La vida ha vuelto a la normalidad… más o menos. Nadia encontró un piso que se ajusta bastante bien a nuestras necesidades, y después de amueblarlo, hace una semana que vivimos en él. Mi padre por fin se ha jubilado, y aunque aún interviene en la empresa más de lo que me gustaría, por fin soy el director general de Chevron Corp, y puedo tomar decisiones por mi cuenta.
Aunque se guarda mucho de decir nada al respecto, no está para nada contento con mi matrimonio. Me lo dejó muy claro a la mañana siguiente de nuestra llegada, cuando me reuní con él en su despacho.
—¿En serio has dejado plantada a una mujer como Alexia por una niña? —dijo nada más cerrar la puerta a mis espaldas.
—O nos centramos en los negocios, papá, o salgo por esa puerta y no vuelvo a hablarte en tu vida.
—¿Y qué esperas que haga si estás tirando tu futuro por la borda? ¿Quedarme callado?
—¿Pero qué futuro, papá? ¿Es que no te enteras de que Nadia es la hija del hombre más poderoso de Arabia Saudí? ¡Es la hija de Al-Naibi, no una cualquiera de un burdel!
—Pero Alexia…
—¡Deja ya de nombrar a esa zorra! ¡Te juro por Dios que como no dejes tu comportamiento me largo y no vuelves a verme el pelo! Y a ver quién va a ser el guapo que dirija la empresa si me voy, porque mi hermano no está nada dispuesto a hacerlo.
—David es perfectamente capaz de llevar esta empresa.
—Cierto, pero no quiere hacerlo, y a él no puedes obligarlo a hacer lo que se te antoje, y lo sabes.
Esa fue la última alusión al tema durante todo este tiempo. Nadia se ha hecho muy amiga de mi madre, y ambas han disfrutado enormemente gastando dinero en decorar la casa, en ir de compras y sorprenderme con cualquier fruslería a la que no suelo prestar la menor atención.
Hace una hora que estoy en el despacho sin poder prestar atención al trabajo. He dejado a Nadia vistiéndose para reunirse con mi madre e ir a comprar sábanas de seda, el último antojo de mi mujer, y creo saber cuál es el uso que piensa darles. Ahora mismo estarán quemando la tarjeta de crédito en el centro comercial, pero no me importa lo más mínimo. Ahora que Amín ha solucionado con su compra los problemas de la empresa no tengo que preocuparme por el dinero, y reconozco que disfruto enormemente viendo a Nadia tan feliz. Solo nos falta una cosa para que nuestra felicidad sea completa: que mi mujer se quede pronto embarazada.
El sonido del teléfono me saca de mi ensimismamiento, y ya no vuelvo a pensar en ella hasta las ocho de la noche. Tres reuniones importantes terminan por dejarme destrozado, y lo único que me apetece ahora mismo es darme una ducha y acostarme con mi mujer.
Cuando llego a casa, encuentro a Nadia sentada viendo la televisión, y apenas levanta la vista cuando me ve soltar el maletín sobre la mesa.
—Estoy molido —suspiro quitándome la corbata.
—Te traeré la cena —contesta intentando levantarse, pero la siento en mis rodillas y la abrazo con fuerza.
—Primero dame un beso.
Ella forcejea y se suelta de mi agarre sin hacerlo, y sale en dirección a la cocina sin mediar palabra. ¿Qué demonios le pasa? ¿Acaso está en esos días del mes? Me acerco a ella por detrás y la abrazo enterrando la cara en su cuello.
—¿Qué te ocurre? ¿Estás enferma? ¿Tienes la regla?
—¿Qué pasa, que siempre que estoy de mal humor tiene que ser por el periodo? —me sorprende gritando.
—¡Eh, que solo te he preguntado qué te ocurre!
—¡Pues no me pasa nada!
Nadia me pone la cena en la mesa de muy malos modos y se da la vuelta para irse al dormitorio.
—Me voy a la cama. Estoy muy cansada.
