CAPÍTULO V

 

 

En el trayecto hacia el instituto tuve ocasión de comprobar por mí misma que la tormenta de anoche había sido bastante seria. Un abeto enorme había caído, tronchado por un rayo, destrozando el tendido eléctrico que se extendía paralelo a la carretera y bloqueando completamente uno de sus carriles. Un grupo de operarios trabajaba para reparar la línea, mientras que los servicios de limpieza recogían las ramas que entorpecían la circulación. La tormenta no parecía haber ocasionado daños en el instituto, pero en el parking no había tantos vehículos como la víspera, seguramente por las retenciones de tráfico existentes en las rutas de acceso a la zona a causa del temporal. Encadené la bicicleta en mi lugar habitual y me dirigí a paso rápido al edificio principal.

–¡Rebecca!–.

Me giré por inercia al oír mi nombre y descubrí que quien me había llamado era Ethan Darcey. Cerró su deportivo con la llave manos libres y vino a mi encuentro. Me quedé paralizada en el sitio, aunque lo que me pedía el cuerpo era salir huyendo de allí antes de que me alcanzara. Llevaba el pelo revuelto y húmedo, como si acabara de salir de la ducha y no se hubiera molestado en peinarlo, pero estaba convencida de que no era el caso, sino que era un look elaborado, como todo en su imagen. Vestía unos vaqueros negros y una camiseta gris marengo de manga corta y ajustada que le sentaba bastante bien. Además de ser muy guapo, tenía un cuerpo increíble y consecuentemente me costaba bastante mirarle sin que se notara que me le comía con los ojos. Bajé la mirada al suelo e intenté serenarme un poco para que no se diera cuenta de lo nerviosa que me ponía cada vez que se acercaba a mí. Afortunadamente era buena actriz y se me daba bastante bien fingir indiferencia cuando era necesario. Me alcanzó y se detuvo junto a mí, quizás demasiado cerca, tanto que su agradable perfume me llegó en una oleada, aturdiéndome un poco. Estaba más serio que en las otras ocasiones en las que habíamos hablado y temí que estuviera furioso conmigo, pero si era así, ¿por qué diablos me buscaba de nuevo?

–¡Hola!–le saludé con timidez.

–¡Hola!, ¿podemos hablar?–me preguntó.

Miré hacia la fachada del instituto para alcanzar a ver la hora en el reloj de la entrada, quedaban sólo quince minutos para que comenzaran las clases.

–¿Sobre qué?–pregunté con desconfianza.

–¡Ven!, sólo será un momento–insistió.

Entonces él me cogió del brazo y tiró de mí hacia el bosquecillo que rodeaba el parking. Me dejé llevar, sintiendo la calidez de su mano sobre mi brazo desnudo. No me parecía apropiado esconderme a solas con Ethan entre los árboles, pero no era tan dueña de mí misma como intentaba aparentar como para negarme a acompañarlo, de modo que le seguí hasta detrás de un gran abeto que nos ocultaba de la vista de los usuarios del parking. Se detuvo frente a mí en silencio y me quedé mirándole intrigada.

–¿Y bien?– le pregunté en vistas de que él no parecía decir nada.

–Sé que tú y yo no hemos empezado con buen pie y la verdad es que no sé por qué…–dijo de pronto con una expresión preocupada–. Si te he ofendido de algún modo me gustaría saberlo para poder disculparme, pero has de saber que no pretendía molestarte, te lo aseguro–.

Sus ojos cristalinos recorrían mi rostro con suma atención y provocó que no pudiera pensar con claridad en una respuesta adecuada, de modo que solté lo primero que se me pasó por la cabeza.

–No has hecho nada para ofenderme, simplemente no me dejo obnubilar fácilmente por los chicos como tú–le dije.

Él bajó la cabeza para ocultar una sonrisa de medio lado y luego volvió a mirarme a los ojos con una expresión divertida en su rostro.

–¿Sabes? Eres la chica más borde que conozco–me dijo, esforzándose por esconder su sonrisa.

