Son las ocho y media de la mañana, y ya estoy de un humor de perros. Como siempre, Alexia llega tarde. Doy un sorbo a mi expreso mientras busco en Internet alguna evidencia más del desastre que esa dichosa mujer ha causado. Diez minutos después, entra en mi despacho embutida en uno de los vestidos de Versace que yo mismo he pagado, y unos zapatos de aguja que no le sientan nada bien.
—¿Querías verme? —dice sentándose frente a mi mesa.
Estampo el periódico sobre el escritorio, abierto por la página en cuestión que me ha dado el desayuno. En ella puede verse a mi dulce, preciosa y abnegada prometida medio desnuda, metiéndole la lengua hasta la garganta a un tío de no más de veinte años.
—¿Me puedes explicar qué significa esto? —pregunto mucho más calmado de lo que realmente estoy.
Ella lo mira de reojo, y continúa examinando sus uñas de manicura francesa.
—Esa no soy yo —termina diciendo.
Una carcajada escapa de mi garganta. Esta maldita mujer es descarada, embustera, adúltera… y por desgracia tengo que casarme con ella por cojones.
—Si vuelvo a ver constancia de tus devaneos sexuales en la prensa, se acabarán todas las comodidades a las que estás acostumbrada. Nada de tarjetas de crédito, nada de pasarte la vida deambulando por fiestas y spas… Nada, así que tú decides.
—¡No puedes hacerme eso! —protesta.
—¿Ah, no? ¿Tengo que recordarte que el dinero es mío? ¿O quizás se te ha olvidado que aún no me he casado contigo?
—No puedes romper el compromiso, tu padre te desheredaría.
—Prefiero eso a aguantarte.
—Mi padre romperá cualquier contrato que tenga con el tuyo si lo haces.
—No creas que me importa. Mañana me voy de viaje. Estaré en Arabia Saudita seis meses, espero no encontrar ninguna sorpresita de las tuyas a mi vuelta.
Dicho esto, me acerco a la puerta y la abro de par en par.
—Y ahora, si me disculpas, tengo trabajo que hacer.
Alexia se acerca a mí con paso decidido, y se detiene para pasear su mano adornada con un diamante de tres quilates por la solapa de mi traje de Armani.
—Si se te pasa el berrinche antes de que te vayas, llámame —ronronea—. Sabes que el sexo entre nosotros siempre es increíble.
Retiro su mano de mi cuerpo con cara de asco, y cierro la puerta en sus narices. Es cierto, el sexo era increíble cuando creía que me quería a mí y no a mi fortuna, pero todo eso quedó muy atrás. Por fortuna, mi puesto en la empresa me permite viajar tanto como quiera, y aunque esté condenado a encadenarme a ella de por vida, podré huir tantas veces como quiera.
Me llamo Dylan Fisher, director general y heredero de la petrolera de mi familia, Chevron Corp, la novena más importante del mundo. Mi vida estaba organizada antes de cumplir los veinte. Dirigiría el imperio familiar, y me casaría con la hija del socio de mi padre para unificar la empresa en unas solas manos. Yo estaba hecho a la idea… pero entonces viajé a Arabia y mi mundo se derrumbó.