CAPÍTULO VII

 

 

Regresamos prácticamente en silencio todo el trayecto hasta casa e intuí que mi madre estaba mosqueada conmigo. No sabía cómo habría sido para ellas la velada, pero para mí, aguantar el tipo ante los dos hermanos había resultado una experiencia estresante y me sentía agotada. Apenas las había visto a ambas durante la fiesta y si bien mi madre había sido acaparada absolutamente por Christopher Darcey, no tenía ni idea de lo que había estado haciendo Sarah. Había aparecido como salida de la nada cuando nos disponíamos a retornar a casa y aunque mientras traían el coche había intentado que me contara dónde se había metido, me había dado largas, guardándoselo para sí.

Llegamos a nuestra casa cerca de las dos de la madrugada y nosotras nos dirigimos derechas a la habitación, pero mi madre estuvo hábil y me interceptó antes de subir las escaleras.

–Rebecca, ¿podemos hablar un momento?–me preguntó en un tono serio.

Le hice señales a Sarah para que se adelantara y seguí a mi madre hasta la cocina.

–¿Qué ocurre mamá?–le pregunté haciéndome la inocente.

–¿Qué tipo de relación tienes con Ethan Darcey?–me soltó de pronto.

Puse cara de póker e intenté prepararme para salir lo mejor parada de la charla de chicos entre madre e hija que sabía que se me venía encima.

–Acabo de conocerlo–dije encogiéndome de hombros–. No sé, quizás lleguemos a ser amigos–.

–Pues pensaba que ya habíais pasado esa fase dadas las confianzas que os tomáis el uno con el otro–dijo, visiblemente nerviosa.

Entendía que estuviera preocupada, no sólo había visto a Ethan cogerme por la cintura en la sala, sino que cuando se despidió de nosotras, me susurró sensualmente al oído que tuviera dulces sueños, todo ante la atenta mirada de mi querida madre. Estaba convencida de que lo había hecho a propósito…

–Mamá, no empieces a imaginarte cosas extrañas, ¿vale? Ethan sólo quería ponerme en un aprieto contigo, por eso se ha comportado así esta noche–le dije, intentando quitarle hierro al asunto.

–Rebecca, he visto cómo te miraba ese chico. Sé que es muy guapo y encantador, pero tú aún eres muy joven e inexperta y no me gustaría que te precipitaras y que acabaras sufriendo–dijo ella.

–Tengo diecisiete años y creo que soy lo suficientemente madura para tomar mis propias decisiones–le dije, avergonzada de que se inmiscuyera en mis asuntos.

–Es mi deber aconsejarte y tienes que saber que sólo pienso en tu felicidad cuando lo hago. No te digo que no salgas con ese chico si eso es lo que quieres, sólo que te lo tomes con calma, ¿de acuerdo?–me pidió más tranquila.

–No estoy saliendo con él, y ¡de acuerdo!, me lo tomaré con calma–dije con cara de resignación.

Mi madre se acercó y me dio un abrazo, un poco más tranquila.

–Me cuesta hacerme a la idea de que ya eres toda una mujer–dijo, estrechándome contra su pecho.

–¡Ya me he dado cuenta!–admití sonriendo.

–Lo siento, intentaré ser más comprensiva en el futuro, pero quiero que sepas que puedes contarme cualquier cosa. Si hay algo que me importa es que confíes en mí, de modo que si necesitas algo, sea lo que sea, acude primero a mí–me ofreció con afecto.

Ese sea lo que sea había sonado a tabú, de modo que seguramente mi madre se refería al sexo y sabía lo nerviosa que se ponía cuando intentaba sacar ese tema de conversación conmigo.

–No te preocupes, lo haré–la tranquilicé–. Me voy a dormir. ¡Buenas noches, mamá!–.

–¡Buenas noches!–se despidió, ahora más calmada.

