CAPÍTULO XV
Cuando me desperté a la mañana siguiente, tardé unos instantes en ubicarme. Me encontraba en una habitación desconocida, tumbada en una cama amplia y arropada por un nórdico azul. No recordaba haber llegado hasta allí. Me incorporé y contemplé la ciudad a través de un gran ventanal con vistas al río. Comprendí que estaba en el apartamento de Cayden y que finalmente debí de meterme en la cama, aunque sólo recordaba haberme quedado dormida en el suelo de la habitación. Me levanté y comprobé que iba vestida con la misma ropa de la víspera, a pesar de que en la mochila tenía un pijama. Era temprano, las ocho, y necesitaba usar el cuarto de baño, de modo que me escurrí con mi mochila hasta la puerta de la habitación y giré cuidadosamente el pomo de la puerta para no hacer ruido por si Cayden aún dormía.
En el salón la chimenea ardía y él no estaba ya en el sofá. De pronto se abrió la puerta del cuarto de baño y él salió, quedándose un poco sorprendido al encontrarse conmigo allí. Parecía recién duchado porque llevaba el pelo húmedo y desordenado en todas las direcciones, pero lo que me dejó sin palabras fue que no llevaba puestos más que unos vaqueros. No pude evitar mirarle, quizás más descaradamente de lo que debiera, pero era difícil no hacerlo porque tenía un cuerpo magnífico. Su pecho era ancho y musculoso y sus abdominales parecían de acero, fuertes y bien definidos. No podía dejar de mirarle y él se dio cuenta, de modo que no tardé en sonrojarme.
–¡Buenos días!–le saludé, avergonzada.
–¡Buenos días!, ¿has dormido bien?–me preguntó mientras se secaba el pelo con una toalla.
–Sí–dije–.Te agradezco que me cedieras la habitación–.
–En el fondo soy un caballero, aunque muy en el fondo–dijo con ironía y comprendí que se había puesto su máscara de impenetrabilidad.
Se acercó al sofá y cogió su camiseta y entonces descubrí que tenía un tatuaje en la parte superior de su brazo, junto a su hombro.
–Espera–le dije–, déjame ver tu tatuaje–.
Me acerqué a él, que se había detenido con la camiseta a medio poner. Estaba descalza y debía de tener unos pelos horribles, pero me pudo la curiosidad y me quedé mirando con atención su hombro. Él se quitó de nuevo la camiseta y relajó sus musculosos brazos, dejando que cayeran a ambos lados de su cuerpo.
–¡Un wivre!–dije maravillada.
–¡Sabes lo que es!–dijo, asombrado.
– Es fácil sorprender a la gente cuando no esperan mucho de ti–dije, parafraseándole.
Él no pudo evitar sonreír y supe que ya no estaba tan enfadado conmigo.
El tatuaje era una obra maestra, las dos serpientes entrelazadas parecían cobrar vida cuando se las observaba detenidamente. Era lo suficientemente grande para cubrir su hombro y era curioso cómo el taxidermista había conseguido crear las tonalidades plata y bronce en las escamas de cada una de las serpientes a la perfección.
–¿Y bien?–me preguntó esperando mi veredicto.
–¡Es maravilloso!–dije–. He leído que quien lo lleva tendrá poder y amor. ¿Qué tal te va por el momento?–bromeé, intentando relajar la tensión existente entre los dos.
–No me lo puse por su significado, lo hice porque mi madre siempre llevaba un colgante del wivre y me recuerda a ella–me dijo entonces.
Me sentí conmovida y sin pensarlo acaricié con las yemas de mi dedo su piel, recorriendo el dibujo de las serpientes entrelazadas.
–¡Me encanta!–admití.
–Es común entre nosotros tatuarnos símbolos mágicos en nuestro cuerpo, tenemos la creencia de que potencian nuestra magia y nos otorgan las cualidades que representan. Lo normal es que los jóvenes se tatúen en primer lugar el emblema de su clan en uno de los hombros, normalmente el izquierdo, en línea con el corazón, pero yo deseaba dejar ese lugar para el wivre, por lo que significa para mí–me explicó y pude ver que había bajado la guardia y que ya no se comportaba con frialdad, sino que era él de nuevo.
–¿Por qué no te has tatuado también el emblema de tu clan?–le pregunté con curiosidad.
