ENERO

1 de enero, martes al anochecer

Ayer, en casa de Gusti Wieghardt, lo simpático fue que ella expresó una y otra vez su absoluta seguridad de que éste sería el último año de Hitler. Durante el día escribí una página muy conseguida sobre la Querelle chinoise[1]. – El año nuevo empezó hoy con la limpieza de un desliz de nuestros gatitos, encerrados demasiado tiempo… Por la mañana llegué a escribir unas líneas, por la tarde he estado paralizado de cansancio y por la visita mortalmente aburrida de la Cario.

Lingua tertii imperii: mensaje de Año Nuevo de Lutze[2] a las SA. Amenaza, disimulada enciclopédicamente, a las SA. – Dos veces: nuestra «voluntad fanática» en sentido no peyorativo. Insistencia en tener fe, sin comprender. 1) «compromiso fanático de las SA», 2.) «disponibilidad fanática para la acción».

9 de enero, miércoles

Agravamiento de la situación general y personal. El 3 de enero, Blumenfeld ha sido conminado a dimitir «voluntariamente», de lo contrario había que retirarle la venia. Que su materia era de carácter «ideológico», ergo… Blumenfeld declaró que él enseñaba psicología desde un punto de vista puramente científico… Sí, le respondieron, pero el señor gobernador lo ve de otra manera y es él quien decide. Blumenfeld dimitirá «voluntariamente», de no hacerlo le reducirían la jubilación (cosa que no dicen, claro, pero…). Como profesor del PI ya está jubilado desde hace un año. Blumenfeld tiene siempre la reserva económica de la fábrica de ladrillos de su familia y seguramente algunos bienes más. Yo en cambio…

El 4 de enero, decreto del ministro del Reich Rust: el semestre termina el 15 de febrero, el siguiente comienza el 1 de abril sin «alumnos de primer semestre» ni clases para principiantes. Tengo aún tres estudiantes oficiales del PI (y cuatro o cinco que vienen como oyentes). Los tres estudiantes acaban la carrera en Pascuas. Así que desde Pascuas ya no tendré estudiantes y será el momento del retiro, es decir, pasaré de 800 a 400 marcos. Ya ahora apenas puedo hacer frente a todas las deudas fijas contraídas; el seguro de vida no lo podré pagar, y aún está en el aire cuándo podrá ver su dinero Isakowitz. ¿Cómo seguir viviendo entonces con los ingresos reducidos a la mitad? Imposible comentar esto con Eva, lamentarse con ella de algo de esta índole. Los nervios le están fallando otra vez por completo. La más insignificante observación acarrea dolores de deglución, náuseas, etc., etc. – Ahora sólo puede ayudar el destino.

Tal vez ayude. Mientras que nuestros amigos judíos son completamente pesimistas y en la prensa todo es una maravilla, por Annemarie y por Gusti Wieghardt, que lo saben a través de periódicos suizos e ingleses y de emisoras extranjeras, nos enteramos de cosas muy diferentes. Según esas fuentes, han sido fusilados miembros de las SS, la Reichswehr ha tenido en Magdeburg un choque con las SS, Hitler está totalmente en manos de la Reichswehr, en el Sarre tampoco están las cosas muy bien para Alemania, y el gobierno, al menos en su forma actual, no puede tardar mucho en caer.

Vivo al día, con fatalismo. En la clase teórica he tenido tres estudiantes (los de antes); en el seminario, uno; en la lección sobre Dante, tres chicas, oyentes. De lo más deprimente. Y además, todo eso me quita tres días completos de escribir. Y el miércoles hay tanta menudencia acumulada, es tanto el cansancio, que también está perdido el día. De esa manera, mi opus avanza a paso de tortuga, con desaliento y sin esperanzas.

Hemos tenido aquí de visita: el 4 de enero a los cuatro Köhler «decentes», el 5 de enero a Alexis Dember, que está doctorándose en física en Praga; el 6 de enero, tras largo intervalo, a Annemarie. Habló con gran indignación de las esterilizaciones forzosas, que muchas veces se hacen sin que sean ni necesarias ni oportunas. – Hoy vendrán a cenar los Blumenfeld.

