Capítulo 10

ATADO

 

(En ocasiones hemos tenido que hacer algo terrible: atarte, atarte por tu bien, Cris, te lo juro. Con unas gasas rodeábamos tus muñecas y hacíamos un nudo con el otro extremo en la barandilla de la cama. Se trataba de que no te llegaras a la cara, de evitar que te quitaras la mascarilla del oxígeno y te arañaras —aún más— las mejillas ya heridas.

Y entonces te atábamos.

Por tu bien, Cris, te lo juro, lo hacíamos por tu bien. Y todo tu cuerpo se revelaba contra aquella prisión que queríamos suave, apenas una gasa lo suficientemente larga para que la inmovilidad no te resultara angustiosa pero lo suficientemente corta para que no te llegaras a la cara. Y eras como el toro herido de Miguel Hernández creciendo en el castigo, cabeceando impotente para llegar a la máscara que inundaba de oxígeno tus pulmones, pero que ponía un cerco a tu boca desigual, desde la barbilla hasta debajo de los ojos. Muchas veces ganabas y había que volver a colocarlo todo y a tratar de que aceptases lo que no entendías con la eterna cantinela inútil:

—Es por tu bien, Cris; venga, tranquilo, hijo, tranquilo.

Pero te atábamos.

Y esa realidad que siempre me pasó más o menos inadvertida porque la urgencia resulta más poderosa que los sentimientos, reaparece hoy con crudeza en este tiempo de reflexión y desasosiego).