10
Todo acerca de Avery
—Vosotros, tú… y tú… y tú… y tú —continuó Avery, subiendo al ascensor y señalando a Derec, Ariel, Wolruf y Mandelbrot—. ¿Hay algún sitio, en esta más bien grandiosa estructura, donde podamos hablar en privado?
Casi inmediatamente, Derec decidió que, en aquel individuo, había algo que no le gustaba. No, no le gustaba en absoluto. Algo en Avery hacía que Derec se sintiese incómodo y como humillado, cosa rara en él. Tal vez fuese el aspecto de fría superioridad de Avery, o la manera cómo daba a entender que su autoridad era la única del planeta.
Aún así, Derec decidió que, por el momento, su mejor opción era la colaboración. Avery debía haberse presentado por algo. Su Llave de Perihelion podía hacer que Ariel saliese de Robot City, o tal vez la nave de Avery fuese lo bastante grande para contener a más de una persona, al menos Ariel conseguiría la ayuda médica que Derec no había podido proporcionarle. Por este motivo, si no por otros, Derec trató de dominarse.
—Podemos ir a mi camerino —dijo.
Avery asintió, como considerando las graves consecuencias de la sugerencia.
—Excelente.
Ya en el camerino, Avery preguntó tranquilamente quién era cada cual y cómo habían llegado al planeta. Derec no vio motivo alguno para callar la verdad, al menos en su mayor parte. Así, le contó al doctor Avery como se había despertado sin memoria en la cápsula de supervivencia y, en la colonia minera, cómo había conocido a Ariel y cómo habían llegado a Robot City. Describió su encuentro con el alienígena que le había ordenado construir a Mandelbrot, y cómo Wolruf se había librado de su servidumbre. Contó también cómo había deducido el fallo en la programación que hacía que la ciudad se destruyese a sí misma, expandiéndose a una velocidad irresistible, cómo habían hallado un cuerpo asesinado que era un duplicado exacto de Derec, y cómo él y Ariel habían salvado al desdichado Jeff de convertirse en un paranoico esquizofrénico por el resto de su vida, cuando colocaron su cerebro en el cuerpo de un robot. Finalmente, explicó lo poco que había sabido sobre Lucius, y cómo éste había creado el Disyuntor la misma noche en que había muerto.
—Fue entonces cuando decidí representar Hamlet —terminó Derec—, a fin de descubrir al asesino. Pero, al parecer, mis planes no han tenido éxito alguno con el robot Canute, por lo que todavía no tengo la menor idea de quién lo hizo. Ni siquiera tengo pruebas de que mi teoría sea la correcta. Supongo que, en realidad, no he meditado bastante este asunto.
Avery asintió, pero no dijo nada. Su expresión era severa, pero sin mostrar deseos de dar su opinión. Derec ignoraba cómo estaba reaccionando el doctor ante aquella sucinta relación de todos los acontecimientos.
—De manera que fue usted el que programó esta ciudad —exclamó Ariel en tono casual.
Estaba sentada en un diván, con las piernas cruzadas, todavía ataviada para la representación. El efecto era algo desconcertante, ya que aunque la joven había olvidado completamente el carácter de la desdichada Ofelia, Derec todavía pensaba visualmente en ella como en la protagonista de la obra.
—Seguro que, ni por un instante —prosiguió la joven—, pensó que la ciudad sufriría tantos cambios.
—Lo que supuse que sucedería es asunto mío —replicó Avery en un gruñido, pero con voz tan neutra como la de un robot.
—¿Ser necesaria esta rudeza? —inquirió Wolruf—. Especialmente, con uno que tanto haber hecho para preservar su invento.
—¿Preservarlo? —repitió Avery, incrédulamente. De pronto, empezó a pasearse por el camerino, de forma agitada—. Queda por ver si mis designios han sido preservados o no. Una cosa está clara sucede algo extraordinario, algo que vosotros, según creo, podéis empeorar todavía.
—Perdona que me muestre presuntuoso —intervino Mandelbrot, que estaba de pie junto a la puerta—, pero la lógica me informa que ha sido tu ausencia la que ha ejercido los efectos tan indeseables en la ciudad. Máster Derec y sus amigos no deseaban venir ni quedarse aquí, y se ocuparon del desarrollo de la ciudad lo mejor que supieron. Además, la lógica también me dice que tal vez tu ausencia formaba parte de tu proyecto básico.
