CAPÍTULO 66
La felicidad es como la neblina:
cuando estamos dentro de ella no la vemos.
(Amado Nervo)
Scott apuró el vaso de absenta y levantó la mano para llamar la atención del camarero.
—Otro —pidió con malos modales.
El camarero asintió.
—¿Qué te ocurre? —le preguntó el hombre que estaba sentado frente a él en la mesa del fondo de la taberna del Viejo Sabio. Un individuo con entradas, peinado hacia atrás, de rasgos enjutos y aire refinado que iba vestido con ropas de primera marca.
—El embargo sobre la mansión ya se ha hecho efectivo —respondió malhumorado.
—¿Cuándo? —quiso saber el hombre, con expresión de extrañeza en el rostro.
—Hace ya algunos días.
—¿Y quién la ha comprado?
—No lo sé —dijo Scott—. No ha transcendido. La persona que se ha hecho con ella prefiere mantenerse en el anonimato y eso no me gusta nada.
—¿Por qué?
—Porque puede haber sido cualquiera —dijo Scott, intentando no elevar el tono de voz. No quería que nadie le oyera, pero le resultaba complicado dado lo alterado que estaba en esos momentos—. Cualquiera —repitió para que quedara claro.
—¿Entonces no has tenido todavía noticias del nuevo propietario?
Scott negó con la cabeza mientras se llevaba el vaso a los labios y bebía un trago de absenta.
—No.
—Que extraño… —comentó el hombre—. Si el embargo se ha hecho efectivo hace algunos días, a estas alturas deberías estar ya fuera de la mansión de los Lancashire.
Scott alzó los ojos y fulminó a su amigo con la mirada. Su rostro hosco había adoptado un semblante más grave de lo habitual.
—¿Crees que no soy consciente de ello? —le espetó.
—¿Y qué vas a hacer?
El hombre cogió su copa de coñac de la mesa y dio un sorbo, obviando el malhumor que se gastaba Scott.
—No lo sé —respondió Scott, mirándolo por encima del borde del vaso—. No lo sé…
—¿Lo sabe Kristen Lancashire?
—La casé con Liam Lagerfeld para no tener que darle explicaciones —dijo Scott en tono despectivo.
—Pues ahora no te va a quedar más remedio —apuntó el hombre, tirando de sentido común—. Has perdido la fortuna que le dejó su padre y la mansión. ¿No crees que ya es hora de írselo diciendo?
Scott puso los ojos en blanco.
—¿Y qué más da que se lo diga o no? Ya da igual —respondió con desidia en la voz—. Ya no se puede poner remedio.
El hombre negó lentamente para sí. La actitud despreocupada de Scott iba a llegar a ser legendaria. ¿Cómo podía no haberle contado a la heredera universal de Gilliam Lancashire que lo había perdido todo? No podía decir que aquella indiferencia iba a llevarle a la perdición porque ya lo había hecho.
—Lo único que tengo claro es que no voy a hacer nada hasta que quién sea que haya comprado la mansión dé señales de vida —dijo Scott—. Cuando al nuevo dueño le dé por aparecer, entonces ya veré que hago. —Y volvió a beber un trago de absenta.
—Quizá… —empezó a decir Harper a media voz.
—Quizá… ¿qué? —dijo Kristen.
El niño miró a un lado y a otro para asegurarse de nuevo que nadie lo escuchaba.
—Todos los lunes por la tarde viene el señor Brown a recoger la leche. Podrías escaparte escondiéndote en los cántaros que lleva en la carreta.
—¿Quieres que me meta en un cántaro? —bromeó Kristen.
—No —negó Harper, moviendo enérgicamente la cabeza al mismo tiempo—. No cabes —dijo como algo obvio—. Pero puedes meterte entre ellos. Siempre van tapados con unas cuantas mantas.
—¿De dónde sacas estas ideas? —preguntó Kristen en voz baja—. ¿De alguna de esas historias de dragones y héroes que tanto te gustan?
—Esta sí —respondió Harper, con una sonrisa de oreja a oreja en el rostro.
—¿Y el protagonista logra escapar? —se interesó Kristen.
Harper asintió a modo de respuesta. Silvana entró de nuevo en la cocina, obligando a ambos a callarse mientras intercambiaban en silencio una mirada cómplice.
—Harper, tu padre me ha dicho que vuelvas con él, que tienes que ayudarlo —dijo.
Harper dio el último sorbo de chocolate que le quedaba en la taza, se bajó del taburete, se acercó a Kristen, le dio un rápido beso en la mejilla y salió por la puerta como una exhalación.
—Hasta luego —se despidió.
—Hasta luego —dijeron Kristen y Silvana casi a la vez.
Kristen sonrió. Adoraba a ese niño.
—Voy a ir al mercado —anunció Silvana—. ¿Necesita algo, señora?
—No, gracias —respondió Kristen.
—Entonces no me demoro más —comentó la criada mientras se desataba el delantal—. Después se llena de gente y es imposible caminar por las calles.
Silvana se fue y Kristen se levantó de la silla pensando en lo que le había dicho Harper sobre esconderse entre los cántaros del lechero. Si, como decía el pequeño, los cubrían con varias mantas, no le sería difícil ocultarse bajo ellas. Cuando iba a salir por la puerta se encontró con Liam, que se quedó mirándola fijamente.
