Capítulo 1

 

 

 

El aire seco y caluroso del desierto árabe me da una bofetada en el rostro al bajarme de mi avión privado. Tengo una reunión dentro de una hora, así que he decidido ponerme uno de mis trajes de chaqueta, pero el sudor corre por mi espalda y siento que el cuello de la camisa va a terminar ahorcándome. Levanto la vista hacia el gigante de mármol blanco que me da la bienvenida, y me encamino con paso rápido hasta la terminal, antes de terminar derretido en el asfalto.

En cuanto cruzo la puerta, el chorro del aire acondicionado me hace suspirar de alivio. ¿Cómo demonios voy a vivir seis meses aguantando este maldito clima? Una despampanante mujer morena ataviada con un pantalón de lino negro y una camisa de seda, llama mi atención al levantarse de uno de los sillones que llenan la inmensa estancia y acercarse para estrecharme la mano.

—Bienvenido a Dhahran, señor Fisher. Soy Nadira Rashid, la secretaria del señor Al-Naibi.

—Un placer —respondo.

—Espero que haya tenido un buen viaje.

—Ha sido estupendo, lo peor ha sido bajarme del avión.

—El clima de Dhahran puede ser asfixiante al principio, pero poco a poco se acostumbrará a él.

—Eso espero. Tengo que pasar aquí mucho tiempo antes de volver a mi casa.

—Si me acompaña, tenemos un coche esperando para llevarle a la central de Saudí Aramco.

Asiento y la sigo a través de los arcos de mármol blanco que componen la estructura del aeropuerto. En la entrada, nos espera una limusina negra. La señorita Rashid me precede, y se sienta frente a mí antes de ofrecerme una botella de agua del minibar.

—Gracias, este calor me está matando —digo dando un buen trago.

—Si va a pasar en Dhahran una temporada, le aconsejo que vaya de compras. Su atuendo no es muy apropiado para el clima del desierto.

—Créame, lo haré en cuanto tenga un momento libre.

Me entretengo observándola durante todo el viaje. Su piel aceitunada resalta ante el blanco inmaculado de su camisa, y sus ojos verdes, enmarcados por una finísima línea negra de maquillaje, atraen la atención de cualquiera que la mire. Tiene unos labios carnosos, maquillados en un leve tono de rosa brillante, y su nariz respingona me hace pensar que es una mujer con carácter, perfecta para perder el sentido con ella en la cama.

Bajo la mirada por su cuello hasta encontrarme con el escote de su camisa, en el que se insinúan unos pechos turgentes y suaves, pero la mano de mi acompañante se interpone en mi campo de visión, chasqueando los dedos frente a mi cara.

—Señor Fisher… Mi cara está más arriba —protesta.

—Lo siento, ¿qué decía?

—Mire, conozco muy bien la fama que tiene de playboy, y he de advertirle que estoy felizmente casada, y no tengo ninguna intención de tener un affaire con usted.

Me apoyo en el respaldo del sillón sonriendo. Es una lástima, estoy seguro que esta mujer será una fiera en la cama, y su acento me vuelve loco, pero por desgracia no voy a tener la oportunidad de comprobarlo.

—Lástima, sería interesante ver qué tal se nos daría ese affaire —ronroneo.

—Eso ha sido muy descortés, señor Fisher.

—Mis más sinceras disculpas, señorita Rashid. En mi defensa diré que no puedo evitar sentirme interesado cuando tengo delante a una mujer impresionante.

—¿Y qué piensa su prometida sobre su comportamiento?

—Créame, el suyo deja mucho que desear.

—¿Y por qué va a casarse con ella, entonces?

—Obligaciones familiares.

—Entiendo. —Mira por la ventanilla—.  Bien, ya hemos llegado.

Nadira me lleva a través de los interminables pasillos de suelo de mármol de la central de Saudí Aramco, hasta llegar a una sala de reuniones. El señor Al-Naibi, dueño de la compañía, me espera mirando por la ventana.