Subí a mi habitación con la intención de preguntarle a Sarah dónde se había metido durante la fiesta, pero la encontré completamente dormida en la cama supletoria que habíamos montado para ella junto a la mía, de modo que decidí posponer el interrogatorio hasta el día siguiente. Me introduje en la cama sigilosamente para no despertarla, sin embargo no sería fácil conciliar el sueño esa noche, estaba demasiado intranquila para dormir. Repasé mentalmente los acontecimientos de la velada, recordando al impresionante Christopher Darcey y a sus dos hijos. Ethan era tan encantador, tan hipnótico, que conseguía desarmarme. No podía negar que físicamente me afectaba, quizás incluso un poco más de lo normal, pero seguía desconfiando un poco de sus intenciones conmigo. No sabía si como me había dicho estaba conmigo por voluntad propia o si simplemente acataba las instrucciones de su padre. De momento a mí me gustaba su compañía, aunque fuera tan arrollador y sensual, justamente el polo opuesto de Cayden… Y entonces no pude evitar pensar también en él. Hoy mi percepción de él había cambiado por completo. Su imagen de tipo duro se había desvanecido por un momento ante mis ojos y había visto cuán vulnerable era. Era víctima de una lucha interna que le oprimía y le torturaba y estaba convencida de que guardaba esos sentimientos sólo para sí. De ser así luchaba contra los elementos, como lo hacía yo guardando para mí misma el sufrimiento por la pérdida de mi padre, haciéndome cada día más introvertida e insociable. Pero lo que en realidad me asombraba era que él me había permitido ver una pequeña parte de sí mismo, ¡a mí!, ¡a una desconocida!, y eso me conmovió y a la vez me hizo sentir una profunda curiosidad por descubrir todo lo demás sobre él. Ansiaba acercarme a Cayden, descubrir su verdadero yo y poder erradicar esos pensamientos autodestructivos que albergaba en su interior, pero no lo hacía impulsada por la compasión, sino por un profundo interés en todo lo relacionado con él, como si fuera un científico intentando resolver un enigma. Al parecer él no consideraba a Christopher como a un padre y sin embargo sí que llamaba a Ethan su hermano. Entendía que nadie podría suplantar nunca a su verdadero padre, pero Cayden no había querido decir eso cuando renegó de Christopher, había ido más allá y lo que yo había interpretado era que le odiaba y que por esa razón nunca le podría considerar como a un padre. ¡Ojalá pudiera saber más! Y entonces recordé que él se había marchado sin cumplir su parte del trato. Tenía que habérselo recordado, pero se fue tan de repente…

Una tormenta se desencadenó a lo lejos y pronto vino la lluvia. Finalmente me pudo el cansancio y me quedé dormida con el ruido de las gotitas de agua golpeteando contra los cristales de la habitación.

 

 

 

 

A la mañana siguiente desayunamos las tres juntas en la mesa de la cocina. Mi madre había madrugado más que nosotras y nos había hecho crepes y huevos revueltos que nosotras acompañamos con té y Sarah con café.

–Siempre me he preguntado qué ven los británicos  en ese brebaje–murmuró Sarah.

–Yo siempre he pensado lo mismo de vuestro café–dije, divertida–. Puedo llegar a apreciar un buen expresso, pero honestamente no le encuentro ningún encanto a ese brebaje aguado que bebéis por aquí–.

–Esto, Rebbeca–puntualizó ella levantando su taza para dar más énfasis a su comentario–, no tendrá tanto glamour como esas otras bebidas, pero te mantiene bien despierta y eso es justo lo que necesitamos por aquí. Ya verás cómo acabarás acostumbrándote–.

Hice un mohín de disgusto, indicándole que no confiaba en ello y continué con mi desayuno.

–Voy a vestirme, cuando terminéis de desayunar llevaremos a Sarah a su casa–dijo mi madre alejándose hacia la escalera.

Esperé a que cerrara la puerta de su habitación y aproveché que estábamos a solas para averiguar qué se traía mi amiga entre manos.

–Bien, ¿me vas a contar de una vez que estuviste haciendo anoche en la fiesta?–le pregunté bajando la voz.

Sarah me miró y se quedó pensativa durante unos instantes.

–¿Es que no me lo vas a contar?–añadí mosqueada.

–Rebecca, estoy investigando algo en solitario, ¿de acuerdo? Creo que es algo serio, pero no quiero darlo demasiada publicidad antes de tiempo–me dijo en susurros.

–¿Sobre Christopher Darcey?–pregunté intrigada.

–Sí, pero no puedo contarte mucho. El otro día cuando estuve en su oficina, me harté de esperarle en el hall y sin que su secretaria lo advirtiera, me colé en una sala de reuniones a husmear y escuché una conversación que me hace sospechar que Christopher Darcey no es la imagen ejemplar del empresario actual que vende de sí mismo. Creo que está metido en temas turbios y simplemente estoy tirando del hilo. Si está trabajando fuera de la ley, le destaparé, venderé la exclusiva y tendré garantizado mi acceso a Harvard–me explicó.

