CAPÍTULO XIX
A la mañana siguiente fuimos temprano al hospital para saber cómo evolucionaba Sarah. Subimos a su planta y cuando salíamos del ascensor, Cayden se puso tenso y me empujó de vuelta al interior, presionando de inmediato el botón del piso inferior.
–¿Qué pasa?–le pregunté alarmada.
–He visto al escolta de Christopher en la sala de espera, creo que él está aquí–me dijo en susurros, a pesar de que estábamos solos en el ascensor.
–¿Crees que habrá sido tan hipócrita como para visitar a Sarah después de lo ocurrido?–siseé.
–Es el dueño de Saint Edward y ante todo tiene una imagen que mantener y lo propio en estos casos es visitar a la familia para darle apoyo–dijo–. No es seguro que nos vean juntos, te esperaré fuera–.
–No, es mejor que te vayas para no correr riesgos innecesarios. Llamaré a mi madre para que venga a recogerme, le prometí ayer que lo haría y ella de todas formas quería venir a ver a Sarah, de modo que es la mejor solución–le propuse.
–¿Estás segura?–me preguntó cogiéndome por los hombros.
–Sí, vete tranquilo, estaré bien–le aseguré.
Él se inclinó y presionó sus labios contra los míos un instante, pero con fuerza y salió veloz del ascensor nada más abrirse las puertas. Volví a presionar el botón de la planta superior y me preparé mentalmente para mantener la compostura delante de Darcey.
Cuando me acercaba a la habitación de mi amiga me encontré con Ethan, que estaba sentado en una de las filas de asientos del pasillo. La puerta de la habitación de Sarah estaba entreabierta y pude ver cómo Christopher daba ánimos a sus padres. Sentí cómo se me revolvía el estómago al pensar que seguramente ella estaba allí por su culpa. Ethan se levantó nada más verme y vino a mi encuentro.
–Rebecca, siento lo de Sarah. En cuanto nos comunicaron la noticia te llamé, pero no me has cogido el móvil y estaba preocupado por ti. ¿Cómo estás?–me preguntó, preocupado.
–Lo siento, me quedé sin batería y llevo toda la noche dando tumbos por aquí–mentí.
–Tenías que haberme llamado, podría haber venido a buscarte–dijo.
–Prefería quedarme aquí–dije.
–Debes de estar muy disgustada, deberías ir a casa y descansar un poco–me sugirió.
–Antes quiero verla, no me han dejado pasar todavía–le expliqué.
En ese momento Christopher Darcey salió de la habitación y pareció sorprendido de verme allí.
–Rebecca,… hemos venido a ver a los Turner. ¡Pobre gente, su única hija! ¿Cómo estás tú?, ¿quieres que te llevemos a casa?–me preguntó amablemente.
–No es necesario, gracias–dije cortante–. Mi madre vendrá más tarde a recogerme–.
Ethan percibió el tono brusco de mi respuesta y me miró con una interrogación implícita en sus ojos, pero no era el momento de darle explicaciones. Christopher sin embargo obvió mis modales y asintió, levantando la mano a modo de despedida y continuando por el pasillo hacia la sala de espera. Mi amigo se quedó esperando a que añadiera algo, pero bajé la mirada y entré en la habitación. Los señores Turner se giraron al oír la puerta y cuando me reconocieron, me indicaron por señas que me acercara.
–¿Cómo está?–pregunté angustiada al verla inconsciente y entubada.
–Igual–dijo su madre medio llorando–. Sigue en coma y no saben decirnos si despertará o no–.
Su esposo apretó su mano cariñosamente para infundirle ánimo. Me acerqué a la cama y acaricié la mano de Sarah con mucho cuidado de no tocar la vía. Parecía tan pequeña y tan débil allí tumbada, cubierta de vendas y tan diferente a la chica enérgica que conocía. Me fijé que había un ramo de rosas blancas en un jarrón en la esquina de la habitación con una tarjeta que ponía: “Te deseamos una rápida recuperación” Familia Darcey. Retiré la vista, asqueada, y me encontré con los ojos atentos del señor Turner sobre mí.
–Rebecca, ¿podemos hablar un instante?–me pidió.
–Sí, por supuesto–dije, acompañándole fuera de la habitación.
