Capítulo 1

EL MUNDO

 

¿Cómo explicarte el mundo, Cris? ¿Cómo explicártelo? No me refiero a los grandes problemas del planeta, a la pavorosa injusticia social, al horror de las guerras, los niños que se mueren de hambre entre la indiferencia y el olvido de todos, las grandes migraciones de seres humanos en busca de paraísos que no existen. Hablo de nuestro mundo pequeñito, del mundo al que llegaste como una sacudida aquel día 10 de enero del ochenta. ¿Cómo explicártelo, Cris? ¿Cómo desentrañar para ti, con tan solo palabras, este entramado absurdo, abrumador, contradictorio? ¿Cómo desmadejar a estas alturas los misterios y las contradicciones, la angustia que es el telón de fondo de esta tierra que habitas sin haberlo elegido, esta tierra que palpita contigo y a la vez te resulta tan brutalmente ajena? ¿Cómo explicarte la vida, Cris, esa permanente agitación convulsa en la que participas tan de lleno y que sin embargo ignoras, ausente en una parte y presente en otra? No entiendo muy bien por qué este intento inútil, sin sentido. Escribo —y es justo decirlo— después de una cadena negra de desgarros, amortiguado el corazón, adormecido —que no muerto— mientras la razón intenta poner luz en los rincones más oscuros de nuestra breve historia. Escribo no sé si para tratar de explicarte el mundo que habitamos o es esta sucesión de dudas y derrumbamientos, esta necesidad de romper de una vez tantos espejos deformantes que nos hemos ido construyendo hasta llegar a aceptar, con una sencillez obligada y en la que no creo, lo que moralmente resultaría inaceptable. Tal vez todo esto no sea más que un intento para purificar mi propia miseria, mi vulnerabilidad, una catarsis que me ayude a contar la realidad tal cual fue, la realidad que es, la de hoy, la de antes, la que nos queda aún y que no puede ser mucha para ninguno de los dos, hijo. Quizás empiezo a escribir esta memoria o carta o testamento porque creo que es preciso morir con todo dicho y ya va siendo urgente comenzar y concluir esta tarea.