14
El mensajero
Ala siguiente ocasión que tuve de proyectarme en Venus Cove, una fuerte lluvia caía sobre Byron. El agua contra el tejado de la casa producía un estruendo que apagaba todos los demás ruidos y se precipitaba en cascadas desde los aleros inundados. El césped del jardín aparecía planchado por su peso y los parterres embarrados. El estrépito había despertado a Phantom, que decidió acercarse a las puertas acristaladas para averiguar a qué se debía tanto alboroto. Después de comprobar con satisfacción que no se trataba de nada que exigiera su atención, regresó a su cojín y se dejó caer sobre él con un largo suspiro.
Gabriel, Ivy y Xavier se habían reunido alrededor de la mesa de la cocina que, algo extraño en nuestra casa, estaba llena de cajas vacías de pizza y de latas de refresco. Las servilletas de papel debían de haberse agotado, pues utilizaban un rollo de papel de cocina. Ese detalle indicaba que ninguno de los tres era capaz de mantener la motivación de llevar a cabo las rutinas habituales, así que la cocina y la compra habían sido relegadas al final de la lista. Gabriel y Xavier estaban sentados el uno frente al otro, inmóviles como rocas. De repente, Ivy se levantó de la mesa, apiló los platos, puso la tetera al fuego y salió hacia el salón con paso rápido y acompasado por sus luminosos mechones dorados. Estaba claro que, fuera lo que fuese de lo que habían estado hablando, en ese momento se encontraban en un punto muerto. Esperaban inspiración, que a alguno se le ocurriera una idea que no hubieran contemplado hasta el momento, pero estaban tan agotados mentalmente que eso parecía poco probable. Gabriel abrió la boca un momento, como si hubiera tenido una idea, pero cambió de opinión y no dijo nada. Cerró la boca y volvió a adoptar una actitud distante.
De repente, el timbre de la puerta rompió el silencio y todos se quedaron rígidos. Phantom irguió las orejas y estuvo a punto de ir hasta la puerta, pero Gabriel se lo impidió con un gesto de la mano. El perro obedeció, pero no sin antes soltar un suave gemido de queja. Nadie se movía, y el timbre volvió a sonar con mayor insistencia. Gabriel utilizó su don para obtener una visión del visitante y lo que vio le hizo bajar la cabeza y soltar un profundo suspiro.
—Será mejor que abramos —aconsejó.
Ivy lo interrogó con la mirada.
—Pero habíamos acordado que no aceptaríamos ninguna visita.
Gabriel frunció el ceño concentrándose en los pensamientos de la persona que esperaba en el porche.
—Creo que no nos queda otra opción —dijo, al final—. No piensa marcharse sin obtener una explicación.
Ivy no se mostraba muy de acuerdo con la sugerencia de Gabriel y quería discutir el tema un poco más, pero la tensión era tan grande que decidió ir hasta la puerta. Mi hermana continuaba moviéndose con la elegancia de un cisne, sin que sus pies tocaran casi el suelo. Al cabo de un instante, Molly irrumpió en el comedor con el rostro ruborizado y se dirigió a todos con su habitual franqueza:
—Por fin —exclamó, enojada—. ¿Dónde diablos estabais?
Me alegré al ver que Molly no había cambiado en absoluto. Verla me llenó de nostalgia. Hasta ese momento no me había dado cuenta de cuánto la echaba de menos. Molly había sido mi primera amiga, mi mejor amiga, y uno de mis vínculos más fuertes con el mundo de los humanos. Y ahora se encontraba muy cerca y muy lejos al mismo tiempo. Me gustó volver a ver su nariz cubierta de pecas, su piel clara y sus largas pestañas que casi le rozaban las mejillas. Pensar que mis recuerdos de la Tierra podían empezar a borrarse me llenó de terror y me hizo sentir una gran gratitud por el regalo que Tuck me había hecho. Hubiera sido muy duro que los únicos recuerdos que me quedaran de Molly fueran su cabello ensortijado y su bonita sonrisa. A partir de ahora podría vigilarla siempre que quisiera. En ese momento, sus ojos tenían una expresión acusadora: se había puesto una mano sobre la cadera y miraba a todos con actitud de desafío.
