CAPÍTULO XXV
Darcey nos miraba impertérrito desde el centro del círculo mientras nos hacíamos a la idea de que no había otra solución que enfrentarnos a él, a pesar de que era invencible como bien sabíamos y que antes o después acabaría con nosotros.
–No tenéis nada que hacer contra mí y lo sabéis. Si sois sensatos os rendiréis y me entregaréis a los rebeldes y si no lo sois podéis enfrentaros a mí, pero tened claro que os derrotaré y después os torturaré, cuidándome muy bien de que cada uno presencie cómo sufre el otro, de modo que al final me suplicaréis que pare y acabaréis por confesarme quién está al frente de la rebelión. Vosotros decidís, o lo hacemos simple o lo hacemos un poco más doloroso–nos amenazó.
–Siempre he soportado bien el dolor–fanfarroneó Cayden.
Se agachó un instante y sacó de su bota un puñal y antes de que pudiera imitarlo, cogiendo también mi daga, se lanzó contra Darcey. Me apresuré a empuñar mi arma y le seguí, sintiendo cómo mi medallón abrasaba en mi cuello. Increíblemente no sentía miedo, me sentía fuerte y confiada y aunque era absurdo pensar que seríamos capaces de derrotar a un druida, tenía esperanzas de que pudiéramos aturdirle lo suficiente para poder escapar de allí. Ésa era nuestra única posibilidad de sobrevivir y todos mis instintos se aferraban a esa posibilidad, por efímera que fuera. Cayden estaba tanteando a Darcey, amenazándole con el puñal y él le miraba divertido y confiado, esquivando cada arremetida con asombrosa facilidad.
–¿Eso es todo lo que sabéis hacer? ¡Contemplad esto!–dijo Darcey.
Lanzó sus puños con fuerza hacia el suelo y de pronto el círculo tembló bajo nuestros pies. La estrella de fuego se iluminó y desprendió una sacudida de energía, como la onda expansiva de una explosión, que nos golpeó y nos lanzó por los aires. Una sensación dolorosa recorrió todo mi cuerpo cuando impacté contra el suelo y oí de fondo la risa de Darcey, visiblemente satisfecho de su exhibición de poder. Me incorporé y busqué a Cayden y me alivió comprobar que ya estaba en pie y preparado para atacar de nuevo y esta vez sus ojos brillaban en un tono azul eléctrico, iluminados con su magia. Ya no era sólo un simple muchacho, sino el hijo del líder del Clan de los Lobos.
Se abalanzó sobre Darcey sin piedad y consiguió pillarle desprevenido y derribarle, pero él se levantó con agilidad y con un solo movimiento de su mano, volvió a lanzar a Cayden por los aires. Aterrizó contra el suelo, soltando un gruñido de dolor. Si seguía lanzándonos así contra los bloques de piedra acabaría matándonos, pero entonces comprendí que podíamos jugar a su mismo juego y concentré mi energía en un menhir, intentando derribarlo para aplastar a Darcey. Él me miró de pronto con sus ojos verdes refulgiendo a causa de su magia y levantó una de sus manos contra mí. Me aparté, pero no a tiempo, y sentí cómo una fuerza me arrojaba hacia atrás y me inmovilizaba contra una de las columnas de piedra, apretándome cada vez con más fuerza contra ella. Me costaba respirar y me resultaba difícil mover mis manos para liberarme, pero entonces Cayden atacó a Darcey, que por fin relajó su fuerza sobre mí y acto seguido caí de rodillas contra el suelo sin poder sostenerme en pie. Respiré con ansiedad para llenar de nuevo mis pulmones de aire, sintiendo un dolor agudo en el pecho con cada inspiración. Me incorporé y me apresuré a ayudar a Cayden que lanzaba continuos ataques hacia Darcey, pero él los seguía esquivando con facilidad. Volví a intentar derribar el menhir sobre Darcey aprovechando que Cayden le tenía entretenido por el momento y me deslicé sigilosamente hasta uno de ellos, empujándolo con toda mi fuerza hasta que conseguí que se moviera. El enorme bloque de piedra que coronaba el menhir cayó hacia el suelo y lo esquivé por los pelos mientras que la enorme columna se precipitó sobre el círculo para la sorpresa de Cayden y de Darcey, que seguían enzarzados en la pelea. Cayden en el último momento empujó a Darcey en la trayectoria del bloque de piedra, de modo que le cayó encima y le derribó. Me acerqué a él sin perder tiempo y le cogí por el brazo.
