ENERO
8 de enero, sábado
El tiempo ha sido el factor determinante de esta primera semana. Intensas nevadas, esfuerzo continuo por mantener un sendero abierto, imposibilidad de sacar el coche. Por las mañanas he quitado varias veces la nieve de delante de nuestra cerca con una pala, y eso me ha producido tales trastornos cardíacos que he tenido que dejarle a Eva el trabajo de limpieza propiamente dicho (trabajo duro de varias horas). Desde ayer fuerte deshielo, pero fuera hay todavía masas de nieve, fuera, y el coche sigue encerrado: he ido a la ciudad en tranvía y a pie y he vuelto agotado. El corazón me preocupa ahora constantemente, y sin embargo cada vez estoy más gordo y fumo más. Y este mes ya me resulta realmente imposible mantener el seguro de vida. El 31 Eva se acostó pronto, yo leí en voz alta el estupendo libro de Körmendi[1], a las doce ella se levantó un ratito, y tomamos tres aguardientes. El día de Año Nuevo nos dedicamos a trabajar cada uno en lo nuestro, yo empecé con Colardeau[2]. (Le sigue ahora Dorat[3]: voy despacísimo.) Johannes Köhler, del que no sé nada desde el verano, tampoco me ha felicitado el Año Nuevo. El día 4 le escribimos nosotros para felicitarle; no ha habido respuesta. – Durante las semanas pasadas, la campaña antijudía se ha intensificado. El motivo está en el nuevo fascismo de Rumania[4]; Alemania acompaña y celebra el antisemitismo de ese país. La carta al banquero Bacharach ha tenido consecuencias bastante molestas; en lugar de responder a mi carta privada con otra carta privada, él la transmitió al Warburg-Institut[5] (¿qué es eso?), allí una cierta doctora Gertrud Bing hizo dos copias y las envió a mi viejo amigo Demuth[6] y a una Society for the Protection of Science and Learning. Y hoy, otra vez Demuth: Vuelva usted a enviarnos tres curricula, etc., seguiremos buscando. Puro trabajo de escribir, pérdida de tiempo, molestias, desesperanza. No obstante, esa señorita Bing me ha escrito también que va a tratar de proporcionarme una conferencia en Londres, y me pregunta si conozco al doctor Gutkind[7], que es ahora lector de italiano en Londres. Yo le he contestado que sí, que habíamos sido casi amigos y que él podría dar los informes necesarios sobre mí. – ¿Qué significa todo esto? No sólo no hay perspectivas, es que las mismas perspectivas me dan miedo. Eva y la casa y el jardín, y yo que no hablo idiomas: ¿cómo iba a funcionar todo eso? Pero aquí ¿qué va a ser de nosotros?
11 de enero
Así pues, he escrito y enviado un curriculum y mi lista de publicaciones. Entre los documentos que adjunto a este diario está ahora el nuevo curriculum junto a la versión francesa de mayo de 1935; es menos emocional, soy ya incapaz de insistir en mi germanidad, la ideología nacional, en su totalidad, se me ha ido bastante a pique. Escribir todo eso ha sido muy molesto y me ha llevado mucho tiempo. El resto del tiempo se lo ha llevado hoy ir en coche a la compra. Lo peor de la nieve ha pasado, pero sigue siendo horriblemente difícil y molesto conducir el coche. Yo quería ir a comprar cigarrillos a la tienda del viejo judío Weinstein, a quien he mencionado ya varias veces; ha muerto hace cuatro semanas y su mujer ya no vive en la Polierstrasse. Murió del corazón, sin duda mi compasión proviene sobre todo del miedo egoísta que siento yo mismo.
18 de enero, martes
El viernes estuvo en casa Berthold Meyerhof; tenía que ajustar cuentas con un industrial del que había sido representante, y se despidió de nosotros: a principios de marzo se va con su mujer a Estados Unidos, de la absoluta falta de esperanza a lo inseguro. Dijo que por dondequiera que iba tenía la misma impresión que en 1918, que había el mismo ambiente que entonces. Pero no puede esperar y tampoco quiere; le han erradicado por completo su antiguo patriotismo, muy auténtico, heredado de su padre, y desea ardientemente ser americano. – Mi forma de sentir es la misma. Venga lo que venga, nunca volveré a confiar, nunca volveré a sentirme parte integrante de una nación. Eso me lo han quitado, por así decir, retrospectivamente; son demasiadas cosas las que yo tomaba antes a la ligera, que consideraba molesto fenómeno parcial y ahora veo como típicas y comunes a toda la germanidad. El superlativismo, que constituye un signo característico de la lengua del Tercer Reich, es distinto del americano. La gente de Estados Unidos se vanagloria de un modo infantil y espontáneo, la vanagloria de los nazis es una mezcla de megalomanía y de crispada autosugestión. Una de sus palabras preferidas es «eterno». Hemos encontrado, dijo ayer Ley en la inauguración de varias escuelas hitlerianas, «el camino de la eternidad». Un ejemplo característico del primitivismo con que se miente y se silencia y se tergiversa todo han sido, durante las semanas pasadas, las noticias sobre la batalla de Teruel. Primero entraron hordas bolcheviques en ese pueblo insignificante; después fue liberada la heroica guarnición de la plaza fuerte de Teruel, el «estado mayor» de los rojos fue hecho prisionero y su nuevo ejército aniquilado. Después seguía habiendo en la ciudad «nidos de bolcheviques»; después, probablemente por incompetencia del comandante del destacamento, las tropas nacionales se retiraron de aquella plaza tan poco importante, en la medida en que no habían sido hechas prisioneras por la traición del comandante, que se había rendido para no ser juzgado en consejo de guerra; después se acordó que la Cruz Roja evacuara del seminario-ciudadela los 300 muertos y 700 heridos, pero los bolcheviques faltaron a su palabra y, nada más abrir las puertas, asesinaron a la guarnición. Y el lector tiene que creerse todo eso, tiene que tragarse siempre lo que viene cada día en todos los periódicos, porque todos los periódicos dicen única y exclusivamente lo que se les ha ordenado que digan.
Vida perfectamente solitaria, cada vez más reducida a nosotros mismos. Johannes Köhler, efectivamente, no ha respondido a mi felicitación. El mal tiempo –después de las nevadas, tormentas de foehn[8] e intensas lluvias– y la escasez de dinero, que convierte en una pesadilla la compra de gasolina, nos retienen en casa. Eva pinta armarios, se dedica a la carpintería y a la artesanía como si fuésemos a quedarnos en nuestra casita por toda la eternidad; yo le doy vueltas todo el día a mi Dix-huitième, con las viejas dudas de siempre, con el mismo lento progreso de siempre y sin embargo con cierto éxito. Hoy he terminado de escribir a máquina el capítulo Colardeau-Dorat (pasar del manuscrito a máquina significa siempre reelaboración). Aún falta corregir todo y escribir las notas: unos cuatro días. Entonces, 8 páginas de texto mecanografiado habrán necesitado tres semanas largas. Pero I can’t help: son buenas y no sólo copia de otros.
La única salida en coche de los últimos tiempos, aparte de varios viajes a la biblioteca, ha sido a casa de la señora Schaps: tardía felicitación de Año Nuevo. El jueves iremos a cenar a su casa. Despedida; después se irá de viaje por el mundo con sus hijos, que ya han emigrado definitivamente y están en Suiza. Desde hace semanas leo en voz alta por la noche: Kormendi, Despedida del ayer. En el fondo, la tragedia del judío que ha visto frustrados sus deseos de asimilación. Y además, una elegía al liberalismo. Ese libro se ha quedado por error en la biblioteca circulante, por un error casi inconcebible, probablemente protegido por su grosor: ¿quién se abre paso a través de 1.000 páginas?
31 de enero, lunes noche
Adjunto aquí como documento la carta que me ha escrito hoy Martin Sussmann, por lo general un hombre tranquilo, sobre la expulsión, sin explicaciones y sin demora alguna, de Kate, su hija enferma. Me ha enviado al mismo tiempo los sellos conmemorativos del 31 de enero de 1938 (cinco años de Tercer Reich). En el periódico había un símbolo: un joven cruza la Puerta de Brandeburgo llevando la antorcha del honor y de la verdad.
Los actos de ayer sí me han causado una fuerte depresión: ya no creo en serio poder vivir el cambio; y ahora esta carta. Se puede observar en ella también cómo los médicos no arios han sido excluidos de la noche a la mañana de los seguros privados de enfermedad. Durante las últimas semanas, por cierto, otra vez ha pasado a primer plano el antisemitismo (esto varía: a veces son los judíos, a veces los católicos y a veces los pastores protestantes); ayer hubo aquí una campaña organizada por Mutschmann para desjudaizar el Weisser Hirsch[9].
Por dos conductos diferentes –Berthold Meyerhof, de Berlín, la señora Lehmann, de Dresde– me ha llegado, con garantía de autenticidad y no como chiste, lo siguiente: en los exámenes de alumnos de colegios o de aprendices se hace esta pregunta capciosa del género ideológico: «¿Qué vendrá después del Tercer Reich?». La respuesta tiene que ser: «Nada, el Tercer Reich es la Alemania eterna». En los dos casos que me han contado sucedió que los pobres chicos respondieron con toda inocencia: «El Cuarto Reich». Los suspendieron a los dos sin tener en cuenta lo que realmente sabían.
En el noticiario del cine se ve: la artillería japonesa elimina del territorio chino conquistado los últimos núcleos de resistencia. Y se ve también –enternecedor– cómo dan de comer los japoneses en Shanghai, donde ahora impera una disciplina de hierro, a los refugiados chinos que han regresado. (Idílicos rostros radiantes de felicidad de niños chinos comiendo.) La propaganda actúa, pues, totalmente conforme al esquema de la novela de caballería: el japonés es el héroe bondadoso, que ayuda y que aporta la paz. Exactamente así fueron durante algún tiempo las escenas del bando nacional español. Y los chinos van transformándose ahora poco a poco en bolcheviques. Sólo me asombra que aún no se hayan convertido en judíos.
En la cena de despedida el otro día en casa de la señora Schaps, el viejo juez Moral dijo que él «por principio, no leía novelas, porque sólo traían embustes». (¡Eso, de verdad, lo ha dicho con toda tranquilidad y plenamente convencido un viejo juez judío, hombre muy agradable, en el año 1938!) Yo: En las novelas hay muchas veces más verdad que en la historia. Protesta. Yo: Una de dos: o el historiador no ha sido testigo presencial, y entonces tiene que apoyarse en documentos y por lo tanto no sabe nada con absoluta exactitud, tiene que hacer una interpretación subjetiva. O ha sido testigo presencial, y entonces sí que realmente no sabe nada de los hechos objetivos… ¿Cómo nace la historia? Siempre tengo que pensar en la criada de Picknick in Peking, que les da órdenes a los guardias de la embajada… ¿Qué sé yo de la historia vivida? He estado en la guerra, he vivido muy de cerca la revolución y el Tercer Reich: que sais-je? ¿Y quién sabe más? Y en todo esto: ¿quiénes fueron realmente los que movieron el mundo? ¿Han sido de verdad Hitler y Goebbels? Uno podría ser muy religioso o totalmente arreligioso: porque hay algo o alguien que lo maneja todo, los hombres sólo se hacen la ilusión de que son ellos quienes mueven las cosas.
Y día tras día, cada día más, me preocupa esta trivial antítesis: se crean cosas tan impresionantes, radio, aviones, películas sonoras, y no hay manera de eliminar la estupidez, el primitivismo y la bestialidad más demenciales. Todos los inventos acaban en muerte y en guerra. – Angustiosa escasez de dinero, me visto literalmente de andrajos (mi chaqueta está deshaciéndose, mis guantes sólo son agujeros apenas unidos unos con otros, y lo mismo pasa con los calcetines), más de la mitad del dinero del mes se va el primer día con los gastos fijos. A pesar de todo, después de un larguísimo intervalo, en los últimos días hemos ido dos veces al cine. Una película de ópera, Gigli-Cebotari[10], Mutterlied, muy sentimental, agradable, un poco aburrida. Pero ayer en la primera sesión de la tarde, en el Schauburg, muy lejos, en la Königsbrücker Strasse (al mismo tiempo uno de nuestros raros paseos en el coche, que por cierto cuando íbamos a casa de la señora Schaps se puso burro y se paró, lo tuvimos que dejar en la gasolinera, tomamos el tranvía y llegamos tarde), así que ayer La habanera[11], con Zarah Leander, impresionantemente buena […]
Léonard[12], listo para la imprenta. El resultado de enero de 1938: 13 páginas mecanografiadas, Colardeau, Dorat, Léonard.
FEBRERO
19 de febrero, sábado
[…]
Mañana otra vez «Reichstag». Que sigue reuniéndose en la ópera de segunda fila de Berlín, en la Opera Kroll. Simbólico. El Führer –¡el mundo en espera del discurso del Führer!– dirá probablemente que desde el 4 de febrero él es su propio ministro de la Guerra y que ha destituido a Blomberg y a Fritsch, y que la Austria alemana ya está medio anexionada. Y todo sigue en calma, en Alemania y en el mundo. –Ayer, cuando inauguró en Berlín la exposición automovilística y habló del auge económico y de los «errores y crímenes» del gobierno anterior, comprendí de pronto el principio básico de todo el lenguaje del Tercer Reich: la mala conciencia; su triple tono: defenderse, alabarse, acusar; nunca, en ningún momento, una declaración tranquila.
El otro día, antes de la película La habanera, vimos una serie de escenas a cámara rápida sobre la vida de las plantas: defensa, sueño, etc. Recordando eso: no existe la línea «inconsciencia vegetativa, vida instintiva, vida consciente»; sino el círculo «inconsciente, consciente y otra vez inconsciente», porque en lo más alto de lo espiritual está la inspiración y es un fenómeno tan inconsciente como el crecimiento del pelo. Pero eso no dice nada en contra del intelecto. Este tiene una doble posición: primero dentro de ese círculo, después por encima de ese círculo. Sólo él comprende, reconoce, domina. La falta de consciencia, el sentimiento, la inspiración, la fusión con la naturaleza, etc., etc., sin él, produce en el arte balbuceo y no arte; en la vida, arbitrariedad, destrucción, guillotina. Esto tiene que ir un día al capítulo final de mi Dix-huitiéme […]
23 de febrero, miércoles
La situación, desesperante al máximo. El discurso de Hitler en el Reichstag, como una amenaza de guerra (fortalecimiento del ejército), ni una palabra sobre su golpe militar. En Austria impera el nacionalsocialismo, y no sólo todo está en calma sino que la política inglesa ha sufrido un vuelco; Eden[13] se marcha, Chamberlain[14] negocia con los italianos triunfantes, anuncia que negociará con Alemania, le da una patada en el trasero a la Sociedad de Naciones y por esa proeza recibe en la Cámara de los Comunes 330 votos contra 168. Pero a veces me digo: ¿Qué cambiaría para mí en el Cuarto Reich, cualquiera que fuere su índole? Probablemente empezaría entonces para mí la soledad sin límites. Porque nunca podría volver a confiar en nadie, en Alemania, ni a sentirme alemán con naturalidad. Me gustaría enormemente emigrar al extranjero, en especial a Estados Unidos, donde sería un extraño de un modo natural. Es imposible, estoy atado a este país y a esta casa para el resto de mi vida. Hace poco, una información publicitaria de la Sociedad de Vigilancia Pública. Enumeración de sus éxitos del año pasado: impedir equis robos; impedir equis incendios; denunciar equis delitos, una profanación de la raza[15].
Dix-huitième: Parny[16], terminado del todo; preparado el horrible Lebrun-Píndaro[17], que por fin conseguí encontrar en Berlín (no había edición ni aquí ni en Gotinga). Todo resulta demasiado largo, y no creo ni en el final de este opus ni en el final del Tercer Reich. Pero en el final de mi dinero, en eso sí tendré que creer. Estas últimas semanas se han vuelto cada día más insoportables, y en marzo la penuria será aún mayor.
[…]
Profundísima soledad.