Avery miró al robot, centelleante.
—Deja de funcionar —le ordenó Avery con desdén.
—No, Mandelbrot, no le obedezcas. Ésta es mi orden directa —gritó Derec. Luego, miró a Avery—. Es mío, y su obediencia es antes para mí.
Avery sonrió.
—Pero los demás robots me deben obediencia a mí en primer lugar. Podría hacer que lo desmembrasen, si quisiera.
—Muy cierto —reconoció Ariel— pero ¿qué diría, si le manifestase que uno de sus robots desea ser actor profesional?
—Todos los chistes que oír él, contar después bastante mal —comentó Wolruf.
—No me cuesta nada corroborar esto —añadió Mandelbrot.
—Tú eres un irracional… ¡Todos vosotros! —susurró Avery.
—Deseaba hablar de todo esto con usted —le espetó Ariel.
—Entiendo —asintió Avery—. Te conozco, eres la auroriana que tuvo cierta relación con un espacial.
—Y que, como resultado de ello, quedó contaminada —admitió la joven—. ¿Significa esto que soy famosa? No me avergüenzo de lo que hice… aunque tampoco estoy especialmente orgullosa de mi enfermedad. Me estoy volviendo loca poco a poco, y he de salir de este planeta para conseguir la debida atención médica.
—Lo mismo me ocurre a mí —agregó Derec—. Deseo saber quién soy.
—Naturalmente —concedió Avery, pero no añadió nada más, y los otros aguardaron varios segundos, cada uno pensando que pronunciaría las palabras que ansiaban oír—. Pero yo tengo otros planes —dijo, finalmente, el doctor.
—¿Qué otros planes? —exclamó Derec, gesticulando frenéticamente—. ¿Qué puede ser más importante que conseguir un médico para Ariel?
Pero Avery no respondió. Se limitó a seguir sentado con las piernas cruzadas. Luego, se restregó el rostro y se pasó una mano por el cabello; juntó las cejas, como profundamente concentrado, aunque siguió siendo un misterio cuáles eran sus pensamientos.
—Perdóneme, doctor Avery, pero ser examinado por un robot de diagnósticos no sirve de nada —murmuró Ariel—. Necesito atención humana lo antes posible.
—Tal vez un robot de diagnósticos, natural de esta ciudad, sabría mejor donde mirar —opinó Avery—. En lo que se refiere a la medicina, un buen diagnóstico es media batalla ganada.
—Por desgracia, doctor Avery, no parece ser éste el caso —volvió a intervenir Mandelbrot—. Mistress Ariel fue examinada por el Cirujano Experimental 1 y por el Investigador Médico de Humanos 1 durante la recuperación de Jeff Leong de su operación experimental. Ambos lograron determinar solamente que la dolencia de Ariel se hallaba fuera de las fronteras de sus capacidades de diagnóstico y tratamiento. No han sido influidos por la extraña intuición que se está volviendo rápidamente algo endémico en este lugar, aunque fueron activados después del casi desastre del que máster Derec salvó a Robot City.
—¿Estás seguro de esto? —intervino Derec.
—No respecto a la causa, pero sí sé que ellos han continuado como estaban —respondió el robot—. He mantenido un contacto regular con ellos, y ahora trabajan en las muestras de sangre y tejidos que les dejó mistress Ariel, pero no han adelantado nada.
—Entonces, yo estaba en lo cierto —Derec se golpeó una mano con la otra—. La única manera de que logren hacer progresos y encontrar una cura es añadiendo uno de los robots intuitivos al equipo médico.
—No lo creo —replicó Avery, fríamente—. En realidad, todo esto de las ideas intuitivas se acabará rápidamente, tan pronto como imagine la manera de que cese. Es demasiado imprevisible. Debe estudiarse en condiciones controladas. En condiciones estrictamente controladas, sin robots que vayan por ahí contando chistes.
—Lo cual es una lástima —observó Derec—. Ariel se curará, de una manera o de otra, y usted no podrá impedirlo.
