Capítulo 14

 

 

 

Me despierto con la caricia de unas manos ya muy conocidas para mí en la espalda. Sonrío sin abrir los ojos, y me giro para colocar un brazo cruzado a través de sus muslos. Nadia besa mi cara, mi cuello, mi oreja, y cuando llega a mi boca hunde la lengua hasta encontrar la mía y acariciarla lentamente. Despertarme así es una gozada, tengo que reconocerlo, y la tumbo en la cama para colocarme sobre ella y besarla nuevamente.

—¿Te has despertado traviesa, Nadia? —ronroneo.

—He tenido un sueño de lo más… húmedo.

—¿Ah, sí? Cuéntamelo.

—Es mejor que te lo muestre, ¿no crees? Así podrás comprenderlo al pie de la letra.

Nadia se sienta sobre mi regazo y comienza a mecer las caderas sobre mi polla, traviesa, acariciando con sus dulces manos mis muslos, mis brazos, mi pecho, antes de unir su boca con la mía.

—En el sueño estábamos así, en una enorme cama, con todo el tiempo del mundo para nosotros —susurra.

—¿Ah, sí? ¿Y qué hacíamos en esa cama?

Ella entrelaza sus dedos con los míos y apoya mis manos sobre la almohada sin parar de mecerse, y mi polla empieza a responder. Su boca baja por mi cuello hasta mi pecho, y con la lengua acaricia levemente mis tetillas, consiguiendo que me estremezca. El pantalón de su pijama empieza a mojarse, y su respiración se acelera lentamente. Cierra los ojos para sentir el placer, y la dejo hacer, sin apresurarme. Como bien dice, tenemos todo el tiempo del mundo, así que disfruto del roce de su sexo contra el mío un rato más.

—¿Y era así todo el sueño? —pregunto.

—No… hay muchísimo más.

La observo sacarse la camiseta del pijama por la cabeza, y sus pechos saltan frente a mis ojos un segundo antes de que Nadia sostenga uno y me lo ofrezca como si fuera una fruta dulce y madura. Mis dientes se cierran a través de la protuberancia de su pezón, y mi lengua traza círculos asimétricos alrededor de su piel. Sus gemidos empiezan a fluir de su garganta, está excitada, y la verdad es que yo también. Nadia me sorprende poniéndose de pie en la cama, de espaldas a mí, y se dobla para deshacerse del pantaloncito del pijama, dejándome ver su hinchado y húmedo sexo.

—¿Me estás provocando? —pregunto.

—En absoluto. Solo te enseño tu próximo festín.

Nadia se tumba sobre mi cuerpo, dejando su coñito a escasos centímetros de mi boca, y comienza a succionar mi verga lentamente, acariciando su carne con la mano, besando de vez en cuando mis huevos. Yo intento alcanzar su sexo, pero ella me lo quita de la boca a la primera lamida, y tengo que conformarme con lamer su pantorrilla, su pie, sus dedos. Siento la boca de mi mujer engulléndome, el placer es inmenso, devastador, y necesito desesperadamente lamerla, beberme su excitación, así que tiro de ella con energía y hundo la lengua entre los pliegues de su sexo, alcanzando su vagina, para después subir hasta su clítoris. En esta postura es muy fácil masturbarla, así que introduzco dos dedos dentro de ella y los muevo con energía mientras chupeteo su clítoris hinchado. Su mamada se ve interrumpida mil veces, cada vez que ella siente un espasmo de placer.

La tumbo en la cama y me coloco sobre ella, imitando el movimiento de sus caderas cuando me ha estado masturbando con su pelvis, recorriendo sus labios con mi polla para acariciar su clítoris, y acto seguido meter dentro de ella solo el glande. Ella se retuerce, se agarra fuertemente a mis brazos para intentar impulsarse y que me empale en ella, pero río y me aparto nuevamente, negándole el capricho.

—Fóllame, Dylan, por favor…

—Estás muy cachonda, ¿verdad, cariño?

—Estoy ardiendo… Necesito sentirte muy fuerte dentro de mí.