Fruncí el ceño y le miré entrecerrando los ojos.

–¡Eso ya lo he oído antes!–respondí.

Me había sorprendido su comentario, creía que sería demasiado educado para decirme algo así a la cara.

–¡Lo siento!, espero no haberte ofendido… ahora–añadió, mordiéndose el labio para no reírse.

–No, tranquilo, soy antipática por naturaleza aunque me moleste admitirlo, del mismo modo que tú eres un presuntuoso y te comportas como tal–le acusé.

–¡Touché! Mira, ya que ha quedado claro cuáles son nuestros defectos, podríamos empezar de cero e intentar llevarnos bien, ¿qué opinas? Prometo no intentar obnubilarte a partir de ahora–me dijo acercándoseme más.

Sentí una oleada de calor con su proximidad y volví a apreciar su perfume, intensamente masculino. Me parecía que acercándose tanto a mí estaba incumpliendo expresamente su reciente promesa y me temía que eso era justo lo que él pretendía hacer.

–Mira Ethan, no tienes que ocuparte de mí porque te lo haya pedido el instituto. Como te dije, me apaño muy bien sola. Te libero de tener que cargar conmigo, ¡puedes seguir con tu vida!–dije, gesticulando con los brazos como si le diera la absolución.

–El consejo no me pidió que te tutorara Rebecca, me inventé esa excusa porque deseaba conocerte y tenía que romper el hielo de algún modo–dijo de pronto, derritiéndome con la mirada.

–¿Por qué?–pregunté extrañada.

–¡Venga, Rebecca!, ¿me vas a obligar a explicarte por qué?, ¿es que no es obvio?–me dijo, dedicándome una sonrisa torcida.

¿Estaba flirteando conmigo descaradamente? Sentí cómo mis mejillas se coloreaban con intensidad, pero intenté mantener la compostura a pesar de que incluso me empezaban a temblar las rodillas. Decidí bajar la mirada de nuevo para intentar serenarme un poco.

–Eres nueva aquí y necesitas amigos. Si quieres podríamos salir juntos alguna vez, estoy seguro de que encajarás bien en mi grupo. Podremos conocernos y luego ¡ya veremos!… ¿Qué te parece?–me preguntó inclinando también su cabeza para encontrarse con mis ojos.

Estaba siendo encantador, tenía que admitirlo. Mi carácter arisco y desconfiado se había visto arrasado y vencido por este chico. Me atraía mucho físicamente, pero yo no pertenecía a ese círculo elitista del que él formaba parte, ¿a qué venía su intento de acercamiento? Y entonces lo comprendí,… ¡su padre! Seguro que él y no el consejo, era quien le había pedido que se ocupara de mí. ¿Por qué no era franco conmigo?

–No sé, quizás–dije, levantando mis ojos y mirándole fijamente.

Mantuve mi mirada con intensidad intentando amedrentarle y en respuesta sus pupilas se dilataron y empezó a respirar con más fuerza.

–Me lo tomaré como un sí–dijo en un susurro.

–Como quieras–respondí, mostrándole a mi pesar un asomo de sonrisa por primera vez desde que le conocía.

Él en respuesta me dedicó una sonrisa que me dejó aturdida y por su expresión parecía estar muy satisfecho consigo mismo. Giré sobre mis talones, dándole la espalda, y comencé a avanzar de vuelta al parking, sintiendo que me seguía muy de cerca. Cuando salimos del bosquecillo, me guiñó un ojo y se dirigió al encuentro de su hermano que acababa de aparcar su moto y nos estaba mirando con atención. Los ojos azul marino de Cayden me atravesaron con dureza y creí conveniente largarme de allí antes de que nos alcanzara, de modo que apreté el paso y corrí a refugiarme en la seguridad de las aulas.

 

 

Sarah me había reservado un sitio a su lado en clase de Francés. Como iba tan justa de tiempo tras mi conversación con Ethan, sólo tuve tiempo de saludarla antes de empezar la clase. Cayden no hizo acto de presencia y me preguntaba dónde diablos se metería y por qué se molestaba en llegar al instituto puntual para luego faltar a las clases.

