15

¿Puedes guardar un secreto?

Al cabo de un rato, por fin, la cegadora luz se fue apagando y el zumbido atronador desapareció.

—Ahora no hay peligro —anunció Gabriel.

Xavier se puso en pie de inmediato. En cuanto vio al arcángel, retrocedió con paso inseguro hasta que se apoyó de espaldas contra la pared, como si necesitara buscar un punto de apoyo. Pero al cabo de unos instantes se incorporó de nuevo, erguido, enfrentándose sin acobardarse ni huir a la figura que se elevaba ante él.

La belleza de los ángeles casi siempre era imposible de soportar para un humano, pero Xavier ya tenía cierta experiencia. A pesar de ello, parecía aguantar la respiración, como si no consiguiera que los pulmones le funcionaran adecuadamente: un acto tan automático como la respiración se había convertido en algo prescindible ante la presencia de esa majestad.

La reacción de Molly fue un poco más dramática: dejó caer las manos, inertes, a ambos lados del cuerpo y abrió tanto los ojos que pensé que se le iban a salir de las órbitas. Luego emitió un chillido que se le ahogó en la garganta y cayó de rodillas con la espalda arqueada hacia delante, como si una cadena invisible le tirara del cuerpo en dirección a Miguel. Entonces puso los ojos en blanco y se desmayó. El arcángel ladeó la cabeza y la observó con tranquilidad.

—Humanos —comentó finalmente. Su voz sonaba como cien coros cantando al unísono—. Tienen tendencia a reaccionar de forma exagerada.

—Hermano. —Gabriel dio un paso hacia delante. A pesar de su perfección, él también parecía empequeñecido ante el esplendor de Miguel—. Me alegro de que hayas venido.

—Se ha producido una situación extremadamente grave aquí —dijo Miguel—. Uno de los nuestros ha sido capturado. Una falta como esta debe ser atendida.

—Estamos investigando todas las posibilidades pero, como ya sabes, las puertas del Infierno están fuertemente vigiladas —repuso Gabriel—. ¿El Cónclave ha tenido alguna idea acerca de cómo entrar?

—Ni siquiera nosotros disponemos de esa información. Solo los demonios que reptan por debajo de nosotros tienen la respuesta a esta pregunta.

Al oírlo, Xavier dejó de sentirse intimidado y dio un paso hacia delante.

—Reunid un ejército —dijo, convencido—. Sois poderosos, podéis hacerlo. Entrad y sacadla de allí. ¿Tan difícil es?

—Lo que propones está, por supuesto, en nuestra mano —contestó Miguel.

—Entonces, ¿a qué esperáis?

Miguel miró a Xavier a los ojos. Atemorizaba devolverle la mirada; ese ser parecía estar hecho de infinitas partes distintas que, sin estar conectadas, funcionaban como un todo. Sus ojos eran indescifrables y estaban completamente vacíos de toda emoción. No me gustó cómo miraba a Xavier, como quien mira un espécimen en lugar de a un ser humano.

—Al humano no parece importarle la posibilidad de provocar el Apocalipsis —dijo.

—No lo culpes —se apresuró a intervenir Gabriel—. Él no conoce las consecuencias que eso podría conllevar y tiene unos fuertes vínculos emocionales con Beth.

La mirada escurridiza y ajena de Miguel permaneció unos segundos clavada en Xavier.

—Eso me han dicho. La emoción humana es una fuerza irracional.

Xavier frunció el ceño. Yo sabía que le molestaba que hablaran de él como si fuera un niño tozudo e incapaz de ver las cosas desde el punto de vista de la lógica.

—No sabía que podía causar el Apocalipsis —dijo con tono seco—. Eso sería un desafortunado efecto colateral.

Miguel respondió arqueando una de sus delicadas y brillantes cejas al sarcasmo de Xavier. Ivy, que no había dicho ni una palabra hasta ese momento, se apresuró a ponerse al lado de Xavier en una abierta declaración de apoyo.

—¿Cuáles son las órdenes del Cónclave? —preguntó Ivy.

—Hemos localizado a una persona de la localidad que puede ser útil —contestó Miguel con actitud distante—. Es la hermana Mary Clare. La encontraréis en la abadía María Inmaculada, en el condado de Fairhope, Tennessee.

