21
Gran Papi
Cuando hubimos regresado al hotel Ambrosía, los demonios de Jake mantuvieron una reunión de crisis. Se negaron a ir a la sala de juntas, así que se llevó a cabo en el mismo vestíbulo. Empezaron a discutir a voces como niños que se pelean en el patio de la escuela. Aunque no me hacían ningún caso, mi nombre se pronunció varias veces junto con expresiones como «una cagada enorme» y «estamos perdidos». La discusión continuaba subiendo de tono y Jake me tomó del brazo y me llevó hasta Hanna, que se retorcía los dedos de las manos mientras lo observaba todo desde un extremo de la sala.
—Llévate a Beth arriba —dijo Jake, empujándome hacia ella—. No os detengáis ni habléis con nadie.
—No quería causarte tantos problemas —tartamudeé. No conseguía decir que lo sentía… porque no lo sentía. Pero no había esperado provocar ese caos—. Simplemente ha sucedido.
Jake me ignoró.
—¡Ahora, Hanna! —rugió.
—No comprendo por qué es tan grave —le dije, resistiéndome a Hanna, que me empujaba—. Por lo menos dime qué está pasando.
Jake bajó la voz y me miró con ojos abrasadores.
—Las cosas están a punto de ponerse muy feas. Estoy intentando salvarte el pellejo y tendré una posibilidad mayor de conseguirlo si te quitas de en medio.
A mi alrededor, los ojos negros como el alquitrán de todos los demonios se clavaban en mí con voracidad sangrienta. Mi presencia ya no resultaba divertida ni curiosa. Esos rostros eran maníacos, me miraban como si lo único que desearan fuera desmembrarme. Jake fue a reunirse de nuevo con mis jueces. Se lo veía alto y formidable con su frac negro y el pelo suelto sobre los hombros. Pero, por la actitud de su cuerpo, me di cuenta de que se preparaba para presentar batalla.
—Vámonos, señorita. —Hanna empezaba a ponerse muy nerviosa.
Esta vez no discutí, sino que me apresuré a seguirla. Desde dentro del ascensor oímos algunas frases de la conversación:
—¡Esto es una farsa! —gritó alguien—. No deberías haberla traído al Tercer Círculo.
—Es joven —oí que rugía Jake, defendiéndome. Me sentí un poco culpable al dejar que se enfrentara él solo a esa situación. Los suyos ahora se ponían contra él por mi culpa—. Acaba de llegar. Necesita más tiempo para adaptarse.
—¿Cuánto tiempo? Porque ya lo está trastocando todo —replicó alguien—. Querías tener una mascota para poder jugar con ella… pues ahora enséñale las reglas de esta casa.
—Además, ¿qué quieres de ella? —intervino otro—. ¿Es que vale la pena poner en peligro nuestra reputación por un poco de diversión? Los otros Círculos se están riendo de nosotros.
—A ti no te tengo que dar explicaciones —respondió Jake en un tono grave y gutural.
—Quizá no, pero tú no eres la mayor autoridad.
—¿De verdad queréis molestarlo? ¿Por esto?
—No, pero lo haré si no eres capaz de controlar a tu zorrita.
Por un momento, la habitación quedó sumida en un silencio mortal. Hanna apretó varias veces el botón de nuestro piso hasta que consiguió que el ascensor respondiera.
—¿Qué has dicho?
—Ya me has oído.
—Quizá tendrías que retirar ese comentario —dijo Jake en un tono de amenaza que hubiera sido difícil de pasar por alto.
—Adelante, pez gordo. Vamos a ver de qué eres capaz.
Cuando Hanna y yo llegamos a la habitación, Tucker ya nos estaba esperando. En cuanto entramos puso el cerrojo de seguridad en la puerta, aunque todos sabíamos que no nos serviría de mucho para mantener a los demonios a raya.
Me senté en la cama con las piernas cruzadas y con un cojín entre los brazos.
—¿Qué creéis que está pasando ahí abajo?