No conocía demasiado bien a Sarah, pero intuía que le pasaba algo. Tenía una pierna cruzada sobre la otra y no paraba de moverla a un lado y a otro mientras hacía garabatos en el borde de su libreta, sin prestar demasiada atención a Mademoiselle Beauvais. No me gustaba ser indiscreta con los temas personales, pero a la hora del almuerzo, al observar que su intranquilidad iba en aumento, decidí interesarme por ella.

–Sarah, ¿qué ocurre? ¿Por qué estás tan nerviosa?–le pregunté.

–No me has preguntado que qué tal me fue ayer con la entrevista al señor Darcey–me dijo de pronto.

–Me ha extrañado que no sacaras el tema, pero no sabía si querías hablar de ello. ¿Salió mal?, ¿es por eso que estás nerviosa?–pregunté.

–No, ¡qué va! La entrevista fue estupendamente aunque tuve que esperar durante horas hasta que consideró oportuno atenderme, pero contaba con ello, se trata de un hombre muy ocupado–me explicó.

–Entonces ¿qué te pasa? Te noto excesivamente inquieta–señalé.

–Rebecca, soy hiperactiva. Me lo diagnosticaron cuando era pequeña y aunque no tiene cura, no me preocupa demasiado. En mi caso no es un problema porque mi cerebro está hecho para estar híper estimulado y no me cuesta concentrarme en los asuntos, contrariamente a otro tipo de hiperactivos–me explicó.

–Vale, perdona. Te quería preguntar algo, ¿me paso luego por el periódico y me vas contando qué esperas de mí exactamente?–dije.

–¿Has tomado tu decisión entonces?, ¿serás una de los nuestros?–me preguntó satisfecha.

–Sí, si todavía me aceptas–respondí encogiéndome de hombros.

–Por supuesto, estaba convencida de que aceptarías, de hecho ya les había pedido a los demás que te hicieran un hueco en la oficina. Y me das una buena noticia porque eso significa que no tendré que hacer esas tediosas entrevistas esta tarde, lo que me viene de perlas porque tengo otros temas más importantes de qué ocuparme–me dijo.

–¿Vas a incluir tu entrevista con Darcey en la primera edición del curso?–me interesé.

–¡Por supuesto! Pásate después de las clases por la redacción y trabajaremos sobre la edición. He pensado que para presentarte a nuestros lectores podríamos publicar uno de tus relatos cortos, ¿qué te parece?–me insinuó.

–¡Si no queda más remedio!–dije avergonzada.

–¡Vamos!, serás mi escritora británica independiente, lo que le dará a nuestro periódico una imagen más culta y refinada. Tendrás la ventaja de que tu sección será de temática libre. Me gusta como escribes y nuestros alumnos disfrutarán con tus historias. ¡Sorpréndelos!–me animó.

 

 

 

 

Después de clase y antes de reunirme con los demás en el periódico, decidí pasarme por la biblioteca del instituto para recoger mi carnet de estudiante que ya estaba listo, según me habían indicado en secretaría. Las instalaciones del colegio no estaban nada mal en general, pero cuando entré en la biblioteca me quedé gratamente sorprendida. Desde luego no tenía nada que envidiarle a las bibliotecas de muchos de los colegios universitarios de Oxford e imaginé que para constituirla habrían hecho falta muchas contribuciones generosas por parte de las familias del alumnado, suposición que se vio confirmada cuando contemplé la cantidad de placas de agradecimiento con los apellidos familiares de los benefactores, que figuraban junto al membrete de la entrada y por supuesto la de mayor tamaño era de los Darcey.

