CAPÍTULO 52

 

 

De las naturalezas diferentes nace el amor.

En la contradicción el amor gana fuerza.

En la confrontación y en la transformación

el amor preserva.

(Paulo Coelho)

 

 

 

 

 

 

 

Tenía que sacarse a Kristen de la cabeza.

Eso es lo único que pensaba Liam mientras iba con cara seria de camino al bar donde trabajaba Leslie Simmons. Tenía que arrancarse el calor de su cuerpo junto al suyo del modo que fuera, marginar en su mente su dulce mirada mientras le rogaba que se quedara; mientras le pedía en tono suave que le permitiera ir con él a Londres. ¿Cómo era posible que no pudiera dejar de pensar en ella? ¿Qué su imagen deambulara por su cabeza a sus anchas? ¿Qué no dejara de resonar en sus oídos la cadencia melodiosa de su voz?

La noche estaba inusualmente oscura y el otoño, con su decadencia y sus tonos apagados, había hecho su puesta de largo hacía ya algunas semanas. El aire corría fresco y hacia que la capa que Liam llevaba sobre los hombres aleteara como una bandera en su espalda.

Las calles de la ciudad estaban a esas horas prácticamente desiertas, de no ser por las prostitutas que ocupaban las esquinas en busca de clientes o los borrachos tambaleantes que salían de las tabernas. Un grupo de jóvenes pasó riéndose a carcajadas a lado de Liam, que hundió el rostro en la capucha de la capa y aceleró el paso.

—Señor… ¿Podría darme algo para comer? —le preguntó una mujer envuelta en un chal de punto que alargaba hacia él una mano tan ajada como escuálida—. No tengo nada que llevarme a la boca. Por favor…

Liam la miró durante unos instantes. Sacó unas monedas del bolsillo del pantalón y se las dio. El rostro de la mujer se iluminó entre los sucios mechones de pelo castaño claro que se apartaba con los dedos.

—Gracias, señor —dijo—. Que Dios lo bendiga.

Liam asintió en silencio y continuó su camino. 

Cuando entró en el bar, inspeccionó las mesas y al no ver ninguna cara familiar se bajó la capucha y se quitó la capa.

—¿Qué desea beber, señor? —le preguntó un camarero cuando se sentó en una de las mesas del fondo del local.

—Un coñac, por favor —respondió Liam.

—Enseguida.

Liam dirigió la vista al escenario. Leslie estaba concluyendo su número musical. Había llegado justo a tiempo, pensó, mientras sus miradas se encontraban. La cabaretera le giñó el ojo provocativamente.

 

 

 

Kristen daba vueltas en la cama tratando de conciliar el sueño, pero era imposible; no llegaba por más que las manecillas afiligranadas del reloj paseaban por la vieja esfera redonda. El insomnio había decidido quedarse con ella aquella noche en que el viento soplaba fuera como si estuviera enfurecido.

—Quizá beber un vaso de leche caliente me ayude a caer en los brazos de Morfeo —se dijo en voz baja.

Con esa idea en la cabeza, a las tres y media de la madrugada se levantó, se cubrió con la bata y salió de la habitación camino de la cocina. Se quedó estupefacta, con una expresión atónita en el rostro, cuando vio a Liam agarrado de la mano de una mujer rubia y esbelta que subía con él por la escalera.

—Liam… —musitó en un hilo de voz. Apenas daba crédito a lo que veía.

Liam alzó la vista y se encontró con los ojos fiscalizadores de Kristen en lo alto de la escalinata. Repentinamente su rostro se ensombreció.

—Vete a dormir —le ordenó hoscamente.

—¿Quién es esta mujer y qué haces con ella? —dijo Kristen, ignorando su orden.

—No te importa.

—Liam, soy tu esposa —alegó Kristen con los ojos bañados en lágrimas, sin poder contener la rabia que sentía en su interior.

—¡He dicho que te vayas a dormir! —rugió Liam con voz ronca, lanzándole una mirada furiosa.

Kristen contuvo la respiración en los pulmones y tragó saliva. Durante un rato permaneció inmóvil en el sitio, aferrada a la balaustrada de la escalera hasta que los nudillos se le pusieron blancos. Rodó los ojos y miró a Leslie Simmons, que mantenía un semblante tranquilo, incluso digno, frente a ella, y volvió a dirigir la mirada a Liam. Tenía los dientes apretados y la mano formando un puño. Finalmente Kristen se giró y se fue a su habitación. Al abrir la puerta ya había tomado una decisión.

 

 

 

Ya en el dormitorio, Liam se giró, cogió el rostro de Leslie y la besó apasionadamente mientras la arrastraba hasta la cama. Ver a Kristen le había puesto de mal humor y de alguna manera tenía que resarcirse. Se echó encima de la cabaretera y le mordió los labios y la lengua, como si quisiera devorarla. Le abrió el abrigo de un tirón y se lanzó a su cuello como un animal en celo. Leslie gimió embriagada por su pasión. La misma que le arrancaba intensos orgasmos cada vez que estaban juntos.

—Liam… —susurró.

