ENERO

24 de enero, viernes noche

El primer recibo de Strobach es del 16 de noviembre: ese día me apunté al curso de conducir; el 22 de noviembre, conduje por primera vez. Después, semanas de desesperación. El 28 de diciembre me apunté a un segundo curso. Empezó el 2 de enero y fueron trece clases, en total he conducido veinticinco veces. Ayer por la mañana aprobé el examen. Para mí, es una victoria sobre mi naturaleza, conseguida con muchísimo esfuerzo, y un asunto de extraordinaria importancia. Ya están en marcha, con el carpintero Lange, los trabajos preparatorios para construir el garaje, ya estamos tanteando el terreno para la compra de un coche, ya he presentado una solicitud a Iduna: quiero sacar 3.000 marcos de la póliza, emplearla para garantizar el seguro por un plazo de un año (unos 800 marcos), y el resto para el garaje y el coche. Política de quien no tiene nada que perder: en consonancia con los tiempos que corren. ¿Quién me garantiza la seguridad de la póliza? El garaje aumenta el valor de la casa. Me gustaría contar todo esto de un modo más épico. Pero estoy todavía muy cansado.

En estos tiempos de dedicación al coche he dejado el Diderot listo para la imprenta. Copiado, anotado, cotejado. Hace una hora, puse el punto final. El domingo o el lunes empezaré a pasar a máquina (y a rehacer en algunos puntos) los tres primeros libros del volumen. Pero el libro IV, ya terminado, es más de una tercera parte del total.

Todo esto, con el corazón en pésimo estado. A diario, en las subidas, dolores de garganta. Ayer también fueron atroces durante el examen. El profesor de conducir me ha pedido que le escriba una carta de agradecimiento. Adjunto aquí la copia.

25 de enero, sábado noche

Una vez superada la grave depresión por el fracaso del primer curso y por la «jubilación», que había resultado tan baja (480 marcos), el 28 de diciembre me apunté, por puro espíritu de contradicción, a un segundo curso. Éste comenzó el 2 de enero, de un modo muy agradable. Luthe tenía que llevar al aparcero del dominio de Zauckerode a su finca, pasando por Freital, y así practiqué una hora fuera de la ciudad (por la carretera que bordea el Weisseritz, más abajo de Dölzschen). Fue estupendo. Además hubo cosas interesantes. El aparcero, un hombre de edad con las insignias del Partido y de su cargo, me enseñó los establos, sobre todo la cría de cerdos, y se quejaba amargamente: hasta ahora había tenido un contrato de aparcero de doce años, él sólo podía trabajar a largo plazo. Pero ahora había un señor en el ministerio que hacía los contratos de aparcería por un año, era un ser todopoderoso al que nadie podía acceder ni por escrito ni, menos aún, de palabra. Yo me hice el tonto: que cómo casaba eso con el principio nacionalsocialista de asegurar la existencia del campesino, de la agricultura. Amarga respuesta: no casaba de ninguna manera, eso no era «conforme a las ideas del Führer»: pero ¿qué podía hacer él? Allí había un hombre contra el que no se podía hacer nada… Yo no dije nada y me alegré.

También fue muy agradable la clase del 14 de enero. Viajamos por la ciudad ya anochecido, entre las cinco y las seis, subimos hasta el pueblecito de Dölzschen y regresamos a la Polierstrasse. Fue el primero y el último viaje nocturno, no marchó mal la cosa, y regresé a casa con la moral bastante alta. Las otras clases fueron todas por el centro, once en total y casi a diario. A veces la cosa marchaba bastante bien, a veces miserablemente. El miedo terrible y el desconcierto de las primeras veces estaban superados, pero yo regresaba cada vez a casa empapado de sudor, muy a menudo Luthe echaba la mano al volante y afirmaba que sin él habría sucedido tal y tal desgracia, que me lanzaba contra los obstáculos, que aceleraba cuando tenía que frenar, etc., etc. Al cabo de algún tiempo me sentía desgraciadísimo y pensaba que hasta cierto punto había tenido demasiadas clases. Me decía a mí mismo que debería practicar yo solo, y por el momento en alguna zona solitaria. Pero Luthe sólo tenía presente el examen y continuamente me obligaba a meterme en pleno tráfico y en angostos callejones. ¡La Portikusstrasse! ¡La Pirnaische Platz! – Hace unos años Ebert y Stinnes[1]  murieron, uno después de otro, a consecuencia de una operación de la vesícula. En aquella ocasión dijo Annemarie: Si no hubieran sido Ebert y Stinnes, se habría operado a tiempo y aún estarían con vida. En eso pensaba yo a menudo. Si yo no hubiera sido «el Professor», el pequeño gran personaje (purtroppo![2]), Luthe me habría dejado pasar antes al examen, y yo habría tenido menos miedo y seguramente habría aprobado bastante fácilmente. El miércoles conduje por última vez. Bordeé perfectamente el dichoso pórtico de la Portikusstrasse con sus horribles estrecheces y sus dificultades, superé correctamente el cruce de la Prager Strasse, la recorrí sin problemas… ¡pero «dar la vuelta» y «dar marcha atrás»! Confundía siempre derecha e izquierda. Ultima recomendación de Luthe: «Las esquinas lo más despacio posible, cuando yo le dé un golpecito con la punta del pie, suelte el acelerador». – El miércoles por la tarde miré una vez más un poquito el coche, que me sigue pareciendo bastante misterioso; en cuanto al código de la circulación, estaba bastante seguro de saberlo. El jueves a las ocho menos cuarto tenía que estar en la Kulmstrasse, 2.

El jueves empezó mal. Llevo ya algún tiempo siguiendo un tratamiento dental, una desagradable supuración de las raíces. Por la noche estuve desvelado, con dolores, cosa no habitual en mí; a las cinco y media tuve que levantarme. Encendí la calefacción, me ocupé de Muschel, del desayuno de Eva, me marché a las siete y cuarto y me equivoqué de camino. Subí toda la Bernhardstrasse, con violentos dolores en el pecho y la garganta. A las ocho menos cuarto había remontado la cuesta. ¡Y la Kulmstrasse estaba abajo junto al Tribunal Provincial! (Quince años de catedrático de la TH y nunca he estado en los edificios nuevos de la Mommsenstrasse.) Completamente descompuesto, bañado en sudor, con dolores, llegué abajo a las ocho: tenía tiempo de sobra. En la sala de espera había como doce personas delante de la caja; al poco rato ya éramos quince. También una chica; la mayoría jóvenes, todos más jóvenes que yo, casi todos de clase más o menos obrera. De mi autoescuela sólo un señor, cuarenta y pocos años, mutilado de guerra que conduce un coche especialmente equipado. (Acelerador de mano, frenos y embrague juntos: le falta una pierna.)

Pagamos 10 marcos en caja y nos repartieron por las salas de exámenes. Yo estaba con cinco personas, entre ellas el cojo. Una auténtica aula, una cátedra (maravilloso panorama de los montes a la otra orilla del Elba), un ingeniero de pelo gris, tan austriaco que no parecía ario. Herr Doktor Klemperer: ¿qué hay en el eje posterior? Yo, orgulloso: el diferencial, para que las ruedas… También supe algo de refrigeración, de cambiar luces, de luz verde y ámbar en las plazas. Pero no conocía la nueva señal que prohíbe estacionar, el cojo me lo sopló al oído, y el ingeniero Kroh dijo: «¡Pero no se lo diga!». Si me hubieran preguntado por el encendido, no habría sabido nada, pero la cosa marchó bastante bien, yo sabía justo tanto o tan poco como los demás, el examinador fue muy amable, echaba una mano de vez en cuando, explicaba; esa hora de ocho y media a nueve y media fue muy agradable. Era curiosísimo estar allí examinándome, yo que era catedrático y senador de la TH, que creía que el oral previo a la cátedra había sido mi último examen y que había examinado tantas veces durante los últimos veinte años. Así que el «oral» estaba superado. «La autoescuela Strobach empieza a las 10:30», dijeron después.

Estuvimos entonces una hora dando vueltas por delante del inmueble. Hacía buen tiempo, como 1°C, yo tenía mucho frío pero charlé bastante con la gente. Había un hombre con un camión de 150 CV cuyo peso tenían que controlar; nos enseñaba el motor, hablaba de una multa que le pusieron por no haber utilizado el indicador de dirección estando la carretera vacía: «El alcalde necesitaba dinero, estaba escondido en la cuneta». – Otro hablaba de su pobre amigo: «El perito pone pegas, mi amigo pierde los nervios, le suelta un mamporro: jamás le darán el carnet». Al cabo de un rato vi pasar a Trefftz, cuya villa está enfrente del inmueble donde examinan. Charlamos mucho tiempo. («No creo que recobre usted nunca su puesto. ¿De dónde va a sacar dinero el próximo gobierno? Ese gobierno hará los menos cambios posibles».)

Luego llegó Luthe con el coche especial del inválido. A mí me embutieron en la parte de atrás, a mi lado el examinador, otro distinto del que nos había hecho el examen oral, un hombre gordo de unos cuarenta años, brusco y dominante. Le puso pegas al coche; criticó desde el primer momento al conductor, y cuando Luthe quiso intervenir, dijo autoritariamente: «Aquí hablo yo». Ordenó al hombre meterse por la ciudad, bajar a la orilla del Elba, parar, dar marcha atrás, seguir adelante. Para mí era como si estuvieran guillotinando a alguien delante de mí y yo fuera el siguiente. El viaje terminó en la Polierstrasse, junto a Strobach. Larga discusión, el ingeniero exigía un cambio en los frenos.

Por fin me tocó a mí. Luthe me había insistido en que pisara poco el acelerador, lo menos posible, que arrancara muy suavemente. Arranqué con tanta suavidad que el coche no se movió de su sitio. «Así no puede ser», dijo el ingeniero a mis espaldas. Luego, el coche empezó a andar. Postplatz, Altmarkt, Johannstrasse, por la derecha, a la Prager Strasse, cruzarla, otra curva, a la estación, Bismarckplatz, Werderstrasse. En el fondo no iba mal la cosa. Pero a mí me dolía la zona del pecho, y Luthe todo el tiempo me apartaba disimuladamente el pie del acelerador, y Lindner me gritaba por detrás: «¡Se queda usted parado, acelere!». Cuando ya me creía fuera de peligro, en la Werderstrasse: «¡Pare, dé la vuelta!». Claro, otra vez confundí derecha e izquierda. Pero luego logré dar el giro y el ingeniero fue muy benigno. Parecía tener compasión de mi avanzada edad. Volvimos a la Kulmstrasse, frené correctamente, también salí bien librado de una última parada en una calle en cuesta ayudándome con el freno de mano. «Una exhibición no ha sido, pero le doy el carnet». Estaba tan hecho polvo que no pude ni alegrarme. Le pregunté a Luthe por qué me apartaba siempre el pie del acelerador. Herr Professor –he sudado sangre– he sostenido todo el tiempo el embrague (coche-escuela con dos embragues); iba usted muy rápido, no habría doblado ninguna esquina. Usted deje que el examinador le regañe: por ir despacio no suspenden a nadie; pero roce el bordillo de la acera y no hay nada que hacer. Luego, Luthe me llevó (¡con qué gusto me dejé llevar!) a la consulta de Isakowitz. Después del tratamiento me fui a la Postplatz y compré una botella de Haute-Sauternes. Por la noche lo celebramos los dos. Con amore. –Pero hoy estoy todavía agotado.

Y hoy ha estado aquí el representante de Strobach, Isandoro. El chico tiene razón: un coche nuevo sería lo más sensato. Pero ¿y el dinero? No sabemos qué hacer.

El 3 de enero estuvimos invitados con Gusti en casa de los Isakowitz. Fue muy agradable…, pero por desgracia era viernes por la noche, y allí estaban otra vez los sombreros, también para Karl Wieghardt, que no sospechaba nada; y el doctor Berlowitz, también dentista, un cuñado bastante joven de Isakowitz, entonó de modo fabulosamente auténtico y oriental una larga oración. Eso fue un poco enervante. – Otra tarde tuvimos en casa a Gusti Wieghardt y a la señora Schaps, y en otra ocasión estuvimos nosotros en casa de Gusti. Allí pasaremos también hoy la velada. Ella se marcha el lunes varios meses a Dinamarca.

31 de enero, viernes noche

[…]

Mi salud, muy mal. El corazón, los ojos. Además dolores inflamatorios en la cabeza y los hombros. Desde hace semanas, tortura en el dentista. Mañana quiere operar, hacer una resección; no me gusta nada la perspectiva. (¡Y los costes!)

Hasta ahora, el asunto del coche sólo acarrea problemas. El ayuntamiento me pone trabas por el garaje que hemos proyectado. Que una barraca con tejado plano «estropea» el paisaje. ¡Pero si por toda esta zona los garajes tienen los tejados planos! Es, evidentemente, una ocasión de fastidiar al «judío». Así que un tejado con 45% de inclinación. Caseta de perro, dice Eva. La discusión arriba, en la oficina del ayuntamiento, me produjo hondísima irritación. Vi con claridad la falta de recursos, la ausencia de derechos de mi situación. – Y tampoco hemos encontrado aún un coche adecuado (los nuevos son muy caros). Por mi parte, me vienen continuamente dudas sobre si todo este asunto es justo y razonable. Somos pobres, nuestro futuro es perfectamente incierto, yo estoy cada vez más convencido de que me queda poco, muy poco tiempo de vida y quiero emplear en este lujo 2.000 marcos de mi seguro de vida. Pero puede que tampoco sea tan insensato como me parece.

La situación política me agobia cada vez más. Ya casi no hay esperanza de vivir el cambio. Todo el mundo inclina la cerviz. La infamia triunfa por doquier. Ayer, las aparatosas solemnidades del 30 de enero. ¡Tres años! Pueden resultar cien.

Estoy copiando lo de Voltaire, despacio y puliéndolo. Hay partes que me gustan, y otras muchas que no. También en cuanto a este libro mío pierdo más y más la esperanza.

FEBRERO

11 de febrero, martes

Tras un tiempo suave y primaveral, de pronto, desde hace dos días, -10°C por la mañana.

La situación, cada vez más sombría. En Davos, un estudiante judío ha matado a tiros al agente alemán[3] del NSDAP. De momento, como aquí se celebran los Juegos Olímpicos[4], se guarda silencio al respecto. Después les llegará la hora a los rehenes, a los judíos alemanes. Esto, en cuanto a lo general. Y en cuanto a mi caso personal: soy el único judío del municipio de Dölzschen, al menos el único «notable». El alcalde, Kalix, ya me ha puesto pegas, y cuando en el verano ampliamos la casa, se despachó a su gusto hablando con Prätorius. Que yo «desfiguro» el paisaje con una casa de madera y un tejado de cartón piedra. Ahora, con el garaje, es peor aún. Aquí en el Kirschberg, hace unas semanas construyeron un garaje, la típica barraca. A mí me lo han denegado. Que «este» año ya no se permite seguir «desfigurando» el paisaje; exigen un decorativo tejado de dos aguas que nos quitaría sitio y vistas. En el ayuntamiento, le dije a un escribiente: «Yo no desfiguro nada. Así que se acabó el garaje y el dar trabajo a la gente». Él: «Usted podría, a lo sumo, hablar con el alcalde, pero no creo…». Yo: «Yo no pido como un favor especial algo que considero normal. Que usted lo pase bien». Al día siguiente el maestro albañil y el carpintero van a hablar con el alcalde, para decir que se trataba de su trabajo. Él me transmite lo siguiente: que yo no sabía lo que estaba en juego, que yo era aquí un extraño y que él tenía ganas de hacerme pasar una noche en prisión preventiva. Informe del carpintero Lange (que hace unas semanas tuvo un registro domiciliario y un severo aviso en la comisaría; había habido una denuncia, y encontraron en su casa un libro científico que le había regalado –por ayudarle a hacer el equipaje o algo así-el judío «huido» Blumenfeld). – Soy plenamente consciente de que mi vida corre peligro. – Todo este asunto del coche me parece cada vez más demencial.

En la Postplatz se dirige a mí un señor: «¿No me reconoce? Doctor Kleinstück, director del Instituto Vitzthum. El otro día me crucé con usted, usted me vio y miró a otro lado. Yo temía que hubiese apartado la vista porque pensaba que no iba a saludarle. Por eso le estoy hablando ahora. ¿Cómo está?». – Su comportamiento me emocionó, contesté a su pregunta y añadí: «Por cierto me han contado que usted, señor director, es un gran nazi». Él: «¡Vaya por Dios! No sabe uno cómo hacer para dejar contenta a la gente; vivo día tras día sin saber si mañana seguiré en mi cargo. Mi hermana…». – «¿Qué le pasa a su hermana?» – «Era secretaria particular del director general Sommer, un gran industrial judío, y ha estado seis semanas en prisión preventiva». – Ése es el supernazi, director del Instituto Vitzthum.

A las preocupaciones y constantes trastornos cardíacos se añadió el tormento del dentista. No pude decidirme a que me hicieran una problemática resección y pedí que me sacaran la muela enferma. No marchó la cosa sin que fallara un poco el corazón y sin un desagradable efecto de la inyección.

El domingo pasado estuvieron cenando en casa los Isakowitz. Él está muy angustiado por las preocupaciones y la inseguridad. Superando su desesperación, contó chistes de una indecencia cruel, él mismo dijo: «Por pura desesperación». Unos quince días antes estuvieron en casa Dressel y Annemarie. Fuera de eso, muy solos.

Paso a máquina y retoco Voltaire, Eva pinta las paredes de la sala de música. Y muchas ofertas de coche y planes de construcción del garaje. Divertido el vendedor Isandoro, cuya familia florentina lleva el apellido Isidoro. Italiano por el padre, griego por la madre, barruntamos en él una fuerte dosis de judaísmo. Está empleado en Strobach, se ocupa de nosotros y es un hombre simpático. El padre vive aquí, comerciante de tabaco; el hijo ha hecho el servicio militar en Italia y sólo entonces aprendió italiano. Buscar un coche le hace descubrir a uno, en otros muchos aspectos, un mundo diferente. Pero es una locura absoluta, un acto de desesperación, como los chistes verdes de Isakowitz.

[…]

Sin noticias de Georg desde octubre. Quería emigrar y hablarme antes personalmente.

MARZO

6 de marzo

En octubre escribió Georg que emigraba, que antes quería verme. Le contesté, le felicité el año nuevo, hace quince días le escribí a Friburgo. Sin respuesta.

El 3 de marzo, al cabo de varios meses, estuvieron en casa a tomar café Susi Hildebrandt y Ursula Winkler (mis dos últimas estudiantes). Susi Hildebrandt contó que se había enterado por su tía de que Georg estaba en Estados Unidos.

Ayer hablé con Marta en la estación; viajaba a Praga, a ver a su hijo, que está a la espera de que le permitan entrar en Rusia. Contó que Georg se había establecido en Boston, donde su hijo ejerce de médico en un hospital. Antes estuvo con los Sussmann, en Colonia, a Marta le ha escrito al menos una carta de despedida. A mí me dejó en verano una limosna de 6.000 marcos (¡porque se lo había prometido a nuestro padre!), y luego me ha dejado arrumbado. Probablemente me tiene por un hombre sin honor, porque me quedo en Alemania. Seguramente no volveré a verlo. Él tiene más de setenta años, y yo un corazón en pésimo estado. – Marta contó también que el hijo mayor de Félix[5] se ha ido a Brasil, que Betty Klemperer[6] quiere emigrar a Estados Unidos, también los Sussmann y los Jelski quieren marcharse, ya antes de la Olimpíada. Yo seré el último de la familia que se quede aquí, y aquí pereceré. No puedo obrar de otro modo.

Estamos enterrándonos, literalmente. Es una locura, pero esa locura quizá resulte victoriosa y sea la mejor inversión de capital. Ahora estamos abriendo una zanja para el garaje. Tras infinitas complicaciones, su emplazamiento será debajo de la terraza, delante. Eso costará su per giú[7] entre 900 y 1.000 marcos. El coche lo compramos el 2 de marzo. 850 marcos; pero 19 marcos de impuestos al mes. Opel, 32 CV, 6 cilindros, construido en 1932, totalmente descapotable. El dueño de la tienda de ultramarinos nos recomendó a un mecánico de confianza, Michael, que nos llevó de vendedor en vendedor. Vimos «nuestro coche» primero por una ventana, con la puerta cerrada (en Meyer, Friedrichstrasse). Exteriormente, nos encantó. Por la tarde lo teníamos aquí, por la noche estaba comprado. Desde entonces no he vuelto a verlo. Lo tiene Michael, que quiere darle un repaso. Yo sólo podré conducirlo cuando nos hayan llegado de Brandeburgo los papeles. ¿Sabré conducir? ¿Lo aguantarán mis nervios, mi bolsillo? Mensualmente 19 marcos de impuestos, 33 de seguros. ¡En su conjunto, una aventura de desesperados! Durante nuestra excursión en el coche del comerciante Vogel (como contrapartida, él hace el negocio del seguro), vimos una inmensa edificación a base de garajes, un completo sistema de casernas por decirlo así, apenas visible desde la calle, en la Arnholdstrasse. ¡En qué negocio se ha convertido el coche con todo lo que lleva anejo! Un mundo.

Lange, el carpintero –buenas manos pero poco fiable, inteligente pero como un niño de doce años–, después de muchos golpes en falso con el proyecto del garaje, ha puesto todo el asunto bajo la égida formal de Grosche, su maestro de obras. Un tipo extraño, cuya locuacidad de hombre del pueblo me ha costado ya dos tardes. Sobre Grosche, próximamente, en su contexto.

Susi Hildebrandt, cuando tomaba café en nuestro vestíbulo: ¿Hablan ustedes aquí? – ¿ ? – El teléfono. Nosotros no hablamos jamás en la habitación donde está el teléfono; muchas veces, sin que el dueño lo sepa, instalan micrófonos (¡una sola manipulación! El operario dice que va a mirar o a cambiar algo). Entonces, con el auricular colgado, se oye todo lo que hablan en el cuarto. – Dijo que Hitler tenía seguramente cáncer, que su voz estaba muy cambiada. Ella sigue contando con la caída del régimen. Pero se asombra de cuánta gente, pese al descontento general, se siente atraída por la persona de Hitler y cree en él. Ella ve y habla con gente de las SS y de la Reichswehr y de la industria.

¡Feliz Dinamarca! En sus sellos de correos, figuras de los cuentos de Andersen, el patito feo, la sirena. Gusti Wieghardt nos escribe desde Dinamarca, yo me encargo aquí de sus asuntos de dinero.

Las historias de la Revolución francesa se leen en dos versiones: a) La víspera de su ejecución, cayó Robespierre: se salvó, b) Un día después de su ejecución, cayó Robespierre. ¿Qué versión será la nuestra, a) o b)? ¿No perder la calma? Da completamente igual que la pierda o no: no puedo hacer sino esperar, como en 1915 en la batería, sólo que más hundido en el cieno.

[…]

Los Köhler «decentes» estuvieron en casa el 28 de febrero por la tarde. El padre contó que Polonia (¡aliada!) había prohibido que nuestros trenes de mercancías circularan por el corredor, debido a las deudas, porque pagábamos en marcos y no en zlotys. Los víveres más importantes –y los cadáveres– llegaban de Prusia oriental por vía marítima.

Isakowitz me dijo por teléfono que tiene permiso para ejercer en Inglaterra y que quiere marcharse en abril. Pronto estaremos completamente solos.

Retoco el libro y lo paso a máquina siempre que tengo un rato libre. Estoy con Fontenelle. Tal vez consiga terminar para fines de abril.

