Nadia ha pasado mala noche… y yo también. No he podido pegar ojo preocupado por su fiebre, pero parece que lleva unas horas bastante tranquila, y por fin la temperatura ha remitido. Llamo a Hanna para informarla de que hoy no voy a ir a la oficina, estoy cansado y prefiero quedarme con ella en casa. En casa… Curiosa palabra para referirme a una habitación de hotel. Llevamos tanto tiempo aquí que ya no sé ni cómo es mi apartamento. Llevo tanto desconectado de mi vida que ni siquiera sé si mis amigos me seguirán recordando.
Nadia gime a mi lado y se levanta de un salto para ir corriendo al cuarto de baño. La escucho vomitar, y vuelve a la cama blanca como el papel.
—¿Qué te pasa, nena? ¿Qué tienes?
—No lo sé, me he despertado con náuseas. Lo único que me faltaba es tener gastroenteritis —protesta.
—Ven aquí, pediré algo suave para que desayunes.
—Ni me hables de comida, Dylan, o volveré a vomitar.
—Pero tienes que tomarte el medicamento para la fiebre, cariño.
—No puedo comer nada, Dylan, de verdad.
Suspiro y la envuelvo entre mis brazos.
—Duerme un poco entonces, no hemos pegado ojo en toda la noche.
—¿No vas hoy a la oficina?
—No, estoy demasiado cansado. Además, prefiero quedarme cuidando de ti.
Me despierto cerca de las tres de la tarde con un hambre voraz. Pido que suban algo sustancioso para mí, y un poco de caldo y pollo a la plancha para Nadia. Ella aún sigue dormida, así que me doy una ducha y me siento en el sofá a ver las noticias mientras llega la comida. Me levanto al oír unos golpes en la puerta, pero en vez del almuerzo es otra vez esa endemoniada mujer.
—¿No te cansas de molestar, Alexia? —protesto— ¿Qué mosca te ha picado ahora?
—¿No me invitas a pasar? —pregunta mirando por encima de mi hombro— Veo que estás solo.
—Pues no, no lo estoy. Mi mujer está en el dormitorio. Y si te invito a algo será a una copa de arsénico.
—Por favor, Dylan, seamos civilizados. Vengo en son de paz.
Con un suspiro, abro la puerta y dejo que pase. Alexia se sienta muy recta en el sofá, y me mira interrogante.
—¿No me invitas a una copa?
—No. Di lo que tengas que decir y lárgate.
—Por Dios, qué poco cortés. ¿Tu mujer no se une a nosotros?
—Está enferma, así que apresúrate en hablar, que tengo que volver con ella.
—Cuando yo estaba enferma no me cuidabas así.
—Tal vez es que tú no te lo merecías.
—Muy bien, siéntate que podamos hablar.
Me siento en el otro sillón de la estancia, procurando estar lo más alejado de ella, pero Alexia se levanta y se sienta a mi lado.
—Quería disculparme por mi comportamiento.
No puedo evitar echarme a reír. ¿Alexia, pidiendo disculpas? ¡Ni de coña! Esta víbora tiene algún plan siniestro burbujeando en su cabeza.
—¿Por qué te ríes así? Estoy siendo totalmente sincera.
—Déjate de trucos, Alex. Te conozco demasiado bien como para caer en tus engaños.
—Me lo merezco, no he sido demasiado justa contigo, pero te lo digo de corazón.
—Muy bien, disculpas aceptadas. Y ahora si me permites…
Intento levantarme, pero Alexia se lanza sobre mí con intención de besarme. Por fortuna, soy más rápido que ella y vuelvo la cara justo a tiempo, y veo a Nadia en el umbral de la puerta, echando fuego por los ojos.
—¡Quítale las manos de encima a mi marido, zorra asquerosa!
Ahora tengo a Alexia en el regazo, ahora ya no. Me incorporo para ver cómo mi dulce esposa saca a Alexia de la suite arrastrándola del pelo. Como toda una Neanderthal.