Avery abrió los ojos. Luego, contempló varios segundos a Derec, en silencio, tabaleó sobre la mesa de maquillaje y cruzó y descruzó las piernas. No se trataba de unas acciones nerviosas, aunque sí agitadas.
—Amigo Derec, esta ciudad es mía. Yo la creé. Yo la poseo. Y nadie la entiende mejor que yo.
—Entonces, debería poder explicar algunas de las cosas que nos han ocurrido aquí —le espetó Derec.
Avery descartó la interrupción con la mano.
—Oh, ya lo haré cuando lo juzgue conveniente.
—¿Ser por esto que tú crearla? —preguntó Wolruf, curvando los labios.
—Y, si quisiera, podría diseccionarte —manifestó Avery, con tranquilidad—. El hecho de que seas la primera alienígena en cautividad humana casi exige tu vivisección como la mejor respuesta científica.
—¡No se le ocurra pensarlo siquiera! —se alarmó Derec—. Primero, Wolruf no está cautiva, sino que es nuestra amiga. Ni siquiera dejaría que le aplicara los rayos X sin su expreso permiso. ¿Entendido?
—Los robots me aceptan como su dueño y señor, y estoy seguro de que ya han decidido que ella no es humana. Al fin y al cabo, no parece ni actúa, ni remotamente, como un ser humano.
—Pero es tan inteligente como los humanos, y un robot se vería influenciado por esto —comentó Derec—. Tal vez sus robots acaben por ser incapaces de obedecer sus órdenes.
—Sólo los más inteligentes —concedió Avery—. Aquí hay muchos grados de inteligencia, y yo puedo restringir mis órdenes a las formas más inferiores, ante la eventualidad de algunos conflictos en este aspecto.
—Opino que usted subestima la capacidad de Derec para mantener el control —exclamó Ariel, adelantándose al joven.
Avery sonrió.
—Su amiga tiene gran confianza en usted —le dijo luego a Derec—. Y espero que sea una confianza justificada.
—Yo no habría llegado tan lejos como he llegado sin la capacidad de convertir un suceso desdichado en un beneficio para mí —observó el joven.
—Él lograr ayuda —se inmiscuyó Wolruf.
—También yo le ayudé, a mi manera robótica —manifestó Mandelbrot—, y continuaré ayudándole, mientras funcione. Gracias a máster Derec, he aprendido mucho de lo que los seres humanos entienden por la palabra «amigo».
Avery asintió. Escrutó a Derec con lo que al parecer era una mezcla de orgullo y cólera, como si el doctor Avery no hubiese decidido aún qué sentía acerca del grupo y lo que pensaba hacer con el mismo. Derec tuvo la sensación de que el doctor volaba sin ordenador de navegación.
—¿Cómo llegó aquí? —quiso saber Derec.
—Esto es asunto mío, no suyo.
—¿Halló quizás una Llave de Perihelion? En tal caso, no creo que le molestase dejar que la usásemos Ariel y yo. Se la devolveríamos tan pronto como ella tuviese cuidados médicos. Para ello, yo regresaría aquí.
—No sé de qué me habla. Y, de todos modos, su sugerencia es inútil. No poseo tal llave.
—Entonces, llegó con una nave espacial —determinó Derec, forzando la mano, en un esfuerzo por hacer exactamente lo que estaba haciendo desde que se despertó en la cápsula de supervivencia volver las cosas en su beneficio—. ¿Dónde está?
Avery se echó a reír estruendosamente.
—¡No pienso decírselo!
—Resulta irónico, ¿verdad? —observó Mandelbrot—, que los humanos, que tanto dependen de que los robots se adhieran a las tres Leyes, no puedan ser programados para que las obedezcan.
—Esto existir fuera de las leyes de tu raza —comentó Wolruf.
Avery miró a la alienígena bajo un nuevo prisma.
—Si tus palabras significan lo que pienso, tienes toda la razón.
—¿Así es cómo consigue sus fines —preguntó Derec—, poniendo en peligro las vidas de personas inocentes?
Una nueva luz centelleó en las pupilas de Avery.