Estoy siempre cansado, tengo siempre dolores de hombros y dificultades respiratorias, fumo mucho, escribo a máquina, tengo que tumbarme en el sofá de puro cansancio, duermo un cuarto de hora, escribo otra vez. El tiempo se me va de entre las manos. Estoy en una tensión sorda y constante, esperando siempre el final, mi final, lo que sea. Para aburrirme, no me queda un minuto de tiempo. Mucho trabajo casero, mucho escribir a máquina, todo ello interrumpido constantemente por la obra del garaje y las peripecias consiguientes.

Lengua: el caso Seefeld, un delincuente sexual, asesino de niños, lo han explotado al máximo, sirviéndose de él para atacar el sistema liberalista. «Nosotros» esterilizamos, nosotros estamos en pro de la «humanidad» (Menschlichkeit) y en contra del (falso, liberalista, judío) «humanitarismo» (Humanität).

El 29 de febrero nos enviaron 4.500 ladrillos del derribo de un vivero. Precio, trayéndolo a casa, 105 marcos; nuevos, habrían costado 156. Los descargamos y apilamos haciendo cadena. El corazón me falló algunas veces, funcionó en su conjunto, pero al día siguiente tenía unas agujetas fuertísimas. A Eva, el trabajo físico no le importa nada. Trabaja todo el día en el jardín removiendo la tierra, etc. Y cuando llueve, pinta y trabaja la madera en la sala de música.

8 de marzo

Ayer, en la Bismarckplatz, fui a toparme directamente con el discurso de Hitler en el Reichstag. Nada de «Reichstag», era verdaderamente un espectáculo de la Ópera Kroll[8]. No pude librarme de él durante una hora entera: primero, por la puerta de la tienda abierta, luego en el banco, luego otra vez al pasar por la tienda. Hablaba con una voz perfectamente sana, casi todo bien formulado, leído, no demasiado patético. El discurso sobre la ocupación de Renania («violación del Tratado de Locarno[9]»). Hace tres meses yo habría estado convencido de que esa misma noche tendríamos guerra. Hoy, vox populi (mi carnicero): «Ésos no arriesgan nada». Convicción general, y también nuestra: no pasará nada. Un nuevo «acto de liberación» de Hitler, la nación exulta (¿qué es eso de la libertad en el interior? ¿Qué nos importan los judíos?). Tiene la posición asegurada por un tiempo indefinido. También ha disuelto el «Reichstag» –nadie conoce los nombres de los «elegidos»– y «pide» al pueblo que el 29 de marzo, en nuevas elecciones, etc.

Estoy infinitamente abatido, ya no viviré ningún cambio.

23 de marzo

Será un enorme triunfo del gobierno. Obtendrá millones de votos a favor de la «libertad y la paz». No necesitará falsificar votos. La política interior está olvidada. – Ejemplo: Martha Wiechmann, el otro día en casa, hasta ahora muy demócrata. Ahora: «Nada me impone tanto respeto como el rearme y la ocupación de Renania». Y después: «He asistido a una conferencia sobre Rusia, aquello es demasiado atroz, nosotros estamos mejor», a) Las atrocidades de Rusia, ésas las creen; b) sólo se conoce la alternativa bolchevismo o nacionalsocialismo, nada entre ambos; c) en el delirio de la política exterior, se ha olvidado todo lo demás. – La aventura ha causado impresión en el extranjero y, a pesar de la condena de la Sociedad de Naciones y de la propuesta de crear una policía supranacional para la zona del Rin, será una formidable victoria de Hitler. Este vuela de un lugar a otro y pronuncia discursos triunfales. A eso lo llaman «campaña electoral». Y la Ópera Kroll es el Reichstag. Típico. Los diputados son coro, comparsas, claque, coros hablados. Hitler dijo hace poco: «No soy un dictador, sólo he simplificado la democracia». Las monedas de Napoleón llevaban grabada al principio la inscripción: République Française. – Palabras cultas favoritas: no nos dejamos «discriminar», ni «difamar». Él dice: diskrimieren, también pronuncia Versalles con s sonora, y Herriot con h aspirada. Tal y como se espera de un hombre del pueblo. – Ursula Winkler nos trajo a su novio, Greiner, bávaro de pies a cabeza, teólogo protestante, vicario en ciernes. Nos habló de una circular del ministro del Interior sobre ceremonias nacionalsocialistas: «liturgia»: «canto en común»; «lectura» (de textos de Hitler), etc. – Ad vocem[10] difamar: en las disposiciones relativas a las elecciones se habla de arios, judíos y «mestizos».

Marta, que ha pasado por aquí a su vuelta de Praga, habló con gran optimismo. Luego llegó Martha Wiechmann como vox populi. Luego vino la interminable «propaganda electoral» e Inglaterra, que pacta con Hitler. Mi estado de ánimo a todas las horas del día: ya no viviré el cambio.

Amable carta de Georg desde Boston; pero desde Boston. Ya ha cumplido conmigo, asunto concluido.

Hoy, tercera semana de construcción del garaje. La nave propiamente dicha (auténtica nave: 7×3 metros) está hecha. Pero los trabajos de remover la tierra, socavar el terreno y preparar el camino de acceso lo encarecen todo (dada mi situación económica) enormemente. Después estaremos sin reservas. Eso me causa cada día un miedo creciente. En cuanto al coche, la parte puramente deleitable dura siempre pocos minutos. Prevalece la doble preocupación. 1) Los gastos. Resulta que no necesitamos 10 litros de gasolina por 100 kilómetros sino 15. O sea: que nos han estafado. Entre impuestos, seguro y una limpieza, son unos 66 marcos mensuales. ¡Y tengo 484 marcos de «jubilación»! 2) La constante preocupación de que pueda causar una desgracia conduciendo. El 19 de marzo, el coche, con todos los papeles, estaba por fin a nuestra disposición. Desde entonces conduzco a diario con Michael, que no es tan prudente como Luthe –¡vino a vernos el otro día!–, pero que lo hace bastante bien. Al principio, después del largo intervalo de dos meses y con un coche rápido al que no estaba habituado, conducía muy mal, ahora la cosa marcha mucho mejor. Pero tengo miedo de conducir solo y de mi responsabilidad con Eva. Ella va ahora también en el coche. El primer viaje más largo fue a Niederwartha. Cuando conduzco no veo nada del paisaje, la mirada está fija en la carretera. A la vuelta de Niederwartha, en la Habsburger Strasse, tuve ese momento en que a uno se le cierran los ojos (cf. la carta adjunta a Walter Jelski). Anteayer, un viaje a la zona de Gorbitz, cuesta arriba y cuesta abajo por las angostas callejuelas de los pueblos, marchó mejor. Yo sólo veía un sol poniente inmenso, fuera de eso sólo carretera; ayer, el viaje con muchas curvas a Edle Krone, marchó muy bien. Pero no me siento en absoluto seguro. La marcha atrás es un esfuerzo ímprobo, me falta el sentido de la dirección. Las calzadas largas y rectas muchas veces me desconciertan más que las curvas. Los árboles vibran, me acerco a ellos, y cuando enderezo me voy demasiado a la izquierda. Tengo que obligarme a ir despacio. Con todas esas preocupaciones y distracciones, el trabajo de pasar a máquina el Siglo XVIII va despacísimo.

Y siempre los dolores inflamatorios o reumáticos en la cabeza, en los ojos, la nuca, los hombros y el brazo, siempre los trastornos cardíacos.

Así que ya tengo el carnet de conducir, el coche, el garaje: y estoy aún más deprimido que antes.

Cuando me hice cargo del coche, el cuentakilómetros marcaba 30.045 kilómetros. Por desgracia, ayer por la tarde se lo tuve que dejar a Michael para que viajara a Kamenz, etc.; hizo un recorrido de 130 kilómetros. Por mi parte, ya tengo rodados 100 kilómetros. Ayer reposté gasolina por primera vez y me hincharon el neumático de repuesto. Todo esto, hoy por hoy, son nuevas experiencias.

Tengo que levantarme antes de las seis, por los obreros; también Eva empieza muy de mañana. Siempre la compadezco por tener que agobiarla con mis apuros económicos, siempre estoy desesperado porque los gastos superan en mucho, cada vez más, lo presupuestado. Transportar los escombros, excavar el terreno, etc. Siempre algún obrero más, más horas de trabajo, etc.

Poco tiempo para la lectura en voz alta […]

31 de marzo, martes

Todo el complejo garaje-coche es de momento una fuente inagotable de preocupaciones, de molestias y de contrariedades. Puede que después todo parezca tragicómico y que lleguemos a disfrutarlo; pero tal vez sea todo un fracaso. Hay demasiadas circunstancias negativas: 1) La penuria económica. El trabajo terrible de cavar el terreno, las masas de piedra, la honda zanja para hacer el camino, el transporte de escombros, todo eso ha costado mucho más de lo previsto. Mis reservas están agotadas del todo, y todavía no hay nada completamente terminado; en el jardín, que está destrozado, se va formando una montaña de escombros («basura» es el término técnico para la tierra pedregosa), la obra de la veranda no avanza. Empiezo a familiarizarme con la idea bastante desesperada de sacar del seguro de vida los últimos 1.000 marcos posibles. Entonces podríamos pagar la obra y en verano tendríamos holgura, pero en enero de 1937 estaríamos sin blanca, por así decir. ¿Y cómo voy a contar con un cambio político después del plebiscito[11] de anteayer, con ese 99% a favor de Hitler? 2) Y hay otra cosa que me hicieron ver el domingo de la manera más brutal y penosa: ¿puede un profesor judío tener coche, «llamar la atención» de algún modo? Se trabajaba en todos los jardines vecinos, pasaban por aquí masas de paseantes y de votantes, Lange, el carpintero (a quien, como tantas otras veces, le había dicho que fuera prudente), daba martillazos en la veranda, Eva manejaba la azada al borde del camino. Por la tarde se presentó el municipal, el mismo que ya me ha confiado varias veces sus penas y su forma de pensar.

ABRIL

5 de abril, domingo

Cuando lo recuerdo, resulta cómico cómo vacilaba ese municipal entre el acto incívico que le habían ordenado y su respeto y simpatía. En el momento mismo fue atroz, y objetivamente es un síntoma horrible de mi situación. Le dijo a Eva, a gritos, que «él» (Kalix, alcalde) le había dicho que la metiera a ella, que nos metiera a todos en la cárcel. Que estaba prohibido trabajar, «en una fiesta nacional», un SS nos había denunciado en el colegio electoral. Yo: «Pero es nuestro jardín, señor municipal, toda la gente de esta calle está trabajando». Él, en voz baja, con educación, lamentándolo: «Contra los demás no ha habido denuncia». El carpintero estaba en una posición difícil. Pudo probar que, aunque yo le había advertido que no trabajara en domingo, no tuvo más remedio que hacerlo para afianzar una columna de la veranda que estaba poco segura. De modo que todo acabó bien o por lo menos sin consecuencias sensibles, pero quedó esta amargura, esta inseguridad. Entretanto, Lange tiene trabajo fijo, está construyendo un cuartel de aviación en Lausa (se trabaja día y noche, por la paz), y el garaje y la pérgola siguen sin terminar, sólo está acabado el armazón. También queda mucho por hacer en el camino de acceso, hay montañas de «basura», he pedido a Iduna otros 1.000 marcos, las últimas reservas de que podría disponer ya sólo son de 350 marcos, el valor de la póliza, de 6.000. Pero estoy más tranquilo. Hay que apretar los dientes y aguantar.

Entretanto he acumulado, hemos acumulado –porque Eva sufre intrépidamente conmigo– todo género de experiencias como conductor. Se lo explicaré a Gusti en una carta y pondré aquí una copia. Lo peor: el motor no arranca, mirar y arreglar no ha servido gran cosa hasta ahora; ya estamos pensando en cambiar el seis cilindros por un cuatro cilindros. El lunes por la noche queríamos ir a ver a los Köhler; el coche estaba en el jardín y no se movía; en el último instante tuvimos que mandar venir un taxi. Esta mañana teníamos que ir a la confirmación de Annelies Lehmann, hija de la asistenta: el coche está en el garaje y no arranca. (En este caso, el contratiempo no nos disgusta demasiado.) Unas veces el motor está muy frío, otras veces parece que es la batería, otras el motor de arranque, otras el cierre del carburador. El resultado es siempre el mismo: no funciona; gastos continuos.

Aparte del coche y el garaje: 1) Hondo desaliento y desesperanza en cuanto a la situación general. 2) Molestias cardíacas. 3) Creciente indolencia. 4) Terminado de copiar ayer el volumen 1 del Siglo XVIII, quedan las notas y releer todo, unas cuatro semanas más de trabajo. En total, este volumen (330 páginas –muy compactas– mecanografiadas; unas 400 páginas de imprenta) me habrá llevado alrededor de tres años, la redacción propiamente dicha, desde el verano de 1934. 5) El último domingo a mediodía, el matrimonio Isakowitz en casa, a punto de partir para Londres, muy nerviosos y deprimidos. 6) Al cabo de unos dieciocho años, aparece de nuevo la señora Stettenheim, bondadoso y curioso personaje de la época de Leipzig, ama de llaves y esposa de Wippchen hijo[12], tartamudo. Viuda desde hace seis meses, envejecida, histérica al borde del ataque de nervios, cariñosa y efusiva. Nos dio pena de ella pero fue bueno que continuara viaje a Weimar. Dice que se muere de soledad y desasosiego, que no tiene a nadie. Ha entrado en el Bund nichtarischer Christen[13] […]

Me resulta cada vez más difícil escribir a mano. Seguramente tiene que ver con la conducción. Por tanto: carta mecanografiada a Gusti.

12 de abril, domingo de Pascua por la mañana

El coche me consume: corazón, nervios, tiempo, dinero. No es tanto mi precaria conducción y lo que eso me pueda enervar de vez en cuando, ni siquiera el trabajo que me cuesta entrar y salir con el coche; pero es un vehículo que nunca funciona bien, siempre hay algo que falla, he perdido por completo la confianza en él, en los que lo arreglan y en Michael, mi mentor y mecánico principal. Cada vez me asegura (con factura firmada) que ahora está todo bien, y luego siempre ha fallado algo en cada viaje. El conducto de la gasolina, el motor de arranque, la batería, los frenos, los neumáticos. Lo que más me hace sufrir es el motor de arranque. Ya he aprendido a trabajar con inyección de gasolina y con la manivela: ayer estaba yo haciendo de mecánico en la Bismarckplatz. Lo peor de la semana pasada: queríamos ir a un almacén de maderas que estaba entre Nausslitz y Wölfnitz. Después de la parada final del autobús de Nausslitz, antes de la subida: sin gasolina. (Pensé que se había terminado, pero no.) Recorrí todo el pueblo: ninguna gasolinera. Un señor mayor y su hijo empujaron el coche hasta lo alto. Lo dejé rodar hacia abajo, sin motor, un buen trozo de la frecuentada carretera de Saalhausen. Por fin una gasolinera. Pedí 12 litros. El coche se para. A cierta distancia un taller de reparaciones. Un mecánico de allí trabaja en vano de las cinco a las siete. Va a buscar un coche a su taller, remolca el nuestro, nos lleva a casa, a las diez de la noche nos trae nuestro vehículo. Arreglado, el coche funcionaba. A la mañana siguiente saco el coche hasta delante de la puerta, más no. Eso continuó así varios días. Michael lo arregló «todo» (¡factura firmada!). Ayer sólo estuve donde Gesch, Feldschlósschenstrasse, a quien le había comprado una nueva batería (32 marcos), para que mirara un poco. Aquello duró una hora, luego tuvimos que ir a un taller: arreglar los frenos. Y así día tras día. Agotamiento y pesadilla. He prometido a los Isakowitz que hoy, a las once, pasaré a por ellos para dar una vuelta juntos. La cuestión es conseguir que el coche arranque. Ayer se quedó encendida la luz de freno y no hubo manera de apagarla; tuvimos que desenroscar la bombilla. Quomodo nunc?[14] Suena como divertido, pero lleva a la desesperación. Y siempre este corazón y siempre gastos.

Ahora ya es seguro que el volumen sobre Voltaire no estará listo para la imprenta el 1 de mayo.

[…]

In politicis estoy totalmente apático y sin esperanzas.

24 de abril, viernes

La parte más difícil de corregir, los todavía vírgenes capítulos II, III, terminados. Ahora he puesto unas notas a la parte IV y retocado Zaire[15]. Y por fin un trabajo distinto, Rousseau.

El 30 hará justo un año que me destituyeron de la cátedra. Entonces estaba yo con Marivaux. Desde aquella fecha, he terminado el libro, hemos ampliado la casa, he aprendido a escribir a máquina y a conducir, tengo el corazón peor, la piel más dura, la situación política sigue igual, no he encontrado trabajo en el extranjero.

El coche sigue apabullándome. En conjunto, conduzco aceptablemente. Pero el automóvil resulta una molestia, por dos puntos débiles: el dispositivo de arranque falla continuamente, el depósito está vacío en los momentos menos apropiados debido a un consumo exorbitante de gasolina.

Resultado: costes excesivos, mucha complicación y mucha contrariedad; hasta ahora, apenas ha habido un viaje sin incidente. A veces, no hay manera de sacar el coche del establo durante dos días. – Nuestros recorridos más largos hasta ahora: Grillenburg, donde fuimos a ver a la señorita Cario en el Gopfertheim; Kesseldorf-Wilsdruff, donde compramos en un vivero dos enormes retamas. Ayer al dentista, orgulloso en mi coche. A la vuelta, en la Bismarkplatz, se acabó la gasolina, lo empujé hasta cerca de la gasolinera, fui a buscar gasolina con un bidón. La única vez que hubo peligro fue también en la Bismarkplatz. Volvía solo del banco, quise arrancar, le pegué un golpe a un coche desocupado que tenía delante, di marcha atrás, olvidé con el susto poner el indicador y casi me habría arrollado un autobús. ¡Dios mío, qué barbaridades dijo el conductor! – Todavía no me atrevo a hacer más de 45 kilómetros por hora. – Hay que intentar cambiarlo cuanto antes por uno de cuatro cilindros que gaste menos en gasolina y seguros. Enormes dificultades sigue deparándome la entrada y salida de la casa. Continuamente hago abolladuras en las aletas, estropeo la cancela y la cerca del jardín. Paciencia. Tal vez llegue un día la parte deleitable. La construcción del garaje y de la veranda avanza a paso de tortuga; Lange tiene trabajo fijo y no encuentra tiempo para nosotros. He vuelto a sacar dinero de Iduna; se trata ya de la última reserva.

Las molestias cardíacas se repiten cada vez que hay una contrariedad, un disgusto. A diario la misma pregunta: ¿cuánto tiempo aún?

[…]

Hoy empieza la exposición floral para la que hemos sacado billete de abono. Esa exposición es un motivo fundamental de que yo haya aprendido a conducir. Eva deseaba ardientemente visitarla con todo detalle. Ir cada día en taxi hubiera sido prohibitivo; y si tiene que ir a pie hasta el tranvía, llega ya completamente agotada. El segundo motivo fue la noticia de que Heiss, según escribió Vossler, murió en «su cochecito de un ataque al corazón». Pensé: Heiss fue también mi predecesor aquí en Dresde. El tercer motivo: la esperanza de que, en mi calidad de ex combatiente no ario destituido, recibiría mi sueldo completo. La esperanza no se cumplió, y entonces vino el cuarto motivo: ¡dawke o proprio![16]

Estamos cada vez más solos, yo soy cada vez más desconfiado. Sobre todo desde que Martha Wiechmann se ha pasado al bando de Hitler. ¿Por qué no tenemos noticias de Annemarie Köhler desde hace meses? ¿Por qué Johannes Köhler y su familia no me han llamado por teléfono para ir juntos en coche, como habíamos acordado? – Los Isakowitz se preparan para emigrar a Londres; después estaremos completamente solos.

Hoy he tenido un sueño sintomático de la situación general. El periódico traía una declaración, impresa en negrita, que ocupaba muchas páginas: un ultimátum, «de lo contrario» la guerra empezaría dentro de veinticuatro horas. Y yo no conseguía saber quién era el adversario. Me parecía que era Turquía, pero no lo entendía bien. Quise preguntárselo a Eva y me desperté.

La situación en política exterior es completamente confusa. El juego de intereses Inglaterra-Francia-Italia-Rusia es demasiado complicado. Pero lo evidente es que Alemania está armándose hasta los dientes y que tiene una posición de poder inmensa. Y que Hitler nunca ha tenido una posición tan sólida. El 20 de abril, día de su cumpleaños, nombró a Blomberg Generalfeldmarschall[17] [‘mariscal de campo’]. Guillermo II es un huerfanito en comparación con los que mandan hoy.

Por la noche

Entre las seis y las siete menos cuarto, con una lluvia torrencial y el suelo embarrado, nos hemos abierto paso por la exposición floral inaugurada hoy; me he salido con la mía y he llevado a Eva en coche. En la Stübelplatz maniobré muy mal y tuve que meterme en una bocacalle: pero he conseguido lo que quería. En la exposición había poco que ver hasta ahora, en sustancia una sala con imágenes y palabras en el sentido publicitario del Tercer Reich: Hitler, Blut und Boden [‘sangre y tierra’], trabajo productivo, campesinos, etc. Pero me he salido con la mía y he llevado el primer día a Eva en coche a su exposición.

28 de abril, martes

Poco a poco, la conducción va resultando más agradable. La puerta del jardín sigue siendo una pesadilla, pero el motor de arranque funciona, conduzco mejor y usamos mucho el coche. Eva, desde luego, tiene ahora más movilidad. Hemos estado ya cuatro veces en la exposición floral, que para ella es importante y a mí me gusta sobre todo por ella; esos viajes los combinamos con otros objetivos, el dentista, hoy la estación, donde hemos saludado a Maria Strindberg, que iba de paso. Hemos estado una tarde en casa de los Wengler, antes en la exposición, y luego con ellos en Radeberg. Puedo ver poco cuando conduzco, pero conducir, en sí, me gusta y me distrae, y Eva no está tan inmóvil y tan atada como antes. –D’altra parte: cansancio, el corazón, gastos.

Y la situación, desoladora. Un decreto que concierne a los funcionarios del Estado: no pueden tener trato «con judíos, tampoco con los llamados judíos decentes, ni con individuos de mala reputación». Estamos completamente aislados. Desde hace semanas no sabemos absolutamente nada de Annemarie Köhler ni de Johannes Kohler.

El trabajo sobre el siglo XVIII, volumen I, se acerca a su fin. También he ido dos veces en coche a la Landesbibliothek.

MAYO

3 de mayo, domingo noche

Ayer, 2 de mayo, terminé definitivamente el primer volumen del Siglo XVIII, hice un paquete con todo el manuscrito, listo para la imprenta, y lo entregué al descanso eterno, sin especial esperanza en su resurrección. Hoy, con muy pocas ganas, he empezado a leer el Contrat social[18].