No tiene que pedírmelo dos veces, con un movimiento brusco me introduzco en ella hasta el fondo, y tengo que inspirar con fuerza para no perder el control. Comienzo a moverme deprisa, embistiéndola con fuerza, dándole lo que ella necesita, y lo que a mí me encanta dar. El sonido de mis caderas impactando contra su cuerpo inunda la estancia, y nuestras bocas se devoran con desenfreno. Sus manos arañan la piel de mis brazos, mis manos sostienen precariamente mi peso, ancladas en el colchón, y el sudor cae por mi frente y por mi espalda.

Nadia me sorprende una vez más revolviéndose para dejarme tumbado sobre la cama, y se monta a horcajadas sobre mí para montarme como la amazona más experimentada. La cama termina separada de la pared por sus movimientos desenfrenados, sus manos se apoyan en mi pecho y sus tetas botan cerca de mi boca. No puedo más, así que la pego a mi cuerpo abrazándola con fuerza, y anclándome en los talones comienzo a moverme yo también. Su cuerpo se convulsiona, se tensa, es recorrido por el orgasmo, y me ordeña poco a poco hasta que con un grito sordo me corro dentro de ella.

—¿Te ha gustado mi sueño? —pregunta cuando hemos recuperado el aliento.

No puedo más que reírme ante su picardía. Nadia es atrevida, desafiante, peligrosa. Y reconozco que me encanta. Mi vida con ella va a ser muy interesante, llena de sorpresas y tensión… sobre todo sexual.

Una hora después, llegamos a casa de Amín. Las preocupaciones han vuelto a inundar mi cabeza, por desgracia. Baker está metido en un buen lío, y no sé cómo demonios voy a sacarlo de él. Amín nos recibe con una sonrisa, y mira a su hermana con cara de imbécil. Sí, no hay una manera mejor de decirlo… de imbécil.

—Veo que por fin os lleváis bien —dice sentándose frente a nosotros—. Confío en que mi hermana sepa agradecer el cambio de compromiso después de todo.

—No voy a darte las gracias, Amín —protesta Nadia—. El mérito es de Dylan, no tuyo.

—¿Cómo van las cosas por Chevron, amigo mío? —me pregunta.

—En un par de meses creo que lo tendré todo muy bien atado. Aunque necesito tu ayuda para un caso un poco complicado.

—Tú dirás.

—¿Recuerdas el desfalco del que te hablé?

—Sí, por supuesto. ¿Has encontrado ya a todos los culpables?

—Solo hay una persona implicada. Como sospeché, es Baker quien lo hizo, pero después de oír sus razones no puedo hacer otra cosa que ayudarle.

—¿A qué te refieres?

—La Hezbolá tiene a su familia, Amín.

Mi cuñado tuerce el rostro, y se levanta murmurando algo en árabe para servir tres copas de whisky antes de sentarse de nuevo en su sillón.

—Ándate con ojo, Dylan —dice tendiéndome una de ellas—. Es un grupo muy peligroso.

—Han estado conformándose con pequeñas cantidades de dinero, pero ahora le piden dos millones de dólares si quiere recuperar a su familia.

—Eso quiere decir que se han enterado de nuestra transacción.

—Sinceramente, Amín, no creo que su familia siga viva después de tantos años, pero tampoco puedo dejar que al pobre hombre le peguen un tiro por ser estadounidense.

—¿Puedes ayudarnos, hermano? —pregunta Nadia.

—Estoy de acuerdo con Dylan, su familia llevará años muerta, pero creo que puedo salvarle la vida a ese pobre hombre. —Fija su mirada en mí—. Reúnete conmigo a las nueve de la noche en la casa de la playa de mi padre, y trae a Baker contigo. Haré algunas llamadas y os diré algo entonces.

—Gracias, Amín, sabía que podíamos contar contigo —contesta Nadia abrazándole—. Nos veremos esta noche.

—Ni hablar, tú te quedarás en el hotel —sentencia su hermano.

—Iré con Dylan.

—Nadia, he dicho que…

Levanto una mano para acallar a Amín, que tiene la yugular a punto de saltar en su cuello.