–Tenemos que salir de aquí, esto no le detendrá por mucho tiempo–le apremié.
Él asintió y salimos de allí a la carrera. Subimos el tramo de escaleras de piedra hasta la puerta de la gruta, pero estaba bloqueada.
–Darcey quería asegurarse de que no escaparíamos por aquí–siseó.
–Quizás haya otra salida más adelante, sigamos por el túnel–sugerí.
Echamos a correr y oímos en la distancia un derrumbe de rocas y aceleramos la marcha. El túnel parecía rodear la gruta y pronto oímos los pasos de Darcey detrás de nosotros y recé por encontrar pronto una salida, pero en lugar de eso descubrimos que el túnel llegaba a su fin y que en lo que teníamos delante era una sólida pared de roca. Eso era todo, hasta aquí llegaba nuestro intento de huida…
–¡Maldita sea!–dijo Cayden, golpeando la roca con sus manos.
El eco de sus pasos se propagaba por el túnel, con un ritmo lento y pausado, como si confiara en que nos atraparía de todos modos. Él sabía que en esta dirección no había escapatoria y no tenía ninguna prisa por atraparnos, haciendo que nuestra agonía fuera mucho mayor.
–Tratemos de derribar la pared–sugerí.
Cayden me miró poco convencido, pero puso sus manos junto a las mías contra la pared mientras ambos concentrábamos nuestra energía en ella.
–Ábrete, ábrete–supliqué a las rocas.
Pequeñas grietas comenzaron a abrirse en la pared de piedra alrededor de nuestras manos, si ésta pared daba al exterior quizás podríamos escapar una vez que la derribáramos. De pronto tuve una idea y apoyé mi mano sobre una de las de Cayden y una de las grietas ganó en amplitud y consiguió abrir una brecha en la pared, continuando hasta el techo. Oímos cómo el túnel se resquebrajaba sobre nosotros y de pronto una enorme roca se desprendió del techo y cayó estrepitosamente sobre nuestras cabezas. Cayden gritó para avisarme y se echó sobre mí, protegiéndome con su cuerpo justo en el momento en que la roca impactó sobre nosotros y nos derribó y todo se tornó oscuridad.
Cuando volví en mí no sabía muy bien dónde me encontraba. Me dolía todo el cuerpo, pero especialmente la cabeza. Sentí un dolor punzante en mi frente e intenté llevar mi mano hacia allí, pero no podía hacerlo, estaba maniatada. Abrí los ojos con dificultad y descubrí dónde me encontraba. Estaba sentada en el suelo de piedra, amarrada contra una de las columnas del círculo mágico. Miré alrededor y lo primero que vi fue a Darcey, que me observaba desde el trono de roble. Se había quitado la chaqueta del uniforme y se le veía relajado y confiado, con sus brazos extendidos sobre los apoyabrazos labrados sobre el gran árbol. Parecía un emperador romano contemplando a sus esclavos morir en el circo y supuse que eso era algo muy parecido a lo que haría con nosotros, le creía lo suficientemente cruel para torturarnos hasta la muerte y disfrutar con ello. Barrí el círculo con la mirada en busca de Cayden y le encontré frente a mí, sentado y con sus manos atadas a la espalda en torno a una columna como estaba yo, pero él aún estaba inconsciente. Tenía sangre en la cabeza y le escurría por la sien y me invadió el pánico, él se había llevado la peor parte en el desprendimiento por protegerme a mí…
–Aún está vivo, si es lo que te preocupa–susurró Darcey.
–¿Qué harás ahora con nosotros?–le pregunté, preocupada.
–Os voy a torturar como os he dicho, no voy a desaprovechar esta oportunidad para derrotar a los rebeldes definitivamente. Quizás Cayden tarde más en hablar Rebecca, pero sé que tú nos soportarás que le haga daño. Ahora mismo está muy grave, ha recibido un fuerte impacto cuando se le ha venido encima ese muro de piedra, pero él lo ha hecho para salvarte, ¿no le salvarías ahora tú a él?–dijo.
