17


Ámalo suficiente para salvarlo

En el mismo centro del Gozo, en el punto de quietud de la multitud danzante, el Niño Feliz estaba sentado en el suelo con las piernas cruzadas, sonriendo y tomando sorbos de zumo de una jarra. A su alrededor se había formado un círculo de danzantes entrelazados que brincaban, primero hacia un lado y luego hacia el otro, al son de las estridentes gaitas y de los tambores. Más allá de ese círculo interior bailaba un segundo círculo más grande y, alrededor de este, un tercero, y así sucesivamente, de manera que el círculo exterior estaba formado por muchos cientos de danzantes.

Caressa Chajan sujetaba con fuerza la mano de Salvaje dando vueltas y más vueltas al son de la música, el pelo exuberante ondeando al viento, los ojos brillantes. Orlanos y vagabundos se mezclaban en los círculos de danzantes, hombres y mujeres, niños y niñas. Habían estado de pie tanto tiempo que habían superado el cansancio para entrar en un rítmico trance que todos querían que durase eternamente.

Estrella Matutina y los niños llegaron al Gozo mientras aquella masa seguía bailando. Los niños se alejaron corriendo hacia los carromatos de la comida. Estrella Matutina fue a buscar al Niño Feliz al corazón del baile. Pasó los círculos agachándose, envidiando las sonrisas de éxtasis y el abandono de movimientos. Nadie le prestó atención. Ni siquiera estaba segura de que la vieran cuando se metía entre las manos agarradas al pasar de círculo en círculo. La música también le hacía ansiar el baile, pero antes tenía que entregar un mensaje. Así que cerró los oídos y siguió avanzando hacia el centro.

Cuando llegó al exterior del círculo central vio a Salvaje pasar bailando por su lado, y se detuvo asombrada. Lo siguió con la mirada y vio hasta qué punto había perdido toda la tristeza, y se maravilló. Le pareció más hermoso que nunca, y más despreocupado.

«Y sin embargo, ¿de qué me sorprendo? —pensó—. Ha sido tocado por la alegría, como yo».

Entonces reconoció a Caressa al lado de Salvaje, y a punto estuvo de soltar una sonora carcajada. Así que Caressa también había encontrado el Gozo. Caressa, la que había alardeado de lo que le iba a hacer a Salvaje. «Lo encerraré bajo llave hasta que me ame». Y allí estaba, bailando a su lado, como uno más de los miles que habían sido transformados por el Amado.

Y ese era el hombre al que Buscador pretendía matar.

Lo vio en ese momento, sentado muy quieto en el centro de la danza circular. Y él la vio a ella y le hizo señas para que se acercara. Estrella Matutina se agachó entre los bailarines y se arrodilló en el suelo, al lado del Niño Feliz, que la miró con sus ojos amables y enternecedores y sonrió.

—Has encontrado a tu amigo, me parece —dijo el Niño Feliz—. Pero traes malas noticias.

—Sí, Amado. Traigo malas noticias.

El Niño Feliz levantó una mano, y la música dejó de sonar. Los danzantes siguieron bailando un rato y luego fueron cayendo al suelo, agotados. Salvaje vio a Estrella Matutina y soltó un grito de alegría.

—¡Estrella! ¡Te amo!

Se abalanzó hacia ella y la abrazó.

—¡Has vuelto! ¿Volverá a ser como en los viejos tiempos? ¿Dónde está Buscador? ¡Quiero que comparta la alegría!

—Ten cuidado, Salvaje. —Caressa lo arrancó de los brazos de Estrella Matutina, lanzando a esta una rápida mirada de advertencia—. No quiero que la mates a achuchones.

Estrella Matutina retrocedió, contenta por dejar a Salvaje con Caressa.

—Buscador viene hacia aquí —dijo ella.

—¡Que viene Buscador! ¡Hurra! ¡Seguiremos juntos hasta el final del mundo!