—Señor Al-Naibi, ha llegado el señor Fischer —dice Nadira en voz baja.

Él se da la vuelta lentamente, y puedo ver la determinación implacable brillar en su mirada. Esperaba encontrarme con un hombre mayor, tal vez de la edad de mi padre, pero tengo delante de mí a un hombre de mi edad, con el que por desgracia no voy a poder tener ventaja.

—Bienvenido, señor Fisher —saluda con voz aterciopelada—. Espero que el viaje haya sido agradable.

—No ha estado mal del todo, teniendo en cuenta que viajo en mi propio avión.

—Cierto, pero Alá es dueño de los cielos, amigo mío. De él depende que no haya soportado demasiadas turbulencias.

—No, el cielo ha estado en calma, por suerte.

—Muy bien, si toma asiento, podremos empezar esta reunión.

Me quito la chaqueta antes de tomar asiento y enciendo mi iPad. Observo a Al-Naibi atentamente. Cabello negro, tez morena, y ojos color caramelo. Supongo que para las mujeres resultará atractivo, teniendo en cuenta que ronda el metro noventa de estatura, y su espalda es bastante ancha.

—Supongo que usted no es Alí Al-Naibi —digo para romper el hielo—. Por lo que he escuchado, es de la edad de mi padre.

—Está usted en lo cierto, soy Amín Al-Naibi. Alí es mi padre. Se jubiló el año pasado, y ahora yo me hago cargo de la compañía. ¿Tiene algún problema con eso, señor Fisher?

Levanto las manos en modo de rendición.

—Ninguno, algún día estaré en su pellejo y espero que nadie tenga reparos en ello.

—Me alegro, porque estoy muy interesado en hacer negocios con usted.

—Muy bien, hablemos de negocios —añado cruzándome de brazos—. ¿Qué puedo hacer por usted? 

—Su familia posee el diez por ciento de los yacimientos de petróleo existentes en Campo Ghawar, ¿estoy en lo cierto?

—Así es. Tenemos cuatro yacimientos en nuestro poder.

—Quiero esos yacimientos.

—¿Para qué los quiere? Tengo entendido que posee la mayoría de los yacimientos.

—He conseguido tener en mi poder el noventa por ciento de los yacimientos. Si usted me los vende, Campo Ghawar pertenecerá por completo a Saudí Aramco

—¿Y qué le lleva a pensar que mi padre estará dispuesto a vendérselos?

—Estoy dispuesto a pagar cinco billones de dólares por ellos.

¡Cojones! Cinco billones de dólares son una fortuna. Si mi padre no acepta el trato es que está mal de la cabeza. Ese dinero nos salvará de perder la empresa, y yo seré libre de romper mi compromiso con Alexia.

—Es una cantidad de dinero a tener muy en cuenta —contesto—, pero por desgracia no depende de mí aceptarla.

—¿Perdón?

—Aún es mi padre quien toma las decisiones importantes, señor Al-Naibi.

—Entiendo, usted aún es solo el emisario.

—Exacto. Hablaré esta noche con él, pero apuesto a que aceptará.

—No tenemos ninguna prisa, los yacimientos no van a ir a ninguna parte. Además, esta noche se celebra el bautizo de mi sobrino, espero que nos acompañe en la celebración.

—Gracias, pero no puedo aceptar. Estoy muy cansado, acabo de aterrizar y necesito dormir un poco para que no me afecte demasiado el yet lag.

—No aceptaré un no por respuesta. Acompáñenos en la cena, y después podrá marcharse si así lo desea. Nadira le proporcionará la vestimenta apropiada y le recogerá en el hotel.

—Está bien, allí nos veremos.

Dicho esto, Al-Naibi se vuelve de nuevo hacia los ventanales, dando por terminada la reunión, y Nadira me acompaña hasta la limusina.

—Su jefe parece preocupado —comento nada más salir por la puerta.

—El señor Al-Naibi está preocupado por un problema familiar. No suele ser tan taciturno.