[…]

10 de mayo, domingo - Excursión a Piskowitz

En Piskowitz, junto a Kamenz, está Agnes, nuestra primera muchacha soraba, que nos proporcionó a su sucesora, y que lleva casada siete años. Le habíamos prometido que el primer viaje en coche sería para hacerle una visita, y nos invitó a ir ayer domingo. El sábado por la noche habíamos vuelto de la exposición con el radiador hirviendo y goteando, y Lange (que trabaja desde hace semanas con su mujer en la inacabable obra del garaje, de la veranda y del camino de acceso), motorista ferviente, mecánico universal que me ha enderezado veinte veces el parachoques torcido, que me ha dirigido veinte veces para que entrara en el jardín, Lange no encontró nada. Así que el domingo por la mañana, escepticismo. Los dos primeros puntos dudosos, si arrancaría el motor y si sacaría el coche a la calle con el parachoques sano y salvo, fueron superados felizmente. Me fui entonces a la Opel, en la Tharandter Strasse, a ver a Harían, que nos había remolcado hace poco, que después nos ha revisado los frenos –pero siguen haciendo ruido– y con quien mi cuenta asciende a unos 60 marcos. Sólo había que apretar una tuerca en la salida del radiador; en pocos minutos y por una propina y un cigarro ya estaba yo listo para el viaje. Pero siempre esa inseguridad, esa intranquilidad y mi falta de recursos en todo lo técnico. Volví a recoger a Eva, y a las 11:30, con un tiempo inseguro, de bochorno, iniciamos nuestro primer tour. Yo llevaba puestas unas gafas nuevas, que filtran mucho la luz. Orgulloso pasé por el Altmarkt, Neustadt –el mismo hermoso recorrido que hicimos hace poco con los Wengler–, luego por Radeberg, y continuamos después hasta muy cerca de Pulsnitz. Allí, la cima panorámica de un monte, una grande y majestuosa cruz de madera con la inscripción «¡Versalles!», al lado una lápida conmemorativa de Schlageter[19]. Maravilloso panorama, se veía hasta muy lejos: una especie de plato sopero verde, los bordes, cadenas de colinas pobladas de árboles. Eva, como auténtica Powenz[20], cogió un hermoso trozo de piedra de las obras de la carretera. Tras un cuarto de hora, continuamos. El pueblo de Pulsnitz parecía muy poco atractivo. Después una carretera muy recta, con súbitas subidas y bajadas; a lo lejos, como cierre curioso allí delante, tres montes verdes alineados y completamente iguales entre sí, tal como los dibujaría un niño. A las doce y media paramos en la Marktplatz de Kamenz. Habíamos recorrido exactamente 45 kilómetros, en algunos momentos llegué a los 50 por hora. En el Ciervo de Oro (dicen que «allí» agasajó a los padrinos el pastor Lessing después del bautizo de su hijo Gotthold Ephraim), un auténtico menú para Eva, y para mí un vaso de kummel[21], aunque me lo han prohibido. A las dos, continuamos; aquel sitio no me pareció que ofreciera nada típicamente sorabo ni presentaba nada de particular, un pueblo con su Marktplatz central, donde ahora aparcan los coches y donde hay una columna para los bonitos titulares del Stürmer. Va muy bien con el culto a Lessing. Tomando una curva muy cerrada entré en una gasolinera difícil y volví a salir; después de unos 7 kilómetros por mala carretera –el panel que advertía «¡baches!» no hacía ninguna falta, se notaba bien– a través de varias aldeas, llegamos a Piskowitz. Allí nos paramos a las primeras gotas de lluvia y echamos una ojeada alrededor. Entonces apareció el marido de Agnes, y nos dirigimos a su granja. Él nos ayudó a poner la capota; empezaba una fuerte tormenta. Emocionados saludos: por Navidad, Agnes dio a luz una niña muerta; tiene un niño de cuatro años, muy guapo, que todavía no habla una palabra de alemán y un hijastro con un aspecto muy saludable, de unos diez años, aparte de tener en su casa otros diversos parientes. Es una casa con paredes entramadas, que necesita algún remiendo pero muy amplia y agradable para vivir en ella, la casa natal de su marido. Abajo una sala grande y de techo bajo, cuadros religiosos, Hindenburg y Hitler (aunque los católicos sorabos no son en absoluto nazis, pero así y todo: «Puede que no sea con intención eso de que haya tanta injusticia», dice Scholze), cinco diminutas ventanas. Detrás de la casa un establo muy respetable: dos vacas, una cerda, cabras con crías, gallinas, palomas, detrás un gran terreno con frutales y un prado, un huertecillo, delante un poco de jardín y una colmena. Nos dieron café, esperando que amainara; pero la lluvia no cesaba. En el recorrido exterior nos mojamos. Después llevé el coche con cierto trabajo hasta la puerta, y nos fuimos los cuatro por un kilómetro y pico de mala carretera al terreno que los Scholze poseen más lejos. Tienen una franja ancha y larga de cereales, un terreno alargado sembrado de patatas y un poco de monte. El marido, aparte de eso, trabaja en una cantera. Están muy contentos y bien alimentados.

Todo el pueblecito es sorabo, los niños no aprenden alemán hasta que van al colegio, las mujeres llevan el traje regional sorabo. Pero, lo mismo que en Kamenz, por la apariencia exterior del pueblo nada hace pensar que sea otra etnia.

A la vuelta del campo tuvimos que tomar rebanadas de pan con embutidos y café, nos dieron también de regalo un saquito de patatas. Luego Agnes dio solemnemente las gracias por la visita de sus «señores» y por nuestras «consoladoras palabras». Lágrimas y sentimientos muy auténticos pero palabras ceremoniosas, convencionales, aprendidas. (Con los rezos católicos pasa lo mismo.)

A las seis y media, viaje de vuelta […]

Hoy, naturalmente, gran lasitud. Durante el día he trabajado en lo posible con el Rousseau de Ducros[22].

Escribir a pluma me resulta cada vez más difícil, la mano está poco segura, los ojos se fatigan. En los últimos tiempos he intentado poner remedio con cartas de las que he hecho copias. Éste es mi primer intento de escribir el diario a máquina.

16 de mayo, sábado tarde

Aniversario de boda motorizado: ayer noche, tras larguísimo intervalo, al cine; salimos de aquí a las ocho y cuarto, a las ocho y media aparqué en la Freiberger Platz; un cuarto de hora después de acabar, a las once y media, en casa. Lo disfrutamos mucho, y en este caso el coche nos dio de verdad lo que tanto habíamos deseado que nos diera. Y esta mañana he ido en coche a la ciudad, yo solo, a hacer varias gestiones –por el centro me muevo ya con toda soltura–, luego a las once y media con Eva a Wilsdruff, al vivero; allí casi dos horas, meter después ocho coníferas (1,5 quintales: 34 marcos) en el coche, y viaje de regreso, a ratos ya a 50 por hora. Eso fue agradable y consolador, pero estos días le he pagado a Harían por hacer una revisión y pequeñas reparaciones 75 marcos, el gasto de gasolina es, como ya he dicho, enorme, mi fe en la salud estable del coche, escasa, mis dudas sobre la capacidad de aguante de mi economía, muy fuertes. Toda vez, además, que las obras del garaje y –sobre todo– del camino de entrada al garaje no acaban de terminarse: continuamente hay que sacar «basura», continuamente sigue trabajando por la tarde el matrimonio Lange, un tío viejo de ella ha entrado ahora en acción, y trabaja durante el día removiendo la tierra: todo eso cuesta dinero, y la segunda y última reserva de Iduna también estará agotada muy pronto.

¿Estado de ánimo en el aniversario de boda? Me siento viejo, desconfío del corazón, creo que ya no me queda mucho tiempo, no creo que llegue a vivir el final del Tercer Reich, me dejo llevar por la fatalidad sin excesiva desesperación y no puedo perder la esperanza. Que Eva siga aferrada con tanta obstinación a la idea de seguir ampliando la casa es algo que me sirve de ayuda. No puedo ni imaginar cómo podría, sin Eva, soportar esta opresión, esta ignominia, esta inseguridad, este aislamiento. Realmente, todo empeora cada vez más. Ayer, unas líneas de despedida de Betty Klemperer, desde Bremen (y Félix fue uno de los primeros médicos que recibieron la Cruz de Hierro de primera clase, participó en la ofensiva rusa de Hindenburg, estuvo vendando heridas en las trincheras); ahora, también abandonan Alemania las mujeres de nuestra familia, y a veces me parece una infamia que yo me quede; pero ¿qué voy a hacer en el extranjero, si ni siquiera puedo enseñar idiomas? Isakowitz, que tiene ahora mucho trabajo con Eva (más deterioro económico), se traslada a Londres dentro de unas semanas; los Köhler, decentes e indecentes, ya no dan señales de vida: el funcionario no puede «tener trato con judíos ni con individuos de mala reputación». La situación política en el extranjero es completamente confusa, pero sin duda alguna le ofrece al gobierno de Hitler magníficas oportunidades: al enorme ejército alemán lo temen y también lo utilizan todas las partes en juego: quizá haga Alemania negocios con Inglaterra, quizá con Italia, pero se harán negocios y el ganador será el gobierno actual. Y ya no me creo en absoluto que haya enemigos internos. La mayor parte del pueblo está contenta, un pequeño grupo acepta a Hitler como mal menor, nadie quiere desembarazarse realmente de él, todos lo ven como al libertador en política exterior, temen una situación como la de Rusia, lo mismo que un niño cree en el hombre del saco, y, en la medida en que no están auténticamente embriagados, consideran inoportuno desde el punto de vista del realismo político indignarse por bagatelas como la represión de las libertades cívicas, la persecución de los judíos, la falsificación de toda verdad científica, la destrucción sistemática de toda moral. Y todos tiemblan por su pan, por su vida, todos son tan horriblemente cobardes. (¿Tengo derecho a reprochárselo? En mi último año de catedrático juré fidelidad a Hitler, me he quedado en el país: no soy mejor que mis semejantes de raza aria.)

El trabajo sobre Rousseau avanza muy despacio: ese hombre me duerme, literalmente. Tengo bien estudiados los dos primeros Discours[23] y no puedo entender en absoluto en qué consiste su originalidad. «¡Qué cantidad de frases hueras, de superficialidades, de contradicciones! Y ni siquiera logro descubrir aquel famoso ardor e ímpetu poético u oratorio: una frase explosiva va seguida de otras diez oscuras, pesadas, complicadas. Y lo mismo me pasa con el Contrat social.

Cada día, mañana y tarde, tengo que tumbarme tres o cuatro veces en el sofá y me duermo al momento durante unos minutos. Quién sabe si el segundo volumen de mi Siglo XVIII llegará un día a ver la luz. Y si no sería más sensato intentar realmente escribir mi Vita. Son ya muchos los años que llevo tratando de acometer esa tarea: a veces creo que podría resultar un buen libro; a menudo, sobre todo por la mañana al afeitarme, me vienen ideas; pero luego temo que va a ser un fracaso y que sólo gastaría inútilmente el tiempo que me queda. Y así, por la ley de la inercia, continúo como puedo con mi Historia de la literatura, que a nadie le interesa y que a mí tampoco me aporta nada.

[…]

21 de mayo, jueves mañana, Ascensión

Ayer (como ya otras veces), puro taxista: por la mañana llevé a Eva a un vivero de Nausslitz, fui al banco a la Bismarckplatz, volví a buscar a Eva, por la tarde fui a recoger a Annemarie Köhler a Heidenau, yo solo, es decir, me perdí en el pueblo; a la vuelta conversando sin interrupción, aparte de lo mal que conducía porque el sol me deslumbraba muchísimo; por la noche, con Eva, llevé a Annemarie al tren; al salir, ya muy cansado, otra vez rocé contra la puerta del jardín quedando torcido el parachoques y deteriorado el muro bajo de un macizo de flores. Desde la estación, directamente a la gasolinera para que me enderezaran el parachoques, y en casa, a la luz de los faros, Eva reparó el muro. Y hoy queremos ir a Rochlitz. Auto, Auto über alles, estamos embargados d’une passion dévorante.

De Annemarie no habíamos sabido nada durante casi tres meses y ya la dábamos por perdida; finalmente, la llamé yo y le pedí que me dijera abiertamente si le habían prohibido el trato conmigo. Respondió que no, que había tenido sólo muchísimos contratiempos. Nos citamos entonces para el día siguiente, y todo fue otra vez como antes, la misma familiaridad, las antiguas conversaciones sobre medicina y política, el mismo oscilar de siempre entre optimismo y pesimismo.

Esta mañana estuvo aquí cosa de una hora Weinstein, el viejo judío que habla yiddish y que nos vende tabaco. Nos gusta oírle, es un hombre inteligente, se entera de muchas cosas, expresa opiniones muy interesantes, es un partidario convencido de los rusos… Mi lectura de Ducros-Rousseau avanza muy despacio, tampoco leo mucho en voz alta.

Auto, Auto über alles[24]: primero y último pensamiento.

[…]

24 de mayo, domingo, ocho de la tarde

Los Isakowitz se han anunciado para la visita de despedida esta noche a las nueve (ellas se marchan a finales de la semana que viene, él quince días después). Con una lluvia torrencial me fui en coche a la Fürstenstrasse para pedirle a la señora Lehmann que viniera hoy. – Esta mañana con Eva en la exposición floral. Los magníficos macizos de rododendros, casi todos de Seidel, en Grüngrábchen. Después del café nos fuimos otra vez, a Kipsdorf. Salida de aquí: cuatro menos cuarto; llegada allí: cinco menos cuarto; una horita de estancia, la vuelta la conseguí en cincuenta y cinco minutos. Y ahora, cansadísimo, con la perspectiva de los invitados. El coche me consume por entero, Rousseau sólo está para rellenar huecos.

Kipsdorf fue un gran deleite, pero un deleite algo nostálgico. ¡Cuántos recuerdos nos vinculan a ese lugar! El viejo Nitzsche y su hija, muertos; Georg, que estuvo allí con nosotros a su vuelta de Lenin[25], en Boston; etc. Nosotros hemos estado mucho tiempo sin ir por allí, porque a Eva le fallaban los pies. Ahora, el estupendo viaje en coche propio. El cielo estaba muy cargado de nubes, había bruma, y así el paisaje destacaba aún más. Subimos un poco por el camino de Oberkipsdorf; en ningún lugar de los alrededores de Dresde se tiene una sensación tan fuerte de estar completamente rodeado de montes selváticos, de estar, en el sentido literal de la palabra, herméticamente aislados de la llanura, de la ciudad, del mundo (dos montes vecinos se cruzan en las estribaciones, y detrás, en la niebla, exactamente como un cerrojo, hay un tercer monte que refuerza ese entrecruzamiento). En el pueblo, una estación nueva con un apartadero delante para coches, un nuevo edificio de correos, fuera de eso pocos cambios. La bonita carretera a Oberkips se llama ahora Adolf-Hitler-Strasse, y en la estación tiene su vitrina el Stürmer, y hay también unos chicos de las Juventudes Hitlerianas con sus huchas. – Y ahora estamos esperando a unos invitados que van a huir de Alemania, y nosotros nos quedamos aquí. Y Eva está plantando flores silvestres, que arrancó con la mano en Kipsdorf.

27 de mayo, miércoles noche

Hace unas semanas hubo que policopiar un pequeño plano del garaje, y resultó que el propietario del taller de reproducciones era un cuñado de la señora Hirche. Le di cariñosos saludos para nuestros antiguos vecinos, el otro día llamó la señora Hirche por teléfono y ayer tarde estuvo en casa tomando café. Su marido ha estado un año sin trabajo y cobraba la ayuda al desempleo –director de la fábrica de Eschebach, propietario de un Packard, padre de un teniente–, ahora es viajante de una empresa de chapas de metal y se ausenta durante semanas. La gente no habla bien de los nazis, pero en este caso ella repetía también esa estupidez que le han metido en la cabeza a todo bicho viviente y es usual incluso entre judíos: ¡Pero después de ellos vendrían los comunistas, y eso sería peor! Fui a buscar en el coche a la señora Hirche a su casa, en la Reichenbachstrasse, lo mismo que los Hirche, en su época de esplendor, iban a recoger a Eva, y volví a llevarla después a su casa. (Ni que decir tiene que en la sala de estar hay medallones con los retratos de Hindenburg y de Hitler.) Avanzada la tarde hicimos un viaje precioso: Pesterwitz, Wurgwitz, Kesselsdorf, Grumbach, Tharandt. Al llegar a un sitio donde se tenía una hermosa vista del prado y del bosque hicimos una breve parada. También me gusta mucho el angosto valle fluvial, entre Tharandt y Dresde, completamente hundido entre montes poblados de árboles y cerrado delante por un frente de verdor.

[…]

30 de mayo, sábado noche

Carta resignada de Georg, dándome las gracias por mi felicitación: en la Universidad de Harvard el límite de edad son sesenta y cinco años, él tiene setenta y uno; ya no se siente con ánimos para entrar en competencia, muy fuerte allí, con otros médicos; por eso se ha retirado por completo de la vida activa, espera con serenidad el fin y se dedica a escribir, intentando también contar su vida, para lo que sin embargo él cree que le faltan las dotes artísticas. En cuanto a mí, me envía sus más vivos deseos de que encuentre un puesto en el extranjero y un editor extranjero. Me ha impresionado mucho que Georg piense también en escribir memorias. En definitiva, los últimos auténticos portadores de nuestro apellido somos él y yo. Si pudiese decidirme a trabajar en mi Vita. En lugar de eso, leo continuamente el Rousseau de Ducros, me duermo continuamente sobre el libro y no encuentro el modo de hincarle el diente.

La visita de despedida de los Isakowitz el domingo pasado fue bastante triste, y muy triste ha sido hoy la despedida en la estación. Se iban las mujeres. La familia estará por Pentecostés en Landeck, donde tienen parientes, él volverá una semana a su consulta, tratará a Eva hasta el final; la madre y la hija se irán a Londres pasando por Berlín. Anteayer fui a buscar al piso desamueblado las flores que nos dejaban como recuerdo. Una repetición del éxodo de los Blumenfeld. Nada ha cambiado desde entonces, lo único, que el poder del Tercer Reich no ha dejado de aumentar y de consolidarse.

[…]

JUNIO

3 de junio, miércoles

[…]

He terminado de leer el tercer volumen de Ducros y me siento tan vacío como antes. No sé qué va a salir de esto.

La mañana nos deparó una experiencia desagradable y costosa. Michael, el que me ha iniciado en la conducción, al que considero hace tiempo un histérico y seguramente también un bebedor, pero por lo demás una persona decente, que fue aviador en la guerra, que estuvo después varios años sin empleo, que ahora trabaja como montador en el ejército del aire, un hombre de treinta y nueve años, llegó a casa y al punto rompió a llorar a lágrima viva. Que sólo quería «desahogarse y despedirse», que estaba «acabado» e iba a morirse, que llevaba encima la navaja de afeitar; él podía pagar 15 marcos a la semana pero no entregar 150 de una vez, palabra de honor, él iba a morirse, no lo soportaba más, su novia, una intervención ilegal, ya había pagado 350, el resto estaba pendiente desde mayo, él se moría, su seguro de vida, y lágrimas y navaja de afeitar y despedida y 15 marcos semanales, y así toda una agobiante hora. Le dije que se trataba de un louche[26] chantaje y que no tenía nada que temer, pero nada lo tranquilizaba. Pedí ayuda a Eva. Al final, le dimos un cheque por valor de 75 marcos y él aseguró que ese mismo mes saldaría, junto con su «prometida», el resto de la deuda con la persona cuyo nombre no podía decir, y después iría devolviéndome el dinero a plazos semanales; nos pidió también 22 pfennigs para el tranvía y se fue tan ricamente a su trabajo: antes, probablemente, a su bebida favorita, un «aguardiente de trigo caliente». Justamente hoy había hecho yo un desolador cómputo de mis finanzas, las reservas de Iduna están casi agotadas y no sé cómo voy a mantener el coche sólo con la jubilación. Y ahora estos 75 marcos menos, que desde luego no volveré a ver; siempre se dice que «las buenas obras» llevan en sí mismas la recompensa. Yo no me siento como muy recompensado. En este asunto, el tonto, indudablemente, he sido yo. Pero nunca se sabe qué ideas pueden venirle a un histérico. Probablemente, si yo hubiera dicho que no hasta el final, él se habría bebido dos aguardientes para calmar los nervios. Pero sólo probablemente, de eso se trata. Un poquito, y ni siquiera tan poquito, era también el miedo evidente a un desequilibrado. Comoquiera que sea, me he quedado sin los 75 marcos. Pero hace mucho tiempo que no me preocupo por asuntos de dinero como me preocupaba en años pasados. Con esta constante inseguridad estoy insensibilizado, embotado. Imagino simplemente cuántos litros de gasolina o cuántos manzanos para el jardín habría podido comprar con ese dinero. Y ese hombre no me lo agradece; piensa que soy rico, al fin y al cabo tengo un talonario.

9 de junio, martes

El jueves vinieron a casa los jóvenes Köhler con el rostro enrojecido por el llanto. Se les ha muerto la madre de insuficiencia cardíaca después de una operación, sólo tenía cincuenta y dos años, una mujer buena, sencilla, muy cordial. El padre, con riesgo de despido inmediato si trata con nosotros, modesto funcionario de ferrocarriles en un inmueble para funcionarios con muchos vecinos. Ella me pide que no tenga en menos a su Johannes, conflicto de conciencia, sus nervios ya no resisten, lágrimas. (Dos días seguidos dos veces ese espectáculo de hombres que lloran.) No pudimos ir al entierro, habría podido ser peligroso para ellos. Envié una corona y una carta de pésame.

10 de junio, miércoles

¡Si pudiera encontrar una forma de acceder a Rousseau! Material monográfico y biográfico he leído hasta el hartazgo, ahora quiero leer más a fondo los textos. Seguramente ya está todo dicho. Sin embargo, puede que algunas cosas adquieran un tinte diferente desde la perspectiva de lo que estamos viviendo hoy. Pero carezco por completo de optimismo y de ánimos.

Hace unos días el director de instituto Kleinstück me mandó (¡valiente!) a su hijo, estudiante de bachillerato en Vitzthum, clase once. Parece que el chico se interesa por la literatura francesa, ha leído mi Corneille[27], y me pide que le asesore. Un adolescente aún muy niño, además no sabe nada de francés porque en Vitzthum no empiezan con francés hasta el segundo semestre de la clase once (pedagogía absurda). Para mí fue muy interesante lo que me contó de lo que piensa la gente de su curso, y también el lenguaje con que lo contaba. «Estamos todos en las HJ; a la mayoría le encantaría no tener que estar… Son antinazis en un 60, 80 o 100%, sólo los tres tontos de la clase a los que nadie tiene en cuenta están completamente a favor». A mi pregunta de si los otros son Deutschnational (como lo eran en Vitzthum antes de 1933), vino la pronta y seria respuesta: «¡No, liberalistas!». Yo le expliqué riendo lo que era una expresión peyorativa y que él seguramente había querido decir liberal. Sí, claro, pero hoy se oía siempre la forma «liberalista». – La generación siguiente no pertenecerá al Partido, pero yo no viviré el cambio.

11 de junio, jueves

Martirio interminable de la lectura de Rousseau. Hoy estoy con las Confesiones, que conozco muy bien por las monografías (y por propia lectura de antes). Sobre la visita de Spiegelberg[28], cf. la carta de cumpleaños a Blumenfeld, aquí adjunta. Añado lo que me contó él. A Delekat, el teólogo, lo han echado de la TH. Mutschmann le ordenó que fuera a verle personalmente y le exigió que las clases que impartía estuviesen más en conformidad con el nacionalsocialismo. Delekat replicó que él no podía atenerse al programa de ningún partido y que tenía que obedecer a su conciencia. El gobernador dio entonces fin a la audiencia con estas cuatro palabras: «¡Es usted un insolente!», tras lo cual vino inmediatamente el despido. Por lo visto, ahora van a disolver todo el departamento de humanidades, quedando sólo una sección de ciencias políticas y en ella, triunfante y seguro, Stepun. Yo conté lo que me habían dicho sobre él. Sí, dijo Spiegelberg, la vieja señora Stepun, la madre, es una intrigante que tiene siempre alrededor un círculo de jóvenes que funcionan claramente como soplones, también en el claustro de profesores. Stepun, ruso, oficial contra Alemania en la guerra mundial, comediante, sofista, conversador ameno, todo menos hombre de ciencia, ha conseguido la cátedra gracias a la apasionada intercesión de su amigo judío Kroner, y también gracias a Ulich.