—No, pero sin hacer caso de las vidas de la gente inocente, sí. Lo único que importa es mi trabajo. Y mi trabajo jamás se realizaría si dejase que mi conducta se hallase limitada por consideraciones que podríamos llamar humanitarias.
—¿Por eso dejó sola a la ciudad tanto tiempo, a fin de ejecutar su trabajo? —preguntó Derec—. ¿Para fundar otras colonias?
—Estuve fuera de aquí, y esto es todo lo que necesitan saber —Avery metió una mano en el bolsillo, extrajo un pequeño aparato y apuntó con él a Mandelbrot.
Aquel aparato parecía un bolígrafo pequeño, y cuando el doctor lo movió dejó escapar un silbido extraño. Pero las chispas, en vez de salir del instrumento, salieron de Mandelbrot.
Ariel chilló.
—¿Qué le está haciendo? —Derec inquirió, corriendo al lado del robot.
Wolruf se agachó, y sus patas traseras se arquearon, como para saltar sobre Avery. Éste la miró.
—¡Cuidado! —gruñó—. Puedo hacer que ese robot lo pase mejor… o peor.
Wolruf se enderezó, pero sin perder de vista a Avery, como acechando la oportunidad de atacarle.
Derec estaba tan rabioso que sus intenciones eran iguales a las de Wolruf, aunque esperó que no se le notase demasiado. Mas, por el momento, estaba ocupado tratando de mantener a Mandelbrot de pie o, al menos, apoyado en la pared, si bien no estaba seguro de cuál sería la diferencia.
Mandelbrot se estremecía, mientras surgían chispas de sus junturas y de cada abertura de su cabeza. Su coordinación pseudomuscular se hallaba ya en un estado avanzado de descomposición; los brazos y las piernas bailaban espasmódicamente, y de la rejilla del habla salía un largo quejido, como el lamento de un fantasma. Derec lo empujó contra la pared, y se vio golpeado varias veces por las manos y los codos incontrolables del robot. Pese a los esfuerzos del joven, Mandelbrot se deslizó al suelo, y Derec se sentó encima de él, tratando de contener los retorcimientos del robot. Pero éste era muy resistente y, finalmente, Derec ya no pudo hacer nada, sino apartarse para no salir perjudicado.
Avery, mientras tanto, conservaba la calma, sin dejar de apuntar al robot.
—No se acerquen… podría ser peor. Incluso puedo inducir un torbellino positrónico.
—¿Qué es lo que le hace? —quiso saber Derec.
—Esto es un generador electrónico, un aparato inventado por mí —replicó Avery, con cierto orgullo—. Emite una corriente de iones que interfiere los circuitos de cualquier máquina, por muy avanzada que sea.
—¡Lo está lesionando! —gritó Ariel—. ¿No le importa?
—Claro que no, querida. Se trata de un robot y, por tanto, sólo goza de los derechos que yo le concedo.
—¡Oh, no! —gruñó Wolruf.
—Puedo pulsar un botón más deprisa de lo que puedas moverte —le advirtió Avery a la alienígena.
—¿Por qué lo hace? —se interesó Derec.
—Porque no deseo que ese robot se entrometa. Mire, he colocado varios robots Cazadores fuera de este teatro. Aguardan mi señal, incluso mientras estamos aquí, conversando. Cuando los alerte, les capturarán a ustedes y los conducirán a mi laboratorio, donde le drogaré a usted, Derec, con un suero de la verdad muy avanzado, y averiguaré todo lo que su mente tiene que contarme.
—¿Me ayudará ese suero a recordar quién soy? —se apresuró a preguntar el joven.
—¡Derec! —exclamó Ariel, estremecida.
—Lo dudo mucho. Por desgracia, ese suero todavía no está perfeccionado; se trata de otro invento mío, y confieso que existe la posibilidad de que todavía empeore las cosas. Al menos por algún tiempo. Aunque, no tema, los daños no serán permanentes.
Derec asintió. Miró luego a Mandelbrot, en el suelo.
—Lo siento, viejo amigo —dijo.
—¿Qué? —gritó Avery, un nanosegundo antes de que Derec le arrojase una silla.
Cuando el científico agachó la cabeza, Derec corrió a la puerta y gritó:
—¡Seguidme! ¡Más tarde volveremos en busca de Mandelbrot!
