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Un pacto con el Diablo

Yo no tenía esperanzas. Aunque sabía que mi familia encontraría la estación de tren de Alabama donde el fatal choque del tren había tenido lugar, no tenía ni idea de cómo pensaban hallar el portal y abrirlo. Los portales estaban diseñados para rechazar el poder de los ángeles, y solo los agentes de la oscuridad podían utilizarlos. Gabriel, aunque era un peso pesado en el Cielo, ni siquiera podía abrirlos. Por lo que yo sabía, los ángeles nunca habían tenido motivo para entrar en el Infierno. No les interesaba lo que sucedía bajo la Tierra: ese era el territorio de Lucifer. Solo intervenían cuando los habitantes del Infierno emergían para sembrar la Tierra de caos.

En parte quería creer que la resistencia de Xavier sería suficiente para salvarme, pero acabé rechazando esa pequeña esperanza que había empezado a nacer en mí. Si me permitía albergarla, no sería capaz de soportar que no se cumpliera.

Me había ofuscado tanto pensando en cuál podría ser el plan de Gabriel que casi había olvidado lo que los había llevado a adoptar una acción tan extrema: Xavier había estado a punto de morir. Si no fuera por el pacto que acababa de hacer con Jake, ahora él ya se habría marchado con los millones de almas que habitan el Cielo y yo, quizá, no hubiera podido verlo nunca más. Jake había intentado matar a Xavier; enviar a Diego había sido un truco para confundirlo y sacarlo de sus casillas. Ahora, el rayo de esperanza se había convertido en un sentimiento más fiero y oscuro. El odio que ahora sentía hacia Jake no se parecía a nada que hubiera sentido nunca antes. Me tenía acorralada, a su merced y separada de mis seres queridos, sin ninguna esperanza de regresar con ellos… y a pesar de todo no estaba satisfecho.

Abrí la puerta de mi suite del hotel y corrí por el pasillo hacia la sala VIP en la que Jake acostumbraba pasar el tiempo, siempre que no estuviera atormentándome. Necesitaba averiguar qué quería de mí a cambio de la vida de Xavier. Lo encontré reclinado en el sofá conversando con Asia, que me dirigió una desagradable sonrisa al verme.

—Tu niñita está aquí —dijo. Se terminó el resto de bebida que tomaba y se puso en pie—. No hace falta que me acompañes.

—¡Eres la criatura más repulsiva y despreciable que ha pisado nunca la tierra! —le dije en cuanto me hube plantado delante de él.

Yo temblaba a causa de la ira. Jake se incorporó y me miró con expresión divertida, y me entraron ganas de quitarle esa mueca bravucona de un puñetazo. Pero sabía que eso no serviría de nada y que solo conseguiría hacerme daño.

—Hola, ricura —dijo—. Pareces molesta.

—¡No puedo creer que hayas querido hacerle daño! —grité—. Se suponía que esto era entre tú y yo. ¿Por qué siempre tienes que pasarte de la raya?

—Todo está bien si termina bien, ¿no? —Jake hizo un gesto con la mano indicando que no había pasado nada—. Y, si recuerdo bien, soy la misma criatura repulsiva y despreciable con la cual has hecho un trato.

—¡Solo porque no me quedaba otra alternativa!

—Las circunstancias no son relevantes —repuso.

Apreté los dientes y lo miré a los ojos con furia.

—Bueno, ¿y qué es lo que quieres, Jake? ¿Cuál es la condición por la que has salvado la vida a Xavier?

Jake me miró como con pereza y sus ojos parecieron hechos de hielo y fuego al mismo tiempo. La negrura sin fondo de su mirada me recordaba un pozo profundo y frío, como aquellos en los que uno lanza una piedra que nunca toca fondo. Cada vez que me miraba, el brillo y la intensidad de sus ojos me incomodaban y me ponían los pelos de punta. Jake juntó los dedos de ambas manos y frunció el ceño, como si quisiera decir algo y no encontrara las palabras.