–Sarah, ¿estás loca? El señor Darcey es un hombre poderoso y aunque estuviera cometiendo ilegalidades, no debes entrometerte. Eres una simple estudiante y podrías meterte en un gran lío si te descubre husmeando en sus asuntos–la sermoneé.

–¡Vamos Rebecca!, ¿y tú quieres ser periodista? Esto es un filón y no lo desaprovecharé, sólo prométeme que no dirás nada a nadie y que respetarás mi exclusiva. Si te he contado esto es porque confío en ti y aunque no lo apruebes, espero que al menos guardes mi secreto–me dijo alterada.

–Me da miedo que salgas malparada–dije.

–No te preocupes, sé cuidar de mí misma. ¡Promételo!–insistió.

–¡Lo prometo!–dije poniendo los ojos en blanco.

Suponía que Sarah se estaba dejando llevar por su carácter novelesco en esta situación. Dudaba mucho que Christopher Darcey fuera un hombre corrupto, pero en caso de serlo, estaría muy protegido y una simple estudiante de instituto no sería capaz de destapar sus asuntos. Aun así estaba empezando a conocer a Sarah lo suficientemente bien como para saber que era perseverante y ambiciosa, de modo que me propuse mantenerme alerta por si se metía en problemas.

 

 

 

 

Después de dejar a mi amiga en su casa, decidimos pasar la mañana dando un paseo turístico por la ciudad. Comimos en un pequeño restaurante marinero junto al puerto deportivo y después fuimos de compras a unos grandes almacenes del centro para ver ropa de la nueva colección de otoño. Mi madre me estuvo contando que Darcey le había parecido un hombre asombroso. No sólo le consideraba bastante agradable y culto, sino que descubrió que estaba intensamente implicado en la educación de sus hijos a pesar de sus ocupaciones empresariales. Al parecer tanto Cayden como Ethan seguían una formación complementaria en la mansión, impartida por profesores especializados y le había ofrecido a mi madre que yo asistiera con ellos a esos cursos avanzados. Esto me horrorizó, especialmente porque mi madre parecía estar pensándoselo seriamente y tuve que pararle los pies, asegurándole que ya me había comprometido con el periódico y que de momento no me interesaba.

Volvimos a casa sobre las cinco y mi madre se instaló en el despacho para preparar sus clases de la semana, mientras que yo decidí escribir un rato. Me senté en el secretaire, enfrentándome a mi ordenador y empecé a pensar en una nueva historia para mi sección del periódico de la próxima semana. De pronto tuve una idea y mis dedos comenzaron a moverse con rapidez sobre el teclado, pero justo entonces mi móvil comenzó a sonar interrumpiendo mi racha creativa. Supuse que se trataba de Sarah, ella era la única persona a parte de mi madre que tenía mi número, pero mi móvil no reconocía el número de teléfono que aparecía en la pantalla. Lo descolgué de inmediato.

–¿Quién es?–pregunté.

–¡Hola!–respondió una voz masculina.

–¿Hola?–saludé.

–Estoy decepcionado, pensé que me reconocerías al instante–añadió, divertido.

–¿Ethan?–dije para asegurarme.

–Bueno, al menos me has identificado al segundo intento–dijo.

–¿Cómo has conseguido mi móvil?–pregunté sorprendida.

–Soy un hombre con recursos, no sólo tengo tu móvil, sino también tu dirección y prueba de ello es que ahora mismo estoy esperándote a la puerta de tu casa. ¿Quieres que entre a recogerte o prefieres librarte del interrogatorio materno y salir por ti misma?–añadió, demasiado seguro de sí mismo.

–¿Y tendría que ir porque….?–comencé, haciéndome de rogar.

–Porque sé que te apetece verme tanto como a mí me apetece verte a ti… y si me sigues haciendo esperar tendré que llamar al timbre y entrar a buscarte–concluyó.

–Dame cinco minutos–respondí.

–Eso está mucho mejor–dijo satisfecho.

Colgué el teléfono y me apresuré a arreglarme un poco. Llevaba vaqueros y una blusa negra de manga corta, de modo que me puse unas zapatillas All Star negras y me anudé un cortaviento a la cintura por si refrescaba. Me di un poco de colorete y barra de labios y comprobé en el espejo que mi aspecto era aceptable, de modo que salí disparada al piso de abajo.

–Mamá, voy a dar un paseo en bici–dije, asomándome al despacho.

–De acuerdo, pero no tardes en volver, no creo que quede más de una hora de luz y sabes que no me gusta que vayas en bicicleta de noche–me dijo, mirándome con atención.

–No te preocupes. Además llevo el móvil, si me retraso te llamaré–añadí.

