CAPÍTULO 41
Ruego al tiempo aquel momento
en que mi mundo se paraba
entre tus labios.
Kamelia se subía por las paredes. Desde que Liam la había echado con cajas destempladas del despacho hacía dos días, no había podido hablar con él para pedirle de nuevo disculpas. Había metido la pata tratando de seducirlo. Quizá no había sido la noche idónea para ello, pese a que en su fuero interno pensó que era el momento más oportuno tras lo que hubiera pasado entre Kristen y él, fuese lo que fuese, pero que no había sido bueno.
Tenía que enmendar aquel error de algún modo, pero no encontraba cómo. Y con su madre las cosas no estaban mucho mejor. No se habían dirigido la palabra desde que la había abofeteado al borde de la escalera, excepto para los mandados diarios. Pero a Kamelia no le importaba demasiado. Al menos se libraba de sus constantes riñas tratando de que fuera una mujer educada, decente, de bien… ¿Acaso todas esas cosas sacaban de pobre a alguien?, pensaba Kamelia con amargura. No, se respondía a sí misma. Lo único que saca de pobre a una persona es el dinero, y no se consigue siendo educada, ni decente, ni siquiera siendo de bien.
Kristen terminó de colocarse el sobrero frente al espejo de la cómoda, cogió el tomo de La Ilíada de Homero que descansaba sobre la cama y salió de la habitación. Cuando llegó a la cocina, se encontró a Kamelia pelando unas patatas.
—Buenos días, Kamelia —dijo, arrancando a la criada de sus cavilaciones.
Kamelia volvió en sí, inmiscuyéndose de nuevo en la realidad.
—Buenos días —respondió secamente.
—Voy a dar un paseo —anunció Kristen.
—¿Al claro de la cascada? —curioseó la criada.
—Sí, estaré allí leyendo un rato —mintió Kristen. En realidad iba al cobertizo, a dar clase a los niños.
Kamelia simplemente asintió mientras la veía desaparecer detrás de la puerta. Se quedó un rato pensativa. ¿Por qué había algo en los paseos de la esposa del señor Lagerfeld que despertaba su suspicacia? ¿Tendría un amante y aquellas escapadas serían la excusa para sus encuentros? Y, si tenía un amante, ¿quién era? ¿Alguno de los criados? No sería la primera vez que una señora se enredara con uno de los trabajadores, y en la hacienda los había jóvenes y guapos, aunque carecieran de la elegancia y el porte aristocrático de los ricos, pero para un asalto en la cama valían.
Fue más allá en sus pensamientos. Si consiguiera pillarla in fraganti, Liam la echaría de allí sin miramientos. Tenía que averiguar qué hacía Kristen durante esas misteriosas salidas.
Dejó de pelar la patata que tenía entre las manos, se quitó rápidamente el delantal y salió tras ella.
Kristen consultó el ornamentado reloj de bronce viejo que había en uno de los aparadores según salía de la cocina. Si no se daba prisa, llegaría tarde a la cita diaria con sus pequeños. Se alzó el vestido y echó a correr por el pasillo. Iba tan ensimismada que no sintió el sonido de las botas de Liam contra el suelo y al doblar la esquina de la galería se chocó de bruces con él, haciendo que el libro se le cayera estrepitosamente de las manos.
Cuando sus ojos se encontraron con los de Liam, el corazón le dio un vuelco, y una oleada de calor le ascendió hasta las mejillas.
—Lo… lo siento —se disculpó, evadiendo su mirada.
Liam se agachó con expresión inmutable y recogió la obra de Homero del suelo, ya que había ido a parar a sus pies. Kristen notó como el latido del corazón se le aceleraba cuando Liam se fijó en el título.
—¿Dónde vas? —le preguntó, al mismo tiempo que le tendía el libro.
—Gracias —dijo Kristen mientras lo cogía con dedos temblorosos. Carraspeó, nerviosa, y se retiró del rostro un mechón de pelo. No quería que Liam la descubriera, o se enfadaría con ella—. Voy a leer un rato al claro de la cascada —respondió después, en un tono que intentó por todos los medios que sonara tranquilo.
Liam no hizo ningún comentario. Se limitó a mirarla de forma extrañamente intensa. Kristen se movió incómoda en el sitió y desvió los ojos, incapaz de mirar a Liam más de dos segundos seguidos y preguntándose por qué la observaba de aquella manera.
—Me… voy —dijo Kristen. Tragó saliva y le sonrió tímidamente.
En un impulso que no pudo controlar, se acercó a Liam, se puso de puntillas a su lado y le dio un beso fugaz en la mejilla. Antes de que él reaccionara, echó a correr sin mirar atrás con una sonrisa prendida en los labios.
Liam se giró y la vio bajar a toda velocidad los peldaños de la escalinata del porche, llena de encanto sujetándose el sombrero con la mano. Emitió un suspiro quedo. Cuando Kristen desapareció de su vista, se dio la vuelta de nuevo y enfiló los pasos hacia el despacho; hoy trabajaría en casa.
Kamelia esperó a que Liam subiera al segundo piso para ir detrás de Kristen. De pronto la curiosidad había empezado a aguijonearle de una manera feroz. Salió al jardín, dio la vuelta a la casa y se adentró en el sendero rojizo que conducía al claro de la cascada.
Aceleró el ritmo tratando de no perderle la pista, pero manteniendo una distancia cautelosa para que no la viera. Para su asombro, observó que Kristen no se detenía en el claro de la cascada, sino que su paseo continuaba más allá.
Kamelia siguió el curso del riachuelo y alcanzó a ver que torcía a la izquierda, donde se abría otro pequeño claro en el que había una especie de choza o cabaña que parecía estar reformada desde hacía poco tiempo. Sonrió cuando vio a Kristen entrar a toda prisa en el interior.
—¿Así que es aquí donde te encuentras con tu amante? —masculló en voz baja.
Se acercó al cobertizo sin hacer ruido y se asomó prudentemente por la ventana. Frunció el ceño, decepcionada, cuando lo que vio fue un montón de niños sentados alrededor de una enorme mesa de madera, saludando cariñosa y efusivamente a Kristen, que acababa de entrar. Los conocía a todos; eran los mocosos de los criados de la hacienda. Entre ellos se encontraba Harper, el hijo de Edmond y Felda.
Le bastó un segundo para caer en la cuenta de qué hacía allí Kristen y el modo en que podía sacarle provecho a la situación. Si no había escuchado mal, el señor Lagerfeld había prohibido a su esposa dar clase a los hijos de los trabajadores cuando ella lo propuso. Por la razón que fuera, Liam no había dado su beneplácito. Las comisuras de Kamelia se curvaron en una sonrisa maliciosa.
—Al señor Lagerfeld no le va a hacer ninguna gracia que su adoraba esposa le haya desobedecido —musitó para sí, mientras observaba por la ventana a Kristen dar un abrazo a Harper.