El avión con destino a Austin por fin va a tomar tierra. Después de tres semanas, los médicos decidieron ayer que no había peligro en viajar, y Nadia tardó dos horas en hacer las maletas y empaquetar sus cosas. Tengo que reconocer que he pasado un viaje de lo más entretenido viéndola saltar de aquí a allá como a una niña pequeña, emocionada con volver al país que tanto adora.
Como esperaba, mi padre ha mandado una limusina a recogernos, y llegamos a mi piso en menos de una hora. Al entrar, Nadia da una vuelta por el salón, acariciando los pocos objetos que adornan los muebles.
—Tu apartamento es tan austero como tu despacho de Dhahran, Dylan —protesta.
—La verdad es que no pasaba demasiado tiempo aquí. Vamos, te enseñaré nuestro dormitorio y el baño. Puedes darte una ducha y después iremos a cenar.
—¿No podemos quedarnos aquí? Podríamos pedir comida china y cenar en casa.
—Sin problema, la verdad es que yo también estoy cansado.
Mientras Nadia se da una ducha, me siento en el sofá a revisar el correo, y pido la comida al restaurante de la esquina. Lo primero que veo son sus pies descalzos sobre la madera del suelo, y levanto poco a poco la vista para encontrarme con sus piernas casi desnudas, y su cuerpo cubierto con un minúsculo pantalón de seda negro y una camiseta a juego con la parte del pecho de encaje.
—Vas a pasar frío con eso —comento con la boca seca sin apartar mis ojos de sus pechos.
—No te preocupes, tengo una bata a juego. A fin de cuentas el clima aquí no es demasiado frío, ¿verdad?
—Tampoco es el clima del desierto.
—¿Es que no te gusta? Me lo compré el último día que estuvimos en Dhahran para celebrar nuestra vuelta a casa.
Me levanto lentamente sin apartar mis ojos de ella, y la cojo de la mano para hacerla dar una vuelta completa y fijarme en que los cachetes de su culo se escapan del confinamiento del pantalón.
—¿Es que te has propuesto volverme loco?
—Tal vez.
Me acerco a besarla, pero el timbre de la puerta me interrumpe. Nadia se cuela por debajo de mi brazo y se deja caer en el sillón con las piernas cruzadas y coge el mando de la televisión.
—Ve a abrir, Dylan, me muero de hambre.
Pago al repartidor interponiéndome entre su mirada curiosa y mi mujer, y cierro la puerta en sus narices. En cuanto me siento junto a ella, Nadia me arranca una de las bolsas de las manos y comienza a husmear en las cajas de comida con los palillos chinos en la boca.
—Echaba tanto de menos esta comida… —susurra.
—Eres una mala influencia para mí, ¿lo sabías?
—Reconoce que a ti también te gusta. He visto el folleto publicitario pegado en el frigorífico con un imán.
—Hay cosas que me gustan mucho más —ronroneo.
—Ni hablar, Lucifer, hasta que no cenemos no hay sexo.
—Eso quiere decir que lo habrá —afirmo.
—¿Bromeas? Llevo tres semanas sin poder hacerlo, estoy que me subo por las paredes.
—No ha sido culpa mía… órdenes del médico.
—Yo creo que ese tipo era gay y que te echó el ojo. Por eso me prohibió el sexo.
—¿Celosa? —pregunto riendo.
—¿Yo? En absoluto. Estás casado conmigo, no con él.
Nadia se levanta a llevar los envases vacíos a la basura, y la sigo para arrinconarla contra la encimera y subir mis manos por sus caderas.
—Cierto… me he casado contigo. Y ahora voy a follar contigo.
Subo mis manos por su estómago y las cuelo bajo la tela de la camiseta hasta encontrar sus pechos suaves. Los amaso mientras beso su cuello, y Nadia deja caer la cabeza en mi hombro y acaricia mis manos con las suyas.
—Vamos a tomárnoslo con calma, preciosa —susurro—. Tenemos toda la noche y mañana no hay que madrugar.
Su mano juguetona sube por mis vaqueros hasta mi polla, y vuelve a bajar para agarrarme del culo y pegarme a ella. La vuelvo hacia mí y abarco uno de sus pechos con mi boca caliente, lamiendo su pezón, que comienza a florecer. Sus manos se pasean por mi espalda, por mi cabeza, y sus suspiros consiguen que mi verga empiece a crecer dentro del pantalón. Mi lengua continúa jugueteando con su pezón un rato más, y su mano agarra su otro pecho para pellizcárselo con fuerza, consiguiendo que un gemido escape de su garganta.
—Te deseo, Dylan —susurra—. Quiero sentirte dentro de mí.
—Tranquila, gatita, me sentirás.