MARZO
1 de marzo
Hoy, martes de carnaval, acto carnavalesco en Berlín: Hitler le ha entregado con gran solemnidad el bastón de mariscal al Generalfeldmarschal Göring. No tienen el menor sentido de su propia comicidad. (Como Victor Hugo, que le grita al estenógrafo del parlamento: «¡Consigne usted que ha habido risas!».) Su comicidad consciente es esa actitud infame con los indefensos: hoy, aquí en Dresde, en un desfile de carnaval: «Exodo de los hijos de Israel». Probablemente como preludio a la semana de propaganda (mítines y desfiles) que empieza el 4 de marzo: «Paz entre los pueblos o dictadura de los judíos». – El domingo, al cabo de varios meses, hicimos una pequeña excursión en dirección «Cruz de Versalles», más allá de Radeberg; allí estaba ese letrero en una faja de tela que cruzaba la calle. (Por cierto, un tiempo todavía muy invernal, mucho frío y los árboles sin hojas.)
[…]
Hoy he dejado a Lebrun listo para la imprenta.
20 de marzo, domingo
Las semanas pasadas han sido las más desoladoras de nuestra vida.
El monstruoso acto de violencia de la anexión de Austria[18], el monstruoso aumento de poder dentro y fuera, Inglaterra y Francia indefensas y temblando de miedo, etc. No veremos el fin del Tercer Reich. Desde hace ocho días ondean las banderas, desde ayer hay pegado en cada poste de nuestra cerca un gran papel amarillo con la estrella de David: Judío. Se previene contra la barraca de apestados, desprovista de bandera. El Stürmer ha desenterrado el crimen ritual de rigor; a decir verdad, no me asombraría si dentro de poco me topara en el jardín con el cadáver de un niño.
Unos días antes de la anexión llegó una carta de la Wengler, de quien tengo 12.000 marcos de hipoteca hasta julio de 1942. Por un error del banco, este mes había habido una semana de demora en el pago. La carta, sin encabezamiento personal, amenaza con tomar medidas judiciales y da el «aviso de rescisión». La póliza de seguros está agotada. Todavía quedan cuatro años, pero no creo que me dejen seguir en esta casa cuatro años. Los contratos editoriales con los no arios han sido anulados: ¿por qué no van a invalidar también los contratos de hipoteca?
30 de marzo, miércoles noche
A veces, la misma terrible y desoladora situación me procura un cierto consuelo. Esto es el tope; ni lo malo ni lo bueno suelen durar en grado superlativo. La hybris, la brutalidad, el cinismo de los vencedores en sus «discursos electorales» son tan monstruosos, las injurias y las amenazas al extranjero adquieren formas tan demenciales que alguna vez tiene que venir el contragolpe. Y nosotros dos nos hemos acostumbrado tanto a nuestra estrechez y a nuestra vida precaria que muchas veces vienen horas soportables. La lectura en voz alta por la noche, el trabajo del Dix-huitième, por muy inútil que sea. Hoy quedó terminada la pequeña parte teórica sobre la poesía didáctica y descriptiva. ¿Recopilación de aquí y de allá o pensamiento propio? ¿Con valor, sin valor? En cualquier caso, he escrito, he trabajado.
He aquí cómo nacen las leyendas en pleno siglo XX. Vogel, el comerciante, me cuenta muy serio y lleno de verdadero pavor algo «totalmente cierto y de fuente fidedigna», que circula clandestinamente porque propagarlo se castiga con la cárcel. En Berlín, un hombre lleva a su mujer a dar a luz a la clínica. Sobre la cama cuelga un cuadro de Jesucristo. El hombre: «Señorita, este cuadro hay que quitarlo, que lo primero que vea mi hijo no sea la imagen de ese judío». La enfermera dice que ella no puede hacer eso sin permiso, que dará parte. El hombre se va. Por la noche, telegrama del médico: «Tiene usted un hijo. El cuadro no hace falta quitarlo, el niño es ciego».
La señora Lehmann, la asistenta, me ha enseñado el boletín de notas de su hija de quince años, al terminar la escuela profesional: muy bien en conducta. Einsatzbereit [‘preparada para la acción’].
Antes de que hubieran transcurrido ocho días desde la anexión de Austria, se veía en un escaparate del Altmarkt el mapa geográfico de la nueva «Gran Alemania». Tiene que haber estado impreso mucho tiempo antes de todo el asunto.
[…]
ABRIL
5 de abril, martes
Ayer una esquela anunciando la muerte de Felician Gess[19], a los setenta y ocho años. Su único trabajo parece haber sido una publicación sobre el duque de Sajonia Luis el Barbudo[20] y sus relaciones con Lutero. Pero fue siempre un alemán a carta cabal y en 1920 se opuso a que me dieran la cátedra. Ahora, mis más íntimos enemigos de la universidad, los dos Förster de los tres ojos[21]y Don Quijote Gess, están en el Walhalla y espero no volver a verlos jamás. Pero por un lado: qué pequeños y divertidos me parecen ahora mis combates y mis disgustos de entonces; y por otro: qué hondo arraigo tiene la ideología hitleriana en el pueblo alemán, qué bien preparada estaba su doctrina de la raza aria, de qué modo tan indescriptible me he engañado a mí mismo durante toda mi vida al sentirme parte de Alemania, y qué totalmente desprovisto de patria estoy ahora.
Entre las diarias profesiones de fe en Hitler de los periódicos, ayer una de Kowalewski: El nos ha sido enviado por la Providencia. Tal vez tenga razón Kowalewski[22], en cualquier caso desde hace cinco años la Providencia le concede a Hitler todos los deseos que puede leerle en los ojos, y si alguna vez le llegara a resultar molesto, él será más poderoso que ella.
Ayer, Baldur von Schirach ha declarado Braunau[23] lugar de peregrinaje de la juventud alemana. Hoy, las disposiciones de Goebbels para el sábado antes de las «elecciones». Uno piensa siempre que esta comedia ha llegado a su cima pero luego aparece otra cima más alta. Esta vez son dos minutos de parada del tráfico, y al silbido de las sirenas se une el de las locomotoras, y en el aire vuelan en círculos «sobre toda Alemania» escuadrillas de aviones.
Roucher[24], terminado; pregunta, un poco coqueta, a la biblioteca en la carta adjunta. Ahora quiero pasar a máquina las páginas terminadas del capítulo sobre la épica y después dedicarme a Delille. Sobre todo, no pensar en lo absurdo de esta empresa.
Grete nos ha pedido otra vez que vayamos y ha enviado 50 marcos; es muy conmovedor y muy humillante.
10 de abril, domingo tarde
Hoy la «votación», el «día del Reich de la Gran Alemania»[25]. Anoche repique de campanas durante una hora, mezclado con una especie de zumbido, probablemente la retransmisión por radio del repique de campanas en Viena o en Berlín. Eso unido al rojo y al humo de los desfiles de antorchas flotando sobre la ciudad, ventanas iluminadas incluso aquí arriba en nuestra soledad.
Desde hace días, cada vez es más evidente el caudillaje por la gracia de Dios. En el periódico, continuamente: El es el instrumento de la Providencia –que se seque la mano que escriba un no–, el voto sagrado… Por doquier grandes facsímiles del placet de los obispos austriacos. Estamos pensando si no se hará coronar emperador. Como ungido del Señor, cristianamente. Con todo esto me he planteado por primera vez la pregunta de por qué la proclamación del emperador en Versalles (siendo Guillermo I un creyente convencido) tuvo lugar sin sombra de religiosidad, como un acto meramente político. No me interesa la respuesta (Guillermo probablemente sólo se sentía «por la gracia de Dios» rey de Prusia, el título de emperador fue para él un embarazoso asunto político), eso no me interesa, sino la pregunta misma, que me planteo después de haber aceptado ese hecho, casi durante cincuenta años, como algo normal. Ahora me interrogo muy a menudo sobre cosas (por ejemplo de índole lingüística) que han sido para mí clarísimas a lo largo de cincuenta años. Asunto importante para la tiranía de cualquier tipo es la represión del afán de preguntar. Y eso es facilísimo. Si yo, profesor, etc., ejercitado en el pensar durante toda una vida, no me he planteado tantas y tan inmediatas preguntas a lo largo de cincuenta años, ¿cómo se le va a ocurrir al pueblo preguntar? En realidad, ni siquiera hace falta que le obliguen a lo contrario.
El jueves, el profesor Von Pflugk estuvo examinando nuestras gafas. Hacía tiempo que no íbamos a su consulta porque nunca nos cobra. Siempre nos trata como a amigos, con verdadero afecto. Era el día después de un discurso de Goebbels en Dresde. («El conquistador de Berlín –nuestro doctor Goebbels– habla ante 20.000 compatriotas: júbilo delirante». Tales eran los titulares de los periódicos.) Pflugk echó una mirada en la sala de espera vacía, nos cogió a cada uno de un brazo, se inclinó hacia nosotros y nos dijo en voz muy baja, antes de hablar de ninguna otra cosa: «Ha estado aquí un paciente que fue ayer a lo de Goebbels. En medio del silencio sepulcral de los que escuchaban, uno gritó: “¿Sabéis lo que sois? ¡Sois todos unos canallas, todos vosotros sois unos canallas!”. Entonces dos hombres se le echaron al cuello y se lo llevaron. ¡Por lo que más quieran no lo cuenten ustedes!». – Como es natural, por la tarde se lo conté a Natcheff en la biblioteca circulante, y como es natural, también en voz muy baja. «Aquí somos una central de agitadores», dijo, «¡si usted supiera todo lo que se cuenta aquí!» Y al punto, a un cliente que entraba: «¡Heil Hitler!». – Después, Pflugk estuvo lamentándose y protestando violentamente. Dice que no le han permitido aceptar una invitación a un congreso de oftalmología en El Cairo, porque no se fían de él; y que él oye y ve cosas horribles y muchísimo descontento. Yo dije: «Y el domingo, todos ellos recibirán sus 50 millones de votos». Él, con vehemencia: «Yo tengo que hacerlo». Es eso: todos tienen que hacerlo; han idiotizado a la mitad de la población, nadie cree en el secreto del sufragio y todos están muertos de miedo.
18 de abril, lunes de Pascua
Después de una larga pausa, dos excursiones. Ambas mitad recreo, mitad, casi tres cuartas partes, obligación y esfuerzo. El Viernes Santo, el primero y único hermoso día de primavera, a Piskowitz, a almorzar, regreso a las siete. Una niñita muy rica, nacida en enero; conejos, palomas, gallinas, ocho cochinillos, tres cabritillos, dos vacas, colmenas, árboles frutales. Pero no aprecio mucho ese amor a los animales de los campesinos, con la vista puesta en el cuchillo del matarife. El marido en un estado terrible de agotamiento, cada día ocho o nueve horas en la cantera, aparte del trabajo del campo, Agnes también muy delgada, pero los niños limpios y bien educados y contentos y todos los de esa familia, seguramente la gente más feliz que conozco, se sienten seguros en esta vida y en la otra que tienen garantizada. Cordial acogida.
– En la Schlageterplatz, junto a Pulsnitz, han quitado la gran cruz negra de Versalles.
Después volvió el frío, más nieve que lluvia. No obstante, nos decidimos ayer a ir a Leipzig a ver a Trude Öhlmann, un viaje que habíamos aplazado muchas veces. Por suerte, las dos sillas que queríamos llevarle tuvieron cabida en el coche cerrado […] Trude Öhlmann tiene ahora un piso propio, pequeñísimo. Se queja del hijo veinteañero. Eva dice: tragedia americana; el chico quiere «ser elegante», «salir», etc., no tiene la menor comprensión con la extrema pobreza de su madre. (Se había ido de excursión en bicicleta.) Ella habló de la biblioteca, de las cosas que le contaban allí confidencialmente, bajo secreto profesional. Varias semanas antes de la ocupación de Austria hubo que hacer para la Gestapo controles muy precisos de libros y periódicos para saber qué profesores y literatos austriacos tenían publicaciones antifascistas. Después, todas esas personas fueron detenidas inmediatamente. Ahora se está haciendo el mismo trabajo para el territorio checo. Parece que dicen: Ahora, lo primero, Checoslovaquia. Luego el «pasillo», pero de mutuo acuerdo, dándole nosotros un trozo de Lituania a Polonia.
Hoy, como he dicho, muy cansado. Por la mañana he leído en voz alta bastante tiempo (mientras no paraba de nevar) a Sayers[26] […]
Por la tarde, tranquilicé mi conciencia escribiendo la primera media página del capítulo sobre Delille. Todo este libro de los poetae minores es demasiado largo y un opus ya de por sí. Pero para qué rehacerlo; tengo que seguir adelante y llevar a término la totalidad de la obra. Qué bien que no tenga alternativa. Si pudiera llevar a cabo algún trabajo de más provecho inmediato, un trabajo pagado, seguro que lo haría. Tal y como están las cosas, la cuestión del valor intrínseco y de las posibilidades exteriores de éxito –del primero dudo un día sí y otro no, de las segundas cada día y cada hora– es perfectamente superflua. No tengo nada mejor que hacer, no puedo permanecer inactivo: por lo tanto, hago esto. – Ojalá me quedara tiempo aún. No pasa día sin que sienta el corazón. Pero ¿de qué sirve estar con la vista fija esperando el final? Así que, adelante. Y si después me queda tiempo: la Vita. Y después Lingua tertii imperii. Y después estudiar inglés y la literatura norteamericana. Y antes viajar a placer por Inglaterra y Estados Unidos. Probablemente no llegará a realizarse nada de eso. Pero lo más sensato es decirse siempre: ¡Tal vez sí! y obrar en consecuencia. Y si no se tienen alternativas, uno se decide por la opción más sensata.
28 de abril
Viaje a casa de Grete: Strausberg, Berlín, Francfort del Oder, del 23 al 27 de abril. En total unos 800 kilómetros […] Grete en buena forma, cordial pero tiránica, obsesionada con sus líos de familia, me ha metido a mí en su contencioso con los Sussmann. Lunes, 25 […] con Grete a Berlín […] A las cuatro y media en casa de los Sussmann, él y Lotte, que se ha puesto muy fea, treinta y tantos años. Muy cordiales, tomamos café en su casa […] A las seis otra vez en el café de la Güntzelstrasse y regreso. Martes, 26 […] excursión muy agradable a Francfort del Oder. Nos llevamos a la señora Kemlein, como premio por lo bien que cuida a una persona tan extraordinariamente mimada como Grete […]
De Sussmann sólo quiero decir hoy que ha afirmado tajantemente que se han falseado los resultados de la votación del otro día. Que Hitler no recibió ni el 50%, que en un caso concreto de la provincia de Brandeburgo se habían contado 83 votos afirmativos, y que los votantes habían sido 583. Yo no lo creo: la mayoría de la gente ha escrito el sí por miedo a que violen el secreto del voto […]
MAYO
3 de mayo, martes
Hitler ha salido ayer con un gran séquito camino de Italia. En los comentarios de la prensa, por primera vez: el Sacro Imperio Germánico[27]. Empleada con ocasión de un viaje a Roma, la palabra sacro no puede ser más grotesca. Al mismo tiempo informan sobre el fastuoso recibimiento que se le ha hecho en Italia. Constantemente, y cada vez con más superlativos, los componentes de americanismo, tecnicismo, automatismo y deificación. Por lo demás, es un encuentro de los dos hombres «que han creado la nueva Europa». (Poveretto d’un re d’Italia!)[28].
Ayer ganamos 74 marcos en la lotería. Al punto nos pusimos a hacer planes para gastarlos alegremente en alcohol y gasolina.
Hoy, Delille completamente mecanografiado. De momento, otra vez estancamiento y depresión.
Hace poco me di cuenta de que la relación entre padres e hijos, por estupenda que sea, nunca es sincera. Siempre sigue habiendo entre ellos una cierta extrañeza. El joven tiene una cariñosa indulgencia con el viejo retrógrado, el viejo, una cariñosa indulgencia con el joven inmaduro: al final, se engañan a sí mismos, silencian lo que es decisivo. A mi padre no puedo comprenderlo de verdad hasta ahora, que también soy viejo y que lo juzgo históricamente a partir de su tiempo. Que no era el mío. Porque el tiempo de una persona es el tiempo de su desarrollo. Yo, naturalmente, tampoco comprendo a los jóvenes de hoy.
10 de mayo, martes
Ayer seguíamos con la calefacción puesta, hoy ha subido un poco la temperatura pero aún hace bastante frío.
