EXPERIENCIA
¿Tenéis algún lugar tranquilo donde podáis leer esta entrega? En cierto modo, si habéis recorrido el camino hasta aquí, os merecéis leerla en santa paz. No es nada extraordinario, pero lo cierto es que estábamos intentando ver al animal, y aquí lo tenemos. Lo que yo puedo hacer que comprendáis de los bárbaros, aquí lo tenemos.
Yo lo aprendí merodeando en las aldeas saqueadas, pidiendo que me explicaran qué táctica emplearon los bárbaros para ganar y para abatir muros tan altos y sólidos. Me gustó estudiar sus técnicas de invasión, porque en ellas veía los movimientos particulares de una andadura más amplia, a la que era estúpido negarle un sentido, una lógica, y un sueño. Al final llegué hasta Google, y parecía únicamente un ejemplo entre otros, pero no lo era, porque no era una vieja aldea saqueada, sino un campamento construido en la nada, su campamento. Me pareció ver ahí algo que no era el corazón del asunto, pero que sin duda parecía un latido: un principio de vida anómalo, inédito. Un modo distinto de respirar. Branquias.
Ahora me pregunto si ése es un fenómeno circunscripto, relacionado con un instrumento tecnológicamente novísimo, la red, y esencialmente relegado a ese ámbito. Y sé que la respuesta es no: con las branquias de Google a estas alturas respira ya un montón de gente, con los ordenadores apagados, en cualquier momento de sus días. Escandalosos e incomprensibles: animales que corren. Bárbaros. ¿Me permitís que intente dibujarlos? He venido aquí para eso.
Probablemente, lo que en Google es un movimiento que persigue el saber, en el mundo real se convierte en el movimiento que busca la experiencia.
Los humanos viven, y para ellos el oxígeno que garantiza su no muerte viene dado por el acontecer de experiencias. Hace mucho tiempo, Benjamin, de nuevo él, nos enseñó que adquirir experiencias es una posibilidad que puede incluso llegar a no darse. No se nos da de forma automática, con el equipaje de la vida biológica. La experiencia es un paso fuerte de la vida cotidiana: un lugar donde la percepción de lo real cuaja en piedra miliar, en recuerdo y en relato. Es el momento en el que el ser humano toma posesión de su reino. Por un momento es dueño, y no siervo. Adquirir experiencia de algo significa salvarse. No está dicho que siempre vaya a ser posible.
Puede que me equivoque, pero creo que la mutación en curso que tanto nos desconcierta puede sintetizarse completamente en esto: ha cambiado la manera de adquirir experiencias. Había unos modelos, y unas técnicas, que desde hacía siglos acarreaban el resultado de adquirir experiencias: pero de alguna manera, y en un momento dado, han dejado de funcionar. Para ser más exactos: en ellos no había nada estropeado, pero ya no producían resultados apreciables. Uno tenía los pulmones sanos, pero respiraba mal. La posibilidad de adquirir experiencias se disipó. ¿Qué tenía que hacer el animal? ¿Curarse los pulmones? Es lo que hizo largo tiempo. Luego, en un momento dado se puso unas branquias. Modelos nuevos, técnicas inéditas: y volvió a adquirir experiencias. Para entonces, no obstante, ya era un pez.
El modelo formal del movimiento de ese pez lo hemos descubierto en Google: trayectorias de links, que corren por la superficie. Traduzco: la experiencia, para los bárbaros, es algo que tiene la forma de sirga, de secuencia, de trayectoria: supone un movimiento que encadena puntos diferentes en el espacio de lo real: es la intensidad de esa chispa.
No era así, y no fue así durante siglos. La experiencia, en su sentido más elevado y salvífico, estaba relacionada con la capacidad de acercarse a las cosas, una a una, y de madurar una intimidad con ellas capaz de abrir las habitaciones más escondidas. A menudo era un trabajo de paciencia, y hasta de erudición, de estudio. Pero también podía ocurrir en la magia de un instante, en la intuición relámpago que llegaba hasta lo más hondo y traía a casa el icono de un sentido, de una vivencia efectivamente acaecida, de una intensidad del vivir. En todo caso, se trataba de un asunto casi íntimo entre el hombre y un fragmento de lo real: era un duelo circunscrito, y un viaje a fondo.
Parece que para los mutantes, por el contrario, la chispa de la experiencia salta en el movimiento veloz que traza entre cosas distintas la línea de un dibujo. Es como si nada pudiera experimentarse ya salvo en el seno de secuencias más largas, compuestas por diferentes «algo». Para que el dibujo sea visible, perceptible, real, la mano que traza la línea tiene que ser un gesto único, no la vaga sucesión de gestos distintos: un único gesto completo. Por esto tiene que ser veloz; de este modo adquirir una experiencia de las cosas se convierte en pasar por ellas justo el tiempo necesario para obtener de ellas un impulso que sea suficiente para acabar en otro lado. Si en cada una de las cosas se detuviera el mutante con la paciencia y las expectativas del viejo hombre con pulmones, la trayectoria se fragmentaría, el dibujo quedaría hecho pedazos. Así que el mutante ha aprendido el tiempo, mínimo y máximo, que debe demorarse sobre las cosas. Y esto lo mantiene inevitablemente lejos del fondo, que a estas alturas para él es una injustificada pérdida de tiempo, un inútil impasse que destruye la fluidez del movimiento. Lo hace alegremente porque no es ahí, en el fondo, donde encuentra el sentido: es en el dibujo. Y el dibujo o es veloz o no es nada.
