CAPÍTULO XIII

 

Estuve toda la noche pensando en lo ocurrido esa tarde en la mansión, especialmente en mi conversación con Darcey. Si todo lo que me había dicho no eran más que simples mentiras, como suponía Cayden, era evidente que era un gran actor. Había leído varias veces la carta que mi padre supuestamente le envió, intentando sacar mis propias conclusiones. Parecía auténtica sin lugar a dudas, pero esto daba un giro a la historia que conocía hasta ahora. Si  mi padre sabía que el Clan de la Oscuridad había resurgido y estaba tras él, ¿por qué no hizo algo más drástico para poner sobre aviso a los clanes?, ¿por qué no había aceptado la oferta de Darcey, su amigo y el último druida de la alianza, y había compartido con él su investigación para garantizar nuestra seguridad en lugar de permanecer desprotegido en Oxford con una identidad falsa? Y otra cosa que no encajaba era por qué le pediría a Darcey que se ocupara de nosotras, que nos acogiera en su clan, cuando él nos había mantenido apartadas de la magia hasta el final ¿Por qué en el último momento en vez de desvelarme mi naturaleza en primera persona decidió que sería más conveniente que lo hiciera Darcey, alguien ajeno a nuestra familia y a nuestro clan? Cayden me había advertido de que no podía creer a ciegas nada que viniera de Darcey, pero ¿y si estaba equivocado y sus intenciones eran nobles?

Ese día en el almuerzo estuve muy atenta a las conversaciones que se desarrollaron en la mesa, sobre todo cuando Gary abrió un tema que me resultó sumamente interesante. Aparentemente había escuchado hablar a su padre, uno de los consejeros de Christopher, que entre los miembros de los clanes del trueno y de los lobos habían surgido detractores de Darcey que se habían constituido comandos y que amenazaban con atentar contra el Clan del Fuego. Les llamaban los rebeldes y Gary aseguró que algunos de esos comandos ya estaban en Portland y que se había tenido que reforzar la seguridad en torno a la mansión para garantizar que no penetraran en su asentamiento. Ethan le pidió que no fuera alarmista, que aún no se había contrastado la existencia de los rebeldes y que mientras que no lo hicieran, todo eran especulaciones y esto pareció calmar al resto, pero yo vi algo en la mirada de Cayden que me hizo sospechar que había algo de cierto en las informaciones del pelirrojo.

En clase de Francés aproveché un descuido de la profesora para escribir un mensaje a Cayden. Le dije que se reuniera conmigo después de clase en la sala de máquinas y esperé la respuesta, impaciente. Sin embargo no me respondió y no tuve oportunidad de verlo a solas, de modo que no sabía si se presentaría o no a la cita. No obstante yo me dirigí hacia allí. Me aseguré de que no hubiera nadie a la vista y puse la mano en el tirador de la puerta y al empujar comprobé que la sala estaba cerrada, con lo que maldije por lo bajo. Seguramente a raíz del incidente, habían tomado la precaución de cerrar con llave, de modo que no podríamos utilizar ese lugar como punto de encuentro en el futuro. Me disponía a volver sobre mis pasos cuando sentí que alguien se acercaba por mi espalda y me sobresalté.

–Tranquila–susurró Cayden, entrando en ese momento en mi campo de visión.

Llevó su mano al tirador y cuando iba a comentarle que no serviría de nada porque la sala estaba cerrada, murmuró algo en voz queda y la puerta se abrió. Sostuvo la puerta para mí y después me siguió, asegurándose de volver a cerrarla.

–¿Cómo has conseguido abrir la puerta?–exclamé.

–¡Magia!–respondió arqueando una ceja.

Me quedé mirándole con admiración y él pareció incómodo, porque se apartó de la puerta y avanzó hasta el fondo de la sala, tomando asiento en la bancada de una de las máquinas. Ahora empezaba a comprender cómo era capaz de colarse en mi habitación sin hacer el más mínimo ruido…

–Y bien, ¿qué era tan urgente que requería un encuentro secreto en un lugar que ya no es seguro?–me preguntó señalando una cámara de video que barría la zona y que desde luego no había visto antes.

–¿Lo sabías?, ¿por qué no me dijiste que no podíamos vernos aquí sin más?–me alarmé.

–La desactivé antes de venir, pero en el futuro no debemos reunirnos en este lugar y tampoco debes usar tu línea privada para mandarme mensajes–me aconsejó.

–¿Y cómo se supone que tengo que ponerme en contacto contigo?–le pregunté, perpleja.

Entonces él se levantó y extrajo del bolsillo de sus vaqueros un Smartphone que puso en mi mano con una sonrisa.

