera lo sabía.

—¿Has intentado hablar con ella?

—¿Para qué? Cada vez que lo intento me da con la puerta de su habitación en las narices.

—Si te soy sincera… No lo entiendo. Estabais tan bien juntos que…

—Dímelo a mí. Un día hacíamos el amor en cada esquina de la casa, y al siguiente no quiere seguir casada conmigo.

—Algo debe haber pasado para ese cambio de actitud. ¿No habrá sido cosa de esa mujer? ¿La que la golpeó en Dhahran?

—¿Alexia? Está en la cárcel. Es imposible que haya sido ella.

—¿Le has sido infiel?

—¿Qué? ¡No! Estoy enamorado de ella, Hanna. ¿Cómo iba a engañarla?

—¿Y se lo has dicho?

—No —confieso—. No le he dicho nada.

—¿Y por qué no lo intentas?

—¿Para qué? ¿Para que se ría de mí? No, gracias.

—Vas a quedarte solo por culpa de tu orgullo, jefe.

Hanna se va, dejándome solo. Tiene razón, soy demasiado orgulloso para reconocer que estoy loco por Nadia. Siempre he creído que el amor te convierte en un pelele débil y vulnerable, y aunque ahora sé que es todo lo contrario, no he sido capaz de confesarle a Nadia lo que siento. Es evidente que ella no siente lo mismo, así que, ¿para qué gastar saliva?

Vuelvo al trabajo intentando no pensar en ella, y concierto una cita con mi abogado para que me entregue los papeles del divorcio. Le llamé hace unos días para que los redactase, y quiero terminar con esto lo antes posible. Si eso es lo que quiere, es lo que va a tener.

A las seis de la tarde ya estoy listo para irme a casa, y cojo la carpeta del divorcio del escritorio sin demasiada convicción. Hanna tiene razón, aún me queda un último cartucho y tengo que quemarlo. Cuando paso frente al despacho de mi padre, los gritos de mi madre captan toda mi atención.

—¡¿Cómo has podido hacer una cosa así?! ¡¿Cómo se te ocurre meterte en algo tan serio?!

—Es lo que tenía que hacer.

—¡Tenías que dejarles en paz! ¡Tu hijo tiene derecho a ser feliz!

—¡No puede serlo con ella!

Abro la puerta de par en par y me paro junto a mi madre.

—¿Qué está pasando aquí?

—¡Díselo, John! ¡Compórtate como un hombre y confiésale a tu hijo lo que has hecho!

Mi vena yugular empieza a latir ante el presentimiento de lo que mi padre va a decirme.

—¿Qué has hecho, papá? —pregunto sin querer oír la respuesta.

—Solo he mirado por tu futuro —protesta sin mirarme a la cara.

—¿Su futuro? —ríe mi madre— ¡Has convertido su vida en un infierno!

—¿Qué has hecho? —repito con los dientes apretados.

—No tengo que darte explicaciones.

Miro a mi madre sin moverme, y ella comienza a hablar… y mi sangre a hervir.

—Tu padre ha chantajeado a Nadia para que te pida el divorcio.

—¿Qué has hecho qué?

No quiero creer lo que me está diciendo, no puedo creer que mi padre sea tan hijo de puta.

—Le dijo que si te quería, debía dejarte marchar —continúa mi madre—. Le dijo que tu carrera dependía de la mujer que tuvieses a tu lado, y que no daría buena impresión que un hombre tan rico como tú estuviese casado con una trabajadora. Sabía su ilusión por trabajar en el hospital y lo utilizó en su contra, haciéndole creer que ella no era buena para ti.

Agarro a mi padre de las solapas de la chaqueta y le acerco a mi cara. No puedo pensar, lo veo todo rojo y solo quiero matarle con mis propias manos.

—¡¿Cómo te atreves a meterte en mi vida?! ¡¿Quién coño eres tú para decidir quién es buena para mí?!

—¡Soy tu padre!

—Dylan, por favor, suéltale —susurra mi madre agarrándome del hombro.

Hago caso de lo que me dice, no quiero cometer una locura.