—Me alegro de verte, Molly —dijo Gabriel. Lo dijo de verdad: la vitalidad de Molly parecía haber disipado en parte la tristeza del ambiente—. Por favor, siéntate con nosotros.
—¿Quieres una taza de té? —ofreció Ivy.
—No he venido a socializar. ¿Dónde está? —preguntó Molly—. En la escuela me han dicho que estaba enferma, pero de eso hace un millón de años ya.
—Molly… —empezó a decir Gabriel—. Es complicado… y difícil de explicar.
—Solo quiero saber dónde está y qué le ha pasado. —A Molly se le truncó la voz al final de la frase a causa de la emoción que luchaba por contener—. No pienso irme sin una respuesta.
Ivy permanecía tensa; sus delgados dedos seguían el dibujo del mantel de la mesa.
—Bethany estará fuera un tiempo —dijo. Mi hermana no era mejor que yo en disimular la verdad: la honestidad estaba demasiado arraigada en ella. Su tono sonaba demasiado ensayado y su rostro la traicionaba—. Le ofrecieron la oportunidad de ir a estudiar al extranjero y decidió aprovecharla.
—Sí, claro. Y se ha ido sin decir nada a ninguna de sus amigas.
—Bueno, fue una cosa de última hora —repuso mi hermana—. Estoy segura de que te lo habría dicho si hubiera tenido un poco más de tiempo.
—¡Qué sarta de tonterías! —cortó Molly—. No me lo trago. Ya he perdido a una amiga y no pienso perder otra. No quiero oír más mentiras.
Xavier empujó la silla hacia atrás y se puso de pie al lado de la mesa. Mientras lo hacía, inhaló profundamente y exhaló con fuerza. Molly giró la cabeza hacia él con energía.
—No creas que te vas a escapar —le advirtió, acercándose. Xavier ni siquiera levantó la cabeza ante esa regañina—. Hace meses que intento apartar un poco a Beth de tu lado sin ningún éxito, y de repente ella desaparece de la capa de la Tierra y tú te quedas ahí mirándote la punta de los zapatos.
Las palabras de Molly me alertaron, pues sabía que Xavier se sentiría dolido. Ya tenía bastante con la culpa que sentía como para que nadie le añadiera más críticas.
—Quizá no sea un genio, pero no soy idiota profunda —continuó—. Sé que ha pasado algo. Si Beth se hubiera marchado por un tiempo tú no estarías aquí, eso seguro. Te hubieras ido con ella.
—Ojalá hubiera podido —repuso Xavier con la voz rota por la emoción y sin apartar la mirada de la puerta.
—¿Qué se supone que significa eso?
Molly, pálida, se imaginó lo peor y Xavier, que temía haber hablado demasiado, se apartó un poco de ella. Parecía tan abrumado por la situación que Gabriel se vio en la obligación de intervenir.
—Bethany ya no está en Venus Cove —explicó con calma—. Ni siquiera está en Georgia… pero no fue una decisión suya.
—Eso no tiene ningún sentido. ¡Os he dicho que no me mintáis!
—Molly.
Gabriel cruzó la habitación con dos pasos y la sujetó por los hombros firmemente. Molly lo miró como se mira a alguien a quien se conoce mucho y que acaba de hacer algo poco propio de él. Yo me encontraba tan cerca que casi podía sentir el temblor de su sorpresa. En todo el tiempo que hacía que se conocían, Gabriel nunca la había tocado hasta ese momento y Molly vio en sus ojos la conmoción de Gabriel por lo sucedido, fuera lo que fuese.