—¿En qué puede ser útil? —preguntó Xavier.

—Eso es lo único que podemos deciros de momento… os deseamos suerte. —Miguel miró a Xavier—: Un consejo: más valdrá que desarrolles la templanza si quieres ser un líder de los hombres.

—Tengo otra pregunta —dijo Xavier, sin hacer caso de las miradas de censura de Ivy y Gabriel.

—¿Sí? —repuso Miguel.

—¿Crees que Beth está bien?

Miguel miró a Xavier con una expresión curiosa. No había muchos seres humanos que se atrevieran a dirigirse directamente a uno de los arcángeles y mucho menos entretenerle con preguntas.

—El demonio tuvo que esforzarse mucho para llevarla allí. Ten por seguro que no lo habría hecho si no valorara su vida.

Miguel cruzó los brazos sobre el pecho bajando la cabeza. Hubo un destello de luz y un trueno, y desapareció.

Yo pensé que todo quedaría destrozado cuando se fuera, pero cuando el destello de luz se apagó me di cuenta de que todos los objetos se encontraban en su estado original. Solamente había quedado un círculo de suelo quemado allí donde el ángel había aterrizado.

Ahora que se había marchado, todos parecían mucho más relajados. Aunque Miguel estaba en nuestro bando, su presencia era tan formidable que nadie podía estar tranquilo ante él. Gabriel dio la vuelta a la mesa del café, tomó a Molly en sus brazos y la dejó con suavidad encima del sofá. Ivy fue a buscar un trapo mojado para ponérselo sobre la frente. Molly todavía tenía la boca abierta a causa de la conmoción, pero ahora su respiración volvía a ser normal. Gabriel le puso dos dedos en la muñeca para tomarle el pulso y cuando estuvo convencido de que no corría peligro se alejó un poco para reflexionar sobre el consejo de Miguel.

—¿Una monja? —preguntó Xavier en voz baja—. ¿Cómo podría ayudarnos? ¿Qué puede decirnos ella que el Cónclave no sepa?

—Si Miguel nos envía a buscarla, debe de haber un motivo —repuso Gabriel—. Los humanos tienen una conexión con el mundo subterráneo mucho más fuerte que la nuestra. Los demonios se dedican a tentar a los habitantes de la tierra, especialmente a aquellos que piensan que su fe es inquebrantable. Para ellos es un deporte. Es posible que la hermana Mary Clare se haya encontrado con las fuerzas oscuras. Debemos ir a buscarla y averiguar qué es lo que sabe.

Ivy permanecía de pie con actitud erguida y decidida.

—Supongo que eso significa que nos vamos a Tennessee.

A esas alturas ya me empezaba a entrar sueño. Habían sucedido demasiadas cosas, y todas ellas estresantes. Pasar demasiado tiempo fuera de mi dimensión física me estaba causando un efecto extraño. Quería volver a sentir mi cuerpo, volver a tener su forma, cobijarme en él. Pero decidí que me quedaría hasta que Molly se despertara. Quería ver cómo manejaría lo que acababa de presenciar. ¿Se verían Ivy y Gabriel obligados a contarle la verdad? ¿Recordaría ella la visita de ese glorioso desconocido o podrían decirle simplemente que había resbalado y se había dado un golpe en la cabeza?

Mis hermanos salieron de la habitación para ir a buscar las cosas necesarias para el viaje y Xavier se quedó para vigilar a Molly. Se sentó frente a ella en uno de los mullidos sofás y permaneció perdido en sus propios pensamientos. De vez en cuando dirigía la mirada hacia mi amiga para comprobar que estaba bien. Al cabo de poco rato se levantó, suspiró y fue a buscar una manta para tapar a Molly. Xavier no era rencoroso, y proteger a los más vulnerables era algo que tenía muy arraigado. Esa era una de las cosas que más me gustaban de él.

Cuando se despertó, Molly se llevó una mano a la cabeza y soltó un gemido. Ahora, al ver que se despertaba, Xavier se puso alerta. Se levantó, pero no se acercó mucho para no alarmarla. Molly acabó de abrir los ojos, pestañeó y se los frotó con el dorso de la mano.

