25
Lilian
Aeropuerto de Londres
Jason se detuvo en lo alto de la escalerilla del reactor y contempló, desanimado, el aguanieve que caía desde los grises y encapotados cielos londinenses sobre la pista del aeropuerto. Era Nochebuena y la cabeza le estallaba de la resaca.
—Maldito clima británico —murmuró, malhumorado, mientras bajaba la escalerilla. Cruzó la pista, seguido de un Levine de mirada hosca, que se protegía la cabeza del aguanieve con el maletín de Jason. Cerraba la marcha Jontil Purvis.
Una mujer corrió hacia ellos con dos paraguas. Tenía unos sesenta y cinco años y llevaba un gorro de hule para protegerse de la lluvia y un abrigo de pata de gallo.
—Jason, Jontil —los saludó, impaciente, con un refinado acento británico. Abrazó a Jontil y tendió un paraguas a Jason—. Seguidme. El Bentley está esperando. ¡Deprisa! —les instó.
—Yo también me alegro mucho de verte, tía Rosemary —murmuró Jason. Pero, cuando vio que un grupo de fotógrafos de prensa corría hacia ellos, exclamó, con el entrecejo fruncido—: ¡Maldita sea, Rosemary! ¡Te había dicho que nada de prensa!
Rosemary le dedicó una mirada ominosa.
—Es por Nicholas, Jason —dijo en tono cortante—. Cuando estaba vivo, aparecía en todas las revistas del corazón. Es el hermano del ex primer ministro del Reino Unido, por el amor de Dios. —Jason seguía mirando el paraguas sin cogerlo—. Bueno, vamos, no te quedes ahí —le espetó.
Rosemary miró alrededor y, señalando con un gesto de cabeza a Levine, Mitchell y Purvis, preguntó:
—¿Tres secretarios necesitas? Tendría que habérmelo imaginado. —Frunció los labios—. Los americanos no pueden hacer nada sin un séquito. —Se volvió y por poco no le metió una varilla del paraguas en el ojo a Jason—. Bueno, pero ahora estás con los malditos ingleses. Aquí somos mucho más prácticos. Toma. —Le plantó el paraguas delante—. No pensarás que estoy aquí porque me conviene para la salud, ¿verdad?
Jason cogió el paraguas con aire sumiso y Rosemary echó a andar deprisa.
—Y no creas que las cosas mejorarán en el funeral —prosiguió—. La presencia de Adrián atraerá a periodistas de toda Europa.
Jason miró a Jontil Purvis con preocupación. Sabía lo mucho que se divertía su secretaria viendo a la prima de su padre dándole órdenes. Lilian siempre había dicho que eran igual de tercos. De tal palo, tal astilla.
—Cooper, Grayson —dijo la tía Rosemary, llamando a los guardaespaldas, y señaló con la cabeza a los periodistas que se acercaban rápidamente. Los dos ex soldados de las SAS contuvieron a la rapaz prensa británica mientras un tercero abría paso entre el tumulto de paparazzi, camino del Bentley, que los esperaba a pocos metros.
—De Vere, soy del Mirror-dijo un periodista larguirucho, poniéndole las credenciales en la cara—. ¿Desde cuándo sabe que su hermano era gay?
—Malditos paparazzi británicos —masculló Jason, al tiempo que se disparaba un flash.
—¿Cree que su hermano fue asesinado? —gritó un periodista delgado y calvo—. ¿Un crimen pasional?
Jason enrojeció de ira desde la frente hasta el cuello.
—Tuvo un accidente de coche, por el amor de Dios.
—¿Es verdad que no se trataba con su hermano? —preguntó el periodista del Mirror con una sonrisa.
Jason lo apartó de un violento empujón y se encendieron más flashes.
—Agresivo como siempre, señor De Vere. —El joven, que vestía unos vaqueros gastados y una camiseta hablaba con un cortés acento británico—. Una buena foto para la edición del domingo. Muchas gracias.
—¿Sabía que su hermano estaba agonizando de sida? —preguntó otro reportero.
Jason se detuvo en seco. Cada vez estaba más enfurecido. Jontil le puso la mano en el brazo mientras él miraba a los periodistas con rabia.
—Jason —le dijo, agarrándolo con más fuerza. El la miró, intentando descifrar su expresión y se disparó otro flash.
—¡Salgamos de aquí! —Jason agachó la cabeza mientras el tercer guardaespaldas le abría paso. Lo siguió a ciegas hasta la puerta abierta del Bentley y montó, hundiéndose en el mullido asiento de cuero.
La tía Rosemary se enfrentó a los reporteros.
