CAPÍTULO 8

 

 

El amor encontrará su camino,

incluso a través de lugares

donde ni los lobos se atreverían a entrar.

(Lord Byron)

 

 

 

 

 

 

 

Cuando el amanecer dio paso al día, el cielo se quedó desnudo de nubes y un sol brillante se desparramaba por los rincones de Londres como si fuera oro líquido, dando un aspecto asombrosamente caramelizado a la ciudad.

—Buenos días, nana —dijo Kristen.

—Buenos días, niña.

—¿Ha sobrado un poco de chocolate de lo que hiciste ayer?

—Sí, Tommy te ha dejado un poco para que desayunaras —respondió Bertha.

El ama de llaves cogió un puchero y lo puso a calentar sobre el fogón de la cocina.

—Voy a ir al mercado. ¿Quieres acompañarme? —preguntó mientras le servía el chocolate bien caliente a Kristen, que se había sentado a la mesa—. Tengo que comprar verduras y hortalizas para la semana.

—Sí, claro —dijo Kristen, untando un trozo de pan en el chocolate caliente—. Me visto y nos vamos. Bueno, antes voy a acabarme el chocolate. Está riquísimo, nana. ¿Cómo es posible que esté tan bueno? —preguntó al tiempo que se chupaba los dedos.

Bertha sonrió para sí. Algunas costumbres no cambiaban nunca; aunque hubieran pasado años.

 

 

 

 

El mercado de Londres estaba situado al final de Sloane Street, al oeste de la ciudad, en la explanada de Hyde Park. La gente iba y venía por las calles que formaban las decenas de tenderetes de los comerciantes observando atentamente lo que ofertaban. Los vendedores vociferan los precios de la miel, el pan, la fruta, los sombreros, los retales de tela, los artículos de tocador… Un sinfín de voces que se entrelazaban unas con otras tratando de convencer a la muchedumbre de que su producto era el mejor y que te vendían prácticamente cualquier cosa.

—Vaya, vaya… —dijo Liam en tono suspicaz—. Si no fuera porque no creo en el destino, diría que está haciendo un soberano esfuerzo para que me encuentre con la hija de Gilliam Lancashire allá dónde voy.

Bryan Cooper, que caminaba animosamente al lado de Liam, entornó los ojos y se puso la mano en forma de visera en la frente, tratando de ver a Kristen entre el mar de cabezas que se abría ante él.

—Allí —señaló Liam con disimulo—. La chica esbelta y morena que lleva puesto un vestido granate y negro… ¿La ves?

—Sí —fue la escueta respuesta de Bryan.

—Pues esa es Kristen Lancashire.

Bryan profirió un silbido de lo más elocuente mientras la contemplaba abrirse paso entre el gentío. Sin duda era una de las mujeres más hermosas que jamás había visto.

—Es todo un portento de belleza y elegancia —comentó sin quitarle la vista de encima.

—Ya te lo dije.

—¿Quieres un consejo? —le preguntó Bryan a Liam volviendo el rostro hacia él.

—Te escucho. —Liam lo miró fijamente.

—Cásate con ella cuanto antes. Ha de tener legiones de pretendientes dispuestos a… hincarla el diente. Es un bombón. Y las legiones se multiplicarán si saben que tiene dinero…

—Kristen Lancashire ya no tiene dinero —cortó apresuradamente Liam en voz baja para que nadie pudiera oírlo.

—El embargo de la mansión aún no se ha hecho público, y tardará todavía unos meses en salir a la luz. Hasta que eso pase, Kristen Lancashire sigue perteneciendo a una de las familias más acaudaladas de Londres. Su apellido la precede.

Liam giró la cabeza y posó la profunda mirada de ojos verdes en Kristen, que en esos momentos se estaba probando un sombrero en uno de los puestos del mercado. La larga melena, semirecogida, le caía en bucles sobre la espalda.

Liam reflexionó mientras la observaba sacar dinero del bolso y pagar al vendedor. Bryan tenía razón. Que a él no le interesara como mujer no significaba que para el resto de hombres les fuera indiferente. Alguno podría perder la cabeza, y otros incluso estarían dispuestos a matar por ella.

Siguió con la mirada a Kristen y a Bertha bajando la calle al tiempo que, de fondo, escuchaba los cascos de un caballo y las ruedas de una carreta arrastrarse pesadamente por el adoquinado. Entonces se le vino una idea a la mente. Sin pensarlo dos veces, se giró, levantó el brazo e hizo que el cochero se detuviese. Metió la mano en el bolsillo de su pantalón y buscó un par de billetes.

 

 

 

 

—¿Has visto que tela, nana? —dijo Kristen, mientras la acariciaba con los dedos—. Es extremadamente suave.

—Es seda traída directamente de la India —se apresuró a comentar el comerciante —. Perfecta para hacer chales y pañoletas.

Bertha se acercó y pasó la mano por el género.             

—Realmente es muy suave —aseguró.

—Deme la medida necesaria para hacer dos chales, por favor —pidió Kristen al vendedor.

—¿Dos? —preguntó extrañada Bertha.

—Sí, dos. Uno para ti y otro para mí.

—No tenías que haberte molestado, niña. Esta tela tiene que ser muy cara —arguyó el ama de llaves con visible humildad.

—Déjame que te haga un regalo bonito, nana. Por lo bien que te portas conmigo, y por el chocolate tan rico que haces.

—¿Y de que otra manera voy a portarme? —dijo Bertha, halagada por las palabras de Kristen—. Eres mi niña.