—Creemos saber dónde está, pero no es seguro —dijo Gabriel—. Así que estamos intentando averiguarlo.
—¿Me estás diciendo que Beth ha desaparecido? —preguntó Molly sin aliento.
—No exactamente —explicó Gabriel no muy seguro—, más bien la han raptado.
Molly se tapó la boca con las manos y miró a Gabriel con los ojos desorbitados. Xavier levantó un poco la cabeza con gesto de desánimo para ver la reacción de Molly.
—¿Qué te ha dado? —Ivy se interpuso entre Gabriel y Molly de inmediato.
Mi hermano soltó los hombros de mi amiga y dejó caer las manos a ambos lados del cuerpo.
—Mentirle no tiene ningún sentido —dijo con convicción—. Ella está tan cerca de Bethany como nosotros. Y no llegaremos a ningún sitio si seguimos por nuestra cuenta. Quizá pueda ayudar.
—No sé cómo. —La voz de Ivy, siempre melodiosa, había adquirido un tono agudo. Sus ojos plateados brillaban como dos puntas de hielo—. Molly no tiene nada que hacer aquí.
—¡Y una mierda! —gritó Molly—. Si algún psicópata se ha llevado a Beth, ¿qué vamos a hacer?
—Ya ves lo que has provocado —refunfuñó Ivy—. Los humanos no nos pueden ayudar ahora. —Miró a Xavier con resignación—. Especialmente si están involucrados emocionalmente.
—Nosotros no estábamos allí esa noche —replicó Gabriel—. Los humanos son los únicos testigos que tenemos.
—Disculpad. —Molly los miraba, boquiabierta—. ¿Acabáis de llamarme «humana»? Estoy casi segura de que no soy el único ser humano que hay en esta habitación.
Gabriel no hizo caso del comentario, decidido a continuar su línea de pensamiento.
—¿Qué fue lo último que recuerdas que dijo o hizo Bethany?
Vi que el aire que rodeaba a Ivy brilló rizándose un poco y supe que mi hermana se estaba esforzando por contener su desaprobación. Era evidente que la decisión de involucrar a Molly le parecía inaceptable. Cerró los ojos e inspiró con fuerza y apretando la mandíbula. Conocía a mi hermana: se estaba preparando para tomar una decisión que sabía que acabaría siendo desastrosa.
—Bueno, estaba preocupada… —empezó a decir Molly, pero se interrumpió, indecisa.
—¿Por qué?
—Bueno… pensamos en hacer una sesión de espiritismo durante la fiesta. Era solo para divertirnos. Desde el principio Beth no estuvo de acuerdo: pensaba que era una mala idea y no paró de decirnos que no nos metiéramos en eso. No la escuchamos y lo hicimos de todas maneras. Luego las cosas empezaron a ponerse muy raras y todas nos asustamos un poco.
Molly dijo todo eso sin respirar, esforzándose por que su tono fuera despreocupado. Ivy abrió mucho los ojos y apretó sus manos pálidas y perfectas en dos puños.
—¿Qué has dicho? —preguntó en voz baja.
—He dicho que nos asustamos un poco y…
—No, antes de eso. ¿Has dicho que hicisteis una sesión de espiritismo?
—Bueno, sí, pero solo para hacer un poco el idiota. Era Halloween…
—Cría estúpida —dijo Ivy entre dientes—. ¿Es que tus padres nunca te han enseñado que no se debe jugar con lo que no se conoce?
Molly parecía perpleja.
—Cálmate, Ivy —le dijo—. ¿Qué es tan grave? ¿Qué tiene que ver con esto una tonta sesión de espiritismo?
—Tiene muchísimo que ver —replicó Ivy, pero hablaba casi consigo misma—. De hecho, apostaría mi vida a que esa sesión de espiritismo fue lo que dio pie a todo. —Mi hermana y Gabriel se miraron significativamente, e Ivy dijo, dirigiéndose solamente a él—: Eso debió de abrir un portal. De no haber sido así, él no hubiera podido regresar a Venus Cove después de que nosotros lo hubiéramos desterrado.