–Ésta será nuestra línea caliente–dijo en un tono pícaro–. Úsalo sólo conmigo, ¿de acuerdo? Es la única forma que tenemos de garantizar que no rastrean nuestros mensajes–.

–De acuerdo. Ahora cuéntame lo que sabes de los rebeldes–dije, soltando de golpe mi pregunta.

Las pupilas de Cayden se dilataron ligeramente y supe que estaba en lo cierto y que él sabía algo importante sobre ese tema que no le había contado a nadie, ni siquiera a mí.

–No sé de qué me estás hablando–dijo, visiblemente incómodo–. Ya has oído a Ethan, nada de ese tema está contrastado, son rumores que seguramente también vienen de Christopher, para crear inquietud en el asentamiento y en los clanes–.

–Cayden, sospecho que no me estás contando toda la verdad–dije, enfadada–. ¿Acaso no confías en mí? Pensé que trabajaríamos en equipo, pero no haces más que guardarte cosas para ti, como por ejemplo lo que sabes acerca de mi medallón. ¿Por qué no cuentas conmigo?–.

Él inspiró con fuerza y comenzó a abrir y cerrar sus puños en un movimiento nervioso, pero sin decir palabra, y supe que no me equivocaba, pero que no estaba por la labor de confiarme esa información, de modo que terminé por enfadarme.

–Bien, cuando estés dispuesto a contarme en lo que andas metido házmelo saber–dije y salí de la sala de máquinas dando un portazo. 

 

 

 

 

Esa tarde no pude ir a la mansión porque estábamos cerrando el número semanal en la redacción, de modo que tras corregir mi artículo según las indicaciones de Harry, ayudé al resto a preparar la maquetación con el objetivo de tener la tarde del viernes libre, pues planeábamos una salida por el centro. No dejaba de mirar mi nuevo teléfono de cuando en cuando, esperando encontrarme con un mensaje de Cayden, pero no llegó.

Tras la cena subí a mi habitación para escribir, pero en lugar de conectar mi portátil y seguir con mi novela, tomé la libreta de notas que había iniciado sobre Cayden y comencé a garabatear improperios sobre él: desconfiado, mentiroso, testarudo, antipático,… Estaba furiosa por su comportamiento y a la vez no dejaba de pensar en él. Me sorprendía haciéndolo todo el tiempo, especialmente estos últimos días en los que casi no habíamos hecho otra cosa que no fuera discutir. Él era increíble, a pesar de que tuviera ante mí dos páginas llenas de adjetivos despectivos sobre su persona que había escrito en mis momentos de frustración. Abrí el compartimento de mi secretaire y extraje otra de mis libretas de notas, la que había dedicado también a Cayden y que por el contrario incluía todo lo que admiraba de él y especialmente lo que él me hacía sentir. Si alguien leyera estas páginas moriría de la vergüenza, pero me había obligado a escribirlas en papel, era algo fundamental para mí, porque lo que sentía por ese chico complicado era algo único y completamente nuevo para mí y bien merecía ser plasmado para la eternidad. No era partidaria de escribir sobre mí, pero esto no iba sobre mí, sino sobre él y pasara lo que pasara con mi vida no quería olvidar estos sentimientos.

De pronto el increíble teléfono que él me había dado comenzó a vibrar en mi bolsillo y lo extraje a toda velocidad, con dedos temblorosos. Lo descolgué e intenté serenarme antes de responder.

–¿Quién es?–pregunté para asegurarme.

–Está bien, te lo contaré todo–dijo con resignación al otro lado de la línea.

–¿Cuándo?–pregunté, sintiendo que mi pulso se aceleraba.

–Mañana por la noche. Quiero llevarte a ver a alguien. Te llamaré cuando llegue el momento y pasaré a recogerte–dijo, enigmático.

–Mañana iré a cenar con mis amigos de la redacción al centro, ¿puedo mantener la cita?–le pregunté.

–Sí, por supuesto, iré a recogerte a la dirección que me indiques–dijo.

–Bien, gracias por confiar en mí, no te arrepentirás–susurré.

–Ya lo estoy haciendo–bromeó y adiviné que sonreía–. No olvides traer el medallón del trueno, ¿de acuerdo? Quiero que esa persona lo vea–.

–De acuerdo, lo llevaré–le aseguré.

–¡Buenas noches, Becca!–susurró como despedida.

–¡Buenas noches!–respondí.