Gracias a los 74 marcos de la lotería, una vida algo más opulenta. ¿Inconsciencia? Ahorrar de manera que podamos mantener el seguro de vida, cubrir la hipoteca, eso no nos es posible. Desde hace tiempo dejamos que las cosas vengan como tienen que venir y le sacamos a cada día que pasa todo el provecho que podemos. (Sólo en lo que toca a mi trabajo tengo obstinadamente en cuenta el futuro. El capítulo didaxis recién terminado, empezada la lectura para la tragedia.) […]
Esta noche regresa el Führer de Italia. Llamamiento de Göring para que se le dispense un recibimiento triunfal, para que le mostremos nuestra honda felicidad, nuestra inmensa gratitud (creo que cito bastante literalmente); obligación de «poner banderas hasta nueva orden». En este plan estamos desde hace ya muchas semanas: Viena, regreso de Viena, cumpleaños, fiesta del 1 de mayo, viaje a Italia. ¿Cómo quieren intensificarlo más aún? ¿Qué tienen preparado? Ayer (también soy fatalista en cuanto a estos apuntes, supongo que no registrarán mi casa, y caso de que la registren, no leerán todos los manuscritos), ayer, pues, me dijo Berger, el verdulero de la Hermann-Góring-Strasse: «Hoy, a las siete y media, voy a buscar la emisora secreta alemana, yo la encuentro en onda corta». – ¿¿?? – «Sí, un amigo mío la escuchó ayer. Está funcionando una emisora clandestina alemana. Ayer dijeron allí literalmente: “Ese canalla está ahora en Italia”». Hay en Alemania, seguro, equis Berger. Todo ese pueblo llano tienen muy buena formación técnica, están mejor formados que yo. Y Berger, ex combatiente, un hombre tranquilo, de unos cuarenta años, no es comunista en absoluto. Por otra parte consigno lo siguiente: en la Landesbibliothek hay un bedel que desde hace años me tiene un cariño enorme, que me dio un apretón de manos la primera vez que me vio después de que me prohibieran entrar en la sala de lectura, que seguro, segurísimo, no es un nazi. Ayer nos saludamos otra vez muy amablemente. Pero ayer llevaba el emblema del Partido. Seguro que hay millones de afiliados al Partido como él.
Durante la visita del Führer, el papel más lastimoso (tan absurdamente lastimoso como nunca lo hubiese creído posible en los italianos) lo desempeñó el pequeño rey y emperador[29]. Tuvo que estar a pie firme, como un conserje, en la estación de Roma y de Nápoles. Si escenifican el Imperio, entonces deberían permitir que su emperador hiciera el papel de emperador. En lugar de eso marcha obedientemente, como un perrito al que llevan de la correa, junto a los dos grandes hombres de la nueva Europa. El documental lo confirma y lo consigna para la eternidad.
La librería Beck de Múnich («capital del Movimiento», dice el matasellos de correos) me envía hoy un anuncio de un trabajo sobre Mallarmé, 500 páginas, del «romanista de Tubinga» Kurt Wais[30] ¿Quién es? – He leído mis estudios sobre Mallarmé de 1927-1928. ¡Cuánto he trabajado! ¡Y bien!
¿Habrá caído para siempre en el olvido? Además: si alguien escribe 500 páginas sobre Mallarmé, yo podré dedicar 1.000 a la totalidad del siglo XVIII. Éstos son algunos de los no muy placenteros pensamientos que me pasan por la cabeza al leer ese anuncio.
Aún tengo que añadir que en los últimos tiempos el corazón me falla enormemente al andar, que me obligo a no pensar en él, que fumo como una chimenea y que también quiero ser fatalista en este punto. Georg cumple hoy setenta y tres años. En nuestra familia, el talento propiamente dicho ha recaído sobre él y sobre mí, el mayor y el menor. Estamos los dos en el Brockhaus, los otros hermanos, no. De los otros, tres han muerto, y Marta está moribunda. Quizá pueda seguir las huellas de Georg en cuanto a longevidad. Me gustaría, hay todavía mucho que decir, pero no lo creo.
14 de mayo, sábado tarde
[…]
Estoy atracándome de tragedias epigonales flojas y mal impresas. Hasta 10 actos en un día. También creo cada vez menos que pueda llevar a término mi Dix-huitième. No es que tenga menos ideas o menos decisión que antes; pero mi relación con la historia de la literatura ha cambiado de modo radical. Antes yo quería poner de relieve con toda claridad los rasgos fundamentales de una época; ahora sólo me interesa lo individual, lo especial, lo complejo. Todo el mundo dice: La tragedia de la segunda mitad del siglo, c’est du Voltaire. Pero lo interesante de ella es precisamente que, aquí y allá, no es du Voltaire. Por otra parte: ¿qué finalidad tiene entrar en esos detalles? ¿Para quién? Vossler me envió el otro día la tercera parte de su Poesía de la soledad en España, edición de la Academia Bávara de las Ciencias. En el dorso figuran trabajos de otros académicos: Sobre las listas de obispos de los sínodos de Calcedonia, Nicea y Constantinopla; La construcción de maquinaria de asedio por Biton, etc., etc., cosas de las que nunca he oído hablar antes. ¿A quién le interesa eso? ¿Y hasta qué punto van a interesar Saurín y Lemierre[31], etc., a otras personas más de lo que me interesan a mí esas cosas? Vanitatum vanitas.
18 de mayo, miércoles
Viaje a Breslau, 15 y 16 de mayo, domingo a lunes, unos 600 kilómetros […]
23 de mayo, lunes
El jueves por la noche se presentó aquí la señora Lehmann. Había sido citada por el alcalde: sabían, le dijo, que iba a limpiar a casa de un profesor judío y de un abogado judío. –Ella respondió que tenía más de cuarenta y seis años, y que estaba en su derecho de hacerlo. «Sin duda, pero su hijo va a perder su ascenso en el servicio del trabajo, y su hija –¡parece que ha llevado con usted a Dölzschen a esa hija adolescente!– perderá el empleo si usted no deja ese trabajo». – Así que la mujer ha perdido dos de los tres puestos que tenía, y nosotros estamos solos. El viernes, pasamos casi tres horas fregando vajilla, y nuestros planes de viaje están muertos y enterrados, puesto que la casa y el gato no pueden quedarse solos. La señora Lehmann ha servido once años en nuestra casa: empleo de confianza.
Eva, tozuda como siempre. Sigue plantando, proyectando, esperando.
Entretanto, la Historia (con mayúscula) avanza lentamente; el asunto checo[32] está a punto de estallar. Alemania invadirá ese país, eso parece seguro, y probablemente se repetirá el éxito de Austria. Ya escribí una vez, en mi crítica de Jolles[33], (citando el «agua envenenada» de Vossler), que no había que separar al pueblo y a los intelectuales, sino, en el alma de cada individuo, el estrato pueblo –lo instintivo y sugestionable– y el estrato del pensamiento. (Fiestas, mítines, prensa, emociones nacionales, Stürmer, etc., etc.) […]
Pasado mañana espero terminar esta lectura masiva previa al pequeño capítulo de la tragedia. Pero ¿cómo continuar? Con ese capítulo concluiré el tercer libro, y el cuarto lo consideraré literatura central, el tercero literatura marginal. Pero ¿cómo estructurar ese cuarto libro? Aún no lo veo claro.
25 de mayo, miércoles
[…]
Continúa el conflicto checo, todos los días se nos provoca, somos amantes de la paz, el mundo entero miente y nos calumnia, sobre todo Inglaterra. Llevo esperando cinco años: pero como hasta ahora ha funcionado tantas veces el efecto sorpresa del bluff alemán, ahora seguro que también les saldrán bien las cuentas. Hace poco el jardinero Heckmann y hoy el comerciante Vogel han dicho lo mismo: «Yo no sé lo que ocurre, no leo los periódicos». La gente ha perdido el interés y todo le da igual. Vogel dijo también: «Para mí es como si estuviera en el cine». O sea, se ve todo como un montaje teatral, no se toma nada en serio, y el asombro será grande cuando el teatro se convierta en sangrienta realidad.
JUNIO
1 de junio, miércoles
Al poner la primera piedra de la fábrica Volkswagen[34] (el coche de 990 marcos), el Führer ha dicho que la economía nacional no tenía antes en cuenta que un pueblo que no tiene abundante producción de víveres no debe emplear todo el dinero en víveres. Así ha quedado superado el panem et circenses[35]: pro pane circenses[36]. Des jeux et non du pain (versión libre de: Du sang et non des lois[37].
El día de la Ascensión (26 de mayo) subimos por la magnífica carretera de Zinnwald, para ver si en la frontera había indicios de guerra. Todo estaba de lo más tranquilo, solamente habían levantado, a la derecha y a la izquierda de la barrera, unas paredes bajas de hormigón. En el camino de regreso cenamos en una pequeña fonda de Naundorf […]
Me parece que la participación que lleva fecha del 26 de mayo esconde una tragedia: «Dr. med. Dressel – Katharina Dressel (nacida Noth): casados». Nosotros habíamos creído que se casaría con Annemarie Köhler, y seguro que ella pensaba lo mismo cuando le instaló –ella a él– la clínica que dirige él, mientras que ella hace allí el papel de una jefa de enfermeras o todo lo más de médico auxiliar. Llevamos meses sin noticias suyas. Hace tiempo que opino que es algo esclava de él y que él se cree un poco Luis XIV.
Parece que ha pasado el peligro de guerra, y la Gran Alemania sigue prosperando alegremente.
16 de junio, jueves
Hoy por fin he terminado, en limpio con todas las correcciones, el precario capitulito sobre la tragedia; los últimos días he estado muy fastidiado de la vista, que me falla. Cada vez pierdo más la esperanza de vivir el final de este trabajo. Y sin embargo me gustaría muchísimo meterme en el otro tema. Con M.J. Chénier[38] lo he visto otra vez muy claro. Últimamente, en el campo del cine: actores de Nachwuchs[39]; ya desde hace años en el deporte: corredores de Nachwuchs. Ya no se dice: «uno nuevo» o «los jóvenes», sino un término de la cría de animales o de plantas, desnaturalización del individuo que se convierte en eslabón de una cadena, en átomo de la masa, en objeto de cría. – Baueinsatz[40]. – Mütter der Ostmark[41]. – Horden [‘hordas’] (palabra muy popular, lo mismo que Untermenschen [‘infrahombres’]).
Según los periódicos, lo de que en Dresde haya habido movimiento de tropas contra Checoslovaquia es sólo un monumental infundio. Por tres lados diferentes (Wolf: en el cuartel los soldados han recibido nuevos uniformes; Annemarie: por Pirna han pasado tropas toda la noche; Vogel: la tía de Rathen le da la misma información que Annemarie) nos dicen lo contrario: o sea, toda Sajonia sabe lo que pasa, a) con la verdad, b) con los periódicos. Pero Vogel dice, y esto es vox populi: «Bueno, todo esto es puro cuento, no pasará nada». La gente está como embotada y todo le parece «cuento». Annemarie Köhler estuvo ayer en casa, bastante furiosa contra el recién casado Dressel y bastante consciente de que es ella la dueña de la clínica. Dressel se ha casado con una antigua enfermera del hospital de Heidenau. Por lo demás, estamos perfectamente solos. Muchos problemas, gastos, impedimentos, disgustos con el coche, que necesitaría con urgencia una reparación general; cuando uno lo necesita con urgencia –como hoy– falla alevosamente. Por otra parte, también muy bonitas excursiones, algunas muy logradas.
[…]
Desde que ha dejado de venir la señora Lehmann, la cocina, etc., nos toma el doble de tiempo. Pero aunque tenga todo el día para mí, me fallan los ojos. Y a diario, cuando subo fatigosamente por el parque, pienso: hay que acabar a los cincuenta y nueve, como Berthold y Wally.
La señora Schaps, tras su viaje alrededor del mundo, nos envía noticias desde Londres, donde van a establecerse sus hijos.
Noticias de Marta desde Soprabolzano. (Allí no se trata con brutalidad a los alemanes de los Sudetes[42], sólo han enviado a los tiroleses al frente de Abisinia.)
Noticias de los Blumenfeld, desde Lima. – Carta larga y quejumbrosa de Lissy Meyerhof. (Berthold está sin trabajo en Nueva York.) Voy a contestar a todas estas cartas antes de empezar el nuevo capítulo.
29 de junio, miércoles
Treinta y cuatro años… Podríamos tener un nieto de doce años. Los dos nos decimos: ¡Gracias a Dios que no! Y yo pienso en una frase de no sé qué francés moderno: Les enfants, c’est pour les femmes malheureuses. Y añado: et pour les hommes malheureux[43].
Hemos estado sin movernos de casa, porque el coche necesitaba un arreglo completo (lo que significa pagar plazos por lo menos durante tres meses, con la consiguiente estrechez). Pero es nuestro último retazo de libertad. Hemos pasado la mañana rellenando impresos: declaración de bienes de los judíos[44]. Nosotros no teníamos nada que declarar. La casa, 22.000 marcos, 12.000 de los cuales son hipoteca; el seguro de Iduna, 15.000 marcos, y sobre él 9.000 de deudas (y sin tener ni idea de cómo vamos a seguir pagando). ¿Qué quieren con esta declaración? ¡Estamos ya tan acostumbrados a vivir en esta situación de carencia de derechos y de esperar con indiferencia a que cometan otras infamias! Ya casi no nos impresiona.
30 de junio, jueves
La última excursión un poco más larga antes de que el coche fallara por completo fue, el 19 de junio, a Augustusburg, cerca de Chemnitz, pasando por Freiberg, Floha, y regresando por Frankenberg, autopista; unos 140 kilómetros, a las tres salimos de casa, a las nueve regresamos para la cena. Augustusburg, adonde nos invitaba a ir desde hace años un cartel que hay en la estación, es realmente impresionante. Visible desde lejos, un imponente castillo que domina desde lo alto un amplio paisaje y recuerda en parte a Frauenstein, en parte a Nossen. A sus pies un pueblo antiguo, todavía bastante elevado sobre la llanura. Ni que decir tiene que había otra vez feria. Llama la atención que siempre y en todas partes –en los últimos meses hemos pasado por muchísimos pueblos–, una y otra vez y no sólo en domingo, hay fiestas y banderas. Verbenas, tiro al blanco, encuentros de regimientos, fiesta deportiva de un grupo de las SA, aniversarios de ciudades 600, 625, 650 años–, etc., etc., aniversario de una mina (el otro día en Freiberg, con trajes regionales), etc., etc. Siempre fiestas, comunidad del pueblo, Tercer Reich, banderas, banderas, banderas. La apatía, la náusea, la reflexión tienen que venir. Siempre esa estricta analogía con Rousseau y con la situación de entonces. – Maria Kube, la criada soraba, mujer del «constructor de arpas», ha venido a vernos. Una criatura dulce, bellísima, de una enorme bondad. Venía rebosante de historias católicas, que contó con mucha calma, con un tono de intimidad, nada patético. Perfecto espíritu de martirio, cosas como de otros siglos y de países lejanos, aquí en Dresde y en las inmediaciones de Dresde. El párroco detenido, el párroco expulsado de su púlpito, sus fieles –«menos dos»– le siguen, dice la misa en su jardín. Suprimidas las escuelas católicas, no se puede comunicar a la parroquia los nombres de los niños. En medio de una conversación sosegada, digna, y, pese al alemán imperfecto de los sorabos, realmente llena de nobleza y espontaneidad, decía frases como éstas: «Le dio al mendigo un plato de sopa, lo detuvieron porque, según ellos, lo llevó a su dormitorio y cometió con él actos deshonestos, no dejan que nadie vaya a verlo, dicen que lo han maltratado». – «Nos arrancan la paz del alma».
– «Era como si enterrasen a Nuestro Señor Jesucristo».
Y también: «La madre de Goebbels es católica ferviente. Ahora sólo viste de negro y reza por su hijo descarriado». ¡Y esto en Dresde, en 1938! Y el niño de nueve años escucha, sentado junto a su madre.
[…]
Hace poco apunté lo siguiente: Hitler y el nacionalsocialismo desprecian la «inteligencia», la ciencia, en la medida en que ésta no comporta utilidad técnica. Vossler, Kroner, Janentzky desprecian las ciencias de la naturaleza y la técnica, en su totalidad. Qué facilísimo es todo para esas naturalezas simplistas. Pero quien no es simplista ni «fanático», ése es «liberalista»[45].
Desde hace quince días, lectura constante para el capítulo Freieres Theater [‘El teatro en libertad’].
