Capítulo 15

 

 

 

Cuando entro por la puerta de nuestra habitación de hotel, Nadia se lanza a mis brazos, dejándome sin aliento por el impacto.

—Nunca pensé que me alegraría tanto de verte —susurra.

—Y yo creía que nunca oiría esas palabras salir de tu boca.

La miro un segundo, y puedo notar el miedo en sus preciosos ojos grises.

—Yo nunca he estado en peligro, cariño —susurro acariciando su sedoso cabello—. Pero si llego a saber que este iba a ser el recibimiento, lo habría hecho mucho antes.

—¡No bromees con eso!

Me empuja y se aleja hasta el sofá, con lágrimas en los ojos. ¡Mierda! ¿Tan preocupada estaba por mí? me siento a su lado y cubro sus manos con las mías.

—Oye, solo era una broma. Estoy bien, ¿de acuerdo?

—No sabes lo preocupada que estaba, Dylan. Sé que mi hermano sabe lidiar con esa gentuza, pero tú…

—No sé si sentirme halagado o insultado por tu desconfianza.

—No hablamos de un ladrón de tres al cuarto, sino de un grupo terrorista muy peligroso. Y tú eres el americano, no mi hermano.

—Tienes razón, por eso me quedé a salvo esperando a tu hermano en la casa de la playa.

—Por suerte nos marcharemos pronto a Estados Unidos. No voy a poder dormir tranquila sabiendo que van detrás de la empresa de tu familia.

—Ya no hay empresa por la que ir, Nadia, ¿recuerdas?

—Pero ellos quizás no lo sepan.

—Dudo que esa gente desconozca cualquier movimiento de Chevron Corp.

—Aún así ten más cuidado a partir de ahora, por favor.

—Te lo prometo.

Sostengo su cara con ambas manos y le doy un beso antes de levantarme del sofá.

—Voy a darme una ducha, ¿vienes conmigo?

—Ve tú primero, voy a pedirle al servicio de habitaciones que nos suban algo para cenar. Ahora te acompaño.

Tras desnudarme, me coloco bajo el grifo de agua caliente. Tengo los músculos tensos, y necesito relajarme un rato bajo el chorro de la ducha. Por el rabillo del ojo veo a mi mujer entrar al cuarto de baño y deshacerse del kaftan que lleva puesto, quedando completamente desnuda. Le abro la puerta de la ducha y se cuela por debajo de mi brazo hasta quedar frente a mi pecho.

—Debes estar agotado —murmura.

—No tanto como para no hacerte el amor.

—Eso después… ahora voy a enjabonarte y a cuidar de ti. Apoya las manos en la pared para que pueda rodearte.

Me dejo mimar por una vez en la vida, y debo reconocer que es agradable sentir que Nadia se preocupa por mí. Cierro los ojos para disfrutar de sus cuidados, y siento sus manos jabonosas recorrer mis brazos, mi pecho, mi espalda… Ronroneo sin poder evitarlo, arrancándole una sonrisa.  Mi mujer vuelve a echar jabón en sus manos y se coloca de rodillas para enjabonar ahora mis piernas, hasta llegar a los muslos, pero sin acercarse a mi erección.

—Con qué poco te conformas… ¿Ya estás así? —bromea.

—Tus manos son peligrosas, Nadia, ya lo sabes.

—Veré qué puedo hacer al respecto.

Se acerca mirando mi erección, y contengo el aliento a la espera de que se la meta en la boca, pero en vez de eso apunta el chorro de agua helada a mis pelotas, haciéndome gritar.

—¿Te has vuelto loca? —protesto.

—Lo siento, lo siento —se disculpa aguantándose la risa—, pero te he dicho que el sexo es para después, y así no podía enjabonarte bien.

—Sabes que me la voy a cobrar, ¿verdad, gatita?

—Estoy impaciente por ver eso.

Pasa sus manos por mi miembro para cubrirlo de jabón, y regula el agua para que salga templada… gracias a Dios. Se pega entonces a mi cuerpo y poniéndose de puntillas, me besa en la boca por fin. Rodeo su cintura con los brazos y la pego a mi cuerpo, y mi erección vuelve a aparecer.

—No soy yo, te lo juro —río al ver su ceja arqueada—. Es ella sola.

—Ya… claro.

—¡En serio! Tiene vida propia. Te ve así, desnuda y mojada, y…

Se deshace de mi abrazo y sale para coger un par de toallas. Se envuelve una alrededor del pecho y me tiende otra para que me seque, y tira de mí hasta nuestra cama.

—Túmbate bocabajo —me ordena.

—¿Qué vas a hacer conmigo?

—Ya lo verás. Vamos, haz lo que te digo.

Yo la miro interrogante y le echo una ojeada a mi polla, que apunta a mi ombligo desde hace rato, y ella deja escapar una carcajada.