 

 

 

 

¡Por fin era viernes! y estaba expectante por encontrarme con Cayden y conocer de primera mano lo que tenía que contarme. Iba a salir a cenar con Harry y Sarah esa noche y había previsto quedarme a dormir en casa de Sarah, pero en vistas de que me vería con Cayden, le pedí que me encubriera y le tuve que contar que tenía una cita con uno de los Darcey, pero no le revelé con cual. Pasé por casa con ella antes de ir a la ciudad para preparar una mochila con algo de ropa y mi neceser. Mientras Sarah usaba al cuarto de baño, cogí el saquito de terciopelo con mi medallón de bronce y lo guardé en el bolsillo interior de mi cazadora de cuero. Me puse para salir unos pantalones negros con un ligero toque metalizado, una camiseta también con brillos con un solo tirante que me dejaba un hombro al aire y mis botines de tacón. Cuando mi amiga salió del baño se me quedó mirando de arriba abajo.

–Veo que te has integrado perfectamente en su grupo, ¡ya vistes como ellos!–me dijo.

–¡Vaya! y yo que pensaba que tenía estilo propio…–protesté con un mohín.

–No es una crítica Rebecca–se excusó–, es que ahora me doy cuenta de que estaba equivocada y de que hay algo en ti que me recuerda a ellos. Eres guapa y te rodea ese halo de misterio y arrogancia que les caracteriza. Incluso Cayden es así, a pesar de ser un gamberro–me dijo.

–Sarah, ¡no digas tonterías! Estoy más a gusto contigo y con Harry que con el grupito de Ethan. Pero él es algo más que el rompecorazones que pretende ser–le expliqué.

–Algo que tú descubrirás sin lugar a dudas–me retó con una sonrisa pícara.

–¡Ya veremos!–dije, comprendiendo que ella pensaba que esa noche saldría con él y no con Cayden.

Habíamos quedado con Harry para cenar en un restaurante italiano y me pareció un lugar excelente. Chequeaba mi móvil cada cinco minutos, pero Cayden no daba señales de vida y temí que se hubiera olvidado de nuestra cita, de modo que aproveché una visita al cuarto de baño para escribirle un mensaje.

“Estoy en Portland con mis amigos. ¿Dónde nos vemos?”.

Al instante recibí una respuesta.

 “Dentro de una hora iré a buscarte, luego concretamos”.

De acuerdo, al menos no se había olvidado de mí. Volví a nuestra mesa y acababan de traer nuestros cafés. Celebré poderme tomar un capuccino bien cargado y humeante, me temía que esa noche me vendría bien estar bien despierta.

–Aún tengo una hora, ¿queréis que vayamos a algún otro sitio?–les pregunté a mis amigos.

–Por supuesto, conozco el lugar perfecto, La Wicca Mágica–dijo Sarah guiñándome un ojo–. Sólo está a unas manzanas de aquí–.

Harry y yo nos miramos con curiosidad, pero la seguimos sin rechistar, no era de las personas a las que convenía llevar la contraria y en eso me recordó a Christopher.

Las temperaturas estaban bajando en la ciudad a medida que avanzaba el mes de septiembre y tuve que cerrarme bien la cazadora, abrazándome a mí misma, para mantener el calor corporal. Sentí al tacto la forma de mi medallón y lo acaricié. Me pregunté de lo que sería capaz de hacer con ese medallón, quizás pronto lo descubriría.

La Wicca Mágica parecía un local de moda según daba a entender la enorme cola de personas que rodeaba la manzana del edificio. Sólo tenía una hora para estar con mis amigos y me daba la impresión de que la iba a pasar congelándome en esa cola.

–Vayamos a otro sitio, no entraremos en toda la noche–protestó Harry.

–Nosotros entraremos sin esperar–dijo Sarah decidida.

La seguimos mientras avanzaba hasta la entrada saltándose la cola descaradamente y nos sorprendió ver que se acercaba al gorila de la puerta y le susurraba algo al oído. El tipo me echó una mirada y de pronto y para mi sorpresa nos indicó que pasáramos, mientras el resto de la gente protestaba porque nos habíamos colado. Sarah se abrió paso entre ellos sin ningún tipo de reparo y nos indicó que la siguiéramos.

El local tenía un aire muy sofisticado. La decoración estaba basada en la cultura celta, lo que debí suponer por su nombre. Había símbolos que ya me eran conocidos adornando las paredes, que además estaban decoradas con reproducciones de armas de la época, con fotos de bosques, menhires y escritos antiguos. Las luces eran sinuosas y cálidas y la música envolvente y dinámica. Me sentí muy a gusto allí, pero me pareció demasiada casualidad que la temática del local estuviera relacionada con mi nueva vida. Tenía un mal presentimiento.