—Kristen… —musitó Liam, llevado por el deseo—. Kristen…

Cuando él mismo escuchó que era el nombre de Kristen el que salía de su boca, se detuvo de golpe ante la mirada de desconcierto de Leslie, que lo contemplaba a escasos centímetros con los ojos muy abiertos. Liam se apartó de ella y se sentó a su lado.

—Maldita sea… —masculló, pasándose la mano por el pelo.

Leslie se incorporó y le acarició el cuello.

—No pasa nada, corazón —dijo en tono condescendiente —. Es normal, es tu mujer…

—No, no es normal —refutó Liam enfadado consigo mismo—. No es normal… —se repitió para sí con una voz apenas audible.

Leslie empezó a besarle la nuca muy despacio, depositando besos en cadena por el nacimiento del pelo mientras deslizaba las manos por el pecho y le desabrochaba la camisa.

—Para —dijo Liam, sujetándola las muñecas. Leslie alzó el rostro y dejó de besarlo—. No puedo —confesó—. No puedo hacerlo…

Incluso Liam estaba desconcertado ante sus palabras, pero de pronto se veía incapaz de follar con Leslie cuando era la imagen de Kristen la que estaba constantemente vagando de un lado a otro de su cabeza. Veía en la cabaretera sus preciosos ojos azules, sus labios carnosos y definidos, su insinuante piel aterciopelada… Aquello le puso de peor humor. Se levantó, negando en silencio con la cabeza.

—Márchate, Leslie —dijo—. Esta noche no… —Su voz se fue apagando—. Por favor.

—Liam, es nor…

—Le diré a mi cochero que te lleve a casa —interrumpió Liam, sin que su entonación admitiera réplica.

Leslie se quedó mirándolo unos segundos, por si cambiaba de idea. Pero Liam no movió un músculo de su rostro, que permanecía sumido en el juego de luces y sombras de la semipenumbra como una estatua de sal.

—Como quieras —dijo resignada. Se puso en pie y se abrochó los botones del abrigo.

—Discúlpame —apuntó Liam.

Pero Leslie no dijo nada. Abrió la puerta y salió de la habitación con cara seria.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

CAPÍTULO 53

 

 

El gran amor

y los grandes logros,

requieren grandes riesgos.

(Dalai Lama)

 

 

 

 

 

 

 

—¿Dónde está la señora? —preguntó Liam a Silvana cuando entró en el salón y no la vio.

—Está desayunado en su habitación —respondió la criada mientras Liam se sentaba en la mesa.

—Suba y dígale que baje —dijo Liam en tono autoritario.

Silvana asintió ligeramente y fue a hacer el recado. Un rato después bajó con el mensaje de Kristen.

—La señora le manda decir que prefiere quedarse en la habitación.

Liam resopló.

—Dígale que baje a desayunar conmigo, o que sino subiré a por ella —ordenó.

Silvana inclinó de nuevo la cabeza, servicial. Unos minutos más tarde entró en el salón con rostro poco animado.

—¿Sigue sin querer bajar? —sondeó Liam al ver su expresión pesimista.

—Así es, señor.

Liam retiró la silla y se levantó de la mesa. Pasó al lado de Silvana, que lo miró con ojos expectantes y las manos cruzadas sobre el delantal, y enfilo los pasos hacia la escalera.

¿Qué pasaba entre los señores?, se preguntó la criada. Tampoco ella entendía nada.

 

 

 

La puerta se abrió sin previo aviso. Kristen alzó la mirada y tragó saliva cuando vio entrar a Liam y dirigirse a ella con semblante serio.

—No voy a bajar a desayunar contigo —se adelantó a decir Kristen, antes de que Liam hablara.

Bajó la cabeza, se llevó el vaso de zumo a la boca y bebió, tratando de que la presencia de Liam no la afectara de la manera que lo hacía.

—Eso será porque yo no quiero —aseveró Liam autoritariamente.

—Vete a desayunar con tu amante —espetó Kristen, molesta, sin levantar la mirada.

Liam se acercó unos metros. La luz del sol que entraba en la estancia caía sesgada sobre su melena negra, proporcionándole reflejos azulados. Se fijó en sus ojos. Bajo el espeso abanico de las pestañas, estaban excesivamente enrojecidos y brillaban vidriosos. No era difícil adivinar que había estado llorando.

—No es mi amante —dijo únicamente.

No quería confesarle que aquella noche no había estado con ella, que no había podido siquiera tocarla porque su imagen no dejaba de centellear en su mente. Eso sería como decirle que le había ganado la batalla a Leslie Simmons y a él mismo, y no estaba dispuesto a ello. 

—¡Me da igual lo que sea! —bramó Kristen a punto de llorar, levantándose de golpe de la mesa—. Vete con ella y déjame en paz…

Caminó hasta la ventana del balcón y se quedó allí de pie, de espaldas a Liam, observando el ir y venir de los trabajadores de la hacienda, que desde hacía un rato habían empezado con sus quehaceres diarios.

—No voy a dejarte en paz —dijo él, súbita e inesperadamente, con su voz profunda y sonora.