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12 de junio, viernes

Me fuerzo a adentrarme en las Confessions; durante uno o dos meses quiero limitarme estrictamente a la lectura del texto, a tomar apuntes y después, a probar suerte. La historia del siglo XVIII tengo que llevarla a término.

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Tras un largo intervalo, otra vez una palabra sobre la lengua del Tercer Reich: la muerte del propietario de un hotel es anunciada en el periódico por su Gefolgschaft[29].

Anoche estuvo en casa –por última vez– Isakowitz. Al mismo tiempo la infatigable señora Schaps, que acababa de regresar de Italia.

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14 de junio, domingo mediodía

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Ayer estuvimos invitados a cenar en Heidenau, los ya tradicionales espárragos. Antes, media horita en la exposición floral, que rebosaba de gente y que con tantos y tan diversos puestos de venta y de publicidad hacía un poco el efecto de una feria. Cuando veo esa plácida beatitud popular, creo menos que nunca en un cambio de nuestra situación política. Como el coche estaba esperando en el patio del hospital, no dependíamos del último autobús y nos quedamos más tiempo. Aunque bebí mucho alcohol y aunque el trayecto estaba a largos trechos oscuro como boca de lobo, nos traje a los dos muy bien a casa. Sólo hubo la lucha de siempre con la entrada en el jardín. Eran casi las dos cuando nos acostamos, y hoy, lógicamente, estamos baldados.

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20 de junio, sábado al anochecer

Cuando regresamos de Frauenstein, la señora Lehmann nos dio la noticia recibida por teléfono: los Jelski ante portas. Ha sido una semana difícil, doblemente agotadora por este calor horrible, y ha terminado, naturalmente, con alteración nerviosa y dépit doméstica. El lunes al mediodía recogí en la estación a los dos Jelski; por la tarde Marta continuaba viaje a Praga, Julius tenía que esperar aquí uno o dos días hasta que volviera. Yo llevé a Marta por la tarde al tren, luego hicimos con Julius una excursión a Freiberg, recorrimos un poco el pueblo y (por fuera) la catedral. En definitiva, otra vez 80 kilómetros de recorrido y por la noche gran cansancio y sin posibilidad de descansar de verdad. Julius durmió en mi habitación, se levantó pronto, deseaba conversación y el desayuno, se marchó después a la ciudad, pero aquí estaba otra vez después de comer. Esta vez fuimos con él, pasando por Kipsdorf, a Oberbärenburg, por donde dimos una vuelta. Otra vez 80 kilómetros, otra vez las fatigas de la velada, de la mañana siguiente. Otro intervalo para descansar. Este miércoles por la tarde lo llevé al tren. Se ha convertido en un hombre viejo y achacoso, demasiado achacoso para sus sesenta y nueve años; anda dificultosamente, con bastón. En el fondo, es una persona afable, que agradece sinceramente cualquier detalle. La debilidad que, según Marta, sentía por Hitler parece que ha desaparecido completamente. No ha sido culpa suya que los nervios se nos hayan alterado tanto.

El jueves fue, por así decir, día de descanso y por primera vez tuve la sensación de que podré sacar algo en limpio de Rousseau. Pero el viernes pasó Marta por Dresde, de regreso de Praga, y con este bochorno aceptó la invitación a pasar la noche en casa. A las cinco y media fui a buscarla a la estación, hacia las siete salimos hacia Meissen, tomamos la dirección de Nossen para que no me cegara el sol, la carretera era muy mala, tuvimos que dar media vuelta y por fin llegamos a casa pasando por Wilsdruff y Tharandt. En ese trayecto, por un motivo insignificante, es decir; por tener los nervios a flor de piel, hubo un choque entre Eva y yo. Una velada desagradable; además, hoy he tenido que levantarme a las cinco para sacar yo solo el coche y llevar a Marta al tren de las siete, y preparar luego nuestro desayuno. Después he dormido durante el resto de la mañana, muchas veces en el sofá y otras veces cuando intentaba leer. Hasta la tarde no he podido meterme en las Rêveries du prom. sol[30]. Pero esta fastidiosa y absurda desavenencia con Eva ha continuado, y también han continuado el agotamiento y los múltiples dolores inflamatorios. De momento las ganas de conducir han disminuido un poco. Lo que cuenta Marta de Praga es bien deprimente. Ya nadie cree que cambie la situación. Su hijo Willy no pasa a Rusia, a pesar de su comunismo, no encuentra en Praga ni trabajo ni ayuda suficiente, desde Alemania no se le puede subvencionar porque está prohibido enviar dinero, vende polvos contra las chinches y estudia flauta […]

23 de junio, martes

[…]

Estos días he anotado, de los discursos de dos subjefes (creo que uno era Hess[31], el otro Ley[32]): «Nuestro Reich es de este mundo» y (ante la tumba de un SA de Dantzig que murió apuñalado, suceso que la propaganda del Tercer Reich explotó al máximo): Adolf Hitler, que «ha elevado a la inmortalidad de la guardia eterna» a los muertos de Múnich, inmortaliza también a esta víctima del Movimiento dando su nombre a una brigada de las SA. (¿O fueron dos nuevos inmortales y dos brigadas de las SA?)

(El discurso de Dantzig fue pronunciado por el jefe de estado mayor de las SA, Lutze, el 18 de junio.)

25 de junio, viernes (sic.)

Desde que estuvimos el domingo en Oybin […] no he vuelto a conducir hasta hoy, y sólo lo he hecho para un viaje necesario a la ciudad. Motivo: la penuria económica; ya no sé apenas cómo llegar a la siguiente fecha de vencimiento. Y hoy, cuando por fin iba a que me pusieran un parche en una cámara de aire (en Schlecht, la gran casa especializada de la Trompeterstrasse), resultó que era necesario cambiar inmediatamente un neumático, y otro «después de algunos cientos de kilómetros». Eso significa dos veces 34 marcos. No sé cómo salir adelante, sobre todo porque las obras del camino de acceso y del garaje siguen sin terminar. Este agobio cada vez mayor y los cada vez más molestos dolores de ojos me desaniman por completo. En tiempos hubo también años de gran estrechez económica, pero entonces yo era por así decir un pobre diablo, con una pobreza honesta. Esta vez mi situación es infinitamente más penosa. Una casa, un coche y no saber con qué voy a pagar las cosas más simples y necesarias. Parece como bancarrota delictiva. Pero suprimir el coche apenas serviría de nada; eso no me aportaría 300 marcos, y el enorme seguro lo tengo que pagar antes de final de año. Me he equivocado sobre todo en cuanto a lo que cuesta la construcción del garaje y del camino, y también en los gastos de mantenimiento del coche.

Hace unos días se presentó después de las nueve de la noche, sin anunciarse y al amparo de la oscuridad, el inspector Köhler, para agradecer nuestra condolencia. Su hijo tuvo un ataque de nervios junto a la tumba de la madre y está recuperándose en el campo, en casa de unos parientes, Ellen Köhler ha ido a verle, y el padre y principal afectado está aquí solo, trabajando. Es un hombre bueno, sencillo y valiente, por el que sentimos gran simpatía. Se quedó mucho tiempo, tomó café con nosotros y parece que se marchó en un estado de ánimo un poco mejor que el que traía. «En mi trabajo veo tantos matrimonios que se llevan mal, que les gustaría tanto separarse…, y nosotros nos entendíamos tan bien, y justo nosotros…» Al mismo tiempo, este hombre, eso es evidente, tiene una sólida fe cristiana. Y además encuentra apoyo, trabajo y consuelo en las costumbres tradicionales de la pequeña burguesía.

Lo que a uno se le queda grabado de la gente. La señora Köhler, por lo general algo tímida, contó una vez con dramática vivacidad que le había desaparecido una olla y que la había buscado por todas partes. El timbre agudo de voz y el patetismo, de una vehemencia libre de afectación y de comicidad, con que exclamaba ingenuamente: «¡Mi olla! ¡Mi olla!», los llevo desde hace años firmemente grabados en la memoria, caracterizando para mí, más allá de la muerte de aquella mujer, todo su modo de ser. A ello se añade un segundo rasgo. Los cuatro Köhler estaban cenando en casa, y la señora Köhler tenía un cardenal debajo del ojo. «Es como si hubiera tenido usted una pelea muy seria con su marido», dije yo. Ella no notó que era una broma, pero tampoco lo tomó a mal sino que respondió con mucha precisión y muy a conciencia, como en la confesión: «¡No, eso no lo ha habido nunca entre nosotros!».

28 de junio, domingo

El jueves por la noche se despidió Isakowitz definitivamente de nosotros, muy ajetreado y nervioso –un mantel nuevo sufrió las consecuencias, cuando él hizo un amplio movimiento con el brazo y volcó una taza entera de café–, pero en buen estado de ánimo. Por empezar otra vez a los cuarenta y cinco años, por pasar de la esclavitud y la carencia de derechos a una situación humana y civilizada. Y sin embargo, se veía que la despedida de Alemania le resultaba difícil. Filosofaba mucho y disertaba sobre estética, con escasa formación y poca claridad, pero con mucho interés y con una evidente base moral. Me alegró oír que, pese a todos los «controles aduaneros», ha conseguido poner a salvo algún dinero en el extranjero y que otros emigrantes también suelen encontrar una posibilidad de hacer lo mismo. Lo más cómico y curioso de la situación política actual es que, justamente ahora, Francia esté gobernada por un judío. Y que Blum[33] sea muy correcto hablando de Hitler (no sin sousentendus) y que la prensa alemana tenga que ser muy correcta hablando de él, desde que es jefe de gobierno, y silencie su judaísmo (mientras que al ruso Litvinov[34] se le llama aquí sistemáticamente Litvinov-Finkelstein).

Cada vez más frecuente el deseo de escribir mis recuerdos, cada vez emergen a la superficie más detalles. Hace poco, un día muy caluroso, esperábamos de mala gana al «tío», el viejo obrero, tío de la señora Lange; revestir de cemento las paredes del camino de acceso al garaje es muy fatigoso para Eva, y un día más fresco habría sido más adecuado. A las nueve, el tío todavía no había llegado. «Quizá no venga; abajo, en la ciudad, hay mucha bruma y amenaza tormenta». Pero a las nueve llegó, y hubo que ir a buscar cemento en el coche a la Zwickauer Strasse, y Eva bregó otra vez hasta muy anochecido, y fue horrible. Una sensación, vivida cien veces durante mi época escolar y borrada desde hará pronto cuarenta años, me asaltó sobre un trasfondo de pupitres, de la mesa del profesor y –sobre todo– de la puerta. A la hora en punto estábamos en nuestro sitio, en los pasillos se calmaba el alboroto, luego se oían los pasos de los profesores, el ruido de las puertas vecinas al cerrarse. Nuestro hombre se retrasaba; a mí no me esperaba nada bueno. Un minuto, dos, tres: a lo mejor está enfermo, a lo mejor no viene.

Venía siempre. Y yo pasé una y otra vez por ese minuto de esperanza y de desengaño. Solía ser antes de la clase de matemáticas. Sensaciones parecidas delante del termómetro en verano. Cuando a las diez se había llegado a los 25 °C a la sombra, las clases terminaban a las once o las doce[35].

[…]

Ayer hubo que comprar forzosamente un nuevo neumático –por tanto, el próximo plazo no lo pagaré el 1 de julio sino diez días después– y luego, para tomar un poco el aire, nos fuimos a Kesseldorf de siete a nueve. Tras un día de horrible bochorno con mucho trabajo para revestir el cemento en el que yo también he colaborado varias horas.

Para hoy está proyectada una modesta excursión al valle del Mügli; para el 29 de junio nos regalamos la rueda nueva y una tarde de cine. Queremos ahorrar en comida y en la casa para poder conservar el coche.

Desde hace cosa de una semana, Émile[36]. Todo es distinto cuando lo lee uno mismo. Más simpático no me resulta Rousseau, pero sí más interesante.

JULIO

2 de julio, jueves

[…]

El lunes, 29, lo pasamos tranquilamente en casa, con mucho calor, Eva en el jardín, yo, en la medida de lo posible, con el Émile. Pero no pude menos que leer unas páginas de mi diario de 1904. No me cabe en la cabeza que yo sea tan viejo. Queríamos pasar la tarde apaciblemente en el cine.

Pero por la tarde vino a vernos, junto con su hermano carpintero, la última y más inteligente de nuestras empleadas sorabas, Anna[37], que ahora está colocada en Bautzen y llevaba varios años sin venir por aquí. Es hermoso ver la fidelidad de estas muchachas. Los sorabos son todos muy católicos y así la desesperación política está paliada por el consuelo que da la comunidad.

Después hubo una llamada telefónica: Gusti y Karl Wieghardt estaban unas horas en el país; nos pedían que fuéramos a tomar café con ellos a última hora de la tarde.

5 de julio

Desde febrero no había estado con los Wieghardt –Karl en Gotinga, Gusti en Copenhague–, pero nada había cambiado en la situación, las conversaciones, el afecto, fue como si hubiéramos pasado ayer la tarde juntos. En Copenhague, Gusti había ido a ver al escritor Federn[38], cuyo Dante, con muy buenas ilustraciones pero por lo demás de poco valor, me regaló mi padre hace unos treinta años indicándome que teníamos cierto parentesco con Federn. Este anciano caballero me enviaba la dirección de una agencia de Londres, Curtis Brown Ltd., que seguro que colocaría mi historia de la literatura en alguna editorial extranjera. Yo escribí una extensa carta y hoy llegó a vuelta de correo la respuesta: «… too specialized… afraid there is nothing we can do to help you»[39]. Me ha deprimido mucho y por un doble motivo. En primer lugar, cada vez me resulta más difícil trabajar sin ninguna perspectiva, sólo para el cajón del escritorio; no tengo esperanza de que estos libros, sin imprimir y superados científicamente, conserven su interés. En segundo lugar: cada vez necesito con más urgencia ganar dinero. De la noche a la mañana ha llegado una cuenta adicional del ayuntamiento: contribución urbana 1934-1936: 42 marcos. No sé de dónde voy a sacarlos. Y siempre vienen esos gastos inesperados que se van sumando a los otros. Ya no me atrevo a hacer más viajes en coche: 10 litros de gasolina son 3,60 marcos, un gasto excesivo. Le pregunté a Ellen Wengler, que vino a vernos, si quería aumentar la hipoteca de la casa, para que la recupere con toda seguridad si después de la Olimpíada[40] empieza la «guetoización»: no tiene dinero líquido. El 1 de julio hicimos un viaje con los Wieghardt, y después ellos cenaron en casa. Fuimos a buscarlos y, a través del valle del Müglitz, viajamos a Altenberg y a Hirschsprung, donde vive en la casita de campo de los Dember la vieja señora Riese[41] con su fiel criada. Tiene ahora ochenta y un años, ha sufrido varios derrames cerebrales, su aspecto no es bueno y sin embargo está llena de movilidad física, de una asombrosa espontaneidad, lucidez, naturalidad y viveza en el hablar y el pensar. Habló de su nieta que está en París, de su hija la de Palestina, de Alexis Dember, que está en Estambul y ahora se marcha a Estados Unidos, de Berlín, de política, etc., etc. Llegamos a las seis, nos marchamos a las siete. La casita tiene una situación magnífica. En una pradera, el bosque aislado del mundo, y sobre el bosque está, muy próximo y nítidamente perfilado, el Geisin de alargada cresta, con su chimenea de fábrica en medio de la cresta. Bonito recorrido por el bosque hasta Kipsdorf. Desde allí, a casa. Récord: 49 minutos (antes, primero 60, después 55 minutos).

Cada día, deprimente estudio de Rousseau, interrumpido por el sueño; cada día, fuerte dolor de ojos. He ido una vez con Eva a la exposición floral.

Eva trabaja hasta muy tarde en el jardín, de forma que hacemos poca lectura en alta voz […]

Ellen Wengler dijo hace poco: «Si cae el gobierno, ¿cambiará algo aquí? Quizá habrá menos falsedad, pero ¿por lo demás?». – Lo más triste es que todos cuentan sólo con gobiernos extremistas. NSDAP o comunismo, como si no hubiese nada en medio.

8 de julio, miércoles

Desde hace días, bochorno. El trabajo sobre Rousseau avanza aún más despacio de lo normal. Apuntes sobre Émile.

El domingo por la noche en casa de los Wieghardt; nos vemos mucho, puesto que sólo nos queda un mes.

[…]

Tras prolongado silencio una larga carta de Blumenfeld, desde Lima; yo los envidio y ellos se sienten en el exilio. En las descripciones de la naturaleza y en las reflexiones de Grete Blumenfeld no me abandona la sensación de que todo lo ha leído en algún sitio. Son clichés culturales, pero clichés. Puede que sea injusto con ella; probablemente yo tampoco podría contarlo de otro modo. Él, Blumenfeld, siempre es breve y objetivo.

Esta tarde he devuelto todos los libros del seminario de románicas, dos carteras llenas, que echaré mucho de menos y que ahora no aprovecharán a nadie. El seminario ha sido disuelto definitivamente, a Papesch la han despedido. Wengler parece que de momento se queda, probablemente por las buenas relaciones políticas con Italia. En mi despacho de director hay ahora un letrero que dice «Seminario de historia». La sala de la biblioteca de románicas lleva todavía su antiguo nombre, y allí encontré a Wengler y a la Papesch. A la Papesch le dije: «En este momento a usted le parecerá curioso; pero las cosas pueden cambiar, y si yo recupero algún día la cátedra, la llamaré otra vez». De esa manera, algo tragicómicamente, conservé mi autoridad. Fue una media hora nada agradable para mí. La Papesch y la señorita Mey quieren hacernos una visita; yo le dije a la Papesch: «Si viene usted, me alegraré mucho, pero no quiero sacrificios de nadie y no invito a nadie a mi casa».

16 de julio, jueves

Una «contribución territorial urbana –nuevamente elaborada– después de la tasación», que abarca hasta abril de 1934, me reclama 41,95 marcos, un impuesto por la canalización, 10,80 marcos. Estas sumas, en sí pequeñas, constituyen casi una catástrofe para nosotros. Como la señora Lehmann se ha ido de vacaciones, no hemos tomado otra asistenta y fregamos nosotros, nos pensamos cada pfennig, cada litro de gasolina que gastamos; sería tragicómico –¡un hombre con casa y coche propios!–, si no fuera tan desolador y deprimente, es decir, tan trágico, y si no fuese a peor con cada mes que pasa. Se ha apoderado de mí una especie de estoicismo o de embotamiento (para decirlo más claro); a lo mejor viene algún cambio; y si no, pues nos vamos a pique. Tenemos los dos cincuenta y cuatro años y hemos tenido una vida muy intensa: que ésta se acabe un poco antes o un poco después, da igual al fin y al cabo: ¿cuántas personas viven más de cincuenta años? ¿Ridiculez, ignominia? Son conceptos de tiempos pasados. Hemos sido gente muy bien considerada. ¿Y qué somos ahora? ¿Y qué seremos dentro de dos meses, cuando haya pasado la Olimpíada y ya no haya que tener miramientos con los judíos y cuando empiece en Suiza el juicio contra los asesinos de Gustloff ?

El puesto de Spitzer en Estambul le ha sido concedido definitivamente a Auerbach[42]. A cambio, ha surgido una mínima esperanza de publicar el volumen sobre Voltaire y de recibir por él algún dinero que podría diferir semanas o meses la catástrofe económica. Y en esas pocas semanas podría ocurrir por fin el milagro salvador en mi situación privada o en el estado de cosas general, al que aquélla está vinculada. (Sobre las negociaciones en cuanto al libro, una vez concluidas haré un resumen general.)

Trabajo muy poco: nada, para ser exacto. En 1927, en la Biblioteca Alemana[43], hice anotaciones muy precisas sobre la Nueva Eloísa[44]. Pero no podré librarme de leer otra vez la novela. Pasarán muchas semanas hasta que empiece a escribir el capítulo sobre Rousseau. He perdido la fe en el sentido y en el valor de mi trabajo. La misma pregunta de antes: ¿Qué he sido? ¿Qué soy?

Una postal de la señora Schaps desde el lago Mayor, felicitando a Eva por su cumpleaños. En el sello, el Capitolio de Roma y esta inscripción: Dimillenario Oraziano. Stet Capitolium fulgens.[45] Con el mismo espíritu celebra hoy cada aldea perdida sus 300, 600, 900, 1.000 años de existencia. Y la editorial Markus, mi nueva esperanza para el Voltaire, tiene una sección de «Costumbres y tradiciones populares alemanas» (già «estudios germánicos» o todo lo más «estudios folklorísticos»). Pero en los italianos suena a más auténtico y tiene más de quoi. Cuando hace unos años Mussolini era enemigo de Alemania, dijo: Nosotros teníamos una literatura espléndida cuando los alemanes aún no tenían alfabeto. –Hoy, evidentemente, el Duce es gran amigo de Alemania, y desde anteayer (paz con Viena) hay otra vez una especie de triple alianza, e Inglaterra le hace la corte, y Hitler es más poderoso que Guillermo II antes de la guerra.

El fascismo italiano probablemente no es menos condenable que el nacionalsocialismo y a mí sólo me repugna menos porque no le importa nada la sangre y deja en paz a los judíos. Estamos leyendo en traducción alemana (prestado por Gusti Wieghardt) Fontamara de Ignazio Silone[46]. Publicada en Zúrich, la novela es denuncia y sátira. La impostura y las tropelías del régimen fascista con los cafoni de Fucino, explotados campesinos y jornaleros del sur de Italia. Mutatis mutandis una monstruosa semejanza con los procedimientos del NSDAP. La dominación sin escrúpulos de un partido que se apoya en el gran capital, en la pequeña burguesía y en elementos criminales y que de modo falaz simula y usurpa la aprobación y el entusiasmo del pueblo. La escena más grotesca del libro es un interrogatorio ideológico que llevan a cabo unos camisas negras con los desprevenidos campesinos. «¿Quién ha de vivir?», reza la pregunta, y los cafoni no saben nada de Duce ni de fascismo. Uno responde: «¡Que vivan todos!», y es clasificado como «liberal». Otro dice: «¡Abajo los ladrones!», y recibe la nota «anarquista». Todos son «refractarios», lo que correspondería aquí a «hostil al Estado» o a judío.

Inmediatamente antes habíamos leído Tres pares de medias de seda, de Panteleimon Romanov[47]. El libro describe sin tomar especialmente partido la decadencia interior y exterior que causó la Revolución en la burguesía rusa, que quedó desindividualizada y proletarizada. Las dos líneas argumentales apenas tienen vinculación entre sí, sólo están encastradas una en otra; una historia de adulterio, bastante histérica e insustancial, y una magnífica descripción de la sociedad. La miseria de la vivienda en Moscú y sus secuelas desmoralizantes. El burgués, que trata de salvarse pasándose a los comunistas, y que elabora con el director comunista de su museo un plan para bolchevizar el museo y que traiciona al amigo en el punto y momento en que éste se convierte en persona no grata para el Partido y él puede ser su sucesor. El traidor no es mala persona (bueno y débil en el sentido de Rousseau y de los rusos); sólo está desmoralizado y no quiere seguir más tiempo marginado; un instante antes de la traición no sabe que va a cometerla.