Decido dejarle un poco de intimidad. No sé qué demonios está pasando, sobre todo cuando esta mañana nos hemos despedido haciendo el amor. Después de cenar, me doy una ducha y me meto entre las sábanas, y pego mi cuerpo al suyo para besarla en la mejilla.
—¿Qué he hecho que sea tan terrible? —susurro.
—Déjame, Dylan. Estoy cansada.
—Vamos, cariño. Cuéntame qué te pasa.
Nadia se sienta en la cama con un suspiro y enciende la luz de la mesita de noche.
—Dijiste que cuando llegásemos a Austin me darías el divorcio si quería. Bien, pues quiero el divorcio.
Su confesión cae como un jarro de agua fría sobre mi cuerpo. ¿El divorcio? ¿Acaso se ha vuelto loca? ¿Cómo demonios iba yo a vivir sin ella? me siento en la cama y me paso las manos por la cara antes de volver a mirarla.
—Creo que no te he oído bien —digo.
—Me has escuchado perfectamente, Dylan. Yo nunca quise casarme contigo, y no he cambiado de opinión al respecto. Estoy cansada de jugar a ser la esposa feliz y contenta, y necesito mi libertad.
—¿Y qué demonios ha sido nuestro matrimonio estos últimos meses? ¿Una puta farsa?
—Mi salud mental exigía que me llevase bien contigo, nada más.
—¿Y qué me dices del sexo? ¿Eso también ha sido fingido?
—El sexo era bueno, y ya que teníamos que estar casados…
—A ver si lo estoy entendiendo bien… Me engañaste, me utilizaste, y ahora pretendes deshacerte de mí. ¿Es eso?
—¡No fui yo quien te obligó a casarse conmigo!
—¡Maldita sea, Nadia! ¡Creí que eso ya había quedado atrás!
—Quiero divorciarme de ti. Es tan simple como eso. ¿Por qué no quieres entenderlo?
—¡¡Porque no me cuadra, joder!! ¡¡Porque hace apenas doce horas eras la mujer más feliz del mundo entre mis brazos!! ¡¡Porque has comprado esta casa conmigo tan ilusionada como yo!! ¿Te parecen suficientes motivos?
—Me da igual que no te cuadre, Dylan. He estado pensándolo todo el día, y es lo que quiero.
—No me jodas, Nadia… ¿Qué cojones ha pasado para que pases de quererme a odiarme?
—¡Yo nunca te he querido!
—¿Ah, no?
La aprisiono contra el colchón y pego mi cuerpo al suyo.
—¿Y por qué jadeas ahora mismo, Nadia? ¿Por qué tus pezones se han endurecido? ¿Por qué tu coño se eleva buscando mi polla?
—Eso se llama lujuria.
—¡Y una mierda lujuria! No pienso rendirme, ¿me oyes? No pienso darte el divorcio —digo con los dientes apretados—, y no pararé hasta averiguar qué coño te ha pasado para que me lo pidas justo cuando todo nos va a las mil maravillas.
—¡Que te jodan, Dylan! ¡Si eres ciego no es mi puñetero problema!
Nadia se levanta de la cama y se dirige a la puerta.
—¿A dónde coño vas? —pregunto.
—¡A dormir en la otra habitación! No pienso volver a dormir contigo nunca más.
—Te arrepentirás de esto, Nadia. Te juro que te haré tragarte tus palabras una a una.
Ella se para en la puerta, y me mira con los ojos anegados en lágrimas.
—Cuanto antes aceptes que lo nuestro ha terminado, mucho mejor será para todos —susurra antes de salir cerrando la puerta suavemente.
Salgo tras ella, pero cuando llego al cuarto de invitados ella ya ha echado el cerrojo.
—¡Abre la puerta, Nadia! ¡Esta conversación no ha terminado! —grito aporreando la puerta.
—¡Yo ya he dicho todo lo que tenía que decir!
—¡Y una mierda! ¡Me debes una explicación!
—¡No te debo nada, Dylan! ¡Eres tú quien me debe la libertad!
—¡Te la di cuando me casé contigo, joder!
—Márchate, Dylan. Déjame sola.