—¿Me dejas pasar? —le preguntó Kristen, al ver que no tenía ninguna intención de moverse del medio de la puerta, ocupándola por completo.
—¿Y si no quiero?
—Por favor, Liam —dijo Kristen azorada.
—Antes no me has dado ni los «buenos días» —señaló Liam.
Kristen dibujó en los labios una amarga media sonrisa.
—Me lo reprochas como si eso te importara.
—Quizá sí me importe.
El corazón de Kristen se detuvo. Miró fijamente a Liam. Su expresión era indescifrable.
—¿A qué estás jugando, Liam? —preguntó, visiblemente confundida.
—No estoy jugando —aseguró él con rostro imperturbable.
—¿Se te ha olvidado que soy hija de Gilliam Lancashire? ¿Se te ha olvidado que me odias? ¿Qué no te importa en absoluto nada de lo que me pase —inquirió Kristen con cierta recriminación.
—No se me ha olvidado. Lo recuerdo todas las horas de todos los días. —Fue la contestación de Liam, a quien su propia respuesta parecía causarle pesar.
Kristen movió la cabeza. Sus palabras siempre acababan haciéndole daño, siempre acababa herida.
—Por favor, déjame pasar —le pidió en tono apesadumbrado.
Liam buscó sus ojos. Su mirada azul mostraba esa vulnerabilidad que hacía que su corazón se encogiese. Hizo un esfuerzo para tratar de ignorar la voz que le decía que la abrazara. No debía, aunque deseaba estrecharla en sus brazos con todas sus fuerzas.
Dio un paso hacia atrás y se hizo a un lado. Kristen pasó rozándolo.
—Gracias —dijo únicamente.
El característico aroma a rosa mosqueta embriagó las fosas nasales de Liam, que trató de retener la fragancia en su nariz. No le gustaba aquella fría formalidad con que lo trataba. Prefería a la Kristen pizpireta. La que coqueteaba tímidamente con él y se lanza a sus labios para darle un beso tan inesperado como furtivo.
De repente advirtió que Kristen se sujetaba con la mano al marco de la puerta, como si le hubiera dado un mareo. Extendió los brazos rápidamente y la asió por la cintura para que no se cayera al suelo. Kristen sintió un cosquilleo en el estómago ante la cercanía de Liam.
—¿Qué te sucede? —preguntó Liam con una nota de alarma en la voz cuando la vio sin una gota de color en el rostro.
—No es nada. Solo un simple mareo —respondió Kristen, recomponiéndose y zafándose de las manos de Liam, aunque no logró que él la soltara.
—¿Comes bien? —quiso saber Liam.
—Sí, como bien —mintió Kristen, hosca.
¿Por qué siempre tenía que precisar de la ayuda de Liam? ¿Por qué él estaba siempre detrás de ella para evitar sus caídas? ¿Cómo si realmente fuera su ángel de la guarda y no el hombre que se había casado con ella para vengarse de su padre?, se preguntó en silencio para sí misma. La hacía sentirse como una verdadera tonta.
—¿Por qué será que no te creo? —abdujo Liam en tono serio—. Últimamente estás pálida y has adelgazado varios kilos.
—Estoy bien, Liam —alegó Kristen, intentando sonar rotunda—. Suéltame, por favor. —Sus dedos cálidos y fuertes quemaban su piel.
Liam retiró las manos de su fina cintura.
—Mañana pediré cita con el médico. No quiero que te enfermes —afirmó.
—¿Para seguir torturándome? —preguntó Kristen con mordacidad—. ¿Por eso no quieres que me enferme? ¿Por eso te preocupas por mí?
Sonrió con tristeza.
—Kristen… —la nombró Liam, reprendiéndole.
—Déjame, Liam —pidió ella—. Estoy bien. No voy a ir a ningún médico.
—Entonces comeremos y cenaremos juntos todos los días. Así vigilaré si te estás alimentando bien.
—No voy a comer y a cenar contigo todos los días —contradijo Kristen—. Prefiero hacerlo en mi habitación o aquí en la cocina.
—Da igual lo que prefieras —replicó Liam—. Comerás y cenarás conmigo y punto.
Durante unos instantes, Kristen estudió el rostro de Liam. Se veía firme e imperturbable. Sin embargo, el brillo de sus ojos sugería algo más. Realmente parecía que estaba preocupado por ella. Negó para sí, volviendo a la realidad. No le convenía dar pábulo a esa idea. Dio un paso hacia delante, se liberó del poderoso efecto que Liam producía en ella y se fue sin decir nada más.
Mientras Liam la observaba alejarse, medio hipnotizado por su elegante forma de caminar, pensó detenidamente en lo que le había dicho Bryan. ¿Y si su amigo tenía razón? ¿Y si estaba comenzando a enamorarse de Kristen?
Aquella posibilidad lo aturdía profundamente. Lo último que esperaba que ocurriera era enamorarse de la hija de Gilliam Lancashire. Era una trampa del destino con la que no había contado. Pero era cierto que Kristen estaba despertando sensaciones en él que hasta ese entonces le eran desconocidas, sensaciones que nunca antes había experimentado.
—Nadie es más listo que el diablo —masculló en voz baja, dejando escapar un suspiro.