Yo siempre considero lo más atroz de nuestra situación el que, por lo visto, no podamos salir de la alternativa comunismo-fascismo. ¿No están ahí también Francia, Inglaterra, Estados Unidos?

Una postal de Betty Klemperer, que se ha establecido en Cleveland (Ohio); su hijo menor, Wolfgang, ha terminado allí la carrera de medicina y trabaja en una clínica de Cleveland.

No tenía dinero para regalarle algo a Eva por su cumpleaños. Lo celebramos yendo al cine la víspera y haciendo el domingo una excursión bastante larga en coche. Como los Wieghardt compartían gastos, pudimos fijar holgadamente la meta y gastar 30 litros de gasolina y 2 de aceite.

La excursión de cumpleaños a Torgau el 12 de julio

Tiempo inseguro pero que se mantuvo bien todo el día, el coche estuvo siempre descubierto. A las once, en casa de los Wieghardt, Schrammsteinstrasse. Pasando por la ciudad, por Kótzschenbroda, por Coswig, llegamos a Meissen; puente del Elba, la misma hermosa panorámica sobre el río, paseo en coche hasta la catedral como en nuestro viaje a Leipzig. Gusti necesita el Elba y la vida de los bateleros para un libro infantil. La consigna era, pues: ¡Elba, lo más posible! Seguimos, separándonos del río, camino de Riesa. Muchas veces hemos ido allí en tren, atravesando el puente; esta vez estábamos sobre él, dejando que el río y los barcos hicieran su efecto en nosotros. Un hermoso, tranquilo, sencillo panorama, prados en las orillas, ningún monte. Algunas lanchas, pero no se veía el puerto. Por tomar una dirección equivocada, nos encontramos en la carretera de Leipzig y continuamos por ella hasta Oschatz, donde la otra vez nos gustó tanto el Café Zierold. Allí pasamos una hora muy amena, y por nuestro estado de ánimo ése fue el punto culminante del día. Después, viaje monótono hasta Torgau. Una ciudad del montón, como tantas otras que hemos visto. Pero con un castillo impresionante, enorme y de gran belleza […] Salimos de Torgau hacia las cuatro y fue seguramente la «Elbamanía» de Gusti la que nos separó del buen camino y acabó haciendo amargo lo que había sido dulce. Atravesamos el puente y remontamos un poco el Elba, que allí parecía bastante poca cosa. Después fuimos a dar con carreteras cada vez en peor estado: barro, baches, auténticos cráteres de obús de los que salían oleadas de agua sucia. El coche se hundía, se inclinaba, saltaba, patinaba: en cualquier momento uno podía esperar que se averiase el motor, reventaran los neumáticos o que el coche volcara del todo. Pasados unos kilómetros, la carretera estaba cortada, tuvimos que dar trabajosamente la vuelta y hacer a la inversa el mismo recorrido infernal. Habíamos perdido una hora y desgastado mucha energía. Tan pronto llegamos a buena carretera, a las cinco y no muy lejos de Torgau, conduje casi sin interrupción dos horas largas a 60 y muchas veces a 70 kilómetros. Fue estupendo pero requería mucho esfuerzo. Un bosque cuidado como un parque, villas, un balneario: Bad Liebenwerda. El siguiente pueblo de cierta envergadura: Elsterwerda, el siguiente: Grossenhain, el siguiente: Radeburg. Ya sólo se trataba de rodar y avanzar. Junto a Moritzburg, por fin, la factura por la prolongada tensión nerviosa: delante de mí un coche muy lento; dudo mucho rato si lo adelanto o no; cuando me atrevo por fin, hay delante de mí una cuesta demasiado pronunciada, reduzco velocidad muy de golpe, me meto otra vez muy de golpe a la derecha, por delante del que he adelantado y poniéndole evidentemente en una situación de gran peligro. No pasa nada pero ahora el otro me adelanta a toda mecha, me amenaza con el puño, vocifera no sé qué y continúa a paso de tortuga delante de mí y en el centro de la carretera hasta llegar a Dresde; allí se precipita a hablar con un policía y me denuncia. Llega el policía: «¿Ha tomado usted cerveza?». Por suerte para mí, el acusador se comporta como un salvaje, me insulta, afirma que yo iba a 90 por hora, que mi acompañante estaba dormido, mis frenos rotos, que mi coche le había dado por detrás al suyo: y a pesar de todo eso, no puede mostrar el menor desperfecto. Yo me defiendo enérgicamente, digo que él tenía que haber frenado en la cuesta y que rechazo sus acusaciones y que si el señor policía habla de multa, también debe imponérsela a él. Visiblemente, causo mejor impresión en el policía y en el público que el furioso acusador, un hombre bajito y achaparrado; éste dice no sé qué sobre «labia judía», contra la que nadie puede competir, y se larga; yo también puedo marcharme, y hasta hoy, viernes, no ha sucedido nada. (El agente dijo enseguida que si no había ocurrido nada, la policía sólo podía, a lo sumo, poner una multa.) En cualquier caso, me habían arruinado la tarde. Hacia las nueve llegamos a casa de Gusti; de puro cansancio apenas pude probar las cosas tan buenas que tenía preparadas, y me costó un gran esfuerzo tomar el camino de regreso a casa. Hacia las doce estábamos en la cama, habíamos recorrido exactamente 249 kilómetros. Al día siguiente estábamos los dos molidos y dejamos el coche en el garaje.

[…]

17 de julio, viernes

Al cabo de meses ha llamado Susi Hildebrandt. Que había estado mucho tiempo de viaje y que si queríamos ir a verla. Yo dije que el motivo de que no aceptáramos se lo diríamos de palabra, que hiciera el favor de venir ella a casa. Llegó ayer a la hora del café, en su enorme coche de turismo (1,95 metros de altura) y se quedó hasta la noche. Su padre ha estado diez semanas en prisión preventiva en la Münchner Platz y después lo han puesto en libertad. Es miembro del Stahlhelm y persona no grata, parece que los desfalcos de un empleado de la fábrica han sido el pretexto de ese acto de venganza. Lo han interrogado una sola vez, después de haberlo tenido en la cárcel diez semanas. Las hijas se desesperan por lo imprudente de su indignación. Susi Hildebrandt venía del club de golf; dice que allí apenas queda un socio que no haya estado encarcelado. Para ella, hija de un gran industrial y de una aristócrata, no hay diferencia entre nacionalsocialismo y bolchevismo. Dice que entre los oficiales del ejército las opiniones están divididas, que hay partidarios entusiastas y firmes adversarios de Hitler. Pero dice que también ha encontrado antihitlerismo declarado entre los oficiales de las SS. Que haya un cambio a mejor, eso ya no lo cree.

Esta tarde ha estado aquí, con una recomendación de «Vossläär», Edmondo Cione, modesto bibliotecario de Florencia, amigo de Croce[48], antifascista. Quiere ser lector en Alemania, no sabía que me habían retirado. Le recomendé que se dirigiera a Gelzer[49], en Jena. Él quiere ver si encuentra un modo de ayudarme en Italia. Contó cómo había conseguido Auerbach lo de Estambul. Llevaba ya un año en Florencia, y Croce escribió un informe sobre él. (¡Y yo me dirigí a Vossler, protestando! Stuppidone io!) Ahora Auerbach está en Ginebra, remozando su francés. ¡Y Spitzer ha operado en Italia diciendo que ese puesto tenía que ser para alguien que supiera francés de verdad! Si yo me voy a Ginebra unos meses, también sabré otra vez «francés de verdad». –Cione dice que en Italia habían sido muy antifascistas pero que las sanciones[50] y luego la victoria habían fortalecido la posición del Duce.

18 de julio, sábado

Anoche vinieron los Wieghardt. Conté lo de los Hildebrandt. Gusti, bastante satisfecha: «¿También meten en prisión de vez en cuando a un empresario? Eso hace quedar muy bien ante los obreros. Por lo demás, la Münchner Platz es donde meten a la gente fina, que recibe mejor trato, allí no dan palizas». Ya no sabe pensar como un ser humano normal, sólo conforme a los esquemas comunistas. Estoy casi contento de que en agosto regrese a Dinamarca.

¿Sintaxis del Tercer Reich? Trude Öhlmann escribe que llegará mañana con un «tren-KDF»: ponemos a las seis y media (no «nos ponemos» o «nos colocamos»). Eva sospecha que es una expresión de ferroviarios: poner o disponer un tren. En este caso, se trataría otra vez de una mecanización.

Con un calor terrible, 32°C a la sombra, hemos estado limpiando vajilla de once y media a una y media. Eva fregaba, yo secaba y limpiaba los cuchillos. En realidad estamos completamente proletarizados, bastante más que Gusti; pero no nos sentimos proletarios y conservamos la libertad de pensamiento.

20 de julio, lunes

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El tren de la KDF[51] llegó a las diez a la estación de Neustadt; esperamos en las dos salidas. La gente salía en masas compactas y era recibida por los servicios del orden de las SS: ¡Zittau a la derecha! – ¡Bautzen aquí! – ¡Leipzig todo recto! Trude cuenta: Por 4,50 marcos, su grupo de Leipzig tiene derecho a viaje de ida y vuelta, un almuerzo y una visita guiada de la ciudad y de una exposición. Ella también ha viajado (por 55 marcos), en un barco a motor de la Hamburg-Süd, a Noruega, o más exactamente a la costa noruega, porque no se desembarca, ya sea por escasez de divisas, ya sea para evitar contactos con el extranjero. En cualquier caso, esas empresas a cargo de la KDF son fantásticos circenses.

26 de julio, domingo… no, 27 de julio, lunes

Han pasado ocho días especialmente enojosos, y el día de ayer, domingo, en que no pude ni escribir ni salir en coche, destaca entre todos ellos.

El domingo anterior hicimos con Trude Öhlmann una excursión, estupenda y muy lograda, de 100 kilómetros.

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Habría anotado todo esto con más detalle si entretanto no hubiera ocurrido una serie de cosas muy desagradables. Ese cotilla de Lange, cuya mujer va a limpiar a casa de Gusti Wieghardt, nos contó largo y tendido cuántas cosas malintencionadas y realmente difamatorias había dicho Gusti sobre mi forma de conducir, mientras que hablando conmigo había estado muy de acuerdo con la excursión a Torgau. Dijo que Karl había vomitado, hasta tal punto se había mareado con mi brusca manera de conducir, y que muchas veces hubiera querido cogerme el volante, de tan mal como lo estaba haciendo, que era irresponsable dar así, sin más ni más, el carnet de conducir, etc. Por semejante falsedad he vuelto a romper las relaciones con Gusti Wieghardt, después de que su comunismo de vía estrecha de todas maneras nos estaba atacando los nervios.

Eva, desde hace quince días, atormentada por dolores de cabeza, desde hace una semana, por dolores en la boca; tiene un absceso muy desagradable en el paladar.

30 de julio, jueves

Eso nos ha acarreado unos días muy malos. Al final tuvimos que ir al médico. Isakowitz nos había recomendado un dentista judío, pero con tan poco entusiasmo y tantos circunloquios que sus palabras casi equivalían a una puesta en guardia. Heidenau nos dio la dirección: Doctor Kunstmann, Reichsstrasse. Pedí hora para el lunes por la tarde. Antes yo tenía algo que hacer en el banco. Cuando vuelvo de allí y giro muy despacio, en segunda, para pasar de la Residenzstrasse a la Adolf-Hitler-Strasse, el coche da de pronto un tirón hacia delante y se mete varios metros en la acera, yo doy un frenazo. Entonces empieza a perder gasolina y no se mueve. Primero, el jardinero Weller me ayudó a volver a ponerlo en la calzada, después busqué a Eva, que en vez de ir tranquilamente en el coche al médico tuvo que empujarlo hasta que poco antes de llegar a la cancela de nuestro jardín pude hacer que rodara la cuesta. Doble suerte en la desgracia: el absceso se había reventado entretanto, y no se había producido ningún desperfecto en la acera, y tampoco había habido nadie mirando. A través de Vogel conseguí que viniera enseguida un mecánico, y en un cuarto de hora estaba reparada la avería. El flotador se había quedado enganchado, eso pasa a veces, y entonces el coche da un respingo, y luego se ahoga el motor. «¿Se puede hacer algo para que no vuelva a pasar?» – «No». – «¿Y si por eso hay un accidente?» – «Tiene usted la culpa porque el coche estaba en mal estado y usted tenía que saberlo». – «¿Se puede saber eso antes?» – «¡No!» –A veces siento con toda su fuerza la miseria de la conducción, y durante los días pasados he tenido mucho miedo; pero luego también se ve muchas veces la grandeur del asunto.

Por la tarde fuimos a ese médico; un señor mayor, de muy pocas palabras, muy circunspecto, el polo opuesto, ya casi divertido, de Isakowitz, que era tan animado; pero a todas luces un hombre muy concienzudo, simpático también, humanamente hablando: en su consulta no se ve ninguna fotografía de Hitler. Limpió cuidadosamente la herida y alivió los dolores de Eva. (Entretanto hemos estado hoy por segunda vez allí, y el tratamiento continuará: lo que desde luego no hará disminuir la penuria económica.)

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Ayer, poco antes de anochecer, un rato en la exposición floral, y también hoy al mediodía, después del médico (médico y dentista en una persona: especialista en asuntos de mandíbula), esta vez en la sección de la industria especializada: invernaderos, aparatos de aspersión, etc. Allí oímos por radio la clausura del congreso del tiempo libre que ha tenido lugar en Hamburgo. Agradecimientos en un alemán deleznable, uno fue en chino lleno de antipáticos sonidos nasales y sibilantes, luego un largo discurso de Goebbels. Oí hablar por primera vez al más venenoso y falso de todos los nazis, y mi asombro fue doble ante su voz de barítono y ante la unción pastoral y el tono cordial de su discurso. Por la expresión de su rostro y por la ideología yo había creído que hablaba con voz aguda, cortante e insolente. Pero el estilo de ese discurso tuvo que ser el normal, porque una señora que pasaba por allí le dijo a su acompañante: ¡Pero si es Goebbels! Empezó con el poema de Dehmel[52]: El obrero… ¡Sólo nos falta tiempo! ¡Dehmel como profeta y poeta de los nazis! (Mis relaciones con Dehmel: yerno del viejo rabino Oppenheim; el hombre en cuya casa fue preceptor Hans Scherner, el hombre al que vi bailar literalmente el poema de la rosa flotante…)

La semana pasada, Gehrig estuvo una tarde en casa; para informarse respecto a un viaje a Sudamérica que tenía proyectado. Nosotros ya llevamos mucho tiempo sin relaciones de esa índole. Nos causó una impresión muy buena; más tranquilo y menos autoritario que antes. Él tampoco quiere saber nada de profecías: esto puede durar mucho tiempo y puede acabarse de pronto. Contó que el príncipe heredero de Sajonia le preguntó a principios de noviembre de 1918 lo que opinaba de la situación interior; él, Gehrig, le había respondido que los trabajadores estaban descontentos, indudablemente, pero que él descartaba por completo una revolución.

Ayer y hoy he estudiado a fondo el artículo de la Enciclopedia, «Économie politique», de Rousseau, pasajes enteros de él podrían estar en los discursos de Hitler.

Los rasgos fundamentales de mi ensayo los tengo claros: la huida del presente y de sí mismo en tres direcciones divergentes: a la naturaleza, a Dios, al Estado espartano; la prostitución del intelecto al servicio del sentimiento subjetivo, el anhelo romántico, la formación del intelecto, formal y sustancialmente, en el sentido del siglo XVIII, la lubricidad del rococó en una sexualidad excitada de un modo excesivo y enfermizo, la obsesión de la vertu, como antídoto y autoengaño. Seguiré leyendo muchas semanas antes de empezar a escribir.

AGOSTO

7 de agosto, viernes

Ayer, el golpe más duro desde la jubilación: Markus, en Breslau, con quien yo estaba en prometedoras negociaciones, ha rechazado al final el volumen sobre Voltaire, y además –eso es lo que realmente me deprime de este asunto– por razones puramente comerciales, que son sin duda correctas y que valen para cualquier otro editor: en tiempos más favorables y durante un período de once años, no había habido compradores suficientes para agotar la primera edición del más asequible siglo XIX; ¿quién va a interesarse ahora por un mamotreto lleno de erudición sobre el siglo XVIII? Comercialmente, dice, no tiene la menor perspectiva. Vanitas vanitatum, de acuerdo, pero es una parte de mi obra, que se ve privada del influjo que pudiera ejercer y de su misma existencia, y ahora me siento más que nunca enterrado en vida. Al mismo tiempo me atormenta la parte económica del asunto. Esperaba, cuando menos, unos cientos de marcos; y ahora, nada, menos que nada: la seguridad de que están cortadas todas las posibilidades de ganar dinero. Nos faltan los 50 marcos para revestir de cemento la veranda de encima del garaje; por donde se mire, nos falta casi la perra gorda, y ya no somos tan jóvenes como para que no nos importe tanta estrechez.

Ateniéndome a la ley de la inercia, sigo estudiando el Contrat social.

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13 de agosto, jueves

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La Olimpíada acaba el domingo que viene, se aproxima la asamblea del NSDAP, la explosión no se hará esperar, y es natural que la primera descarga sea contra los judíos. Se han acumulado muchísimas cosas. El juicio Gustloff se abre en septiembre; el asunto de Dantzig[53] está aplazado, los polacos «aliados» han nombrado mariscal al general francés Gamelin[54], Mussolini se ha apoderado impunemente de Abisinia, y desde hace unas semanas España está en plena guerra civil. En Barcelona cuatro alemanes, mártires del nacionalsocialismo, han sido «asesinados» por un tribunal revolucionario, y ya antes se decía que los judíos alemanes emigrados hacían allí campaña de odio contra Alemania. Quién sabe lo que saldrá de todo eso, pero seguramente, como siempre, nuevas medidas contra los judíos. No creo que podamos conservar nuestra casa. Marta dice que en Praga y en Inglaterra cuentan con una guerra ya en otoño: pero cuántas veces no habrán creído eso en Praga. El panorama político cambia casi a diario, sería interesantísimo si no fuera tan deprimente. Por España empezó el tercer Napoleón su guerra desesperada: pero ¿hasta qué punto hay una analogía? Oigo decir a menudo, la última vez a Forbrig, el maestro, que Hitler quiere realmente que haya paz un año o dos más, porque antes no estará acabado nuestro rearme. Por otra parte: lo que en Alemania saben hasta los niños no puede desconocerlo del todo el señor Léon Blum. ¿Son en Francia tan idiotas que estén esperando a que los pasen a cuchillo? Por otra parte: ¿por qué le han tolerado todo hasta ahora? Francia a Alemania, Inglaterra a Italia. Todo es perfectamente turbio y oscuro. Probablemente nadie, ni siquiera un gobernante, conoce las fuerzas, las inhibiciones, las tendencias que existen en realidad.

La Olimpíada, que ahora termina, me resulta doblemente repugnante. 1) Por sobrevalorar el deporte de un modo demencial; el honor de un pueblo depende de que un compatriota salte diez centímetros más alto que todos los demás. Por cierto, un negro de Estados Unidos[55] ha saltado más alto que nadie, y la medalla de plata en esgrima la ha ganado para Alemania la judía Helene Meyer (no sé dónde está la mayor desvergüenza, en su actuación como alemana del Tercer Reich o en el hecho de que el Tercer Reich haya capitalizado su récord). En la Berliner Illustrierte del 6 de agosto escribe un tal doctor Kurt Zentner un artículo muy serio y, por así decir, pedagógico: «Outsider sin perspectiva. (Sólo un duro entrenamiento lleva a la meta.)». Cuenta con qué «miserables resultados de principiantes» han comenzado muchos héroes del deporte que después, entrenándose al máximo, lograron éxitos extraordinarios, así por ejemplo «Borotra, el tenista más genial del mundo», y termina su artículo (estilo del semanario moralista Spectator) explicando que hubo una vez en la Academia Militar de Brienne un joven corso desconocido que se repetía a sí mismo a diario que quería ser mariscal y que llegó a ser el emperador Napoleón. En Inglaterra y Estados Unidos, siempre han valorado el deporte muchísimo, quizá demasiado, pero nunca de un modo tan unilateral, con tal menosprecio de lo intelectual como sucede ahora en Alemania (la jerarquía de los resultados escolares, el insulto «intelectualista»); también hay que tener en cuenta que esos países del deporte no tienen servicio militar obligatorio. Y 2) la Olimpíada me resulta tan odiosa porque no se trata del deporte sino que es una cuestión exclusivamente política. «Renacimiento alemán gracias a Hitler», leí hace poco. Incesantemente se inculca al pueblo y a los extranjeros que aquí se ve el auge, el esplendor, el nuevo espíritu, la unidad, la firmeza y la gloria, por supuesto también el espíritu de paz, que abarca amorosamente al mundo entero, del Tercer Reich. Los gritos a coro están prohibidos (el tiempo que dure la Olimpíada), la campaña antijudía, los tonos belicosos, todo lo que causa mala impresión ha desaparecido de los periódicos, hasta el 16 de agosto, y hasta entonces están colgadas por todas partes, día y noche, las banderas con la cruz gamada. En artículos escritos en inglés, se hace ver a «nuestros visitantes» qué apacible, qué grata es la vida en Alemania, mientras que en España «hordas comunistas» se entregan al pillaje y al asesinato. Y además nadamos en la abundancia. Pero aquí, el carnicero y el verdulero se quejan de la escasez y del encarecimiento de las mercancías porque todo se ha enviado a Berlín. Y de los «cientos de miles» de visitantes de Berlín se ha encargado la KDF; los extranjeros, ante los que tiene que presentarse «Alemania como un libro abierto» –pero ¿quién ha elegido y preparado las páginas abiertas?– no son muy numerosos, y en Berlín la gente que alquila habitaciones está descontenta.

Ha surgido en los periódicos una nueva frase que procede seguramente de Francia: el Frente Popular francés ha organizado una «cruzada de las ideas» a favor de los comunistas españoles y en contra del fascismo. Eso es algo horrible, se indigna nuestra prensa, el nacionalsocialismo no actúa así, quiere que cada pueblo sea feliz a su manera, no hace propaganda fuera de Alemania. Ésa es la faceta más repugnante de la cruzada con la cruz gamada: que tiene lugar de una manera falsa y subrepticia. ¡«Nosotros» no organizamos cruzadas, «nosotros» no derramamos sangre, nosotros somos gente pacífica y sólo queremos que nos dejen en paz! Con ello, no dejan pasar la menor ocasión de hacer propaganda. La exposición floral presenta también una bonita colección de sellos. Las vitrinas de los sellos de la época de la inflación llevan esta inscripción: «Documentos de una época demencial». Cada visitante puede sacar sus conclusiones sobre la salud y el auge de la vida económica actual.

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El lunes vino a vernos la señorita Papesch, que ya ha recibido también oficialmente la carta de despido. Los tiempos de sus calladas simpatías por el Tercer Reich parece que han pasado del todo, también está enterada del descontento general, pero al cuánto tiempo aún tampoco sabe responder. –Conoce el monte Schwartenberg y quiere llevarnos allí; es decir, tenemos que llevarla un día con nosotros en coche.