Doy un puñetazo en la madera antes de volver a mi dormitorio. Estoy cabreado, muy cabreado, y sé que no voy a poder pegar ojo en toda la noche, así que me visto y salgo a correr por la ciudad. A esta hora todo está en calma a orillas del río Colorado, y puedo pensar con claridad. ¿Qué ha cambiado desde anoche para que quiera terminar con lo nuestro? Ni siquiera hemos discutido desde que volvimos. Nadia se ha mostrado ilusionada con todo lo que hemos hecho juntos, y parece haber congeniado muy bien con mi madre. Quizás ella sepa algo al respecto, quizás ha confiado en ella lo suficiente para desahogarse y contarle sus preocupaciones.
Me encuentro casi sin pretenderlo ante la casa de mis padres, y por suerte la luz de la entrada está encendida, señal de que mi madre aún está despierta. En cuanto toco al timbre, escucho sus pies descalzos deslizarse por la alfombra.
—¿Dylan? —pregunta asustada— ¿Qué ocurre? ¿Nadia está bien?
—Tengo que preguntarte algo.
—Pasa, iba a tomarme un té. ¿Quieres tomar algo?
—Estoy demasiado alterado para tomar nada.
—¿Qué pasa, hijo? Me estás preocupando.
—Nadia me ha pedido el divorcio.
La sorpresa en su rostro me demuestra que a ella la noticia la ha cogido tan desprevenida como a mí. Se deja caer en la silla de la cocina y me mira con los ojos como platos.
—No puedes estar hablando en serio.
—Es una locura, lo sé. Todo iba perfectamente, mamá. No entiendo qué ha pasado para que quiera terminar con lo nuestro.
—¿Habéis discutido?
—Claro que hemos discutido… después de que me pida el divorcio.
—No lo entiendo… esta mañana estaba muy feliz. Incluso bromeó con las sábanas nuevas. Nadie cambia de opinión tan deprisa.
—¿Qué puedo hacer? No quiere hablar conmigo. No me ha dado ninguna explicación.
—Sé paciente, hijo. Dale un poco de espacio y habla con ella cuando esté más calmada.
—¿Cómo puedo serlo si no sé qué demonios pasa?
Mi madre se queda mirándome fijamente y aprieta mi mano entre las suyas.
—Te has enamorado de ella, ¿no es así?
—¿Cómo no hacerlo?
—Intentaré ayudarte en todo lo que pueda, hijo. Me gusta mucho Nadia, y me gustaría que me dieseis un nieto un día de estos.
—Pues me temo que como no consiga solucionar lo que sea que ocurre, vas a tener que conformarte con los hijos de mi hermano.
Vuelvo a casa derrotado, y me meto en la cama para intentar pasar la noche, aunque no consigo pegar ojo. Cuando suena mi despertador, me doy una ducha y voy a la cocina a tomarme el café. Nadia no está por ninguna parte, ha desaparecido del mapa. Vuelvo a la oficina con aire cansado, y me paso todo el día sin prestar atención a nada. Llego a casa temprano, esperando hablar con Nadia sobre lo de anoche. La encuentro en la cocina, preparando algo de cenar. No puedo evitarlo, no puedo resistir la tentación de demostrarle que lo nuestro tiene sentido, así que me acerco a ella por detrás y sujeto sus manos con una de las mías para recorrer su cuello con besos húmedos.
—¿Qué crees que estás haciendo? —grita ella— ¡Suéltame!
—Ni lo sueñes.
Busco con la mirada hasta ver el paño de cocina, y ato con él sus muñecas al primer cajón del armario. Ahora está atrapada, y con un poco de persuasión lograré que se rinda a mis caricias.
—¡Dylan, para de una vez!
—Voy a demostrarte que lo nuestro no es solo sexo, Nadia. Voy a conseguir que te rindas.
No la dejo responderme. Sostengo su cara con mis manos y hundo la lengua en su boca. Al principio ella se resiste, pero pronto consigo que su lengua empiece a buscar la mía. Mis manos suben la tela de su vestido hasta encontrar su sexo, y lo acaricio sobre el encaje de sus bragas hasta que un gemido escapa de su boca.