Tiro de ella hasta la isla de la cocina, y la hago apoyar las manos en ella para bajarle lentamente el pantaloncito por las piernas. Me arrodillo detrás de ella y beso su culo prieto mientras mis manos recorren sus gemelos. El tanga de florecitas se le ha bajado un poco, y su sexo asoma por el borde, tentándome. Acerco entonces una de las banquetas altas y subo una de sus piernas en ella, dejándola abierta a mí, y retiro un poco la tela de sus braguitas para darme un festín con su sexo.
—Mmm… Este postre es mi preferido —susurro antes de lamerla.
Al primer contacto de mi lengua, Nadia se estremece y se sostiene con fuerza a la superficie de mármol. Lamo su entrada, su clítoris. Absorbo sus labios, que cuelgan levemente, y hundo un dedo en su canal para oírla gemir. Nadia se coge un pecho y lo estruja, lo amasa, pellizca el pezón entre el índice y el pulgar, y cierra los ojos disfrutando de las pasadas de mi lengua húmeda y caliente.
—Joder, Dylan… Qué bien lo haces —susurra.
Me deshago de sus braguitas y me coloco frente a ella para poder masturbarla mejor. Hundo mi lengua entre sus pliegues, y juego con su clítoris mientras mi dedo incursor se adentra entre los pliegues de su abertura, y hurgo hasta encontrar su delicioso punto G. Nadia se arquea, gime, se agarra con fuerza al respaldo de la banqueta, y aprieta mi cabeza con fuerza contra su sexo, casi sin dejarme respirar.
Nadia se revuelve para deshacerse de mi boca, y se lanza a mis brazos para desnudarme por completo. Acto seguido se apoya en el asiento de la banqueta con los codos, poniendo en pompa su precioso culo, y lo contonea mirándome por encima del hombro con una sonrisa.
—Fóllame, Dylan… Déjate de lentitudes hoy.
Joder, no tiene que pedírmelo dos veces, me acerco por detrás y me empalo en ella, pero está demasiado baja, así que apoya los pies en las barras del taburete y se yergue sobre él, agarrándose al respaldo. Esta vez, mi polla se desliza fácilmente dentro de ella, y comienzo a moverme deprisa, impactando contra ella a cada estocada, sosteniéndome en sus pechos.
—¡Dios, Dylan, sí! ¡Dame más! ¡Dame más!
Echaba tanto de menos estar dentro de ella, oírla gritar mi nombre entre jadeos, sentir su carne dentro de mis manos… Me muevo una y otra vez, observo cómo mi polla entra y sale de ella, sintiendo sus fluidos caer por mis muslos. Tres semanas sin tocarla es demasiado, y ahora que la tengo entre mis brazos creo que voy a enloquecer.
—Me echabas de menos, ¿verdad, preciosa?
—¡Dios, no sabes cuánto! ¡Más fuerte, Dylan! ¡Dame más fuerte!
Entierro la mano entre sus pliegues para encontrar su clítoris hinchado, y lo acaricio rápidamente hasta que siento sus músculos contraerse en un orgasmo. Tiro de ella hacia el suelo de madera, y me tumbo de espaldas para dejarla montarme como solo ella sabe.
—Así que quieres que te monte, ¿eh, vaquero? —ronronea acariciando mi glande con los labios de su coñito.
—No voy a hacer yo todo el trabajo…
—Debería castigarte sin sexo por lo que acabas de decir.
Intenta levantarse, pero elevo las caderas y me clavo en ella hasta la empuñadura, y ella grita dejando caer la cabeza hacia atrás.
—Va a ser que no, preciosa. Aunque me montes, sigo mandando yo.
Nadia se pone en cuclillas, y apoyándose en mis muslos, comienza a moverse arriba y abajo. Veo perfectamente mi polla salir chorreando de ella, y su clítoris asoma por sus labios abiertos, así que poso mi dedo sobre él para rozarlo cada vez que ella sube.
—¡Joder, nena, qué bien te mueves!
El sonido de nuestras caderas al chocar inunda la habitación, y Nadia aprieta sus pechos para aumentar el placer. Quiero correrme, pero mi mujer se mueve demasiado despacio para mí, así que me levanto del suelo y la siento en la banqueta con las piernas abiertas. Sé que está incómoda, pero merecerá la pena el esfuerzo, así que coloco su tobillo sobre mi hombro y vuelvo a entrar en ella. Mis movimientos frenéticos contra su cuerpo me acercan al orgasmo, pero quiero que ella me acompañe, así que acaricio su clítoris con la mano que me queda libre. Ella entierra su mano en mi pelo, y con la otra se sostiene a la barra para no caer de la silla. El placer es cada vez más intenso, el orgasmo se acerca, puedo sentirlo. Mi piel se perla de sudor, siento escalofríos, mi culo se tensa… siento el orgasmo de Nadia, sus músculos ordeñándome, y me corro con un grito sordo dentro de ella.