—Que no vuelva a verte acercarte a mí o a mi marido —escupe con los dientes apretados— o juro por Dios que te mataré.
—¡Maldita chiflada! ¡Mira lo que has hecho con mi pelo!
—La próxima vez no seré tan cuidadosa.
Dicho esto, cierra la puerta de un portazo, y se vuelve hacia mí sin cambiar su expresión.
—¡Eh! —exclamo poniendo los brazos en alto— ¡Que yo no he hecho nada!
Nadia se ríe avergonzada y se deja caer junto a mí en el sofá.
—Ya estaba empezando a hartarme de ella —reconoce.
—Ven aquí, mi pequeña cavernícola —río abrazándola—. Solo te ha faltado decir “Yo Jane, él mi Tarzán”.
—¿Te divierte? —protesta intentando alejarse.
—Y me pone cachondo.
Hundo mi boca en el hueco de su cuello, y le doy besos pequeños desde la oreja hasta el hombro.
—¿Te encuentras mejor? —pregunto.
—Me he despertado mucho menos dolorida, y parece que mi estómago se ha terminado asentando.
—¿Lo suficiente para tomar un poco de caldo? He pedido la comida, debe estar al llegar.
—Tal vez pueda comer algo, tengo un poco de hambre.
—Si en un par de días no te encuentras mejor, volveremos al médico.
—Sí, papá.
—Pues me gustaría serlo algún día, ¿sabes?
—¿De verdad? —pregunta sorprendida.
—¿Acaso a ti no te gustaría tener hijos?
—¡Claro que sí! Me encantan los niños, pero no creí que a ti te gustasen.
—¿Bromeas? Deberías preguntar a mis sobrinos quién es el tío más guay del mundo…
—¿Cuántos sobrinos tienes?
—Tres, dos niñas y un niño. Mi hermano se casó a los veinte años con su novia de instituto y se pusieron muy pronto a formar su familia. Jane, la mayor, tiene ahora dieciséis años, Claire tiene trece y el pequeño Jay tiene cinco.
—A mi hermano Amín le encantan los niños, pero Sora no puede tener hijos.
—¿En serio? No tenía ni idea.
—Acudió a urgencias para que le practicasen una simple apendicectomía y terminó yéndose a casa sin matriz. El hospital tuvo que indemnizarla, pero nunca volvió a ser la misma.
—Pueden adoptar, ellos no tendrán problemas para hacerlo.
—Ya lo han hecho. Aún están en trámites de adopción, pero si todo marcha bien en un par de meses tendrán a la pequeña Lía en casa.
En ese momento llega la comida, y Nadia se divierte viéndome comer mientras bebe a sorbos el caldo que le han traído.
—Estoy cansada, Dylan —susurra un rato después—. ¿Vienes conmigo a la cama?
—Ve tú, dentro de un rato iré a verte —digo sin apartar la vista de la película que estoy viendo.
Nadia se saca el camisón por la cabeza y se sitúa delante del televisor completamente desnuda.
—Repito… ¿Vienes conmigo a la cama?
—¿Estás segura? Aún estás enferma.
Aunque intento aparentar calma, estoy a mil por hora. Me muero por hacer el amor con ella, pero aún debe estar débil, y…
—Fóllame, Dylan. ¿Te lo digo más claro?
No tiene que repetírmelo dos veces, la cojo de la mano y tiro de ella hasta la cama, donde la dejo tumbarse despacio.
—¿Sabes lo sexy que eres? —susurro apartando el pelo de su cara— Me vuelves loco, Nadia.
Uno mis labios a los suyos y jugueteo lentamente con su lengua. No quiero apresurarme, mi mujer no está para esos trotes y yo puedo tomármelo con calma por una vez. Siento sus manos subir por mis brazos hasta enlazarse en mi cuello, y sus uñas me hacen cosquillas en la nuca. Su cuerpo cálido se contonea bajo el mío, y sus piernas acarician mis gemelos subiendo y bajando por ellos.