—Cualquiera lo diría.

—Van a pasar juntos mucho tiempo durante las próximas semanas, se dará cuenta usted mismo de ello.

En cuanto llego al hotel me doy una ducha fría para calmar el calor que estoy pasando, y pido en recepción que me proporcionen ropa adecuada para pasar los seis malditos meses en esta asfixiante ciudad. A las doce, un botones me trae la comida, tajine de pollo, una especie de pollo en salsa cocinado en una cazuelita de barro con forma de cono.

Aún no he podido meterme el primer bocado en la boca cuando mi padre me llama por teléfono. Suspiro antes de descolgar.

—¿Qué ha dicho Al-Naibi? —truena nada más descolgar.

—El viaje muy bien, gracias, ha sido un vuelo tranquilo —ironizo.

—Déjate de tonterías, Dylan, no estoy para aguantar tu impertinencia.

—Al-Naibi quiere nuestros yacimientos de Campo Ghawar.

—¡Ni en sueños! ¿Cree que soy estúpido?

—Quiere darte cinco billones de dólares por ellos, papá. No creo que te esté tomando por imbécil.

—¿Cinco billones?

Sonrío al notar la sorpresa y la codicia en su tono de voz.

—Así es. Cinco billones por los cuatro.

—Tiene que estar perdiendo la cabeza. Alí Al-Naibi jamás pagaría tanto por esos yacimientos.

—No estamos tratando con Alí, sino con su hijo Amín.

—¿Y dónde demonios está el viejo Alí?

—Supongo que disfrutando de la buena vida con su mujer. Se jubiló el año pasado, cosa que por cierto deberías haber hecho tú.

—Aún soy joven para dirigir esta empresa, no seas impertinente.

—Tienes ya sesenta y siete años, papá. No eres un chaval.

—Estás deseando que me muera, ¿no es cierto?

Elevo los ojos al cielo ante el principio de la charla de siempre.

—No tengo tiempo para discutir, estoy comiendo y esta tarde me han invitado a un bautizo. Piénsate lo de la venta, papá, es una cantidad muy importante de dinero y seríamos muy estúpidos si no la aceptáramos.

Cuelgo sin darle tiempo a contestar, porque de ser así estaríamos toda la noche peleando, y me dirijo al dormitorio para tumbarme en la cama a dormir un poco. El maldito yet lag me está pasando factura, y por suerte el aire acondicionado del hotel me permite dormir a pierna suelta un par de horas. A las seis, comienzo a vestirme para la dichosa celebración. En la caja que me acaban de traer de recepción, encuentro una chilaba negra con adornos plateados y unos bombachos del mismo color. ¿En serio tengo que ponerme esto? Estaría más cómodo con mi propia ropa, pero no debo insultar a mi anfitrión, así que me visto y meto los pies en las babuchas de piel.

Me miro en el espejo de cuerpo entero y sonrío al verme. Un musulmán de pelo rubio y ojos verdes va a destacar un poco, de eso no cabe la menor duda. Por suerte solo pienso quedarme para la cena, no tengo el cuerpo para más. El teléfono suena una vez más, y lo cojo para oír la voz del recepcionista.

—Señor Fisher, su limusina le espera.

Media hora después, llego a una mansión de estilo árabe. Me abre la puerta una mujer de unos cincuenta años ataviada con un kaftan de color verde.

—Buenas noches, señor Fisher. La familia le está esperando. Si es tan amable de acompañarme…

La mujer me precede por el pasillo hasta una enorme habitación dotada de sillones árabes rodeando la estancia, y algunos pufs salpicados alrededor de las numerosas mesas repletas de comida y bebida. En cuanto Amín Al-Naibi me ve llegar con la mujer del servicio, se acerca con una taza de té moruno y una sonrisa.

—Me alegra que se haya decidido a venir, señor Fisher —comenta entregándome el té.

—Gracias por la invitación, Al-Naibi, aunque no sé qué debo hacer.