Cuando estuvimos en el pasillo, el padre de Sarah se volvió a mirarme.
–Hemos sabido por la policía que anoche estabas con Sarah en el puerto, pero dicen que no presenciaste el accidente. ¿Se puede saber qué hacíais allí a esas horas?–me preguntó inquieto.
–Sarah estaba investigando una noticia sobre fiestas clandestinas en naves abandonadas del puerto y me pidió que la acompañara–improvisé.
–¡Dios mío! Sabía que sus fantasías periodísticas acabarían en tragedia. Tú pareces una chica sensata, ¿es que no pudiste disuadirla?–me preguntó desesperado.
–Lo siento, no creo que nada de lo que hubiera dicho la hubiera hecho cambiar de opinión, pero aun así me siento culpable, quizás tenga razón y podría haber hecho mucho más para disuadirla–me excusé avergonzada.
–Rebecca, no te estoy culpando de lo que le ha ocurrido a Sarah. Sé lo terca que puede llegar a ser mi hija y te agradezco que la acompañaras aun poniéndote en peligro tú también. Los médicos nos han dicho que si hubiera estado allí sola hasta el amanecer no habría habido ninguna posibilidad de que sobreviviera. Estamos en deuda contigo–admitió con los ojos vidriosos.
–Se recuperará, es una chica fuerte–le animé.
–Sí, lo es–dijo–. Vete a casa, él médico nos ha dicho que has pasado aquí toda la noche y tu madre estará muy preocupada–.
–Está bien, luego vendré a verla de nuevo–dije.
El señor Turner asintió y se despidió, dándome un toquecito en el hombro y a continuación entró de nuevo en la habitación. Inspiré para aliviar mi desazón y avancé por el pasillo camino al ascensor. Cuando llegué a la sala de espera vi que Ethan aún estaba allí, apoyado contra uno de los pilares. En cuanto me vio, se acercó y se detuvo frente a mí.
–¡Vamos!, te llevo a casa–dijo con seguridad.
Parecía decidido a no aceptar un no por respuesta y no estaba para discutir con él en estos momentos, de modo que asentí y le seguí. Su Porsche negro estaba aparcado en esa misma calle y fuimos en silencio hasta allí. Nada más entrar en el vehículo telefoneé a mi madre para darle novedades sobre Sarah y para contarle que ya iba hacia allí con Ethan.
–Bueno y ahora vas a explicarme a qué venía ese comportamiento tan ácido con mi padre–me exigió, mirándome desde el volante.
–¡Ethan, déjalo!, ¿vale?–le respondí, esquiva.
De pronto puso el intermitente para indicar que salía de la autovía y estacionó en la vía de servicio. Apagó el motor y se giró hacia mí y por su expresión parecía resuelto a no dejarlo pasar.
–Tengo todo el tiempo del mundo, de modo que puedes contarme de qué va todo esto–dijo mirándome serio.
–No puedo contártelo, no eres imparcial en este tema–sentencié.
–Cuéntamelo y luego decidiremos si lo soy o no. Creo que me lo merezco Rebecca, desde que llegaste aquí he sido sincero contigo, te he contado todo sobre mí y los míos, depositando mi confianza en ti, pero tú sigues comportándote conmigo como una extraña. Entiendo que no tienes una naturaleza abierta, pero ahora somos amigos y tenemos que confiar el uno en el otro–me pidió.
Me quedé mirándole a los ojos tan fijamente como él miraba los míos. No estaba segura de si podía confiar en él al cien por cien porque en definidas cuentas era el hijo de Christopher y la sangre siempre nos hace proteger irracionalmente a los nuestros, pero si Ethan vivía engañado quería hacerle reaccionar y que comenzara a preguntarse si los métodos de su padre eran lícitos y honorables.
–Está bien, te lo contaré. Sarah estaba investigando a tu padre. Sospechaba que estaba metido en temas ilegales y quería destapar sus trapos sucios en una exclusiva. Como puedes imaginarte, intenté disuadirla para que no siguiera por ahí, pero no me hizo caso y yo tampoco podía contarle que sus suposiciones eran falsas y que tu padre no tenía negocios ilegales, sino un secreto sobrenatural. Anoche se empeñó en ir al puerto porque seguía una pista que se negó a compartir conmigo. Si hubiera sabido que continuaba detrás de Christopher la habría amarrado, pero como no lo sabía, la acompañé. Nos dividimos para barrer una zona más amplia y lo último que sé es que me llamó angustiada, diciéndome que la perseguían, que querían acabar con ella y entonces un vehículo la arrolló y se dio a la fuga. ¿Satisfecho?–le expliqué exasperada.