—¿Qué? —preguntó Molly sin comprender.
Se esforzaba tanto por entender el sentido de los crípticos fragmentos de información que iba recibiendo que casi se podía ver el humo que le salía por la cabeza. Deseé gritarles que pararan, que estaban hablando demasiado. El Cielo no lo hubiera autorizado y eso solo podía traerles más problemas.
De repente, Xavier reaccionó. Dirigiéndole una mirada asesina a Molly, se dio media vuelta para mirar a Ivy frente a frente.
—¿Crees que fue la sesión de espiritismo lo que lo hizo ascender otra vez? —preguntó.
—¿Ascender a quién? —interrumpió Molly.
—Pueden ser mucho más poderosos de lo que mucha gente imagina —dijo mi hermana—. Gabe, ¿crees que esto puede ser una buena pista?
—Creo que vale la pena tener en cuenta toda la información. Es imperativo que encontremos la manera de entrar.
—¿Entrar dónde? —preguntó Molly.
Mi amiga no daba crédito y el hecho de que la excluyeran de la conversación la había herido. Mis hermanos estaban olvidando la buena educación; en circunstancias normales no se hubieran mostrado tan poco considerados. Pero yo sabía que lo único que tenían en la cabeza era cómo encontrarme. Y era una tarea tan absorbente que se habían olvidado de que la pobre Molly no conseguía comprender de qué hablaban.
—Pero ¿cómo encontraremos una entrada? —murmuró Ivy—. ¿Crees que podríamos volver a hacer una sesión de espiritismo? No, es demasiado peligroso; quién sabe lo que haríamos salir del foso.
—¿Qué foso? —El tono de voz de Molly había subido varias octavas.
—¡Cállate! —bramó Xavier. Yo nunca lo había visto tan furioso—. ¡Cállate unos segundos!
Molly pareció ofenderse un momento, pero rápidamente entrecerró los ojos y lo miró con hostilidad.
—¡Cállate tú! —le gritó a Xavier.
—Vaya respuesta —farfulló Xavier—. ¿Es que siempre tienes que comportarte como una niñata?
—Pues yo diría que ahora mismo soy la única persona de esta habitación que está en sus cabales —repuso Molly—. ¡Os habéis vuelto todos locos!
—No sabes de qué estás hablando —repuso Xavier en tono de amenaza—. ¿Es que no hay ningún futbolista por ahí a quien quieras perseguir un rato?
—¡Cómo te atreves! —chilló Molly—. ¿Te ha dicho algo Tara? No hagas caso de lo que diga, solo está cabreada porque…
—¡Cierra la boca! —Xavier levantó las manos en un gesto de frustración—. No nos importa nada saber lo que pasa entre tú y Tara ni vuestras discusiones de adolescentes. Beth ha desaparecido, y aquí no eres de ayuda, así que ¿por qué no te marchas?
Molly cruzó los brazos.
—No pienso ir a ninguna parte.
—Sí te vas a ir.
—¡Atrévete a obligarme!
—No creas que no lo haré.
—¡Basta! —La voz grave y seria de Gabriel cortó la discusión, que ya iba subiendo de tono—. Esto no nos ayuda para nada. —Miró a Ivy y le dijo—: ¿Lo ves? Molly sabe cosas que nosotros no sabemos.
—¿Ah, sí? Pues no pienso deciros nada hasta que no me contéis la verdad —dijo Molly con tozudez.
Xavier le dirigió una mirada fulminante. Ivy emitió un gemido de queja y se apretó las sienes: Molly era difícil de tratar y a Ivy le resultaba agotadora.
—Aunque sea la amiga de Beth, esta chica haría maldecir a un cura.
—Quizá deberíamos explicárselo todo —sugirió Gabriel.
