CAPÍTULO 3

 

 

…entonces te vi,

y todas las canciones de amor

cobraron sentido.

 

 

 

 

 

 

 

Liam Lagerfeld estaba en el fondo de la sala, de pie, junto a la elegante multitud, con los ojos clavados en Kristen. No apartaba la vista de ella, como si al dejar de mirarla se fuera a esfumar y a no aparecer nunca más. Y ahora que la tenía a un par de decena de metros, no la iba a dejar escapar.

Se apoyó contra la pared con la copa en la mano y una actitud de extrema seguridad en sí mismo, sin ni siquiera fingir estar interesado en la fiesta y en las mujeres que pululaban a su alrededor como moscas a un tarro de miel fresco, y continuó con su particular escrutinio.

 

 

 

Tal y como Kristen se temía, y como le había dicho a Bertha, la fiesta del senador Samuel MacLean no era más que un cúmulo de hipócritas y aparentadores, muestra de una sociedad en la que todos parecían comediantes de una compañía de teatro.

Las conversaciones que se alzaban al aire y de la que le llegaban fragmentos, giraban en torno al tanto tienes, tanto vales. ¿Dónde quedaban los principios? ¿Los méritos intrínsecos lejos de lo material?

Se subió ligeramente el pesado vestido de terciopelo azul turquesa con brocados negros y se levantó de la silla. Necesitaba refrescarse un poco en el tocador, o acabaría gritando. Giraba la esquina de la gran sala de fiestas del senador, hacia el pasillo, cuando se chocó de bruces con Liam Lagerfeld. El golpe hizo que perdiera el equilibrio. Liam la asió habilidosamente de la cintura para que no se cayera al suelo.

—¿Está bien? —preguntó.

—Sí, perfectamente. Gracias —respondió Kristen, alisándose la falda visiblemente azorada—. Lo siento —se disculpó después.

—Oh, no tiene de qué disculparse, señorita —dijo Liam—. La culpa ha sido mía por no mirar por dónde voy.

Durante unos instantes para Kristen pareció que el tiempo se había detenido, sumergida en la profunda e incendiaria mirada de ojos verdes de Liam. Sin saber por qué, le resultaban vaga y desconcertantemente familiares, como si los hubiera visto antes en algún lugar, pero con los nervios del momento era inútil hacer memoria; no lo recordaría.

Liam tomó la mano derecha de Kristen y la besó suavemente. A Kristen el gesto le pareció que derrochaba una sensualidad del todo insólita. Algo que se veía innato en aquel desconocido elegantemente vestido, con su chaqueta negra a la moda inglesa, su chalina de seda azul oscuro anudada al estilo Ascott, tan en boga en los últimos tiempos, y el cuello perfectamente almidonado.

—Liam Lagerfeld —se presentó, clavando sus ojos entornados en la intensa mirada azul de Kristen.

—Kristen Lancashire —dijo ella.

—Encantado. —Su voz era acariciadora, como una mano de dedos extremadamente suaves.

—Un placer.

—Me lo parece a mí, ¿o estaba tratando de escapar de alguien? —anotó Liam divertido.

—De algo, más bien —dijo Kristen—. De la hipocresía, de las apariencias, de la falta de principios…

Liam alzó las cejas, fingiendo asombro.

—Una mujer con valores —afirmó.

—¿Le sorprende?

Liam meneó la cabeza ligeramente.

—En según que ambientes, sí. —Hizo una breve pausa, dejando que el silencio fuera protagonista y evaluando la reacción de Kristen. Hasta ese momento, el plan estaba saliendo a pedir de boca—. Puedo ayudarla en su huída —bromeó—. Hay una terraza al final del pasillo. ¿Le apetece tomar un poco de aire fresco?

Kristen vaciló durante unos segundos, pero finalmente aceptó el ofrecimiento de Liam. Había algo misterioso e inexplicable en aquel hombre con el que había chocado y que acababa de evitar que cayera al suelo. Algo que le era imposible expresar con palabras. Una suerte de extraño carisma prendido en sus ojos, llenos de una alegre burla. Una burla del mundo que la obligó a no negarse.

—Sí. Creo que me vendrá bien —dijo.

La terraza, como bien había dicho Liam, se encontraba situada al final de la galería. Era un espacio amplio y agradable, con una balaustrada de piedra blanca y varios sillones de mimbre, desde donde podían contemplarse las tranquilas aguas del Támesis y parte del laberinto que formaban las calles de Londres. Kristen inhaló una profunda bocanada de aire.

—¿Mejor? —preguntó Liam.

Kristen comprobó que sus labios eran tan perfectos como le habían parecido unos minutos antes.

—Sí, gracias —respondió.

La brisa soplaba suave en lo alto, agitando ligeramente los mechones sueltos del moño que le caían por el rostro.