—Llámame Amín, amigo mío, ya no estamos hablando de negocios. Y lo único que debes hacer es comer y divertirte.

Un anciano de un metro noventa, pelo canoso y barba muy bien cuidada se acerca lentamente hacia nosotros.

—Dylan, déjame presentarte a mi padre, Alí Al-Naibi.

El hombre inclina la cabeza, y le respondo de igual manera.

—Así que eres el heredero de los Fisher… espero que tengas más cerebro que tu padre, muchacho. La oferta que os ha hecho mi hijo no es digna de rechazarla.

—Papá, nada de negocios por esta noche, por favor —protesta Amín.

El anciano contesta algo en árabe y se aleja murmurando.

—Perdona a mi padre, es un poco cascarrabias —se disculpa.

—Créeme, sé de lo que hablas, así que no tienes que disculparte.

—Ve y diviértete, amigo. Tengo que hacer de anfitrión.

Amín se aleja y me paseo por la estancia observando a todo el mundo. Al fondo, un grupo de niños ríen alrededor de una montaña de tela color rojo fuego. Les observo atentamente salir a correr, y del suelo se levanta la mujer más impactante que he visto en toda mi vida. Su caftán vuela alrededor de sus pies desnudos mientras persigue a los pequeños diablillos, que corretean riendo a carcajadas por toda la habitación. El tintineo de las campanillas que lleva atadas al tobillo izquierdo resuena en el aire como una hipnotizante melodía de seducción. Su cuerpo esbelto se adivina a través de la seda, pero lo que me deja completamente hipnotizado son sus ojos grises, enmarcados por una delgada línea negra de maquillaje que termina en punta cerca de la sien. No puedo moverme, se me ha secado la boca, y por más tragos que le doy al té no consigo humedecerla. La mujer empieza entonces a dar vueltas al compás de la música con los brazos sobre la cabeza, y su sonrisa consigue hacerme sentir una sacudida en el estómago. Esa mujer tiene que ser mía, sea quien sea va a terminar en mi cama.

—Es mi hermana pequeña, Nadia —comenta Amín a mi espalda siguiendo mi mirada.

—Es muy guapa —comento sin dejar de mirarla.

—Cierto, ha heredado los ojos de mi bisabuela, de sangre inglesa. Y por desgracia para mí, también su temperamento.

—¿Obstinada?

—Más de lo que puedo soportar. Estudió en Estados Unidos, y aborrece todas nuestras costumbres con todas sus fuerzas. Desde que volvió a casa no hace más que meterse en problemas. Mi padre se dio por vencido hace semanas, y aunque lo he intentado todo, como puedes ver no respeta nada. He tenido que tomar medidas drásticas para encauzar su vida.

—¿A qué te refieres?

—Esta tarde firmé un contrato matrimonial con Habib Nasim, un millonario que está muy interesado en ella.

—¿En serio? ¿Y ella está de acuerdo?

—En mi país las cosas son distintas, Dylan. Soy su tutor y acatará mi decisión. Protestará, por supuesto, pero es lo mejor para ella.

Tengo que reconocer que disfruto de la velada más de lo que esperaba. La comida es deliciosa, y observar a la joven hermana de Amín me ha dejado pegado en la silla durante horas. Miro el reloj para darme cuenta de que es cerca de medianoche, así que me acerco a mi anfitrión para despedirme.

—Debería irme, Amín. Se hace tarde.

—El bautizo continuará un día más, me gustaría que te quedaras.

—No sé si sería buena idea.

—Claro que lo es. Jadima te acompañará a tu habitación.

Con un movimiento de mano por parte de Amín, la sirvienta que me abrió la puerta se presenta a nuestro lado con la cabeza gacha. Tras unas palabras en árabe, la mujer asiente y me precede por el pasillo hasta una habitación de estilo musulmán, con grandes cortinajes de seda en las ventanas y muebles de madera maciza con grabados. La cama, de cerca de dos metros de ancho, está cubierta por una mosquitera que te envuelve en un capullo para estar protegido de los insectos del desierto.

