Ojos Limpios.
07:00am, esa era la hora de llegada, todos los trabajadores ya lo conocían, con su carácter fuerte y su mirada penetrante, entraba al negocio que sus padres le habían dejado como herencia, una panadería, no es que los padres estaban muertos, es que decidieron mudarse al otro lado del mundo dejándolo allí solo y obstinado con una panadería como única fuente de sustento que tendría para seguir estudiando diseño, se sentía frustrado pues debía hacer panes para dibujar, así lo veía él.
La panadería era pequeña, contaba con un personal mínimo, pues era lo que podía pagar ya que, por su mala administración, había perdido clientes y ya no le iba tan bien, allí trabajaban Manuel y Alejandro sus dos amigos de la infancia, ellos le ayudaban a hacer los panes y Melissa o Meli, como todos le llamaban, ella estaba a cargo de todo, atendía a los clientes, llevaba la contabilidad y hasta hacia dulces, todo para ayudar a Martin Fuentes, que ya para ese entonces era como su hijo.
―Buenos días― saludó Martín al cruzar las puertas de aquel pequeño negocio, ya los clientes sabían quien era él, caminó y entró a un pequeño salón que fungía como oficina y deposito, allí había un escritorio y una computadora, ese era el lugar donde todos los lunes se reunía con Meli a hacer la planificación de la semana.
―Hola Martín ¿Cómo estás hoy? ― Saludó Meli, como siempre sonriendo.
―Bien Meli, bien. Como todos los días, supongo― respondió más serio de lo normal.
―Hoy no traes muy buena cara, dime ¿Qué te preocupa? sabes que puedes confiar en mi.
―Creo que... Cerraré esto, cada vez es más difícil, no podemos pagar otro empleado y ustedes cada vez trabajan más y la gente viene menos, es muy difícil, no sé qué hacer para que las personas vengan a comprar acá, ustedes no se merecen estar aquí por mi culpa así que... Cerraré, ya está decidido, esta será la última semana de trabajo.
― ¡No hagas eso! no cierres. Mira sé que no será fácil pero poco a poco saldremos adelante, ya verás. Además los chicos aman este lugar y lo sabes.
―Lo sé, pero no es justo para ustedes. No le digas nada a los chicos todavía, déjame que yo hable con ellos ¿si? ― se levantó de la silla y se acercó a Meli que estaba con una cara de tristeza, pues allí había trabajado toda su vida, todo lo que sabía lo había aprendido allí, los padres de Martín le dieron empleo cuando ella tenia veinte años y ya en sus casi cuarenta no sería tan fácil conseguir trabajo en otro lugar ―No te pongas triste Meli, este lugar también es importante para mi, pero por ahora es insostenible, tal vez más adelante volvamos a abrir― le dio un abrazo y se dispuso a salir del lugar, se dio la vuelta ― Planifica tu sola esta vez, tengo que estar temprano en la facultad, haré lo posible por regresar hoy y si no, ya sabes que aquí estaré mañana a la misma hora― y así sin decir más se fue.
Meli quedó intranquila toda la mañana no sabía cómo hacer para sacarle a Martín esa idea de la cabeza, apoyada sobre el mostrador, perdida en sus pensamientos ve a Manuel acercarse a ella.
―Dime Manu ¿Qué pasa? ― quiso saber de inmediato, pues sabía que algo pasaba.
―Meli, esa chica tiene como una hora parada allí en la puerta, es raro ¿No crees?― Meli dirige su mirada a la puerta de cristal y efectivamente allí ve a una chica, delgada, con un cabello muy alborotado y muy sucia, la invadió la curiosidad y decidió salir a ver de que se trataba.
―Hola ¿Se te ofrece algo? ¿Puedo ayudarte? ― le preguntó a la chica que ahora la miraba algo asustada ― No te preocupes, no te haré daño ― quiso tocarla y ésta se alejó un poco ― ¿Tienes hambre? ― La chica la miró a los ojos por primera vez y asintió ― Bien vamos a entrar, tengo algo para ti que tal vez te gustará― la tomó de la mano, esta vez la chica se dejó agarrar, caminó con ella y la sentó en un pequeño banquito, le hizo señas a los chicos, que la miraban sorprendidos. La chica miraba todo con miedo, se notaba que tenía mucho tiempo en la calle, debía tener mucha hambre ― Vamos a que te laves las manos para que comas.