–¿Crees que mi padre tuvo algo que ver con el accidente?–preguntó, extrañado.
–Pues sí, creo que descubrieron a Sarah espiándoles y decidieron quitarla del medio–confesé.
–¡Rebecca, no seas absurda! Mi padre nunca atentaría contra la vida de un humano por mucha información que hubiera descubierto sobre él. Existen otros métodos más inofensivos para evitar que divulguen nuestros secretos, como por ejemplo borrar ciertas partes de su memoria con un hechizo. Estoy convencido de que él nunca intentaría asesinarla–dijo, visiblemente cabreado.
–Pero ¿y si escapó y no les dejó otra opción? O quizás no fuera una orden directa de tu padre, es posible que alguno de sus hombres la descubriera espiando y la arrollara con su coche para evitar que hablara. El caso es que creo que Christopher está al tanto de lo que ha ocurrido y si no me crees, tienes todo el derecho del mundo a preguntárselo tú mismo–le propuse.
–No creo que tus suposiciones sean ciertas. De todos modos ¿por qué estás tan convencida de que fueron los hombres de mi padre? Quizás fue alguna banda de mafiosos que merodeaba por la zona haciendo negocios y Sarah tuvo la mala suerte de cruzarse en su camino. Me parece una explicación mucho más lógica que implicar a mi padre sin pruebas–dijo enfadado.
–Tengo pruebas. Había hombres de tu clan por la zona y de eso estoy segura. Te repito que puedes pensar lo que te parezca. Entiendo que defiendas a tu padre y no te culpo por ello, pero Sarah es mi amiga y aunque sé que metía las narices donde no la llamaban, han intentado asesinarla a sangre fría y eso es homicidio–sentencié.
Ethan me miró durante un largo rato sin mediar palabra y después volvió a girar la llave en el contacto del automóvil y se incorporó a toda velocidad a la autovía. No intercambiamos ni una sola palabra más hasta que llegamos a mi casa y aunque parecía perfectamente sereno y contenido, sus ojos verdes brillaban en un tono metálico.
–Me gustaría que esta noche vinieras con el grupo a la Wicca–dijo en un tono suave como el terciopelo–. Está visto que no haces más que meterte en líos si vas por ahí por tu cuenta. Quizás esto no habría ocurrido si contaras un poco más con el clan–.
–Ethan, no es que no cuente con vosotros,… es que Sarah es mi amiga y tenía que haber evitado que esto ocurriera, pero la he fallado–dije.
–Rebecca–dijo él, volviéndose a mirarme con intensidad–, descubriré lo que le ocurrió a tu amiga y te demostraré que mi padre no tuvo nada que ver en el tema, así de una vez por todas tendrás que derribar esos muros que has construido en torno a ti a base de prejuicios infundados y confiarás en mí, que es todo lo que te he pedido desde que llegaste aquí. Y no te preocupes, el verdadero culpable pagará, te lo aseguro–.
Sus ojos ardían y descubrí que también los sentimientos de Ethan podían ser intensos aunque se esforzara tanto en mantener siempre una actitud templada y equilibrada ante el mundo. Asentí y él se inclinó y me besó en la frente.
–Luego pasaré a buscarte–me dijo.
–Mejor nos vemos allí. Pasaré primero a hacer una visita a Sarah con mi madre–le dije.
Él asintió y bajé del automóvil preguntándome qué haría él a continuación. De pronto el Porsche salió a toda velocidad de nuestra entrada, como si hubiera pisado el acelerador a fondo. Estaba claro que para bien o para mal mi confesión no le había dejado indiferente.