—Ya no será así nunca más. —Estrella Matutina se volvió hacia el Niño Feliz—. Buscador cree que eres su enemigo.

El Niño Feliz enarcó sus negras cejas.

—¿Eso cree ahora?

—Cree que eres uno de los eruditos. Tiene intención de matarte.

Salvaje oyó la advertencia de Estrella Matutina sin comprender.

—¿Que Buscador quiere matar al Amado? ¡No, no! Eso no tiene lógica.

—Cree que soy un erudito —dijo el Niño Feliz.

—¿Qué es un erudito? —preguntó Caressa—. ¿De qué estáis hablando?

—De los enemigos de los Guerreros Místicos —dijo Estrella Matutina—. A Buscador le fue dado su poder para matarlos.

—¿Y por qué cree que el Amado es un enemigo de los Guerreros Místicos?

—Porque lo soy —dijo el Niño Feliz, hablando con voz queda y suave.

Los demás se lo quedaron mirando fijamente.

—Pensad. —El Niño Feliz abrió sus manos regordetas—. ¿Qué distingue a los Guerreros Místicos de todos los demás? ¿Por qué se les tiene en tan alta consideración? Son los paladines de la justicia en un mundo cruel. Para que los Guerreros Místicos tengan una razón de ser ha de haber injusticia y crueldad. Deben existir todos los frutos amargos de la separación. Pero después del Gran Abrazo ya no habrá más separación. El dios de los Guerreros Místicos será irrelevante; la misión de los Guerreros Místicos habrá tocado a su fin. Por supuesto que los Guerreros Místicos me consideran su enemigo y quieren destruirme.

—¡Pero están equivocados! —gritó Estrella Matutina—. ¡Amado, debes hacerle ver que está equivocado! Habla con él. Permite que sienta la alegría.

—El miedo que hay en su corazón lo ha puesto en mi contra.

—¡Pero debes intentarlo!

—¿Y si fracaso? —Sonrió a Estrella Matutina con una dulzura y una tristeza que casi le rompió el corazón—. Tu amigo tiene más poder que yo. A mí nada me importa. Pero aquí hay miles y miles de buenas personas a quienes he hecho una promesa. ¿Y les voy a fallar ahora?

Todos los que le rodeaban y que podían oírlo lo miraron fijamente, conmocionados por sus palabras.

—¿No va a producirse el Gran Abrazo, después de todo?

—¿No podemos hacerlo ya, Amado? Antes de que llegue ese asesino.

El Niño Feliz negó con la cabeza.

—El Gran Abrazo lleva tiempo —dijo—. Y me temo que nuestro colérico amigo no tardará en llegar.

—Saldré a su encuentro —dijo Salvaje—. Lo detendré.

—Él ya es demasiado fuerte para ti, Salvaje —terció Estrella Matutina.

—Quizá sí, pero es amigo mío. Me escuchará. Le haré comprender. Y si no lo consigo, al menos lo retrasaré.

Todas las miradas se volvieron en ese momento hacia el Niño Feliz.

—Estaría bien que fuera recibido por un amigo —dijo el Niño Feliz tras un instante de reflexión—. Recíbelo con amor. Aunque puede que tu amor no sea lo suficientemente fuerte para retenerlo.

—No iré solo —dijo Salvaje—, y si no me queda otro remedio lo sujetaré con mis brazos. ¿Qué va a hacerme? ¿Matarme? —Se rio con sus sonoras risotadas—. Déjame a mí a Buscador.

El Niño Feliz inclinó la cabeza en señal de respeto.

—Tienes un gran corazón —dijo.

Luego, levantó los ojos y habló para que todos le oyeran.

—El Gran Abrazo tendrá lugar de inmediato. Que la gente ocupe su lugar.

La noticia fue pasando de círculo en círculo del Gozo, y una oleada de nerviosos murmullos recorrió la muchedumbre.

El Niño Feliz tocó ligeramente en el brazo a Salvaje.

