29

Dulce venganza

Al día siguiente, al despertar, me sentía más yo misma que nunca. Me desperecé y arqueé la espalda, contenta de notarme los músculos ligeros y relajados. También fue un alivio volver a encontrarme en el hotel Ambrosía, a pesar de que sabía que no sería más que una situación temporal.

Justo había apartado las sábanas y estaba bajando de la cama cuando oí el sonido de la llave en la puerta de la suite. Me puse tensa inmediatamente, esperando algún problema, pero resultaron ser Hanna y Tuck, que asomaron la cabeza por la abertura. Supuse que debían de ser los únicos que sabían de mi regreso. Jake había ordenado que me prepararan un copioso desayuno y Hanna, en su entusiasmo, estuvo a punto de volcar la bandeja al acercarse a mí.

—¡Me alegro tanto de verla! —me dijo, abrazándome con fuerza—. No puedo creer que esté viva.

Me gustó sentir de nuevo su olor a pan recién horneado. Tuck, que era más precavido al mostrar sus emociones, cruzó la habitación y me dio un empujón fraternal en el hombro.

—Nos ha tenido un poco preocupados —dijo—. ¿Qué sucedió en el anfiteatro?

—La verdad es que no estoy muy segura —contesté, aceptando el vaso de zumo de naranja que Hanna me ponía en la mano—. No hice nada a propósito, pero el fuego se alejó de mí.

—¿Y cómo consiguió salir de los aposentos?

—Jake vino anoche y me sacó. Supongo que eso le causará problemas.

—¿Desafió las órdenes de su padre? —Hanna abrió desorbitadamente los ojos—. Es la primera vez.

—Lo sé —repuse—. Espero que sepa lo que está haciendo.

—Todo el mundo habla de usted y de sus poderes —dijo Tuck—. Se decía que Gran Papi iba a proponerle un trato para dejarla libre.

—Lo aceptaré cuando el Infierno se hiele —dije, desalentada.

A pesar de todo, no pude evitar sentirme un poco más esperanzada. Si Lucifer hacía una propuesta que pudiera aceptar, entonces quizás existiera una pequeña posibilidad de que no tuviera que regresar a mi prisión. Por otro lado, si el hecho de que Jake me hubiera liberado enojaba a Lucifer, mis problemas aumentarían.

—Necesito encontrar algo que ponerme —dije, mirando la ropa sucia en el suelo.

Todavía llevaba el pijama de seda de color perla que había encontrado doblado sobre la cama la noche anterior. Empecé a rebuscar en el armario, ansiosa por ponerme ropa limpia. Jake había dejado unos tejanos y un jersey entre los extravagantes vestidos y las faldas de seda. Quizá por fin había comprendido la importancia de no llamar la atención.

Me acababa de poner el suéter y me estaba recogiendo el cabello en una cola de caballo cuando la puerta se abrió otra vez y Jake entró sin llamar.

—¿Es que tu madre no te enseñó modales? —solté.

Esperaba verlo ansioso por la escapada de la noche anterior, pero parecía tan despreocupado que me pregunté qué clase de trato había acordado durante la noche.

—No tuve madre —replicó Jake en tono frívolo. Con un gesto de la mano despidió a Hanna y a Tuck—: Salid.

—Quiero que se queden —protesté.

Jake soltó un exagerado suspiro.

—Volved dentro de media hora —les ordenó en un tono más amable. Luego, dirigiendo de nuevo su atención hacia mí, añadió—: Bueno, ¿cómo te encuentras?

—Mucho mejor —dije.

—Así que yo tenía razón —se pavoneó él—. Teníamos la solución ante las narices.

—Supongo que sí —acepté a regañadientes—. ¿Qué va a pasar ahora? ¿Debería preocuparme?

—Relájate. Me estoy ocupando de ello. Mi padre se jacta de ser capaz de tomar buenas decisiones en los negocios, y ahora mismo te estoy presentando como una inversión en lugar de como una carga. Eso le está haciendo pensar. —Jake me miró un momento, callado, y al final dijo—: Ya me darás las gracias cuando estés preparada para hacerlo.

—El hecho de que no tenga que regresar a ese agujero infecto no significa que mi situación sea menos desastrosa —le expliqué.

—Estás exagerando un poco —replicó él.

—No, no es así —contesté, molesta por su actitud—. Quizás ahora ya no sienta dolor, pero este lugar continúa siendo mi peor pesadilla.