Esa tarde fui a Portland con mi madre y visitamos a mi amiga en el hospital, que continuaba estable, pero sin evolución. Mi madre se enfadó bastante conmigo por mentirla descaradamente. Se suponía que iba a salir por ahí con Sarah, no que íbamos a investigar a la zona industrial del puerto con el fin de conseguir una noticia para el periódico. Comprendía que estuviera tan enojada conmigo y me sentía fatal, especialmente porque tenía que seguir mintiéndola. Para colmo de males no podía decirle que el accidente de Sarah no era más que la punta del iceberg y que en el fondo estaba metida en asuntos mucho más peligrosos de los que no podía apartarme aunque quisiera. Estaba empezando a encajar que la relación con mi madre a partir de ahora estaría llena de mentiras y me preguntaba si llegaría uno a acostumbrarme a algo así, a llevar una vida en la que ella no podría participar plenamente, en la que la marginaría en contra de mi voluntad porque no podría ser partícipe del secreto de nuestra naturaleza. Ahora entendía por qué mi padre se apartó de todo y se dedicó a su familia, pero visto cuál fue su destino, no sabía si me convenía seguir sus pasos en este momento, tanto por la seguridad de mi madre como por la mía.
Cuando le dije que no iba a volver con ella a casa porque esa noche había quedado con los Darcey, se puso de nuevo hecha una furia y temí que me prohibiría salir. En realidad no me habría importado volver con ella salvo porque había quedado con Cayden en que organizaríamos el encuentro con mi clan esa misma noche.
Yo misma había telefoneado a Lance esa tarde desde el baño de una cafetería de la ciudad y me había dicho que esta vez serían ellos los que nos indicarían el lugar donde tendría lugar el encuentro, que estuviera pendiente del móvil al anochecer porque me telefonearían para comunicarme la dirección. La única condición que le había puesto yo, fue que en esta ocasión prefería que nos encontráramos en un sitio concurrido para evitar desconfianza por ambas partes. Después había telefoneado a Cayden para contárselo y dado que le había prometido a Ethan que pasaría por la Wicca, quedamos en que nos reuniríamos allí y que cuando Lance nos contactara, nos largaríamos con alguna excusa para no faltar a nuestra cita. Cayden a su vez había hablado con Marcus y habían convenido que el escuadrón del Clan de los Lobos estaría preparado para intervenir cuando supiéramos el lugar del encuentro.
Convencí a mi madre para que cenáramos juntas y al fin logré que se calmara y se aviniera a razones y me dejó quedarme un poco en la ciudad con la condición de que volviera pronto a casa y sobre todo que lo hiciera acompañada por Ethan o por Cayden y le prometí que así lo haría.
Antes de ir a la Wicca entré en una gran superficie y me cambié de ropa en los aseos. No podía salir por ahí con los vaqueros y la camisa que había llevado durante todo el día y había tenido la previsión de meter unos vaqueros y un top negro sin tirantes en mi mochila. Me arreglé y me maquillé un poco, comprobando que no era la única chica que utilizaba los baños del centro comercial como vestuario alternativo los fines de semana. En cuanto estuve lista me dirigí a La Wicca Mágica, el local de los Darcey.
Aunque era primera hora de la noche ya se había formado cola en la entrada del local y dudé entre esperar a que me llegase el turno o entrar aprovechando mis influencias. No era muy lícito colarse, pero hacía bastante frío en la calle y sólo llevaba la cazadora de cuero sobre mi escueto top, de modo que llegué a la conclusión de que no quería morir congelada y avancé hasta la puerta. Me sorprendió comprobar que el portero retiró la cadena nada más verme para permitirme el paso al local. Le di las gracias y entré. Dejé en el guardarropa mis cosas y después recorrí el local con la mirada en busca de Cayden. No le localicé en el piso de abajo y supuse que estaría en el piso de arriba, exclusivo para la gente del clan. Me detuve frente al gorila que vigilaba las escaleras, que me miró de arriba a abajo decidiendo si debía dejarme pasar. De pronto pareció tenso, se llevó un instante la mano al oído y a continuación se apartó a un lado y me indicó que pasara. Observé que los empleados llevaban intercomunicadores y que seguramente alguien le había ordenado que me dejara pasar, del mismo modo que habría ocurrido con el tipo de la puerta. Miré hacia arriba y descubrí que Cayden estaba apoyado en la barandilla del primer piso, mirándome con atención. Llevaba una camisa azul marino, del mismo tono que sus ojos, arremangada hasta los codos y aunque no sonreía ni daba muestra alguna de darme la bienvenida, creí leer en su mirada que se alegraba de verme.