JULIO
12 de julio, martes, cumpleaños de Eva
Me resulta muy difícil mostrar la alegría adecuada a esta fecha. El día nos recuerda con demasiada evidencia nuestra triste situación, y echo mucho de menos esa esperanza tenaz que yo postulaba ayer en mi carta de cumpleaños a Blumenfeld. Lissy Meyerhof escribe que Berthold ha encontrado trabajo en Estados Unidos; la señora Schaps nos escribe que sus hijos se han establecido en Londres y que se han puesto en contacto con Isakowitz, el dentista: toda esa gente se ha labrado una vida nueva… y yo no lo he conseguido, nosotros nos hemos quedado aquí inmóviles, en el oprobio y la estrechez, hasta cierto punto enterrados vivos, enterrados hasta el cuello, por así decir, y esperando cada día las últimas paletadas de tierra.
Pero los lamentos, y, sobre todo, dejar constancia de ellos en este diario es pérdida de tiempo. La primera vista de conjunto del capítulo «El teatro en libertad» (ahora estoy comenzando el volumen cuarto, después de haber encontrado por fin una estructura: volumen III, Influencia de Rousseau: crecimiento y vinculaciones; volumen IV, Influencia de Rousseau: literatura central. Era imposible darle al volumen tercero el título de «Literatura marginal», dado que contiene a André Chénier[46] y estudios sobre cosas inglesas, alemanas, grecolatinas, y dado que yo tenía la completa sensación de llegar ahora al centro, y me resistía a incluir toda esa masa de material en un solo libro), esas páginas, repito, están terminadas, y ahora veo que muchas veces se contradicen claramente con lo que escribí en el primer volumen. Pero es que llevo ya demasiados años trabajando en esta obra, a medida que avanzaba el trabajo he ido aprendiendo bastante y he olvidado muchas de las cosas que escribía en los primeros años de un modo más irreflexivo y meramente reproductivo. Si realmente llego a terminarla, toda la obra quiero decir, hará falta mejorar, armonizar durante semanas, durante meses. En el primer volumen afirmo enfáticamente que la tragedia muere con Voltaire; en el segundo, demuestro en un estudio muy profundo justamente lo contrario.
En los últimos tiempos me ha llamado varias veces la atención que las palabras y los chistes cambian de lugar en la capa social igual que las modas. Ya hace mucho tiempo oí decir a «gente bien»: «En el sur de Alemania, la gente no puede ajustarse las máscaras de gas, tienen la cara muy larga». Y también: «Quiero tela para un traje que críe polilla».
– ¿? – «Sí, claro, las telas normales de ahora crían carcoma». En estas semanas nos contó Maria Kube el chiste de las máscaras aplicado a Austria, el de la polilla, Wolf, el mecánico. Wolf, lo contrario de un nazi, dijo también un día muy caluroso en que yo me quejaba de lo que me apretaba el cuello de la camisa: «En la época del sistema se llevaban cuellos abiertos». Epoca del sistema[47]= combinación artificial de intereses y de partidos, salida de una construcción falaz e intelectualista, mientras que nosotros constituimos la unidad natural del pueblo. En boca de la masa, en parte un insulto que no se comprende, en parte expresión mecánica y vacía de significado. (Cf. por un lado «liberalista» en boca de un niño de colegio, Kleinstück, por otro lado, la corbata.)
Enorme intensificación del antisemitismo. Le escribí a Blumenfeld sobre la declaración de bienes de los judíos. A eso se añade la prohibición de ciertas actividades profesionales, la tarjeta amarilla para tomar aguas en los balnearios. Además, esa Weltanschauung [‘cosmovisión’], va tomando, sin ningún pudor, una apariencia cada vez más científica. En Múnich se celebra un congreso de la Sociedad académica para la investigación del judaísmo; un profesor universitario (un catedrático alemán) consigna los traits éternels del judaísmo: crueldad, odio, apasionamiento, capacidad de adaptación: realmente sic; otro ve «llamear por los ojos de Harden[48] y de Rathenau el ancestral odio asiático». En no sé qué otro sitio se reúne la Sociedad de psicología, y Jaensch[49] condena la psicología materialista de los judíos, sobre todo de Freud, y le opone la espiritualidad de la nueva doctrina. Y ni que decir tiene que en Múnich, en la inauguración de la exposición de arte alemán, Hitler, etc., están soltando la fraseología de siempre.
[…] El domingo, viaje pausado, con mucha parada, a Meissen, por la orilla derecha del Elba. Allí tomamos por primera vez la nueva carretera del Elba, fuera de la ciudad y por debajo del castillo, donde se veía una extraña ruina (¿monasterio?) en la que hay un vivero. En el río mucha vida: competiciones de remo, una barca a motor de la policía, un bote de carreras, vapores, embarcaciones del Elba. A la vuelta, poco después de Meissen, un joven de aspecto bondadoso que se tambaleaba de pura fatiga me pidió que lo llevara un trozo del camino en dirección a Meissen. Dijo que era «sudete», de Teschen, me enseñó el carnet del SDP[50]; contó que había querido ir a Hamburgo, para encontrar trabajo en un barco, pero que no lo había logrado, no le daban ni alojamiento ni comida. Quería volver a casa de su madre, a Teschen. Nosotros estábamos en un verdadero dilema: el chico, como ya he dicho, parecía sincero y nos daba lástima. Por otra parte: lo que le diéramos, se lo dábamos a los enemigos mortales, a los más despiadados. Elegimos una vía intermedia, lo llevamos a la estación, para que allí el servicio de acogida al viajero o las señoras de la Frauenschaft[51] o cualquier otra organización de la Volksgemeinschaft se encargaran de él. Por el camino contó con toda inocencia que su difunto padre y ya el abuelo habían sido nacionalsocialistas y que en su fábrica alemana no trabajaba ningún socialdemócrata, y que la «judía Heller» (la dueña de una gran tienda de confecciones) había soltado un escupitajo diciendo: «¡Ese Hitler merece una bala en la cabeza!».
[…]
Esta tarde esperamos la visita de Annemarie. Ayer, el cine y un saco de cemento, hoy una lengua de ternera para cenar: ésa ha sido toda la fiesta de cumpleaños. En agosto, nuestras finanzas estarán un poco mejor, y entonces lo celebraremos con posterioridad.
Grete, que le ha hecho a Eva una chaqueta de ganchillo y le ha regalado un abrigo usado de loden y a la que he hablado en una carta de la horrenda reparación del coche, me ha ofrecido hoy 200 marcos; los he rechazado, y le he dicho que «en el peor de los casos» acudiría a ella, que de momento estamos con el agua al cuello pero que todavía no nos ahogamos. Quizá haya sido ese pudor un lujo estúpidamente anacrónico.
27 de julio, miércoles
Días con la moral bajísima. Me encuentro ridículo por seguir abrigando esperanzas de cambio. Su posición no puede ser más estable, en Alemania están contentos, en el extranjero se pliegan a sus exigencias. Ahora, Inglaterra interviene en Checoslovaquia a favor de los Sudetes[52]. El Stürmer lleva hoy este titular: «Las sinagogas son cuevas de ladrones». Y debajo: «La vergüenza de Nuremberg» y la foto de la sinagoga de esa ciudad. En 1938, en Europa central. – Desde hace unos días se constituye también oficialmente en Italia la teoría de la raza y el antisemitismo[53].
[…]
El sábado pasado, día 24, estaba proyectado Bautzen: después del Weisser Hirsch, unos cientos de metros antes de la siguiente gasolinera, y además cuesta arriba, falla el coche […] Allí, en el garaje, laborioso arreglo, inyección de gasolina en el carburador. Después marchaba otra vez (recalentamiento). Dos horas largas perdidas, pequeño paseo en coche, caminos secundarios en dirección a Radeberg, regreso pasando por Heidemühle. Una y otra vez: el maravilloso paisaje de los alrededores de Dresde. Pero aquellas figuras repugnantes junto al Weisser Hirsch: «El ciervo [Hirsch] ahuyenta al judío». Y justamente allí, nos prestaron ayuda con la mayor gentileza y no quisieron ni cobrarnos.
AGOSTO
10 de agosto, miércoles
La señora Lehmann se anunció para el 15 de julio, viernes noche: quería felicitar a Eva por su cumpleaños. Llegó muy tarde, en coche; dijo que había estado esperando a que fuese totalmente de noche para meterse en casa sin que la viera nadie, y que siempre había en la calle alguien de quien tenía miedo. No se dio cuenta de qué horrible depresión nos producían sus palabras; su miedo era sin duda alguna el miedo de todos los «compatriotas». Estos días he recordado con amargura la visita de la Lehmann. Grete quiere ir el próximo domingo a Kudowa; nos ha invitado a ir a buscarla a Strausberg, llevarla a Kudowa y al cabo de cuatro semanas volver a llevarla a Strausberg. Una excursión tan larga nos habría venido bien a los dos. Imposible: ya no tenemos a nadie que vigile la casa y el gato, estamos completamente aislados. El comerciante Vogel nos ha aconsejado acudir a la Sociedad de Vigilancia Pública. ¿Y si esa gente descubre mis apuntes? Por todas partes hay espías. En sus cartas de presentación, esa sociedad alardea de haber descubierto, entre otros delitos, varios casos de «profanación de la raza».
El involuntario no a Grete nos ha afectado aún más por estar ambos, debido a una serie conjunta de motivos, completamente down[54]. Desde hace tres semanas, sin interrupción, un calor húmedo y agotador. Desde hace semanas, y sin final a la vista, escasez de dinero, que todo lo agrava. Desde hace semanas, nueva oleada de odio a los judíos y más medidas represivas. A partir del 1 de octubre se prohíbe ejercer a todos los médicos judíos[55], tampoco pueden trabajar como «curanderos»; así que ya pueden morirse de hambre. A partir de ese mismo día existe una tarjeta de identidad para los judíos[56]. Con ella no se los admite en ningún hotel. Así pues, prisioneros. Desde hace semanas está en marcha en Italia la campaña racista y antijudía, basada exactamente en el modelo alemán. – Y en política exterior, ningún cambio. Por todas partes, máxima tensión, y por todas partes, miedo a una guerra.
Con esta sensación general de asco tendrá que ver el hecho de que me enfrente con mi Dix-huitiéme cada vez con más desánimo y más aburrimiento. Desde hace unos quince días estoy leyendo para el capítulo sobre Beaumarchais. Ese autor me parece menos relevante, literariamente, de lo que había esperado, pero tengo que darle un lugar preeminente.
Después de haber leído con Eva en ochenta días los cuatro volúmenes completos, muy importantes y muy desiguales, de Guerra y paz, he leído en voz alta en poco tiempo la novela de Fallada sobre la inflación, Lobo entre lobos […]
24 de agosto, miércoles
Hasta esta tarde no he terminado el capítulo de Beaumarchais[57], ocho páginas escasas manuscritas. No me satisface mucho. Las trabas que mencioné hace quince días siguen existiendo. Sólo que del calor hemos pasado a un tiempo húmedo y frío, y que la escasez de dinero es aún algo mayor que antes.
Los pocos viajes de las últimas semanas, casi siempre en domingo, han sido sobre todo a Bautzen. No menos de cuatro veces, variando un poco el trayecto, hemos tomado esa ciudad como meta […] Después dos excursiones, con un paisaje verdaderamente magnífico, a Hinterhermsdorf, el 14 y el 22 de agosto. Hinterhermsdorf, el lugar de veraneo de Vogel, a 20 kilómetros de Schandau, junto a la frontera de Bohemia, encima del valle del Kirnitzsch. El trayecto Königstein-Schandau; el valle del Kirnitzsch, la panorámica, verdaderamente extraordinaria, desde la altura de Hinterhermsdorf son de una belleza incomparable; por la carretera recién ampliada, muy ancha, de Pirna a Königstein se conduce maravillosamente, ya sólo la vista de la fortaleza desde un ancho cruce de carreteras en medio del bosque merece el viaje. Qué bella sería Alemania si uno todavía pudiera sentirse alemán, y sentirse alemán con orgullo. (Hace cinco minutos he leído la ley recién publicada sobre los nombres propios judíos[58]. Sería de risa si no fuera para volverse loco. Los nuevos nombres no proceden en su mayor parte del Antiguo Testamento, sino que son rarísimos, como de gueto o del yiddish, nombres como los que aparecen en las novelas de Franzos y Kompert[59]. Así pues, tengo que poner en conocimiento de los registros civiles de Landsberg y Berlín y del ayuntamiento de Dölzschen que me llamo Victor-Israel, y así he de firmar todas las cartas oficiales. Tengo que enterarme de si para Eva hay que poner Eva-Sara.) El segundo viaje, anteayer, que iniciamos después del café y que terminamos con una cena en el restaurante del mercado central fue el que disfrutamos plenamente; el primero se estropeó porque entre Pirna y Königstein nos desviamos de nuestro trayecto sin querer, nos perdimos, subimos y bajamos por senderos difíciles y casi peligrosos, todo ello nos costó mucho tiempo y muchos nervios, y en Schandau nos sirvieron un café tan horrendo como caro. Pero ¿qué significa hoy en día «disfrutar plenamente»? Se tiene siempre en el alma esta presión y esta sensación de náusea, y uno se libera de ella sólo durante unos minutos. Y cada vez maquinan mayores infamias. Hay novelas de miedo en las que una persona cae en poder de un gorila o de un loco. Ecco.
He estado, hemos estado muchísimas veces en la angosta Palmstrasse, junto a la Freiberger Platz, en el taller de Bronnetz, a quien Wolf le entregó nuestro velocímetro para que lo arreglara. Bronnetz es mecánico de precisión y especializado en esos trabajos, bávaro, de unos cincuenta años. Está poco en su casa, por lo general en una de las tres tabernas vecinas. Habla dialecto de Baviera, es muy amable y no anda detrás del dinero, le gusta hacer un poco el papel del «bávaro aborigen», reniega en todos los tonos contra el gobierno: que él había estado desde el principio al lado de su «paisano» Hitler, que él tenía el número 2.000 de las SA, y que ahora lo habían echado del Partido porque en su familia hubo «un judío hace cuatrocientos años», el juez le había preguntado lo primero de qué partido era; que ya no había justicia, etc., etc. Todo muy interesante, pero con eso al final he tenido que renunciar a la idea de que me arreglara el velocímetro. Cuando conduzco a 60 kilómetros, me marca invariablemente 20, y ahí se queda, por mucho que haga y que diga.
[…]
Annemarie Köhler nos regaló por el cumpleaños de Eva (hubiera preferido el dinero, pero eso no podíamos decírselo) la novela Los Barring[60] sobre una familia de la época de Bismarck. Sólo he leído el comienzo […]
Pero independientemente de lo que trabaje, haga, piense, siempre está el peso horrible de esta situación. Continuamente me viene a la cabeza un verso que oí decir a mi padre miles de veces: «Cuánto quisiera que fuese hora de dormir y que todo hubiera pasado»[61]. Siempre me producía risa porque mi padre se aferraba con mucho miedo a la vida. Ahora sé que uno puede aferrarse a la vida lleno de miedo y al mismo tiempo citar ese verso con plena convicción y sinceridad. Sólo que yo tengo más motivos para hacer esa cita de los que tuvo mi padre en toda su vida. El habrá padecido estrechez económica en sus primeros tiempos (en los últimos veinte años prácticamente ya no), pero nunca vivió una caída como la mía y una opresión como la que yo sufro ahora.
Hace algún tiempo anoté: escribir con un estilo clásico significa escribir con sencillez. No de un modo afectado, o sea, tampoco con demasiada sencillez, porque eso es afectación. Tampoco apartarse del uso lingüístico de la propia época, por ejemplo escribir hoy en el alemán de Goethe, porque eso también es afectación. Pero tampoco confundir el uso lingüístico de la propia época con un lenguaje «actual», porque todo lo actual mañana ya está anticuado. Siempre tengo que pensar en las casas imponentes que había frente al Grosser Garten a principios de los años veinte. El primer año admiré su impresionismo, pero ya un año después me parecían horrorosas. Siempre hay que elegir entre lo actual y lo duradero; las dos cosas al mismo tiempo no es posible.
Ahora dedico tan raras veces un par de horas al diario que después todo hay que escribirlo de golpe y lo más sucintamente posible.
Mañana, pasar a máquina a Beaumarchais. Sigo trabajando en el Dix-huitième por pura cabezonería y sin esperanzas ni ilusiones. Yo, Victor-Israel Klemperer.
La sinagoga de Nuremberg, sobre la que informo el 27 de julio, fue demolida solemnemente hace unas semanas, en una «ceremonia sagrada» dirigida por Streicher.