De repente, Jake se giró y me miró con ojos encendidos.

—¿Cuánto vas a tardar, Bethany? —dijo en voz baja—. Parece que nada de lo que hago por ti es suficiente. Me he quedado sin ideas.

—¿Y qué esperabas?

—Un poco de gratitud no estaría de más.

—¿Gratitud, por qué? ¿De verdad crees que el hecho de haberme rescatado y haberme hecho volar como una cometa cambia alguna cosa? Continúo aquí y sigo queriendo regresar a casa.

—Supéralo —gruñó Jake.

—Nunca lo superaré.

—Bueno, eso demuestra que eres una idiota: sé seguro que ese chico guapito pasa de ti.

—¡No es verdad! —contesté enfadada. Normalmente lo que decía Jake me daba igual, casi nunca me molestaba. Pero que hablara de Xavier me resultó insoportable. Jake no tenía ningún derecho a mencionar su nombre, y menos a pretender saber lo que sucedía en su vida.

—Por esto me doy cuenta de lo poco que sabes. —Jake me estaba provocando—. Los adolescentes atacados por las hormonas no esperan toda la vida. De hecho, no pueden pensar a largo plazo. ¿No te enseñaron eso en educación sexual? Lo que no ven, no lo piensan.

—Tú no sabes nada de Xavier —dije, decidida a no permitir que sus palabras me afectaran—. No tienes ni idea de lo que estás hablando.

—¿Y si te dijera que me ponen al día de forma regular de lo que sucede en la Tierra? —se burló Jake—. ¿Y si tus hermanos hubieran desistido de buscarte y Xavier hubiera continuado con su vida? Ahora mismo, mientras hablamos, está con otra chica… esa pelirroja guapa, por cierto. ¿Cómo se llama? Creo que la conoces…

Cada vez me sentía más enfadada. ¿De verdad Jake pensaba que podía engañarme y hacerme dudar de las personas a las que amaba? ¿Tan ingenua me creía?

—Te estoy diciendo la verdad —añadió—. Han aceptado que no pueden hacer nada por ti. Lo han intentado y han fracasado y ahora, tristemente, tienen que seguir adelante.

—¿Entonces por qué van a Alabama para encontrar…?

De repente me tragué mis palabras. Me había dado cuenta demasiado tarde del error. Me mordí el labio y vi que Jake fruncía el ceño con expresión amenazadora y que sus ojos brillaban con rabia.

—¿Cómo sabes eso? —preguntó.

Deseando que mi rostro no me delatara, intenté desesperadamente deshacer el entuerto.

—No lo sé. Solamente hago suposiciones.

—Mientes muy mal —comentó mientras se acercaba a mí con el paso elástico de una pantera—. Has hablado con una certeza absoluta. Apuesto a que los has visto… quizás incluso te has comunicado con ellos.

—No… yo no…

—¡Dime la verdad! ¿Quién te ha enseñado cómo hacerlo?

Jake dio un manotazo a un jarrón que estaba encima de la mesa y se estrelló contra el suelo, desparramando el ramo de rosas. Deseé que se calmara un poco, y pensé que ojalá no hubiera despedido a Hanna y a Tuck. No me gustaba estar sola con él cuando se ponía nervioso.

—Nadie me ha enseñado nada. Lo he hecho yo sola.

—¿Cuántas veces?

—No muchas.

—Y cada vez has estado con él, ¿verdad? ¡Es como si nunca te hubieras marchado de allí! Debería haber sabido que te traías algo entre manos. ¡He sido un idiota al confiar en ti!

Se llevó las manos a la cabeza y se clavó las uñas en las sienes como si se estuviera volviendo loco.

—Es increíble… que precisamente tú hables de confianza.

Pero Jake ya no escuchaba.

—Has jugado conmigo, me has hecho creer que nos estábamos acercando poco a poco, me has mantenido en la ignorancia de lo que sucedía de verdad. Creí que si te daba espacio y te trataba como a una reina, te olvidarías de él. Pero no lo has hecho, ¿verdad?

—Eso es como preguntarme si me he olvidado de quién soy.

—Sigues pensando como una niña. Creí que el Hades te ayudaría a madurar un poco, pero veo que ha sido en vano.

—No pedí esto.

—Pues ya has tenido tu último encuentro feliz, de eso puedes estar segura.

Jake había retomado su habitual tono de cinismo, pero su voz también comunicaba una amenaza muy real. Sabía que tenía que decir algo para diluir un poco la tensión que se había creado entre ambos.

