Capítulo 46

UNA CARTA

 

Queridos padres de Andrea:

Dejadme que os acompañe en silencio en esta mañana alegre y atroz para vosotros, en este primer domingo sin vuestra hija Andrea. Ya sé que no os hacen falta mis palabras de comprensión y ánimo, de luto que pretende ser blanco, de duelo con vocación de paz.

Habéis pedido respeto para vuestro dolor porque nadie está preparado para perder a una hija y menos aún para pedir, con la serena seguridad con la que lo habéis hecho vosotros, poner fin al sufrimiento de Andrea, a su hilito de vida casi artificial y sin futuro.

Nadie que no haya vivido esa experiencia puede imaginar siquiera el dolor y la paz con la que hoy habréis amanecido.

Nadie fuera de vosotros sabrá nunca lo que cuesta convertirse en los dueños de otra vida, decidir por ella, naufragar en ese mar de contradicciones, en esa arbolada de incertidumbres, en esa tormenta de sentimientos encontrados en los que uno se pregunta día a día, años tras años lo que aquella madre de la canción de Víctor Manuel: «Qué te puedo dar que no me sufras».

Me pregunto cuántas lágrimas os ha costado llegar a la respuesta, cuántas tentaciones de culparos a vosotros mismos, cuántos hundimientos hasta lo más hondo del alma humana…

¿Qué le podíais dar para que no sufriera?

Y, al final, después de tanta lucha, de tanta soledad compartida entre los dos, serenamente escogisteis el camino más duro para vosotros, pero que sabíais que era el mejor, el único, por desgracia, para Andrea.

Se ha ido en paz, con tranquilidad, sin sufrimiento; es todo lo que habéis dicho y vuestra hija solo ha dejado vacía la cama del hospital porque seguirá siempre presente y liberada en vuestras vidas.

La lucha por Andrea fue vuestra guerra y su muerte ha sido su paz.

Solo quiero que sepáis que os quiero y os admiro, que somos muchos los que esta mañana alegre de domingo os queremos y solo pretendemos, sin arrepentimientos, llorar serenamente con vosotros.