Me enteré por la señora Schaps de que Raab murió en Berlín, casi súbitamente (embolia después de operación); cuarenta y siete años. Él siempre me pareció que rebosaba vitalidad y agilidad juvenil. Le he envidiado por cómo supo buscarse, después de su destitución, otro género de trabajo y de subsistencia; era economista bastante de derechas, en casa de Blumenfeld una vez tuve un choque con él porque justificaba el apoyo a los Deutschnationale, aliados de los nazis. A su lado yo me sentía un hombre provecto. En no sé qué drama de Schnitzler[56], un hombre muy viejo siente una especie de triunfo cuando se entera de la muerte de un hombre más joven. Tuve que pensar en eso, contra mi voluntad y sintiendo verdadera compasión por él. Raab tuvo tres mujeres, la última es judía. Sobre su escritorio había colgada una fotografía de un oficial caído en la guerra. Cuando le preguntaban, decía sin el menor reparo: «El primer marido de mi segunda mujer». Recuerdo también su silencioso y agradablemente aburrido gato de Angora, Eilhart, que los Blumenfeld tenían un día en su casa.

Marta, a su vuelta de Praga, estuvo en casa del martes al miércoles por la tarde. Un trabajo enorme, porque no tenemos servicio, porque con este calor tremendo tuve que estar todo el tiempo en full dress, porque Marta quería permanentemente que la entretuviéramos y la paseáramos en coche. Sobre los viajes y la opinión política en Praga ya he informado. Por lo demás, Marta da la impresión de estar muy enferma. Muy envejecida, muy lenta de movimientos, caduca. Cuenta que Wally está enferma desde hace un mes. Vesícula y, al parecer, sospecha de cáncer. Cuenta que los Sussmann están en una situación realmente difícil. Ella nos tiene envidia porque aún estamos muy bien (eso es lo que cada cual cree del otro). Su hijo menor, Willy, vive precariamente en Praga. Toca y estudia oboe, no puede ganar nada, y dadas las disposiciones oficiales sobre divisas, es casi imposible enviarle ayuda económica desde Berlín, tampoco puede regresar porque es comunista y corre peligro.

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16 de agosto, domingo

Ayer por la tarde –acabábamos de volver de la exposición floral, muy cansados y acalorados, yo me había puesto ropa más fresca y estaba haciendo café– apareció, con sandalias y las rodillas al aire, en un atuendo de ciclista, en gris con ribetes verdes, un muchacho tirolés, de esos que cantan en las montañas, Wengler, y se quedó varias horas. Todo lo tenía en contra, pero es una persona tan buena y decente que se le acoge con simpatía hasta en los momentos más catastróficos. Había pasado varias semanas de vacaciones en Italia. El fascismo, o más bien los fascistas italianos, le parecen más humanos que los nazis. Cuenta como verídico que, unas semanas antes de que empezara la contrarrevolución española, el general Sanjurjo, que murió después en accidente, tuvo entrevistas en el Hotel Adlon[57], y que entre las tropas marroquíes de Franco había oficiales alemanes. Piensa que la victoria o la derrota del Frente Popular español es decisiva para toda Europa, y dijo muy serio, en tono meditativo, sin patetismo ninguno, como si le remordiera la conciencia: «Habría que ir allí y ayudarlos; pero yo ni siquiera sé manejar un fusil». Después dijo que le producía horror reanudar el martes las clases del instituto.

Ése es Wengler. Pero Johannes Kühn, al que siempre he considerado una persona intacta y con una cabeza que sabe pensar en serio, el catedrático de historia Johannes Kühn, ha escrito en la edición del domingo del Dresdner NN (16 de agosto) un breve artículo con ocasión del 150 aniversario de la muerte de Federico el Grande. Dos veces califica a éste enfáticamente, en ese artículo de cien líneas, de «germánico y nórdico». Dice que su filosofía es la de su época, carente de interés; pero que hay en él también esa fe germánica en algo más alto y más allá de este mundo; y su amor por lo francés –continúa– es el típico anhelo de la forma, de lo meridional que tiene el germano, el hombre del norte. – Si alguna vez diera la vuelta la tortilla y el destino de los vencidos estuviera en mis manos, yo dejaría en libertad a toda la gente común y corriente e incluso a algunos de los jefes, que tal vez tenían buena intención y no sabían lo que hacían. Pero a los intelectuales los colgaría a todos, y a los profesores universitarios un metro más alto que a los demás; y tendrían que seguir colgados de las farolas todo el tiempo que permitiera la higiene.

20 de agosto, jueves

La tesis de Maquiavelo[58] según la cual el obstáculo para la unificación de Italia son los Estados de la Iglesia, demasiado débiles para llevar a cabo esa unidad, pero demasiado fuertes para que otra potencia la lleve a cabo sin su consentimiento, tiene una cierta analogía con la situación europea actual. Las potencias del liberalismo, o sea, en el fondo, las del equilibrio de la razón, Francia e Inglaterra, son demasiado débiles para rechazar ellas solas los dos radicalismos y fanatismos: bolchevismo y nacionalsocialismo; tienen que apoyarse en uno de los dos para resistir el embate del otro, y tienen que preguntarse en todo momento cuál de los dos es para ellas el mal menor. Esta pregunta no encuentra igual respuesta en todo momento en Inglaterra y Francia, y eso produce fricciones entre ambas potencias. Así, siempre hay que hacer conjeturas sobre lo que puede suceder, sobre qué alianzas se llevarán a cabo. La situación de 1914 era clarísima, la de hoy, inextricable.

24 de agosto, lunes

La campaña antiespañola va cediendo el paso a la campaña contra Rusia. Día tras día, noticias alarmantes sobre los preparativos de guerra de Rusia contra Alemania. ¿Queremos la guerra nosotros, hemos llegado ya al punto de que hay que quererla para crear una diversión y una escapatoria? En estos días he oído en los ambientes más diversos palabras de extrema hostilidad, efervescencia, inquietud: el dueño de la biblioteca circulante, Natcheff, que hasta ahora creía en la paz y en la estabilidad del gobierno actual, habla de descontento general en Alemania, de la posibilidad de una guerra. El honrado maestro carnicero Ulbrich se quejaba amargamente. «Por todas partes los de la vieja guardia en lugar de las personas competentes, en el matadero quienes mandan son un barbero y un comerciante de pepinos – y los campesinos protestan, y ese señor Darré[59], con sus treinta y cinco años, es muy joven para jefe de campesinos – y esos edificios ostentosos que están construyendo en Berlín para la Olimpíada, como si nadáramos en oro – y esta escasez de carne»… Yo le pregunté: «¿Es usted nacionalsocialista?». Él, con prudencia, como seguramente pensaba: «Por fuerza, sí». Michael, el mecánico, que está empleado en el aeropuerto militar y ha prestado juramento: «Saltaría en paracaídas para pasarme a los rusos. ¡Me confeccionaría una bandera roja, aunque tuviera que abrirme las venas para teñir la tela!».

Ayer noche, tras larguísimo intervalo, vinieron Annemarie y Dressel. Su estado de ánimo, el de siempre; tampoco saben de nadie que esté contento; ellos, desde luego, han perdido casi toda esperanza.

Nueva noticia de Marta sobre la enfermedad de Wally. Panorama muy sombrío, está casi desahuciada. Me repugna a mí mismo mi propia, involuntaria frialdad. Siempre ese odioso «Hurra, estoy vivo», y ese calcular cuánto tiempo me puede quedar aún. Y lo más novedoso, el preguntarme si sería posible, y cómo, ir a Berlín en coche al entierro. Lo veo ante mis ojos con todos los pormenores, es una especie de obsesión que no me deja. Y sin embargo, siento verdadera compasión por Wally, aunque desde hace muchos años nos hayamos convertido en dos seres perfectamente extraños el uno al otro.

[…]

29 de agosto, sábado

Los combates de España, cada vez más violentos, muestran cada vez con más claridad que se trata de un conflicto no solamente español. Hace unos días ha sido decretado el servicio militar de dos años. Así, la tensión es cada día mayor; pero ya es el cuarto año que estamos así, ¿por qué no podemos seguir una docena de años sin que venga la explosión? Por cierto, hace poco, en Kriebstein, yo también pensé en el ejército alemán. La República dejó notoriamente a Alemania desarmada, y Adolf Hitler creó el nuevo ejército. Sólo que en la Reichswehr, la República formó a cada soldado como suboficial y a cada suboficial como teniente, creando así el marco del futuro ejército y haciéndolo posible; sólo que la República formó soldados incesantemente y de modo clandestino, más de los 100.000 que estaban permitidos, logrando así lo más duro: el comienzo del nuevo auge militar. En las directrices para las universidades, en las cartas secretas que leí durante cinco años en mi calidad de senador, en los informes reservados orales de las sesiones del senado, he podido seguir todo eso. ¿Quién dará testimonio de ello algún día? (¡Si aún tuviese oportunidad de escribir mi Vita!)

El miércoles estuvimos cenando en casa de la señora Schaps y encontramos allí a los Gerstle; él estaba a punto de salir para París en viaje de negocios. De los Gerstle me resulta penoso que en la alternativa nacionalsocialismo-bolchevismo prefieran el nacionalsocialismo. A mí me repugnan los dos, veo su estrecha afinidad (eso, por cierto, también lo ve Gerstle), pero la idea de la raza del nacionalsocialismo me parece lo más puramente animal (en el sentido literal de la palabra). – Los Gerstle hablaron de una pequeña colisión que la señora Salzburg tuvo con otro coche en una curva, en la Alta Baviera. Las dos partes tenían abolladuras en los guardabarros, ambos conductores se echaban mutuamente la culpa, denostándose violentamente y llenos de ansiedad, hasta que se dieron cuenta de que ambos eran no arios: al momento respiraron aliviados e hicieron inmediatamente las paces… Leyeron una carta bastante satisfecha de los Blumenfeld, enviada por avión desde Lima. De una amiga de Grete Blumenfeld, también conocida nuestra, contaban que había abierto en Johannesburgo un salón de beauté. De Erika Dreyfuss-Ballin contaban que también había encontrado trabajo en Sudáfrica, mientras que su marido seguía en Londres convalidando los estudios de medicina. Tanta gente que se crea una nueva posición en algún sitio, y nosotros, esperando aquí con las manos atadas. Hoy habla aquí Streicher[60]. Desde hace muchos días, ese «gran mitin» se viene preparando con todos los métodos de las elecciones: carteles, grandes letreros de una acera a otra, desfiles, tambores y coros hablados. Anuncio de que en la Königsufer [‘Ribera del rey’] se está instalando «un bosque de cien banderas», y delante una torre de once metros de altura; desde ella, iluminado por los focos, hablará el caudillo de los francos, el Stürmer[61]. El periódico lleva hoy su autógrafo: «Quien lucha con los judíos libra un combate con el diablo». Con frecuencia veo muy dudoso que superemos con vida el Tercer Reich. Y sin embargo, seguimos viviendo al estilo de antes. Pese a la horrible penuria económica, cada vez más angustiosa, le hemos dado a Lange el encargo de que revista de cemento la terraza de encima del garaje. Cuesta otra vez 50 marcos. El miedo que me produce no saber cómo salir adelante es cada vez mayor; pero esa construcción no puede quedarse a merced del invierno en un estado tan incompleto. En el peor de los casos, tendrá que esperar el dentista.

Por falta de dinero cogemos el coche muy raras veces, cada pequeñez que le pasa es una desesperación. El otro día se incrustó un clavo en un neumático, hoy falló la batería y hubo que recargarla.

Hemos prometido que mañana iremos a Bucha (junto a Oscha), un pueblecito donde Trude Öhlmann pasa el verano con su hijo. Puede que sea muy agradable, pero cuesta 10 marcos.

Anna Mey, la secretaria de la TH, llamó por teléfono tras una pausa de muchos meses preguntando si podía venir a vernos. Le dije que estaba enterado de las ordenanzas, que no se perjudicara a sí misma, que yo no deseaba que la gente se sacrificase por mí.

Hemos estado en el cine. Kiepura: Al atardecer[62] […] En esa misma función hemos visto en el noticiario combates de la guerra española; me impresionó mucho ver a los del Frente Popular («hordas rojas») avanzar al descubierto, sin cascos de acero, en formación dispersa.

Desde abril estoy estudiando a Rousseau y he leído casi todo. Noto que la lectura ya no puede aportarme nada; tengo, pues, que ponerme a escribir y reprimir todas las preguntas sobre la finalidad de este esfuerzo.

[…]

SEPTIEMBRE

2 de septiembre, miércoles

Hoy he empezado a escribir el capítulo sobre Rousseau, es decir, el segundo volumen de mi Siglo XVIII. Una empresa sombría y sin perspectivas; pero dejarla me deprimiría más aún, y no puedo emplear mi tiempo de un modo más útil. Si tuviese alguna posibilidad de ganar dinero, la aprovecharía; pero no veo ninguna. El primer volumen lo empecé el 11 de agosto de 1934; el trabajo propiamente dicho quedó concluido el 29 de diciembre de 1935, cuando terminé el capítulo de Diderot; pero copiarlo y pulirlo me llevó hasta muy avanzado marzo. Después empecé con la lectura de Rousseau. Entretanto, el asunto Markus me ha dado el resto: incluso si cayera el régimen y se suprimiera el parágrafo sobre los arios, no podría publicar la obra con la extensión que tiene ahora. Pero no puedo hacerla más corta sin quitarle justamente lo que es mi propia contribución. Así pues, ¿por qué no va a ocurrir un milagro algún día? Con tal que esté hecha la obra objeto de ese posible milagro…

[…]

5 de septiembre, sábado

Ayer, por fin, al pueblo de veraneo de Trude Öhlmann. El coche se comportó horriblemente en el viaje de ida e ideó nuevas perfidias. Apenas habíamos salido del embotellamiento de Radebeul y llegado a la carretera de Meissen, más despejada, el motor empezó a dispararse sin que yo pudiera detenerlo; tenía que frenar continuamente, y el agua del radiador se ponía a hervir y se salía. Nos paramos junto a una cantera; tres obreros que estaban en la pausa del mediodía se acercaron, uno con la navaja abierta, y enseguida nos ayudaron amablemente y con gran competencia. (¡Qué magnífica foto para el periódico, también muy acorde con el paisaje: terroristas rojos españoles detienen un coche a punta de navaja y lo registran!) El muelle de unión entre el acelerador y el carburador se había aflojado y estaba enganchado. Primeros cuidados; pero tenían que cambiarnos el muelle en algún taller de Meissen. 50 pfennigs y 3 cigarrillos y la alegre sensación de haber encontrado gente amable. En Meissen, justo antes del puente del Elba, un taller. Un gran establecimiento, en plena carretera. Un mecánico de Alemania meridional, la dueña. Que el muelle estaba bien, sólo había que reajustarlo. Otra vez media hora de espera, 1,20 marcos de costes. Después, el placer de conducir. El magnífico panorama de la orilla del río, más allá de Meissen, la maravillosa carretera que va a Oschatz. Un rato de enorme disfrute, luego volvió a dispararse el motor, peor que antes. Yo conducía con una técnica curiosa, apretaba el acelerador hasta que el coche cogía velocidad, luego lo desenganchaba metiendo el pie por debajo y dejaba rodar el coche. Aquello era desde luego sumamente peligroso, desgastó enseguida el forro del freno (y los nervios) y no era practicable en el tráfico urbano. En Oschatz, muy cerca de Zierold –¡pero había que entrar en una calle lateral dando marcha atrás, y en aquel estado!–, un «servicio Opel». Allí miraron otra vez y lo encajaron, otra media hora y 50 pfennigs. A partir de entonces, el coche funcionó de maravilla. Pero eran las tres cuando por fin nos paramos en Bucha, y los Öhlmann querían esperarnos cada día hasta las dos. Dejé a Eva junto al coche y busqué en la aldea, que se extendía en sentido longitudinal, al sastre Hessel. Decían siempre que era una casa que hacía esquina y a la izquierda, anduve cosa de 1 kilómetro, pero nunca era. Por fin encontré una veraneante con un niño; casualmente había conocido a los Öhlmann justo ese día; dijo que el sastre no vivía por allí, que los Öhlmann seguro que habían salido, pero que ella sabía adonde. Llevé a aquella señora tan parlanchína conmigo al coche, y nos dedicamos a buscar. En todas las direcciones; luego Eva y la mujer se bajaron, y al cabo de un rato habíamos encontrado a los Öhlmann y asimismo la casa de su sastre. Exuberante y antiestética, Trude iba en pantalones de seda y blusa ajustada, pero uno olvidaba las opulencias rubenianas ante su gran cordialidad y la sincera alegría que le produjo nuestra visita. El hijo, dieciocho años recién cumplidos, está haciendo prácticas en la Biblioteca Alemana, es de una belleza extraordinaria, vivo e inquietante retrato de su padre pederasta, todavía casi un niño, pero bueno y diligente. En las HJ, evidentemente, pero (habrá que decir también «evidentemente») contra su voluntad declarada. Los Öhlmann contaron también lo que se oye por doquier, el absoluto descontento en todos los ambientes, también en ese pueblo. Para mí fue interesante y típico de la pequeña burguesía el miedo a Rusia. El bolchevismo lo consideran –tal vez con razón– el mal mayor. Son perfectamente conscientes de la campaña antijudía y no están de acuerdo, pero el miedo a Rusia hace que pasen por todo. Sentados en el césped del jardín, tomamos un café muy fuerte, hecho según nuestras indicaciones en el infiernillo de alcohol; la zona no es muy atractiva pero con ese ambiente libre y tranquilo de los pueblos. Hacía bochorno y amenazaba tormenta, yo estaba empapado de sudor. Dimos una vuelta por el pueblo, llevamos a los Öhlmann unos kilómetros hasta Dahlen, por angostos y accidentados caminos entre bosques y sembrados, luego a más velocidad por una amplia carretera. De Dahlen a Bucha son 4 kilómetros, a Dresde unos 60. Cuando nos despedimos, empezó a llover a cántaros y tuvimos que subir la capota. Dentro, como una sauna. El viaje de regreso empezó poco antes de las seis. Ahora, el coche corría como un gamo, a menudo llegué a los 70 por hora […]

La víspera (jueves) fuimos al Universum, a una película que todo el mundo alaba: Allotria[63]. Decepción […] Con cosas así, basadas en recetas francesas de hacia 1860, se divertía a más no poder mi padre a principios de siglo en el Residenztheater. El Tercer Reich ha calificado ese género de cosas de no-arte judío e inmoral. Pero ahora es una obra maestra del cine alemán. – Otra vez vimos escenas del terror rojo (cf. más arriba la escena de la cantera).

9 de septiembre, miércoles al anochecer

El día entero con el primer capítulo sobre Rousseau, sin sacar nada en limpio. La cabeza caliente y una depresión total. Agravada ésta por tener que repetirme una y otra vez que es inútil todo este esfuerzo. Qué importa que tenga un montón más o menos de manuscritos en los cajones del escritorio. El régimen nacionalsocialista está más firme que nunca; ahora triunfan en Nuremberg: «Congreso del honor» y hacen planes para la eternidad. Y todo el mundo, dentro y fuera, dobla el espinazo. Las asociaciones culturales judías[64] (habría que colgarlas) han declarado que no tienen nada que ver con las noticias difamatorias del extranjero sobre las atrocidades que se cometen contra los judíos alemanes. La próxima vez le certificarán al Stürmer que sólo publica verdades, y de la manera más tierna y delicada del mundo. – En España hace estragos el bolchevismo y aquí hay paz, orden, justicia, verdadera democracia.

El domingo hicimos otro viaje bastante largo. El coche, que dos días antes había marchado tan mal, se portó esta vez estupendamente.

[…] A las siete menos cuarto en casa, muy cansados, demasiado. Eva se acostó a las ocho y media, yo no mucho después. – Al día siguiente, bastante hechos polvo. No fue necesario que nos propusiéramos hacer viajes menos agotadores en los próximos tiempos: la penuria económica nos obliga de todos modos a gastar poca gasolina. Además, ahora el tiempo se ha puesto asqueroso, con lluvia y viento.

Hoy hemos estado todo el día encerrados en casa; tal vez vayamos al cine después de cenar.

14 de septiembre, lunes

No fuimos al cine; el gasto de coche de toda la semana ha sido de 29 kilómetros, ayer, el viaje dominical estuvo limitado a 52 kilómetros; 100 kilómetros = 12 litros de gasolina + 3/4 litros de aceite =5,20 marcos. Estamos tan faltos de medios y tan cruelmente agobiados por tantos gastos elevados (el seguro a todo riesgo de 108 marcos es lo peor, después los irritantes impuestos de la Iglesia[65], el dentista, etc.) que contamos cada pfennig, y lo contamos cada vez más angustiosamente. Quiero ver si consigo otra hipoteca de 1.000 o 2.000 marcos. Eso salvaría el seguro de vida, permitiría terminar la obra de la terraza y acabaría con los apuros económicos más inmediatos y con esta estrechez. Sólo que ¿para cuánto tiempo? – ¿Y quién considerará nuestra casita lo bastante resistente?

A la penuria económica viene a sumarse cada vez, y cada vez más agudizada (no suavizada), la monstruosidad de la situación política. Los paroxismos y demenciales embustes de la campaña antijudía que ha producido el «Congreso del honor» en los discursos de Hitler, Goebbels y Rosenberg superan todo lo imaginable. Se piensa siempre que en algún sitio de Alemania tendrían que elevarse voces de vergüenza y de miedo, que tendría que venir una protesta del extranjero, donde hay judíos por doquier (incluso en Italia, el país aliado), y en puestos importantísimos: ¡nada! Admiración por el Tercer Reich, por su cultura; miedo y temblor ante su ejército y sus amenazas.

A pesar de todo y a pesar del terrible vacío que nos hacen todos los amigos, el día de ayer, domingo, fue consolador. Por la mañana conseguí el dificilísimo capítulo «Rasgos fundamentales» de mi Rousseau y de ese modo el temido comienzo del segundo volumen. Sin duda vino enseguida la amargura por la falta de perspectivas de este trabajo; pero ya está conseguido otra vez, hay algo terminado, a la espera; a lo mejor ocurre un milagro: por mi parte, al menos, estoy dispuesto, yo ya he preparado la materia en la que podría ocurrir el milagro. Y en cualquier caso, me he probado una vez más que todavía soy productivo. Y una vez más me juro solemnísimamente seguir trabajando contra viento y marea. (Entre hoy y mañana lo pasaré a máquina dándole al mismo tiempo los últimos retoques.) – Después, por la tarde, la pequeña excursión fue muy bonita. Después de mucha lluvia tenemos ahora un tiempo de otoño, más frío de lo normal pero magnífico […]

Por la noche leí mucho tiempo en voz alta […]

Lengua del Tercer Reich: «La comedia cinematográfica alemana, a paso de marcha».

27 de septiembre, domingo

El último intento del alcalde: «Escándalo público» por el estado de mi jardín. La carta y mi respuesta van aquí adjuntas. Desde ayer, este asunto me amarga y me angustia a tal extremo que todo lo demás pasa a segundo plano. Estamos completamente desvalidos y sin protección, como en la Edad Media.

Esta mañana, al despertarme, pensaba horrorizado en mi frialdad de sentimientos, en que este golpe me afecte y me importe mucho más que la desoladora situación de Wally. Tras cuatro meses de grandes sufrimientos y de fiebre –en los últimos tiempos hablaban siempre de afección hepática–, le han quitado hoy la vesícula. Yo no dudaba de que no tenía salvación, he esperado con cada correo la noticia de su muerte y sólo me preguntaba si tendría dinero bastante para ir en coche a Berlín. Ya era en mí obsesión, veía el coche ante la puerta del cementerio, lo mismo que el coche de la viuda Klemperer cuando enterraron a Félix. – Y en la carta de esta mañana, Marta me dice que la operación ha ido bien, que hay fundadas esperanzas. Bien es verdad que en los últimos meses han muerto, después de una operación exitosa, primero la madre de los Köhler, luego el profesor Raab, ambos mucho más jóvenes que Wally.