—No se preocupe, señorita —respondió Hanna, servicial—. El señor Thorn los convencerá. Siempre lo hace.
—Espero que tengas razón —dije—. No me había dado cuenta de que estaban tan nerviosos.
—Son demonios, sus reacciones siempre son excesivas.
—Tucker se encogió de hombros, intentando hacerme sentir mejor.
Jake permaneció en el vestíbulo discutiendo durante horas. Al final, justo después de medianoche, Tucker y Hanna se fueron a la cama. Yo empezaba a tener sueño, así que me dispuse a quitarme el vestido de terciopelo cuando oí que Jake me llamaba desde el otro lado de la puerta. Era la primera vez que pedía permiso en lugar de entrar directamente.
—Me alegra que todavía estés levantada —dijo en cuanto le abrí—. Tenemos que irnos.
Hablaba en un tono de disculpa, sin darme ninguna orden. Llevaba una pieza de ropa bajo el brazo. La expresión de sus ojos era extraña y si no lo hubiera conocido, estaría pensando que era por miedo. No le había visto esa expresión ni siquiera cuando Gabriel lo envolvió en lenguas de fuego y ordenó a la tierra que se lo tragara vivo. En ese momento Jake solamente se mostró desafiante y derrotado. ¿Qué había pasado para que estuviera tan nervioso?
—¿Adónde vamos?
Jake apretó los labios, como reprimiendo la ansiedad.
—Han convocado una vista.
—¿Qué? ¿Por qué? —Me había despabilado por completo.
—No creí que esto llegara tan lejos —repuso Jake—. Te lo explicaré por el camino.
—¿Puedo cambiarme de ropa primero?
—No hay tiempo.
Cuando salimos del vestíbulo la moto de Jake nos estaba esperando, en marcha, como si tuviera vida propia.
—¿Por qué vamos en moto? —pregunté.
—No quiero llamar la atención —dijo Jake—. Toma, ponte esto. —Me lanzó la capa marrón que llevaba bajo el brazo.
—Creí que lo que querías precisamente era llamar la atención —repliqué, en alusión al humillante desfile de unas horas antes.
—Esta vez no.
—¿Por qué debería creerte? —pregunté.
—Beth. —Jake suspiró, como si algo le doliera—. Detéstame todo lo que quieras, pero confía en mí… esta noche estoy de tu parte.
Por algún motivo, le creí. Me cubrí con la capa y me puse la capucha. Jake me ayudó a montar en la motocicleta y avanzamos a toda velocidad por los túneles que se separaban y se entrecruzaban en una trama tan intrincada como la de una tela de araña. Hundí el rostro en su espalda para esconderme de los horrores que acechaban en esa oscuridad.
Al cabo de poco tiempo, Jake detuvo la motocicleta delante de un almacén en ruinas que se encontraba al final de un estrecho callejón. Tenía varios pisos de altura, a pesar de encontrarse bajo el suelo. Unos vándalos debían de haber roto los cristales de las ventanas, porque estaban tapiadas con tablones de madera y todos los muros estaban llenos de grafitis. Jake pareció dudar un momento antes de entrar, como si intentara encontrar una estrategia.
—Es aquí —dijo, mirándome con una seriedad extraña en él—. Tienes una audiencia ante Gran Papi en persona. No hay muchos, ni vivos ni muertos, que hayan tenido este honor.
—¿Qué? —grité—. ¿Me has traído a ver a Lucifer? ¿Estás loco? ¡No pienso entrar ahí!
—No tenemos elección —dijo Jake en voz baja—. Nos ha convocado.
—¿Por qué? ¿Es por la mariposa? —pregunté, desesperada—. No lo volveré a hacer, lo juro.
La poca confianza que había sentido al final del desfile me abandonó por completo en ese momento.
—No es contigo con quien están enfadados —dijo Jake—. Se han reunido para juzgarme a mí y para decidir cuál será mi castigo por haberte traído aquí.
—Pues me alegro —repliqué—. Te equivocaste al traerme aquí. Será mejor que me devuelvan a mi lugar.