La chica entró al pequeño baño, se lavó las manos, la cara, no le gustaba estar sucia, se observó en el espejo y quedó sorprendida por su apariencia, pasó sus manos por su cabello intentando arreglarlo un poco sin lograr nada, con mucha vergüenza salió de allí y por primera vez observó bien el lugar, era una panadería, vio a una mujer de baja estatura, de lentes, que la miraba con una sonrisa y dos chicos muy hermosos, se sintió avergonzada por su aspecto, bajó la mirada y en la mesa pudo notar un plato con pan y un vaso de leche, volvió a mirar a la mujer como pidiendo permiso y ésta le hizo una seña con la mano para que se sentara, la chica sin dudar se abalanzó sobre los panes desesperadamente, tenía varios días sin comer nada, sólo sobras que conseguía en la calle. Devoró los panes y el vaso de leche en un segundo, se sintió observada y levantó el rostro a ver como la miraban se sintió apenada por su comportamiento.
― ¿Quieres más? ― preguntó Meli, la chica sólo negó con la cabeza, Meli se sentó frente a ella y le dio una mirada a los chicos para que la dejaran sola, estos salieron inmediatamente.
― ¿Cómo te llamas?
― La-laura ― respondió la chica, algo avergonzada.
―Yo soy Melissa, pero puedes decirme Meli si quieres. ¿Qué edad tienes, Laura?
― Veinte.
― ¿De donde eres, vives por acá cerca?
― No. Caracas, estoy aquí desde hace dos meses.
― ¿Y estás sola?
― Si.
― ¿Donde estas viviendo?
― No... No tengo casa, pero tengo un lugar donde dormir, ya me tengo que ir, gracias por todo, estaba delicioso.
―Si quieres puedes venir mañana ― le dijo Meli, la verdad es que la chica inspiraba confianza, no parecía ser de la calle, algo le había pasado y quería ayudarla ― Estaremos aquí desde las 6 ¿Qué dices?
― Si, mañana vengo y gracias ― respondió Laura con un rostro lleno de ilusiones.
Se fue rápidamente y en seguida los chicos salieron al encuentro de Meli, la miraron queriendo hacerle miles de preguntas, ella al ver sus intenciones levantó la mano y los mandó a preparar todo para cerrar el lugar, había sido un día bastante fuerte y la llegada de Laura la había dejado muy pensativa, tenía que ingeniárselas para decirle eso a Martín, mañana iba a ser un día muy difícil.
Laura llegó al lugar en el que había pasado todas las noches desde que estaba en esa ciudad, ya habían pasado dos meses de haber llegado a Barquisimeto y no hay una sola noche en la que halla podido conciliar el sueño, se perdía en sus recuerdos y pensamientos, nunca en su vida imaginó estar en una situación como esta, huérfana, sola, en la calle, sin nada y en una ciudad desconocida para ella. Buscó los cartones donde siempre los guardaba y fue al banquillo de la plaza, lo cubrió con éstos, construyendo así un pequeño refugio, se metió debajo del pequeño banco, sintiéndose aliviada al sentir el calor que este refugio improvisado le proporcionaba, intentó dormir, pero el llanto la invadió una vez más, paso la noche en vela y decidió salir de allí, seguro ya iban a ser las seis de la mañana y caminó a la panadería, llegó muy temprano así que se sentó en la puerta a esperar que alguien llegara.
Martín despertó más temprano de lo normal, no había dormido bien así que se levantó, se dio una ducha rápida y salió, necesitaba estar en un lugar tranquilo para pensar bien lo que debía hacer, sin darse cuenta llegó a la panadería, al bajarse del carro notó a alguien al lado de la puerta – indigentes - pensó.
― Buenos días, necesito que me des permiso para abrir ― habló con voz lo suficientemente alta como para despertar a la cuadra entera.