—¿Por qué siempre nos peleamos? —probé—. Por una vez, ¿no podríamos intentar comprendernos el uno al otro?

Jake meneó la cabeza y soltó una grosera carcajada.

—Buen intento, Bethany. Eres toda una actriz, pero ya puedes dejar de actuar. El juego ha terminado. Me has engañado durante un tiempo. Casi llegué a creer que estabas haciendo un esfuerzo; debería haber sido más inteligente y haber dejado que te pudrieras en los aposentos. Me has puesto de muy mal humor.

—No me importa —repuse—. Haz lo que quieras conmigo, vuelve a mandarme allí o entrégame a Lucifer.

—Oh, me malinterpretas. No voy a tocarte ni un cabello —dijo, mirándome con malicia—. Pero haré que te arrepientas de haberme tratado con tan poco respeto.

Me estremecí al comprender lo que esas palabras sugerían.

—¿Y eso qué significa?

—Significa que debo planificar un viaje. Creo que ha llegado la hora de que vea con mis propios ojos aquello que tú tanto echas de menos.

A pesar de que Jake había sido muy poco preciso acerca de cuáles eran sus intenciones, yo lo conocía y sabía que no perdía el tiempo en amenazas vanas. Iría a Tennessee para ajustar cuentas conmigo. Cualquier otro hubiera aceptado la situación con mayor dignidad, pero la venganza era lo único que podía satisfacerle. ¿Y cuál era la mejor venganza que podía tomarse sino la ejercida contra las personas a quienes yo amaba? La fuerza demoníaca de Jake no podía enfrentarse al poder de mis hermanos y, por otro lado, no tenía mucho sentido ir contra Molly. Así que solamente quedaba Xavier, mi talón de Aquiles. Expuesto y vulnerable, especialmente si Jake lo encontraba solo. Y era fácil que eso sucediera.

Si Xavier estaba en peligro, no había tiempo que perder. Necesitaba regresar a la Tierra y avisarlo antes de que Jake llegara.

En esos momentos me costaba proyectarme porque tenía la mente llena de imágenes en las que Xavier estaba en peligro y esa agitación me impedía concentrarme. Al final, me metí en la ducha y abrí el agua fría a toda potencia. La impresión me aclaró la cabeza y fui capaz de dirigir mi energía; a partir de ese momento, la proyección ocurrió sin ningún esfuerzo.

Al cabo de un momento me encontré ante la ventana de la habitación de Xavier y Molly. Estaba entreabierta, así que me colé como un hilo de humo y quedé suspendida bajo el ventilador del techo. Todo estaba en silencio, solo se oía la respiración regular de ambos y el viento al arrastrar las hojas por el suelo del aparcamiento. Molly dormía profundamente en su cama sin que la expresión de su rostro delatara el drama que había vivido la noche anterior. Su resistencia nunca dejaba de sorprenderme. Por el contrario, Xavier dormía con incomodidad: no dejaba de cambiar de postura. Se incorporó un momento, dio unas palmadas a las almohadas y, antes de volver a tumbarse, se apoyó en los codos para comprobar la hora. El reloj digital marcaba las 5.10. Xavier echó un vistazo a su alrededor y sus ojos turquesa brillaron en la oscuridad. Cuando por fin se durmió, su rostro estaba tenso, como si soñara que se enfrentaba a una batalla.

Deseé poder tocarle para tranquilizarlo, aunque sabía que yo era la principal causa de su inquietud. Le había cambiado la vida por completo, y ahora se encontraba en peligro. Hasta el momento, Jake no los había molestado todavía y por una fracción de segundo tuve la esperanza de que sus amenazas hubieran sido un farol para atormentarme. Pero recordaba la expresión de sus ojos y sabía que no sería así.

De repente, la habitación se enfrió y Molly se cubrió con el edredón hasta la cabeza. Se oía una respiración fuerte, parecida a la de un lobo. Y entonces lo vi: una sombra se había colado en la habitación, con nosotros, y se deslizaba por encima de Molly y sobre el rostro de Xavier.

Xavier también notó la presencia y abrió los ojos súbitamente saltando de la cama con todo el cuerpo tenso, listo para pelear. Vi que una vena del cuello se le hinchaba y casi pude oír los latidos de su corazón acelerado.

—¿Quién eres? —preguntó apretando la mandíbula, al ver que la sombra empezaba a cobrar forma delante de él.

