EPÍLOGO. CAYDEN
¡De nuevo me sorprendía a mí mismo pensando en ella! ¿Por qué no me la podía sacar de la cabeza?, ¿qué tenía esa chica que me absorbía de ese modo? Era muy hermosa, quizás era más sensible de lo que creía a la belleza, aunque ¿a quién quería engañar?, sólo ella ejercía esa influencia sobre mí. Había chicas bonitas en el instituto y en el clan, pero era inmune a todas, sólo sucumbía ante ella,… ¿por qué?
Desde que la vi ese primer día en el instituto supe que era distinta a todos los otros estudiantes,… No parecía humana, era irreal. Sólo con tocarla percibí su magia, pero no creí que fuera uno de los nuestros, sino que imaginé que era una criatura única, un espécimen extraño que se había propuesto hacerme perder la cabeza,… y lo estaba consiguiendo.
Rebecca. Su nombre tenía fuerza, como ella. Y también lo tenía su apellido, Dillen, descendiente del león. Era valiente, perseverante,… pero también sumamente irritante. Nadie conseguía desquiciarme tanto como ella. Pensé que tenía un perfecto control sobre mí mismo, pero ella era experta en sacarme de mis casillas. ¿Por qué se interesaba tanto en mí? Había levantado barreras para aislarme del mundo y ella intentaba derribarlas, acercándose a mí, haciéndome preguntas sobre mi vida y mis sentimientos que me descolocaban… Le había mostrado la imagen de mí que alejaba a todo el mundo, pero ella no se había asustado, sino todo lo contrario, parecía buscar mi compañía, me exigía respuestas y lo más asombroso era que no podía negarme a dárselas.
Esa noche en el invernadero no supe cómo ocurrió, pero consiguió leer en mi interior. Intentaba burlarme de ella, pero ella me miró con sus hermosos ojos verdes y me perdí en ellos. Cuando me miraba así me sentía analizado, pero no como si estuviera en la consulta de un psicoterapeuta, que te estruja la cabeza para encontrar qué tornillo se te ha aflojado, sino como si se muriera por conocerme, por entenderme y porque compartiera con ella mis más íntimos secretos,… y yo daría lo que fuera por conocer los suyos.
Jamás le había mostrado a nadie mi lado oscuro, mis sentimientos de culpabilidad y mi dolor, pero fue imposible ocultarlos ante ella. Sus ojos me prometían comprensión y consuelo y yo descubrí que era algo que necesitaba. Jamás había buscado consuelo en nadie, desde niño me había tragado mis penas y sin embargo ahora ansiaba que ella conociera mi pasado, que me acogiera en sus brazos, que curara mis heridas…
¡Era tan bella! Su pelo oscuro era sumamente suave, lo había comprobado el otro día en la biblioteca, cuando la tuve entre mis brazos. Ella se refugió inconscientemente en mi pecho y su melena había rozado mi piel, electrizándome. La apreté contra mí y había podido aspirar el aroma de su perfume, una mezcla de flores dulces y embriagadoras… Ella había pasado en sólo unos segundos de ser esa criatura irritante, que se atrevía a usar los magníficos ejemplares de la biblioteca como escalera, a convertirse en un ángel entre mis brazos. La sorpresa y la vergüenza la hicieron si cabe aún más hermosa. Cuando la rodeé con mis brazos, su maravillosa piel se tornó rosada, como las camelias primaverales y su inquietante boca se entreabrió, dibujando unos labios carnosos y jugosos, del color de las fresas.
Jamás me había sentido tan fascinado por alguien. Mi pulso se aceleraba en su presencia, ¿lo notaría ella?, especialmente cuando la tocaba. Su piel tenía un tacto sublime, tan suave como el terciopelo, tan cálida como el amor de la lumbre en un día gélido… ¡Por los dioses!, ¿qué estaba haciendo conmigo?