—No es por nada, Nadia, pero creo que es imposible que lo haga.

—¿Entiendes por qué te he echado agua fría? Ahora te harás daño.

—¿Qué vas a hacer conmigo?

—Es una sorpresa. Te va a gustar, te lo juro, pero si tienes miedo…

—Correré el riesgo.

Lanzo la toalla al suelo y me tumbo como ella me ha pedido. Nadia se sienta sobre mi culo, y vierte un poco de algún líquido con olor a coco sobre mi espalda.

—¿Qué es eso? No será una de esas mariconadas que utilizáis las mujeres, ¿verdad? —protesto intentando mirar el bote, sin éxito.

—Es aceite corporal, Dylan, no va a matarte.

—Quítamelo, Nadia, me da asco.

—Voy a hacerte un masaje, ¿cómo quieres que lo haga si no?

—¿Con crema?

—No tengo crema, tendrás que aguantarte con esto.

—Está bien, pero luego te untaré yo a ti con el potingue ese.

—No hará falta, te lo aseguro.

Siento sus manos extender el líquido por mi espalda, y Nadia comienza a masajear mis músculos tensos. ¡Dios, qué gustazo! Mi mujer es experta en masajes curativos, de eso no hay duda. Sabe presionar en los puntos exactos para deshacer los nudos de tensión de mis músculos, y a punto estoy de babear de gusto. Sus manos extienden el aceite por mis brazos, para volver a mis omóplatos, bajar por el centro de mi espalda hasta mi culo y volver a subir.

Nadia se da la vuelta para continuar su masaje por mis piernas. Masajea mis pies, introduciendo sus dedos entre los míos, masajeando a conciencia la planta, y sube por mis gemelos hasta llegar a mis muslos. Pronto sus manos son sustituidas por algo mucho más… erótico, mucho más excitante. Por el rabillo del ojo la veo echar aceite sobre su pecho, y sustituye las manos por ellos. Restriega sus tetas aceitosas por mi espalda, arriba y abajo, y su sexo acaricia mi culo cada vez que ella se mueve. Tengo que levantar las caderas para no hacerme daño en la polla, porque la erección que había menguado a causa de la relajación ha vuelto a crecer, pero en ese momento mi mujer me da la vuelta y hunde la lengua en mi boca.

—Cariño, me vuelves loco —susurro entre beso y beso.

—Aún no he terminado contigo.

La observo echar una buena cantidad de aceite sobre mi pecho, y vuelve a sus travesuras. Ahora, cada vez que se restriega contra mí su sexo acaricia mi polla, y tengo que apretar los dientes para no terminar jadeando. Sus labios están impregnados de aceite, y resbalan deliciosamente sobre el tronco de mi verga. Ahora ella también está excitada, tiene los labios entreabiertos intentando hacer entrar más aire en sus pulmones, y sus ojos hace rato que se han cerrado en busca de las sensaciones.

En uno de sus movimientos, mi glande impacta con la abertura de su sexo, y Nadia gime, sostiene mi polla en su mano y la adentra en su cuerpo por completo.

—¡Dios, sí! ¡Justo así! —susurra.

Comienza a moverse despacio, apoyando sus manos en mi pecho, sin apartar su mirada de la mía. Veo sus pechos botar delante de mi cara, e intento alcanzarlos, pero ella me lo impide con una sonrisa.

—No quiero correrme tan pronto —aclara.

La sostengo de las caderas para intentar que aumente el ritmo, pero ella sigue haciéndolo a su manera, peligrosamente lento, deliciosamente sexy. El tiempo se para de repente, no existe nada más que ella, yo y nuestra enorme cama, y disfruto escuchando sus dulces gemidos salir de su boca.

—¡Joder, Dylan! ¡Sí, sí!

—Necesito que te muevas más deprisa, cariño… no puedo más…

Ella accede a mis deseos, y sus movimientos se vuelven frenéticos mientras me ofrece sus pechos. Los muerdo, los succiono, me doy un festín con ellos mientras siento sus flujos correr por mis muslos abiertos. El placer aumenta por momentos, mi mujer gime a gritos cada vez que mi polla entra por completo en su cuerpo. Sus músculos se contraen a mi alrededor, consiguiendo que mi verga corcovee. La siento tensarse, correrse, y tras un par de embestidas más, la sigo yo también.

Permanecemos largo rato tumbados en la cama. Ella está apoyada en mi pecho, yo miro al techo sin pensar en nada. Es relajante estar así, sin preocupaciones, pero el golpeteo de unos nudillos en la puerta me hace protestar.

—Yo abro —dice Nadia saltando de la cama para envolverse con su bata—. Debe ser la cena.