Cuando alcancé el último escalón, él ya estaba allí y me susurró algo que no logré comprender porque lo camufló el sonido de la música que subió en ese momento de intensidad por la llegada del disc–jockey a la pista de baile. Miré alrededor para asegurarme de que podría mantener una conversación a solas con él, pero descubrí que Ethan estaba sentado en la barra y que me miraba fijamente, de modo que me quedé allí clavada sin saber qué hacer. Cayden optó por cogerme del brazo, llevándome con él hasta la barra, donde ocupé un taburete entre él y su hermano. La misma camarera del otro día se acercó a preguntarnos qué queríamos beber y volvió a mirarme con recelo mientras me servía un refresco.
–¿Estás enfadado conmigo?–le pregunté a Ethan, que ni siquiera se había girado para saludarme–. Que conste que he venido porque tú me lo pediste y te puedo asegurar que me ha costado una buena discusión con mi madre, de modo que si vas a portarte como si no estuviera, será mejor que me vaya–.
Sentí que Cayden se ponía tenso a mi lado, pero Ethan reaccionó, giró un poco su taburete hacia mí y me miró con su habitual temple.
–Rebecca, no estoy enfadado contigo y te agradezco que hayas venido, ¿satisfecha?–dijo mordaz.
–Me alegra saber que soy capaz de cabrearte, había llegado a la conclusión de que eras un autómata anti–reacciones negativas–dije mosqueada.
–He de reconocer que tienes cierta habilidad para desquiciar a la gente e incluso empiezo a pensar que superas a Cayden con creces–dijo él, mirándome serio.
–Lo siento Cayden, al parecer el record de factor irritante me lo llevo yo–le dije, volviéndome a mirarle y guiñándole un ojo.
Cayden me miró consternado, no sabía de qué iba la conversación. En ese momento el móvil de Ethan empezó a sonar y él lo sacó del bolsillo de su camisa y chequeó el número.
–Disculpadme–dijo, retirándose de la barra.
En cuanto se alejó, Cayden se acercó más a mí.
–¿De qué iba todo esto?–me preguntó un poco molesto.
–Le conté a Ethan mi sospecha de que su padre está involucrado en el accidente de Sarah y parece ser que no se lo ha tomado demasiado bien–le confesé.
–¿Qué hiciste qué?–se sorprendió él.
–Es necesario que empiece a cuestionarse ciertas cosas, especialmente en cuanto a su padre se refiere–le expliqué.
–¿Es que te has vuelto loca? Ethan siempre estará del lado de Christopher, le obedece sin cuestionarse sus órdenes. Lo que has conseguido inculpando a su padre es que ahora se vuelva contra ti–me explicó.
–Pero ¿no querías abrirle los ojos? Si te he entendido bien pretendes que Ethan no llegue a ser cruel y egoísta como su padre, pero no sé cómo quieres que no lo sea si no le haces ver cómo es Christopher en realidad–protesté.
–Es su hijo, no nos creerá y además no le voy a poner en la tesitura de elegir entre su padre y yo. Te has precipitado, Becca, si ahora Ethan le cuenta a Christopher que le estás incriminando, sabrá que sospechas de él y te hará la vida muy difícil. Eso no nos conviene, cielo. Si intenta hacerte daño, tendré que enfrentarme abiertamente a él y descubrirme. No puedo permitir que eso ocurra ahora, tengo una misión que cumplir y para ello necesito estar en la mansión–me susurró al oído.
–Creo que Ethan no le contará nada a Christopher, dijo que investigaría por su cuenta–dije visiblemente preocupada.
Cayden no parecía confiar demasiado en que su hermano no hablara, se le notaba en la cara, pero ahora ya no había vuelta atrás.
–¿Qué andáis cuchicheando?–preguntó de pronto Ethan a nuestra espalda, sobresaltándome.
–Estamos compartiendo trucos irritantes, ¡nada que te interese!–dije recomponiéndome e improvisando.
Se me quedó mirando y de pronto negó con la cabeza y se rio a su pesar.
–Eres la chica más desquiciante que he conocido en mi vida, pero en esta ocasión tienes razón, no voy a desperdiciar la noche estando de malas pulgas cuando lo que realmente me apetece es pasarlo bien con mis amigos. ¿Pasamos por alto lo de antes?–me sugirió.