—Un padre no conspira contra su propio hijo —digo sin mirarle—. Un padre no intenta destruir el matrimonio de su hijo. Tú ya no eres mi padre.

Me vuelvo en dirección a la puerta, pero las próximas palabras de mi padre me detienen en seco.

—¿Vas a tirar a la borda tu carrera por una furcia?

—Como vuelvas a llamarla así juro que te mataré.

—Si te hubieras casado con Alexia…

—¡Alexia es la furcia, que me puso los cuernos con todo el que se le puso por delante! ¡Tú querías casarme con una furcia, papá!

Inspiro profundamente antes de tomar la decisión más acertada que he tomado en mi vida.

—Si no eres capaz de aceptar que Nadia es mi mujer, y que seguirá siéndolo hasta el día en que me muera, no tengo nada que hacer en esta empresa. Dimito, señor Fisher —sentencio con sorna—. Espero que encuentre a un sustituto a la altura de sus expectativas.

Me dirijo hacia la puerta de nuevo, y esta vez nada ni nadie me impide salir de esa habitación.

—¡No te atrevas a irte, Dylan! —grita mi padre a mi espalda.

—¿No? Mírame.

—Te lo tienes merecido por estúpido —contesta mi madre.

Llego a casa en media hora, y encuentro a mi mujer leyendo tumbada en el sofá. En cuanto me ve llegar, se incorpora dispuesta a marcharse.

—Espera, por favor, Nadia.

Mi tono de voz debe resultarle extraño, porque se sienta y espera a que siga hablando. Tiro los papeles del divorcio sobre la mesa, y ella me mira asombrada en cuanto se percata de lo que significa.

—Antes de que lo firmes, déjame decirte algo.

Ella asiente y los suelta sobre la mesa.

—Sé que mi padre te chantajeó para que me dejaras.

—¿Cómo lo has sabido?

—Mi madre me lo contó. Les oí discutir por ello esta tarde.

—Tiene razón de todas formas, Dylan. Yo no soy buena para ti.

—¿De dónde te has sacado esa gilipollez? Eres perfecta para mí, Nadia. ¿Es que no te has dado cuenta?

—Necesitas una mujer florero, no una cirujana que apenas esté en casa.

—¿Y para qué demonios quiero yo una mujer florero ahora que he dejado el trabajo?

—¿Que has hecho qué? ¿Es que te has vuelto loco?

—Quizás me he vuelto loco por ti. Dime una cosa, Nadia. ¿Me quieres?

Ella mira al suelo con los ojos anegados en lágrimas, y asiente.

—Te quiero, nena. Me he enamorado de ti, y nada ni nadie se va a interponer entre nosotros si tú también me quieres.

—Pero tu carrera…

—Mi carrera no importa si no te tengo, Nadia. Decide si me quieres lo suficiente como para quedarte, y si no es así, firma esos malditos papeles.

Me doy la vuelta para marcharme a mi cuarto, pero Nadia me detiene agarrándome del brazo.

—Ya he tomado una decisión —susurra.

Dejo de respirar a la espera de sus palabras, pero ella me sorprende rompiendo los papeles en mis narices y lanzándose a mis brazos llorando.

—Shh, tranquila, cariño. Ya pasó. 

—Yo no quería dejarte, pero tu padre me dijo que no era lo suficientemente buena para ti y…

—No quiero oír hablar más del tema. Se acabó. Lo único que importa es que todo ha terminado.

—Te quiero, Dylan.

—Yo también te quiero.

Uno mi boca a la suya en un beso hambriento, y la estampo contra la pared en mi desesperación por sentirla. Nadia enreda sus manos en mi cuello, y desabrocho su camisa arrancando los botones en mi prisa por rozar su piel.

—Te he echado tanto de menos, cariño —susurro antes de volver a besarla.

Mis manos amasan sus pechos, Nadia enreda su pierna en mi muslo y amaso su cachete pegándola a mi erección.