—Fuera —ordenó—. Márchense —insistió, apuntando el paraguas hacia un joven fotógrafo—. Dejen en paz a mi sobrino —dijo en tono amenazador.
Levine pasó el maletín por la puerta y echó a correr bajo el aguanieve para reunirse con Jontil en un segundo coche que los esperaba. La tía Rosemary montó en el Bentley con Jason.
Un reportero golpeó la ventanilla del coche.
—Los periodistas británicos son insoportables —gruñó Jason.
—Tú les has dado pie —replicó la tía Rosemary, mirándolo con desaprobación—. Siempre lo has hecho.
Más reporteros golpearon las ventanillas de cristal ahumado del coche.
—No me des lecciones, Rosemary. —Jason la miró enojado y dio unos golpecitos impacientes en el cristal que los separaba del chofer. El Bentley arranco con el embrague puesto, dando una sacudida, y Jason miró al frente con aire inexpresivo mientras Rosemary le servía un agua mineral. La aceptó de mala gana y el Bentley se lanzó hacia adelante con otra sacudida. Oyeron unas exclamaciones procedentes del exterior y, al volverse, Jason vio que un taxista londinense asomaba la cabeza por la ventanilla y lanzaba una mirada agresiva a su chofer.
—¡Aprende a conducir, abuelo! —gritó el taxista.
Jason arqueó las cejas con incredulidad.
—Ha insistido en venir él a recogerte —asintió Rosemary—. Nadie ha podido impedirlo.
Por primera vez en dos días, un amago de sonrisa cruzó el rostro de Jason.
—¡Pero si no ha conducido desde la guerra...!
El panel separador de cristal ahumado se abrió despacio y Maxim, que ya tenía más de ochenta años, se señaló el bigote rizado y encerado, al tiempo que asentía en señal de respeto.
—Desde la guerra de las Malvinas, señorito Jason. Si la memoria no me falla, usted estaba estudiando en Yale.
—Me alegro de verte, Maxim. —Jason sonrió con afecto—. ¿Estás seguro de que sabes conducir esta bestia?
Pasaron por delante de Westminster y el Parlamento. Maxim miró a Jason por el retrovisor.
—Es pan comido, señorito Jason —dijo, a punto de chocar con un autobús de dos pisos—. Cuánto me alegro de verlo, señor. Reciba mi más sentido pésame por la muerte de su hermano, el señorito Nick.
Jason se puso serio de nuevo.
—Gracias, Maxim. ¿Cómo está mi madre?
—Su madre es la serenidad personificada, señorito Jason, pero debo confesar que he instigado una pequeña operación de espionaje que ella, por supuesto, desconoce. Todas las noches, después de tomarse una copa para ir a dormir, la oigo sollozar. Me preocupa muchísimo, señor.
El Bentley dio una violenta sacudida, seguida de otra y de un chirriar de neumáticos. Todos los coches cercanos hicieron sonar el claxon y Jason y Rosemary intercambiaron una mirada mientras un taxista bajaba la ventanilla y blandía el puño, enfurecido, mirando a Maxim.
—Vuelve al asilo, maldita sea.
Maxim bajó la ventanilla, indignado, en el preciso momento en que el taxista le dedicaba un gesto obsceno.
—¡Qué impertinencia! —exclamó, levantando también el puño hacia el taxista, que ya se había marchado hacía rato.
—Tranquilo, tranquilo, Maxim —sonrió Jason.
Durante el trayecto, Rosemary abrió su maletín.
—El funeral será en la iglesia de All Souls, en Langham Place, en el extremo norte de Regent Street, cerca de la BBC. Era el único lugar del centro disponible con tan poca antelación.
Sacó un pliego de notas mecanografiadas con una antigua máquina de escribir.
—Lo normal. Tu madre teme la ceremonia. Como Adrian estará presente, la seguridad será una pesadilla. —Rosemary sacó un librito negro—. La lista de tu madre: siete parlamentarios laboristas y cuatro conservadores. El primer ministro. El portavoz de la Cámara, siete representantes menores de la realeza. Nueve lords. Ya sabes. Lo normal.
Jason miró al frente, incrédulo, mientras se saltaban un semáforo en rojo y sonaban más bocinazos.
—Dos representantes menores de la realeza europea —prosiguió, impertérrita, la tía Rosemary—, siete congresistas y senadores, el presidente del Banco de Inglaterra, el de Petróleos del Mar del Norte. —Sacó otro pliego de papeles—. Tu lista, por cortesía de Jontil Purvis. La lista de Adrián, que es enorme. Y, por supuesto, los amigos personales de Nick. —Hizo una mueca—. No es preciso decir que no se pondrán corbata negra. Ah, y Julia...
Jason se puso visiblemente tenso.
—Creía que estaba en Roma.