Kristen sonrió. Extrajo del monedero unas monedas y pagó al comerciante, que alargó la mano ofreciéndole la bolsa con la tela. Kristen la cogió, se dio la vuelta y cuando se disponía a cruzar la calle, una carreta que había perdido el control se dirigía a ella a toda velocidad.

—¡Niña! —aulló Bertha con expresión de horror en el rostro.

Kristen levantó la vista y gritó cuando advirtió que el caballo se abalanzaba sobre ella. Sin saber de dónde, una mano fuerte la agarró del brazo y la tiró hacia atrás. La carreta pasó a un palmo de su cuerpo junto a las exclamaciones y maldiciones que profería el cochero al semental, que relinchaba como un loco.

Kristen trastabilló y cayó al suelo encima de Liam Lagerfeld, que la sujetaba con fuerza por la diminuta cintura para amortiguar el golpe.

—¿Está bien? —le preguntó, poniendo un tono de voz de preocupación.

Kristen reaccionó al reconocer la voz de Liam. Cuando abrió los ojos, se encontró con su boca a escasos centímetros de la suya, compartiendo aliento.

—¿Está bien? —repitió Liam, controlando en todo momento la situación.

Kristen volvió en sí.

—Sí —respondió, intentando recuperar la compostura y la serenidad. Estaba muy nerviosa, y la cercanía de Liam no la ayudaba a tranquilizarse.

—¿Se ha hecho daño? —insistió él mientras se incorporaba y ayudaba a Kristen a levantarse con suma cortesía.

—Sí, creo que estoy entera —dijo ella en tono de broma, quería quitar hierro al asunto.

—¡Por todos los santos! —exclamó Bertha, que se había acercado hasta ellos apresuradamente—. ¡Han estado a punto de matarte!

—Estoy bien, nana —se adelantó a decir Kristen al tiempo que se sacudía la tierra de la falda del vestido.

—¡Por todos los santos! ¡Es que la gente está loca! ¡Hay que saber controlar a esos animales, o un día tendremos un disgusto!

Kristen levantó la mirada y vio que un grupo de personas con ojos curiosos se había congregado a su alrededor, ávidas por enterarse de lo que había sucedido. Los murmullos corrían de un lado a otro.

—Todo está bien, nana —repitió con voz despreocupada.

—Menos mal. Qué susto nos hemos llevado —apuntó el ama de llaves con las manos aferradas sobre el pecho.

—Si le duele algo puedo acercarla al médico —arguyó Liam—. Está un poco pálida.

—No, no, de verdad. Estoy bien —dijo enseguida Kristen —. Solo necesito beber un poco de agua. Además, la peor parte se la ha llevado usted. He caído encima suyo —añadió, aprovechando el comentario para mirarlo fijamente a los ojos—. ¿Se encuentra bien?

—No se preocupe por mí —respondió Liam—. Estoy perfectamente. —Hizo una breve pausa—. ¿Qué le parece si nos tomamos un refresco en el Delicatessen? —preguntó unos segundos después, señalando con el índice la cafetería que había al otro lado de la calle, en Kensington Road. Un edificio pequeño y achatado, con amplios ventanales y pintado de un cálido color vainilla.

Kristen se lo pensó durante unos instantes. Iba a negarse, pero nada le apetecía más en esos momentos que tomarse un refresco con Liam Lagerfeld. ¿Qué era lo que ejercía tanta atracción sobre ella? ¿Tanto magnetismo? ¿Su carisma?, ¿su porte elegante?, ¿sus ojos verdes?, ¿su deslumbrante sonrisa? ¿Qué?

—¿Me da un «sí», señorita Lancashire? —insistió Liam, desplegando en los labios su sonrisa más sensual. Sus ojos albergaban un destello de desafío cuando se lo preguntó.

Kristen sintió que el latido del corazón se le disparaba, golpeándole las costillas estrepitosamente. ¿Por qué aquel hombre la imponía de la manera en que lo hacía?

—Sí, señor Lagerfeld, le doy un «sí» —contestó finalmente Kristen.

Liam extendió en la boca la curva de su sonrisa, haciéndola más radiante si cabía y dejando al descubierto una dentadura uniforme. Kristen apartó la mirada de Liam y buscó a Bertha.

—Nana, ¿puedes terminar de hacer la compra tú sola? —dijo.

—Sí, niña, por supuesto.

—Cuando acabes ve a buscarme al Delicatessen, por favor.

El ama de llaves asintió, conforme. La petición que le había hecho veladamente Kristen para quedarse a solas con el señor Liam Lagerfeld le hubiera extrañado de no ser por la planta que se gastaba. Era rabiosamente atractivo, y dueño de una amplia dosis de encanto, que derrochaba sin la responsabilidad debida. Bertha no había podido evitar reconocer en su rostro los ojos claros y vivos de su madre y los rasgos rotundos y marcados de su padre. El hijo de Myriam y Bernard Lagerfeld se había convertido en un hombre y Kristen era una mujer. Quizá ni Dios, ni el diablo, ni las ancestrales rivalidades entre las familias pudieran impedir que se enamoraran.

Liam extendió el brazo, ofreciéndoselo amablemente a Kristen, como era de rigor.

—Si me permite… —dijo.

Kristen se acercó y se agarró a él, sin que el corazón dejara de martillearle dentro del pecho ni un solo segundo.

 

 

 

 

 

Vendetta
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