Continúo un reguero de besos por su cuello hasta llegar a sus pechos, y me meto uno en la boca para succionar su pezón. Los gemidos apenas audibles de mi mujer llenan el aire de la habitación, y sus manos se pasean por mi espalda, acariciándome. Su piel sabe a canela, y mi boca pasa a lamer el otro pequeño botón enhiesto.
—Sí, Dylan… ¡Me encanta! —susurra Nadia.
Bajo mis besos por su estómago, hasta llegar a su sexo caliente, y ella abre instintivamente las piernas para dejarme sitio entre ellas. Mis hombros se encajan entre sus muslos, y abro los pliegues de su sexo con los dedos para darle un lametazo y humedecerlos.
—Mmm… Qué rico —ronroneo.
Acaricio con mis dedos sus pliegues, su clítoris, la entrada de su sexo, y los sustituyo con mi lengua caliente, con mis labios, con mis dientes. Lamo, muerdo, succiono sus labios, su clítoris, sus muslos, y Nadia se retuerce aletargada sobre la cama. Mi polla corcovea entre mis muslos, y me yergo sobre ella para entrar por completo en su cuerpo. Cierro los ojos ante el placer que siempre me produce esta primera vez, el primer roce de su carne con la mía, y comienzo a moverme en embestidas lentas, mientras siento su lengua pasearse por mi pecho.
Me sostengo en los antebrazos para no caer con todo mi peso sobre ella, y la observo jadear a cada embestida, hundiendo las uñas en la carne de mis brazos, hincando los talones en mi culo para quedar más abierta para mí. El sudor corre por su frente humedeciendo su pelo, y lo aparto para unir mis labios a su piel. Aumento la intensidad de mis acometidas, y Nadia se tensa cada vez más bajo mi cuerpo. Siento sus músculos internos engullirme, siento reverberar su orgasmo sobre mi carne, y con un gemido sordo me corro dejándome caer a su lado en la cama.
Me despierto horas más tarde un poco desorientado, no estoy acostumbrado dormir tanto, y busco a mi mujer por la habitación. Me levanto de la cama y la busco en el baño, en el salón, pero no está por ningún sitio, y veo su móvil sobre la mesa de café.
—¿Nadia? —la llamo sin obtener respuesta —¡Nadia!
Vuelvo al dormitorio para vestirme rápidamente y salir a buscarla, pero el sonido de la puerta me detiene en seco. La veo entrar de puntillas con unas bolsas en la mano, y me apoyo en el quicio de la puerta con los brazos cruzados.
—¿Dónde estabas? Iba a salir a buscarte.
Nadia da un salto y casi deja caer las bolsas que trae en las manos.
—¡Joder, Dylan! ¡Casi me matas del susto!
—Y tú casi me matas a mí desapareciendo de esa manera.
—He ido a comprar unas cosas. Estoy cansada de la comida del hotel.
—Si me lo hubieras dicho, habría ido yo, nena. Estás enferma.
—No he ido muy lejos, Dylan. Y ya me encuentro mucho mejor.
Meto la nariz entre las bolsas para encontrarme ¡con dos hamburguesas de McDonald’s! no puedo evitar reírme ante el descubrimiento.
—¡No te rías! Echaba de menos las hamburguesas.
—Jamás habría imaginado que mi mujer es fan de la comida basura.
—No viene mal comerla de vez en cuando. ¿Cenamos?
Tengo que reconocer que yo también he echado en falta la comida basura. Aquí la comida es muy buena, pero no viene mal liarse la manta a la cabeza y comer de vez en cuando una hamburguesa con queso y patatas fritas. Nadia no deja de gemir a cada bocado, y me gusta verla así, feliz y contenta.
Más tarde, nos tumbamos en el sofá a ver una película con un bol de palomitas de mantequilla.
—Al final te vas a poner peor —protesto cuando la veo aparecer con las palomitas.
—Se me han antojado —protesta ella.
—A ver si vas a estar embarazada…
—¿Tú crees? —pregunta esperanzada.
—Es posible. Nauseas matinales, antojos… ¿Quieres que vayamos a la clínica mañana a comprobarlo?