Xavier arqueó una ceja.
—Adelante, va a ser interesante.
—Siéntate, Molly —invitó Gabriel—. Intenta escuchar sin interrumpir. Si tienes preguntas, las contestaré después.
Molly, obediente, se sentó en el borde del sofá y Gabriel empezó a caminar de un lado a otro mientras pensaba por dónde empezar.
—Nosotros no somos lo que parecemos —empezó a decir, al fin, mientras elegía las palabras con cuidado—. Es difícil de explicar, pero primero es importante que confíes en mí. ¿Confías en mí, Molly?
Molly lo observó de pies a cabeza. Gabriel era tan guapo que no pudo evitar quedarse encantada mirándolo. Me pregunté si sería capaz de concentrarse en escuchar. Las acusadas facciones de Gabriel estaban enmarcadas por una mata de pelo dorado y sus ojos plateados la miraban con atención. Parecía irradiar una luz dorada a su alrededor que lo seguía como un halo de neblina.
—Claro que sí —murmuró ella. Me di cuenta de que a Molly le estaba gustando ser el único foco de atención de Gabriel y que estaba decidida a continuar siéndolo—. Si no sois lo que parece, entonces ¿qué sois?
—Eso no te lo puedo decir —contestó Gabriel.
—¿Por qué? ¿Porque tendrías que matarme? —Molly puso los ojos en blanco haciendo una mueca humorística.
—No —contestó Gabriel con voz seria—. Pero saber la verdad podría poner en peligro tu seguridad y la nuestra.
—¿Sabe él la verdad? —peguntó Molly señalando a Xavier con el pulgar. Me dio la sensación de que la relación entre ambos estaba cayendo por una peligrosa espiral y deseé poder estar allí para arreglarlo.
—Él es una excepción —repuso Ivy en tono categórico.
—¿Ah, sí? ¿Y por qué no puedo ser una excepción yo también?
—Si te dijéramos la verdad no te la creerías —explicó Gabriel, intentando tranquilizarla.
Pero Molly lo desafió:
—Ponme a prueba.
—A ver, ¿qué piensas de lo sobrenatural?
—No tengo ningún problema con lo sobrenatural —respondió Molly con tranquilidad—. Siempre veía Embrujada y Buffy la cazavampiros y me encantan ese tipo de series.
Gabriel frunció el ceño ligeramente.
—Bueno, esto no es exactamente lo mismo.
—Vale. Escuchad: la semana pasada mi horóscopo decía que iba a conocer a alguien encantador y entonces un chico del autobús va y me da su número de teléfono. Ahora soy una creyente total.
—Sí, has visto la luz —ironizó Xavier en voz baja.
—¿Sabes que los Sagitario tenéis un problema con el sarcasmo? —replicó Molly.
—Eso sería muy instructivo si yo no fuera Leo.
—¿Ah, sí? Todo el mundo sabe que los Leo son unos imbéciles.
—Dios mío, hablar contigo es como hablar con una pared.
—¡Tú sí que eres una pared!
Xavier, harto de discutir, se dio media vuelta con el ceño fruncido y se dejó caer sobre el sofá que había en el otro extremo de la habitación. Ivy continuaba callada negando con la cabeza, como si no pudiera creerse que estuvieran perdiendo el tiempo con esos asuntos tan triviales. Yo no sabía qué pensar. ¿De verdad Gabriel pensaba contarle a Molly nuestro secreto? No parecía muy probable que mi hermano, que se había mostrado tan reacio a que Xavier ingresara en nuestra pequeña familia, ahora estuviera dispuesto a hacer entrar a otro ser humano en el grupo. Debía de sentirse verdaderamente desesperado.
Gabriel dirigió una mirada de advertencia a Xavier. Continuar provocando a Molly no era de ninguna ayuda.
—Molly, vamos a hablar en la cocina.