Lágrimas amargas empezaron a recorrer mi rostro. Estaba muy preocupada por Cayden, era cierto que habíamos convenido no hablar, no delatar a los demás aunque significara que nosotros moriríamos por ellos, pero pensar que iba a morir torturado por ese monstruo y que yo no iba a hacer nada para salvarle era demasiado doloroso.
–Empezaremos por algo sencillo–dijo Darcey de pronto–, cuéntame qué vinisteis a hacer aquí–.
Vale, eso era fácil, podía responderle sin poner en un aprieto a los demás y al menos me daría tiempo para pensar qué diablos hacer.
–Buscábamos el hechizo–admití, mirando con ansiedad a Cayden.
–¿Qué hechizo?–preguntó, aunque apostaba a que sabía de sobra a qué me refería.
–La maldición–confesé.
–Ya veo, lógicamente pensasteis que estaría en mi poder ya que lo había empleado con vuestros padres, ¿no? ¿Y no pensasteis que quizás tuve la precaución de destruirlo para siempre después de acabar con tu padre de modo que nunca nadie pudiera maldecirme a mí?–me preguntó.
Vi moverse ligeramente a Cayden por el rabillo del ojo, pero intenté no apartar la mirada de Darcey que me miraba a su vez con intensidad, esperando una respuesta.
–¿Lo hiciste?, ¿lo destruiste?–le pregunté con ansiedad.
–Sí, lo hice–admitió satisfecho.
Cayden parecía haber recobrado el sentido, lo que me reconfortó, pero tenía que ganar tiempo, sólo necesitábamos más tiempo. Quizás ya hubiera transcurrido una hora desde que entramos en la gruta y Marcus estaría en algún lugar de la mansión intentando rescatarnos. No sabía cómo, pero quería salir de ésta. No estaba preparada para morir, necesitaba que Cayden y yo sobreviviéramos a esa noche, quería que tuviéramos un futuro que compartir y la oportunidad de ser felices. No quería que todo acabara aquí, en este lugar oscuro y triste a manos de este monstruo.
–Eso explica por qué el compartimento secreto estaba vacío–añadí para dilatar la conversación.
Entonces vi que su rostro se tensaba, mostrando inseguridad por unos segundos, algo que jamás había contemplado en su rostro.
–¿A qué te refieres?–dijo simulando tranquilidad.
–Creímos que esconderías la tablilla con el hechizo en el compartimiento secreto del árbol de la vida, a los pies del trono, pero descubrimos que no había nada allí–le confesé.
–¿Encontrasteis el accionamiento?–preguntó con curiosidad.
Antes de responder miré hacia Cayden y observé que estaba consciente y que parecía estar atento a la conversación. Había confusión en su rostro, pero no dijo nada. También había confusión en el rostro de Darcey y comprendí que él creía que me estaba tirando un farol con el tema del compartimento secreto.
–Mi padre tenía un secretaire con un accionamiento similar al del trono, sabía que habría una palanca en algún lugar cerca de la base del árbol que permitiría abrir el compartimento–admití.
El rostro de Darcey se oscureció y para mi sorpresa se levantó e introdujo su brazo en el tronco del árbol y accionó la palanca, de modo que el pequeño cajón sobresalió de nuevo a los pies del trono. Darcey se agachó y extrajo el cajón, comprobando que estaba vacío… Cuando me miró de nuevo había temor en sus ojos, un miedo oscuro y profundo y me alegró comprobar que él también era vulnerable.
–¿Dónde habéis escondido las tablillas?–preguntó furioso.
–Pensé que las habías destruido–dije más confiada.
De pronto el eco de unos pasos inundó la estancia. Parecían proceder de las escaleras de piedra, a mi espalda, pero no podía estar segura porque mi amarre no me permitía girar la cabeza para comprobarlo. Quienquiera que fuera se acercaba a un paso rápido y decidido.
–Ethan–murmuró de pronto Darcey.
Entonces yo también pude verle, Ethan llegó hasta el círculo de piedra y avanzó hacia su interior. Se detuvo y tras mirar a su padre, se giró y nos observó a Cayden y a mí unos instantes con cara de horror.
–No deberías estar aquí. ¿Cómo has entrado?–preguntó Darcey enfadado.
–¿Vas a matarlos?–preguntó él sin apartar la vista de nosotros.
–Me han traicionado, si los dejo vivir se rebelarán contra mí y ése es un riesgo que no puedo correr–admitió.