—Suéltalo.

Me miró detenidamente y, al final, se inclinó hacia delante y dejó las manos planas sobre la mesita que tenía ante él.

—Oh, sé exactamente lo que quiero de ti.

—Continúa —le dije valientemente—. A ver qué es.

Jake suspiró.

—He pensado un poco de qué manera podía aprovechar nuestro trato para que tú y yo nos acerquemos más.

Achiqué los ojos y dije:

—Explícate…

—Creo que he llegado a la solución perfecta. —Se puso en pie y se acercó a mí—. Lo que tú más quieres es proteger a tu guapito chico que lleva polos, evitar que muera. Lo que yo más quiero es algo muy simple. Te quiero a ti; aunque, tristemente, tú nunca has correspondido a mis sentimientos a pesar de mis continuas muestras de devoción.

Tuve que tragar saliva ante aquel uso de la palabra «devoción».

—¿Y…? —dije, tensa.

No me gustaba hacia dónde se dirigía la conversación. No estaba muy segura de qué tenía en mente, pero conociendo a Jake no podía ser nada justo ni razonable.

—Te prometo que no le haré daño —dijo él—. Incluso te prometo no impedir tus pequeñas proyecciones. Pero quiero que me des algo a cambio.

—No soy capaz de imaginar qué puedo tener yo que tú quieras —repuse, confusa.

—Quizá no lo has pensado bastante. —Jake sonrió sin ganas—. Desde luego que hay una cosa que deseo mucho. Tómatelo como si fuera un regalo que me haces a cambio de mi clemencia.

—Deja de dar rodeos y dime qué estás pidiendo —intervine con impaciencia, esforzándome por controlar mis emociones.

—Te estoy pidiendo que te entregues a mí —dijo Jake mirándome con sus ojos brillantes.

Empecé a tener cierta idea de lo que me pedía, pero no quise aceptarlo. Necesitaba que me lo dijera en voz alta para confirmar las sospechas.

—Tendrás que ser claro —dije, desafiante.

—Oh, eres tan adorablemente ingenua —se burló Jake—. Lo he dicho en sentido literal. Nunca más me acercaré a tu precioso príncipe encantador si accedes a rendirte a mí una noche. Quiero que me entregues tu virtud.

—Espera… quieres que… —Al comprender el verdadero significado de sus palabras, me falló la voz. Lo miré con indignación—. ¿Quieres que practique sexo contigo?

—Bueno, eso suena muy frío. Prefiero que utilices la expresión «hacer el amor» —contestó él.

Me lo quedé mirando mientras intentaba encontrar la respuesta correcta. Había muchas cosas que quería decirle, muchas maneras de expresarle mi repugnancia y mi absoluta negativa a tocarlo.

—Tienes graves problemas —fue lo único que conseguí articular.

—No hace falta que seas desconsiderada —repuso Jake en tono amable—. Si no tuviera un ego del tamaño del hemisferio norte, me habrías herido. Hay muchas mujeres que se morirían por tener la ocasión de pasar una noche conmigo. Piensa que eres una privilegiada.

—¿Te das cuenta de lo que pides? —estallé.

—Sexo, la satisfacción de los apetitos carnales. No es para tanto —dijo Jake.

—¡Es muchísimo! —grité—. Se supone que tienes que practicar sexo con la persona a quien amas, la persona en quien confías, la que esperas que un día sea el padre de tus hijos.

—Eso es cierto —concedió Jake—. El sexo puede tener consecuencias desagradables en forma de niños pequeños, pero lo arreglaré todo para que no haya complicaciones. Estás en manos de un experto.

—¿Me estás escuchando? —dije—. Esto es tan malo como vender mi alma.

—No seas ridícula —se mofó Jake—. El objetivo del sexo es el placer, no la procreación. Lo único que tendrás que hacer es relajarte y dejarme hacer lo que mejor sé hacer. Recuerda, todo compromiso tiene un precio.