Molly miró a Xavier con expresión triunfante, pero con Gabriel se mostró extremadamente educada.
—Como tú digas.
Entonces sucedió algo que arrebató el poder de decisión de las manos de Gabriel. La habitación empezó a temblar. El suelo vibró bajo nuestros pies y las lámparas se movieron de un lado a otro con violencia. Incluso yo, a pesar de no ser más que un espíritu, noté la tremenda presión que se vivía en la sala.
Ivy y Gabriel se acercaron el uno al otro. No estaban alarmados, pero sí un poco intranquilos por lo que estaba sucediendo. Xavier se levantó rápidamente del sofá y miró a su alrededor buscando el origen de la amenaza. Todo su cuerpo se había puesto tenso, anticipando la lucha y dispuesto a saltar a la menor señal de peligro. De repente, los cristales de las ventanas empezaron a resquebrajarse. Molly estaba de pie, inmóvil. Vi que Xavier la miraba, calculando rápidamente el peligro, y de pronto saltó sobre ella y la tiró al suelo cubriéndola con su propio cuerpo. En ese mismo instante los cristales de las ventanas estallaron despidiendo una descarga de trozos de cristal que cayeron sobre su espalda. Molly soltó un chillido. Mis hermanos no se movieron ni intentaron protegerse de ninguna forma. Permanecieron quietos mientras los trozos de cristal llovían a su alrededor, enredándose en su pelo y en sus ropas, pero sin hacerles ningún daño. Ambos se mostraban tan firmes que pensé que ni el fuego del Infierno conseguiría alterarlos. Fuera lo que fuese lo que sucedía en ese momento, ellos no tenían miedo.
—¡Tapaos los ojos! —ordenó Gabriel a Molly y a Xavier, que continuaban tumbados en el suelo.
Lo primero fue el estallido de un trueno y un relámpago. Luego, una cegadora luz blanca inundó toda la habitación por completo, envolviendo a sus ocupantes. Era como estar en el interior de un horno blanco, pero la temperatura había bajado, por lo menos, diez grados. Incluso yo sentía el helor y, a pesar de que no corría ningún peligro, miré a mi alrededor en busca de un lugar donde esconderme. Entonces se oyó un zumbido increíblemente agudo, como el sonido de la pantalla estática del televisor pero mucho más alto, y tan intenso que la vibración se sentía en el cuerpo.
Al fin, un ángel apareció de pie en el centro de la habitación, con la cabeza gacha y las alas completamente desplegadas. Estas eran tan grandes que llenaban la habitación entera, de pared a pared, y proyectaban su sombra sobre paredes, techo y suelo. Una luz blanca parecía emanar de su piel, del interior de su cuerpo, y precipitarse en líquidas gotas por él hasta caer al suelo, donde se disolvían. Levantó la cabeza y su rostro era tan hermoso y celestial como el de un niño, aunque al mismo tiempo despedía una fortaleza que podía ser autoritaria y peligrosa. Los ángeles eran mucho más altos que los seres humanos, y el tamaño y la fuerza del cuerpo de este en concreto se hacía evidente incluso bajo la túnica suelta y de color metálico que llevaba. Era tan distinto a un ser humano que resultaba imposible no sentir temor en su presencia. Daba la sensación de que era capaz de destruir la habitación y todo lo que esta contenía con un solo parpadeo de sus pestañas.
Su belleza aniñada contrastaba extrañamente con su cuerpo esculpido como en mármol. A pesar de que su rostro no mostraba ninguna expresión los ojos le brillaban, como si soñaran por su cuenta, como si no se diera cuenta de que se encontraba ante un público boquiabierto. Movió la cabeza a un lado con un gesto rígido, poco acostumbrado a la atmósfera. Sus temibles ojos observaron toda la habitación y, finalmente, se clavaron en algo que nadie más podía ver.
Me miraba directamente a mí. Supe al instante quién era, lo reconocí: era el arcángel Miguel.