—Si me permite la pregunta… —comenzó a decir Liam—. Si no le gustan este tipo de veladas donde el verdadero invitado es el dinero, ¿por qué ha venido a la fiesta del senador Samuel MacLean?

Kristen dibujó media sonrisa en el rostro.

—Hace siete años que me fui a vivir a España —comenzó a decir—. Mi nana… la que fue mi nana pensó que era una buena manera de integrarme de nuevo en la sociedad londinense después de haber estado tanto tiempo fuera. Pero creo que no debí seguir su consejo…

—¿En qué ciudad de España vivió? —quiso saber Liam.

—En Madrid.

—He estado un par de veces allí. Una ciudad muy hermosa.

—Lo es, sin duda.

—¿Por qué se fue a vivir a Madrid?

Kristen reflexionó unos segundos. Nunca se había planteado aquella pregunta. O por lo menos no de aquella manera tan directa.

—Huyendo del dolor que supuso la muerte de mi madre —contestó al fin—. Y en cierto modo, huyendo de mi padrastro, de quien me quedé a cargo. Él pasó a ser mi tutor legal. Y no es un hombre fácil de llevar.

Mientras Kristen hablaba, Liam observaba su rostro con sumo detenimiento. Realmente era hermosa. Una de las mujeres más hermosas que había visto en su vida. Pero, pese a su indiscutible belleza, él seguía viendo en ella el rostro impertérrito de Gilliam Lancashire, aquella noche lluviosa que acompañó a su padre a la mansión de la familia Lancashire.

—¿Y su padre? —curioseó Liam, aunque conocía sobradamente la respuesta.

—Mi padre murió cuatro años antes que mi madre.

—Lo siento… —dijo. Apretó los dientes.

No lo sentía lo más mínimo, pero, ¿qué otra cosa iba a decirle? ¿Que le hubiera gustado matar a su padre con sus propias manos?, ¿que gracias a él su familia había caído en desgracia?, ¿que ella iba a ser el blanco de su venganza?

La miró sagaz. Pobre infeliz; ignorante de lo que la esperaba.

Kristen asintió con expresión apesadumbrada en el rostro.

—¿Sabe que tenemos algo en común? —dijo Liam.

—¿Ah, sí?

—Sí. Los dos somos huérfanos. Yo tampoco tengo padres.

—Vaya… Lo siento —señaló Kristen en tono suave—. ¿Hace mucho que murieron?

—Mi padre falleció cuando yo tenía diez años —dijo Liam. De pronto su voz había adquirido un matiz excesivamente serio. Hablar de ese tema precisamente con la hija e Gilliam Lancashire era tan paradójico como doloroso—. Mi madre murió apenas unos meses después.

Kristen enarcó las cejas en un gesto de indudable asombro.

—¿Murieron por alguna enfermedad o…?

—Mi padre tuvo un… trágico accidente —interrumpió Liam—. Mi madre murió de pena. No soportó la pérdida de mi padre. 

Miró a Kristen, atento a su reacción. Ella continuó hablando, ajena a lo que había sucedido realmente en el seno de la familia Lagerfeld.

—Debía amar mucho a tu padre —comentó.

—Mucho —afirmó Liam—. Éramos una familia feliz, modelo, hasta que todo se desbarató… —Su tono se fue apagando despacio—. ¿Tienes frío? —preguntó a Kristen, al ver que se frotaba suavemente los brazos.

—La noche comienza a refrescar —dijo ella únicamente.

Liam se quitó la chaqueta y, en silencio, se la echó a Kristen por los hombros, que le dirigió una mirada de agradecimiento.

—No hace juego con tu elegante vestido, pero al menos te dará calor —apuntó Liam con cortesía y una sonrisa cálida.

—Es perfecta. Gracias.

Kristen se la colocó bien. El gesto de Liam había provocado que su rostro se sonrojara ligeramente. Nunca había consentido que los hombres se tomarán según qué libertades con ella. No era de ese tipo de mujeres a las que se las conquistaba simplemente con palabritas dulces y acciones de cortejo al uso. Pero Liam era distinto, o  al menos lo parecía.

—Creo que es hora de que me marche a casa —habló de nuevo Kristen—. Creo que no hago nada más aquí.

—La llevo… —se adelantó a decir Liam.

—No se moleste. Mandaré llamar a mi cochero —refutó Kristen—. Pero de todas formas, gracias. Ya he abusado bastante de su amabilidad y de su compañía.

—No es ninguna molestia, y así no es necesario que espere, si no lo desea. Mi berlina está abajo, con mi cochero —intentó convencerla Liam—. Solo tardaremos unos minutos en acercarla a casa.

Tras pensarlo durante unos instantes, Kristen condescendió.

—Está bien —dijo.

—Nos vamos, ¿entonces?

Kristen afirmó con un ligero ademán con la cabeza. Liam le dedicó la más deslumbrante de sus sonrisas, y ella solo pudo devolverle el gesto.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Vendetta
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