Inmediatamente reconocí el pelo rizado y la cara aniñada: era Diego, vestido con un traje negro y con corbata, como para ir a un funeral.

—Solo un conocido —contestó Diego con pereza—. Jake dijo que eras guapo… no mentía.

—¿Qué quieres?

—No eres muy educado, a pesar de que te podría matar con un solo dedo —repuso Diego en tono obsequioso con su voz ligeramente afeminada.

—Sabes que hay un arcángel y un serafín en la habitación de al lado, ¿no? —replicó Xavier—. ¿No crees que eso debería bajarte un poco los humos?

Diego soltó una carcajada.

—Tenían razón sobre ti, eres como un cachorro de león. Matarte sería muy fácil.

—Entonces hazlo —dijo Xavier entre dientes. Yo sentí que se me hacía un nudo en el estómago.

Diego ladeó la cabeza.

—Oh, no he venido para eso. He venido a darte un mensaje.

—¿Ah, sí? —dijo Xavier sin miedo—. Adelante, dímelo.

—Nuestras fuentes nos han informado de que tú y tu cuadrilla de ángeles intentáis llevar a cabo una misión de rescate. El ángel que estáis buscando ha muerto.

Se hizo un largo silencio. El corazón de Xavier, que había latido deprisa hasta ese momento, pareció ralentizarse y su pálpito sonó con la sorda dureza de un golpe contra el cemento. A pesar de ello, su voz no delató ninguna emoción:

—No te creo —repuso en voz baja.

—Tenía la sensación de que dirías eso —contestó Diego, que lo miraba sonriente y con la cara enmarcada por sus rizos negros. Entonces se llevó una mano a la espalda y sacó un basto saquito de arpillera—. Así que te he traído pruebas.

Del saquito sacó una cosa de plumas doblada. Cuando la desplegó, vi que se trataba de un fragmento de mis alas manchado de sangre. Mis alas.

—Puedes quedártelo como recuerdo, si quieres —dijo.

Diego lo agitó como si se tratara de un abanico y unas gotas de sangre cayeron al suelo. Vi que Xavier respiraba entrecortadamente y se inclinó hacia delante, como si le acabaran de dar un puñetazo en el estómago y se hubiera quedado sin aire en los pulmones. Su ojos color turquesa se oscurecieron, como el sol cubierto por las nubes.

—Sabuesos del Infierno —dijo Diego, asintiendo con la cabeza en un gesto de conmiseración—. Por lo menos fue rápido.

—¡No le hagas caso! —grité, pero mis palabras se perdieron en el vacío que nos separaba.

El deseo de estar con él me invadió con tanta fuerza que creí que iba a explotar a pesar de mi forma espectral. Justo en ese momento, la puerta se abrió violentamente y mis hermanos aparecieron. Una expresión de verdadero miedo cruzó por primera vez el rostro de Diego. Pensé que no contaba con cruzarse con ellos.

—¿Creíste que no notaríamos tu olor? —preguntó Gabriel con ira.

Mi hermano observó el rostro de Xavier y luego dirigió la mirada hasta las plumas enredadas y ensangrentadas que Diego había dejado caer al suelo. Ivy también las miró con una expresión de disgusto.

—Verdaderamente eres lo más ruin de lo ruin —dijo.

—Hago lo que puedo —repuso Diego, riendo.

—Dime que no es verdad —dijo Xavier con la voz ahogada.

—Es solo un truco barato —replicó Gabriel dando una patada a las plumas, como si no fueran más que el atrezzo de una función teatral.

Xavier emitió un grave gemido de alivio y apoyó la espalda contra la pared. Sabía cómo se sentía: la vez que creí que Jake lo había atropellado con la motocicleta el dolor me incapacitó por completo y luego, al saber que no había sido así, la sensación de alivio fue tan intensa que me mareé.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Gabriel en tono autoritario.

Diego empujó el labio inferior hacia delante en una mueca de burla.

—Solo intento divertirme un rato. Los humanos son tan crédulos: unos animales idiotas.

—No tan idiotas como tú —dijo Ivy mientras Gabriel se colocaba a la derecha de Diego y lo acorralaba entre la pared y la puerta—. Parece que te has quedado atrapado.

—Como ese angelito vuestro —gruñó Diego, aunque por la manera en que retorcía los dedos de la mano me di cuenta de que estaba nervioso—. Ella está atrapada en el foso, consumiéndose ahora mismo y vosotros no podéis hacer nada al respecto.