–¿Cómo has conseguido que el de la puerta nos dejara entrar?–le pregunté cuando nos detuvimos cerca de la barra.

–Simplemente le dije que no podía hacer esperar toda esa cola a la novia de Ethan Darcey–dijo, satisfecha de sí misma.

–¿Es que también le conocen aquí?–preguntó Harry.

Pero yo no necesité escuchar la respuesta para sacar mis propias conclusiones. Empecé a mirar alrededor, alerta, mientras Sarah le contaba a Harry que este local pertenecía a Christopher Darcey, por supuesto. Sentí que mi móvil vibraba en el bolsillo de mi cazadora y lo saqué de inmediato para comprobar si se trataba de Cayden. Efectivamente era él. “¿Dónde estás?” decía simplemente su mensaje. Mientras mis amigos se acercaban a la barra a pedir unos refrescos escribí: “La Wicca Mágica, ¿te suena?”. Al instante recibí su contestación: “¿En serio?”. Pensé en responderle con algo irónico para variar porque ya era bastante para mí encajar que mi propia amiga me había traído derecha a la boca del lobo como para encima andar bromeando sobre el tema… Cayden no me dio tiempo a pensármelo mucho y volvió a escribir: “Veo que va en serio. Estoy ahí en cuarto de hora. No te hagas ver demasiado”. Guardé el móvil de nuevo en el bolsillo de mi chaqueta y cuando busqué con la mirada a mis amigos, mis ojos se vieron atrapados por unos ojos verdes tan cristalinos como el agua. Ethan estaba apoyado en la barra, a unos metros de mí, y me observaba con atención. Comprendí de pronto a lo que se refería Cayden con que no se me viera demasiado, pero ya era tarde. Ethan se incorporó y vino a mi encuentro con un paso lento y sensual. Tragué saliva haciendo más ruido de la cuenta y supe que no tenía escapatoria, estaba en su terreno y lo peor era que la impresión que tendría era que había venido deliberadamente hasta aquí para encontrarme con él.

–¡Hola!–me saludó con una sonrisa.

–¡Hola!–respondí avergonzada.

–Hacía tiempo que un deseo no se me hacía realidad, pero hoy es mi día de suerte. Esta mañana quería invitarte a venir a la Wicca, pero como tenías otros planes lo dejé caer–me dijo.

–Sí, de hecho los tengo. He venido con mis amigos de la redacción, están pidiendo en la barra–dije, señalando en su dirección.

–No creo que les importe demasiado dejarnos un rato a solas–añadió.

Eché una mirada a la barra y mis amigos nos miraban, cuchicheando entre ellos.

–¿Sabes? Me sorprendí bastante cuando el portero me avisó de que había dejado pasar a mi novia, pero cuando me habló de una preciosa morena de ojos verdes tuve esperanzas de que fueras tú–me dijo, alzando una ceja.

–¡Mierda! ¿No has sentido nunca ganas de matar a tus amigos? Yo ahora mismo estoy bastante tentada a hacerlo–dije abochornada.

Ethan soltó una carcajada y me cogió de la mano, tirando de mí para que le siguiera. Cuando pasamos cerca de la barra le lancé una mirada asesina a Sarah, que me guiñó un ojo, divertida. Y entonces me di cuenta de que no podía culparla porque ella pensaba que yo esa noche tenía una cita con Ethan y justamente por eso ella me había traído hasta él. Tenía que haber sido más concreta con ella en cuanto al Darcey con el que me iba a reunir.

Ethan me condujo de la mano a través del local hasta que llegamos a unas escaleras custodiadas por un tipo que parecía un armario ropero y que se retiró en cuanto nos vio para permitirnos el paso. Subimos y pude comprobar que el local era más grande de lo que parecía y que en la planta de arriba también había otra enorme barra, una zona para bailar y reservados.

–¿Qué quieres tomar?–me preguntó llevándome hasta la barra.

–Una coca-cola light–dije, sentándome en un taburete alto mientras él se apoyaba en la barra.

Una camarera guapísima se acercó a nosotros nada más verle y le dedicó toda su atención.

–Susan, sírvenos dos coca-colas light, por favor–pidió.

–¡Ahora mismo!–dijo la chica preparando nuestras bebidas.

Ethan se acercó más y se inclinó sobre mí, poniendo sus manos en los apoyabrazos de mi taburete.

–¿Te gusta el local?– me preguntó.

–Sí, es genial. Un ambiente muy autóctono, ¿no?–insinué.

Ethan se rio moviendo su cabeza y su pelo dorado se agitó y acarició mi frente, haciéndome cosquillas.