Debí suponer que era uno de los nuestros. Había burlado mis hechizos disuasorios y eso sólo podía ser posible si era inmune a la magia o si formaba parte de ella… También debería haber intuido que Ethan se había interesado en ella sólo porque Christopher se lo pidió. Ella no era el tipo de chica con el que mi hermano solía flirtear. Era muy hermosa, desde luego, pero Ethan cambiaba de chica todas las semanas y ella no era de ese tipo, eso era obvio incluso para mi hermano. Eso me alivió enormemente aunque no sabía decir por qué. Necesitaba alejarla de Ethan y especialmente de Christopher, si él andaba tras ella no sería para nada bueno. Su caso me recordaba bastante al mío, tras la muerte de su padre era atraída al círculo de Darcey y desde luego no iba a permitir que ella pasara por lo que había pasado yo, no lo consentiría, defendería a esa chica con mi vida si era necesario…
Tenía que haber previsto que reaccionaría al ritual, no sé por qué no hice nada para detener a Ethan, si lo hubiera hecho ahora ella no sabría lo que era en realidad y habría podido mantenerla apartada de nuestro mundo por un tiempo, pero ahora mi hermano le había puesto al día de todo… él, no yo. Y yo había sido tan estúpido como para darle la espalda. Estaba celoso, eso era todo ¿Cómo había podido ser tan imbécil? Ahora era cuando ella más me necesitaba, era una iniciada sin ningún tipo de experiencia. Estaba asustada y sola y posiblemente muy enferma tras usar su magia por primera vez. No podía soportar que ella sufriera pudiéndolo evitar, sería cruel por mi parte…
Dejé de nuevo mi violín en su funda y me apresuré a comprobar si tenía reservas de hierbas medicinales en la cueva, tenía que prepararle el brebaje antes de que empeorara. El bosque olía a humedad y a verde, ¡amaba ese olor! Los lobos aullaban en las montañas y yo podía oírlos, era como si me invitaran a unirme a ellos, a correr en libertad por esos magníficos paisajes en simbiosis con el bosque. Algún día lo haría, cuando Darcey no supusiera una amenaza para nadie me largaría de allí, viviría en libertad, como mis ancestros, alejado de todo,… salvo que ahora mi sueño no era tan ideal porque estaba incompleto. Me dolía la idea de alejarme de ella.
Ésa era su ventana, ¿me atrevería a subir esta vez? Hacía varias noches que merodeaba por su casa, convenciéndome a mí mismo de que lo hacía por su seguridad, pero hasta ahora no había encontrado la excusa para presentarme en mitad de la noche en su habitación, aunque ahora la tenía, sabía cómo hacer que se sintiera mejor…
Con suma facilidad trepé hasta su ventana y me bastó pensar en que deseaba que se abriera para que el seguro saltara y me permitiera colarme en la habitación. Ella no advirtió enseguida mi presencia, quizás dormía, de modo que volví a cerrar la ventana y me deslicé con sigilo hacia su cama. De pronto me vio y se alarmó y tuve que inmovilizarla, a la vez que le susurraba al oído que era yo. Ella pareció relajarse y dejó de resistirse a mí, de modo que la liberé y me retiré, observando que me miraba con los ojos brillantes, las pupilas dilatadas y se estremecía de frío. Como suponía, estaba enferma.
Me preguntó que cómo había entrado y cuando le dije que por la ventana, pareció sorprendida y desvió su mirada hacia allí como para asegurarse de que era cierto. Me tomé la libertad de sentarme en su cama y entonces ella me dijo en tono de reproche que creía que no quería saber nada de ella. Puso un mohín encantador que me hizo olvidar lo enfadado que estaba con ella por hacer caso omiso de mis consejos y por exponerse a hablar con mi hermano. Debí de mirarla con demasiada intensidad, porque se sonrojó, pero no podía dejar de mirarla, ¡estaba preciosa! Llevaba la melena suelta, un poco despeinada por las vueltas que había dado en la cama sin poder dormir. Su rostro estaba más que sonrosado, en parte por la fiebre, y sus labios eran tan rojos como la sangre. Llevaba una camiseta de algodón, muy normal, pero juraría que no llevaba sujetador y tuve que apartar la vista porque yo también sentí que mis mejillas se acaloraban. Sin embargo me moría por tocarla. De todos modos tenía que comprobar si tenía fiebre, de modo que puse mi mano en su frente y confirmé que estaba ardiendo. Le expliqué lo que le ocurría, por qué su cuerpo reaccionaba a la magia por primera vez y ella pareció sorprendida, pero por una vez me hizo caso y se tomó sin protestar el brebaje que le preparé.