¿Os acordáis de esa pelota que circula rápidamente entre los pies no tan refinados de los profetas del fútbol total, ante la mirada de Baggio, en el banquillo? ¿Y de esos vinos «simplificados» que conservan algo de la profundidad de los grandes vinos, pero que se prodigan a una velocidad de experiencia que permite ponerlos en secuencia con otras cosas? ¿Y os acordáis de esos libros, tan dispuestos a renunciar al privilegio de la expresión para salir al encuentro en superficie de las corrientes de la comunicación, del lenguaje común a todos, de la gramática universal basada en el cine o en la televisión? ¿No veis la repetición de un único instinto concreto? ¿No veis al animal corriendo siempre de la misma forma?
Por regla general, los bárbaros van donde encuentran sistemas de paso. En su búsqueda de sentido, de experiencias, van a buscar gestos en los que sea rápido entrar y fácil salir. Privilegian los que en vez de acopiar el movimiento lo generan. Les gusta cualquier espacio que genere una aceleración. No se mueven en dirección a una meta, porque la meta es el movimiento. Sus trayectorias nacen por azar y se extinguen por cansancio: no buscan la experiencia, lo son. Cuando pueden, los bárbaros construyen a su imagen los sistemas con los que viajar: la red, por ejemplo. Pero no se les oculta que la mayor parte del terreno que deben recorrer está hecha de gestos que heredan del pasado y de su naturaleza: viejas aldeas. Lo que hacen entonces es modificarlos hasta que se convierten en sistemas de paso: a esto nosotros lo llamamos saqueo.
Será banal, pero a menudo los niños nos enseñan. Creo que he crecido en una intimidad constante con un escenario concreto: el aburrimiento. No es que fuera más desgraciado que los demás, para todos era así. El aburrimiento era un componente natural del tiempo que pasaba. Era un hábitat, previsto y valorado. Benjamín, de nuevo él: el aburrimiento es el pájaro encantado que incuba el huevo de la experiencia. Hermoso. Y el mundo en que crecimos pensaba exactamente así. Ahora coged a un niño de hoy y buscad, en su vida, el aburrimiento. Medid la velocidad con que la sensación de aburrimiento se dispara en él en cuanto le ralentizáis el mundo que lo rodea. Y sobre todo: daos cuenta de lo ajena que le es la hipótesis de que el aburrimiento incube algo distinto a una pérdida de sentido, de intensidad. Una renuncia a la experiencia. ¿No veis al mutante en la hierba? ¿Al pececito con branquias? A su escala, es lo mismo que con la bicicleta: si disminuye, la velocidad, uno se cae. Necesita de un movimiento constante para tener la impresión de que está adquiriendo experiencias. De la manera más clara posible os lo hará entender en cuanto sea capaz de exhibirse en el más espectacular surfing inventado por las nuevas generaciones: el multitasking. ¿Sabéis qué es? El nombre se lo han dado los americanos: en su acepción más amplia define el fenómeno por el que vuestro hijo, jugando con la Game Boy, come una tortilla, llama por teléfono a su abuela, sigue los dibujos en la televisión, acaricia al perro con un pie y silba la melodía de Vodafone. Unos años más y se transformará en esto: hace los deberes mientras chatea en el ordenador, escucha el iPod[50], manda sms, busca en Google la dirección de una pizzería y juguetea con una pelotita de goma. Las universidades americanas están llenas de investigadores dedicados a intentar comprender si se trata de genios o de idiotas que se están quemando el cerebro. Todavía no han llegado a una respuesta concreta. Más simplemente, vosotros diréis: es una neurosis. Puede que lo sea, pero las degeneraciones de un principio revelan mucho acerca de ese principio: el multitasking encarna muy bien una idea, naciente, de experiencia. Habitar cuantas zonas sea posible con una atención bastante baja es lo que ellos, evidentemente, entienden por experiencia. Suena mal, pero intentad comprenderlo: no es una forma de vaciar de contenido muchos gestos que serían importantes: es un modo de hacer de ellos uno solo, muy importante. Por extraordinario que pueda parecer, no tienen el instinto de aislar cada uno de esos gestos para realizarlos con más atención, ni de forma que obtengan lo mejor de ellos. Se trata de un instinto que les es ajeno. Donde hay gestos, ven posibles sistemas de paso para construir constelaciones de sentido: y por tanto de experiencia. Peces, ya sabéis lo que quiero decir.
¿Existe un nombre para semejante manera de estar en el mundo? ¿Una única palabra que podamos utilizar para entendernos? No sé. Los nombres los dan los filósofos, no los que escriben libros en los periódicos. Por eso no voy a intentarlo siquiera. Pero me gustaría que, a partir de esta página, por lo menos entre nosotros nos entendiéramos: cualquier cosa que percibamos de la mutación en curso, de la invasión bárbara, es necesario que la miremos desde el punto exacto en el que estamos ahora: y que la comprendamos como una consecuencia de la profunda transformación que ha dictado una nueva idea de experiencia. Una nueva localización del sentido. Una nueva forma de percepción. Una nueva técnica de supervivencia. No quisiera exagerar, pero lo cierto es que me vienen ganas de decir: una nueva civilización.