—¿Lo ves, cariño? Con solo tocarte te pones cachonda. Estás deseando que te toque por debajo de las bragas, ¿no es así?
—Si te importo algo, suéltame.
—Porque me importas no lo hago, nena. ¿No lo ves?
Masajeo con mi mano libre uno de sus pechos, amasándolo despacio, hundiendo un poco más el dedo entre sus pliegues, humedeciendo la tela de las braguitas. Nadia se muerde el labio intentando no gemir, y cierra los ojos aunque intenta apartar mi mano de su cuerpo sacudiéndose de un lado a otro. Pego mi polla a su trasero y la acerco al armario para impedirle moverse, y muerdo el lóbulo de su oreja antes de soplar en él suavemente.
—No te resistas, cariño… déjate llevar y disfruta de lo que tenemos.
Introduzco la mano por la cinturilla de las bragas y hundo el dedo entre sus pliegues, que están mojados, hinchados, deseando sentir mi polla entre ellos.
—¿Lo ves? Ya estás lista para mí.
—Es… lujuria.
—Miéntete todo lo que quieras, nena.
Hundo de nuevo la lengua en su boca y acaricio su clítoris en círculos pequeños, consiguiendo que jadee. Hundo dos dedos en su interior, y sus músculos se contraen al momento en busca del orgasmo. Bajo sus bragas hasta los tobillos, y hago lo mismo con mis pantalones y mis bóxers.
—Voy a follarte, nena. Voy a metértela hasta el fondo y no pienso parar de moverme hasta que grites mi nombre.
—Eres un desgraciado —susurra ella con los dientes apretados.
—Tal vez, pero tu cuerpo me busca, así que voy a darte lo tuyo ahora mismo.
Sin más, me hundo en ella hasta el fondo, muy despacio, sintiendo cada centímetro reverberar en el tronco de mi polla. Cuando siento la piel de su culo sobre mis muslos, entierro las manos por los laterales de su vestido y dejo escapar sus pechos por encima del sujetador.
—Dios, nena… Qué caliente estás…
Nadia gime, se agarra fuertemente al armario, y abre las piernas dejándome mejor espacio para moverme. Comienzo a entrar y salir de ella, moviendo las caderas en círculos, disfrutando del que quizás sea el último polvo que eche con ella. Mi mujer empieza a salirme al encuentro, y nuestras caderas chocan desesperadas a cada embestida. Sus pechos se bambolean sobre el mármol de la encimera, y el frío hace que sus pezones se endurezcan como pequeños diamantes. De su garganta salen pequeños gemidos, y su boca se entreabre buscando más oxígeno. Me agarro a sus tetas, las amaso, las aprieto entre mis dedos cada vez que un golpe de placer me recorre, y muerdo suavemente su cuello, volviéndola loca, volviéndome loco yo también.
El orgasmo se acerca, puedo sentirlo, y salgo de ella para colocarme de rodillas bajo sus piernas.
—Ahora voy a lamerte, nena… voy a beberme esa miel que corre por tus piernas.
En cuanto hundo la lengua en su sexo, Nadia grita de placer. Chupo, lamo su clítoris hinchado, y entierro hasta tres dedos dentro de su canal para acariciar su punto G. sus piernas empiezan a convulsionarse, sus nudillos se han puesto blancos sobre el mármol, y me entierro en ella de una estocada. Me muevo frenéticamente mientras acaricio su clítoris, y sus músculos se exprimen cuando llegamos juntos al orgasmo.
Suelto sus muñecas del cajón, y compruebo que no le he hecho daño, solo tiene una leve rojez por la fuerza con la que ha intentado soltarse. Intento besarla, pero ella vuelve la cabeza y se aleja de mí rápidamente.
—¿Estás satisfecho? —me reprocha.
—Ni por asomo.
—Si antes tenía claro que quería el divorcio, ahora no tengo ninguna duda. Te has cubierto de gloria con tu arranque de machismo, Dylan. Me esperaba de ti cualquier cosa, pero no esto.
Cierra la puerta de su nuevo dormitorio de un portazo, y me dejo caer en el sofá sintiéndome como una auténtica mierda.