El 17 y el 24 de septiembre hemos tenido en casa, a la ida y a la vuelta de Praga, a Lilly Jelski de Gandolfo[66]. Lo que le escribí ayer a su hermano Walter no es una mentira por educación. A Lilly la llamábamos antes «la vaca marina» y después de casarse e irse a Uruguay, «la vaca ultramarina». Eva solía decir: «Para Sudamérica basta». Y ahora, ambos nos hemos quedado asombradísimos y muy agradablemente impresionados porque la vemos como una persona al mismo tiempo modesta y segura de sí misma, reflexiva y con interés por muchas cosas. Congeniamos desde el primer momento.

Se quejó de su horrible infancia, con los padres discutiendo sin cesar. Su marido estudió música en Berlín con una beca de su gobierno, parece que tuvieron una relación amorosa que duró años. Ella trabajaba como secretaria en la legación de Uruguay. Él encontró en su patria un empleo provisional como empleado de oficina y, al cabo de un año, ella se marchó también. Llevan tres años casados, y Lilly está ahora por primera vez en casa de sus padres. ¡Qué mezcla de sangres si tienen hijos un día! El padre, italiano por línea paterna, por línea materna, español; no está claro si con gotas indias o sin ellas. Ella lleva en la solapa del vestido una banderita uruguaya: así, no parece judía, sino sudamericana y está a salvo de molestias (toda vez que Uruguay ha roto con el gobierno «rojo» español). Esa banderita será un pequeño punto culminante histórico-cultural –lucus a non[67] cuando mi Vita salga de la caja de los soldados de papel.

Los dos viajes al Erzgebirge[68] y a la Suiza sajona (cf. carta a Walter) fueron realmente un éxito. Poco antes habíamos estado en la Bastei, el domingo 20 de septiembre, los dos solos y habíamos aparcado, ¡orgullo de automovilista!, dando marcha atrás en medio de muchos coches allí donde el año pasado había estado el coche de Isakowitz. El panorama en la espesa pero no opaca niebla de otoño fue ambas veces de una belleza extraordinaria y realmente fantástica. «Fantástico» es ahora por lo visto una palabra de moda, como lo era «colosal» en la época del teniente de la guardia imperial. Isakowitz y Walter Jelski lo decían en una de cada tres frases, y Lilly en una de cada dos. Su segunda palabra favorita es «inhibición» o «inhibido», la tercera, «resuelto».

He ido a ver al fiduciario Tanneberg, al que nos dirigimos en vano en 1934. Que una hipoteca de 2.000 marcos era imposible de conseguir, me ha dicho enseguida; la gente tiene miedo de no recobrar el dinero, porque el gobierno protege por encima de todo al deudor. Cuando le dije que era no ario: «Entonces está completamente descartado». Por lo demás, conversamos mucho tiempo amigablemente. De cuarenta y pocos años, afiliado al NSDAP desde 1929, antes en el Stahlhelm, antisemita en cuanto a rechazar a los judíos orientales que vinieron a Alemania, es enemigo declarado del gobierno, no sólo de su política con los judíos. Su frase más interesante: «Me río a diario cuando escucho Radio Moscú. Sólo hay que poner cada vez Hitler en lugar de Stalin y nacionalsocialista en lugar de bolchevique y son exactamente los mismos discursos». Dijo que para él era un enigma cómo podía mantenerse este régimen, un enigma sobre todo económico, pero que no veía el final; que si seguía la paz, pasarían años hasta que se desgastase por sí solo. No cree que Alemania esté preparada para la guerra. No se ha completado el rearme, la formación de las tropas ha sido demasiado rápida, los jóvenes –la generación que haría la guerra– no tienen suficiente resistencia. Dice que él acababa de verlos, completamente agotados, durante una maniobra. El también parecía ver la salvación en la guerra y la derrota. Pero dijo que los oficiales jóvenes (¡no los viejos!) eran totalmente fieles a Hitler: «Siempre piensan que nunca estarán mejor que ahora». Su antisemitismo: «¿Por qué dejaron entrar durante la guerra a los judíos de Galitzia[69]? ¿Por qué tenía que ser judío el jefe de la policía de Berlín y haber un judío en todo puesto relevante?». De ello se infiere que el NSDAP ha captado muy bien la opinión pública y que el sueño judío de ser alemanes fue efectivamente un sueño. Para mí, éste es el descubrimiento más amargo. Por otra parte, Tanneberg dijo con razón: Ellos necesitan un enemigo para su propaganda. Primero fueron los judíos, ahora le toca al bolchevismo. – Con todo esto me he quedado sin hipoteca, y la penuria económica ha aumentado con la última amenaza del alcalde, porque tendré que hacer venir enseguida a un jardinero. También ha sido cara la visita de Lilly (y agotadora: he tenido que trabajar continuamente en la cocina, que conversar sin interrupción, y siempre con botines y cuello duro).

Por recomendación de Wengler, ha venido a verme «Herr Doktor Helm». Intelectual, buena presencia. Abogado, defensor de obreros, ha estado nueve meses en prisión, vende pulimentos para coches, el frasco a 2,50 marcos, la mujer es modista. Conversamos por así decir como colegas, le di un cigarrillo, no compré nada.

Siempre que reúno sellos para mi colección (que por desgracia es tan incompleta como mis soldados de papel) me fijo en lo que dice el matasellos. Antes era por ejemplo: «¡Visitad la feria de Leipzig!» o «¡Conductores, tened en cuenta a los demás!»; hoy en una postal desde Berlín: «Sin periódico se vive en la luna», y al lado un hombre sentado en una media luna, con los pies colgando. En nuestro periódico (y por tanto, en todos) ya llevan días con lo de que hay que leer la prensa. Hace poco, en un discurso del jefe de prensa del Reich (o algo así, creo que se llamaba Dietrich[70], dieron una estadística según la cual el Tercer Reich, al unificar y desliberalizar y eliminar a todos los judíos y «consanguíneos», había reducido los periódicos alemanes de unos 3.500 a unos 2.500: y ahora ni siquiera para éstos hay bastantes lectores, aunque la suscripción al Stürmer y excrementos afines es obligatoria en muchos sitios. Yo no creo en absoluto que haya que atribuirlo sólo a la competencia que le hace la radio. La gente está harta de oír siempre lo mismo y de saber que la verdad no la van a oír. Sólo queda un enigma psicológico con el que me vi confrontado por primera vez en Italia en 1914. En aquel entonces me dijo no sé quién de no sé qué periódico: Todos lo saben y todos lo repiten, é pagato, y sin embargo se dejan influir y se lo creen. En aquel entonces pensé: ¡Mentalidad de analfabetos, de pueblos infantiles! ¡En Alemania, eso sería imposible! ¿Y ahora? Martha Wiechmann, con estudios, profesora, demócrata, hermana de un fiscal general prusiano depuesto de su cargo: «He asistido a una conferencia sobre Rusia… ¡Espantoso! Para eso yo prefiero», etc., etc.

[…]

El trabajo sobre Rousseau, después de pasados a limpio los «Rasgos fundamentales», ha sufrido una larga interrupción. En primer lugar, la parte biográfica me resulta desagradable, porque no puedo hacer otra cosa que copiar; luego he leído trabajosamente el mamotreto de Jansen, Jean-Jacques Rousseau, músico[71]; luego vinieron los días de Lilly y sus secuelas, luego tuve que escribir por fin a Walter y a Lissy Meyerhof (copias en esta carpeta); luego llegó ayer el shock del escándalo público; luego he pasado hoy la primera mitad del día con el diario y aún estoy sin afeitar, y si se mantiene el tiempo, seguramente saldremos esta tarde un poco en coche. Pero mañana, a más tardar, quiero continuar. Por cierto, la primera media página ya la escribí el otro día.

Con Lilly conversamos varias veces sobre el tema de tener hijos. Ella no quiere, por lo menos de momento, opina también que no es lo esencial ni lo importante en el matrimonio. («Para eso no hace falta casarse».) Contó qué sensación tan rara le produjo que su padre se lo preguntara, que considerase que era deber de ella tenerlos, pero sobre todo que tocara ese tema. Antes, no lo habría hecho bajo ningún concepto. Sobre el término «improcedente» escribí unas notas hace poco (cuando felicité a Marta por su cumpleaños). En el año 1902, Wally estaba muy escandalizada de que yo fuese de visita a Wriezen poco después del nacimiento de Lotte. Un bachiller no hace una visita de sobreparto, un chico no debe saber nada de esas cosas tan poco decentes. Casi treinta años después, Georg me reprocha indignado en una tarjeta que en la felicitación de boda que le escribí a su primogénito hablara de hijos.

OCTUBRE

4 de octubre, domingo

Détresse[72] financiera hasta la desesperación: toda una serie de pagos necesarios tuvo que ser aplazada para octubre, que ya está sobrecargado también. Me quedan unos 160 marcos para el gasto diario de 31 días. Gasolina incluida.

Durante toda una semana no he sacado el coche del garaje, hoy además por el tiempo horrendo de lluvia y tormenta (hoy es la fiesta de Acción de Gracias, estruendo de altavoces, Bückeberg[73]: a veces la lluvia tiene sus ventajas).

La excursión del domingo pasado fue también, por motivos de ahorro, muy corta, pero curiosa e interesante. Medio por casualidad fuimos a dar con la nueva autopista del Reich Wilsdruff-Dresde, apenas una hora después de haber sido abierta al tráfico. Aún se veían banderas y flores del acto oficial de por la mañana, una inmensa cantidad de coches avanzaba despacio, a paso de visita, sólo de vez en cuando se probaban mayores velocidades. Magnífico el trazado en línea recta, con cuatro carriles claramente marcados, dos carreteras anchísimas en dirección única separadas por una banda de césped. Y puentes para cruzar. Sobre esos puentes y en los bordes se agolpan los espectadores. Una vía grandiosa. Y una vista fantástica según se avanzaba hacia el Elba y hacia las colinas de Lössnitz a la luz del sol poniente. Hicimos todo el trayecto de ida y vuelta (dos veces 12 kilómetros), varias veces me atreví a ir a 80 por hora. Lo disfrutamos mucho, pero qué lujos y cuánta tierra arrojada a los ojos del pueblo. En los cientos de pasos a nivel que atraviesan las carreteras, hay montones de accidentes, miles de vías de comunicación se hallan en un estado calamitoso, por todas partes faltan caminos para bicicletas que evitarían más accidentes que el aumento de las medidas represivas. A todo eso no le ponen remedio, porque no llamaría la atención. En cambio: ¡«LAS CARRETERAS DEL FÜHRER»!

He escrito durante toda esta semana el pequeño capítulo «Rousseau, el músico», y hoy lo he terminado. Nunca me ha salido tan redonda una obra como este Dix-huitième. Y nunca podré publicarla.

9 de octubre, viernes

Éste es seguramente el cumpleaños más horrible de mi vida.

Por la mañana, Marta me comunicó que Wally, que tras una grave operación parecía salvada –dijeron que le habían extraído la vesícula, pero seguramente era cáncer–, está desahuciada; la han llevado de la clínica a casa, y Lotte, la hija médico, ha regresado de Suiza y la cuidará hasta el final.

Después, también por la mañana, me dijeron con mucha precaución en la biblioteca que, en mi calidad de no ario, ya no me estaba permitido utilizar la sala de lectura. Que me darían todo lo que quisiera llevar a casa o a la sala de ficheros, pero que para la sala de lectura había sido decretada una prohibición oficial.

Por la tarde estuvimos en Tolkewitz para la incineración de Breit, de cuya muerte nos enteramos por pura casualidad: la señora Lehmann lo había oído decir a otra familia judía donde también hace la limpieza. En esa ceremonia fúnebre, a la que asistieron muchísimas personas, la mayoría de los hombres con el sombrero de copa, muy pocos valientes cristianos con la cabeza descubierta, por ejemplo Gehrig (por cierto también estuvo la señora Kühn), allí, pues, me sentí realmente edificado. En lugar de un cura, el principal orador fue un magistrado de Berlín, amigo suyo (con el sombrero, y yo también, aunque Breit era protestante, y yo lo soy también), Magnus.

El comienzo fue una copia del tono lacrimógeno de los curas, pero después aquel hombre se animó y habló a su manera. Habló de forma que ningún espía habría podido servirse de ninguna de sus palabras y sin embargo de forma que Gerstle, que estaba a mi lado, me dijo después al oído: «¡Este ha soltado por fin lo que tenía dentro!». La víspera había salido un decreto que mandaba retirar de las bibliotecas todos los libros jurídicos de los no arios y que prohibía también su reedición. Pero Breit, que antes tomaba exámenes a los funcionarios principiantes, ha publicado muchas obras importantes. El orador subrayó varias veces cuánto había aportado Breit al derecho alemán, y cómo había defendido siempre, contra todo formalismo, un derecho alemán vivo, y cómo su trabajo había sido encomiado y había influido en todas partes, y cómo lo valorarían en el futuro. Pero lo que me dio como una sacudida y me sacó de golpe de mi depresión fue el giro final al que el orador se dejó llevar seguramente contra su voluntad: No puedo darte la mano, porque estoy recargando el fusil… quiero decir… bueno, sí: no puedo darte la mano, porque estoy recargando el fusil, sigue siendo en la vida eterna mi buen camarada[74]. – Realmente me dio una sacudida de entusiasmo y me juré a mí mismo: seguiremos recargando, da lo mismo que sea un libro jurídico o la historia de la Ilustración francesa, quien siendo judío siga trabajando aquí, enriqueciendo la vida espiritual alemana, ése «recarga»; y de un golpe vi toda aquella reunión, por así decir, bajo el cielo de Rütli[75]. No habría hecho falta la maravillosa música de violoncelo para emocionarme. Así, resultaron unas exequias especialmente «hermosas». Pero me pareció muy cruel la costumbre de pasar en fila (larguísima en este caso) delante de la viuda para darle el pésame.

A la vuelta llevamos a la señora Kühn en coche una parte del trayecto. Hondamente conmovida abrazó llorando a Eva y le hizo una auténtica declaración de amor y de fidelidad (después de que hace meses, aquí en casa, tomara nota con cierta frialdad de nuestra amargura política y después de que su marido descubriera el alma nórdica de Federico el Grande).

10 de octubre, sábado

Ya hace unos días que Ilse Klemperer[76] me felicitó por mi cumpleaños. Divorciada de su marido, enfermo mental, se va con su hijo a Río de Janeiro, a casa de su hermano Kurt, llevándose las cenizas de su padre, Félix. Dice que «no puede quedarse aquí solo». También puede llevarse su Cruz de Hierro de primera clase.

Ha venido a vernos Berthold Meyerhof. Los Meyerhof siempre salen curiosamente a flote. A él acaban de echarlo, por no ario, del puesto de representante de una fábrica de aquí; así se libra de las deudas que había contraído con esa fábrica. En Berlín, como capital que atrae las miradas del mundo, el antisemitismo parece que no hace tantos estragos como aquí. Streicher en Franconia y Mutschmann en Sajonia son seguramente el non plus ultra. Berthold contó por ejemplo que el alto funcionario de ferrocarriles Landsberg había sido destituido con pleno sueldo. De su mujer, Idy-Bussy (¡cf. los tiempos felices en torno a 1906!), hemos sabido hace poco de un modo curioso. Un bibliotecario italiano, Cione, había venido a verme aquí; y después escribió desde Florencia una postal enviando saludos con gli amici Landsberg madre e hija. «El mundo es un pañuelo», empezaban las líneas de Bussy.

Carta de Georg, que se ha retirado a Newtonville y visita alternativamente a las familias, que van aumentando, de sus hijos. Todos tiene una buena posición (como jóvenes que son y con profesiones prácticas), y todos han escapado al inferno germánico. Hoy le contesto con una larga carta, hablándole del coche y de lo difícil que va a resultar conservarlo.

Berthold Meyerhof me contó hace poco, cuando yo le dije que me hubiera gustado ser tirador de elite, que durante el golpe de Kapp, su padre, ya viejo, se encontraba con una masa de gente delante del palacio del presidente del Reich para «protegerlo con su cuerpo».

Hemos estado por vigesimosexta y última vez en la exposición floral, que daba la melancólica impresión de lo que está muriendo; la cerrarán el domingo. Entre las esculturas siempre me ha molestado un grupo de lo más amanerado: un joven, cimbreándose sobre las puntas de los dedos de un pie, tiene sujeta por la cintura a una joven que, para escapar a la sujeción, tensa coquetamente hacia atrás la parte superior del cuerpo, de tal manera que tiene más apoyo en la cintura que en los pies. El conjunto parece que representa el gran movimiento de los jóvenes, pero no es más que una fanfarronada, y muy floja, de la difficulté vaincue[77]. De pronto, ese grupo de jóvenes me pareció un símbolo del nuevo Reich, y le di el nombre de Stabilitas. La importancia, en mi historia privada, de esta exposición consiste en que casi ha sido el incentivo principal para que yo aprendiera a conducir. Quería darle a Eva la posibilidad de visitar a menudo la exposición y supedité la compra del billete de abono a que yo obtuviera el carnet.

He leído en voz alta el tercer volumen de la trilogía china de Pearl S. Buck, Un hogar dividido; es el de más contenido y el más interesante. La China que evoluciona entre lo antiguo y lo nuevo. Una gran escritora.

14 de octubre, miércoles

Terminado por fin, en manuscrito, el segundo capítulo de Rousseau. ¿Para quién? Ya el poner tantas citas en francés es un gran obstáculo para su publicación, incluso en una Alemania con otro gobierno, porque toda esta generación ya no aprende francés.

El domingo por la tarde, tras larga pausa, hicimos una pequeña excursión en coche. Hasta Kipsdorf y, tras un paseo de pocos minutos, viaje de vuelta. Ha sido, en el fondo, nuestro primer viaje en invierno y las manos se me quedaron agarrotadas en el volante. Dos veces me dieron un susto los ojos. El sol muy bajo me cegaba. El deslumbramiento ya me ha hecho sufrir muchas veces, pero esta vez pasó algo nuevo. En la neblina del sol veo el ciclista a mi derecha, quiero apartarme de él, y de pronto ha desaparecido, se ha esfumado: no que estuviese como desdibujado sino que no estaba allí, literalmente. Exactamente lo mismo pasó unos minutos después con todo un grupo de peatones. Después comprendí que se había tratado de una ceguera momentánea.

Esta noche estaremos en casa de la señora Schaps, junto con Spiegelberg y su mujer; a la que aún no conocemos.

Lengua del Tercer Reich. Anteayer en el periódico: «En la colisión de dos tranvías han quedado heridos dos compatriotas». La Querschnitt[78] está prohibida hasta nueva orden porque traía una serie de comentarios intelectualistas y casi hostiles al Estado.

La salud de Eva deja mucho que desear en los últimos tiempos. Por la noche tiene que acostarse inmediatamente después de la cena por el frío nervioso, yo leo en voz alta en el dormitorio. Su capacidad de resistencia frente a la creciente estrechez y opresión está bastante agotada.

[…]

18 de octubre, domingo

El 14 de octubre, a última hora de la tarde, mientras estábamos en casa de la señora Schaps, murió Wally. Tenía cincuenta y nueve años. Fue incinerada ayer por la tarde. Cáncer de páncreas: todas las otras noticias eran falsas, para engañarla. Se probaron no sé qué nuevas inyecciones, en vano. Cuando hace unos quince días trataron de operarla otra vez, la abrieron y la cerraron sin intervenir, porque no había la menor esperanza. Al final tomó mucha morfina: «Si no, habría durado más», me dijo Lotte.

Ayer al mediodía fui a la incineración y a las diez estaba de nuevo en Dresde. Qué considerada la pobre Wally, haciéndome posible el billete de fin de semana; ni siquiera esos 12 marcos estaban al alcance de mi bolsillo. 1931, 1932, 1936: unas cuantas horas cada vez para el entierro de Berthold, de Félix, de Wally. Éstos han sido mis viajes a Berlín en esos años. Fueron las exequias más horribles a las que he asistido en toda mi vida. Por deseo de Wally no le habían dicho a nadie la hora, evitando todo aparato. Pero entonces tendrían que haber sido consecuentes y no haber organizado ceremonia de ningún género. Así, en la gran sala, absolutamente vacía, de la Berliner Strasse (donde también incineraron a Félix) estábamos Sussmann, Lotte, Hilde (una muchachita de labios abultados, bonachona y torpe, con la cara llorosa e hinchada, llegada de Estocolmo para unos días, sin encontrar a su madre viva), Änny, la viuda de Berthold, Marta, Lilly y yo. Y Jelski, al que en ese círculo nadie toma en serio y ni siquiera respeta, habló sin ornato unas palabras, por lo demás ni faltas de tacto ni malas. Antes y después unos modestos compases de órgano. El ataúd resbaló rápidamente, la trampa se cerró como si fuera un montacargas, ni se pudieron echar unas flores encima, como sucedáneo de tierra. Antes y después, secas palabras de un funcionario. «¿Sussmann?… ¿No viene nadie más?… ¿Quién habla?… Entonces, podemos empezar… Por favor, firmen aquí». Yo veía el reloj de encima de la puerta de entrada: de 18:00 a 18:20. Marta y Lilly me habían ido a buscar a la estación de Anhalter[79] a las cuatro y media, en el coche de Änny; fuimos al bonito apartamento de ésta, en la Kudowastrasse. Allí, en Roseneck, ha surgido un barrio completamente nuevo. Entre los Jelski, como siempre, un ambiente tenso. Él no quiere saber nada de política, creo que todavía simpatiza un poco con los nazis. Marta, hondamente amargada. Marta, Lilly y yo fuimos a pie al crematorio bastante cercano, llegamos muy pronto, nos sentamos en un banco del vestíbulo y charlamos, mientras que salía de la sala de la ceremonia fúnebre un grupo muy animado de personas, entre ellas unos señores de edad, que se reían muy divertidos (¡hurra, estamos vivos!). Marta contó que los Sussmann son disidentes hace ya mucho tiempo, pero que Wally ya hace muchos años, no sólo desde su enfermedad y debido a la influencia de una amiga, creía en Dios y en la inmortalidad del alma, en la modalidad específica protestante, con mucha lectura de Biblia. Dijo que no le había tenido miedo a la muerte como a tal, pero que le habría gustado mucho vivir unos años más para ver caer el Tercer Reich… Sussmann es un hombre viejo y acabado. Lotte me dijo que tenía miedo por él, porque en su familia había habido varios casos de depresión y suicidio. Ella ha dejado su puesto de médico en un hospital suizo para enfermos mentales y quiere dedicarse a la publicación y a la investigación teórica y quedarse con su padre. Todas las desventuras personales están mil veces agravadas y envenenadas por la situación política; las otras dos hermanas Sussmann tienen que vivir en el extranjero… Sussmann se dominó mucho. Me preguntó por mis trabajos. Sobre el tema de la lengua dijo que me fijara en la palabra dinámico. Como médico, dice, no le falta trabajo. Ahora el acoso es menor, y hasta parece que habría que hacer regresar a algunos médicos emigrados porque cuando venga la guerra, aquí habrá pocos. Y Marta habló del general de aviación Milch[80], que tiene una madre aria y un padre judío y que afirma que su madre lo concibió en una relación adúltera con un ario.