—El objetivo del sexo es crear nueva vida —le corregí—. Si duermo contigo me estaré comprometiendo, declararé que confío en ti, que quiero crear nueva vida contigo. Contigo… —repetí—. Eres un mentiroso y un ladrón y un asesino. ¡Nunca me entregaré a ti!

Jake ni siquiera tuvo la elegancia de mostrarse ofendido.

—Hicimos un trato —repuso con frialdad—. Accediste a hacer cualquier cosa que te pidiera. Si ahora te niegas, me aseguraré de que Xavier no vea salir el sol nunca más.

—No te acerques a él.

—Eh —Jake me señaló con un dedo—, no hagas un pacto con el Diablo si no eres capaz de cumplirlo.

Negué con la cabeza. No me podía creer que me estuviera pidiendo eso. Había elegido la única cosa que no podía entregarle. Hacerlo sería como permitir que toda su oscuridad penetrara en mi cuerpo físico, dejar que nuestras almas, violentamente opuestas, se fundieran.

—Supongo que Xavier no significa tanto para ti después de todo —añadió Jake—, si eres capaz de que algo tan insignificante ponga en peligro su vida.

Lo miré, esforzándome por procesar todo lo que me estaba diciendo.

—En otras condiciones, me mostraría más abierto ante la posibilidad de hacer un trío, pero en las circunstancias actuales creo que resultaría un tanto incómodo.

Ni siquiera me molesté en responder. Se me había revuelto el estómago. Jake tenía poder suficiente para matar a Xavier y lo había demostrado esa mañana. Si yo incumplía el trato, nada le impediría ir a buscarlo otra vez. Sabía que Gabriel e Ivy ya estaban alerta, pero lo único que Jake tenía que conseguir era encontrar a Xavier a solas y en un momento de debilidad. No le importaría tardar semanas o meses: daría con la manera. Supe lo que tenía que hacer antes de ser totalmente consciente de ello. Las palabras de Xavier volvieron a mí: «Beth, una relación no se basa únicamente en lo físico. Yo te quiero por ti misma, no por lo que puedas ofrecerme». ¿Significaba eso que hubiera querido que aceptara la oferta de Jake? No estaba segura, y deseé que alguien pudiera aconsejarme. Lo único que sabía era que la idea de dormir con Jake, por horrible que fuera, me resultaba más fácil de aceptar que la posibilidad de perder a Xavier. La verdad era que haría lo que hiciera falta para que no le sucediera nada malo.

—De acuerdo —accedí, con los ojos llenos de lágrimas—. Tú ganas. Soy tuya.

—Bien —repuso Jake—. Has tomado la decisión correcta. Te mandaré a Hanna para que te ayude a prepararte. Quiero que lo pactado se cumpla esta misma noche… por si acaso cambias de opinión.

Hanna llegó con el rostro pálido. Bajo el brazo llevaba una funda con un vestido.

—Oh, Beth —dijo en voz baja. Era la primera vez que me llamaba por mi nombre y me pilló por sorpresa—. Ojalá esto no hubiera sucedido.

—¿Cómo lo has sabido? —pregunté, abatida.

—Las noticias vuelan por aquí. Lo siento.

—No pasa nada, Hanna —repuse, tragando saliva—. No es nada que no esperara de Jake.

—Deseo que después de todo esto… algún día… se reúna con Xavier —dijo—. Debe de ser alguien realmente especial.

—Lo es.

Pensar en Xavier era la única manera de enfrentarme a esa situación sin desfallecer. Que él perdiera la vida por mi culpa sería peor que pasar toda la eternidad en el Infierno.

—Vamos —me animó Hanna, dándome unos golpecitos en la espalda—. Jake la espera dentro de una hora.

Abrió la funda y sacó un vestido largo que parecía de novia.