–No lo sé, quizás porque no me siento muy identificado con él. He crecido lejos de mi gente y de sus costumbres, pero tampoco me identifico con el Clan del Fuego ¡Soy como un extraño en tierra de nadie!–me explicó, divertido.
–Pero ahora tienes a tu tío, quizás él te ayude a encontrar tus raíces–dije.
–Quizás–respondió y distinguí ese brillo en sus ojos que me indicaba que se estaba divirtiendo.
–¿Qué te hace tanta gracia?–dije entonces, intrigada.
–¿Cómo sabes que algo me hace gracia?–preguntó, intentando ocultar una sonrisa.
–Porque soy buena observando a la gente y comienzo a conocerte, Cayden Darcey–dije con un mohín.
–Me preguntaba que cómo es posible que tengas tantas preguntas y sobre todo que cómo consigues que alguien como yo te responda–dijo rascándose el mentón como si fuera otro de sus enigmas.
¡Vaya, una crítica directa a mi locuacidad! Me quedé mirándolo con los ojos entrecerrados y con mi característico mohín de niña mimada, como lo llamaba mi padre y que no podía evitar poner cada vez que me mosqueaba…
–No tienes por qué responderme si no quieres–dije, un poco molesta.
Él se acercó un poco a mí, sin que su sonrisa abandonara sus labios e inclinó su cabeza hasta que nuestros ojos quedaron al mismo nivel.
–Me satisface aplacar su curiosidad, señorita Dillen–dijo con intensidad, haciendo que mis mejillas se arrebolaran de inmediato.
Él sonrió satisfecho y se apartó de mí, cogiendo su camiseta y poniéndosela, lo que me dio unos segundos para recomponerme.
–Una última pregunta entonces–dije, mirándole con cautela–. ¿Cómo es el emblema del Clan de los Lobos?–le pregunté, sentándome en el reposabrazos del sofá.
Él me sonrió y se acercó a por algo a la estantería de libros que había junto a la chimenea. Se trataba de una libreta que abrió y hojeó hasta encontrar lo que buscaba. Entonces se acercó a mi lado y me la tendió abierta. Observé que había un dibujo hecho a carboncillo de un círculo en cuyo interior tres lobos corrían en torno a una espiral. Me pareció un símbolo muy hermoso y levanté la mirada, buscando la suya.
–Es más bonito que el del Trueno–dije con una sonrisa–. ¿Lo has dibujado tú?–.
–Sí, cuando vengo a ver a Marcus nunca sé a qué hora aparecerá, de modo que me entretengo dibujando o leyendo–me dijo con naturalidad.
–Dibujas francamente bien–dije, hojeando los otros bocetos de la libreta y topándome de pronto con el retrato de una chica que se parecía bastante a mí.
Cayden entonces me quitó la libreta de las manos, dejándome con la duda de si la del retrato era o no yo y me quedé un poco frustrada. Volvió a colocarla entres sus libros en la estantería y se giró para mirarme de nuevo.
–Tú escribes francamente bien–dijo con una sonrisa.
–¿Cómo lo sabes?–le pregunté, intrigada.
–Porque he leído algunos de tus relatos, incluidos los que tienes en internet. Creo que tienes mucho talento–dijo y parecía sincero o al menos me ilusionaba pensar que lo era.
–Me encanta escribir, es más una necesidad que una afición–admití.
–Bien, pues no dejes de hacerlo, es un regalo para los que amamos leer–me sugirió con una sonrisa–. Y ahora si estás lista, tenemos que irnos, llegamos tarde a una cita–.
–¿Una cita con quién?–pregunté, intrigada.
–Con la naturaleza–me dijo, guiñándome un ojo.
Nos internamos con la moto en el bosque y por un momento pensé que Cayden me llevaría al claro donde Ethan y los demás realizaron el ritual, pero pronto comprendí que no se trataba del mismo lugar. Nos detuvimos junto a unas enormes rocas y en cuanto desmonté tuve la certeza de que nunca antes había estado allí.
Cayden ascendió por las rocas y se sentó sobre una piedra enorme en forma de plataforma. Le seguí, sintiendo una tremenda curiosidad por lo que tramaba y me senté sobre mis talones a escasos centímetros de él.
–¿Y bien?, ¿qué vas a enseñarme hoy, maestro?–le pregunté con sorna.
–Voy a enseñarte nuestro lenguaje–me dijo–. Empezaremos por los símbolos que ya vas conociendo y que son fundamentales para nuestra magia. Los druidas los utilizaban para celebrar cualquier ritual y como protección y nosotros los portamos también para protegernos y para intensificar nuestros poderes–.