—¿Qué diablos? —murmuró en voz baja mientras se incorporaba, todavía desorientada.

Miró a su alrededor y, al ver el punto de la habitación en que Miguel había aparecido, se quedó lívida. Me pareció incluso adivinar el momento exacto en que el recuerdo le venía a la cabeza. La conmoción que sintió se hizo evidente en su rostro. Se quedó con la boca abierta.

—¿Cómo te encuentras? —preguntó Xavier.

—Bien, supongo. ¿Qué ha pasado?

—Te has desmayado —respondió él—. Debe de haber sido a causa de la tensión. Siento haber perdido los estribos antes, no quiero pelearme contigo.

Molly lo miró.

—Tienes que decirme qué ha pasado —dijo—. A pesar de que tenía los ojos cerrados, he visto la luz…

Los ojos de Xavier no traslucían ni el menor rastro de emoción. Miró a Molly con frialdad.

—Quizá deberías ir a ver a un médico. Hablas como si hubieras sufrido una conmoción cerebral.

Molly irguió la espalda y lo fulminó con la mirada.

—No me trates como si fuera tonta —lo cortó—. Sé perfectamente lo que vi.

—¿Ah, sí? —dijo Xavier en tono tranquilo—. ¿Y qué es?

—Un hombre… —empezó a decir Molly, pero lo pensó mejor—. Por lo menos, creo que era eso: un hombre muy alto y muy brillante. Estaba rodeado de luz y su voz sonaba con cien voces humanas, y tenía alas, alas enormes como las de un águila.

La mirada que Xavier le dirigió habría hecho dudar de su propia salud mental al testigo más decidido: apretó los labios, arqueó ligeramente las cejas y echó la cabeza un poco hacia atrás, como si Molly se hubiera vuelto indudablemente loca. Era mejor actor de lo que yo habría creído. Pero Molly no se dejó engañar.

—¡No me mires de esa forma! —gritó—. Tú también lo viste, sé que es así.

—No tengo ni idea de qué estás hablando —repuso Xavier categóricamente.

—Había un ángel de pie justo allí. —Molly señaló con gesto enfático el lugar donde se había aparecido Miguel—. ¡Lo he visto! No puedes hacerme creer que me estoy volviendo loca.

Xavier abandonó. Estaba de pie, con los brazos cruzados y una expresión escéptica en el rostro. De repente se mostró exasperado.

—Gabriel —llamó en voz alta—. Será mejor que vengas.

Al cabo de un momento mi hermano apareció en la puerta.

—Molly, bienvenida de nuevo. ¿Cómo te encuentras?

—¿Por qué no le dices a Gabriel lo que has visto? —interrumpió Xavier.

Molly pareció dudar un instante. No le importaba lo que Xavier pudiera pensar de ella, pero desde luego sí le importaba la opinión de Gabriel, y no quería arriesgarse a que él creyera que estaba mal de la cabeza. Pero la duda desapareció pronto.

—He visto a un ángel —dijo, convencida—. No sé por qué ha venido ni lo que ha dicho, pero sé que ha estado aquí.

Gabriel permaneció en silencio, pensativo. No contradijo ni confirmó esa afirmación. Miró a Molly y frunció un poco el ceño. Aunque su rostro impasible no delataba nada, supe que estaba pensando en cómo evitar males mayores. Si Molly lo descubría todo, eso podía ser un desastre para mi familia. Ya se habían resistido a que un humano conociera su secreto, y solo habían accedido porque no les había quedado otro remedio. Pero si ya eran dos las personas que estaban al corriente en Venus Cove, el problema podría ser grave. Pero ¿qué otra cosa podían hacer? Molly había visto a Miguel con sus propios ojos.