—Te odiará —dijo—. Luchará contigo. ¿Es tu amor lo bastante fuerte para resistir esto?

—¡Ponme aprueba! —gritó Salvaje.

—Entonces, ve con alegría —dijo el Niño Feliz—. Ámalo lo suficiente para salvarlo.

Salvaje se puso en camino inmediatamente por el puente del río. Pico, con una tea encendida, lo siguió.

Caressa dijo:

—Si hay una próxima vez, también me servirá.

Echó a andar detrás de Salvaje, y un grupo de orlanos la acompañaron.

Estrella Matutina dudó, aunque no mucho tiempo.

—No puedo hacerlo sin mis amigos —dijo.

Y los siguió también, con el corazón apesadumbrado, temiendo lo que se avecinaba.

* * *

El Niño Feliz impartió instrucciones y la gente del Gozo formó filas. Las filas empezaban delante de él y se extendían creando un dibujo preciso. La primera estaba formada sólo por dos personas. Detrás de ellas se situaron cuatro, lo bastante cerca como para tocar a las dos de delante con los brazos extendidos. Detrás de estas cuatro se colocaron ocho, y luego dieciséis, etcétera. A medida que las filas se hacían más largas, se curvaban en arco, de manera que todas las personas de detrás pudieran llegar al hombro de quien tuvieran delante. Cuando las filas fueron todavía mayores, los arcos se cerraron formando círculos y, más allá de los círculos, se crearon más círculos hasta perderse en la oscuridad.

A medida que iban ocupando su lugar, se llamaban entre sí a gritos, pletóricos de excitación ante la perspectiva del momento que habían estado esperando.

—¡Compartid la alegría! —gritaban.

—¡Pronto seremos dioses!

Las filas y los círculos se extendieron como una oleada más allá de los carromatos, las tiendas y las hogueras, hasta la ribera del río. Aquellos que no conseguían sitio en una fila se apretujaban entre dos, pegándose como satélites a quienquiera que pudieran tocar. Las antorchas fueron arrojadas a las hogueras; las dos manos estaban libres para el Gran Abrazo.

El Niño Feliz esperaba en silencio y paciente al frente de la inmensa formación, de cara a la primera hilera de dos. Esperó hasta que el oleaje de la muchedumbre se calmó por fin y reinó un silencio multitudinario. Por las filas fue circulando entonces la noticia de que estaban todo lo preparados que podían estar.

El Niño Feliz hizo una reverencia, se dio la vuelta de manera que quedó de espaldas a los dos de la primera fila, y se hincó de rodillas.

—Arrodíllate —dijo al hombre que tenía detrás a su izquierda—. Pon ambas manos en mi hombro izquierdo. —A la mujer que tenía a la derecha le dijo—: Arrodíllate y ponme las dos manos en el hombro derecho.

Así lo hicieron.

—Apoyad la cara en los brazos y cerrad los ojos. Ahora dejad que los que tenéis detrás hagan lo mismo.

Así se hizo, fila tras fila, círculo tras círculo, como una ola que recorrió el valle, hasta que todos los hombres, las mujeres y los niños estuvieron arrodillados, unidos en una cadena ininterrumpida de tacto desde el círculo más alejado hasta el Niño Feliz, situado en el centro.

—Mantened el contacto —dijo el Niño Feliz—. En cuanto empiece el Gran Abrazo no debéis dejar de tocaros. Quien rompa el contacto, será olvidado.

La orden también fue transmitida a través de las filas.

—Ahora, escuchad el sonido que emitiré —dijo—, y copiadlo. Y abrid vuestros corazones a la alegría.

Cerró los ojos y se puso a tararear de un modo suave, profundo, musical. Los que tenía detrás cogieron la nota lo mejor que pudieron y el tarareo se fue extendiendo hasta que inundó el valle como el anuncio de una tormenta. Aquí y allá, donde ardían las hogueras, se veía a la gente empezando a balancearse de un lado a otro, instintivamente, a un mismo ritmo. Sin que mediara ninguna otra orden, el tarareo se convirtió en melodía y, oleada tras oleada, una canción sin letra se extendió por la masa oscilante. Unas motas insignificantes de espuma blanca aparecieron en los labios de quienes estaban más cerca de la parte delantera.