No pude librarme de la penosa situación de regresar con Änny, que había dejado su coche a los Sussmann y que tenía encargado un taxi. Me llevó hasta su antiguo piso y le pagó al taxista el trayecto hasta la estación de Anhalter. Para mí fue espantoso, pero ¿cómo habría podido evitarlo? No había tiempo para dar explicaciones. Änny ha envejecido mucho, oye mal, estaba muy emocionada, tenía además un fuerte ataque de gripe, se dominaba bien, pero hablaba con un tono, por así decir, lloroso y quejumbrón. Su hijo mayor cursa estudios técnicos en Estados Unidos, su Peter, al que no he visto nunca, tiene ahora ocho años, ella cincuenta y uno. «Si no hubiera venido tan tarde, seguramente yo me habría quitado la vida…» Me preguntó por mis trabajos. «¿Por qué no publicas en América?» Yo dije: «Estoy esperando». Ella: «¿A qué?». Yo dije algo excitado y tal vez con un tono y una mirada algo teatral: «¡A mi patria, no tengo otra!». Ella, algo asombrada y casi contenta: «Ah, ¿tú piensas que todavía…?». Y: «Yo tampoco quiero emigrar». Y Georg, su hijo mayor, pensaba igual, gracias a Dios. En conjunto, tuve la impresión de que nadie de nuestra familia se atreve a esperar un cambio. «Eso» está durando ya tanto tiempo en Rusia e Italia, dijo Sussmann, y esa yuxtaposición honraba su raciocinio…

A la ida y a la vuelta me sumergí en la lectura de la monografía de Janet sobre Fénelon[81]. Me gustaría tanto escribir el libro hasta el final y también la Lengua del Tercer Reich y la Vita mea. Y tantísimo sobrevivir a esta época. Pero el corazón está muy mal. Y los nervios de Eva, cada vez peor. Pero fue una gran felicidad llegar a casa y quererse mucho.

Le he pedido a Lilly que a través de sus amigos de la legación de Uruguay me busque contactos en la legación de Japón. Parece que los japoneses se llevan ahora muchos investigadores alemanes a sus universidades o colleges. Esto me hace volver a la velada en casa de la señora Schaps el día que murió Wally. Había allí un pequeño grupo de gente. Hablé mucho con Spiegelberg y con su joven esposa (la segunda), suiza y discípula de Mary Wigman[82]. Spiegelberg quiere ir a la India, presenta su candidatura en muchos sitios y a este fin viaja con frecuencia al extranjero y asiste a congresos. El dice: Sólo las relaciones personales, el acercarse-uno-mismo-a-la-gente, te consigue un puesto. Fue él quien me habló de Japón. Me traía también saludos de Tillich, que no había respondido a mi carta del año pasado. Dice que Tillich no escribe a nadie, que se ha establecido en Estados Unidos y que opina que las solicitudes por escrito no sirven absolutamente de nada; según él, a Estados Unidos hay que llegar sin un céntimo, a ser posible hambriento y desharrapado, y lo mejor de todo recién salido de la cárcel (o simularlo, al menos). Sólo entonces, pero entonces con toda seguridad, se encuentra un puesto. Spiegelberg, que no tiene la menor idea de la estrechez en que vivo –¿y cómo iba a saberlo? Allí fuera estaba esperando nuestro coche–, me repetía incesantemente:

Viaje usted a Italia, viaje a Estados Unidos, no cuesta mucho, venda usted cualquier titulillo que tenga por ahí, no espere hasta que sea demasiado tarde. No sabe que no tengo ningún «titulillo». Y además, Eva y yo nos preguntamos una y otra vez si no deberíamos quedarnos aquí hasta el final, incluso hasta ese «demasiado tarde». Spiegelberg cuenta lo que se dice en Suiza, allí nadie cree que cambie nada en Alemania sin guerra. Pero que la guerra se hará esperar todavía un poco, porque la industria armamentista internacional aún saca gran provecho del rearme general… Un antiguo magistrado contó que Goebbels había escrito en la Europäische Revue un artículo afirmando que el NSDAP sabía que ningún sistema político podía ser duradero si estaba basado en la mentira; por eso los nazis no habían recurrido jamás a la menor mentira… Luego me resultó muy interesante y muy triste que Toni Gerstle, a la que siempre tuve por una mente desapasionada, fuera una firme adepta a la astrología. Dice que cree en la posición de las estrellas, que «eso» siempre se había acreditado como cierto. Estaba entre ofendida y llena de desprecio porque mi superficial racionalismo pusiera en duda tales cosas. Asegura que la razón es impotente, la influencia de las estrellas, tal vez en el momento de nuestra concepción, algo absolutamente cierto. ¿Voy a asombrarme de que Hitler combata el «intelectualismo» y para él sólo cuente la sangre? ¿En qué se distingue de él la hija de un magistrado judío? ¿Y en qué se distinguen los sionistas de los nazis? La gente trata el intelecto como si fuera lo más secundario y lo más dañino de todo el hombre. Es como si un soldado que está de centinela dijese: ¿De qué me sirve el fusil si me ataca una docena de enemigos? Así que lo dejo a un lado y fumo cigarrillos de opio hasta que me quede dormido.

El viernes por la tarde estuvo en casa mucho tiempo Roth, la bibliotecaria. Adversaria declarada de los nazis, y sin embargo: «Si a lo sumo hubiesen retirado la nacionalidad a los judíos del este o hubiesen excluido de la judicatura a los judíos, eso se habría podido comprender». O sea, eso tampoco le habría parecido a ella absolutamente condenable. O sea, tampoco aquí carece Hitler de apoyo.

Cada vez le encuentro más gusto a mi Dix-huitième. La señorita Roth estaba encantada con mi primer capítulo sobre Rousseau y le gustaron mucho las referencias a la actualidad. Se trata de que la doctrina nazi en parte no es ajena al pueblo, en parte va contaminando poco a poco a la parte sana de los hombres. Ni cristianos ni judíos están a salvo de esa infección. – La Roth contó también que han retirado mis libros de la sala de lectura de la biblioteca.

30 de octubre, viernes

Días malísimos. Me reclaman, de aquí al 10 de noviembre, 121 marcos de impuesto de la Iglesia (el colmo de la ironía, que sea precisamente impuesto religioso), y en diciembre tengo que pagar el seguro a todo riesgo, 108 marcos. Estamos en auténtica situación de emergencia. Yo tenía aún cinco monedas de 3 marcos, de las que ya han retirado de la circulación y que llevan diversos cuños conmemorativos, entre otras cosas los dedos de Hindenburg levantados para jurar la constitución. Una tienda de monedas no quiso aceptarlas, pero curiosamente el Reichsbank todavía me las cambió. O sea, un suplemento de 15 marcos. Después la señora Lehmann quedó reducida: sólo una vez por semana, y a partir del 1 de noviembre «varios meses de vacaciones». Después hemos cancelado el contrato del teléfono. Después pasé del cigarrillo a la pipa corta (que, curiosamente, me resulta horriblemente desagradable –suciedad, una repugnante salsa de tabaco en la boca, lengua y labios inflamados–, pero cuesta sólo 12 pfennigs diarios). Todo esto es un agobio angustioso. Y el coche, sin utilizar y costando dinero sin moverlo. Falta dinero para prepararlo para el invierno, y el motor de arranque no funciona. – Lo peor es que la resistencia de Eva está bastante agotada: tiriteras por la noche, honda melancolía, etc. Y no se ven perspectivas de cambio por ninguna parte. Ayer, el discurso de Göring sobre el «plan cuatrienal» sonaba agradablemente a desesperación, y fue un rayo de luz; pero ya no me creo mucho lo del final que se aproxima realmente; no hay nadie que se rebele de verdad, ni en el interior ni en el extranjero. Y todas las cartas están resultando favorables a este gobierno. Como ahora, el juego español. A veces estoy cansadísimo. Pero me obligo continuamente a seguir trabajando. El tercer capítulo sobre Rousseau avanza cansinamente.

Por la noche leo mucho en voz alta.

NOVIEMBRE

24 de noviembre, lunes

Un regalo, completamente inesperado y verdaderamente conmovedor, de Georg, de 500 marcos (que al punto he pignorado en el banco con 250 marcos) nos ha sacado de la necesidad más urgente. Cf. la carta de Georg de octubre y mi respuesta del 3 de noviembre. Con eso hemos salido del agobio del impuesto y pudimos por fin revestir de cemento la terraza del garaje; el sábado pasado Lange trabajó en ella hasta medianoche, ahora hemos puesto encima todas las alfombras viejas para que no se hiele, porque el frío llega por las noches hasta -4 y -6°C. En Wilsdruff compramos los anhelados árboles y plantas frutales de Eva, compramos también una estufa catalítica para el coche y mandamos hacerle algún pequeño arreglo: pero no se puede hacer mucho, los pistones están en las últimas, y para una revisión general no basta el dinero. Por otra parte, el mal tiempo y la oscuridad tan temprana no invitan a coger el coche. Aparte de Wilsdruff sólo hemos estado una vez en Dippoldiswalde (con la carretera despejada llegué a los 80 por hora) y un par de veces en la ciudad. Un domingo por la mañana, a una película de propaganda, gratis, de la empresa Aral[83]. Magníficas imágenes de minas y de industria, informaciones, que ahora me interesan mucho, sobre combustión en el émbolo, bancos de ensayo, y de vez en cuando divertidas imágenes y escenas relacionadas con la conducción (Leo Peukert[84] como campesino bávaro y automovilista).

[…]

En los días más críticos de penuria económica me dirigí a Trude Öhlmann para que me ayudara a vender algunos libros. Ella se encargó del asunto con amistoso celo. En efecto, Fock, de Leipzig, me dio 40 marcos por el Creizenach[85], en cambio no pude vender mi ejemplar del Manual de literatura. Un anticuario me ofreció 100 marcos por los 200 y pico fascículos (nuevos cuestan 440) pero no en efectivo sino como crédito para otros pedidos; pensaba seguramente que yo estaba todavía en activo y antes compraba de vez en cuando libros para la biblioteca del seminario.

Comoquiera que sea: Georg me ha hecho un gran favor, durante unos meses nos mantendremos a flote, a lo mejor hasta puedo reunir la suma para el plazo de Iduna: ¿y quién piensa más lejos? Tengo ahora realmente la impresión de que la guerra es inevitable; cada día nos la acerca un poco más, el asunto español[86] no podrá quedar limitado a España, seguimos las noticias con desesperado interés y las comentamos después horas y horas. Pero no quiero escribir aquí lo que es historia conocida de todos, la alianza germano-italiana, el reconocimiento del régimen de Franco, que representa con soldados marroquíes la causa nacional y europea, el Madrid aún no conquistado, la tensión con Inglaterra, etc., etc. Hemos aprendido a tener paciencia y hemos estado ya completamente desesperados y lo estamos aún a medias, pero desde luego el cántaro va a la fuente desde hace muchísimo tiempo y cada día con mayor (¿tal vez desesperada?) temeridad.

Lengua del Tercer Reich. Tenemos que dar a la ciencia un enfoque nacionalsocialista. – Hay que obedecer ciegamente al Führer, ¡ciegamente! – Empleo sistemático de las comillas como medio de difamación: en el asunto de España, el periódico sólo escribe desde hace semanas «gobierno», «gabinete», «ministro», cuando se refiere a los «rojos» (versión suave) o a las hordas rojas. Los manifestantes se llaman «demostrantes». Característico indirectamente: Helmut Lehmann, aprendiz en Horch desde hace cuatro años, está arreglando el coche. Siempre que piensa si tiene que desatornillar algo o controlar el carburador o hacer la más pequeña manipulación, no dice: quiero hacer esto, o intentar esto, o cualquier otro verbo, sino que para cualquier actividad, por pequeña que sea, que quiere llevar a cabo él solo (sin ayuda ni colaboración de nadie), repite continuamente (por lo menos una docena de veces): «Esto se puede organizar». (Tópico de carácter mecánico.) – Tengo que combinar mis observaciones sobre Rousseau con este estudio lingüístico.

Spamer, que habló con tanto desprecio sobre el alma del pueblo y que ahora dirige el Servicio de estudios folklóricos del Reich, es editor de una obra colectiva, Deutsche Volkskunde [‘Folklore alemán’]. La editorial acaba de publicar un anuncio: ¡segunda edición al cabo de cinco meses! ¿Cómo encaja esa obra con las ideas centrales de Spamer? Exactamente igual que el nórdico Federico el Grande con las ideas de Kühn. ¡Y ésos son los más humanos de todos mis antiguos colegas! De verdad: Fiamme dal Ciel!

También tengo que fijar la atención en el recién celebrado congreso para la investigación del judaísmo, y en sus ideas sobre la ciencia judía y germánica: pero con la conciencia no muy limpia, porque yo también, en mis clases de historia de la cultura, me he deslizado por la pendiente.

Una postal de Grete, ansiosa de contacto: que está vieja y enferma, que ya no sale de la casa y del jardín. Será verdad en un 50%. He contestado en la carta adjunta. «Seguimos con la música…» Una larga carta muy satisfecha de Betty Klemperer desde Cleveland, Ohio. Se va acostumbrando a aquello y se siente a gusto. Ha tenido la primera clase de conducir. Betty vive con su hijo menor (Wolfgang), que es médico allí en el hospital.

En la Prager Strasse, entre la masa de gente, pasa a mi lado un hombre joven, totalmente desconocido, se vuelve hacia mí y dice radiante: «Tengo trabajo: la primera vez desde hace tres años; y estupendo; en Renner[87]; ¡ésos pagan!; ¡durante cuatro semanas!». Y sigue corriendo.

Le he escrito a Martin Sussmann unas líneas por su cumpleaños. Ha sido embarazoso por una pobreza del lenguaje. «Felicidades» significa ambas cosas: te deseo felicidad para el futuro, y al mismo tiempo: me alegro de que te encuentres en un estado de felicidad.

En las semanas pasadas, casi siempre junto a la cama de Eva, he leído en voz alta En fila de Spielhagen[88], al cabo de veintitrés años. «A Terencio los jóvenes lo leen de una manera y Grocio de otra».[89] No me imagino que yo haya entendido ese libro cuando hice la tesis; tengo que volverlo a leer. Nos hemos propuesto continuar leyendo otra vez (con pausas) a Spielhagen.

Ya está terminado el tercer capítulo de Rousseau, la mitad incluso pasada a máquina.

[…]

DICIEMBRE

8 de diciembre, martes

Los últimos días han estado marcados por una especie de gripe, o algo semejante. Eva tiene el estómago mal, se siente agotada, pasa mucho tiempo en la cama. En cuanto a mí, los dolores reumáticos habituales han degenerado de tal forma que he pasado una noche casi entera fuera de la cama, dos días no he podido mover apenas el hombro y el brazo izquierdo, y hoy todavía estoy muy torpe (a ello se suma el memento habitual en la subida del parque). El trabajo doméstico estaba paralizado, hoy hemos ido a buscar en coche a la señora Lehmann, y al entrar choqué por primera vez desde hacía meses con la puerta del jardín. Parachoques torcido y descenso en picado de mi orgullo, porque en los pequeños viajes a la ciudad y excursiones de las últimas semanas me he sentido, tanto en el centro de la ciudad como en la entrada del jardín, completamente seguro y creía que por fin había dejado definitivamente atrás la etapa de conductor principiante. Hoy incluso me había «exhibido» delante de la señora Lehmann, llevando el coche, por pura alegría de conducir (¡y muy bien!) por toda la estrechísima Pillnitzer Strasse. Orgullo castigado y recaída.

La guerra un día parece inminente y al día siguiente completamente lejana. Hoy es uno de esos días siguientes. Y mañana empieza el proceso contra el asesino de Gustloff, el «judío Frankfurter», en Chur.

El domingo pasado estuvo en casa varias horas Berthold Meyerhof. Muy desmejorado por una afección renal, despedido de su puesto de representante judío de una fábrica de maquinaria, pero siempre con esa capacidad de resistencia de los Meyerhof […]

Aparte de eso, completamente solos, absolutamente solos. Cf. las cartas adjuntas de los últimos tiempos.

Rousseau, capítulo 3, está terminado del todo, pasado a máquina, corregido, leído a Eva. Hoy he empezado con el Contrat social. De momento creo que esto será lo más difícil, y que Ducros ya ha dicho todo lo que hay que decir. Pero así me pasa siempre al principio.

El 1 de diciembre se llevaron el teléfono. Acto casi simbólico. Absoluta miseria y absoluta soledad.

[…]

10 de diciembre, jueves

Anteayer, en la sección cultural del periódico, un interesante artículo de Colin Ross[90] (que se ha pasado a los nazis). Ha visitado en Salamanca a Unamuno, el místico liberal y rector de la Universidad de Salamanca. Unamuno se ha separado oficialmente de la «República roja», pero distanciándose, también oficialmente, de los fascistas. Tras lo cual el gobierno de Franco –¡grandioso gesto!– le ha hecho rector perpetuo de la Universidad de Salamanca (¡cerrada!). Tras lo cual, Unamuno renunció al cargo[91]. Ross escribe que tiene setenta y dos años pero que parece mucho mayor, un anciano provecto al borde de la tumba, y que habla también como tal anciano. Sumido en la desesperación, desilusionado adversario de ambas partes. El artículo tenía que presentar, naturalmente, su toque final nazi: ¡Sí, Alemania! Alemania no tiene por qué desesperar. Pero quien dice esto es Ross, y Unamuno muestra con orgullo las traducciones alemanas de sus libros.

He empezado a escribir el cuarto capítulo sobre Rousseau, pero hoy tengo tal cansancio que no me sale ninguna línea.

Escribiré a Betty Klemperer la indispensable felicitación navideña. Y esta noche, a lo mejor otra vez, por fin, al cine.

13 de diciembre, domingo noche

El jueves en el cine, El estudiante mendigo […]

Este mediodía una pequeña excursión a Kipsdorf. Por primera vez, patinazo en la carretera helada, junto a Schmiedeberg. Una sensación angustiosa.

En el juicio Gustloff, en Chur, el asesino, Frankfurter, dijo que había vacilado cuando la señora Gustloff le abrió la puerta, que por primera vez pensó que era un hombre casado, un ser humano… Después, dice, oyó hablar por teléfono a Gustloff: «¡Esos cerdos judíos!», y entonces disparó. Es la trasposición exactísima de la Charlotte Corday de Ponsard[92]: Grand Dieu! Sa femme… on l’aime! y Va toujours, c’est pour la guillotine…[93]

Lengua del Tercer Reich. El verano pasado, «batalla de los productores». Ahora se lee en los anuncios de Navidad: «batalla de los compradores». Los cigarrillos se llaman Sportnixe, Sportstudent, Sportbanner.[94] (Seguramente tiene que ver con los Juegos Olímpicos.)

En la revista cinematográfica que compré hace poco me llamó la atención qué vergonzosamente se arrastran todos delante del gobierno. Una actriz describe muy brevemente su vida. En su relato no puede faltar esta frase: He tenido la dicha de ver al Führer cuando se dirigía al estadio.

Día de San Silvestre, jueves

Desde Navidad ha estado en casa tres tardes Johanna Krüger, la amiga y compañera de estudios de la época de Múnich, a la que no habíamos visto desde hacía años. Muy avejentada (pasa de los sesenta), muy nerviosa pero ágil, sin embargo. Es profesora en un colegio privado de Limburg, amiga de muchos judíos, en tiempos íntima de Fritz Mauthner[95], de tendencia librepensadora, adversaria del Tercer Reich, pero una adversaria bastante tibia, sin esa aversión que ha de sentir una persona que piensa con honestidad y rectitud. No hemos discutido propiamente pero tampoco ha habido un entendimiento de fondo. Estoy contento de que quiera pasar la segunda parte de sus vacaciones en Berlín. Los antiguos puntos en común (Muncker[96], Hermann Paul[97], Albert Hirsch[98], del que acaba de llegar una carta: ha encontrado empleo en un colegio judío de Francfort) no eran vínculo suficiente.

Quien no es enemigo mortal de los nazis no puede ser mi amigo.

La Navidad la pasamos muy apaciblemente. Viajamos a Wilsdruff y compramos en el vivero de allí un abeto, para recogerlo en primavera, nos llevamos en el coche un arbolito de Navidad con raíces que hoy estará encendido por última vez en la habitación y que después será trasplantado al jardín. El coche, por desgracia, de momento es más una fuente de preocupaciones que de alegrías. La pobreza viene de la pobreza; lo hemos comprado de segunda mano y necesita muchas reparaciones, y la ayuda económica de Georg no ha durado mucho. (No sé si podremos pagar en enero a Iduna.)

Muy pesado en estas semanas el mucho trabajo de cocina, en detrimento de mi Siglo XVIII. Yo quería acabar antes de Navidad el cuarto capítulo de Rousseau y ayer, con mucho esfuerzo, sólo he podido terminar el Contrat social. Así, el trabajo sobre Rousseau se prolongará hasta marzo. La supresión de la señora Lehmann ha sido un duro golpe para mí.

Han escrito por Navidad los Isakowitz, a quienes les va medianamente bien, el hijo mayor de Georg, que está a punto de naturalizarse inglés y que tiene dos hijos de siete y nueve años en colegios ingleses; Hatzfeld, que se esfuerza en vano como yo por conseguir un puesto en el extranjero: ¿quién necesita a un romanista alemán?

La hija de quince años del carpintero comunista Lange volvió del campo de trabajo ganada para el nacionalsocialismo y enajenada de sus padres. La jefa reunió al grupo de niñas en el andén y les soltó un conminatorio discurso de despedida: «¡Sois personas autónomas, obrad conforme a lo que os he dicho, no os dejéis inducir a error por vuestros padres!». Cuando la señora Lange quiso apelar a la conciencia de su hija, recibió esta respuesta: «¡Estás ofendiendo a mi jefa!». Yo me imagino ese caso multiplicado por cientos de miles y me quedo deprimidísimo.

En el verano de 1935, cuando después de la jubilación yo todavía tenía esperanzas de un puesto en el extranjero, Eva, que toda la vida ha tenido muy buen olfato, opinó que en Japón seguramente había oportunidades. Desde entonces, a grandes intervalos, ha habido algo que nos ha hecho recordar varias veces Japón. Spiegelberg lo mencionó, Lilly, la hija de Marta, creía poder procurarnos contactos con la legación japonesa. Hoy me envía Marta un artículo de un periódico judío: el profesor Pringsheim[99], director de la Academia de Música, ha pronunciado un discurso. Marta dice que Pringsheim (cuñado de Thomas Mann, privado éste ahora de la nacionalidad) es amigo de Georg, y que yo trate de entrar en relaciones con él a través de Georg. Y he escrito inmediatamente una carta urgente a Newtonville.

¿He anotado ya «el enfoque nacionalsocialista de la ciencia»?

El alcalde de Dresde ha ordenado que el «Jüdenhof»[100] se llame (también) Neumarkt. Para que nadie recuerde que una vez hubo allí una sinagoga. (Curioso, en el fondo: porque Jüdenhof suena mucho a gueto y no parece nada filosemita.)

El resumen del año va a ser muy breve.

Alegrías del coche y pesares del coche, en enero el examen, en marzo el auto, 6.000 kilómetros recorridos.

Creciente depauperación y crecientes problemas de dinero; en octubre, Georg nos salvó de una situación de emergencia, pero sólo momentáneamente. Aislamiento creciente. Perdidas las esperanzas de encontrar un puesto en el extranjero, muy pocas –no quiero decir que ningunas, eso cambia cada hora–, muy pocas de que acabe el Tercer Reich.

Definitivamente terminado el primer volumen del Siglo XVIII (y no aceptado por la editorial Breslauer); desde mayo, Rousseau (sin terminar aún).

En octubre, unas horas en Berlín para la incineración de Wally.