—Eso ya lo veremos —contestó Gabriel.

—Sabemos que estáis buscando un portal. —Diego disimulaba mal su intento constante por distraerlo—. Nunca lo encontraréis pero, si lo hicierais, mucha suerte a la hora de abrirlo.

—No subestimes el poder del Cielo —dijo Ivy.

—Oh, creo que el Cielo ha abandonado a Bethany, ahora. ¿No habéis pensado que quizá nuestro papi sea más fuerte que el vuestro?

Ivy levantó la mirada y pareció que sus ojos habitualmente grises y fríos emitían un fuego azulado. Levantó la barbilla en un gesto de desafío y habló en un idioma que sonaba como si cien niños cantaran y unas campanillas tocaran mecidas por la brisa de verano. El aire que la rodeaba se hizo brillante y alargó la mano hasta él. Sorprendida, vi que su mano penetraba en el pecho de Diego, como si estuviera hecho de arcilla. Este pareció tan sorprendido como yo y soltó un gemido. Vi que algo empezaba a brillar dentro de su pecho y me di cuenta de que Ivy le había agarrado el corazón. La luz se hizo más brillante y la piel de su cuerpo se hizo traslúcida, casi transparente. Pude ver el dibujo de sus costillas y la mano de Ivy que tenía agarrado el corazón en una abrasadora prisión de luz. Diego parecía completamente paralizado, pero abrió la boca y emitió un grito ahogado. A través de la pantalla transparente en que se había convertido su pecho, vi que el corazón se hinchaba y palpitaba entre los dedos de Ivy, como si fuera a explotar. Entonces, con un chasquido, como un balón que estallara, se desintegró y Diego se desvaneció en un relámpago de luz.

Ivy respiró profundamente, sobrecogida, y se frotó las manos con fuerza, como si acabara de tocar algo contaminado.

—Demonios —dijo entre dientes.

El sonido del estallido había despertado a Molly, que se sentó en la cama ordenándose los rizos revueltos.

—Eh… qué… ¿qué está pasando? —tartamudeó con voz soñolienta.

—Nada —respondió rápidamente Gabriel—. Vuelve a dormirte. Solo hemos venido a ver cómo estabais.

—Oh.

Molly lo miró un momento con expresión anhelante, pero enseguida recordó la conversación de la noche anterior y su rostro se ensombreció. Se tumbó y se cubrió con el edredón. Gabriel suspiró y se encogió de hombros mirando a Ivy. Mientras, Xavier había cogido las llaves del coche de encima de la mesilla de noche.

—Eh… gracias por ocuparos de esto —dijo—. Si os parece bien, voy a dar una vuelta en coche. Necesito despejarme la cabeza.

Lo seguí, ansiosa por pasar un rato con él a solas, incluso aunque él no supiera que estaba allí.

Me acomodé en el asiento de atrás. Xavier puso en marcha el motor y salimos a la carretera. Su cuerpo se relajó ante el volante, sus movimientos se hicieron más fluidos. Se le veía tan guapo ahora que ya no tenía esa expresión de preocupación en el rostro. Hubiera podido quedarme mirándolo horas enteras: sus brazos fuertes, la línea de su pecho bien dibujada, el cabello que le caía sobre los ojos y que emitía reflejos dorados a la luz del amanecer. Conducía con los ojos turquesa entrecerrados, dejando que la vibración del Chevy lo fuera limpiando de la tensión acumulada en el cuerpo. Apretó el acelerador y el coche respondió con un rugido obediente. Xavier nunca conducía deprisa cuando estaba conmigo, se preocupada mucho por mi seguridad, pero en esos momentos era completamente libre y supe que necesitaba hacer algo para recomponerse. El coche tomó una curva de la carretera ensombrecida por los cedros que se alineaban a ambos lados de la misma. Más adelante, el lado izquierdo de la calzada daba a un precipicio de roca desnuda. Xavier, acelerando, abrió la ventanilla y encendió la radio, que estaba emitiendo los grandes éxitos de los años ochenta, y pronto los acordes de Livin’ on a Prayer sonaron con fuerza. Esa canción, que hablaba de una pareja que luchaba por superar los malos tiempos, era especialmente significativa para nosotros.

Tenemos que resistir, estemos listos o no.

Uno vive para la lucha cuando eso es todo lo que tiene.