Los tres corrieron por el pasadizo hacia el escenario, donde estaban los miembros del reparto de la obra y los tramoyistas. Wolruf se frenaba para seguir al lado de Derec y Ariel.
—¡Fuera del paso! —gritó Derec, corriendo entre los robots.
Esperaba crear bastante confusión para impedir que los robots actuaran demasiado deprisa si Avery invocaba su autoridad prioritaria y ordenaba capturarle a él y a sus amigos.
—¿Adónde vamos? —quiso saber Ariel.
—¡Ya veremos!
No tardaron en oír la voz encolerizada de Avery, gritando algo. Mas por entonces ya estaban en el escenario. Derec se detuvo junto a la trampilla central y la abrió.
—¡Deprisa, por aquí!
—¡Pero esto conduce al fondo del escenario, al sótano y…! —gritó Ariel.
—No, no —replicó Derec—, vamos, rápido.
Wolruf saltó adentro, y Derec y Ariel la siguieron velozmente. Cuando Derec cerró la trampa, todo quedó envuelto en tinieblas.
—Tendremos que andar a tientas unos minutos —manifestó el joven, abriéndose paso por el negro corredor—. ¡Ah, aquí! Esta puerta lleva a los canales subterráneos de la ciudad. ¡Hasta los Cazadores de Avery tardarán bastante en encontrarnos aquí!
—No demasiado —refutó Ariel—. ¿No pueden buscar nuestro rastro con infrarrojos?
—Pese a eso, aún tendremos algún tiempo —respondió Derec, apretando los dientes—. Y utilizaremos ese respiro para planear el movimiento siguiente. ¡Vamos!
—De acuerdo —se resignó Ariel—, pero espero que alguien encienda las luces.
En realidad, las luces eran la única cosa que no debía preocuparles. La iluminación de los canales subterráneos resplandecía automáticamente en presencia de visitantes, alumbrando los espacios angostos varios metros detrás y delante de los mismos. Aquí, las cosas no eran tan elegantes. Al principio, sólo vieron lo que ya esperaban cables y conductores, tuberías, paneles de circuitos, generadores de energía transistorizados, medidores de deformaciones y presiones, condensadores, cápsulas de fusión y otros aparatos que Derec, pese a todos sus conocimientos electrónicos y positrónicos, no conocía. El joven contempló unos instantes todo aquello como fascinado, olvidando momentáneamente el motivo del por qué él y sus amigos estaban allí.
Derec se veía obligado a admirar a Avery. Con toda seguridad, aquel individuo era un genio sin parangón en la historia de la humanidad. Lástima que hubiese perdido su humanitarismo, en el proceso de convertir sus sueños en realidad.
—¿Tenemos que ir mucho más lejos? —se preguntó Ariel—. Me estoy cansando, y no resulta fácil andar deprisa, disfrazada de esta guisa.
—No lo sé —confesó Derec, respirando entrecortadamente.
No se había dado cuenta de su propio cansancio. Había agotado todas sus energías en la función, y probablemente no le quedaban muchas reservas.
—Supongo que deberíamos seguir avanzando, pero no veo de qué serviría.
—Cuanto más ir adelante, más alejar a los perseguidores —murmuró Wolruf—. Primera lección que aprender los cachorros.
—Derec, ¿qué es esto? —exclamó de repente Ariel, señalando la zona iluminada ante ellos.
—¿El qué? Todo me parece igual.
Wolruf husmeó el aire.
—Olor no ser el mismo.
Derec avanzó por el pasadizo. La iluminación avanzó con él. Y, a lo lejos, antes de que el corredor quedase envuelto en tinieblas, los cables y los generadores empezaron a fundirse en una figura amorfa. Derec hizo señales a los otros.
—Sigamos, deseo ver qué es esto.
—Derec, estamos en peligro… No podemos seguir explorando sólo por gusto.
—No sé por qué no. Además, este corredor sólo va en dos direcciones adelante y atrás.