—Ojalá sea tan sencillo —murmuró Jake, distante—. Sería un precio muy barato.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Nada. Entremos. —Jake se adelantó—. Ya le hemos hecho esperar suficiente. Recuerda, no hables a no ser que se dirija a ti, ¿comprendido? No es momento para pasarse de la raya.
Jake todavía no había terminado de pronunciar esas palabras cuando un gorila, muy parecido a los que había visto en los clubes, abrió las pesadas puertas. Se oyó el chirrido del metal y el gorila nos hizo una señal para que entráramos.
—Adelante —oímos que nos decía una voz que me hizo pensar en la textura y el aroma del whisky—. No muerdo.
Por dentro, todo había sido dispuesto para imitar un tribunal. Siete personajes oscuros y sumidos en las sombras se sentaban en semicírculo sobre unos bultos que parecían cajas vueltas del revés. Alguno de ellos tenía los brazos cruzados sobre el pecho, como si hubieran estado esperando demasiado tiempo. La intuición me dijo que se trataba de los Originales, los iguales a Jake. También vi a Diego, a Nash, a Yeats y a Asia, que acechaban desde un rincón oscuro. Comprendí que ellos también habían sido llamados, quizá como testigos.
Cuando los ojos se me acostumbraron a la penumbra, me di cuenta de que otro personaje mucho más alto que los demás presidía el grupo. Estaba sentado en una silla de respaldo alto estilo Tudor que había conocido tiempos mejores. Llevaba puesto un traje de lino blanco, una corbata de seda roja y unas botas estilo cowboy. Aunque las sombras me ocultaban su rostro, estaba segura de que se trataba del entusiasta orador al que había oído en la sala de reuniones. Con una mano sujetaba un bastón de empuñadura de marfil y daba golpes en el suelo, como impaciente. Jake y yo entramos y en ese mismo instante, todas las conversaciones cesaron. Durante unos minutos nadie dijo nada y aproveché para observar ese espacio en ruinas y a sus ocupantes.
Aparte de los trozos de cristal roto que había por todas partes, vi unas máquinas cubiertas de polvo y de telarañas. El sonido de batear de alas sobre nuestras cabezas indicaba que los murciélagos habían convertido las vigas de madera en su casa. Al igual que Jake, los ángeles caídos que nos rodeaban eran la viva imagen de una belleza marchita. De algunos de ellos no habría sabido decir a qué sexo pertenecían: todos compartían las mismas facciones marcadas, el mismo tono pajizo en los labios, la forma aguileña de la nariz y la robustez de las mandíbulas. Todos tenían la misma mirada apagada y cansada de quien ha dedicado su vida a objetivos inútiles. A pesar de que eran incapaces de sentir asombro, supe que mi presencia los había sorprendido. Todos ellos tenían una actitud corporal y un aire de superioridad que delataba que eran los Originales. En este mundo eran como el equivalente de la realeza. Y todos miraban a Jake con frialdad, como si él ya no perteneciera a su grupo y hubiera pasado a ser un marginado, un descarriado.
Al fin pude distinguir las facciones del hombre del traje blanco. Me di cuenta de que era mayor que los demás y que su rostro se veía más avejentado. Tenía la piel bronceada y curtida y sus ojos, de un azul transparente, carecían de expresión. Llevaba el cabello pulcramente recogido hacia atrás y sujeto con un pasador dorado. Tuve que admitir que era extremadamente guapo. Se suponía que los ángeles no envejecían, pero supuse que el constante ejercicio del mal tenía que cobrarse su precio. Pero, a pesar de que se había hecho mayor, el rostro de Lucifer era radiante, sus ojos penetrantes y sus rasgos, perfectamente dibujados. Tenía la frente amplia y sus ojos desprendían una energía tal que en su presencia se me erizaba la piel. Sabía que en el Cielo había sido uno de los más reverenciados, la máxima expresión de la belleza y de la inteligencia. Cuando habló, lo hizo despacio, con voz potente y un marcado tono musical.