–¿De qué tendríamos que protegernos?–le pregunté.
–En su momento de los invasores, incluyendo al temible clan de la oscuridad que todo el mundo teme, pero que francamente, es más una leyenda que un hecho histórico. Se supone que los oscuros dominaban la magia negra y se comunicaban con los malos espíritus y los seres del inframundo. Nuestra magia por el contrario reside en la energía del planeta, de la Madre Tierra, y es pura y beneficiosa. Somos poseedores de la magia porque se nos ha confiado la misión de velar y proteger a la humanidad de los malos espíritus, de modo que tendríamos que intervenir si algún poder oscuro amenazara a la raza humana–me explicó.
–¿Entonces somos una especie de súper héroes que velamos por la gente?–dije, sorprendida.
–Algo así, pero no podemos inmiscuirnos en los asuntos humanos, ellos tienen que ocuparse personalmente de los que infringen sus leyes. Sólo se nos permitiría intervenir si algún poder sobrenatural pusiera en peligro al planeta y siempre manteniendo en secreto nuestra identidad–puntualizó–. Existen una serie de reglas establecidas en los clanes y quien se las salta se expone a ser castigado. El consejo de ancianos de cada clan juzga y condena a los miembros que cometen delitos o infracciones de la ley y si se les encuentra culpables, tendrán que cumplir condena en la prisión de Mann–me explicó.
–De modo que me conviene aprenderme cuanto antes las reglas, ¿no es así?–adiviné.
–Eso es, pero sigamos con los símbolos. Como ya te he contado, los jóvenes son iniciados a los trece años de edad. Normalmente es su propio padre el que realiza el ritual de la iniciación, aunque en algunos casos lo puede oficiar su maestro. Se trata de un día muy especial para el iniciado, es como la mayoría de edad para los de nuestra raza. Es costumbre obsequiar al iniciado con sus primeros símbolos protectores forjados en plata o en bronce. Creo que los símbolos que encontraste en el secretaire de tu padre eran tu regalo de iniciación–me explicó.
–Entonces, ¿crees que su intención era iniciarme?–pregunté, emocionada.
–Es muy probable, aunque supongo que esperaba el momento oportuno–admitió él.
–¿Siempre se regalan los mismos símbolos?–pregunté con curiosidad.
–No, no siempre. ¿Cuáles eligió para ti?–me preguntó él.
–El triskel, la triqueta, el wivre, la espiral y el árbol de la vida–dije.
–Muy buena elección. Me imagino que conoces su significado, ¿no es así?–dijo, esperando a que yo asintiera para continuar–. El otro día pude ver que tenías bocetos en tu libreta de algunos de ellos, si quieres podemos completarla con los que te faltan–me sugirió.
–¡Buena idea!–dije, sacando mi libreta y un bolígrafo de la mochila y poniéndolos en la roca entre ambos.
–Los básicos ya los conoces, pero también hay símbolos para ayudar en la batalla como la cruz celta o la punta de flecha, otros para extraer la energía de la tierra o el sol como la envolvente o la estrella y otros que fortalecen los vínculos afectivos entre dos personas como el nudo celta o el wuivre. En los rituales solemos decorar nuestro cuerpo con estos símbolos propicios y muchos de nosotros nos los tatuamos en nuestro cuerpo, como has podido comprobar–me explicó, mientras los dibujaba en la libreta.
–Mi madre me mataría si aparezco con alguna zona de mi cuerpo tatuada–bromeé.
–Entonces por tu propia seguridad te recomiendo que por el momento sigas sólo con los colgantes–me sugirió con una sonrisa–. Ahora voy a enseñarte a captar la energía de la naturaleza y a controlar los cuatro elementos–.
Acarició con suavidad mis manos, haciendo que los conocidos calambres que me provocaba su contacto se extendieran por mis dedos, sensibilizando el resto de mi cuerpo. Entonces comenzó a pronunciar unas palabras en otra lengua que sonaban armoniosas y supuse que se trataba de un hechizo.
–Talamh, tierra–dijo a continuación, señalando la piedra sobre la que descansábamos.
Cayden apoyó mis manos sobre la piedra y las cubrió con las suyas y pronto comencé a sentir pequeñas vibraciones contra mi piel que paulatinamente se fueron intensificando, provocando un hormigueo en mis manos. Comprobé cómo la energía de la tierra penetraba en mí y me hacía sentir más fuerte, de modo que sonreí, mirándole sorprendida, por reconocer el poder del primer elemento.