La cojo en brazos y entramos en la ducha, donde nos dedicamos a mimarnos entre risas y caricias. Nadia vuelve al salón dando saltitos para buscar su pijama mientras me pongo el mío, y nos metemos en la cama a ver una película.
—Mañana tengo que ir a ver a mi padre —le comento por fin—. Quiero que vengas conmigo.
—¿No sería mejor que tuvieseis esta conversación a solas?
—Mi padre ya sabe que estoy casado contigo, Nadia. Alexia se lo dijo.
Mi mujer se incorpora de repente para mirarme a los ojos.
—¿Y por qué no me dijiste nada, Dylan?
—No debías preocuparte. Tenías que estar tranquila, y sabía que terminarías dándole vueltas al asunto.
—¿Qué dijo?
—Mejor no saberlo, créeme.
—¡Ay, Dios! No le caigo bien, ¿verdad?
—Cariño, me caes bien a mí, que es lo único que importa, ¿de acuerdo? Además, aún no te conoce, así que no le puedes caer mal.
—Pero no le ha hecho gracia que nos casemos.
—No, no se la ha hecho. ¿Importa eso?
—Quiero llevarme bien con él, Dylan. Es tu familia.
—Escúchame una cosa, Nadia. Ahora mi familia eres tú, y si él no te acepta, solo le queda una cosa que hacer: desaparecer de nuestras vidas.
—No digas eso.
—Es lo que siento, cariño. Para mí eres lo más importante, y no pienso consentir que lo pases mal porque mi padre esté tan ciego con Alexia que no quiera entender que yo quiero estar contigo.
A la mañana siguiente, Nadia me despierta mientras guarda algunas cosas en el armario del dormitorio. Me estiro antes de colocar los brazos bajo la cabeza y observarla divertido lanzar ropa al suelo una y otra vez.
—¡Maldita sea! —susurra.
—¿Qué te ha hecho esa pobre ropa?
—¡Joder, Dylan, qué susto me has dado! No encuentro mi vestido negro.
—¿Qué vestido?
—El que suelo ponerme con esta chaqueta —contesta mostrando una chaqueta blanca—. Estoy segura de que lo metí en las maletas, pero no está.
—¿No lo habrás metido en alguna de las cajas?
—Tal vez… ¡Maldita sea! Las cajas no llegan hasta mañana.
—No pasa nada, cariño. Ponte otro vestido. Será que no tienes…
—Sí, pero con ese parezco una mujer elegante y profesional.
—Pero si la entrevista en el hospital no la tienes hasta la semana que viene…
—Quería ponérmelo para ir a ver a tu padre.
Suspiro y me pongo de pie de un salto para envolverla entre mis brazos.
—Nena, ¿quieres tranquilizarte? Vamos a comer a casa de mis padres, con que te pongas unos vaqueros o un vestido de los que tienes ahí es suficiente.
—Quiero causarle buena impresión.
—Lo sé, pero no tienes que hacerlo. En cuanto se mire en esos preciosos ojos plateados terminará enamorado de ti.
—No seas bobo —protesta golpeándome en el brazo—. Estoy hablando en serio.
—Yo también, Nadia. Si yo me enamoré de ellos, él también lo hará.
Me alejo de ella y me dirijo a la ducha.
—Vístete de una vez, Nadia, me muero de hambre.
—De acuerdo, de acuerdo.
Cuando salgo de la ducha, veo que mi mujer se ha decantado por un vestido de flores con unas sandalias atadas en las pantorrillas. De pronto siento la ferviente necesidad de mandar a mi padre a la mierda y quedarme encerrado en la habitación con ella todo el día, desatando con mis dientes los lazos de las sandalias y subiendo por su pierna hasta encontrar sus braguitas, pero sacudo la cabeza y me acerco al mueble a coger mi ropa.
—Eres un salido, Dylan —dice Nadia riendo.
—¡Si no he abierto la boca!
—Tú no, pero tu amiga me está señalando de lo más animada.
Miro hacia mi polla, que apunta ya a mi ombligo, y me encojo de hombros antes de saltar sobre ella.
—Yo no tengo la culpa de que seas tan deseable —protesto.
Nadia sube su mano por mi muslo hasta abarcar mi verga entre sus dedos, y aprieta un poco, dejándome sin respiración.
—Aún podemos quedarnos en casa —ronronea.
—No me tientes, que eso es justo lo que estaba pensando.
—¿Y qué nos lo impide?
—Mi estómago… Y mi padre.
Nadia suspira y se aleja para terminar de maquillarme, y yo me visto para terminar de una vez por todas con el tormento que nos espera a ambos esta tarde.