—Bueno, hola angelito —dijo—. ¿Qué te parece esta reunión en familia?
Algunos de los demonios rieron disimuladamente.
—Padre —Jake dio un paso hacia delante con actitud profesional—, todo esto es un malentendido. Si me concedieras la oportunidad de explicar…
—Oh, Arakiel, mi querido chico —se burló Lucifer con tono paternalista—. Tienes que rendir cuentas de muchas cosas.
Tardé un poco en darme cuenta de que se dirigía a Jake por su nombre de ángel. Como siempre, volví a sorprenderme al recordar la antigua vida de Jake. Me resultaba muy extraño pensar que, hacía mucho tiempo, antes de que yo misma existiera, todos ellos vivían en el Cielo. Gabriel lo recordaba claramente, pues había sido testigo del levantamiento de los ángeles rebeldes y de su expulsión del Reino, así que para él no había transcurrido tanto tiempo. Yo solo conocía el mal que habían perpetrado desde ese momento, pero había una palabra que se me repetía mentalmente: «hermanos». Era increíble en lo que se habían convertido. Por un momento, todo mi miedo y mi rabia desaparecieron y solamente sentí una profunda tristeza. Pero enseguida la voz de Lucifer me hizo regresar a la cuestión presente:
—Le debes una explicación clara a este tribunal, Arakiel —dijo—. Esta pequeña escapada tuya ha provocado un gran desacuerdo entre nuestras filas y algunos piensan que puede poner en peligro todo lo que hemos construido hasta ahora. Debemos preservar lo que es nuestro, cueste lo que cueste.
—Padre —Jake bajó la cabeza—, no quiero parecer irrespetuoso, pero fuiste tú quien me encomendó esta tarea.
—Desde luego —asintió Lucifer—. Y yo celebré tu valentía al traerla aquí, pero parece que, desde entonces, te has dejado vencer por tus emociones. Temo que para ti esto ya no sea estrictamente un deber. —Miró a Jake entrecerrando los ojos con maldad—. De hecho, sospecho que nunca lo ha sido.
—Discúlpame, tengo una pregunta…
Di un paso hacia delante y todos los demonios me clavaron sus ardientes ojos al mismo tiempo. Me clavé las uñas en la muñeca para no temblar y continué. Aunque sabía que estaban fuera de mis posibilidades, no podía dejar de pedir respuestas. Irónicamente, tenía la sensación de que Lucifer me diría la verdad.
—Estoy un poco confundida. He entendido que fuiste tú quién me quiso traer aquí, pero lo que no comprendo es por qué.
Lucifer sonrió con una mueca.
—Es verdad —dijo—. Arakiel te trajo aquí bajo mi consentimiento.
—Pero yo no soy nadie importante. ¿Por qué yo?
Lucifer dio unos golpecitos con los dedos sobre la empuñadura de su bastón.
—Tú eres una prenda, querida —contestó—. Como bien sabes, el Cielo ha iniciado otra de sus patéticas operaciones para salvar el mundo. —Lucifer puso los ojos en blanco—. Es un tema profundamente aburrido: nosotros creamos el caos, ellos lo ordenan y así una y otra vez. Ya estamos hartos de eso, y es en este punto donde tú intervienes. —Me observó con expresión indolente—. Te he utilizado para enviar un mensaje.
—¿Qué mensaje?
De repente, Diego se puso en pie dispuesto a aclarármelo por su cuenta.
—Ha sonado el disparo de salida.
—¿Y eso qué significa? —pregunté con voz débil, luchando contra el pánico que empezaba a apoderarse de mí.
—Bueno, supongo que ahora que estás aquí no pasa nada si te lo contamos —dijo Lucifer arrastrando las palabras—. Digamos que ha llegado la hora de que esta contienda llegue a su punto de inflexión.
Jake, que hasta el momento había permanecido en silencio, decidió intervenir.
—Arrastrar a un ángel al Infierno en contra de su voluntad es una señal —explicó—. Señala el inicio de la guerra.
—¿Va a haber una guerra?