–¿Siempre tienes el comentario apropiado para cada situación?–me preguntó divertido.

–En realidad suelo decir lo primero que se me pasa por la cabeza–admití con un mohín.

–¡Ya! Todavía estoy intentando recuperarme de ese par de atentados contra mi ego–dijo, fingiendo afectación.

La camarera puso nuestras bebidas en unos bonitos vasos de diseño frente a Ethan y antes de alejarse me echó una mirada sibilina. Me estiré para coger mi coca-cola intentando esquivar a Ethan, que me hacía de pantalla y di un buen trago porque tenía la garganta seca por la tensión. Él se apoyó de nuevo en la barra y también bebió un poco de la suya.

–¿Y los demás?, ¿no están por aquí?–le pregunté mirando alrededor.

–Estarán al caer. Solemos venir aquí todos los fines de semana–me explicó–. ¿No tienes calor? Puedo hacer que lleven tu cazadora al guardarropa–.

–No, estoy bien–dije de pronto al recordar que llevaba escondido mi medallón en el bolsillo interior de la chaqueta.

–¡Vamos, quítatela! Me gustaría bailar contigo, le pediré a Susan que la lleve–insistió.

–Es que llevo el móvil y la cartera y no me queda mucho más sitio encima para guardarme las cosas–confesé para disuadirle.

–No te preocupes, el personal es de fiar–me dijo poniendo sus manos sobre las solapas de mi chaqueta de cuero y ayudándome a quitármela.

La dejé escurrir por mis brazos, mientras miraba a Ethan con atención y de pronto él desvió su atención hacia mi hombro desnudo, concediéndome el tiempo suficiente para meter la mano en el bolsillo interior en busca del saquito de terciopelo. Lo cogí e incorporándome un poco lo deslicé al bolsillo trasero de mis pantalones. Le tendí la cazadora y él avisó a Susan para que la llevara al guardarropa.

–Al de la entrada, por favor–le pedí con una sonrisa–. He dejado también una mochila allí–.

–Por supuesto–dijo Susan fingiendo amabilidad.

–Me alegro de haber insistido, esta camiseta te sienta muy bien–me dijo recorriendo de nuevo mi hombro con su mirada–. ¡Ven!, baila conmigo–.

Me cogió de la mano y me llevó hasta el fondo de la pista de baile donde ahora sonaba una balada de Imagine Dragons, uno de mis grupos favoritos. Ethan me cogió por la cintura y me atrajo hacia sí y yo me sujeté a sus hombros y empezamos a mecernos con la música. ¿Cuándo aparecería Cayden? Podía manejar a Ethan siempre y cuando no intentara pasar de un simple baile. Sus labios acariciaron mi frente, mientras que aspiraba el olor de mi pelo y empecé a ponerme nerviosa.

–Ethan…–comencé.

–¿Qué?–dijo él en un susurro que me puso la piel de gallina.

–¿Interrumpo?–dijo una voz que conocía ya demasiado bien.

Ethan se volvió, molesto, permitiéndome ver a Cayden, que estaba justo detrás de él en la pista.

–Es evidente que sí, Cayden–protestó–. ¿Qué diablos quieres?–.

–Tu amiga se encuentra mal y quiere que la acompañes a casa. La tuve que sacar del local, por el color de su rostro nos iba a poner todo perdido–dijo mirándome con ese fingido desdén que ya identificaba tan bien.

–¡Lo siento!, tengo que irme–dije avergonzada, apartándome de Ethan.

–De acuerdo, ¿quieres que te lleve luego a casa?–se ofreció.

–No, gracias. Me voy a quedar a dormir en casa de Sarah–dije.

–Entonces te llamaré mañana–me dijo.

–¡Hasta mañana!–dije, saliendo a toda prisa hacia las escaleras.

Me deslicé entre la gente hasta llegar al guardarropas y recuperé mi chaqueta y mi mochila. Supuse que todo era un plan de Cayden para sacarme de allí, pero aun así eché un vistazo por el local buscando a mis amigos, pero no les localicé. Opté por esperar en la calle, donde tampoco había ni rastro de ellos. Al poco tiempo Cayden surgió por la puerta trasera del local y vino a mi encuentro.

–¡Vamos!, tengo la moto en la siguiente manzana–me dijo.

Corrí tras él, intentando seguir el ritmo que imponía con sus largas zancadas y pronto divisé su moto. Montó y me ofreció un casco y me apresuré a subir tras él, agarrándome con fuerza a su cintura. Echó una mirada atrás y tras comprobar que estaba lista, arrancó el motor y emprendió la marcha.