–Vale, ten cuidado–dijo antes de centrarse de nuevo en su trabajo.

Cogí la bicicleta del garaje y salí con ella por la puerta trasera del jardín, que comunicaba directamente con el bosque. Me entretuve un instante para cerrarla con llave y de pronto me pusieron una mano en el hombro y casi se me escapó un grito de pánico. Me giré en redondo y comprobé que se trataba de Ethan. Al parecer le hacía gracia pillarme desprevenida.

–Has tardado más de diez minutos–dijo, mirándome con desaprobación.

–Sí y he tenido que mentir a mi madre por ti, de modo que estamos en paz–le respondí, sintiendo cómo se me desbocaba el corazón.

–No necesitarás la bicicleta, tengo mi moto aparcada cerca de aquí–dijo, sonriendo.

–De acuerdo, la dejaré justo aquí. Es mi coartada–añadí.

Él me cogió de la mano y tiró de mí, de modo que le seguí. Había una moto impresionante aparcada junto a la carretera, a unos cincuenta metros de la casa. Ethan se montó y me pasó un casco antes de ponerse el suyo. Me subí tras él y antes de que me hubiera agarrado, pisó el acelerador y salimos a toda velocidad hacia la carretera. Era la primera vez que me montaba en una moto y siempre supuse que me daría miedo hacerlo, pero por el contrario la experiencia me resultó bastante estimulante. Circulamos durante unos cuantos kilómetros por la carretera general y después Ethan tomó un desvío que se adentraba en el bosque. Pronto abandonamos también esa vía forestal y seguimos por un camino de tierra, hasta que finalmente redujo la marcha y se detuvo.

–¿A dónde vamos exactamente?–le pregunté inquieta mientras me bajaba de la moto.

–¿Importa? Estás conmigo, no tienes que preocuparte de nada más–dijo con seguridad.

–¡Ya!, quizás justo lo que más me preocupa es que estoy contigo–respondí haciendo un mohín.

Ethan soltó una carcajada y se acercó a mí.

–No dejas de bajarme los humos una y otra vez. Si no fuera un presuntuoso como tú bien señalaste, mi ego estaría por los suelos–dijo divertido.

–¡Quizás!, pero ambos sabemos que ese tipo no eres tú–apunté con ironía.

Él se fue acercando a mí, haciéndome retroceder, hasta que me choqué contra el tronco de un abeto y me di cuenta de que no tenía escapatoria. Ethan cogió mi rostro entre sus manos y me miró con intensidad.

–Me gustas mucho Rebecca Dillen–dijo de pronto.

Sentí cómo la sangre bombeaba a cien por hora por mis venas. No sabía si me tomaba el pelo o si lo decía en serio, pero había conseguido descolocarme de nuevo. Entonces se inclinó sobre mí y puse mis manos sobre su pecho, apretando con decisión. Él captó la indirecta y se detuvo y nuestras miradas se entrelazaron. No estaba nada segura de esto, lo mejor era mantener las distancias de momento. Me daba la sensación de que Ethan Darcey jugaba conmigo, flirteaba y me manejaba a su antojo y yo no era de las que se dejaban manejar.

Él iba a decir algo, pero de pronto oímos voces e instintivamente me aparté de él. Un grupo de gente se acercaba y jaleaba a Ethan desde la distancia, luego era evidente que le conocían y que nos habían pillado en una situación comprometida. Me puse tensa y él, percibiéndolo, me cogió de la mano y me la acarició.

–Tranquila, son mis amigos–me aclaró–. Quería que los conocieras–.

¿Me había traído hasta el medio del bosque para que conociera a sus amigos? Eso tendría que haberme relajado y sin embargo no fue así. Parecía una estupidez, pero me sentía como si esto fuera una prueba que tenía que superar. ¿Sería aceptada por el grupo o no? Y si no encajaba, ¿qué haría Ethan?, ¿dejaría de gustarle? Pronto los demás se reunieron con nosotros.

–Chicos, ésta es Rebecca Dillen–me presentó.

Los cuatro muchachos se me quedaron mirando descaradamente, pero no me dejé amedrentar y sostuve sus miradas con serenidad.

–Rebecca, estos son Brienne, Keira, David y Gary–me presentó mientras que los enumeraba.

De pronto observé que se acercaba alguien más a la carrera. Era un chico y se movía veloz, con unos movimientos felinos y elegantes y me bastaron unos segundos para saber de quién se trataba. Se detuvo al lado de los demás y se me quedó mirando con una expresión de tremenda sorpresa. No parecía fatigado por la carrera, pero inspiró con fuerza al detenerse, sin quitarme la vista de encima.