—Se sabe desde siempre que va a haber una guerra —dijo Lucifer—, desde que el imbécil y santurrón de mi hermano me expulsó.
—Hemos esperado largo tiempo —añadió Diego con su marcado acento español— a enseñarles quién manda y hasta qué punto es frágil su precioso y pequeño planeta.
Tragué saliva, negando con la cabeza.
—No —dije—. No es verdad.
—Oh, sí lo es —intervino Nash, entusiasmado ante el giro que tomaba la conversación—. Estamos hablando de la demostración final, del encuentro cara a cara entre tu papi y el nuestro.
—Será mejor que lo creas, angelito —añadió Lucifer—. Nos encontramos camino del Armagedón y promete ser todo un espectáculo.
Me quedé helada, sin poder casi respirar. En parte tenía la esperanza de que todos esos demonios estallaran en carcajadas y revelaran que todo eso no era más que una broma cruel que me habían gastado. Pero en el fondo sabía que no se trataba de ninguna broma: hablaban completamente en serio. El mundo se encontraba ante un serio problema. No podía creer lo que acababa de oír; pensaban que mi captura funcionaría como una especie de detonante, la última gota que colmaría la paciencia de los ángeles. ¿Funcionaría? El Infierno había hecho su primera ofensiva; ahora, ¿le quedaría al Cielo otra alternativa que vengarse? Lucifer había aprobado mi rapto para ir contra mi Padre y provocar una confrontación final que sería más sangrienta que nunca. Él sabía que había ido demasiado lejos, pero eso era exactamente lo que quería. Acababa de lanzar el guante y esperaba que el Cielo aceptara el desafío. Había abierto las puertas a la guerra.
El juicio parecía haberse desviado de su objetivo y Jake lo retomó para plantear lo que para él era más importante:
—¿Así que nos soltarás? —preguntó—. Padre, el ángel ya ha cumplido su función y no representa ningún peligro. Te pido que me la confíes.
—Oh, querido —dijo Lucifer al tiempo que soltaba un exagerado suspiro—. Me temo que no puedo hacerlo. —Levantó el bastón y me señaló con él—. No después del pequeño espectáculo que nos ofreció ayer la señorita Church.
—¡Es mía!
La voz de Jake sonó con gran estridencia en el interior del enorme almacén. Aunque no era muy buena estratega, incluso yo me di cuenta de que Jake estaba perdiendo terreno. Tenía que controlar sus emociones si quería llegar a alguna parte.
Lucifer irguió el torso y Jake bajó la cabeza con gesto humilde, arrepentido por esa salida de tono.
—Cuando te la confié, no sabía que te habías implicado emocionalmente en el proyecto. —Lucifer pronunció esas palabras como si le dejaran mal sabor en la boca.
—Yo no… no lo he hecho —repuso Jake—. Yo sabía que ella era un trofeo, y pensé que sería otra de nuestras conquistas…
—¡No me mientas, chico! —rugió Lucifer de forma tan inesperada que todos los allí reunidos se sobresaltaron—. Tú la has deseado desde el principio. Nunca te hubiera confiado esta misión si hubiera sabido hasta qué punto llegaba tu obsesión.
Jake levantó los ojos y miró a su padre a los ojos. Apretó la mandíbula.
—Eso es lo que tú me enseñaste a hacer: a tomar aquello que quiero.
Lucifer soltó una carcajada hueca y habló en un tono más amable:
—Querer es distinto a necesitar —explicó—. Tú querías al chico cojo y a la mocosa de Buchenwald. Pero a Bethany… la necesitas y tu apego te está debilitando, te está quitando toda la energía. Me molesta ver que uno de mis hombres más fuertes cae de esa manera.
—Me corregiré, Padre —dijo Jake.
—Desde luego que sí —replicó Lucifer—. Me encargaré personalmente de que lo hagas.
—¿Qué puedo hacer? —Jake agachó la cabeza.
Lucifer chasqueó la lengua y respondió:
—Tú eres mi hijo, uno de mis mejores hijos. No te preocupes. —Sonrió con indulgencia y añadió—: Papi lo arreglará todo.