—Te deseo tanto, Dylan…

Muerdo sus tetas, su cuello, su boca mientras sus manos tiran de mi pelo. Saco su camisa por la cabeza, y ella deja caer su falda al suelo antes de ponerse de espaldas y restregar su culo por mi erección. Me deshago de su sujetador y pellizco sus pezones mientras chupo su cuello y el lóbulo de su oreja. La acaricio frenéticamente por sus pechos, su estómago, por encima de las bragas, y ella gime y se retuerce buscando acariciarme la polla.

Le doy la vuelta por fin, la cojo en peso y la llevo hasta nuestro dormitorio, empotrándola contra la puerta sin dejar de besarla. Muerdo sus pechos, su estómago, su sexo por encima de la tela, y vuelvo a subir para comerle la boca.

—Me vuelves loco, nena…

—Fóllame, Dylan… por favor…

La tiro sobre la cama y ella me aprisiona con sus muslos y mueve la pelvis arriba y abajo, rozándose contra mi polla. Me coloco entre sus piernas para lamerla despacio, desde la boca hasta el ombligo, y le doy la vuelta para apartar las braguitas y hundir mi lengua en su coño, húmedo, caliente, hinchado y deseoso de que me lo folle.

—¡Dios, sí! ¡Justo así! —gime Nadia rozando su clítoris contra el colchón.

Nadia se retuerce y se coloca a horcajadas sobre mí, y lame mi mandíbula, mi boca, mi cuello, sin dejar de rozarse contra mi polla. Agarro su culo con ambas manos y abro sus cachetes, dejando su sexo expuesto, e introduzco la yema del dedo dentro de ella. Sus pechos se restriegan contra mi pecho desnudo, y sus pezones chocan con los míos cada vez que ella baja por mi cuerpo. Nadia baja por mi estómago y se deshace de mis pantalones para meterse mi polla en la boca.

—¡Joder, nena!

Echaba tanto de menos su boca… sus manos juegan con mis huevos, y su lengua rodea mi glande cada vez que sus labios bajan por mi verga. El placer es cada vez más fuerte, siento el calor subir por mis pelotas y asentarse en la base de mi polla. Voy a correrme, lo siento, pero quiero hacerlo con ella, así que la aparto con cuidado y saboreo mi sabor entre sus labios.

Traigo a mi mujer hasta colocarla de rodillas sobre mi cabeza, y hundo la lengua en sus pliegues para acariciar su clítoris hinchado. Ella grita, se contonea, tira de mi pelo cada vez que siente un ramalazo de placer, baja por mi cuerpo y sujeta mi polla para adentrarla en su coño de una sola estocada. Se mueve frenética sobre mí, apretando sus pechos entre sus manos y lamiendo su dedo índice a la vez. Me tenso, hundo mis manos en sus caderas para frenar el ritmo, pero ella continúa moviéndose deprisa, haciendo círculos con las caderas y volviéndome completamente loco. Estoy a punto de correrme, así que la aparto para colocarme a sus espaldas y, pasando su pierna por mi cintura, vuelvo a empalarme en ella.

Con una mano masajeo sus pechos, con la otra acaricio su clítoris mientras me empalo fuerte en ella. Nuestras caderas chocan con fuerza, nuestros cuerpos se perlan de sudor y el orgasmo cada vez está más cerca. El placer serpentea por mi espalda, sus músculos internos me engullen entre espasmos, y cuando Nadia grita mi nombre, me corro entre jadeos.

—Te quiero, nena —susurro minutos más tarde—. Eso es lo único que importa.

—Yo también te quiero, Dylan. Siento todo lo que ha pasado. Yo…

—Cásate conmigo de nuevo, Nadia. Casémonos esta vez por las razones adecuadas. ¿Qué me dices?

—Que estaré encantada de volver a pasar contigo por el altar.

Horas más tarde, permanezco tumbado mirando al techo, con mi mujer dormida entre mis brazos. Me casé con ella por instinto, y nada podía haber salido mejor. Nadia es la mujer de mi vida, y pase lo que pase de ahora en adelante, ahora sé que la tendré a ella a mi lado por el resto de mis días.