—¿De verdad me lo tengo que poner? —dije, desanimada.

No quería nada llamativo; ya iba a ser una noche bastante horrible y no hacía falta ningún atrezzo.

—El príncipe ha elegido el vestido especialmente para usted —dijo Hanna—. Ya sabe cómo es; se ofenderá si no se lo pone.

—¿Crees que estoy haciendo lo correcto, Hanna? —pregunté de repente, sin poder reprimir el gesto compulsivo de aplastar los dobleces del edredón. Ya me había decidido, pero quería que alguien me ratificara para no sentirme tan sola.

—¿Qué importa lo que yo crea?

Hanna se concentró en quitarse pelusas invisibles de su vestido para evitar responder. Sabía que no le gustaba que se tuviera en cuenta su opinión, que tenía miedo a meterse en problemas.

—Por favor —le pedí—. De verdad, quiero saberlo.

Hanna suspiró y me miró con unos ojos grandes y llenos de tristeza.

—Yo también hice un trato con Jake una vez —dijo—. Y me traicionó. Los demonios dicen cualquier cosa para conseguir lo que quieren.

—¿Así que crees que me está mintiendo? ¿Que hará daño a Xavier de todas maneras?

—No importa —repuso Hanna—. Lo que va usted a hacer la acompañará durante toda la vida… pero nunca se perdonaría a sí misma si no lo hiciera. Necesita asegurarse de que ha hecho todo lo posible para salvar a Xavier.

—Gracias, Hanna —dije.

Hanna asintió con la cabeza y me ayudó a ponerme un inmaculado vestido blanco y unos zapatos de satén. Luego me hizo un peinado adornado con pequeñas perlas. Jake lo había decidido así de forma deliberada; era su retorcida manera de ser irónico. Seguramente se había imaginado la ocasión como una especie de cita romántica en lugar de una mera transacción. El vestido era muy ajustado en la zona del torso y luego caía en una ondulante cascada hasta el suelo. Tenía un escote abierto que dejaba al descubierto mi blanca piel de alabastro. «Bueno —pensé con amargura—, es el vestido adecuado para la ocasión… solo que en el lugar equivocado y con la persona equivocada».

Mientras Hanna me colocaba un collar de perlas alrededor del cuello, Tucker entró en la suite. Al ver el vestido se mostró abatido.

—Así que es cierto —dijo en voz baja—. ¿Está segura de lo que está haciendo?

—No tengo opción, Tuck —contesté.

—¿Sabe una cosa, Beth? —se sentó en la cama, vacilando—. Las cosas parecen ir muy mal en este momento… pero nunca la he admirado tanto como ahora.

—¿Y eso por qué? —pregunté—. No hay nada que admirar, que yo sepa.

—No —repuso Tuck, negando con la cabeza—. Quizá no se dé cuenta ahora, pero es usted realmente fuerte. Cuando Jake la trajo aquí nadie creyó que duraría mucho. Pero es mucho más resistente de lo que parece. A pesar de todo lo que ha visto, a pesar de todo lo que le han hecho… todavía tiene fe.

—Pero estoy permitiendo que Jake gane —dije—. Le estoy dando lo que quiere.

—No —me contradijo Tuck con voz grave—. Darle lo que quiere sería negarse… ponerse a usted misma en primer lugar. Usted está ofreciendo algo realmente especial, y Jake sabe que lo hace por amor. Usted lo odia más que a nadie y, a pesar de ello, va a entregarse a él para proteger a la persona que ama. Eso debe de consumirlo por dentro.

—Gracias, Tuck. —Le di un abrazo y enterré el rostro en su cuello para inhalar su reconfortante olor a paja—. No lo había pensado de esta manera.

Me miré en el espejo y pensé que quizá Tuck tuviera razón después de todo. Tal vez tenía que dejar de pensar en esto como un sórdido acto de traición y verlo como el último acto de amor.