Yo deseaba poder estar físicamente allí en esos momentos para consolar a mi hermano en su lucha interna. Me acerqué a Gabriel en espíritu e intenté transmitirle mi apoyo. Quería que supiera que yo estaba a su lado fuera cual fuese su decisión. No era culpa suya, aunque yo sabía que él asumiría la responsabilidad. Miguel había hecho su aparición sin previo aviso y no habían tenido tiempo de alejar a Molly. Cuando un arcángel tenía una misión, no mostraba ningún reparo ante la fragilidad humana. Servían a Dios con resolución comunicando Su palabra y Su voluntad a los habitantes de la Tierra. Cuando la esposa de Lot desobedeció sus órdenes hace miles de años, la convirtieron en una montaña de sal sin dudarlo un instante. Llevaban a cabo su misión con una determinación furiosa, apartando todo aquello que se interpusiera en su camino. Molly no había representado un obstáculo para Miguel, así que no le había prestado atención y había dejado que Gabriel se encargara de las consecuencias. Me pregunté si mi hermano no estaría cambiando, igual que me había sucedido a mí; vivir entre los seres humanos hacía difícil mantener la neutralidad divina. Gabriel era leal al Reino, pero había tenido pruebas del compromiso que Xavier tenía conmigo y sabía lo profundo que era nuestro vínculo. Yo sabía que él nunca traicionaría su lealtad hacia los Siete Santos, los arcángeles, pero al principio de nuestra estancia en Venus Cove él parecía distinto: entonces era un representante del Señor y observaba la evolución del mundo con distancia y control. Ahora parecía querer comprender de verdad cómo funcionaba ese mundo.

Gabriel empezó a dar vueltas por la habitación y, antes de que me diera cuenta, me había atravesado. De repente se detuvo y supe por su mirada que había percibido una vibración en el aire. Deseé que les dijera a los demás que notaba mi presencia, pero yo conocía a mi hermano, sabía cómo pensaba. No hubiera tenido ningún sentido decirles a Xavier y a Molly que yo estaba allí. Ellos no podían verme, ni tocarme, ni hablar conmigo de ninguna manera. Solo serviría para ponerles las cosas más difíciles. Gabriel volvió a adoptar una expresión de normalidad, se acercó a Molly y se sentó en el brazo del sofá, a su lado. Ella se giró hacia él, pero Gabriel no hizo ningún gesto para tocarla.

—¿Estás segura de que podrás soportar la verdad? —le preguntó—. Por favor, ten presente que lo que te diga puede afectarte durante el resto de tu vida.

Molly asintió sin decir palabra y sin apartar los ojos de los de él.

—Muy bien. Lo que has visto era, desde luego, un ángel. De hecho era el arcángel Miguel. Ha venido a ofrecernos ayuda para que no tengas nada que temer.

—¿Quieres decir que es real? —murmuró Molly, como hipnotizada ante esa posibilidad—. ¿Los ángeles son reales?

—Tan reales como tú.

Molly frunció el ceño y recapacitó sobre la asombrosa información que Gabriel le había comunicado.

—¿Por qué soy la única que flipa?

Gabriel respiró profundamente. Vi en sus ojos que dudaba, pero ya había ido demasiado lejos para echarse atrás en ese momento.

—Miguel es mi hermano —dijo en voz baja—. Somos iguales.

—Pero tú… —empezó a decir Molly—. Tú no eres… cómo es posible… No lo comprendo. —Se impacientaba ante su propia incapacidad de comprender nada de lo que le decían.

—Escucha, Molly. ¿Recuerdas cuando eras pequeña y tus padres te contaron la historia de la Navidad?

—Claro —farfulló ella—. Como todo el mundo.

—¿Recuerdas la historia de la Anunciación? ¿Me la puedes contar?

—Creo… creo que sí —tartamudeó Molly—. Un ángel se apareció ante la Virgen María en Nazaret para darle la noticia de que iba a tener un hijo llamado Jesús que era el Hijo de Dios.

—Muy bien —dijo mi hermano mirándola con aprobación. Se inclinó un poco hacia ella y continuó—. Y ahora, Molly, ¿recuerdas cómo se llamaba ese ángel?

—¿Cómo se llamaba? —Molly parecía confundida—. No tenía nombre. Ah, espera, sí lo tenía. Era… era… el ángel… —inhaló con fuerza, y por un momento pareció que fuera a desmayarse otra vez— el ángel Gabriel.

—Soy yo —repuso mi hermano sin darle importancia.