–Ibas a sacrificarlos en la ceremonia de todos modos, ¿verdad?–insinuó, mirándole con una expresión indescifrable.
–¿Por qué dices eso?–preguntó su padre.
–Responde a mi pregunta–gritó él, encolerizado.
–Aún no lo había decidido–admitió.
–¿En serio? ¿Por qué te has molestado entonces en grabar lo que está ocurriendo hoy aquí? No será para advertir a los clanes de lo que les pasa a los que te traicionan, ¿no?–preguntó en un tono frío y amenazador.
–¿Cuánto tiempo llevas en la sala de control?–preguntó Darcey mirándole con atención.
–El suficiente para hacerme una idea de lo que está pasando aquí–admitió.
–Bien, entonces entenderás que no tengo otra opción. Sal de aquí, te prometo que no sufrirán–dijo su padre en un tono profesional.
–No–respondió él.
–¿Qué has dicho?–se asombró Darcey.
–He dicho que no me iré–dijo Ethan con rotundidad.
–Es mejor que lo hagas, no quiero que veas esto–dijo Darcey.
–Dame la llave de las cerraduras, voy a soltarlos ahora mismo. Están heridos y bastante débiles y no voy a permitir que les asesines–dijo sin apartar la vista de su padre.
–No voy a hacer tal cosa, hijo–dijo él, impertérrito.
–¿Es este entonces tu estilo?, ¿es así cómo acabaste con mamá?–preguntó de pronto Ethan.
–¿Por qué sacas ahora ese tema? Tu madre se suicidó, eso es todo–dijo su padre malhumorado.
–Ella descubrió cómo eras realmente e intentó alejarme de ti, ¿verdad? Cuando le contaste a Cayden lo que pasó con su madre comprendí que la mía nunca se habría ido sin mí, ¿también fue ella un daño colateral?–rugió.
–Ella quería llevarte con ella y no se lo consentí. No te he mentido en lo demás–admitió.
Ethan apretó sus puños con fuerza contra sus costados y de pronto sus ojos refulgían de un color verde fluorescente. Entonces empezó a recitar un cántico en una lengua oscura, unas palabras totalmente desconocidas para mí, pero parecía un hechizo poderoso y la magia comenzó a fluctuar a nuestro alrededor.
–Ethan, ¿qué estás haciendo?–rugió su padre.
Él no pareció escucharle, estaba totalmente abstraído por el hechizo, que cobraba magnitud con cada palabra. Un tornado comenzó a formarse en torno a él, creando una espiral de viento a su alrededor. Darcey avanzó, decidido a detenerle, pero cuando intentó cogerle, salió despedido con fuerza hacia atrás y aterrizó sobre el trono de roble. Ethan se llevó las manos al bolsillo interior de su chaqueta y extrajo un objeto alargado, unas planchas de madera, y lo levantó sobre su cabeza.
–Ethan, ¡detente!–gritó Darcey incorporándose y avanzando de nuevo hacia su hijo.
Pero él no se detuvo, repitió el cántico una y otra vez y el remolino de aire le envolvió, protegiéndole de su padre, hasta que Darcey cayó al suelo y comenzó a suplicar que parara. Ethan dirigió las tablillas de madera hacia él y un haz de luz salió del objeto y colisionó contra el pecho de su padre, atravesándole de lado a lado. Darcey, de rodillas en el suelo, se llevó sus manos al pecho y gritó de dolor. De pronto todo cesó, la luz, el viento y padre e hijo quedaron uno frente a otro en el interior del círculo mágico.
Darcey levantó su rostro hacia su hijo y parecía otro hombre. Estaba demacrado, era una pobre imagen del hombre poderoso que había sido hacía unos instantes y sus ojos se veían tristes y enfermos. Sabía a lo que me recordaba, al declive de mi padre. Ahora Darcey era un simple mortal con siglos de vida sobre él, no tardaría en morir…
–No esperaba esto de ti, ¿por qué me has traicionado?–preguntó desesperado.
–Me mentiste todo este tiempo, padre. No soporto la mentira y no tolero a los embusteros,… ahora pagarás por ello–dijo en un tono glacial como el hielo.
Se agachó y cogió mi daga que estaba en el suelo, a sus pies, y la empuñó con fuerza, levantándola contra su padre.