La bibliotecaria me entregó mi carnet con diligencia y entonces se me ocurrió que ya que estaba allí, podría consultar si poseían algún libro con información sobre los celtas que pudiera ayudarme en mi investigación privada. Me conecté a la aplicación índice de la biblioteca y tecleé celtas como palabra clave. Aparecieron varios títulos en pantalla que hacían alusión a la historia de estos pueblos y comprobé que todos estaban en la misma sección. Hubo un título que me llamó la atención expresamente: Celtas: ¿mitología o historia? Apunté en un trozo de papel la fila, sección y altura en la que estaba ubicado y me dirigí en su busca.

Por lo visto los temas históricos estaban en las dos últimas filas, justo al fondo de la sala. Me fui adentrando por el pasillo central dejando largas filas de estanterías a mi derecha y a mi izquierda y me di cuenta de que la biblioteca tenía bastante más fondo de lo que parecía. La luz en esta zona de estanterías era mucho más tenue que en la zona de lectura y el silencio se sentía más profundo. Las estanterías tenían más de dos metros de alto y partían desde ambos lados del pasillo central hasta tocar la pared. En el hueco de la pared entre cada par de estanterías había un ventanal y un banco de madera con cojines acolchados, de modo que creaba un rincón de lectura muy apropiado para aquellos lectores que buscaran intimidad. Mi fila era la penúltima a la izquierda y me volvió a sorprender que un instituto por muy selecto que fuera tuviera esta enorme biblioteca.

Llegué a mi fila y me adentré en el corredor en busca de mi sección. De pronto me di cuenta de que en el banco de madera al fondo había un chico leyendo un libro. Al oír que me acercaba levantó la vista y la clavó en mí. A pesar de la poca luz reconocí esos ojos inquietantes que me miraban con aprensión y quizás también con un elevado grado de sorpresa, se trataba de Cayden Darcey. Me detuve en seco y pensé en largarme de allí y volver en otro momento, pero no podía dejar que siguiera intimidándome de esa forma, yo no era una cobarde y no tenía nada de lo que huir, el que se había comportado como un energúmeno había sido él, no yo. Inspiré para reunir el coraje suficiente para hacerle frente y continué por el pasillo, deseando que la sección que buscaba estuviera lo más alejada posible de él. Él no dejaba de mirarme con su frialdad habitual, de modo que decidí ignorarlo y centrarme en la búsqueda de mi libro, manteniendo la vista fija en todo momento en la estantería. Desafortunadamente mi sección estaba a dos metros escasos del banco y para empeorar las cosas los libros que buscaba estaban en la balda más elevada y no llegaría a ellos sin una escalera. Me detuve y miré alrededor, tratando de localizar dónde estaría la maldita escalera que se usaba en estos casos. Por el rabillo del ojo comprobé con alivio que Cayden había vuelto a fijar su mirada en su lectura, un magnífico ejemplar encuadernado en cuero de El Señor de los Anillos. ¡Oh!, ¡amaba ese libro!, en realidad me encantaba todo lo relacionado con Tolkien y su maravilloso mundo. Me asombró tener algo en común con ese chico extraño y quizás me lo quedé mirando demasiado tiempo sin advertirlo, porque él volvió a desviar su mirada del libro y me miró de nuevo, molesto. Aparté la mirada precipitadamente y decidí concentrarme en cómo alcanzar la última balda. No había escalera a la vista y no me atrevía a encaramarme a la estantería por miedo de que se hundiera con mi peso, de modo que decidí hacer algo práctico. Me agaché y comencé a sacar libros gruesos de la balda inferior y a apilarlos en el suelo para construirme un alza. Probé a subirme sobre cuatro volúmenes de grosor medio y comprobé que aun poniéndome de puntillas, mi torre no era lo suficientemente alta y asumí que necesitaría unos cuantos libros más. Continué sacando los libros más gruesos que encontraba y apilándolos uno sobre otro. Cayden cerró su libro de golpe, sobresaltándome con el ruido, y se me quedó mirando con las cejas levantadas.

–Perdona que me entrometa, pero me parece que lo que estás haciendo no es el modo más ortodoxo de tratar a esos ejemplares–me dijo en un tono de desaprobación.