—No te preocupes. Yo tardé un tiempo en hacerme a la idea —añadió Xavier. Molly casi ni le había oído. Todavía miraba a Gabriel sin saber qué decir—. A nuestro alrededor existe todo un mundo que, para la mayoría de nosotros, pasa totalmente desapercibido.

—Necesito saber que lo comprendes —insistió Gabriel—. Si es demasiado para ti, puedes pedirle a Ivy que te borre la memoria. Si vas a formar parte de esto, tienes que tener la mente despejada. No somos los únicos seres sobrenaturales aquí. Ahí afuera hay seres mucho más oscuros de lo que tú puedes imaginar y se han llevado a Beth. Para conseguir que regrese tenemos que estar unidos.

—No pasa nada, Molly —dijo Xavier al verle la cara de miedo—. Gabriel e Ivy no permitirán que nos suceda nada malo. Además, los demonios no están interesados en nosotros.

Eso consiguió captar la atención de Molly.

—¿Qué quieres decir con «demonios»? —chilló, saltando del sofá—. ¡Nadie ha dicho nada de demonios!

Gabriel miró a Xavier y negó con la cabeza en señal de desaprobación.

—Esto no funciona —decidió—. Creo que necesitamos a Ivy.

—No, espera —lo interrumpió Molly—. Lo siento, solo necesito un minuto. Quiero ayudaros. ¿Quién decís que se ha llevado a Beth?

—Fue raptada en Halloween por un demonio que ya había estado aquí antes —contestó Gabriel—. Creemos que fue vuestra sesión de espiritismo lo que lo atrajo de nuevo. Tú lo conociste como Jake Thorn. Estuvo un tiempo en Bryce Hamilton el año pasado.

—¿El chico australiano? —preguntó Molly, haciendo una mueca mientras intentaba atrapar los recuerdos que Ivy le había borrado de la memoria, como si hubieran sido los archivos de un ordenador.

—Inglés —la corrigió Xavier.

—Créeme, será mejor que nunca te cruces con él —dijo Gabriel.

—Oh, Dios mío —exclamó Molly—. Beth tenía razón sobre la sesión de espiritismo. ¿Por qué no le hicimos caso? Todo ha sido culpa mía.

—No tiene ningún sentido que te culpes —repuso Gabriel—. Eso no nos ayudará a hacerla volver. Ahora tenemos que concentrarnos en ello.

—De acuerdo. ¿Qué tengo que hacer? —preguntó Molly, valiente.

—Dentro de pocas horas saldremos hacia Tennessee —informó Gabriel—. Necesitamos que te quedes aquí y que no digas ni una palabra de esto a nadie.

—Espera un momento. —Molly se puso en pie—. No os vais a ir sin mí.

—Oh, sí lo haremos —cortó Xavier.

Inmediatamente vi que la animosidad volvía a prender entre ellos.

—Será menos peligroso para ti que te quedes —aconsejó Gabriel con convicción.

—No —insistió Molly—. No podéis lanzarme una bomba así y luego dejarme aquí para que me vuelva loca de estrés.

—No podemos esperar —dijo Gabriel—. Tú tendrías que hablar con tus padres, avisar a la escuela…

—¿A quién le importa un cuerno la escuela? —repuso Molly—. ¡Hago novillos todo el tiempo! —Rápidamente se sacó el teléfono móvil del bolsillo de los tejanos—. Voy a decirle a mamá que me quedo en casa de Tara unos días.

Antes de que nadie tuviera tiempo de hacer nada, Molly ya estaba marcando el número y se iba hacia la cocina. Oí que le contaba a su madre algo sobre que Tara había roto con su novio, que estaba hecha un desastre y que necesitaba tener a sus amigas cerca.

—Esto ha sido una muy mala idea —dijo Xavier—. Estamos hablando de Molly, la mayor chismosa de la ciudad. ¿Cómo va a ser capaz de no contar nada?

Pero yo confiaba por completo en el buen juicio de mi hermano. Aunque me preocupaba que Molly se viera involucrada en todo esto, también sabía que cuando era necesario era capaz de ser muy sensata.