Ya había cumplido con mi misión, ella se repondría, y debería irme. Sin embargo no podía apartarme de ella… Entonces me pidió que me quedara y me dejó un hueco en su cama, ofreciéndome que la acompañara. Había imaginado tantas veces cómo sería dormir con ella entre mis brazos que no me hice de rogar, me tumbé sobre su cama y me mantuve lo más alejado de ella que me permitía el estrecho colchón. Pero entonces ella se deslizó lentamente a mi lado, tocando su hombro con el mío a través de la colcha. La sensación era fascinante, podía sentir su calor, respirar su maravilloso perfume de flores y sol y escuchar su suave respiración, acelerada a causa de la fiebre. Y entonces empezó a tiritar y antes de que pudiera darme cuenta la tenía entre mis brazos y la atraía contra mi pecho y ella increíblemente me aceptó y se acurrucó contra mí. Fue sublime poder compartir con ella mi calor. Nunca había deseado tanto como ahora esa clase de intimidad con una chica. Había tenido mis momentos con algunas chicas, pero en esos casos lo había considerado sólo como una vía de escape, mientras que con Rebecca era algo que me llenaba, que recorría mi cuerpo como una corriente energética y que no se extinguía ni se saciaba. Si experimentaba esto sólo con abrazarla, ¿cómo sería besarla? Estar tan cerca de ella era demasiado tentador, si bajara mi rostro hacia el suyo, podría buscar sus labios y atraparlos entre los míos. ¿Cómo sería el sabor de su boca? Eso era algo que me moría por descubrir, pero no era muy caballeroso por mi parte aprovecharme de que se encontraba indispuesta para seducirla,… ¿cómo había pensado si quiera en la posibilidad de hacerlo? Sus temblores se fueron suavizando y casi lo lamenté, porque en cuanto se recuperó se separó de mí.
Comenzó a hacerme preguntas respecto a nuestra naturaleza e intenté responderla a todas ellas. Quería que a partir de ahora confiara de veras en mí. Si quería mantenerla a salvo no me podía arriesgar a que acudiera a Ethan o a Christopher para resolver sus inquietudes. Sabía que ella era muy curiosa, algo característico de los escritores, y no me importó contarle todo lo que pude sobre los clanes y la tríada. Ella pareció satisfecha y no paró de hacer preguntas hasta que de nuevo empezó a tiritar. La obligué a tomar un poco más de brebaje y la atraje de nuevo a mis brazos. Me pidió que me quedara y sentí que mi corazón se henchía en el pecho. “Lo que tú quieras”, pensé, “de hecho, me quedaría para siempre”.
¡Estaba exhausta!, se estaba quedando dormida en mis brazos. Le deseé buenas noches y por primera vez la llamé Becca. Había querido llamarla así desde que la cogí entre mis brazos en la biblioteca, sonaba también fuerte, pero a su vez sumamente íntimo y yo quería ganarme el derecho a compartir su intimidad. La quería y la necesitaba más que a nadie en el mundo y entonces comprendí por qué no podía dejar de pensar en ella ni un segundo,…
Esa criatura cautivadora e irritante me había robado el corazón y de ahora en adelante no me apartaría de su lado. Increíblemente la amaba…
FIN DEL PRIMER LIBRO