–¡Ethan, no!–rugió Cayden con esfuerzo–. Ya ha sido suficiente, le has derrotado, no tienes que mancharte las manos de sangre–.
Ethan se giró y miró a su hermano, pero negó con la cabeza varias veces antes de centrarse de nuevo en Darcey.
–Cayden, no he de tener piedad. Él iba a mataros a ambos, ¡no merece vivir! Rebecca al fin me abrió los ojos, me hizo comprender que algo no encajaba, que os había traído aquí con algún fin, no como un acto de beneficencia. Me resistía a creer que sus intenciones fueran malas, pero investigué por mi cuenta y después bajé aquí. Encontré el compartimento secreto y las tablillas–dijo, señalando las láminas de madera que aún llevaba en la mano–y cuando leí el hechizo supe que se trataba de la maldición y entonces todo encajó. Comprendí lo que le había pasado a tu padre, Rebecca, comprendí quién eras y sospeché que Cayden tenía un pasado similar. Rebecca me había revelado que temía que los sacrificarías en el ritual y cuando descubrí todo esto supe que estaba en lo cierto y me propuse evitarlo. Como ya habréis imaginado me llevé las tablillas lejos de aquí, sabía que si tenía que detenerte, éste sería el único modo de hacerlo. Esta noche cuando saliste de la mansión decidí seguirte, quería descubrir lo que estabas tramando, pero cuando volviste inesperadamente imaginé que estabais en peligro, de modo que te seguí hasta la gruta, con la resolución de que si mis sospechas eran reales acabaría contigo–.
Ethan acercó la daga al cuello de su padre y contuve la respiración. Deslizó lentamente el filo por su garganta mientras Darcey le miraba impertérrito.
–Ethan, si le matas la culpa te acompañará de por vida. Déjalo vivir, morirá de todos modos–insistió de nuevo su hermano, intentando aflojar sin éxito sus cadenas.
–Sé lo que me hago–respondió.
De pronto introdujo la punta de la daga en el cuello del uniforme de su padre y temí lo peor, pero se limitó a extraer un colgante con el arma y a sacarlo por su cabeza. Se trataba de un medallón de bronce con una estrella de fuego de ocho puntas grabada en su interior, ¡el medallón del Clan del Fuego!
–Ahora esto me pertenece a mí–dijo, cogiéndolo y colgándolo de su cuello.
–Te arrepentirás de lo que has hecho hoy, hijo–dijo Darcey–. Nunca serás un gran líder, no tienes lo que hay que tener para serlo porque eres demasiado débil. Quizás a mi lado habrías sido alguien, pero por ti mismo no te harás respetar–.
–Te equivocas en algo, padre–siseó Ethan–. Nunca he sido débil–.
–¡Nooooooooo!–gritó Cayden.
Pero entonces hundió la daga en el pecho de su padre, que se agarró a la empuñadura, sorprendido, rozando las manos de su hijo al hacerlo. Ethan soltó el arma y retrocedió unos pasos. De pronto su padre se desplomó sin vida sobre el círculo de piedra y los tres nos quedamos completamente inmóviles contemplando la escena, horrorizados.
Pasaron los minutos y Ethan seguía allí de pie, inmóvil, contemplando el cuerpo sin vida de su padre que yacía a sus pies. Cayden también parecía estar en trance y yo sentía una presión en el pecho que casi me impedía respirar. Quería salir de allí cuanto antes. Esa noche había vivido la peor experiencia de mi vida. Nunca antes había sentido tanto miedo y sabía que lo más duro no había sido exponer así mi vida, sino pensar que otros morirían por mi culpa, especialmente Cayden. Cuando pensé que le perdería me sentí morir yo misma. Estaba exhausta, me dolía mucho la herida de la cabeza y tenía magullado todo mi cuerpo. Ahora todo había pasado, pero estaba muy preocupada por el estado de Cayden, que parecía herido de gravedad y desde luego Ethan tampoco estaba bien. Nos había salvado, pero había asesinado a su padre a sangre fría después y ahora parecía estar en estado de shock y me daba miedo que hiciera una locura.
–Ethan, por favor, desátame–imploré.