—Yo soy perfectamente capaz de tratar con mi mujer, Amín.

La aparto unos metros de su hermano y entrelazo mis dedos con los suyos, mirándola a los ojos.

—Nadia, esta vez tengo que estar de acuerdo con tu hermano.

—Pero…

—Escúchame, por favor. —Ella asiente—. No estamos hablando de un paseo por el parque, estamos tratando con un grupo terrorista muy peligroso, y lo que menos necesito es que te capturen y te utilicen para chantajearme.

—Soy musulmana, no se atreverían.

—Eres mi mujer, Nadia, y yo soy estadounidense. Serás la rehén perfecta para extorsionarme, créeme, y no quiero que te pase nada malo.

—Está bien, te esperaré en el hotel, pero llámame si vas a retrasarte. Estaré histérica hasta que vuelvas.

—Te prometo llamarte a cada paso que demos, ¿de acuerdo?

Ella se pone de puntillas y me besa en los labios, y vuelve a su lugar en el sofá y se sienta con las piernas cruzadas.

—No quiero ser una carga para mi marido, me quedaré en casa —dice a su hermano—. Pero no creas que voy a hacerlo porque tú me lo ordenas, sino porque él me lo ha pedido.

—Mientras te quedes a salvo me da igual por qué lo hagas, Nadia. Bien —añade levantándose—, tengo que hacer unas cuantas llamadas. Nos veremos esta noche.

Nadia y yo volvemos al hotel. Está preocupada, lo veo en su cara, pero no puedo hacer nada para evitarlo, porque yo también lo estoy. No me gusta nada meter a Amín en un lío con esa gente, y ayudándome es lo que va a hacer. Jamás podría perdonarme que le pase algo malo… y sé que Nadia tampoco. Cuando llegamos al hotel, Nadia se deja caer en el sofá y se acurruca a mi lado cuando la imito.

—Tengo miedo, Dylan —susurra.

—Yo también.

—No quiero que os pase nada malo.

—No va a pasar nada. Ven aquí.

La siento sobre mi regazo y ella se encoje como una niña pequeña, apoyando la cabeza en mi hombro.

—Al final va a resultar que estás enamorada de mí, ¿eh? —bromeo para calmar los ánimos.

—No seas melodramático —bufa ella—. Me gustas, eso es todo. Además, si te matan mi padre me hará casarme con Nasim, y moriría de aburrimiento al primer mes de casados.

Sé que está mintiendo, está utilizando una excusa para ocultar que tiene miedo de perderme, así que la aprieto fuerte contra mi pecho.

—Todo va a salir bien, Nadia —susurro contra su pelo.

—Prométemelo.

—Te lo juro.

Uno mis labios a los suyos y la beso lo que parecen horas, acariciando, lamiendo, mordiendo su boca como nunca antes he hecho a ninguna mujer. Me siento poderoso, capaz de comerme el mundo por primera vez en mucho tiempo. Interrumpo el beso cuando llaman a la puerta para traernos el almuerzo, y comemos en silencio antes de acostarnos en la cama a dormir un poco. Tengo que estar descansado para lo de esta noche, pero soy incapaz de pegar ojo, y sé que Nadia tampoco puede dormir.

Sé que lo único que tengo que hacer es esperar a Amín en su casa de la playa con Baker, pero no puedo evitar pensar que algo se torcerá y saldrá mal. Es una maldita punzada en el pecho que apenas me deja respirar.

Incapaz de conciliar el sueño, salgo al salón de la suite y marco el número de Baker.

—¿Sí? —responde con la voz entrecortada.

—Baker, soy Dylan Fisher. Reúnete conmigo en mi hotel a las ocho.

—¿Tiene un plan, señor?

—Sí, tengo un plan. Debo advertirte una cosa, y tienes que ser muy consciente de ello, Baker.

—Lo sé, señor Fisher. Las estadísticas dicen que mi familia estará muerta a estas alturas, pero la esperanza es lo último que se pierde.

—Al menos espero lograr que pueda volver a Estados Unidos y esa gentuza le deje en paz.