—Sí. Esta noche volará a Heathrow. Alex, Lily y su amiga se encontrarán allí con ella y luego irán a New Chelsea. —La tía Kosemary consultó su reloj —. Por poco nos cruzamos con ella. Lily irá mañana a las dos de la tarde a casa de tu madre para la comida de Navidad. Se quedará contigo hasta las siete. Adrian está en Babilonia. No puede venu antes y llegará a Londres la mañana del funeral.
—¿Qué día es el funeral?
—El martes, 28.
El Bentley dio una sacudida y frenó con un chirrido delante de una enorme mansión de Belgrave Square. Jason cogió el agua mineral antes de que el vaso saliera despedido de la mesilla.
Jason ya se había apeado mientras Maxim todavía intentaba abrir su portezuela. Le ayudó a hacerlo y Maxim sacó sus zapatos de talla cuarenta y tres de debajo del freno.
—Muchas gracias, señorito Jason.
—Maxim —dijo Jason—, creo que tendrías que hacer un curso de conducción para refrescar tus aptitudes.
Maxim, que medía un metro noventa, se apeó con dificultad del coche y miró a Jason con aprobación.
—Señor, ¿puedo decirle que está muy elegante?
Jason sonrió. Contempló la fachada blanca georgiana de la vieja casa londinense de seis pisos y recorrió la corta distancia que lo separaba del impresionante porche. Maxim lo siguió, llevándole el maletín. Rosemary puso la llave en la cerradura.
La puerta se abría a un magnífico vestíbulo de mármol, con techos de siete metros y adornado con unas imponentes cornisas georgianas. Un ramo de cuatro docenas de rosas de color marfil presidía la antiquísima mesa del vestíbulo.
Apareció una joven de uniforme.
—Ceci —le dijo la tía Rosemary—, ayuda a Maxim con las maletas del señor De Vere, ¿quieres?
Jason se quitó los guantes al tiempo que su cabeza se llenaba de recuerdos.
—Maxim —dijo—, me parece que mi madre, en su última carta, decía que te jubilabas.
El mayordomo frunció el entrecejo en señal de desaprobación.
—Jubilación es una palabra que sólo ha utilizado la señora Lilian, creo.
—No, Maxim —intervino la tía Rosemary, mirándolo enojada—. Ella no ha dicho nada de jubilación. Sólo ha sugerido que te tomes unas merecidas vacaciones.
Maxim miró a Jason con resignación.
—Y lo que yo le dije a la señora Lilian —explicó, con ojos llorosos—, fue que si ya no requiere mis servicios, es que mis capacidades están mermando. Llevo con esta familia más de treinta y cinco años...
—Tranquilo, Maxim —dijo Jason con una sonrisa—. Eres parte del mobiliario. ¿Cómo se las apañaría mi madre sin ti?
—Bueno, yo me marcho —dijo la tía Rosemary, sacudiendo el paraguas de Jason—. Estoy en casa de mi sobrina —anunció—. He pensado que sería mejor dejaros a solas a tu madre y a ti.
Rosemary se frotó las manos y luego, acercándose a Jason, le dio un fugaz beso en la mejilla y desapareció por la puerta principal.
—Perdone mi mal humor, señorito Jason —dijo Maxim, sacándose del bolsillo un pañuelo perfectamente planchado. Se enjugó las lágrimas y se sonó ruidosamente la nariz.
»Es por el señor Nick, su muerte. —Se sonó de nuevo—. Me ha alterado un poco.
Jason le puso la mano en el hombro.
—Nos ha alterado a todos. Lo sé, Maxim.
Maxim sacó una gastada foto de su cartera de piel.
—El señorito Nicholas cuando tenía cuatro años. Después de volar la leñera.
Con manos temblorosas, Jason cogió la vieja foto de un Nicholas muy chamuscado.
—Papá se puso hecho una fiera —recordó con una tenue sonrisa.
—Y la que es mi favorita del señorito Nicholas —murmuró Maxim.
Jason miró, paralizado, la fotografía en la que aparecían Adrian, Nick y él en el puerto de Nueva York, en la pasarela de un barco.
—Todavía la conservas —dijo asombrado.
—Es de mi álbum. —Maxim sonrió con ojos llorosos.
—Los hermanos... —murmuró Jason.
Miró hacia el descansillo del primer piso, hacia una inmensa puerta de caoba de doble hoja.
—La señora Lilian no ha salido de sus aposentos desde que recibió la noticia de la muerte del señorito Nick —anunció Maxim.
Jason emitió un suspiro.
—El ala Sur está preparada para usted como siempre, señorito Jason. Mi habitación sigue estando en el sexto piso. A la derecha. Si me necesita, llame al timbre de su vestidor. El desayuno se servirá en el comedor de la señora Lilian a las ocho en punto.