–Puede parecerte un uso inapropiado, pero eso es sólo porque tú llegas con facilidad a la última balda y yo no. Además sólo será un momento–dije, cortante.

–Que seas demasiado bajita no es razón suficiente para maltratar así a los libros–me respondió molesto.

–Si tanto te molesta que los utilice de escalera podrías alcanzarme el libro que busco–le sugerí.

–¿Y por qué tendría que hacerlo?–me preguntó entrecerrando los ojos.

–Si fueras un caballero, lo harías–le dije.

–Tú lo has dicho, si lo fuera quizás lo haría…– respondió y volvió a centrarse en su libro.

Había conseguido enfurecerme, necesitaba coger el libro y largarme de allí o acabaría tirándole un volumen a la cabeza… Coloqué un último ejemplar y me subí a mi torre de libros, pero el impulso de la subida había hecho deslizarse uno de los volúmenes sobre otro y de pronto perdí el equilibrio, me golpeé en la frente con la estantería y caí hacia atrás. Sabía que me iba a golpear con fuerza contra el suelo e intenté llevarme las manos a la cabeza para protegerla, pero de pronto y sin saber cómo estaba en los brazos de Cayden. Se tenía que haber movido muy rápido porque me había cogido aún en el aire, evitando que me golpeara. Sus brazos me apretaban con fuerza contra su cuerpo para sujetar mejor mi peso. Levanté mi rostro hacia él y me estaba mirando con una expresión indescifrable. Estaba completamente avergonzada por la situación y no sabía qué decir. A pesar de ser él, en este momento no sentí miedo de su cercanía, sino más bien lo contrario, me sentí… bien. No me había fijado en él tan de cerca hasta ahora y me sorprendió todo lo que no había visto antes a causa del miedo que me infundía. Era como verle por primera vez. Era muy guapo, no en plan modelo de pasarela como su hermano, sino que tenía una belleza salvaje. Su pelo negro y brillante le quedaba un poco largo y lo llevaba peinado hacia arriba para que no le cayera sobre los ojos. Sus facciones eran hermosas, aunque duras y sus ojos eran grandes y de un increíble color azul. De pronto me soltó, sosteniéndome con una mano en la espalda lo suficiente para que no me volviera a caer y en cuanto se aseguró que me valía por mí misma, se apartó de mí sin decir nada.

–¿Qué estás buscando exactamente?–me preguntó sin mirarme.

Saqué la nota de papel del bolsillo de mis vaqueros y se la tendí. Él la cogió y echó un vistazo a la numeración y luego alargó su brazo y cogió el libro que andaba buscando. Le echó un vistazo al título y en lugar de pasármelo, lo sostuvo unos instantes entre sus manos.

–¿Es que no vas a dármelo?–le pregunté expectante.

Él se volvió hacia mí y se me quedó mirando, vacilante. Entonces sonrió y se metió el libro debajo del brazo.

–Es justo el que quería llevarme–me susurró–. Gracias–.

–¿Qué? No estarás hablando en serio, ¿no?– le pregunté indignada.

–Siempre hablo en serio–dijo y se acercó al banco, recogió sus cosas e hizo ademán de largarse.

–Espera, no puedes llevártelo. Lo necesito–protesté.

–No te preocupes, podrás tomarlo prestado cuando lo devuelva–me dijo provocador–. Bueno, salvo que a partir de hoy te veten la entrada a la biblioteca, que será lo más probable. Deberías de saber que en menos de cinco minutos la bibliotecaria hará la ronda por este pasillo y si no has recogido ese desastre tendrás un problema, es más sensible que yo en cuanto al trato que se les debe dar a los libros–.

–Me has quitado mi libro, al menos podrías ayudarme a recoger todo esto–le dije de mal humor.

–Mira nena, creo que ya he hecho bastante evitando que te partieras la crisma contra el suelo. Puedes dar gracias a que tengo buenos reflejos. ¡El resto es problema tuyo!–me dijo y se alejó de mí a paso rápido.

