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El adiós a larga distancia

La nave espacial de Avery, un lujoso modelo equipado para contener al menos a diez ocupantes del tamaño humano, estaba escondida en una cueva de los alrededores de la ciudad. Después de haber liberado Canute a los cuatro, sin tener otra idea que contarle la verdad al doctor Avery, respecto a cómo había contribuido a la liberación de los prisioneros, fue un asunto relativamente fácil, para Derec y Mandelbrot, decidir cómo debían gobernar los controles de la nave.

—¡Salgamos de aquí! —gritó Ariel—. Más tarde, trazaremos la ruta hacia un destino cualquiera. Ni siquiera me importa ir a las colonias. Sólo quiero abandonar este planeta lo antes posible.

—¿No temes la posibilidad de atrapar alguna otra enfermedad? —le preguntó Derec.

—Ya es demasiado tarde para ello —replicó Ariel—. Además, pienso que una colonia será el único sitio al que esta nave nos llevará.

Una vez seguros ya en el espacio, y libres de ir adonde quisieran, Mandelbrot inspeccionó el equipo de radio.

—Máster Derec —informó—, creo que alguien trata de enviarnos una transmisión.

—Probablemente será el doctor Avery, pero conecta de todas maneras —le ordenó Derec—. Será mejor saber qué tiene que decirnos.

Sonrió, al observar cómo Wolruf curvaba los labios en anticipación de lo que oiría.

Pero, en lugar de las iracundas palabras del doctor Avery, escucharon una forma familiar de música, una melodía tocada en veinte compases, una y otra vez, en do menor, con unos sonidos que fluctuaban entre acordes y discordes, con un ritmo inolvidable. Derec escuchó unos diez compases antes de llevar el ritmo con el pie.

—¡Esto es maravilloso! —ponderó Ariel—. ¡Las Tres Mejillas Rotas!

—Nos decir adiós —añadió Wolruf, suavemente—. Tal vez no verlos más nunca.

—Sí, los echaré de menos —dijo Derec.

—La señal se torna más débil y empieza a desaparecer —indicó Mandelbrot.

—Viajamos a gran velocidad —observó Ariel—. Y creo que es mejor decidir adónde vamos.

—Más tarde, si no te importa —exclamó Derec—. Lo siento, pero, por el momento, no puedo formarme una opinión definida. Estoy demasiado agotado.

Saltó del asiento y se tumbó en el suelo, recostado contra la pared de la nave. Se sentía extraño por dentro, como desconyuntado. Durante semanas había elaborado un plan tras otro para escapar de Robot City y, ahora que estaba fuera, ya lo echaba de menos, ya se preguntaba cómo se resolverían los misterios descubiertos recientemente. Tal vez jamás sabría las respuestas.

Como tampoco volvería a escuchar la música de Las Tres Mejillas Rotas. El sonido de la radio se iba desvaneciendo, reemplazado por un ruido blanco, y Derec le indicó a Mandelbrot que lo desconectase. Al momento, echó también de menos la música. Y hasta los chistes de Harry.

Bueno, ahora, al menos, tenía la oportunidad de conseguir sus dos grandes objetivos. En algún lugar del universo se hallaba la causa de su amnesia, y, además, estaba decidido a buscar un tratamiento curativo para Ariel a toda costa.

Tal vez después podría regresar a Robot City.

Vio cómo Wolruf se dirigía a la despensa, en busca de comida. La alienígena pulsó torpemente unos botones con sus garras y aguardó a que los alimentos apareciesen por la ranura.

Pero, en vez de comida, todos vieron algo que les hizo lanzar un grito.

¡En la ranura había una Llave de Perihelion!