—No desayunaré, Maxim.
El mayordomo lo miró con expresión severa.
—Le prepararé una bandeja aparte, señor. La tendrá a las siete. Tres huevos, fritos por los dos lados. Zumo de naranja. La poco nutritiva tostada de pan blanco que se empeña en tomar. —Maxim frunció el entrecejo—. Y porridge con crema y whisky. Y permítame la temeridad pero, como lo he cuidado desde que estaba en el colegio, le recomendaría encarecidamente que no bebiera licor hasta después del funeral.
Jason miró a Maxim con una emotividad insólita en él.
—Te permito la temeridad, Maxim, viejo amigo —dijo en voz baja.
El mayordomo volvió a enjugarse los ojos.
—Iré a buscar los sedantes para la señora —dijo—. Buenas noches, señorito Jason.
Jason subió despacio las escaleras hasta la primera planta.
—Madre —susurró.
Abrió las puertas de caoba y se asomó al gran salón de estar, elegantemente decorado con antigüedades, tapices y mantas ligeras.
Lilian De Vere estaba sentada a solas en la oscuridad, viendo vídeos de Nick en edad escolar, de Nick con Adrián y Jason en Cape Cod, de Nick en la última fiesta familiar celebrada en vida de James De Vere.
Con mucha suavidad, Jason se inclinó y le cogió el mando a distancia de la mano.
—Madre —dijo en un susurro.
Lilian se sobresaltó y se volvió hacia Jason. Tenía la mirada nublada y le agarró las manos.
—Querido Jason —dijo al tiempo que encendía la lámpara de mesa con mano temblorosa.
Jason la miró con dulzura y contuvo una exclamación. Había envejecido de un día para otro. Siempre había sido muy delgada y elegante, pero ahora estaba demacrada. Llevaba el pelo plateado cuidadosamente trenzado y recogido en un moño y vestía un traje chaqueta negro con un broche de diamantes en la solapa. Sin embargo, aquella noche se la veía muy frágil y vulnerable.
Lilian lo estrechó contra sí con fuerza y, durante unos instantes, a Jason le costó no perder la compostura.
—Siempre fuiste como tu padre —murmuró, soltándolo por lin—. Tan fuerte, tan obstinado, tan decidido... —Se interrumpió—. Pero Nicholas...
Cogió una foto de Jason, Adrian y Nick de la mesa antigua que tenía al lado. La expresión de Lilian se volvió distante.
—Nicholas... era un espíritu libre... —agarró la mano de Jason y la estrechó con fuerza—. Primero tu padre... —Tiró de cl, atrayéndolo hacia sí—. Ahora, Nick...
Sonaron unos leves golpes en la puerta. Maxim hizo una ligera reverencia y entró un carrito con una bandeja de plata llena de canapés.
—Un tentempié, señora. —Maxim miró a Jason con aprobación—. Y sus sedantes. —Frunció el entrecejo y se dirigió a Jason—. Se niega a tomarlos, señorito.
—Dámelos —le dijo, tendiéndole la mano—. Se los tomará.
Puso las tabletas en la mano de Lilian y le dio un vaso de agua.
—Bebe, madre —la instó—. Con todo el asunto del funeral, tienes por delante unos días muy llenos de tensión.
Lilian esbozó una leve sonrisa.
—Lily vendrá a celebrar con nosotros la comida de Navidad —dijo.
—Lo sé. Bebe. —Jason le sonrió con cariño y Lilian se tomó el sedante.
—Buena chica, así me gusta.
—Señora Lilian, si necesita algo de noche, llámeme —dijo Maxim, que hizo una reverencia antes de desaparecer por la puerta del salón.
—Es tarde, madre. —Jason se puso en pie—. Mañana será una jornada muy larga y necesitas descansar.
Ayudó a Lilian a ponerse en pie y se quedaron unos instantes a solas en la penumbra.
—Echo de menos a Nick —susurró Jason al cabo.
Lilian le cogió la cara entre las manos y lo miró fijamente a los ojos.
—Cuando era muy pequeño, Jason —dijo con dulzura—, tú eras su héroe. Toda su vida confió en tu fortaleza, la fortaleza que sabía que él no tenía. —Estrechó a Jason con fuerza—. Te quería, Jason —declaró y lo besó tiernamente en la cabeza como hacía cuando era un niño.
—Era demasiado blando —susurró Jason—. Y era un estúpido. —Sus ojos se llenaron de lágrimas—. Un estúpido, pero yo lo quería, madre.
Jason salió de la sala, dejando a Lilian sola en la oscuridad.