Pensé que tendría que llamar su atención con más insistencia, pero antes de que volviera a pedirle que me desatara, se volvió y vino hacia mí. Me sorprendió que llevara de nuevo en la mano la daga con la que había asesinado a su padre. No le había visto extraerla de su pecho, pero debía haberlo hecho porque se trataba de mi daga y estaba manchada de sangre. Ethan se agachó a mi lado con una expresión de preocupación en su rostro y pasó su mano por mi frente, retirándola manchada en sangre, pero ¿era mía o de su padre? La cabeza comenzaba a darme vueltas.
–Estás herida–dijo.
–Cayden está peor, tenemos que ayudarle–respondí, preocupada.
–Sí, espera, te soltaré a ti primero–dijo, buscando mis manos.
Rodeó la columna y manipuló la cerradura de mis cadenas con la punta de la daga hasta que la abrió. Retiró con rapidez las cadenas y sentí un hormigueo doloroso en mis brazos al moverlos de nuevo. Ethan me cogió por la cintura y me ayudó a incorporarme, rodeándome con sus brazos.
–Gracias, te debo la vida–le dije.
–Temí perderte. ¡No sabes cuánto me alegro de haber llegado a tiempo!–me susurró emocionado.
–Te aseguro que yo me alegro más. ¡Ayudemos a Cayden!–le pedí.
Ethan asintió y se apresuró a desatar a su hermano, que parecía muy debilitado. Me agaché a su lado e inspeccioné la herida de su cabeza. Tenía un corte profundo cerca de la coronilla que aún sangraba y su uniforme también estaba rasgado en su hombro izquierdo y manchado de sangre. Además del impacto, el bloque de piedra debió producirle varios cortes cuando se desplomó sobre nosotros.
–¿Cómo estás?–le pregunté, acariciando su rostro.
–Si te dijera que bien, mentiría–respondió con esfuerzo.
–Te recuperarás–le susurré con cariño.
Ethan consiguió liberar a Cayden y éste se venció contra mí, incapaz de sujetarse por sí mismo. Estaba peor de lo que esperaba, de modo que llevé mi mano a su pecho e intenté realizar el hechizo sanador que él me había enseñado aquella noche. En cuanto pronuncié las primeras palabras su medallón comenzó a brillar con intensidad y sentí que el mío quemaba contra mi piel. Ethan se agachó a mi lado y su medallón también brillaba incandescente.
–¿Qué ocurre?–pregunté alarmada.
Ethan se encogió de hombros, confuso, mientras yo continuaba abrazando a Cayden y de pronto el círculo de piedra se iluminó, igual que nuestros medallones y de nuevo un vendaval se desató en su interior. El cuerpo inerte de Darcey se agitó como si se tratara de una hoja mecida por el viento y de pronto se volatilizó ante nuestras miradas, convirtiéndose en polvo. Entonces el viento ganó en intensidad y generó un huracán con su vórtice en el centro del círculo de piedra y de pronto nos vimos arrastrados hacia su núcleo. Ethan fue el primero en ser absorbido y empezó a girar en hélice a su antojo, ganando altura. Me aferré a Cayden para no separarme de él, pero el huracán nos absorbió también a ambos y nos hizo girar y girar. Y de pronto los tres estábamos en el eje del huracán y ya no girábamos, ahora estábamos suspendidos a unos dos metros del suelo, los tres enfrentados mientras que nuestros medallones resplandecían con intensidad. Había mantenido mi mano en la de Cayden todo el tiempo y ahora ofrecí mi otra mano a Ethan, que la tomó e imitándome, asió también la mano libre de su hermano. Los tres levitábamos sobre el círculo mágico con nuestras manos unidas, sostenidos por una fuerza extraña y arrolladora. De pronto nuestros medallones se elevaron hasta tocarse uno con otro y al entrar en contacto una explosión de energía nos cegó y nos inundó, atravesando nuestros cuerpos y transmitiéndose a través de nuestras manos unidas, mientras provocaba ligeras sacudidas en nuestros cuerpos.
Tras absorber toda esa energía me sentí ligera como una pluma y mis dolores se disiparon y cuando abrí mis ojos me encontré de pie en el círculo de piedra, con mis manos aún unidas a las de Cayden y Ethan. Mi primera reacción fue comprobar cómo estaba Cayden, pero su sola mirada me alivió, parecía estar totalmente restablecido de sus heridas, al igual que lo estaba yo.
Sorprendidos, soltamos nuestras manos y nuestros medallones dejaron de brillar poco a poco hasta recuperar su apariencia normal. Nos mirábamos sin entender muy bien qué había pasado exactamente ante nosotros, pero sabiendo que había sido algo poderoso y mágico.