Cuanto más se adentraban, más amorfos se tornaban los materiales del canal, fundiéndose uno en otro, hasta que sólo fueron visibles las líneas vagas de los generadores, los cables, las cápsulas de fusión y las demás piezas. Era como si cada aspecto del canal estuviese soldado en partes inseparables.
Derec tuvo la impresión de que, si lograba abrir uno de los generadores, por ejemplo, lo que encontraría dentro sería una serie de circuitos y cables fundidos.
—Más adentro —urgió a los otros dos—, tenemos que ir más adentro.
—Derec, aquí las cosas se están poniendo muy mal —protestó Ariel.
—Tener razón —la apoyó Wolruf—, cuanto más seguir, más estrecharse el túnel. Si vienen los Cazadores…
—Tampoco podríamos hacer nada —observó Derec—. Fijaos en lo que sucede aquí. ¿No comprendéis lo que pasa?
—Es como si la ciudad —respondió Ariel— empezara a disolverse…
—Ah… En realidad, la causa es exactamente la contraria. Cuanto más avanzamos, menos diferenciada está la ciudad. ¿No lo entendéis?
—¿Hablas en serio? ¡No!
—Los últimos cimientos de Robot City están por debajo de este canal. Las metacélulas deben fabricarse abajo, y son impulsadas hacia arriba, de igual manera que el agua es impulsada por una tubería. Sólo que más lentamente.
—Entonces, ¿por qué están aquí todas esas máquinas falsas?
—No son falsas, sino que todavía no están plenamente formadas. Probablemente, las células tienen que pasar a través de una parte de los cimientos, antes de poder obtener su programa. Los átomos de metal forman un encaje en tres dimensiones, y por esto el metal se da en forma policristalina… esto es en gran cantidad de pequeños cristales. Las células de esta parte del subterráneo todavía no han cristalizado. ¿Ariel…?
La joven miraba a lo lejos. Y asentía como si entendiese la explicación, pero sudaba y estaba mucho más pálida bajo aquella luz tan débil. Derec alargó la mano para sostenerla, pero la joven se apartó.
—No… —murmuró—, padezco de claustrofobia. Esto es demasiado estrecho. Siento… todo este peso encima de mí.
—No te preocupes por eso —la consoló Derec—. Los cimientos son seguros. No ocurrirá nada.
—¿Y qué haremos, si vienen los Cazadores?
—Tal vez no nos encuentren, aquí. Ni siquiera con sensores infrarrojos. Si el programa no está completo en este sector, es posible que no puedan detectarnos.
—Sólo es posible —recalcó Wolruf—. Pero, aunque ellos no venir, tener nosotros que irnos antes o después. Y entonces Si encontrarnos.
Derec movió la mano, como dándole la razón.
—Está bien, está bien. Sé todo esto. Y lo siento.
—Tú no poder hacer nada para impedirlo.
Derec gruñó y luego lanzó algo semejante a una carcajada burlona. Ya era malo hallarse en un callejón sin salida… pero era peor saber que habían llegado al final del camino en más de un sentido.
¡Cómo deseaba que Mandelbrot hubiese estado con ellos!
Derec se motejaba de cobarde por haberle abandonado. Lo había hecho con la esperanza de volver en su busca, pero ahora temía que Avery le descompusiese el cerebro y esparciese las piezas por la ciudad, lo que haría imposible su reconstrucción, a menos que se recuperasen todas las piezas, sin faltar una.
Derec estudió sus manos, con las palmas abiertas. Había construido a Mandelbrot con aquellas manos y con su cerebro, con las piezas que tuvo a su disposición. Ahora, sus manos y su cerebro parecían tremendamente inadecuados para contender con los problemas que le acechaban. No podía ayudar a Ariel. No podía ayudar a Wolruf ni a Mandelbrot. No había logrado que Canute confesara, y así poder llevar al robot ante la justicia apropiada. Diantre, ni siquiera había solucionado la cuestión de quién era el verdadero asesino de Lucius. Y, por último, en el auténtico final, era incapaz de ayudarse a sí mismo.
Wolruf dejó oír un sonido profundo en su gola.
—Derec, un problema.
—¿Otro?
—¡Oh, sí!
Derec levantó la mirada y divisó en el límite de la oscuridad, encima de ellos, a los robots Cazadores, que iban avanzando.