Capítulo 18

ESTAMOS

 

Pero no sería justo si no reconociera aquí algo desconcertante que abre rendijas no sé si a una esperanza pequeña pero cierta o es otro «como si» al que nos agarramos.

Una tarde aterrizamos en Londres tu madre y yo para pasar dos días. Nos llamaron nada más llegar al hotel porque te habían ingresado por urgencias, como siempre por una posible neumonía. Inmediatamente nos pusimos en marcha para regresar a tu lado y al final logramos desde un aeropuerto lejano volver esa misma madrugada.

Cuando al final llegamos a tu box ya de mañana, tu rostro cambió tan solo vernos; te agitaste un poco primero y pasaste en un minuto de la postración y el abatimiento casi absoluto en el que nos dijeron que te habías encerrado a algo parecido a la alegría o al menos a un despertar urgente y todo parecía indicar que feliz. A las pocas horas te daban de alta y te venías con nosotros camino de tu casa.

Y es verdad que ha habido muchos momentos duros en nuestra vida juntos; pero ese cambio, hijo, ese revivir espontáneo que te dio tan solo nuestra presencia en aquel box, llenó de luz nuestra vida, borró muchos pasados y creímos —yo creí— que tiene que ser verdad que de alguna forma existimos en algún lugar, no me preguntes cuál, de tu corazón como metáfora.

Es verdad que luego la vida te vuelve al desconcierto, a la falta de fe.

Pero si estamos en ti, si de alguna forma nos contienes en tu paisaje sentimental, en algún rincón perdido y pequeñito de una de esas neuronas desafinadas que se conectan quién sabe cómo en tu cerebro, no entiendo los posteriores abandonos, la indiferencia y hasta el rechazo. ¿Qué somos para ti, hijo nuestro? ¿Qué lugar ocupamos en tu mundo tan lleno de misterios?

Estamos, tenemos que estar porque aquella mañana algo cambió radicalmente tras nuestra llegada. Luego, todo volvió a ser lo mismo pero nadie nos hará olvidar aquel encuentro que fue lo más parecido a una alegría objetiva. Ni tan siquiera el día que tuvimos que tomar, una vez más, otra decisión dolorosa.