–Te odio Cayden Darcey–mascullé.

Aunque estaba ya lejos y era imposible que me hubiera oído, se volvió y se me quedó mirando unos instantes con una sonrisa traviesa en los labios. Finalmente se largó, dejándome en medio de todo ese lío.

¡Genial! Y además seguro que no mentía en lo referente a la bibliotecaria… Me arrodillé en el suelo y comencé a ordenar todos los libros que había apilado. Cuando acababa de colocar el último volumen en la estantería, la bibliotecaria apareció en mi campo de visión en el pasillo central y me lanzó una mirada suspicaz al verme arrodillada en el suelo. Me levanté despacio, intentando parecer inocente, y me dirigí silenciosamente a la salida maldiciendo por lo bajo a Cayden Darcey.

 

 

 

 

Después de mi encuentro con Cayden, me pasé por la sede del periódico estudiantil. Se trataba de una sala con despachos abiertos en un lateral, una gran mesa con sillas para reunir al equipo y al fondo otra pequeña sala con el equipo de impresión y encuadernación. Había una media docena de personas bastante ocupadas con sus ordenadores, escribiendo o maquetando los artículos, y avancé en silencio de camino al despacho de Sarah.

–¿Rebecca?–me llamaron.

Dirigí mi mirada hacia uno de los escritorios y un chico castaño con gafas de pasta me dedicó una sonrisa. Le reconocía del otro día, cuando Sarah me presentó a su equipo en el almuerzo.

–Hola, eres Harry, ¿verdad?–le pregunté.

–Sí. Hola y bienvenida al equipo. Sarah vendrá ahora mismo, puedes irte instalando en aquella mesa junto a la ventana, será tu lugar de trabajo–me indicó.

–De acuerdo. Gracias–dije.

Me acerqué a mi mesa y revisé mi nuevo puesto de trabajo. Tenía un ordenador, un par de bandejas para depositar documentos, material de oficina y papel. Desde el ventanal podía contemplar el parking del instituto donde se veía bastante movimiento de estudiantes que volvían a sus casas. Abrí mi ordenador portátil y comencé a revisar mis relatos para elegir uno para mi presentación en Saint Edward. Solía escribir relatos cortos, pero aun así no sabía muy bien cómo encajar cualquiera de ellos en un espacio tan reducido como una página.

Entonces apareció Sarah, que se fijó en mí nada más entrar y se dirigió a mi mesa.

–¿Qué tal?, ¿estás preparada para conocer todo esto?–me preguntó.

–Sí, claro–dije, poniéndome en pie.

–Bien, ven conmigo–me dijo avanzando hacia el centro de la sala–. Harry es mi editor, él supervisa todos los artículos del periódico y la presentación en general. Es mi mano derecha y de no estar yo, él es el que manda–.

Harry me sonrió y siguió con su trabajo.

–Lindsey lleva la sección de ocio y cultura y es nuestra experta en proponer buenos planes para el fin de semana. Se conoce todos los antros de Portland y se traga obras, conciertos y todo aquello que se cuece en los alrededores, de modo que si quieres integrarte bien en el ambiente de la ciudad, deberías leer su sección–dijo, señalando a una chica rubia que también me saludó con una inclinación de cabeza.

–Laura se encarga de las entrevistas, los eventos y todo tipo de movidas relacionadas con el instituto y a su vez es nuestra experta en moda y belleza. Como ves es la más mona del equipo, ¡tenía que hacerlo ella!–bromeó, refiriéndose a una chica con sonrisa coqueta que se retocaba el pelo frente a la pantalla del ordenador.

–Phil y Tom se encargan de maquetar todo, diseñar las portadas y de la impresión y puesta a disposición de nuestros ejemplares. Son nuestros artistas por así decirlo–continuó.

Les saludé a ambos y seguí a Sarah hasta su despacho.

–Harry, acompáñanos por favor–le pidió–. Yo me encargo del editorial donde suelo incluir algún artículo crítico con temas de actualidad o noticias en exclusiva, si tenemos suerte y surge algo decente que investigar–me explicó.