–Y éste por supuesto es mi hermano Cayden–dijo Ethan.

–¿Qué hace ella aquí?–preguntó Cayden, contrariado.

–Está conmigo–respondió su hermano.

–Ella no pertenece a nuestro grupo–insistió él.

–Aún no, pero quiero que se una a nosotros–dijo Ethan.

–Sabes que eso no es posible–apuntó su hermano en un tono templado–. No es como nosotros–.

Su comentario me hizo enfurecer. Sabía que Cayden era brusco y maleducado, pero no me hubiera imaginado que fuera un snob y que me excluyera tan descaradamente de su círculo por no pertenecer a su clase social.

–¿Eso crees? Yo creo que ella es perfecta para unirse a nosotros–dijo Ethan, cogiendo mi mano y entrelazando sus dedos con los míos.

Cayden que nos miraba ya con atención, pareció quedarse sin palabras con el comentario de su hermano y clavó su mirada en nuestras manos entrelazadas. Algo en sus ojos me hizo sentirme incómoda con la situación, se veían casi negros a la luz del crepúsculo y me miraba como si le hubiera traicionado. Entonces decidí poner fin a esto y solté mi mano de la de Ethan, apartándome de él.

–Mirad, no quiero ser la causa de malos rollos en el grupo–dije con serenidad–. No soy de las que se mueren porque las acepte el grupito guay del instituto, de modo que mejor me largo de aquí. Tranquilo, Ethan, no lo tomaré como algo personal–.

–Rebecca, veo que aún no lo has entendido. Tú eres como nosotros te guste o no y por tu propia seguridad te conviene mucho integrarte en nuestro grupo. Nosotros te protegeremos, cuidaremos de ti y te enseñaremos a ser tú misma–me explicó él, acercándose a mí y acariciando mi rostro.

Me giré confusa, buscando la mirada de Cayden, pero sus ojos estaban clavados en los de Ethan y parecía tan confuso como yo.

–No sé de qué me estás hablando–dije devolviendo mi atención a Ethan.

–Pronto lo entenderás. Sólo confía en mí, estás completamente a salvo conmigo–me aseguró con una mirada hipnótica.

Me tendió su mano y como impulsada por una fuerza extraña avancé hacia él y la tomé entre las mías. Él sonrió, confiado, y volvió a entrelazar sus dedos con los míos.

–¡Seguidme!–les dijo a los demás mientras nosotros abríamos la marcha, internándonos en el bosque.

El sol se había puesto y la noche comenzaba a cernirse sobre nosotros, pero no pensé en regresar a casa, parecía que mi voluntad estaba anulada y que lo que proponía Ethan era lo apropiado. Llegamos a un claro rodeado de árboles y él se detuvo, mientras los demás se adelantaron y ocuparon distintas posiciones.

–Espera aquí–me ordenó entonces.

Se alejó de mí, siguiendo a los demás. Me fijé que en el centro del claro había un montón de leña perfectamente apilada como para hacer una hoguera y que el chico pelirrojo, Gary, se agachó y la encendió. De pronto la madera empezó a arder con intensidad, iluminando todo el claro. Entonces pude ver que nos encontrábamos en un círculo perfecto rodeado de árboles cuyos troncos tenían símbolos marcados con una pintura oscura. Contemplé cada uno de los símbolos con atención y sorprendentemente incluso reconocí algunos de ellos: espirales, círculos, cruces… Sentí cómo un sudor frío me cubría la frente mientras recorría con mis ojos el lugar, hasta que mi mirada se cruzó con la de Cayden que se había sentado sobre una enorme roca en el borde del claro y que me miraba con intensidad.

De pronto Ethan se situó junto al fuego, levantó las manos hacia el cielo y dijo unas palabras en una lengua que no pude comprender. Repitió las mismas palabras varias veces y después sacó de un saquito de tela unos polvos parecidos a la ceniza y los arrojó sobre el fuego. Los polvos avivaron la llama, que crepitó y ascendió como una columna ardiente hacia el cielo y de pronto un relámpago apareció de la nada y atravesó el firmamento. Ethan se apartó un poco de las llamas y comenzó a susurrar un credo de palabras en esa lengua extraña, mientras que sus amigos se fueron acercando a la hoguera formando un círculo y recitaron también ese cántico misterioso y lúgubre. Me había quedado paralizada en el sitio, contemplando la escena. Realmente no sabía lo que estaba pasando ante mis ojos, pero mi instinto me decía que no se trataba de nada bueno y que tenía que salir de allí antes de que la situación empeorara. El cielo sobre nosotros se encapotó y todo quedó sumido en la más profunda oscuridad y entonces sentí que me ardía la garganta, que me ahogaba, y caí de rodillas al suelo. Al instante Cayden estaba a mi lado y me ayudó a levantarme. Algo me quemaba por dentro y me faltaba el aire, de modo que me derrumbé en sus brazos. De pronto él agarró mi colgante y pegó un tirón que acabó por romper la cadena y entonces el fuego cesó.