Pareció que Xavier se animaba un poco mientras canturreaba la letra y seguía el ritmo con la mano sobre el volante. Pero entonces, fuera, empezó a soplar un viento extraño que desparramaba las hojas por el pavimento y las lanzaba hacia el precipicio. Inmediatamente supe que algo no iba bien: una presencia maligna nos había seguido. Tenía que avisar a Xavier para que regresara. Él no estaba seguro allí fuera, solo; debía permanecer al lado de Ivy y de Gabriel para que pudieran protegerlo. Pero ¿cómo podía hacérselo saber?

Cuando la canción terminó, tuve una idea. Concentré mi energía para interferir la frecuencia de radio. El sonido de la emisora se interrumpió y se oyó un irritante silbido. Xavier frunció el ceño y empezó a mover el dial para sintonizar algún otro canal. Yo me concentré en llamarlo con todas mis fuerzas y, de repente, mi voz sonó por los altavoces:

—¡Regresa, Xavier! Aquí fuera estás en peligro. Ve con Ivy y Gabriel. Quédate con ellos. Jake va a venir.

La conmoción de oír mi voz hizo que Xavier estuviera a punto de perder el control del coche. Por suerte, se recuperó enseguida y frenó. El Chevy se detuvo con un fuerte chirrido de los neumáticos.

—¿Beth? ¿Eres tú? ¿Dónde estás? ¿Me oyes?

—Sí, soy yo. Quiero que regreses —insistí—. Tienes que confiar en mí.

—De acuerdo —dijo Xavier—. Lo haré. Pero continúa hablando.

Xavier volvió a poner el coche en marcha y dio media vuelta. Respiré, aliviada, y me encogí en el asiento con las rodillas en el pecho. Cuando llegara al motel les daría mi mensaje a Ivy y a Gabriel y ellos sabrían qué hacer. Mientras Xavier conducía, me llamaron la atención unos trozos de papel de chicle y un lata de refresco en el suelo del coche. Eso no era propio de él: Xavier siempre se mostraba obsesivo con la limpieza del Chevy. Recordé una vez en que el GPS que acababa de instalar dejó una marca en el parabrisas y Xavier se molestó tanto que tuvimos que ir a buscar un soporte de plástico para poder acoplarlo en el salpicadero. Ese recuerdo me hizo sonreír.

—Beth, ¿sigues ahí?

Interferir la señal de radio me había dejado agotada, pero reuní la poca energía que todavía me quedaba y formé una corriente entre mis dedos para acariciarle suavemente la mejilla. Vi que el vello de los brazos se le erizaba.

—Vuelve a hacerlo —dijo Xavier, sonriendo.

No estábamos lejos del Easy Stay. El paisaje se había vuelto reconocible y ya casi habíamos dejado atrás el precipicio. Pero me acababa de dar permiso a mí misma para respirar con alivio cuando sucedió algo inesperado: el Chevy se inclinó a un lado y a otro y, de repente, aceleró pasando de largo el desvío que conducía al motel, cuya fachada se alejó a nuestras espaldas.

—¿Qué diablos? —Xavier miró a su alrededor—. Beth, ¿qué está pasando?

El coche parecía funcionar solo, enloquecido. Xavier apretó varias veces el pedal del freno, pero no funcionaba; el volante se bloqueó. Salté al asiento del copiloto para intentar ayudarle a controlar el coche, pero todos mis intentos fueron en vano. De repente, levanté la mirada y por el retrovisor vi dos ojos ardientes como ascuas que nos miraban desde el asiento de atrás.

—¡No lo hagas, Jake! —supliqué.

Ahora el coche viraba de un lado a otro de la carretera; los esfuerzos de Xavier por detenerlo eran inútiles. El Chevy continuaba lanzándose hacia delante, enloquecido, llevándose por delante ramas de árboles y derrapando sobre las piedras de los laterales de la carretera.

Entonces vi hacia dónde nos dirigíamos y mi corazón se paró: Jake estaba conduciendo el coche lejos del bosque, en dirección a un barranco rocoso. Pasó un par de veces muy cerca del despeñadero y estuve segura de que iría a estrellarse contra las piedras del fondo. A nuestro paso se levantaban nubes de polvo que impedían la visión de Xavier, pero él no podía hacer nada más que apretarse contra el respaldo del asiento y pelearse en vano con el volante.

Me giré y miré a Jake, que permanecía sentado con absoluta calma. Fumaba un cigarrillo francés y sacaba anillos de humo por la ventana. Estaba jugando con nosotros.