Sarah se sentó en su escritorio y me indicó que me sentara en una de las sillas. Harry entró con un cuaderno de notas, cerró la puerta del despacho y se acomodó a mi lado con bastante familiaridad.

–Bien, vamos a repasar nuestra primera edición–dijo Sarah–. ¿Qué tenemos, Harry?–.

Harry se enderezó las gafas de pasta y abriendo la libreta empezó a enumerar.

–¡Empezamos! Portada aún pendiente de decidir. Podemos elegir entre la foto a vista de pájaro de la entrada principal que hice desde la azotea el primer día de clase o una de las que tomó Lindsay en el discurso del director en el salón de actos a los de primer curso. Voto por la del discurso del director con todos los novatos de fondo, queda como más académico y podemos captar nuevos lectores entre los nuevos. Podríamos poner una síntesis del discurso del director junto a la foto e incluir tu entrevista con la profesora Dillen en un lateral–sugirió Harry.

¡De modo que Sarah había entrevistado a mi madre y fue así como ella le había hablado de mí!…

–¡Vendido!, me quedo con la foto del salón de actos–dijo ella.

–Primera página, ahí irá tu editorial dando la bienvenida a todos y bla, bla, bla y justo a continuación tu entrevista con el señor Darcey. Por cierto ¿conseguiste hacerle una foto?, las que tenemos de archivo tienen muy mala calidad y me gustaría tener material nuevo con el que trabajar. Las malas lenguas dicen que se ha hecho un lifting–dijo Harry, bajando la voz y mirándonos con malicia.

–¡Ya!, ¡cómo si le hiciera falta! Le hice una foto con el móvil, pero no te prometo que sea muy buena. No me dejaron pasar la cámara de fotos, se la quedó el vigilante por seguridad, confidencialidad o como quieras llamarlo–nos explicó–. Bueno, me vale también hasta aquí. ¿Qué tenemos como artículos centrales?–.

–Lindsay nos habla del curso escolar con todos sus eventos y adjuntamos un calendario donde están señaladas con una leyenda todas las fechas clave. También incluiremos un anexo especial con todas las actividades complementarias que ofrecemos al alumnado y cómo inscribirse y finalmente tenemos un artículo sobre la moda de tendencia para este otoño por cortesía de Laura–continuó.

–Bien y a Rebecca la dejamos la contraportada, ¿verdad?–preguntó Sarah.

–Sí, ella se queda con nuestra página final. Será un éxito, ya lo verás. Es tan misteriosa, tan mágica, tan snob,… ¡tan británica! Tendrá su rincón del relato para contarnos cada semana una historia diferente. Tiene que impulsarnos a soñar, a luchar por conseguir lo imposible, a creer en la magia,… –dramatizó.

Me dejó asombrada, Harry hablaba de mí como si yo no estuviera allí, pero estaba claro que sabía que escribía fantasía, de modo que deduje que Sarah le había pasado alguno de mis relatos para conocer su opinión.

–¡Harry es único!–me dijo ella al advertir mi sorpresa–. Es muy intuitivo y capta rápido a las personas. Quizás también se deba a que es un cotilla empedernido, pero él es justo lo que necesitamos aquí. ¡Te encantará cómo trabaja, es brillante!–.

–Vale–dije, un poco intimidada por tanta familiaridad.

–Bueno Harry, ¿no vas a incluir alguno de tus chismorreos en la primera edición?–preguntó Sarah arqueando una ceja significativamente.

–Pues tengo algo realmente jugoso, pero no sé si te convencerá demasiado–dijo él con una expresión maliciosa.

–¡Suéltalo!–le pidió ella.

–¿Qué te parece: Ethan Darcey y una belleza morena compartiendo confidencias en el bosque?–dijo Harry, mirándome de reojo.

No pude evitar sonrojarme violentamente mientras que Sarah abría los ojos como platos y me miraba con cara acusadora.