–¿Estás bien?–me preguntó sujetando mi rostro.

–No lo sé–respondí con la respiración entrecortada.

Volví mi rostro hacia el claro y comprobé que los demás continuaban girando en torno a la hoguera con sus manos entrelazadas. ¿Qué se suponía que era todo aquello? Estaban todos locos y yo no pensaba quedarme allí por más tiempo para ser testigo de esos rituales extraños. Me escapé de los brazos de Cayden y eché a correr, intentando desaparecer en la oscuridad antes de que ellos pudieran atraparme. Él no debía esperar que reaccionara así porque se quedó inmóvil durante unos segundos viendo cómo me alejaba, proporcionándome justo la oportunidad que necesitaba para escapar. Continué corriendo lo más rápido que pude hasta que perdí completamente de vista el claro.

 

 

 

Llevaba más de una hora caminando por el bosque y había llegado a la conclusión de que estaba totalmente perdida. Pensé que podría orientarme por mí misma, encontrar el camino de tierra por el que había llegado con Ethan y salir directamente a la carretera general, pero estaba claro que no había sido el caso. Estaba tan asustada que cuando salí del claro debí de tomar la dirección equivocada y ahora no sabía qué hacer. Había intentado usar el móvil para llamar a mi madre, pero no tenía cobertura y mi aplicación gps se colgaba continuamente. Estaba muy preocupada por mi madre porque a estas alturas sabría que me había ocurrido algo y estaría de los nervios. Tenía que conseguir orientarme porque si no llegaba a dormir a casa, mandaría a toda la policía de la ciudad a buscarme.

Apreté la marcha y seguí un sendero durante unos metros hasta que de pronto vi que los árboles comenzaban a abrirse delante de mí y eché a correr en esa dirección, esperando que se tratara de la carretera general. Atravesé la última hilera de abetos y de pronto fui a parar al lago. Me detuve unos instantes intentando recuperar el aliento e inspeccioné el lugar. Ya había estado allí antes y sabía que si localizaba la roca junto a la orilla sobre la que había descansado el otro día, podría encontrar el sendero que llevaba hasta el jardín de mi casa. Inspiré profundamente y me disponía a continuar la marcha cuando supe que algo iba mal. Mi cuerpo se puso alerta y mis sentidos se agudizaron y entonces escuché un gruñido rabioso a mi espalda. Me giré lentamente y descubrí ante mí a tres lobos grises que me enseñaban los dientes. Tuve que hacer un enorme esfuerzo para no salir huyendo, pero sabía que eso era lo peor que podría hacer en una situación como ésta. Sólo contaba con una posibilidad frente a ellos y era que no se dieran cuenta de que yo les temía. Tenía que mantenerme serena e intentar convencerles de que era más fuerte de lo que aparentaba, porque en caso contrario no tardarían en atacarme. Me enderecé, intentando parecer mucho más alta y barrí con la mirada el terreno junto a mis pies en busca de un palo o una roca que me sirviera como arma. La luna llena se había abierto paso entre las nubes y me permitía contemplar a los animales con todo detalle. El lobo de mayor tamaño era el que tenía la posición más adelantada. Tenía sus ojos clavados en mí y rugía, emitiendo un sonido profundo y continuo sin dejar de enseñarme sus afilados dientes ni un solo momento. Sus compañeros parecían más nerviosos, se les erizaba el pelo del lomo y movían continuamente sus patas delanteras mientras gruñían. No tenía mucho tiempo antes de que se dieran cuenta de que yo no representaba ningún peligro para ellos y se decidieran a lanzarme sobre mí, de modo que tenía que pensar rápido qué hacer. Entonces localicé una rama gruesa a mi derecha, a unos pasos de donde estaba. Me la tenía que jugar a esa baza y alcanzar la rama antes de que se abalanzaran sobre mí. Inspiré en silencio y me preparé.