Y el propio Niño Feliz, arrodillado, con los ojos cerrados, tarareando dulce y suavemente, sonreía beatífico.

* * *

Buscador oyó la onda de sonido. Se levantó y miró hacia el valle que se extendía a sus pies. Vio la ondulante masa de gente, y supo de inmediato que el Gran Abrazo había empezado.

Comenzó a bajar por la ladera de la colina. Tenía delante el río negro y, cruzando su puente a grandes zancadas hacia él, iluminada por antorchas, distinguió una hilera de siluetas.

El tiempo de preparación había dado fruto; se sentía seguro y fuerte. En ese momento todo era sencillo. No había fuerza en el mundo que pudiera interponerse en su camino.

Los de delante vieron a Buscador bajando de la colina y se detuvieron, cortándole el paso al puente. Uno dio un paso al frente con los brazos muy abiertos. Atónito, Buscador reconoció a Salvaje.

—¡Hola, Buscador!

—¡Salvaje! ¿Qué estás haciendo aquí?

—He salido a recibirte, amigo.

Allí estaba, como en los viejos tiempos, sonriendo y hermoso a la luz parpadeante de la antorcha. Detrás de él, todavía en el puente, estaba Estrella Matutina.

—No puedo pararme, Salvaje —dijo Buscador—. Quítate de en medio.

—No puedo hacer eso, valiente —dijo Salvaje—. No puedo dejarte pasar. Y menos ahora que he vuelto a encontrarte.

—Ese a quien llamáis el Amado te está engañando, Salvaje. Es un erudito. Tiene intención de destruirnos a todos.

—No veo necesidad alguna de ninguna destrucción —dijo Salvaje—. Somos amigos, tú y yo. ¿Recuerdas? Unidos contra el mundo.

—¡Te ha mentido! ¡Os ha mentido a todos!

—Estás equivocado, amigo mío. Lo único que quiere es compartir la alegría.

—Escúchalo, Buscador —dijo Estrella Matutina—. No es lo que piensas. El Amado sólo trae paz y alegría.

«Así que Estrella Matutina apoya a Salvaje —pensó Buscador—. Se pone de su parte y comparte su destino. Que así sea».

El sonido de la canción sin palabras no cesó ni un momento de llenar el aire nocturno. Buscador sabía que se le estaba acabando el tiempo.

—Déjame pasar —dijo.

—No puedo hacerlo, valiente.

Buscador avanzó un paso. Salvaje también, hasta que estuvieron cara a cara. Entonces Salvaje abrazó a Buscador, que inspiró largamente.

—Suéltame, amigo.

Desde la otra orilla del río la canción del Gran Abrazo aumentaba de volumen. Salvaje agarró a Buscador con fuerza. Este habló con más energía:

—¡Suéltame!

Y diciéndolo empujó a Salvaje, apartándolo. Pero Salvaje era ágil y se recuperó enseguida. Se plantó delante de Buscador, en posición de combate.

—Si quieres pasar, tienes que luchar.

—No quiero luchar contigo, Salvaje.

—Pues ya sabes lo que tienes que hacer.

—No me puedes vencer.

—Nunca he perdido.

—Eso era entonces. Díselo, Estrella.

—Mantente firme, Salvaje —dijo Estrella Matutina.

Buscador le lanzó una rápida mirada de amargura.

—Si lo amas, dile que no haga esto.

—Eres el único amigo de verdad que he tenido, Buscador —dijo Salvaje—. Pero lucharé contigo hasta el final si tengo que hacerlo.

—¿Por qué? ¿Por un erudito que quiere destruir a todos los Guerreros Místicos?

—Me parece que eres el único que desea destruir a alguien.