—Él no es uno de tus hijos —intervine, incapaz de callarme. Me pareció que mi lengua y mis labios habían decidido actuar por su cuenta, y continuaron haciéndolo a pesar de que todas las células de mi cuerpo sabían que debía callar—. Si recuerdas, fue mi Padre quien lo creó… y también a ti, por cierto.
Jake giró todo su cuerpo hacia mí y me fulminó con la mirada. Lucifer se limitó a ladear la cabeza y a mirarme con expresión divertida.
—Mira a tu alrededor, angelito —dijo—. El mundo está en ruinas y tú estás en el Infierno. ¿Dónde está tu Padre ahora? ¿Por qué no viene a salvarte? O bien no le importas o no tiene tanto poder como crees.
—Tuvo el poder suficiente para expulsarte del Cielo —dije con descaro.
—¿Y por qué crees que lo hizo? —Lucifer me dedicó una sonrisa deslumbrante—. ¿Por qué crees que construyó esta caja bajo tierra para mí? Porque estaba asustado. Uno no necesita encerrar aquello que no presenta ningún peligro.
—Si eres tan peligroso, ¿por qué no te escapas? —lo desafié.
—No puedo. —Lucifer se encogió de hombros y señaló a su alrededor—. Pero sí puedo reunir un ejército y mandarlo en mi lugar. Es lo que se llama una laguna legal, querida. —Dirigiéndose a Jake, continuó—: Admito que comprendo la atracción. Tiene carácter, ¿verdad?
—Lo siento, Padre —rogó Jake—. No sabe lo que dice, no te ofendas.
—No estoy ofendido —repuso Lucifer—, pero me temo que no te puedes quedar con ella.
Los ojos de Jake delataron la alarma que sentía a pesar de todos los esfuerzos que hizo para disimularlo.
—¿Es cierto lo que me han dicho tus hermanos? ¿Que invocó a la vida? —preguntó Lucifer.
—Sí, pero fue un accidente. No volverá a suceder, me aseguraré de ello —insistió Jake.
—No me estás comprendiendo, chico. Su presencia ha despertado la esperanza. Si la esperanza se introduce en el Infierno, todo aquello para lo que hemos trabajado se convertirá en humo.
—La encerraré bajo llave. Haré lo que haga falta. Tienes mi palabra.
—Desde aquí percibo la rectitud que emana de ella en oleadas. Es repugnante. ¿Solo me sucede a mí o los demás también podéis notarlo? Ya ha infectado nuestro mundo con su compasión y con esa aburrida actitud de «ama a tu prójimo». Su mera presencia es una aberración.
—Pero, Padre, piensa en las ventajas.
Lucifer miró a Jake con expresión displicente. Me di cuenta de que estaba a punto de terminar con el asunto.
—Te di permiso para traerla aquí. No dije que se pudiera quedar.
—¡No me la puedes arrebatar!
Jake gritó como un niño petulante e incluso dio un golpe en el suelo con el pie. Lucifer se inclinó un poco hacia delante y apoyó los codos en las rodillas.
—No hay nada que yo no pueda hacer si lo deseo —contestó—. Tú estás a mi merced aquí, no te olvides. Te podría arrebatar todos tus poderes por esto que has hecho. Pero tienes suerte: no me gusta ver a mis hijos oprimidos. —Soltó un exagerado suspiro y añadió—: No puedo evitar estos sentimientos paternales.
—¿Así que la vas a obligar a regresar? —Jake parecía destrozado.
—¿Regresar? —Lucifer arqueó una ceja—. Esto no es un cuento de hadas, chico. Aquí abajo no trabajamos de esa manera, y tú precisamente deberías saberlo. —Meneó la cabeza con gesto de cansancio—. Mira el mal que te ha hecho ya.
Jake me miró con los ojos llenos de pánico.
—Haz algo —me dijo, desesperado, vocalizando con los labios y sin emitir ningún sonido.