–Vale–dije con una sonrisa.
Estuvimos un buen rato charlando animosamente en la barra y Ethan pareció olvidar de veras su enfado. Estuve pendiente todo el tiempo de mi móvil, esperando la llamada de mi clan, pero aunque le eché un vistazo un par de veces no había ninguna llamada perdida. Ethan nos propuso sentarnos con los demás en uno de los reservados y cuando nos dirigíamos hacia allí nos interceptó un chico alto y corpulento, con melena castaña y enormes ojos azules.
–¿Quieres bailar?–me pidió, ignorando deliberadamente a mis dos acompañantes.
Me quedé mirándole sorprendida, intuyendo que su rostro me sonaba de algo, pero sin acabar de ubicarlo y entonces se retiró el pelo de la cara con su mano derecha y le recordé del episodio de la noche anterior en el callejón. Se trataba de Lance Durrell…
–Vale–dije sabiendo que la situación se empezaba a complicar bastante.
Me ofreció su mano y la tomé, dirigiéndome con él a la pista de baile y dejando a Cayden y a Ethan bastante perplejos por haber aceptado bailar con un extraño. Una vez en la pista, Lance me cogió por la cintura y comenzamos a movernos al son de la balada que pinchaba el disc-jockey.
–¿Qué diablos haces aquí?, ¿es que no sabes que este local es de Darcey?–siseé cuando me aseguré de que nadie podía oírnos.
–Pensaba hacerte la misma pregunta. De hecho me pareció muy extraño verte entrar en uno de los locales de Darcey, pero seguro que esto tiene una buena explicación. ¿Te importaría tomarte la molestia de dármela?–me susurró al oído.
–Darcey me tiene bajo su tutela y también a Cayden. Es peligroso que estés aquí, se supone que ibas a llamarme para vernos en otro lugar–le expliqué.
–Ése era el plan inicial, pero te he estado siguiendo y he improvisado sobre la marcha. Ayer la niebla no me permitió hacer una valoración acertada de tu persona, pero hoy no tengo reparos en decir que eres bastante agradable a la vista y me atrevería a decir que también al resto de los sentidos–dijo, colando su mano por debajo de mi top y acariciando mi cintura.
Le pegué disimuladamente un codazo en las costillas para liberarme de su manoseo.
–¡No te atrevas a tocarme!–siseé.
–¡Rebecca, no te lo tomes así, sólo estoy fingiendo! Mira, éste es el plan, simulamos que nos hemos gustado bastante el uno al otro y que nos largamos del local buscando intimidad y te llevo con los míos, ¿qué te parece?–me propuso.
–Que es un plan estúpido y que lo único que vas a conseguir con esto es que mi novio te parta la cara–protesté, furiosa.
–¡Perfecto, hay un novio! Era un buen plan, ¿cómo iba a suponer yo que tenías novio?–dijo, irritado –. ¿Y cuál de esos dos tipos es el afortunado si puede saberse? Ambos me miran como si fueran a lanzarse a por mí y a partirme las piernas–.
–Quizás no les impida que lo hagan–murmuré, aún molesta.
–¡Eres cruel, Rebecca!, pero empiezas a caerme bien. Pasaremos al plan B–dijo, cogiéndome por la cintura y acercando su rostro al mío–. Yo te sobo, tú te haces la ofendida, me metes un tortazo y me largo con la música a otra parte. Ahora escucha con atención, dentro de una hora nos vemos en un club a dos manzanas de aquí, se llama Harlem. No traigas a nadie contigo o no entraremos en contacto–.
–Iré con Cayden, él está conmigo–le dije antes de darle un empujón y apartarle de mí.
Me giré, dándole la espalda y simulando indignación, y vi que Cayden y Ethan ya avanzaban hacia la pista con cara de pocos amigos. Les detuve, sujetándoles a ambos por el brazo para que le dieran tiempo a escapar y después les aseguré que estaba bien, que se trataba sólo de un imbécil que había intentado propasarse y que me le había quitado de encima por mí misma. Parecieron relajarse y aproveché para mirar atrás y comprobar que no había ni rastro del muchacho del Clan del Trueno.