Desde hace semanas sin noticias de Marta, de Grete, de Sussmann: me rodea un silencio angustioso.
SEPTIEMBRE
2 de septiembre, viernes
Los «cigarrillos rusos» de Eva, hechos a mano. Isakowitz nos recomendó a Weinstein, el del gueto; después de morir éste, me escribieron de una tienda judía del centro; cuando ésta pasó a «manos arias», encontré durante algún tiempo los cigarrillos en una tiendecita de la Plauensche Gasse, después la mujer de allí me dijo que ya no los recibía. El comerciante Vogel me encontró la dirección Fábrica Viuda de Beresin, en la Ammonstrasse, y allí me dirigí. Tercera planta de un gran inmueble de pisos de alquiler, pero una auténtica pequeña oficina. Una mujer viejísima que sólo chapurrea un poco el alemán, un hombre en la cuarentena (¿hijo?, ¿empleado?), inteligente, agradable. Dijo que había algunas casas de cigarrillos que aún los recibían y que él esperaba seguir consiguiéndolos. Judíos rusos. Estos días me trajo 500, y quiere seguir haciéndolo cada cuatro semanas; conversamos mucho tiempo, es decir, él contó cosas, habló de política, no era del todo inculto, parecía entender mucho de emisoras y de periódicos extranjeros. Era optimista y pesimista al mismo tiempo. Dijo que de momento no habría guerra, que Alemania e Italia no estaban preparadas, no tenían dinero ni carburante. Este invierno, añadió, se produciría el derrumbamiento en el interior del país, la bolsa estaba en pánico continuo, la industria ya no podría pagar salarios en octubre: pero a continuación vendría el caos, y para los judíos la situación era de todos modos desesperada.
Ya no me creo esos pronósticos de derrumbamiento. Veo cómo se esfuerza el extranjero por dar gusto a Alemania, cómo procuran aplacarla en el asunto de los Sudetes, veo aquí por todas partes lujo, placeres, comida en abundancia, perfecta calma. El hombre dijo que las medidas antijudías le habían sido impuestas a Mussolini por Alemania, que es la que lo financia. Una prueba más del poder alemán, porque es imposible que Mussolini se sienta a gusto con esa nueva situación, nueva para Italia. Él no colaboraría si no se apoyara, si no tuviera que apoyarse en Alemania, mientras que todavía hace poco tiempo que Alemania parecía depender de él. Estoy tan firmemente convencido de que el NSDAP es indestructible como si fuera ya uno de sus más fervorosos adeptos… Estamos, pues, hondamente abatidos, y cada día un poco más.
Vida monótona. Pocos viajes; en parte por falta de dinero, en parte por los frecuentes fallos del coche […]
11 de septiembre, domingo
Georg me ha transferido por tercera vez 500 marcos de la cuenta bloqueada «de la difunta Maria Klemperer». La alegría ya no es tan grande como las primeras veces. Porque esta vez ya casi contaba con esa suma. Además, me ayuda de un modo muy limitado; y también me siento más humillado que antes, puesto que no me ha escrito ni una línea desde el invierno y no ha contestado ni a mi pésame ni a mi felicitación de cumpleaños. No obstante, esa suma (que por cierto todavía no obra en mi poder, y nadie sabe lo que pasará mañana, todo es incierto y cada hora puede traer nuevas medidas represivas y la guerra), no obstante, digo, ese dinero nos procura un gran alivio de momento. Eva me había repetido siempre: pide a los Öhlmann que vengan cuando estén de vacaciones y entonces podremos viajar con Grete. Yo vacilé, las vacaciones de los Öhlmann se terminaron, y Grete viajó en tren a Kudowa. En vista de esos 500 marcos, anunciamos a los Öhlmann nuestra visita y ayer fuimos a Leipzig. Suerte con el tiempo y un bonito viaje pasando por Niederwartha, Meissen (la magnífica carretera nueva a lo largo del Elba, bajo el castillo en las afueras de la ciudad). Paramos por primera vez en Lonnewitz. El pueblecito, justo antes de Oschatz, y un «restaurante de camioneros». Delante unos vehículos enormes, dentro unas raciones enormes y baratas. Por el altavoz transmitían la asamblea del Partido. Anuncian la aparición del Generalfeldmarschall Göring. Marcha solemne, alaridos de júbilo, después el discurso de Göring, sobre el auge inmenso, el bienestar, la paz y la felicidad de los obreros alemanes, sobre las mentiras disparatadas y las esperanzas de los enemigos, siempre interrumpido por bien disciplinados vítores y aplausos. Pero lo interesante de todo eso era el comportamiento de los clientes del restaurante, que todos saludaban y eran saludados al llegar y se despedían y eran despedidos al salir con «¡Heil Hitler!». Nadie escuchaba. A mí me costaba trabajo entender; porque varias personas jugaban a las cartas, daban puñetazos en la mesa, conversaban a gritos. En otras mesas había menos ruido: uno escribía una postal, otro escribía en su libro de ruta, otro leía el periódico. Y la patrona y la camarera hablaban entre ellas o con los jugadores de cartas. De verdad: ni una sola de aquella docena de personas se ocupó un segundo de la radio, lo mismo podía haber estado apagada o transmitir un foxtrot desde Leipzig.
A las dos en casa de los Öhlmann y después, como la última vez que estuvimos allí poco antes de la primavera, hasta las seis en su pequeña habitación, charlando y tomando café. Por lo que cuenta Trude Öhlmann sobre la Biblioteca Alemana, donde se entera de muchas cosas oficiales, se espera casi con seguridad que haya guerra. La defensa antiaérea (nosotros también hemos tenido varias prácticas, oscurecimiento de las casas, sirenas), los preparativos de la movilización, todo apunta en esa dirección. En el público, sobre todo entre los obreros, hay mal ambiente. Cuando hablo aquí, en Dresde, con el carnicero o con el de la mantequilla, seguirá habiendo paz; cuando oigo (como ayer) lo que dice Wolf, el del coche, son demasiados los compañeros que han tenido que dejar el trabajo para ir al cuartel: «¡La cosa está que arde!». Cuando leo el periódico, cuando oigo y veo los reportajes cinematográficos: ¡quéee bien estamos, cuáaanto amamos tooodos al Führer! ¿Cuál es la realidad? ¿Qué está sucediendo? Así se vive la historia. Sabemos de hoy menos que de ayer y no más que de mañana […]
20 de septiembre, martes
Otra vez triunfará el Tercer Reich: ¿por bluff o por su fuerza real, tan enorme que no necesita luchar? Chamberlain[62] vuela mañana por segunda vez al encuentro de Hitler. Inglaterra y Francia no rechistan, en Dresde el Freikorps [‘cuerpo de voluntarios’] de los Sudetes está ya casi a punto de iniciar la invasión. Y este pueblo, convencido de que los únicos culpables son los checos –la última consigna: los hussitas[63]– y de que Hitler ama la paz, obra con justicia y sólo entra como liberador.
¡No pensar en esto, vivir pasando todo eso por alto, enterrarse en lo puramente privado! Hermoso propósito, pero qué difícil de realizar. De todos modos, Bernardin de Saint-Pierre[64] está acabado en manuscrito, tras un trabajo desproporcionadamente largo y difícil. – Algunas salidas en coche, desgraciadamente interrumpidas continuamente por un montón de reparaciones ineludibles. Hace poco estuvimos tres horas en Freital, en el taller de Wolf, que puso una aleta nueva (de segunda mano). Al hacerlo descubrieron que la rueda de repuesto era completamente inservible; es segurísimo, pero ya no se puede probar, que en el taller de Kleemann nos engañaron y la cambiaron. Una gran parte del dinero regalado por Georg se va en esas reparaciones, y sin embargo el coche funciona cada día peor […]
OCTUBRE
2 de octubre, domingo
Una vez más, enorme nerviosismo, esperanza en un final. Godesberg parece haber fracasado, ultimátum a Checoslovaquia hasta el 1 de octubre, tensión bélica en Francia e Inglaterra. El 30 de septiembre a mediodía fuimos al dentista. Sobre el puente del Elba, ametralladoras. Pensé: esta noche, guerra. Tal vez muramos en un pogromo: pero será el final. Dejé a Eva en la consulta de Eichler y fui a hacer unos recados hasta la Bismarckplatz, mi aparcamiento habitual. Me llamó un señor: Aron[65]. «Hace poco lo vimos a usted en el coche, creíamos que se habría marchado hace tiempo, no está ni en el listín de teléfonos ni en la lista de direcciones. Mi mujer y la señora Neumann quieren hacerle una visita». (¿¿??) Después, claro, política. Yo: Parece que por fin viene el final, catastrófico para nosotros y para ellos. Él: ¿No tiene usted radio? – ¿? – Ante un segundo telegrama conminatorio de Roosevelt[66], ante una completa movilización de Francia e Inglaterra, él ha cedido. Esta tarde, a las tres, los cuatro en Múnich[67]. Checoslovaquia sigue existiendo, Alemania recibe el territorio de los Sudetes, además probablemente una colonia. – Todo lo demás estará en los libros de historia. A este diario mío sólo le interesa lo siguiente: en la «escenificación» de la prensa alemana, evidentemente esto es para el pueblo el éxito absoluto del príncipe de la paz y genial diplomático Hitler. Y realmente es un éxito extraordinario e inconcebible. No disparan ni un tiro y desde ayer están entrando las tropas. Intercambiamos votos de paz y de amistad con Inglaterra y con Francia, Rusia está achantada y humillada, un cero a la izquierda. Hitler recibe elogios aún más desmesurados que en el asunto de Austria. Titulares de ayer en el Dresdner NN: «El pueblo de 80 millones saluda a su gran Führer». Y es cierto que ha sido un logro impresionante. Pero nosotros estamos condenados hasta el fin de nuestros días a una esclavitud de negros, a ser literalmente los parias. Durante medio día pensé que por fin habría que reunir la dosis de valentía suficiente para suicidarse. Después vino otra vez el estado de siempre: embotamiento, deseos de esperar, la frase de la Krüger: «Usted ha conservado tantas cosas, voluntad de vivir y al mismo tiempo esperanza. Cada hora puede traer un cambio, cada hora en la que uno sigue vivo». Pero cuando Muschel me despierta por la noche y no puedo volver a dormirme enseguida, entonces es horrible. Pese a todo: seguir y no pensar en la mañana siguiente.
Bernardin de Saint-Pierre está completamente terminado. Tras un mes completo. Y a seguir.
Han llegado los 500 marcos de Georg. Nos aliviarán el invierno. Mantener el seguro de vida es ya imposible y absurdo; no emplearemos en él ni uno solo de esos 500 marcos. La hipoteca vence dentro de tres años y medio. No pensar en después. ¿Y qué será de Eva si yo muero, con quizá 200 marcos de viudez? ¿Y qué sería de ella si cobrara los 4.700 que aún existen, en lugar de un máximo de 1.000 si dejamos de pagar ahora? Creo que de todos modos correría la suerte de la viuda india. ¿Soy un desalmado? ¿Sería mejor renunciar a todo alivio y mantener el seguro? ¿O hacemos bien en procurarnos un poco de alivio en la vida diaria? No pensar: seguir.
Estas semanas hemos estado dos veces con la doctora Margarete Gump, una simpática suaba, empleada en el Philanthropin[68], de visita aquí en casa de su hermana; Albert Hirsch le había dado nuestra dirección. Hicimos una excursión: Edle Krone, Dips (una vista preciosa desde arriba), Kipsdorf, la llevamos a su casa, a Blasewitz, comimos en el restaurante del mercado central. La primera vez que vino a vernos nos dijo: «¿Por qué no aprende usted inglés? ¡Tiempo tiene!». Dos mañanas enteras las dediqué a estudiar el viejo Gesenius[69], mi opus quedó estancado. Luego parecía que había llegado la guerra: otra vez me metí en mi opus (corregir a Bernardin de Saint-Pierre, leer Florian[70] de Saillard, que me han enviado de la biblioteca de Gotinga). Luego, el triunfo alemán. Hasta ahora, he seguido con el Dix-huitième. Haga lo que haga, no tengo la conciencia tranquila. ¿Qué valor tiene mi opus? ¿Qué valor tiene aprender inglés? Si surgiera una posibilidad de marcharme, podría mejorar mi inglés en seis semanas. Pero tal vez esto sea sólo una huida de mí mismo. Y por otra parte… Así podría seguir cavilando horas y horas.
A veces creo: tengo el corazón tan mal que da completamente igual lo que haga para rellenar el tiempo que me queda. A veces: tal vez sean sólo dolores nerviosos. A veces: este libro es una porquería, un puro pastiche; a veces: mi mejor obra, la tarea querida por Dios. Y así sucesivamente.
[…]
Estoy dándole vueltas a una expresión que se oye constantemente desde hace unos años: «No se sabe qué juego están haciendo». La política se ha convertido, más que nunca, en el juego secreto de poca gente que decide el destino de millones de personas afirmando que ellos encarnan al pueblo. Desesperación gramaticalizada, desesperación inconsciente. Pero cito a Bernardin de Saint-Pierre: «Cuando el gobierno es corrupto, la culpa la tiene el pueblo corrompido».
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He actualizado el diario porque mañana –difícil decisión, fastidioso vacilar en una y otra dirección, elucubrar los pros y los contras– vamos a Strausberg a ver a Grete. Así salimos de aquí unos días: pero ¿para meternos dónde? Como Klaus Öhlmann no podía marcharse de Leipzig por el peligro de guerra, la familia Wolf (el mecánico de Freital) se encargará de la casa y de los gatos […]
5 de octubre, miércoles al anochecer
El domingo, cuando limpiaba el polvo, me entró horror ante la idea de viajar a Strausberg: dejar entrar aquí a los Wolf, gente que no sabemos cómo va a funcionar, y en esta casa tan bohemia (varios dedos de polvo)… La intimidad familiar que iba a resultar necesariamente de ello y que, necesariamente, llevaría a un final estilo Lange (que se marchó por Navidad con 5 marcos y con una última promesa no cumplida): eso, sumado a todo lo demás, fue la gota que colmó el vaso. Escribí cancelando la visita. Por la tarde fuimos a casa de los Wolf para ponerles al tanto como habíamos acordado. No estaban en casa, contra lo que habíamos acordado. Eso confirmó que habíamos tomado la decisión adecuada.
Pero hoy ha llegado una carta de Grete, desolada. Llena de amargura: que ya no volvería a invitarnos nunca, «prohibición, bajo multa elevada, de felicitarla por el cumpleaños». Mañana cumple setenta. Entonces, los dos, independientemente uno del otro, concebimos otro plan. A Muschel podemos dejarle comida para 36 horas. Mañana viajamos a Strausberg y el lunes regresamos. Con Grete una noche y una mañana, dos días de viaje: así hay algo positivo para todas las partes, y se evita lo desagradable […]
El lunes, en el Capitol, La vuelta al hogar[71] de Sudermann […] En el noticiario, la reunión de Múnich, la Marsellesa al aterrizar el avión de Daladier[72], un pasaje del último discurso de Hitler sobre la guerra, escenas de los Sudetes. Otra vez grandes aplausos. Parece que a todos se les ha quitado un peso de encima. No puedo imaginar qué podría aún poner en peligro al Tercer Reich, tanto en el interior como en el exterior. Para Hitler, Múnich equivale a Austerlitz[73].
9 de octubre, domingo
Mi cumpleaños. La moral lógicamente bajísima, a lo que contribuyen también las cartas tan sombrías que he recibido. La más trágica, de Sussmann: sin poder ejercer desde el 1 de octubre, Káte en un sanatorio norteamericano para tuberculosos, desde hace meses, y sin mejoría; Lotte en Suiza, no como médico residente sino con una depresión nerviosa, justamente en la clínica donde debería estar trabajando. Pero él tiene su fe; me da las gracias por la crítica de su texto, que le ha ayudado a sacar de él un último error lógico. Cuando ahora me lo envíe «corregido», añade, seguro que estaré de acuerdo. Esa mentira la tomo sobre mi conciencia científica. – El discernimiento humano siempre tiene algún fallo en todo el mundo: Marta, por lo general muy sensata in litteris, considera buenísima la carta de su hijo pequeño contándole el viaje; Sussmann, de sólida formación filosófica, considera bueno y convincente su estudio sobre la religión. ¿Cuándo seré yo igual, o hasta qué punto soy ya igual? (¡Cuánto me gustaría si lo fuera en cuanto a mi Dix-huitième!)