Kristen se dio la vuelta despacio. Liam la miraba con ojos inexpresivos. Respiró hondo y como pudo guardó la compostura.

—Quiero que nos separemos —afirmó con la voz tocada por la emoción. Temía que en cualquier momento pudiera romperse. Sin embargo, tenía que ser fuerte para decirle lo que le quería decir—. Quiero irme de aquí. Quiero irme a Londres, con los míos.

Liam sonrió con un matiz socarrón en los labios.

—No voy a dejarte libre —dijo con una expresión inquietantemente tranquila en el rostro—. No te vas a ir de aquí jamás —aseveró tajante—. No te imaginas dónde te has metido.

Kristen se irguió como si la hubieran golpeado con un martillo. El corazón se le encogió. ¿Por qué Liam volvía a utilizar ese tono amenazante que tanto miedo le daba?

—¿Qué quieres de mí, Liam? —preguntó en un hilo de voz, confundida, dejando caer unas lágrimas que le fue imposible poder reprimir por más tiempo.

Un completo silencio se hizo entre ellos.

Liam tardó unos segundos en responder mientras sopesaba lo siguiente que iba a decir. Ya estaba cansado de fingir, de ocultar lo que sentía; lo que llevaba dentro desde hacía quince años, de esconder el verdadero motivo por el que se había casado con ella.

—Que pagues el infierno por el que tu padre hizo pasar a mi familia —soltó al fin.

Kristen sintió como si le acabaran de echar encima un jarro de agua helada. Lo miró con expresión confusa y aturdida.

—¿De qué…? —Las palabras no le salían de los labios—. ¿De qué estás hablando?

—¿Sabes cómo murió realmente mi padre? —le preguntó Liam, dispuesto a contarle la verdad de una vez por todas—. Se suicidó —afirmó con amargura—. Se colgó de una viga del despacho y yo fui quien se lo encontró muerto con solo diez años. ¿Y sabes por qué se suicidó? Porque el miserable de tu padre lo arruinó, engañándole vilmente con un préstamo inviable al que mi padre se agarró como un clavo ardiendo porque estaba desesperado.

—Liam… yo…

Kristen no sabía qué decir.

—Todo estuvo urdido fríamente por el soberbio Gilliam Lancashire —prosiguió Liam—, que odiaba a mi padre por encima de todas las cosas. —Clavó la vista en Kristen—. Tanto como yo ahora te odio a ti.

Kristen sintió como si una mano de dedos fríos le estrujara el corazón. Los ojos de Liam brillaban llenos de ira y de desprecio y eso le dolía en lo más profundo del alma. Sus sospechas habían cristalizado de golpe. Lo único que había movido a Liam a casarse con ella era su insaciable sed de venganza y no el amor, para que enmendara todo el daño que su padre le había hecho a su familia.

—Tu padre destrozó a mi familia sin ningún escrúpulo, y tú vas a pagar por ello —sentenció Liam.

—Pero yo no tengo la culpa —trató de defenderse Kristen con la voz quebrada.

La mirada de Liam se tornó gélida. Kristen se quedó unos instantes contemplando la frialdad de sus ojos, sin moverse, como si estuviera petrificada, hasta que un estremecimiento le atravesó la columna vertebral.

—Mi padre tampoco y fue la víctima del odio del tuyo —dijo Liam.

—No puedes hacerme pagar por los pecados que cometió mi padre —alegó Kristen—. No…

—¿Eso es lo que crees? —cortó Liam.

Kristen lo miró y sus ojos se ensombrecieron. Liam avanzó unos pasos hacia ella, que retrocedió. Liam parecía peligroso. De pronto su ángel de la guarda se había convertido en un ángel vengador, tan glorioso como siniestro ante sus ojos asustados.

—Yo no tengo nada que ver con eso. Yo… —empezó a decir de nuevo Kristen. Pero no fue capaz de encontrar las palabras adecuadas. No sabía qué decirle para que se calmara, para hacerle entrar en razón.

Liam se abalanzó sobre ella como un felino y le cogió el rostro con una mano, atrayéndola hacia él.

—No pienses ni por un momento que vas a irte de aquí —le dijo, con la cara pegada a la suya.

—Liam, por favor… —rogó Kristen, sujetándole el brazo.

—Esto no ha hecho más que empezar, cariño —aseveró Liam con una mirada burlona—. Los Lancashire todavía tenéis que pagarme muchas cosas —concluyó en un tono de voz que parecía estar saboreando las palabras.

Kristen sintió un escalofrío.

—No puedes retenerme aquí en contra de mi voluntad —alcanzó a decir.

—Ya lo veremos —sentenció Liam con la voz y la mirada envenenadas de odio.

La soltó, se dio la vuelta con una sonrisa lobuna en los labios y salió de la habitación cerrando de un portazo.

—Dios mío… —musitó Kristen sin apenas aliento en los pulmones—. ¿Dónde me he metido?

Se cubrió el rostro con las manos temblorosas y rompió a llorar. Ahora empezaba su infierno.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Vendetta
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