–No te muevas–susurró de pronto alguien detrás de mí.

Obedecí a pies puntillas. Había reconocido la voz de Cayden al instante y aunque la situación seguía siendo igual de complicada que antes de saber que él estaba allí, me sentí mucho mejor sólo por tenerle a mi lado. Los lobos seguían gruñendo, ahora más nerviosos al descubrir que no estaba sola y comprendí que terminarían por atacarnos. De pronto sentí a Cayden junto a mí. Ni siquiera le había oído acercarse, pero él estaba a mi lado y me rozó el dorso de la mano con la suya con suavidad. Ese simple gesto consiguió relajarme.

–Tranquila–me susurró–. No te muevas, déjame a mí–.

Me quedé completamente inmóvil y observé cómo él seguía avanzando sigilosamente hacia los lobos. ¿Qué diablos estaba haciendo?, ¿no pensaría enfrentarse él solo a los tres animales? Quería decirle que se detuviera, que no hiciera esa temeridad, pero de un modo extraño intuía que él sabía lo que se hacía y le dejé actuar. Cayden se detuvo delante del lobo gris que encabezaba la manada, el macho alfa, y para mi sorpresa el animal se quedó paralizado frente a él y escondió su dentadura. Sus compañeros comenzaron a gimotear, intranquilos, pero no se movieron de sus posiciones. Cayden hizo algo con sus manos que no logré ver puesto que me daba la espalda y después las bajó muy lentamente hacia el lobo, apoyando la palma de su mano izquierda entre los ojos del animal, que seguía inmóvil. Entonces el lobo bajó la cabeza en señal de sumisión y cuando Cayden retiró la mano de su frente, el lobo se giró y emprendió la huida, llevándose con él a su manada.

Exhalé con fuerza y entonces fui consciente de que había estado conteniendo el aire en mis pulmones desde el momento en que Cayden había tocado al animal. No sabía qué era lo que había hecho él exactamente, pero había funcionado y estábamos fuera de peligro. Él se giró hacia mí y comprobé que sus ojos lucían cómo si fueran estrellas, en un azul brillante y mágico. Quedé absorbida por la intensidad de su mirada mientras él se acercaba y se detenía a escasos centímetros de mí.

–¿Cómo has hecho eso?–pregunté desconcertada.

–Hice un curso de encantador de perros–respondió enarcando una ceja.

Estaba demasiado conmocionada para verle la gracia a su comentario en ese momento.

–Tus ojos,… ¿por qué brillan así?–pregunté de nuevo.

–Será la luz de la noche, los tuyos también tienen un color extraño–me aseguró.

Sabía que me estaba ocultando la verdad y yo no sabía si quería presionarle y averiguar qué diablos pasaba con los Darcey o largarme de una vez de allí y buscar refugio en mi casa.

–¿Tienes frío?–me preguntó de pronto.

–No–respondí confusa.

–Pues estás temblando–me susurró, acercándose más.

Y entonces comprobé que tenía razón y que mi cuerpo vibraba ligeramente en sacudidas involuntarias que hasta el momento no había advertido. Cayden abrió sus brazos y se detuvo con ellos suspendidos en el aire, vacilante. Levanté mi rostro hacia él y algo en mi expresión debió de hacer que se decidiera porque de pronto me rodeó en un abrazo y me apretó contra él. Sentí una calidez reconfortante invadiendo mi cuerpo a su contacto y en pocos segundos me sentía mejor, pero mi corazón latía acelerado, aporreando dolorosamente mi pecho.

–¿Cómo se te ha ocurrido irte así?–me preguntó él de pronto–. Si no hubiera llegado a tiempo quién sabe lo que podría haberte ocurrido–.

Su pregunta sonaba a algo muy parecido a un reproche y consiguió que mi cerebro despertara después de haber estado aletargado por el pánico. Me zafé de sus brazos y levanté mi rostro hacia él, sintiendo cómo me invadía la ira.

–¿Creías que me iba a quedar allí voluntariamente para presenciar vuestro aquelarre? No sé de qué iba todo eso, pero tengo claro que no quiero estar involucrada en algo así–dije furiosa.

–Bien, eso era justo lo que quería oír–dijo él.

–¿Cómo?, ¿qué quieres decir?–le pregunté, confundida por su respuesta.

Él comenzó a andar a paso rápido y tuve que seguirle casi a la carrera para no perderle. Rodeó en parte el lago y después cogió un sendero y continuó bosque a través.