Horas más tarde, permanezco tumbado en la cama sin poder dormir. La fiesta hace rato que ha terminado, pero a pesar del aire acondicionado, el calor hace que el sudor corra por mi cuerpo sin control. He terminado completamente desnudo sobre las sábanas, y ni aún así consigo refrescarme. Con un suspiro, me levanto de la cama con la intención de darme un baño en la enorme piscina que he vislumbrado a través de las ventanas del salón.

Recorro los pasillos descalzo, intentando no hacer demasiado ruido, y tras perderme en un par de ocasiones doy con la entrada al jardín. Las cristalinas aguas están iluminadas por innumerables focos, y el sonido relajante del agua de la fuente me hace suspirar cuando termino sentado en las escaleras de la piscina. Cierro los ojos y permanezco sumergido en el agua un buen rato, pero un sonido vibratorio me hace levantarme de mi sitio llevado por la curiosidad.

Me acerco a la hilera de ventanales que rodean la piscina persiguiendo el origen de aquel ruido, pero no estoy preparado para el espectáculo que estoy a punto de encontrarme. En una de las habitaciones, tumbada en su cama rodeada de almohadones, Nadia permanece completamente desnuda, dándose placer con un pequeño vibrador de color rosa chicle. Dejo de respirar por miedo de interrumpirla, pero ella no se percata de mi presencia… todavía.

Una de las manos de la joven recorre sus pechos una y otra vez, atrapando sus pezones entre el dedo índice y el corazón, estirándolos un poco antes de volver a empezar. Su otra mano sostiene el vibrador firmemente sobre su clítoris hinchado, haciéndolo oscilar sobre él, para después introducirlo en su vagina.

Estoy en shock, no puedo creer lo que mis ojos están viendo, y por una milésima de segundo creo que estoy en un sueño del que no quiero despertar. Pero Nadia arquea la espalda y abre las piernas al máximo, y un gemido de placer escapa de sus labios antes de mirarme con sus ojos de plata. No puedo moverme, he sido descubierto y ni siquiera puedo articular palabra. Pero ella me mira fijamente, y vuelve a colocar el vibrador sobre su clítoris para seguir con la tarea que tenía entre manos antes de que yo llegara. Mi polla crece por momentos, es lo más morboso que me ha ocurrido en la vida, y me la sujeto con fuerza por encima de los bóxers para no terminar corriéndome de gusto.

Nadia arquea de nuevo el cuerpo, cierra los ojos y aprieta uno de sus pechos con fuerza. De su boca escapan gemidos ininteligibles, y sus piernas se tensan poco a poco. No puedo apartar la vista de ella, no quiero pestañear por miedo a perderme un solo momento de este maravilloso sueño, y cuando está a punto de llegar al orgasmo, pasa su lengua por uno de sus pechos mirándome con los ojos brillantes por la pasión.

En cuanto su cuerpo se relaja, Nadia se sube las braguitas y se pone de pie. Estoy en tensión, tengo una erección de mil demonios y no sé cómo va a reaccionar, pero me sorprende una vez más uniendo sus labios a los míos. Su boca sabe a miel y a canela, y la aprieto contra mi cuerpo para que note el bulto de mi erección. Ella me pasa los brazos por el cuello y responde al acercamiento meneando sus caderas, atrapando mi polla entre sus muslos y frotándola con descaro.

Un gemido escapa de mis labios por la impresión, e intento cogerla en brazos para llevármela a la cama, pero ella se escapa de mi abrazo y me cierra la puerta corredera en las narices.

—¿Dónde vas? —susurro.

—A dormir, forastero. Ya he tenido suficiente diversión por esta noche.

Me tiro a la piscina de cabeza. Necesito que el agua enfríe mi sangre, porque Nadia Al-Naibi me ha conseguido llevar al punto de ebullición.