La castaña al escuchar esa voz, dio un salto del susto y levantó el rostro para encontrarse con el dueño de esa voz que la había espantado, quedó sorprendida al verlo, un chico alto, de rostro serio, cabello largo rizado y unos impresionantes ojos verdes la dejaron sin habla, sin embargo lo que más le sorprendió fue su mirada, demasiado fuerte, penetrante, intensa.
Martín no pudo evitar sonreír al ver lo que provocó en esa chica que al verla bien le pareció encantadora aunque muy sucia para sus gustos, no era un millonario pero tampoco se fijaría en cualquier chica y menos en una de la calle, al ver sus hermosos ojos ámbar pudo percibir que esa chica tenia el alma limpia.
― ¿Esperas a alguien? ― quiso saber Martín.
― Em., si, yo... Espero a Meli ― respondió Laura con voz muy baja.
― Si quieres puedes pasar y esperarla adentro, hace mucho frio.
Abrió la puerta y le hizo señas para que pasara, Laura pasó y se quedó de pie junto a la entrada, Martín entró directo a la oficina, pero antes de entrar notó que la chica seguía parada en el mismo sitio.
―Puedes sentarte, Meli no tarda en llegar.
Sin decir más cerró la puerta dejándola allí, en medio de todo eso, se fijó en un reloj que colgaba en la pared y faltaban diez minutos para las cinco de la mañana, faltaba más de una hora para que Meli llegara, observó todo el lugar y al darse cuenta que todo estaba algo sucio, decidió ayudar, como acto de agradecimiento por lo del día anterior. Buscó todo lo que necesitaba para limpiar, el lugar era pequeño así que no seria tan difícil poner todo en orden, comenzó a limpiar todo desde la mesa más pequeña hasta el mostrador más grande, entró a la cocina y lavó todos los utensilios y los mesones donde extendían la masa para los panes, dejó todo con un agradable aroma a limpio, consiguió algunos manteles y adornos que decidió colocar para darle otra imagen al lugar, mientras limpiaba y ordenaba todo recordaba con nostalgia cuando ella junto a su mamá preparaban aquellos postres para la cena, recordar esas cosas siempre la dejaba destrozada, decidió no pensar en eso, era mejor olvidar y seguir adelante.
A las seis de la mañana llegaron Meli, Alejandro y Manuel, siempre llegaban juntos, al entrar no podían creer lo que estaban viendo, todo estaba impecable, olía a limpio, diferente, entraron a la cocina y quedaron sorprendidos al verla a ella allí, se veía diferente, algo había cambiado y es que mientras limpiaba había atado su cabello y esta vez tenía la cara limpia. Laura al sentirse observada levantó la mirada encontrándose con los tres muy impresionados mirando todo a su alrededor.
― Bu... Buenos días ― alcanzó a decir la castaña, con el rostro totalmente rojo de la vergüenza.
― ¿Tú hiciste todo esto? ―preguntó Meli.
Laura sólo asintió, Meli se acercó a ella y sin dudarlo le dio un abrazo ― Oh gracias todo esta hermoso y muy limpio ― le dijo mientras se separaba de ella ― Algo me dice que tú y yo vamos a ser buenas amigas ― al ver la cara de Laura entendió que no estaba acostumbrada a ese tipo de manifestaciones, sin embargo no se alejó de ella y pasándole el brazo por la cintura la guió hasta los chicos ― Laura el es Manuel, todos le decimos Manu ― señaló al chico castaño de ojos marrones ― y él ― señalo al rubio que estaba al lado del otro ― es Alejandro, chicos ella es Laura y creo que la tendremos muy seguido por aquí.
Estos extendieron sus manos y Laura las estrechó con inseguridad.
―Un gusto conocerte, Laura ― saludó amablemente Alejandro.
― Bienvenida a nuestra panadería, belleza ― repicó Manuel.
― Hola, gracias ― alcanzó a decir Laura.
― Aun falta que conozcas a Martín, aunque ahora que lo pienso, ¿Quien te abrió, como entraste?
― Un joven llegó y me preguntó que hacía afuera, le dije que la esperaba a usted y me hizo pasar, el entró en aquel cuarto ― señaló a la oficina.