–¿Es que no vas a responderme?–le pregunté de nuevo–. ¿Qué has querido decir?–.

Él me dedicó una mirada dura y fría sin detenerse ni un instante, pero al fin se decidió a hablar.

–He querido decir que si eres lista, sabrás que no debes inmiscuirte en nuestros asuntos. Es peligroso y no saldrás bien librada si lo haces–me advirtió en un tono frío, completamente opuesto a su tono cálido y amable de hacía sólo unos instantes.

Me esforcé por seguirle el paso mientras encajaba su respuesta.

–Suena como una amenaza–dije, leyendo entre líneas.

Él me miró y sonrió y juraría que sus dientes brillaron en la noche como los del macho alfa, lo que me hizo sentir un escalofrío recorriendo mi espalda.

–En realidad lo es. Te estoy avisando por las buenas ahora que todavía tienes posibilidad de alejarte voluntariamente de nosotros, pero si insistes en entrometerte, cuenta con te alejaré por las malas–me dijo con una expresión asesina.

Volví a sentir miedo de él. Después de la otra noche en el invernadero pensé que no le volvería a temer, pero ahora descubría que no era así, que ese chico portaba algo siniestro en su interior y que lo sacaba a la luz cuando le convenía y conseguía ser muy intimidante.

–Yo no me he entrometido en vuestras vidas–dije como si tuviera que darle una explicación–. Ethan quería que le acompañara, él…–.

Y entonces me detuve, no tenía por qué contarle a él nada de esto. No era asunto suyo lo que había entre Ethan y yo.

–Te crees especial, ¿no es así? ¿De veras crees que él siente algo por ti?– me preguntó él de pronto.

Me quedé sin palabras, inmóvil frente a él, que me miraba con los ojos dilatados, visiblemente alterado. Le tenía miedo, sin lugar a dudas, pero no iba a darle el gusto de que lo supiera, de modo que intenté mantener la compostura y me encaré a él.

–Dímelo tú. Eres su hermano, le conoces mejor que yo–siseé enfadada.

–A él no le importas, al menos no del modo que tú quisieras. Él quiere que le sigas como hacen todos los demás. Te creí lo suficientemente lista para no caer en sus redes, pero veo que me equivoqué–me explicó.

–Tú no sabes nada sobre mí–dije con rabia.

–Y espero que siga siendo así–dijo él en respuesta.

Se detuvo de pronto y choqué contra él, pero conseguí mantener el equilibrio. Estábamos en la parte trasera de mi casa y él me miraba con una expresión grave en su rostro. Ahora parecía de nuevo más tranquilo. Sus cambios de humor me desconcertaban porque yo aún seguía furiosa y era incapaz de seguirle el ritmo. Estaba enfadada, pero él me había traído a casa en cuestión de minutos y en el fondo me sentía agradecida. Eché un vistazo al reloj y comprobé que aún no eran las nueve de la noche, era tarde, pero no tan tarde… De pronto me sentí intranquila por mi madre.

–Gracias–dije de pronto sin saber exactamente por cuál de las cosas que había hecho hoy por mí.

Mi agradecimiento le pilló por sorpresa y pude comprobar cómo su expresión se dulcificaba y volvía a ser el mismo chico que me había ayudado en el ritual o que me había salvado del ataque de los lobos. Él apartó rápidamente su mirada, ocultándola de mí, y supe que no quería que viera esa faceta suya, la del chico atento que se preocupaba por mí. ¡Al fin y al cabo no estaba tan equivocada respecto a él!

–Deberías entrar ya–me dijo en un tono más suave–. Tu madre estará preocupada–.

–Sí, tienes razón. No sé qué excusa voy a ponerle para que no me encierre un mes entero en casa–dije, preocupada.

Entonces Cayden avanzó y, cogiendo mi bicicleta, la estrelló contra la pared del jardín, partiendo el guardabarros y deformando grotescamente la rueda delantera.

–¿Pero qué diablos has hecho?–dije hecha una furia.

–Buscarte una coartada. Tu madre se tragará fácilmente que te caíste y que volviste a pie con la bicicleta al hombro–dijo con una sonrisa que delataba que había disfrutado bastante destrozando mi bici.

Apreté los puños con fuerza contra mis costados y me mordí el labio, llena de rabia.

–Te odio Cayden Darcey–dije sin poder evitarlo.

–Eso está mejor, me gusta que me digan las cosas a la cara–respondió con una sonrisa.

Y dicho esto, me guiñó un ojo y echó a correr, volviéndose a perder en la frondosidad del bosque.