Después tomó de nuevo mis manos entre las suyas y puso mis palmas boca arriba mientras él movía las suyas desatando una brisa a nuestro alrededor.
–Adhar, aire–pronunció.
Cayden hizo que la brisa ganara en intensidad y pronto un remolino de aire comenzó a levitar girando sin cesar sobre mis manos. Él me ayudó a controlar el aire y comprobé que este elemento también me cedía su energía si se lo pedía. Cuando él me cogió de las manos, advertí que intercambiábamos energía a través de nuestra piel y supe que ése era el fenómeno que sentía cada vez que Cayden me tocaba, una energía desbordante que se generaba cuando estábamos cerca el uno del otro. ¿Lo sentiría el también con esta intensidad?
De pronto me cogió de la mano y de un salto me llevó con él de nuevo hasta tierra firme y allí preparó una pira con ramitas caídas.
–Teine, fuego–pronunció.
Y la pira prendió, haciéndome retroceder a causa de la sorpresa. Cayden me indicó que me acercara a las llamas y tomando una de mis manos entre las suyas, las introdujo en el fuego e increíblemente el fuego no me quemó, sino que me transmitió poder también.
Por último me llevó a mitad del claro y entrelazando mis manos con las suyas, las elevó hacia el cielo.
–Uisge, agua–pronunció.
Entonces unas gotitas comenzaron a caer sobre nosotros, mojando nuestros cuerpos y transmitiéndonos también su energía. Habíamos invocado a los cuatro elementos de la naturaleza y Cayden me había enseñado a aprovechar su fuerza para potenciar la mía. Me sentía poderosa y llena de energía y entonces un instinto primigenio se apoderó de mí y le pedí que se hiciera a un lado. Elevé mi rostro al cielo y mientras la lluvia me mojaba, levanté mis manos y lancé los puños hacia arriba con fuerza y de pronto un rayo atravesó el cielo y un trueno estalló sobre nosotros haciendo sonar su eco en todo el bosque. Lancé un grito de júbilo, sintiéndome sumamente poderosa.
–Eres una digna hija del trueno–dijo Cayden, acercándose bajo la lluvia.
–¡Nunca me había sentido así!, ¡esto es increíble!–dije, llena de vitalidad.
–Yo tampoco–dijo él, mirándome con intensidad.
Estábamos muy cerca el uno del otro, completamente empapados y mirándonos como si lo que tuviéramos delante fuera todo aquello que siempre habíamos anhelado. Sus ojos azules centelleaban por efecto de la magia y abrasaban los míos. Su pelo oscuro chorreaba, pegándose a su frente y su rostro y sus hermosos rasgos parecían irreales por el efecto de la lluvia. Deseaba acariciarlo e instintivamente puse mis manos en su rostro y recorrí con mis dedos su piel húmeda y perfecta. Y entonces él me rodeó con sus brazos, atrayéndome contra su cuerpo y de pronto me besaba. Sus labios eran suaves y carnosos y sumamente intensos, moviéndose lentamente sobre los míos. De pronto me sentí inestable y me agarré con fuerza a su cuello, sintiendo que todo mi cuerpo temblaba a causa de esa fascinante sensación. Su mano ascendió por mi espalda, acariciando mi melena y de pronto me sujetó por la nuca e inclinó mi cabeza hacia atrás y su boca se fundió con la mía, cálida y apasionada. Suspiré, separando mis labios ligeramente y sentí que Cayden se estremecía en mis brazos y se aferraba más a mí. De pronto me sentí tan ligera como el aire y supuse que estaba a punto de perder el conocimiento por el cúmulo de sensaciones que se agolpaban en mi interior, pero entreabrí los ojos y descubrí que seguía en sus brazos y que ambos flotábamos sobre el suelo, girando como lo harían las hojas de los árboles mecidas por el viento. Me aferré a sus hombros, asustada, y él, advirtiendo mi intranquilidad, apartó sus labios de los míos y me miró como si no hubiera nada en este mundo salvo yo. No sabía si lo que sentía se debía a nuestra experiencia con la magia de los elementos o simplemente porque éramos él y yo, pero de una cosa estaba segura y era de que no hubiera cambiado ese beso por toda la magia del mundo.