Ivy no parecía compartir mi opinión; por primera vez yo era testigo de un auténtico desacuerdo entre ella y Gabriel. Se oyó un portazo procedente del vestíbulo e Ivy apareció de repente en la habitación con expresión de enojo. Dejó caer al suelo las dos bolsas de viaje que acababa de preparar y dirigió la mirada alternativamente hacia Gabriel y hacia la cocina. La tensión que todos estaban sufriendo parecía haber sacado a la luz una parte distinta de Ivy; mi paciente y amable hermana ahora se mostraba como un soldado del Reino, un serafín preparado para entrar en batalla. Yo sabía que los serafines raramente se enojaban, que hacía falta algo muy grave para desatar su furia. Por eso, el comportamiento de Ivy indicaba que quizá mi rapto significaba mucho más de lo que había creído.

—Esto es una seria infracción de las normas —afirmó Ivy con extrema gravedad y mirando a Gabriel—. No podemos permitirnos ningún otro contratiempo.

—¿Qué normas? —preguntó Xavier—. No parece que haya ninguna norma.

—Hasta ahora nosotros nunca habíamos sido el objetivo de los demonios —repuso mi hermana—. Ellos perseguían a los humanos para molestar al Cielo. Pero esta vez se han llevado a uno de los nuestros sabiendo que nosotros deberemos tomar represalias. Quizás eso es exactamente lo que quieren que hagamos… lo cual significaría que quieren empezar una guerra. —Mirando a Molly, añadió—: Es peligroso para ella.

—Ya se lo he dicho —dijo Gabriel—. Pero no creo que nos quede otra opción.

—El hecho de que Molly y Bethany sean amigas del colegio no significa que nosotros debamos abandonar el protocolo normal.

—No hay nada normal en esta situación —replicó Gabriel—. Es evidente que el Cónclave no está preocupado por el hecho de que otro ser humano conozca nuestra identidad. Si lo estuviera, Miguel hubiera elegido mejor el momento de presentarse ante nosotros. Quizá tengas razón al decir que aquí está pasando algo mucho más importante.

Ivy seguía mostrándose escéptica.

—Si estoy en lo cierto, piensa en lo que vamos a enfrentarnos. Ella será un incordio.

—Pero es muy insistente. No consigo entrar en razón con ella.

—Es una adolescente y tú eres un arcángel —remarcó Ivy con aspereza—. Te has tenido que enfrentar a cosas mucho peores.

Mi hermano se limitó a encogerse de hombros.

—Necesitamos todos los aliados que podamos conseguir. Ivy frunció el ceño y lo señaló con el dedo.

—Vale, pero no asumo ninguna responsabilidad por ella. Es cosa tuya.

—¿Por qué perdéis el tiempo discutiendo sobre Molly? —soltó Xavier de repente—. ¿Es que no tenemos cosas más importantes de que preocuparnos? Como por ejemplo, ponernos en marcha para ir a buscar a esa monja.

—Xavier tiene razón —dijo Gabriel—. Debemos dejar nuestras diferencias a un lado y concentrarnos en el presente. Espero que podamos llegar antes de que sea demasiado tarde.

Tan pronto hubo pronunciado esas palabras, pareció arrepentirse porque una expresión afligida le ensombreció el rostro un momento. Xavier estalló con apasionamiento:

—Hablas como si ya hubieras tirado la toalla.

—Yo no he dicho eso —contestó Gabriel—. Esta es una situación única. No sabemos a qué nos estamos enfrentando. Los únicos ángeles que han visto el interior del infierno son los que van allí por propia voluntad, los insensatos que se dejan cegar por el orgullo y dan la espalda a nuestro Padre para seguir a Lucifer.

—¿Qué estás diciendo? —se indignó Xavier—. ¿Crees que Beth lo hizo a propósito? ¡Ella no lo eligió, Gabriel! ¿Has olvidado que yo estaba allí?

En esos momentos sentí deseos de golpear a mi hermano. ¿De verdad creía que yo había elegido el camino de la oscuridad?

Ivy cruzó la habitación en un segundo y puso una mano sobre la espalda de Gabriel.

—Lo que intentamos decir es que no debería haber sido posible que Jake arrastrara a un ángel al Infierno. O bien Bethany fue allí por propia voluntad o nos encontramos a las puertas del Armagedón.