—Escúchame, Buscador —dijo Estrella Matutina—. Vienes a matar. El Amado viene a traer alegría. ¿Por qué estás de parte de la muerte?

—Haré lo que se me ha enviado a hacer —dijo Buscador—. ¡Ahora, apartaos de mi camino!

Golpeó a Salvaje, que neutralizó el golpe y se lo devolvió, haciendo que Buscador se tambaleara.

—No me hagas esto —gruñó Buscador golpeando de nuevo—. No quiero hacerte daño. —Soltó un tercer golpe.

Salvaje se tambaleó y se vio obligado a retroceder.

—Te quiero, Buscador —dijo. Mientras lo decía descargó un golpe tremendo que pilló desprevenido a Buscador y lo tiró al suelo.

—¡Que no se levante! —gritó Caressa.

Al oír su orden, una docena de orlanos se amontonaron encima de Buscador, sujetándole las extremidades contra el suelo. Él gruñó y soltó un ronco alarido de rabia. Su cuerpo se sacudió y empezó a levantarse. Y cuando lo hizo arrastró a los hombres consigo como si no pesaran más que unas hojas caídas, y como hojas caídas se los sacudió de encima.

—¿Qué he de hacer para que entiendas?

—Comparte la Alegría —dijo Salvaje.

Buscador golpeó una vez, y otra, y otra. Salvaje sucumbió a la fuerza de los golpes y cayó de rodillas.

—¡Y ahora, fuera de mi camino! —avanzó con resolución.

Salvaje le rodeó con los brazos cuando pasó por su lado, sujetándolo. Lo tenía asido con tanta fuerza que, por más que lo intentó, Buscador no pudo zafarse de él. Así que agarró a Salvaje por el cuello y se lo apretó, y lo zarandeó hasta que el otro aflojó los brazos y cayó al suelo doblado por la cintura. Allí, agitando las manos, agarró a Buscador por los tobillos y se aferró a ellos. Buscador lo apartó a patadas.

—¡Se acabó! —gritó—. ¿Es que tengo que matarte?

—Sí —dijo Salvaje, levantándose a trompicones y sonriendo, pese al dolor—. ¡Tienes que matarme!

Estrella Matutina vio la expresión en la cara de Buscador y se percató de que Salvaje apenas podía controlar sus extremidades.

—¡No, Salvaje! —gritó—. ¡Basta ya!

Buscador oyó el grito cargado de dolor y pena, e intentó detenerse, intentó alejarse del horror en el que había caído. Pero Salvaje volvía a ir tras él dando tumbos, abrazándolo y diciéndole una vez más:

—¡Hola! —La voz era un débil eco de la gloria pasada—. ¿Me amas?

Atrapado por los recuerdos, por la red del amor perdido, Buscador sólo era consciente de que tenía que liberarse. «¡Ya basta! No más fracasos ni titubeos. Golpea y acaba con esto. Golpea y sé libre».

Su último y más poderoso golpe hizo saltar por los aires a Salvaje, los brazos completamente abiertos, el cuerpo arqueado, el pelo dorado al viento, arriba y por encima, y de nuevo abajo, para aterrizar con un chasquido demoledor sobre el duro suelo. Y allí se quedó, inmóvil, con la mirada perdida hacia el cielo, hacia la oscuridad.

—¡Nooo! —gritó Estrella Matutina, arrojándose sobre el cuerpo inerte.

—¡Muérete! ¡Muere! —aulló Caressa, azotando a Buscador con su látigo de mango de plata.

Buscador ni siquiera pareció sentir los golpes. Nadie se interponía ya entre él y el puente. Más allá, en el valle, arrodillada en la niebla nocturna que cubría la tierra, la gente del Gozo se balanceaba y tarareaba en el Gran Abrazo.

—¡Está muerto! —gritó Estrella Matutina, sollozando de pena y furia—. ¡Lo has matado! ¡Él te amaba y lo has matado!