Todos los «de la tribu de Judá» escriben encantados de que se haya mantenido la paz (la señora Schaps, Lissy Meyerhof); no ven que así queda sellado nuestro destino. Lo contrario tal vez nos habría traído la muerte; pero esto perpetúa nuestra esclavitud de negros. Sólo Grete piensa como nosotros.
Así pues, estuvimos en Strausberg, en casa de Grete […] La sorpresa funcionó muy bien. Grete estaba en cama con una inflamación muscular, muy dolorosa, pero fue evidente que se alegró mucho, no parecía sentirse demasiado mal y enseguida se animó. Nos dio de cenar y charlamos con ella varias horas. Su clarividencia política es prueba de su agilidad intelectual; y también su interés por la literatura. (Le llevamos otra vez un cargamento de libros y nos llevamos el anterior.) Pero se le notan los años. Cuenta por enésima vez (me llamó la atención, como nuevo giro berlinés, en ella y en la señora Kemlein), con las mismas palabras, la misma historia. Seguramente todas las personas tienen en la memoria ciertos detalles, bagatelas de índole emocional que destacan entre todo lo demás. En el caso de Grete es la historia de cómo papá, durante un viaje, pidió para él un chocolate, y para ella, que tenía quince años, sólo un vaso de cerveza. Sigue llena de esa aversión, convertida ya casi en odio, hacia nuestro padre. (Yo remember también la tarta de manzana que se comió él solo, con sus píldoras, mientras los demás lo contemplábamos.) El capítulo padre, hijas, hijos sería esencial en mi Vita.
Grete tenía una carta de Georg llena de hastío de la vida. (A mí todavía hoy no me ha escrito; tendré que darle las gracias por los 500 marcos que me ha arrojado como huesos desprovistos de envoltorio: y que desgraciadamente son mucho más importantes que el envoltorio.) Los Kemlein siguen tratando muy bien a Grete, toman la persecución de los judíos como algo inevitable, no se dejan influir por ella, son totalmente apolíticos y sin embargo están encantados con la situación alemana: éxito, orden, paz. El viejo, ex combatiente, está convencidísimo de que en caso de guerra Alemania quedaría vencedora frente al mundo entero (el mayor ejército del mundo, la mejor defensa antiaérea del mundo, las mejores fortificaciones etc., etc.), de que Hitler es el mejor estadista y el que nos ha salvado de Rusia. Y ésta es, con toda seguridad, la opinión de 79,5 millones de alemanes. – Grete ha contado cosas horribles sobre cómo trataban a los judíos en Bad Kudowa. – A la mañana siguiente, desayuno en su habitación, junto a su cama, y luego también el almuerzo, sólo de vez en cuando unos minutos de salir a la calle. Le acepté a Grete 20 marcos «para gasolina», así el viaje sólo me ha salido por unos marcos.
A la una, muy agotado, viaje de vuelta […] A las diez en casa. Grete me había dado su autor favorito, Jeremías Gotthelf[74], leí en voz alta antes de acostarnos unas páginas de La quesería de la Vehfreude. En conjunto, esta excursión de treinta y seis horas resultó muy bien, incluido el buen tiempo. Esto fue, pues, el 6-7 de octubre […]
Venga lo que venga en política, interiormente he sufrido un cambio definitivo. Nadie podrá quitarme mi germanidad, pero el nacionalismo y el patriotismo han desaparecido para siempre. Mi forma de pensar es ahora exclusivamente volteriana y cosmopolita. Cualquier limitación de índole nacional me parece pura barbarie. Estados mundiales unidos, economía mundial unida. Esto no tiene nada que ver con uniformidad de las culturas y nada en absoluto con comunismo. Voltaire y Montesquieu me son más afines que nunca.
NOVIEMBRE
22 de noviembre
Primero fue seguramente que yo quería avanzar un poco en el trabajo antes de hacer anotaciones en este diario, y después vino una calamidad tras otra: la catástrofe, se puede decir. Primero una enfermedad, después el accidente de coche, después, a raíz del asunto del disparo de Grünspan en París[75], la persecución, desde entonces, los esfuerzos por emigrar. Así que lo primero, a mediados de octubre, fue una gripe normal. A continuación, molestias en la vejiga que eran completamente nuevas para mí, dificultades cada vez más horribles al orinar, y aquí sin médico al que dirigirme. Cuando ya no podía soportarlo, escribí el 26 de octubre dos breves postales a Marta y a Sussmann, y el 27 viajamos otra vez a Berlín.
25 de noviembre
(Me falta por completo el sosiego para escribir.) El viaje de ida, con un bonito y brumoso tiempo de otoño, ya nos resultó habitual, con la parada en Elsterwerda y Jüteborg. Esta vez encontramos una entrada directa por el sur, y desde los barrios periféricos –Zehlendorf fue seguramente el último, casi no hay solución de continuidad, chalets, trozos de bosque que parecen parques, amplias avenidas– llegamos sin pasar por el propio Berlín a la Kudowastrasse, en el barrio de Grunewald. Aparte de los Jelski nos esperaba Sussmann. Su casa está vigilada para que nadie pueda ir a su consulta (pero parece que imparte «clases de español» a antiguos pacientes). Después del café me examinó y se quedó bastante horrorizado. Volvió después de la cena y trajo una sonda, clandestinamente, tal y como los sacerdotes llevaban el sacramento en la Revolución francesa. Por primera vez en mi vida me introdujeron un catéter. No fue agradable, y lo que salió también era sin duda bastante desagradable y sanguinolento. Sussmann me explicó que necesitaba con urgencia un tratamiento largo y que a ser posible debía ingresar en una clínica. Pasamos la noche en casa de los Jelski, muy abatidos, porque además la velada anterior nos habían contado cosas terribles sobre el campo de concentración que hay junto a Weimar (Buchenwald[76], creo). A la mañana siguiente, viernes 28 de octubre, volvió Sussmann. Decidimos regresar inmediatamente y ponerme en tratamiento esa misma tarde en la clínica de Dressel, en Pirna. Pero insistió en que no dijera bajo ningún concepto que ya me había tratado Sussmann, en caso de necesidad debía dar el nombre del doctor Jakob, el médico judío inspector del seguro que aún tiene la aprobación. Así pues, a las diez, viaje rápido y directo de regreso, otra vez con un tiempo de otoño muy agradable (Sussmann, que también está en malísima situación, tuvo el detalle conmovedor de ofrecerme, llegado el caso, ayuda económica). En Jüteborg comimos los dos, mi primer almuerzo desde hacía largo tiempo, y a continuación tomamos nuestro café en el Blomberg; me encontraba ya un poco mejor, había recobrado bastante los ánimos, a las cinco queríamos estar en Dölzschen, y después yo me iría enseguida a Pirna. Unos kilómetros después de Elsterwerda, el pueblecito de Weinberge, la calzada resbaladiza, una bocacalle, un motorista quiere cruzar, no frena. A mí me da miedo, freno, al punto derrapa el coche hacia un lateral. Un segundo, no tanto de miedo como de esperar, irritado y fatalista, las consecuencias (por suerte sin frenar con más fuerza). Oigo detrás de mí a Eva que dice también con cierta irritación: «¡Pero esto qué es!», el coche se va por un desmonte y yo estoy de pronto al lado del coche, tumbado de espaldas sobre un sembrado y escociéndome la cara. Instintivamente –infamia de la naturaleza– exclamo: «¡No estoy herido!», y me levanto de un salto. Veo a Eva al otro lado del coche, de pie, inclinada, las manos en la cara y escurriéndole la sangre. Corro hacia ella, unas mujeres la rodean: «¡Túmbese!». Ella, muy tranquila, por la voz y la actitud, dice que no, que sólo sangra por la nariz porque había chocado contra el respaldo de delante. El motorista está también allí y me ataca para defenderse: «Ha frenado usted sin necesidad». Uno pregunta: «¿Llamo por teléfono a un médico?». – Sí. – En esto, se detiene un coche, baja de él un hombre joven que enseguida toca y palpa la nariz de Eva. «¿Es usted médico?» – «Sí, no se ha roto nada, parece que sólo es una hemorragia nasal». También ha aparecido una amable enfermera que me limpia los arañazos de la barbilla. Yo, al médico: «Estoy enfermo, hoy mismo tienen que ponerme una sonda». – «Le llevo en mi coche, aquí sólo me queda una visita por hacer». – Su chófer nos ayuda a meternos en su coche, nuestras cosas se quedan allí. La clínica de Elsterwerda tiene mucho movimiento, viene una enfermera, el joven no es de allí, está supliendo al médico que han llamado por teléfono y que está de viaje. La enfermera se encarga de Eva; yo tengo que ir al quirófano, para la sonda. Le digo al médico que soy no ario, que en Berlín, el médico inspector del seguro… Él me despacha deprisa y se marcha enseguida. La enfermera escribe una cuenta: Profesor Klemm (sic), Dresde, accidente de automóvil y poner sonda: 8 marcos. Media hora después –el médico me había dicho: «Tome usted el tren, no conduzca, está usted muy débil»– estamos en un taller de coches. El hombre coge su grúa y dos ayudantes, nos vamos al sitio del accidente. Un grupito de gente, no hay policía, oscuridad. El coche tiene que ser literalmente extraído de la tierra. Pero el motor está intacto. Sólo ha perdido aceite, el volante está arrancado –quedan los radios–, la capota atrancada, una puerta descolgada. La puerta la sujetan con un cordón, la capota está medio abierta medio cerrada. ¿Llego así hasta Dresde? (Unos 60 kilómetros.) «Si se atreve, si viaja despacio, y no le sale al encuentro ningún policía, quizá; desde luego, no se lo puedo aconsejar». Está oscuro como boca de lobo, son cerca de las seis, llueve, nos ponemos en marcha. Junto a un restaurante solitario, pequeña gasolinera. Paso por el punto de luz, me quedo con el coche en la oscuridad, pido dentro un litro de aceite. «¡Venga usted a la claridad!» – «¿Para qué voy a dar marcha atrás? Aquí está mi linterna, llene». – Continuamos, siempre medio atontado y medio lleno de una energía forzada. Atravesamos sin más percances Grossenhain, llegamos por fin a Meissen, ponemos el coche con luces de posición en un sitio oscuro, cenamos en la sala de espera, continuamos el viaje, por la orilla izquierda, donde hay menos tráfico y donde el camino no pasa por Dresde. Muy difícil la conducción sólo con los radios. A las diez, por fin, en casa, una hora después, en la cama. A la mañana siguiente, Eva tiene la cara muy hinchada, también el ojo izquierdo, aparte de eso muy animada, yo muy abatido. Telegrama a Wolf. Llega esa misma tarde y el martes nos trae el coche arreglado. Son 35 marcos, el de la grúa cobró 10. Así, en conjunto, hemos salido, o así lo parece, relativamente bien librados de este asunto. Pero dos semanas después, Eva tiene problemas con los ojos. El viejo Von Pflugk está de viaje; vamos a la consulta de Best, que ya lleva el emblema del Partido pero que la examina cuidadosamente. Pequeña lesión del cristalino, tres semanas sin mover la cabeza, leer poco, gotas, después volver a la consulta.
Esto fue el 15 de noviembre. Desde entonces el ojo no está peor, pero ha mejorado muy poco. Y Eva echa de menos el trabajo físico, y la casa echa de menos su trabajo, y yo tengo mucho trabajo en la casa, y leo en voz alta también de día, horas y horas. Y a todo esto ha venido a sumarse el otro infortunio.
Mi asunto de la vejiga está ya casi –pero sólo «casi»– superado. El sábado me fui en autobús a ver a Dressel (Annemarie estaba en Leipzig), le conté todo. Le doy pena, indudablemente, pero se nota que tiene miedo, y ésta es probablemente la actitud de la mayoría de los intelectuales. Me examinó a fondo y me dio un medicamento. Desde entonces he ido mejorando poco a poco hasta un cierto grado; la inflamación no ha desaparecido por completo, pero por lo menos el trastorno funcional no se ha repetido.
Cuando volví a Pirna unos diez días después, ya había ocurrido lo de Grünspan. Antes del viaje me enteré en casa de Natcheff de que la noche anterior habían incendiado «espontáneamente» la sinagoga de aquí[77] y roto los escaparates y ventanas de judíos. No necesito describir los acontecimientos históricos de los días que siguieron, los actos de violencia, nuestra depresión. Sólo lo estrictamente personal y los hechos concretos.
27 de noviembre
El 11 por la mañana vinieron dos policías y un «habitante de Dölzschen»: que si tenía armas. – Mi sable, desde luego, tal vez la bayoneta como recuerdo de la guerra, pero no sabría decir dónde estaba. – «Tenemos que ayudarle a buscar». Registro de varias horas. Al principio, Eva cometió el error de decirle al policía con toda inocencia que no metiera las manos, sin lavarlas antes, en el armario ropero, donde todo estaba impoluto. El hombre se ofendió muchísimo, no había manera de calmarlo. El otro policía, más joven, tenía más educación. El peor era el que iba de paisano. «Pocilga», etc. Dijimos que llevábamos meses sin mujer de la limpieza, que muchas cosas estaban sin ordenar, metidas en cajones o llenas de polvo. Revolvieron todo, abrieron a hachazos los cajones y los contenedores de madera que había fabricado Eva. El sable lo encontraron en un arca en el desván, la bayoneta, no. Entre los libros encontraron un ejemplar de los Sozialistische Monatshefte [‘Cuadernos socialistas’], y en él, por suerte subrayado, el artículo de un profesor de enseñanza media, de Berlín: «El francés tiene que ser el primer idioma del bachillerato». También confiscaron ese ejemplar. Cuando Eva fue un momento a buscar una herramienta, el policía joven se fue detrás de ella; el mayor gritó: «Nos hace desconfiar, así empeora usted su situación». A eso de la una se marcharon el de paisano y el policía de más edad, el joven se quedó y levantó acta. Era amable y educado, yo tenía la sensación de que para él todo aquello era penoso. Se quejaba además de que le dolía el estómago, le ofrecimos un aguardiente, que rechazó. Después parece que los tres deliberaron en el jardín. Otra vez apareció el joven: que me vistiera y fuese con él al juzgado de la Münchner Platz. No tiene que preocuparse, probablemente (¡!) estará de vuelta esta noche. Le pregunté si estaba detenido. Él dijo bondadosamente, evitando la respuesta, que sólo era un recuerdo de guerra, que probablemente me pondrían en libertad enseguida. Me permitieron que me afeitara (con la puerta entreabierta), le di dinero a Eva, y bajamos al tranvía. Yo iba solo por el parque, mientras el policía iba detrás de mí a cierta distancia empujando su bicicleta por el manillar. Subimos a la plataforma del 16, nos apeamos en la Münchner Platz, el policía disimulaba bondadosamente que me llevaba detenido. En el juzgado, un ala «fiscal». Una sala con escribientes y policías. «Siéntese». El policía tenía que copiar el acta. Me llevó a una habitación donde había una máquina de escribir. Me volvió a llevar a la primera sala. Yo estaba allí sentado, apático. El policía que me acompañaba dijo: «Quizá esté ya en casa a la hora del café». Un escribiente dijo: «Eso lo decide la fiscalía». El policía se marchó, yo seguí allí sentado, apático. Después dijeron: «Lleve usted a este hombre al retrete», uno me llevó a los servicios. Después: A la habitación X. Allí: «Aquí viene uno nuevo». Otra vez esperar. Al cabo de un rato apareció un joven con las insignias del Partido, era por lo visto el juez de instrucción. «¿Es usted el profesor doctor Klemperer? Puede marcharse. Pero hay que extender un certificado de su puesta en libertad, de lo contrario la policía de Freital creerá que se ha escapado y lo detendrá de nuevo». Volvió al poco rato diciendo que había llamado por teléfono y que podía marcharme. En la salida de aquel ala, junto a la primera habitación a la que me habían llevado, se me echó encima un escribiente: «¿Adonde va usted?». Yo dije: «A casa», y me quedé allí parado, muy tranquilo. Llamada telefónica: si era cierto que me habían puesto en libertad. El juez de instrucción también me había dicho, contestando a mi pregunta, que la cosa no pasaba a la fiscalía. A las cuatro estaba otra vez en la calle con la extraña sensación de ser una persona libre, pero ¿hasta cuándo? Desde entonces no deja de atormentarnos a los dos la pregunta: ¿Quedarse o marcharse? ¿Marcharse demasiado pronto? ¿Quedarse demasiado tiempo? ¿Irse a la nada? ¿Quedarse para ser aniquilados? Constantemente nos esforzamos por eliminar todos los sentimientos afectivos de asco, de orgullo herido, toda la animosidad personal, y por sopesar únicamente los elementos concretos de la situación. Al final podremos echar a los dados, literalmente, los pros y los contras. La primera reacción fue que teníamos forzosamente que marcharnos y empezamos a hacer averiguaciones, a prepararnos. El día siguiente a la detención, el sábado 12 de noviembre, escribí cartas urgentes de SOS a la señora Schaps y a Georg. La breve carta a Georg empezaba así: «Muy a pesar mío, con un cambio total de situación, totalmente marginado, sin detalles: ¿puedes avalarnos a mi mujer y a mí? ¿Puedes ayudarnos unos meses ahí en América?». Dije que me esforzaría personalmente y que encontraría algún trabajo en la enseñanza o en una oficina. – Llamé por teléfono a los Aron: él se dirigió a mí, en la Bismarckplatz, el día del Tratado de Múnich. El señor Aron no estaba, la señora Aron me recibiría hacia las ocho de la tarde. Allí me fui: una lujosa villa en la Bernhardstrasse. Me enteré de que él, y muchísimos otros con él, habían sido detenidos y llevados a otro sitio[78]; hoy sigue sin saberse si están en el campo de concentración de Weimar o si los tienen presos y como rehenes en las obras de fortificación del oeste.