—Dios le oiga. Estaré en su hotel a las ocho en punto. Y una vez más, muchas gracias, señor. Jamás podré agradecerle todo lo que está haciendo por mí.

Cuelgo el teléfono y apoyo la cabeza entre las manos. Estoy cansado, moral y físicamente, y necesito que este día termine de una maldita vez. Siento las manos de Nadia sobre mis hombros, y las aprisiono con las mías antes de volverme hacia ella.

—¿Por qué no estás durmiendo? —pregunto.

—Por la misma razón que tú. Estoy preocupada.

—¿Crees que Amín logrará algo?

—Ahora mismo no creo que haya sido buena idea pedirle ayuda.

—Preocupándonos no lograremos nada.

Me levanto del sofá y cojo mi chaqueta.

—Voy a acercarme un momento a la oficina. ¿Vienes conmigo?

—¿Y qué podría hacer yo allí? Me calentaría la cabeza de la misma forma.

—Nadia, no quiero que te quedes sola aquí demasiado tiempo.

—Muy bien, iré contigo.

Espero a que mi mujer se vista y vamos caminando a la sede, que no está demasiado lejos del hotel. Permanecemos un par de horas trabajando, y entre los dos logramos colocar a varios empleados en otras empresas. Cuando Baker llega al hotel, me despido de Nadia, que se queda con lágrimas en los ojos y la preocupación dibujada en su cara.

—Volveré entero, te lo prometo —susurro antes de besarla—. No abras la puerta pase lo que pase, nena. Te llamaré antes de volver.

A las nueve, Baker y yo esperamos sentados en el salón de la casa de la playa de Amín. El tiempo parece haberse detenido, por más que miro mi reloj de pulsera las agujas no cambian de posición. Cuando mis nervios están a punto de colapsar, escucho la llave en la cerradura. Me tenso instintivamente, y Baker saca una pistola del bolsillo de su chaqueta.

—¿Qué demonios hace? —susurro.

—Tengo que estar preparado para cualquier cosa.

—¡Guarde eso, hombre! Debe ser mi cuñado.

Cuando veo la silueta de Amín recortarse en el umbral de la puerta, un suspiro escapa de mis labios.

—Gracias a Dios estás bien —digo abrazándole.

—Tranquilo, no han acabado conmigo. Aquí hay alguien que quiere verle, señor Baker.

Amín se aparta de la puerta para dejar paso a una mujer de unos cincuenta años seguida de una muchacha de unos dieciséis. Ambas muestran graves signos de desnutrición y malos cuidados, pero por suerte están vivas. Baker se deja caer en el suelo con ellas en los brazos y solloza dando gracias una y otra vez. Las mujeres se abrazan al hombre con fuerza, con miedo de volver a perderle, y sollozan en su pecho con desesperación.

No soy un tío blando, pero reconozco que la escena logra formarme un nudo en la garganta.

—Deberíamos irnos, ellas necesitan cuidados médicos —dice Amín.

—Muchas gracias, señor Al-Naibi. Jamás podré agradecerles lo suficiente el haberme devuelto a mi familia —contesta Baker entre sollozos.

—Son libres de volver a su país cuando quieran, pero les recomendaría que primero pasaran por el hospital. Su mujer y su hija necesitan cuidados médicos urgentemente. Y no se preocupe por eso, irán a mi clínica privada. Yo corro con los gastos.

Cuando llegamos al hospital, llamo a Nadia mientras Amín hace el ingreso de ambas mujeres, para que no se preocupe más por nosotros. Después, llevo a Amín a su casa.

—¿Cómo lo has logrado? —pregunto mirándole con una ceja arqueada.

—El dinero llama al dinero, Dylan. Solo he tenido que hacer chantaje a las personas adecuadas. Y acabo de descubrir que se me da bastante bien. Podría decirse que hasta he disfrutado con esta pequeña misión.

—¿Pequeña? ¡Ha sido una misión suicida! Al final va a resultar que el señor Al-Naibi no es tan noble como quiere hacernos ver. Tienes un lado oscuro, amigo mío, igual que yo.

—Todos lo tenemos, ¿no es así?