La observo correr de puntillas por el pasillo, y me cruzo de brazos a la espera de su regreso.

—¡Vaya! Así que Dylan no es tan santo como pretende hacer ver a todo el mundo y también le van los devaneos…

¿Alexia? Me levanto de un salto de la cama y me lío la toalla a la cintura para salir al salón, porque me veo venir una pelea de gatas de órdago.

—¿Disculpa? —contesta Nadia— No sé quién serás tú, pero mi marido no tiene devaneos con nadie más que conmigo.

Casi sonrío al escuchar el retintín que le ha puesto a “mi marido”, pero me coloco serio a su espalda, apoyando las manos en sus hombros.

—¿Se puede saber qué demonios significa eso? —protesta Alexia mirándome con fuego en los ojos.

—¿Y se puede saber qué demonios haces tú aquí? —contraataco yo.

—¡No me cambies de tema! ¿Qué es eso de “su marido”? Estará de broma, ¿verdad? 

—En absoluto. Te presento a Nadia Fisher, mi mujer.

—¿Has perdido la cabeza? ¡Estás prometido conmigo!

—¡Ah! ¿Sí? Pues rompo el compromiso.

—¡No puedes hacerme esto, maldita sea!

—Claro que puedo. Lo he hecho, que no es lo mismo.

—Hablaré con mi padre para que no haga negocios con el tuyo, os hundiré.

—Creo que no estás al día de las noticias, ¿verdad, querida? Mi padre ha descubierto el plan del tuyo, así que no hay nada que puedas hacer. Ya he salvado a mi empresa, dicho sea de paso, así que espero que tengas buen viaje.

Intento cerrar la puerta en sus narices, pero ella mete su maleta en medio para impedírmelo.

—¿Es que no te das cuenta de que ella lo único que quiere es tu dinero?

—Cariño… Creo que me confundes contigo —contesta Nadia—. Soy la hija de Alí Al-Naibi, no necesito casarme por dinero, como tú.

—Será mejor que te vayas, Alexia. Tú y yo no tenemos nada que hablar ya —digo yo.

—Esto no quedará así, Dylan, te lo juro.

Alexia se da la vuelta y se marcha protestando en voz baja, y Nadia deja ir la puerta hasta cerrarse. Intento besarla, pero me esquiva y se sienta en el sofá.

—¿Qué ocurre? —protesto.

—Tu padre no sabe nada de nuestro matrimonio, ¿no es cierto?

—No creí que tuviese que darle explicaciones de lo que hago con mi vida a estas alturas.

—Sigue creyendo que vas a casarte con Alexia, Dylan. Debes contárselo.

—¿Para qué? ¿Para que se pase incordiándome el poco tiempo que nos queda en Dhahran? No, gracias, ya le informaré cuando volvamos a casa.

—Será peor si no se lo dices. ¿Es que quieres que te desherede?

—¿Y qué más da si lo hace? Tengo dos carreras, Nadia, puedo ejercer en cualquiera de ellas.

—Pero perderás la empresa, y…

—Nadia —digo cogiéndola firmemente de los hombros—. Me importa una mierda la empresa de mi familia. Si por mí fuera la habría abandonado hace mucho tiempo, créeme. Deja de preocuparte, ¿quieres?

—No voy a gustarle, ¿no es así?

—¿Y qué más da, Nadia? Me gustas a mí, que soy el que cuenta. ¿A qué viene todo esto?

—¡No lo sé! Es solo que… me he sentido amenazada.

—¿Tú, amenazada?

Casi se me desencaja la mandíbula de la sorpresa. ¿En serio una mujer como Nadia se ha sentido amenazada por Alexia?

—Ella cuenta con el apoyo de tu familia, Dylan. ¿Con qué cuento yo?

—Conmigo.

La levanto del sofá de un tirón y la pego a mi cuerpo.

—Nadie va a decidir con quién paso mi vida, y me da igual que mi padre no te soporte. Si no quiere verme contigo, ya sabe lo que tiene que hacer… dejarme en paz. Eres mi mujer, Nadia, lo eres porque a mí me ha dado la gana, no porque nadie me lo haya impuesto, que no se te olvide. Es Alexia quien debe verse amenazada por ti, no al revés.

Ella asiente y apoya la cabeza en mi pecho con un suspiro.

—¿Dónde ha quedado aquella mujer que me pateó los huevos en nuestra noche de bodas? —bromeo.

—Olvidó que tienes una vida aparte de ella y que tiene que hacerse a la idea.

—Cuando volvamos a Austin buscaremos una casa para nosotros, y una vez instalados, conseguiremos que trabajes en el hospital. Necesitas hacer algo, cariño, estar ociosa tanto tiempo va a terminar por volverte loca.

—¿En qué lo has notado? —bromea.

—Bien… esa es mi chica.