Me quedé sin saber qué decir a causa de la confusión y del miedo que me oprimía. Primero me había ordenado que no hablara y ahora quería que reaccionara. ¿Qué creía que podía hacer yo?
Lucifer se puso en pie con agilidad y dijo:
—Lo siento, Arakiel, pero este plan tuyo ha sido muy mal ejecutado. Desde el mismo instante en que ella bajó al Hades tú sabías que pasaría esto. No ames nunca aquello que no puedes conservar. Tu ángel ha estado siempre condenado a la muerte.
De repente se me ocurrió una idea.
—No servirá de nada —tartamudeé—. No puedo morir aquí. Son las reglas. Si me matas, lo único que conseguirás es mandarme al Cielo.
—No, querida. —Lucifer negó con la cabeza—. Si murieras en la Tierra, irías al Cielo. Pero aquí abajo el juego es totalmente distinto. El fuego del Infierno es lo bastante potente para aniquilar para siempre a un ángel.
—¿Y si ella accede a convertirse? —preguntó Jake, exasperado—. ¿Y si se convierte en uno de nosotros?
—Muy poco probable —repuso Lucifer con languidez, inspeccionándose la manicura de las uñas. Era evidente que esa discusión lo aburría—. Está encadenada al Equipo A, es evidente.
—Por lo menos dale la oportunidad.
Lucifer suspiró profundamente.
—Mi querida Bethany, ¿quieres considerar la posibilidad de renunciar al Cielo y de utilizar tus poderes para ayudarnos?
—No —contesté—. Mil veces no.
—¿Satisfecho? —le dijo Lucifer a Jake.
—Padre.
Uno de los Originales dio un paso hacia delante. Era una mujer con una melena negra y rizada que le llegaba a la cintura, labios rojos como rubíes y unos brillantes ojos castaños. Su rostro parecía el de una muñeca de porcelana, y su piel era tan blanca que parecía que nunca le hubiera dado el sol. Quizás así era, pensé, abstraída. Me pregunté por qué no sentía pánico, por qué no estaba llorando o suplicando indulgencia. Me parecía que el tiempo se había detenido, que los segundos avanzaban muy lentamente, y mis emociones parecían haberse escondido, como si se hubieran desconectado de mí. La mujer habló:
—Creo que podríamos dar ejemplo con ella.
—¿Cómo, mi preciosa Sorath? —preguntó Lucifer.
—Si queremos contrarrestar su influencia y recuperar el equilibrio de poder, debemos demostrar a la gente que vamos en serio. —Sorath giró su cuello de cisne para mirarme a los ojos—. Debemos castigarla públicamente.
Lucifer se dio unos golpecitos en la barbilla con un dedo, pensativo.
—Una idea interesante. ¿Qué sugieres? —Miró a los siete demonios y sonrió como un padre indulgente—. Os dejo que decidáis con qué método lo haremos.
Vi, en silencio y consternada, que los Originales se levantaban de sus asientos para ir a reunirse en círculo como buitres. Hablaron un rato en voz baja. Diego y Nash me miraron con malicia y Asia se mostró más satisfecha que un gato que acabara de tropezarse con un plato de nata. Lucifer esperó, paciente, mientras Jake iba de un lado a otro compulsivamente, como si quisiera decir algo. No dejaba de abrir y cerrar la boca, como si no encontrara el argumento adecuado. Al final, Sorath se separó del círculo.
—Hemos tomado una decisión —dijo con una sonrisa de satisfacción.
—¿Y estáis todos de acuerdo? —Lucifer parecía casi decepcionado—. ¿No habrá ninguna discusión?
—No, Padre —repuso ella.
—¡Bueno, pues dime cuál es vuestro veredicto!
Sorath se giró para ponerse de cara a mí y los demás se apresuraron a colocarse a sus espaldas. Sus ojos me penetraban como cuchillos y sus labios dibujaron una sonrisa de placer.
—Quemarla en la hoguera —declaró.
Lucifer aplaudió, complacido. A mis espaldas, oí que Jake soltaba un gemido de agonía.