9

La compañía tiene compañía

—¿A qué te refieres, al decir que la obra ha sido un fracaso? —preguntó Ariel, lívida—. Toda la función se ha representado muy bien, de manera harto fiel —añadió, mirando a Derec.

Por el momento, el joven estaba demasiado ocupado, poniéndose a la defensiva, para responder verbalmente, pero asintió con gratitud. Casi todos los actores y los tramoyistas estaban agrupados a su alrededor, detrás del telón, y todos charlaban entre sí. Las cosas estaban demasiado embarulladas para que Derec pudiese sacarle sentido. Además, se sentía perdido. La función había terminado, y él debía volver a ser Derec.

—¡Callad todos y escuchad! —gritó de repente Canute.

Todos obedecieron, y sólo oyeron un gran silencio en la platea del teatro, oculta por el telón.

—¿Veis? —exclamó Canute, al cabo de un segundo—. No hay ninguna respuesta. Yo he sido vindicado los robots no son artísticos, no saben responder al arte. Tal vez sea una lástima que nuestro amigo Lucius no esté aquí para darse cuenta.

—Perdóname, amigo Canute —respondió Harry—, pero has olvidado un hecho nadie les dijo a los robots cómo debían responder. Como conozco a mis camaradas, sé que ahora están sentados en sus butacas, preguntándose qué han de hacer.

—Excusadme —pidió Benny—, voy a hablarles a través de mi intercomunicador.

Unos segundos más tarde, el teatro resonaba con los multitudinarios y atronadores aplausos, de sonido metálico. Aplausos que no parecían poder cesar nunca.

M334 le hizo un gesto a un tramoyista para que levantara el telón, a fin de poder saludar. Y, mientras toda la compañía saludaba agradecidamente, Harry le susurró a Canute:

—¿Lo ves? ¡Les ha gustado!

—Se limitan a ser corteses —repuso Canute, sin convicción.

—Felicitaciones, máster Derec —exclamó Mandelbrot—. La obra ha sido un éxito.

Derec no pudo reprimir una sonrisa, aunque, si se debía a la comedia, o a que Ariel le estaba abrazando, no podía decirlo.

—Sólo espero que haya quedado igual de bien en las holopantallas.

—Oh, sí —asintió Ariel—. Le ordené a Wolruf que se concentrase en mi mejor perfil. ¡Los robots no olvidarán nunca mi hermosura!

«No serán los únicos», se dijo Derec, mientras él y los demás se inclinaban por enésima vez.

Los aplausos no cesaban, como si no tuviesen que finalizar jamás.

De pronto, todos callaron, y los robots volvieron la cabeza cuando una figura diminuta empezó a avanzar por el pasillo central.

Una diminuta figura humana, según vio Derec, estupefacto.

La figura de un hombre maduro, con unos pantalones anchos, una chaqueta grande, y una camisa blanca, con cuello rizado. Lucía un hermoso pelo blanco y un poblado bigote, junto con una expresión intensa que implicaba que era capaz de notables hazañas de concentración. Cuando llegó al final del pasillo, se detuvo y contempló coléricamente al público y a los robots del escenario; después, se llevó las manos a las caderas.

—¿Qué pasa aquí? —gritó—. ¿Qué clase de juego estáis jugando con mis robots?

—¡Por las siete galaxias! —exclamó Derec—. ¡Tú debes ser el doctor Avery!

—¿Quién, si no? —replicó el recién llegado.