–No podemos publicar eso o destrozaríamos el corazón de la mitad de nuestras lectoras–dijo Sarah, fingiendo dramatismo–. ¡Lárgate y ponte a trabajar en algo más serio, paparazzi!–.

Harry  me guiñó un ojo y salió del despacho cerrando de nuevo la puerta tras de sí.

–¿Cuándo pensabas contármelo?–me exigió ella.

–¿El qué? Sólo hemos charlado unos minutos junto al parking–dije avergonzada.

–¿Y qué quería si es que se puede contar?–me preguntó con curiosidad.

–Quería saber por qué era tan borde con él y disculparse si había hecho algo para molestarme–le expliqué.

–¿Ethan Darcey disculpándose? ¡Vaya!, creo que le ha dado fuerte contigo–me dijo.

–No creo que eso sea posible. Es cierto que no le conozco lo suficiente y seguramente me precipite al hacer esta valoración, pero me parece que es de la clase de tíos que sólo se aman a sí mismos–apunté.

–No sé, hasta ahora pensaba que era así, sin embargo llegas tú y ¡bang!, él te persigue por todo el instituto. Estoy un tanto desconcertada Rebecca, no me encajas en su grupito–me explicó pensativa.

–Ya lo sé, yo tampoco me explico por qué él se interesa por mí–admití, ocultándole deliberadamente que tenía mis sospechas.

–Bueno, es obvio que eres muy guapa, quizás ha sido un flechazo–dijo ella.

–No es muy probable, podría tener a la chica que quisiera y me resulta extraño que se encapriche de la más borde del instituto–dije, pensándolo de verdad.

–Lo dices como si te importara–me dijo arqueando una ceja–. ¿No me digas que Ethan Darcey ha conseguido resquebrajar con sus encantos tu coraza de indiferencia?–.

–Pensaba que el sensacionalista del grupo era Harry–insinué con un mohín–. ¡Deja de darle vueltas!, seguro que se le pasará y todo permanecerá igual– presentí.

–Tengo la intuición de que no se le pasará, pero te doy el beneficio de la duda– dijo ella entornando la mirada.

–Sarah, hablando de los Darcey, hay una cosa que no acaba de encajarme. ¿Cayden también es como ellos?–le pregunté con curiosidad por saber más de él.

–No te equivoques, Cayden va con ellos sólo porque Ethan es su hermano. Se comporta como un tipo difícil y antisocial, pero en mi opinión el problema es que arrastra un trauma infantil intenso. Todo el mundo alaba a Darcey por hacerse cargo de él, pero en realidad yo no desearía un tipo así como padre. Es un hombre de negocios dedicado a su trabajo y no a su familia, de modo que dudo que esos chicos sepan lo que es el cariño paternal. Quizás Ethan ha salido adelante por sí mismo, salvando su comportamiento narcisista y egocéntrico, por supuesto, pero Cayden ha crecido como un árbol torcido y veo muy difícil que a estas alturas se pueda enderezar–me dijo.

–¡No digas eso!, creo que siempre es posible enmendarse, todo depende del empeño que pongas en hacerlo–protesté.

–Bien, veo que tu primer relato podría ser el del sueño imposible. Incluso podríamos dedicárselo a Cayden, ¿qué opinas?– me sugirió con una sonrisa.

Me sorprendió la habilidad de Sarah para llevarme a su terreno. Me quedó bien claro que ella ya había decidido cuál de mis relatos quería en la primera edición y sutilmente había conducido la conversación en esa dirección, primero con Ethan, un chico inalcanzable al que enamorar, y después con Cayden, el chico problemático al que enderezar. Otra cualidad suya era la manipulación, tenía que tenerlo en cuenta en lo sucesivo. Sin embargo a mí no me pareció mal, de hecho ese relato me encantaba.

–Vale, creo que será buen comienzo y si te soy sincera, me gustaría que él lo leyera, ¡no le vendría nada mal replantearse ciertas cosas!–dije, levantándome y dando por zanjada la conversación.