–¿Estás bien?–le pregunté a Cayden para asegurarme.
–Mejor que bien–respondió sorprendido–. ¿Y tú?–.
–También, es como si mis heridas hubieran sanado por completo y no creo que sea a raíz de mi hechizo sanador, esto ha sido algo mucho más poderoso–admití.
–¿Es que no os dais cuenta de lo que ha pasado? Nosotros somos los elegidos para liderar la nueva era druídica, se ha constituido la nueva tríada–anunció Ethan.
–¿En serio?–pregunté asombrada.
–Es la respuesta más probable–dijo Cayden, confuso–. Somos los vástagos directos de la antigua tríada–.
–La nueva alianza se ha establecido y no podría comenzar con mejores augurios. Nosotros tres estamos muy unidos, somos los líderes perfectos para guiar a los clanes con armonía–dijo Ethan.
–En ese caso destruiré esto para siempre–dijo él, cogiendo las tablillas de madera del suelo–. No debemos dejar que caiga en malas manos–.
Ethan y yo asentimos mientras Cayden creaba fuego con sus manos y prendía una esquina de la tablilla. La contempló unos instantes mientras la madera se quemaba lentamente y después la depositó sobre la piedra del círculo y avivó la llama hasta hacerla arder.
Me acerqué a él y pasé mi brazo por su cintura, acurrucándome en su pecho. Él besó mi frente y me atrajo hacia él y Ethan se nos unió, abrazándose también a mí y pasando su otro brazo por el hombro de su hermano y compartimos este momento, crucial para nosotros.
De pronto un estruendo de pisadas y voces invadió las paredes de la gruta. Nos separamos, alertados por el estrépito, y avanzamos hasta el límite del círculo de piedra. Entonces localizamos a Marcus, que bajaba por la escalera, espada en mano y liderando a un grupo de hombres. Cuando nos vio se detuvo en seco a pocos metros de nosotros.
–¿Quiénes sois?–gritó Ethan, amenazador.
–Tranquilo, Ethan. Marcus está de nuestro lado–dijo Cayden avanzando al encuentro de su tío.
–¿Estáis bien?, ¿dónde está Darcey?–preguntó Marcus angustiado.
–Mi padre ha muerto–intervino Ethan acercándose también.
Marcus miró a Ethan con pesar y después atrajo a Cayden hacia sí, abrazándole.
–Lo siento, hijo–dijo Marcus.
–Señor, el asunto se está poniendo feo ahí arriba, los hombres de Darcey han entrado en la biblioteca–dijo uno de sus hombres, adelantándose.
–De acuerdo, volvamos. Debemos de detener los enfrentamientos, parece que todo ha acabado aquí abajo–dijo volviendo hacia la escalera.
–Esperad, esto ahora me corresponde a mí. Yo ordenaré a mis hombres que se detengan–dijo Ethan adelantándose y abriéndose paso escalera arriba.
Marcus miró a Cayden confuso.
–Creo que tengo que explicarte unas cuantas cosas, tío–dijo Cayden arqueando una ceja.
–No es necesario, por suerte lo tenemos todo grabado–dijo Ethan mientras se alejaba–. Pero detengamos primero a mi gente, no me gustaría que hubiera bajas–.
–Ya habla como un líder–bromeó Cayden mientras le seguía con la mirada.
Marcus y los demás siguieron a Ethan y Cayden se volvió hacia mí y me tendió una mano, esperándome. Me apresuré a alcanzarle y me abracé de nuevo a su cintura.
–Tranquila, cielo–me susurró–. Todo ha acabado. Estamos juntos y a salvo–.
–Por un momento pensé que te perdería–dije, aún angustiada.
–Sí, yo también lo pensé y ha sido un momento terrible, pero piensa que ahora ambos tenemos la eternidad para estar juntos. Estoy seguro de que tendrás momentos en los que lamentarás que Darcey no acabara hoy conmigo–bromeó mientras besaba mi sien.
–Es posible, pero me arriesgaré. ¡Juntos toda la eternidad!, suena bien–respondí radiante.
Él me apretó contra su pecho mientras reía feliz y acto seguido seguimos a los demás, sabiendo que nuestra historia no había hecho más que empezar.