28 de noviembre
La señora Aron nos dio el consejo urgente de tomar medidas inmediatas para emigrar y para vender la casa; dijo que aquí estaba todo perdido, que en el extranjero el dinero alemán ya casi no valía nada, que el marco equivalía a 6,5 pfennigs. Siguiendo el consejo de la señora Aron, fui al día siguiente a la Prager Strasse, a la oficina de consulta (sin fines lucrativos) para emigrantes (el director, comandante Stübel, una persona muy humana). En la antesala una rusa oriental, rubia y exuberante, le decía a una joven: «En la jefatura de policía no nos han dado respuesta, ellos no sabían adonde se los habían llevado…». El viejo comandante me dijo: «Entre estas cuatro paredes usted puede hablar tranquilamente lo que quiera. Estos días estoy oyendo muchísimas cosas que me trastornan hasta tal punto que en el tiempo libre tengo que pasear por el Grosser Garten para tranquilizarme». Le expuse mi situación. Dije que un gobierno que se comporta sin el menor disimulo como una banda de malhechores tiene que estar en una situación desesperada. Él: «Así piensa todo alemán decente». ¿Qué me aconsejaba él? – Dijo que no podía darme consejos. «Si mañana cambia la situación (cosa que no creo), entonces lamentarán haberse marchado». Lo que explicó dejaba bien claro que permitirían que saliéramos pero sin tener donde caernos muertos: con 60 marcos y el 7,5% de la venta de la casa.
DICIEMBRE
2 de diciembre
El domingo, 13 de noviembre, viajamos a Leipzig a ver a Trude Öhlmann. Le preguntamos si podría encargarse de nuestro gatito Muschel. – No, el gato no podría acostumbrarse, sería más humano que lo matáramos. Contó que en Leipzig habían entrado en acción las SA, rociando de gasolina la sinagoga y unos almacenes judíos; a los bomberos sólo se les permitió proteger los edificios circundantes, pero no combatir el incendio; al final se llevaron preso al dueño de los almacenes por incendiario y por haber querido estafar al seguro. En Leipzig también nos enteramos de las reparaciones de 1.000 millones[79]: el pueblo alemán había juzgado a los judíos… Trude nos enseñó un mirador abierto que había enfrente de su casa. Está así, abierto, desde hace días; a los que vivían en la casa se los habían «llevado». Trude estaba llorando cuando nos marchamos. Por el camino, la excitación nerviosa de Eva aumentaba cada vez más; de poco le sirvió la cena que tomamos en Meissen; en casa, rompió a gritar convulsivamente.
Llegaron después cartas de Londres, de la señora Schaps y de Salzburg, que, expulsado de Italia, quiere irse a Estados Unidos a través de Inglaterra. Desearían ayudar pero no pueden. La gente acude habitualmente a Demuth, que a mí me está fallando desde hace tres años. Salzburg escribió que sólo podía ayudarme el hermano que tengo en Estados Unidos.
3 de diciembre, sábado
Hoy es el «día de la solidaridad alemana». Prohibición para los judíos de salir a la calle entre las doce del mediodía y las ocho de la tarde. Cuando salí a las once y media al buzón y a la tienda de ultramarinos, donde tuve que hacer cola, tenía verdadera opresión en el pecho. No lo soporto más. Ayer a última hora de la tarde, orden del ministro del Interior: a partir de ahora, las autoridades locales pueden imponer a los judíos limitaciones de tiempo y lugar en lo relativo a la circulación. Ayer a primera hora de la tarde, el encargado de prestarme los libros en la biblioteca, un tal Striege o Striegel, hombre de edad mediana y con un cargo medio, miembro del Stahlhelm, el mismo a quien por mediación mía los Gerstle dejaron libros en herencia, me pidió que fuera con él al cuarto del fondo. Así me notificó hace un año la prohibición de entrar en la sala de lectura, así me ha notificado ahora la prohibición general de pisar la biblioteca, o sea, el jaque mate absoluto. Pero no fue como hace un año: estaba fuera de sí de indignación, tuve que tranquilizarlo. Me acariciaba constantemente la mano, no podía contener las lágrimas, tartamudeaba: Me ahogo de rabia… Ojalá pasara algo mañana… – ¿Por qué mañana? – Será el día de la solidaridad… Harán una colecta… Podrían acercarse a ellos… Pero no matarlos sin más: torturarlos, torturarlos, torturarlos… Que noten antes el mal que han hecho… Me preguntó también si yo no podría llevar mis manuscritos a algún consulado para que me los guardaran allí… Y si no podría marcharme de aquí… Y enviarle después unas líneas. Ya antes (yo no sabía nada aún de tal prohibición), en la sala de los ficheros, la señorita Roth, muy pálida, me había dado un apretón de manos preguntándome si no podía marcharme, que eso era el final «también para nosotros: antes de la sinagoga prendieron fuego a la Markuskirche y amenazaron con que harían lo mismo en la Zionskirche [‘Iglesia de Sión’] si no cambiaba de nombre…». Hablaba conmigo como con un moribundo, se despidió de mí como si fuese para siempre… Sin embargo, quienes se compadecen de nosotros y se desesperan son personas aisladas y también tienen miedo. Comoquiera que sea, el giro que han tomado las cosas en los días pasados nos ha quitado la inseguridad interior; no hay otra opción: tenemos que irnos. Pero me he adelantado en mi relato. El hecho más importante ha sido el telegrama de Georg del día 26: «Asumo aval. Ayudo. Sigue carta. Georg». La carta llegará hacia el 10 de diciembre y será decisiva. Pero dado el constante agravamiento de la situación iré ya el lunes (pasado mañana) con el telegrama al consulado estadounidense.
La señora Schaps me había indicado que Edith Aulhorn trabajaba para los cuáqueros[80]. Fui a verla al bonito chalet de su familia, en la Liebigstrasse. En la pared, la fotografía original de Walzel aparecida en el homenaje que preparamos ella y yo en trabajo conjunto. (En cuanto a Walzel, la «investigación genealógica» ha dado como resultado, ante el asombro general, que es ario puro: pero eso no le ha servido de nada a causa de su mujer, y vive totalmente aislado en Bonn.) A Edith Aulhorn, la Gestapo ya la ha citado y amonestado varias veces; dice que tratan peor a los arios amigos de los judíos que a los propios judíos. Escribió en mi nombre a Elsbeth Günzburger, que es profesora de la Ecole Normale de Sèvres. Ésta se puso enseguida en contacto conmigo, y adjunto aquí copia de mi respuesta a su carta. Edith Aulhorn cree que habrá relativamente pronto un golpe militar, un completo derrumbamiento del régimen. Pero está muy intimidada, se siente vigilada. Directamente, no he vuelto a saber nada de ella; Elsbeth Günzburger escribe: «Nuestra común amiga». Edith Aulhorn me contó lo que había dicho un general: «La primera cabeza que cae es la de Hitler».
Extraño y misterioso el asunto Wengler. El último día de febrero, cuando el banco olvidó transferir los intereses de mi hipoteca, llegó de Leipzig una carta brusca y furiosa de Ellen Wengler: amenazaba, daba el «aviso» de rescisión, no ponía encabezamiento y firmaba «con saludo alemán»; daba como explicación que había tenido que separarse de su hermano y necesitaba el dinero. En aquella ocasión, el banco respondió en mi nombre. Y ahora, uno de estos días, después de llamar en vano por teléfono varias veces –su teléfono no daba la señal de llamada–, escribí la carta adjunta a Wengler preguntándole si quería darme clases de inglés. Me devolvieron la carta: destinatario ausente con dirección desconocida. Abierto en correos para identificar al remitente. Pienso para mí que Wengler, de toda la vida comunista e idealista, al final no habrá aguantado más en el colegio; siendo medio inglés por parte de madre y teniendo allí todavía contacto con su familia, habrá regresado a Inglaterra. Cada día trae una nueva restricción. Hoy, sábado 3 de diciembre, anuncia el periódico la confinación en guetos y el Judenbann[81] [‘proscripción de los judíos’], en Berlín. Se anuncian otras medidas «terminantes». ¿Por qué? ¿Pura demencia? Más bien pienso que con ese exceso de terror quieren acabar con la oposición del extranjero.
Lo espantoso de estas últimas semanas consiste en que están vacías y al mismo tiempo llenas a rebosar. No hay posibilidad de concentrarse en un trabajo. Esperar noticias horribles que siempre llegan. Hiperactividad. Escribir a oficinas del Estado, mi «Israel» (a tres oficinas), mi tarjeta de identidad con fotografía de malhechor, pruebas de la condición de aria de Eva (equis cartas a juzgados de paz, a iglesias de Prusia oriental), consulta al transportista, varias consultas a Annemarie, que vino varias veces a vernos (heroísmo), que tal vez nos compre la casa, lista de mis publicaciones en ocho ejemplares para la señorita Günzburger. Leer incesantemente en voz alta, día y noche, puesto que Eva duerme mal –a ella le fallan los nervios, a mí el corazón– y debe tener cuidado con los ojos, y la lectura en voz alta es lo que más la distrae (por otra parte, siempre nos hacen compañía los gatos destinados a morir, y eso es horrible). Creo que nunca, ni siquiera en la guerra, hemos pasado tal infierno.
6 de diciembre, martes
[…]
Las últimas películas que tuvimos derecho a ver –los programas llevan ya por aquí dos meses o más–, fueron Payasos[82], película sobre el circo […] y El pacto de las cuatro, película de gran valor tanto literario como interpretativo […]
Cuando tomaba notas, todavía con bastante ingenuidad, sobre la lengua del Tercer Reich, apunté en las semanas inmediatamente anteriores a la catástrofe: 1) la súbita y pública ostentación, de palabra y en imágenes, en imágenes sobre todo, de nuestro material de guerra, en especial de la línea de fortificación del oeste, 2) que las revoluciones suelen jugar con nombres: bajo Cromwell, la gente se llama Jerobeam, bajo Robespierre, Bruto, bajo Hitler, Horst y Baldur. Y se amenaza con prender fuego a la Zionkirche si no la cambian de nombre.
Ahora sólo anoto esta frase cada vez más frecuente: «Corresponde al sano sentido del derecho del pueblo», frase a la que siempre acuden cuando ponen en marcha una nueva atrocidad. Y con esto ha terminado este entreacto contemplativo.
El sano sentido del derecho del alemán se ha puesto de manifiesto ayer en una disposición, de vigencia inmediata, del ministro de la Policía, Himmler[83]: se retira el permiso de conducir a todos los judíos. Motivo: debido al asesinato cometido por Grünspan, los judíos no son «de fiar», de modo que no pueden ponerse al volante, además, si conducen ofenden a la comunidad automovilística alemana, sobre todo si se considera que tienen la osadía de utilizar las autopistas del Reich construidas por el trabajador alemán con el sudor de su frente. Esta prohibición es para nosotros un durísimo golpe. Hace ahora tres años que aprendí a conducir, mi carnet lleva fecha del 26 de enero de 1936.
De esa prohibición me había enterado ya anteayer a primera hora de la tarde por los Aron, que a su vez habían oído la noticia en la radio suiza, donde anunciaban el hecho como inminente. Estuve una segunda vez en casa de los Aron, para recoger información en cuanto a las posibilidades de emigrar y en cuanto a la tributación sobre mis bienes (de lo que en hacienda nadie supo informarme). Es lo siguiente: el 15 de diciembre hay que pagar el primer plazo, sin requerimiento expreso, y nadie puede decirme a cuánto asciende mi patrimonio: purtroppo! Aron, que ha estado preso varias semanas con otras 11.000 personas en Buchenwald, ha vuelto enfermo, y en el último instante le han impedido emigrar a Palestina; los muebles ya están precintados por la aduana y él no puede aportar las 1.000 libras inglesas que le piden, aunque ofrece 175.000 marcos alemanes; está tremendamente nervioso y es muy pesimista. Dice que el aval de Georg no me servirá, que hay miles y miles de personas que tratan de entrar en Estados Unidos, que hay una lista de espera y que yo puedo estar esperando tres años; que en Berlín, los solicitantes se agolpan día tras día delante del consulado estadounidense desde las seis de la mañana hasta la noche, sólo para que los reciban. – Ahora tenemos que esperar que llegue la carta de Georg, pero nuestra moral está aún más baja, y como casi a diario, no, realmente cada día, salen nuevas leyes antijudías, tenemos los nervios hechos cisco. – En cambio, en la tributación sobre los bienes parece que nuestra pobreza nos sirve de provecho. Según lo que me dijo Aron y lo que me ha dicho hoy Rummel, de Iduna, seguramente estaré bajo el límite de los 5.000 marcos, porque el rescate del seguro de vida sólo nos aportará unos cientos de marcos, y el valor actual de la casa apenas asciende a 17.000 marcos, 12.000 de los cuales son hipoteca.
Las angustiosas alusiones y los relatos fragmentarios sobre Buchenwald –están obligados a guardar el secreto, la segunda vez ya no se vuelve de allí, ya ahora mueren diariamente entre diez y veinte personas– son espantosas.
Con la prohibición de utilizar la biblioteca, estoy literalmente sin trabajo. Me he propuesto intentar por fin escribir la Vita. Porque lo que tampoco puedo es pasarme el día estudiando el Little Yankee. Pero de momento me falta el sosiego necesario: gestiones, cartas, leer en voz alta, cavilar y leer otra vez.
15 de diciembre, jueves
Continuamos con este caos desmoralizante y agotador, con esta inútil y frenética actividad, con esta absoluta incertidumbre.
La carta a Georg expone lo objetivo de la posibilidad de Estados Unidos y La Habana. Muy divertida la visita al cónsul norteamericano. Grandes oficinas, amuebladas con elegancia, en la Schlosstrasse. Después de ciertas vacilaciones me recibió un señor más bien joven, de pelo negro. Apretón de manos, educado. No sabía ni una palabra de alemán y llamó a un tal doctor Dietrich, rubio (presentaciones, apretón de manos), para que hiciera de intérprete; resultó después que el cónsul hablaba italiano –de Malta, dice Natcheff, su mujer es norteamericana–, así hubo una extraña mezcla de lenguas. Resultado: no hay perspectivas, ni siquiera puedo ocupar un puesto de profesor porque para eso debería estar jubilado desde hace a lo sumo dos años, no desde 1935. Conté la historia de mi sable, etc. Al final, dijo el doctor Dietrich: «Vaya usted con una recomendación del consulado norteamericano a la agencia de viajes Haessel y pida hablar con el propio señor Haessel; él puede decirle seguramente más que nosotros». Después lo comprendí: ésa es la manera de insinuar una vía no oficial. Tan pronto como entré en la agencia de viajes del Altmarkt, por la fisonomía de un cliente y por el fragmento de conversación que pesqué al vuelo («no se desanime, tiene que esperar en Hamburgo…») tuve la clara impresión de estar en el sitio adecuado. Dos chicos jóvenes, hermanos. Cuando empecé a decir: «El cónsul de Estados Unidos.»., me interrumpieron al momento: «Tiene usted el affidavit[84] y no le sirve de nada… En Berlín sólo le van a poner pegas y no conseguirá nada». Y entonces me aconsejaron pasar por Cuba. Yo pregunté y me pregunté: ¿Es sólo que quieren hacer negocio o están dándome realmente un buen consejo? – Hoy ha llegado una carta de la agencia: me piden que vaya a verlos; allí sabré más detalles.