― Bien Laura, gracias por todo esto que has hecho hoy, no era necesario, no te invité a venir para que limpiaras, te traje algo, ven ― la tomó de la mano y se la llevó a la parte trasera del local ― toma esto ― le entregó unas bolsas ― allí hay cosas para ti, ve al baño y si quieres te duchas y te cambias, puedes tomarte todo el tiempo que quieras, estaré esperándote en la panadería, para hablar contigo ¿Te parece? ― la castaña asintió, pudo notar que estaba contenta ― voy a hablar con el jefe mientras tú estas en lo tuyo.
La dejó allí sola para que se sintiera en confianza, pasó por la cocina le dejo instrucciones a los chicos y se fue a la oficina a enfrentar a Martín que seguro estaba molesto por la presencia de Laura.
― Hola Martín buenos días, necesito hablar contigo ¿Tienes tiempo? ― hablaba mientras se sentaba frente a él.
― Buenos días, si Meli tengo tiempo, pero antes de todo quiero que me expliques ¿Quien es esa niña callejera que ahora es tu amiga?
― De eso precisamente quiero hablarte, ella es Laura, vive en la calle y necesita ayuda ¿Podemos ayudarla?
― ¿Ayudarla cómo Meli? Sabes en la situación que estamos, el viernes cerraremos este lugar, te lo dije ayer ¿lo recuerdas?
― Si lo recuerdo Martín, pero podemos ayudarla aunque sea estos días, deja que yo me encargue ¿Qué dices?
― No Meli, si quieres ayúdale tú, pero no acá.
― Martín, piénsalo, ella nos ayuda con algunas cosas acá y le podemos dar comida.
― ¿En que nos puede ayudar? ¿Qué sabe hacer si ha vivido en la calle? Ni sabrá como limpiar una mesa.
― Ven conmigo ―dijo Meli, le mostraría cómo esa chica en una hora transformó todo el lugar.
Martín se levantó y siguió a Meli, al salir de la oficina quedó pasmado, el lugar parecía otro, todo estaba impecablemente ordenado, dos mesas que tenía arrinconadas estaban colocadas con sus sillas y un mantel, sobre los mostradores habían adornos alusivos al negocio, las ventanas estaban abiertas permitiendo que los rallos del sol entraran e iluminaran todo el pequeño lugar, escuchó voces y risas en la cocina y caminó hacia allá, todo estaba limpio y en su lugar, los chicos hablaban con una chica de cabello larguísimo, castaño claro, con pequeños reflejos dorados.
Laura se sintió observada y giró quedando frente a ellos, se había lavado el cabello, se peinó y cepilló sus dientes, se dio una ducha y cambió su ropa, parecía otra, tenía un pequeño rubor en sus mejillas que la hacia ver aun más hermosa, Martín no podía creer lo que sus ojos veían, era imposible que esta belleza que tenía en frente fuera la misma que vio en la mañana dormida en la puerta, pero si, era ella, eran sus ojos y la misma mirada limpia.
― Oh Laura, pareces otra, eres preciosa ¿aunque creo que ya estos chicos te le dijeron no? ― comentó Meli con picardía ― ella es Laura, la chica de la que te hablé hace un momento y la responsable de tener todo esto así como lo ves.
Martín se acercó hasta quedar a un paso de distancia ― Hola, mucho gusto, soy Martín Fuentes ― extendió su mano y Laura la tomo.
― El gusto es mío señor, soy Laura Martínez ― esta vez habló con mucha seguridad, pues al verse limpia de nuevo, recordó quien era y no se iba a dejar vencer, se juró a si misma ser fuerte y recuperar la felicidad que la vida le había robado.
Martín se sintió aludido ante la mirada de la castaña, sentía que ella podía ver a través de sus ojos, sentirse así no le gustaba ya que estaba acostumbrado a intimidar con la mirada, pero esta chica no se inmutaba para nada, al contrario, parecía intimidarlo a él, desvió su mirada pues no pudo soportar tanta intensidad encontrándose con los rostros juguetones de los chicos que al parecer notaron lo que entre ellos dos pasaba, se dio la vuelta y se dispuso a salir del lugar pero antes, se detuvo ― Meli ― volvió a mirar a la castaña ― Haz que se quede ― más que una orden parecía una suplica, a lo que Meli respondió con una gran sonrisa en su rostro.