—Pero aún no debe bajarme la regla, Dylan. Si lo estoy, será muy pronto para saberlo.
—Muy bien, entonces esperaremos.
Una hora después, llaman a la puerta. Nadia se levanta a abrir, pero no consigo escuchar nada. Los minutos pasan, y empiezo a preocuparme de que no vuelva al salón.
—¿Nadia? ¿Quién…
Me quedo mudo al ver a mi mujer tirada en el suelo, con un golpe muy feo en la sien, y un charco de sangre a su alrededor.
—¡Nadia!
Me arrodillo a su lado intentando despertarla, pero no reacciona.
—¡Rápido! ¡Llamen a una ambulancia! —grito desesperado en el pasillo.
Jamás en mi vida he sentido tanto miedo como ahora. Los paramédicos han estabilizado a mi mujer, y vamos de camino al hospital. No he sido capaz de pensar en nada, solo en subirme con ella en la ambulancia y encargarme de que se ponga bien.
¿Quién demonios ha podido hacer algo así? ¿La Hezbolá? ¡Nos hemos relajado demasiado pronto, joder! Si han sido ellos, juro que les mataré. La espera se me está haciendo interminable, no puedo permanecer quieto, solo pienso en entrar por la fuerza en esa sala de urgencias para ver qué demonios están haciendo con mi chica.
Siento una mano en la espalda, y me vuelvo para encontrarme con sorpresa con Amín y Sora.
—¿Cómo…
—Nos avisaron del hospital en cuanto la vieron. ¿Qué ha pasado?
—Llamaron a la puerta. Ella fue a abrir, y… ¡Maldita sea! ¡Debería haber ido yo! ¡Me confié, Amín! ¡Me confié y ahora ella no se despierta!
—Vamos, cálmate —susurra mi cuñado sujetándome—. Se pondrá bien, ya lo verás.
—¿Y si no lo hace?
—¿En serio crees que mi hermana se va a conformar con morirse? Es una luchadora, volverá.
Una hora después, y tras dos tranquilizantes que Amín me ha obligado a tomar, permanezco sentado en un sillón tomándome un té. Por fin aparece el maldito médico que la metió en esa sala, y sonríe al acercarse a mí.
—Su mujer está estable, señor Fisher. Acaba de recuperar la consciencia, pero aún es muy pronto para saber los daños que le ha causado tremendo golpe. En principio no tiene fracturas craneales, pero no podemos descartar un coágulo, así que debe quedarse en observación.
—¿Puedo entrar a verla?
—Por supuesto, pero solo un momento. Necesita descansar.
Cuando entro a la habitación, Nadia abre los ojos y me mira un segundo antes de volver a cerrarlos.
—Ey, veo que le has cogido el gusto a preocuparme, ¿verdad, preciosa?
—Es… interesante verte asustado.
—Pues sí, he estado muy acojonado esperando que despertaras. No vuelvas a hacerme algo así, ¿de acuerdo?
—Créeme, no se me volverá a ocurrir.
—¿Recuerdas qué ha pasado?
—Ha sido Alexia. Me golpeó con la culata de una pistola en la cabeza.
—¿Estás segura? —pregunto aturdido.
—Sí, lo estoy. Alexia venía a matarnos a alguno de los dos, pero creo que se arrepintió. Ten cuidado, Dylan… podría intentar hacerte daño a ti también.
—No te preocupes por nada, cariño. Ahora descansa, volveré en un momento.
—¿A dónde vas?
—Voy a hablar con tu hermano. Está esperando fuera, pero no le dejan verte.
—No vayas a cometer ninguna estupidez, Dylan. Prométemelo.
—Te lo prometo. Y ahora descansa.
Salgo de la habitación con la sangre hirviendo en las venas. ¿Cómo se ha atrevido esa víbora a tocar a mi mujer? Ni siquiera veo a Amín, que se acerca y me sujeta del brazo al ver mi expresión.
—¿Qué ha pasado?
—Suéltame, tengo que irme.
—¿A dónde demonios vas?
—A matar a esa condenada mujer.