A última hora de la tarde
La oportunidad de La Habana ha pasado a la historia, o casi. Tendría que decidirme ahora, o a más tardar antes del 1 de enero, a encargar dos pasajes de barco para el mes de junio, para antes está todo vendido, aunque han duplicado el número de viajes; después, ya no habrá plaza hasta 1940.
La agencia de Haessel, repleta de judíos que quieren huir. La impresión que tuve el otro día se ha intensificado. Entretanto ha surgido, hace poco, una posibilidad diferente y enigmática. La hoja sobre Sydney, que adjunto a este diario, llegó de Londres, sin ninguna explicación, muy probablemente de Demuth. First riddle[85]: ¿han hecho la solicitud en mi nombre desde Londres o tengo que hacer yo los trámites? Second riddle: ¿Qué es Sydney (Nueva Inglaterra)? ¿El Sydney de Australia o un Sydney de Estados Unidos o de Canadá? Nadie sabe responder a estas preguntas. Después de largos y violentos debates he enviado por correo aéreo a Australia una solicitud en alemán. Yo pensaba que el funcionario de la pequeña estafeta de correos A 27 se quedaría asombrado y no tendría mucha idea. En lugar de eso, enseguida lo sabía todo y dijo con tono reprobatorio que la carta tardaría bastante en llegar, más o menos una semana entera. Piccolo mondo moderno.
Para intentar que me solucionaran el enigma fui a ver a Edith Aulhorn. Ella también estaba indecisa. Justamente quería escribirme para darme la dirección de una inglesa que trabaja con los cuáqueros y que de un modo lo más discreto y reservado posible ayuda a los no arios que se ven rechazados por los comités de socorro judíos. Escribí a miss Livingstone, a Charlottenburg, la carta cuya copia adjunto. La idea de la colonia es la que más atrae a Eva. Continuamente surgen proyectos de que van a ofrecer no sé qué colonias que acojan a las masas de emigrantes. Primero era Alaska. Ahora es Rodesia. Eva piensa que en todas partes necesitarán un maestro de escuela y que ella podría ser organista, trazar planes de construcción, trabajar en el campo. Su plan más reciente: una fábrica de agua de Seltz en Rodesia. Los tiempos son tan demenciales que ningún proyecto es demasiado fantasioso. Y en cualquier caso, esas fantasías la mantienen en pie. Lo más probable, supongo, es que nos veamos obligados a seguir aquí. A veces pensamos: aquí ya no podremos volver a ser felices ni a sentirnos en casa, ni siquiera si viniera un cambio; pero a veces seguimos apegados a esto.
En abril, cuando los judíos tuvieron que declarar sus bienes, previendo yo sabiamente el crimen de Grünspan y su «castigo», indiqué sin pensar en nada el valor de la casa y de las pólizas de Iduna dadas como fianza. Tras lo cual me pidieron 1.600 marcos de impuestos. Una vez enterado del verdadero estado de cosas, pregunté el valor de las pólizas en caso de rescate y pedí que me tasaran el valor actual de la casa (que a nosotros nos costó en total 26.000 marcos). Resultado: rescate de las pólizas de Iduna, 240 marcos; casa, 16.500, 12.000 de los cuales son hipoteca. De modo que no poseo los 5.000 marcos de capital con los que empieza la tributación. Fui a la oficina de hacienda, en la Sidoniastrasse. No fueron desagradables. Tuve que escribir al punto una instancia, y aplazaron el cobro del primer plazo de 400 marcos, que vencía hoy, hasta que todo quedara resuelto. En cuanto a este asunto, nuestra actitud ha sido y sigue siendo de una perfecta indiferencia: porque de una manera u otra, lo que tenemos está todo perdido. La casa nos la expropiarán sin ninguna duda en los próximos meses; también han empezado ya a reducir las pensiones, de momento sólo a los que se jubilaron con pleno sueldo (entre los que debería estar yo). En mi caso han hecho cuentas y han comprobado que me han pagado equivocadamente 6 marcos mensuales de más, de forma que debo al Estado unos 280 marcos que me serán deducidos a razón de 20 cada mes. (Ésta es exactamente la cantidad a que asciende el impuesto, ahora superfluo, que pagaba por el automóvil. Igual de apáticos que el asunto del impuesto sobre el patrimonio nos ha dejado el hecho de que nos hayan transferido 1.000 marcos de la cuenta bloqueada de Georg. ¿Qué voy a poder hacer con ellos? No puedo sacar nada al extranjero, y aquí dentro… ¿qué está seguro aquí y qué cosas agradables puede uno hacer con ese dinero? Se acabaron los viajes en coche, se acabaron las compras para la casa y el jardín. En cualquier caso, de momento esos 1.000 marcos me salvan de una estrechez aún mayor. Pero qué alegría nos habrían causado esos 1.000 marcos todavía hace unas semanas. – El juez Moral, que conocimos en casa de la señora Schaps, nos ha hecho una visita. Parece muy viejo, pero sólo tiene sesenta años. Medio en serio medio en broma estuvimos haciendo juntos planes sobre Rodesia; juntos hicimos también conjeturas sobre el porvenir.
Beresin nos ha recomendado para las faenas caseras (puesto que los ojos de Eva, ahora ambos ojos, siguen en mal estado) a una tal señora Bonheim. Judía letona, joven y divorciada (el marido, alemán y ario, quería quedarse libre), profesora de gimnasia, con bachillerato: una auténtica señora. Pequeña y de fina complexión, trabajadora y dispuesta. La tratamos completamente como una amiga, toma café con nosotros, y, por 50 pfennigs la hora, hace cumplidamente y sin remilgos trabajos pesados como fregar suelos. Le hablé de Rodesia y de Sydney. Dijo: «En Rodesia tengo una parienta, en Sydney una amiga». Piccolo mondo moderno. Curioso: en el momento en que la técnica moderna suprime todas las fronteras y todas las distancias (avión, radio, televisión, engranaje de la economía), prospera un nacionalismo de la peor especie. Tal vez un último y convulsivo esfuerzo de lo que ya pertenece al pasado. Y hay otra cosa extraña: el nacionalsocialismo ha hablado siempre del judaísmo internacional; era una idea fija, un fantasma. Ha hablado de ese fantasma hasta que éste se ha convertido en realidad.
Ahora tomo más en serio, muy en serio, lo de aprender inglés. Alterno un capítulo del Little Yankee con un capítulo de gramática. Y acabo de tener ahora, de tres y media a cinco, mi primera clase con Mrs. Meyer, clase laboriosa pero no completamente inútil. Me la ha recomendado Natcheff. Su mujer es norteamericana y tiene amistad con ella. Cincuenta y siete años, en realidad es música y organista de la Iglesia norteamericana. Pero esa Iglesia es una fundación alemana, y la Meyer es de origen judío y, por tanto, ha perdido su empleo y tampoco puede dar clase a arios. Ella es inglesa, su marido tiene ochenta y dos años, está increíblemente fuerte y bien conservado, aparenta como mucho sesenta y cinco, es alemán y antiguo cantante de los coros de la ópera. Estuve en casa de ellos, cuarta planta de una casa buena de la Feldherrenstrasse, me acogieron cordialmente en la cocina-comedor. Una gran pajarera y un trato cariñoso a los pequeños periquitos, a los que saca de la jaula y les da besos; además, lágrimas por la situación, están pensando en emigrar, tiene miedo de perder la jubilación y de dar clase en su propia casa; así, hoy ha venido a la mía. Clases de hora y media, a 3 marcos, y 30 pfennigs para los transportes. Quiero ser consecuente en esto y continuar.
Cartas estremecedoras –para ser más exacto y más sincero: cartas que serían estremecedoras si yo no tuviera este grado de insensibilidad y no supiera que a mí me cabe la misma suerte– de Sussmann y los Jelski. En parte, ambas cartas dicen literalmente lo mismo: nos vamos como pordioseros, dependiendo de la ayuda de nuestros hijos. Sussmann se marcha a Estocolmo, a casa de su hija menor, casada allí. Jelski a casa de Lilly, a Montevideo. La Comunidad Reformada Judía ha sido disuelta, la jubilación suprimida, les dan una indemnización con la que pueden pagar el pasaje del barco. Hace algún tiempo estuvo aquí Radke, el gendarme del ayuntamiento, para decirme que me presentara «allá arriba» por lo de la tarjeta de identidad. Conversamos amigablemente, me dio la mano, me infundió aliento. Sabemos, por conocerlo de antes, que ese hombre no es un nazi, que su hermana tiene dificultades porque su marido, un jardinero, tiene una abuela aria de menos. Cuando al día siguiente llegué «allá arriba», él entraba justamente en la misma sala; pasó entonces a mi lado sin mirar y haciendo como si no me conociera. En su comportamiento, ese hombre representa probablemente a 79 millones de alemanes, y más bien medio millón más que menos.
23 de diciembre
Todo sigue igual, con esta apatía, esta desolación. Los días transcurren inútilmente. Mrs. Meyer sigue viniendo con bastante frecuencia a darme clase de inglés y también lo trabajo un poco por mi cuenta: pero no me rinde gran cosa y tampoco puedo dedicarle mucho tiempo. Las tareas caseras, continuamente estas cartas inútiles de SOS, hacer recados without the car[86], leer mucho en voz alta durante el día. Los ojos de Eva no mejoran, su estado general es cada vez más deficiente.
[…]
Ayer aseguró Natcheff, firmemente convencido, que en Berlín se preparaba un nuevo asunto Rohm que llevaría a la catástrofe general: Himmler, Ley, Streicher, Goebbels, los «ideólogos», contra Göring y Schacht, los hombres de la industria. Durante un instante, eso nos dio esperanzas. ¡Pero hemos sufrido tantas decepciones!
25 de diciembre, domingo
Eva ha cortado unas ramas de un abeto de nuestro jardín y las ha dispuesto en forma de arbolito sobre el pedestal de una lamparita de mesa; nos bebimos una botella de Graves con la lengua de vaca, y la temida Nochebuena transcurrió de un modo más agradable de lo que me hubiese atrevido a esperar.
Ha llegado una cariñosa carta de Walter Jelski, desde Jerusalén, preguntando si podía ayudar de algún modo. Por si acaso también voy a enviarle mi lista de publicaciones –un martirio, escribirlas a máquina tantas veces, no saco más de tres ejemplares cada vez–, tal vez se tropiece en algún momento, en el Café Europe (su dirección fija), con el High Commissioner o con cualquier pez gordo. Y ha llegado de Chicago el affidavit de mi sobrino George E. Klemperer. En cualquier caso, lo enviaré a Berlín, al consulado general.
Ayer, por primera vez en el Tercer Reich, la meditación navideña del periódico completamente descristianizada. Navidad de la Gran Alemania, que para el alma alemana significa el renacer de la luz, el resurgir del Imperio alemán. El judío Jesús y todo lo religioso y todo lo humano en general, suprimidos. Es, no cabe duda, la consigna para todos los periódicos.
San Silvestre, sábado
Ayer leí por encima el diario de 1938. El resumen de 1937 afirma que se ha llegado al punto máximo de la desolación y de lo insoportable. Y sin embargo, comparado con la situación actual, este año aún contiene muchas cosas buenas, mucha (todo es relativo) libertad.
Hasta principios de diciembre pude utilizar la biblioteca, y hasta esas fechas pude escribir 100 páginas y una docena más, páginas buenas, sobre el Dix-huitième (desde Retour à l’antique hasta Retif[87]. Y hasta diciembre, más o menos, seguía disponiendo del coche y podíamos movernos. En abril, Piskowitz, Leipzig, el Schwartenberg, Rochlitz, Augustusburg, Bautzen, Hinterhermsdorf, Strausberg y Francfort del Oder. El 16 de mayo Breslau, una ciudad preciosa, el 6 de octubre, otra vez Strausberg, para el setenta cumpleaños de Grete, el viaje a Berlín, con la enfermedad y el accidente, otra vez Leipzig. Y tantas excursiones pequeñas y la libertad que significa hacer la compra en coche. – Y luego, de vez en cuando el cine, comer fuera. Pese a todo, fue un trocito de libertad y de vida: por muy deplorable que haya sido y por mucha razón que hayamos tenido al considerarlo una prisión.
Indudablemente, la situación fue empeorando según avanzaba el año. Primero, el triunfo de la anexión de Austria. Después, desde finales de mayo, la señora Lehmann que dejó de venir. (Para nosotros, personalmente, un golpe más fuerte que todo el estruendo en torno a la Gran Alemania.) Luego, en septiembre, la esperanza frustrada de una guerra salvadora. Y luego, el golpe definitivo. Desde el asunto de Grünspan, el infierno.
Pero no quiero afirmar prematuramente que hemos llegado al último círculo del infierno. A no ser que la incertidumbre sea lo peor. Y seguramente no lo es, porque en ella todavía hay esperanza. Todavía seguimos teniendo la casa y la jubilación. Pero ya han reducido las pensiones (ya no hay «acuerdos especiales», o sea, han suprimido el pleno sueldo convenido, que sólo a mí no me pagaron nunca), y ya he tenido que dar todos los datos de la casa a la oficina «para la liquidación de los bienes judíos». La relativa tranquilidad de las últimas semanas no debe llamar a engaño: dentro de pocos meses habremos llegado al final, o nosotros o ellos.
En los últimos tiempos, realmente he hecho todo lo humanamente posible por salir de aquí: la lista de mis publicaciones y mis cartas de SOS han salido en todas las direcciones: a Lima, a Jerusalén, a Sydney, a los cuáqueros de Livingstone[88]. El affidavit del hijo menor de Georg lo envié al consulado estadounidense en Berlín, he comprobado por teléfono que Mr. Geist, la persona que me indicó Georg, sigue en su cargo y se puede tomar contacto con ella después de Año Nuevo, y le he pedido una audiencia personal. Pero es más que dudoso que algo de eso pueda servir de algo.
El jueves por la tarde estuvo Moral otra vez en casa: amistad, soledad y la misma indecisión. Piensa y vacila como nosotros. ¿Marcharse a la nada absoluta? ¿Renunciar a la pensión que uno tiene aún? Pero de eso se trata: ¡aún! ¿Y si después ya es tarde? ¿Pero adonde ir ahora? Etc., etc., in infinitum. Moral es magistrado, tiene sesenta y un años y aparenta setenta y uno y también se comporta un poco como si los tuviera: por tanto, para él es aún más difícil que para mí. Le parece posible que la guerra y el derrumbamiento estén a punto de llegar. La «noche de San Bartolomé» –en forma de pogromo sería seguro el principio del fin, sería, así argumenta él, sólo una noche de sangre, porque después el ejército se encargaría de poner orden–, esa noche de sangre él quiere eludirla eclipsándose en alguna pensión neutral y aria. Dice que ya ha tomado medidas al respecto.
La New Review London del 8 de diciembre, que me ha dejado la señora Meyer, afirma que hace poco hubo una conspiración militar contra Hitler, en su Berghof[89], que Himmler descubrió la conjuración, que había habido fusilamientos. ¿Rumores? ¿Verdad? Cuando uno lee ese periódico, el final tendría que estar cerca. Pero aquí leemos ese mismo género de noticias referidas a Moscú. Y Stalin se mantiene, y Hitler se mantiene.
En la medida en que he trabajado algo después de la catástrofe, ese trabajo ha consistido en un esforzarme sin ningún sistema por aprender inglés. Un poco de gramática, un poco de vocabulario, traducir algún texto breve; desde el 15 de diciembre, dos o tres veces por semana, hora y media de clase (con dictado) con Mrs. Meyer. Puede que haya hecho algún pequeño progreso, al menos en lectura y en comprensión auditiva; pero estoy todavía muy lejos de saber hablar, y la sintaxis me produce una perplejidad creciente, más aún, un pavor irremediable. Y a la larga, soy incapaz de soportar este tantear aquí y allá, esta falta absoluta de trabajo productivo. Si transcurre el mes de enero sin haberme traído la seguridad de la emigración, me concentraré en la Vita, de la que hace poco escribí las primeras líneas, los «soldados de papel».