15 de enero, martes

Estos últimos días, la moral un poco más alta. En el Sarre, «al parecer», las cosas no se le han puesto bien a Hitler, «al parecer» todo está preparado para un vuelco en política interior por obra de la Reichswehr. Politiken[3] hablaba de un 40% de votos a favor del statu quo, Gusti estaba esperanzada. Natcheff dijo que en Berlín estaban «muy nerviosos». El día 13 fue el referéndum, ayer mismo ya celebraba nuestra prensa una victoria resonante, y hoy –a las ocho, el resultado en todas las emisoras–: 90,5% de todos los votos, unos 475.000, en pro de Alemania, 45.000 en pro del statu quo, 2.000 en pro de Francia. Y el gobierno triunfa en toda la línea, y nosotros colgamos fuera nuestra «bandera judía» negra-blanca-roja, es decir, la atamos a la barra de colgar ropa, que a su vez está sujeta a la balaustrada de la veranda de arriba, y mi clase sobre Dante queda suprimida, y yo he vivido otra vez de quimeras (el otro día a Natcheff: «Quien es alemán vota por el statu quo») y estoy hondamente abatido. Y, en verdad, se trata de que estoy literalmente con el agua al cuello. El semestre académico termina el 15 de febrero, el próximo, que empieza el 1 de abril, no admite nuevas matrículas: no tendré alumnos y suprimirán mi puesto.

Ya ahora no puedo pagar lo que hay que pagar, la penuria aumenta de día en día: ¿qué va a suceder cuando cobre 400 marcos en lugar de 800?

El domingo pasaron la tarde entera en casa los Wieghardt; tomamos dos botellas de vino, pusimos el gramófono –las viejas canciones de moda de los tiempos de libertad de la república–, estábamos llenos de esperanza.

Hoy ese hombre me parece otra vez indestructible, y esta sucia esclavitud, perfectamente conforme con el espíritu de Alemania y realmente indicada para el 90% de los alemanes.

Desde hace cosa de una semana tenemos por primera vez en este año un suave, pero auténtico tiempo de invierno; hermoso paisaje nevado, aunque muy molesto para Eva.

En la clase de ayer presenté un Crébillon aîné[4] completamente nuevo. El fureur de sus héroes, más allá de su sentimentalismo, lo puse en correlación, de un modo fuertemente alusivo, con el heroísmo del psicópata Hitler.

Lo que más me angustia de momento es la penuria económica, verdaderamente indigna. No sé cómo arreglármelas hasta el próximo vencimiento.

[…]

16 de enero, miércoles

Isakowitz –después del tratamiento, suele llevarnos en su coche hasta la estación, donde Eva se toma una sopa, hoy, que le han quitado un puente, con bastante poca dentadura– expresó otra vez el estado de ánimo de la «judeidad», y hoy en realidad también el mío. Hondísima depresión, más honda que en agosto, cuando murió Hindenburg. Ese 90% de votos del Sarre no son sólo votos para Alemania sino, literalmente, para la Alemania de Hitler. En eso, Goebbels tiene razón. No ha faltado ni lenguaje claro, ni propaganda en contra, ni libertad de voto. Quienes hablamos de ebullición probablemente consideramos realidad nuestras ilusiones y sobrestimamos enormemente la oposición que pueda haber. También en el Reich, el 90% quiere al Führer y quiere la esclavitud y la muerte de la ciencia, del pensamiento, del espíritu, de los judíos. Yo dije: Esperemos a ver si ahora, que ya no hay planteamientos de política exterior, no viene un levantamiento de las derechas. Hasta Pascua no me daré por vencido. Pero no tengo fe en mis palabras.

Y cada día mayor escasez de dinero. Hoy, una exorbitante factura del electricista. La instalación eléctrica es en su conjunto un desengaño. La cocina eléctrica funciona despacísimo y sale muy cara. No puedo pagar esos 15 marcos que van más allá del máximo que yo había calculado. Tengo unas cuantas monedas conmemorativas, piezas de 5 y 3 marcos de los últimos años. Tendré que emplearlas en eso. ¿Y después? ¿Y cuando me jubilen?

FEBRERO

2 de febrero, sábado noche

El miércoles, 30 de enero, anestesiaron a Eva para extraerle un raigón. Para mí es horrible ver cómo la duermen y cómo pierde la conciencia, mientras que ella prefiere eso y considera ineficaz la anestesia local. Cada equis años tengo que presenciar esa escena y me siento liberado cuando todo ha pasado. ¿De qué sirve la estadística de que sólo sucede una desgracia por cada 100.000 casos de anestesia? ¿Quién me garantiza que no nos tocará a nosotros esta vez? Hoy, al marcharnos, Eva terminó de fumar un cigarrillo delante de la puerta del médico. Eso nos hizo llegar con un poquito de retraso a la parada de la Albertplatz. Allí hay una construcción en madera y cartón, como anuncio de la Ayuda Invernal. Desde ayer sopla incesantemente un fuerte viento del oeste. Cuando estamos a tres pasos de ella, esa columna se tambalea y cae al suelo. Un número bastante grande de los que esperan huye en desbandada; a dos viejos, un hombre y una mujer, les cae encima y quedan atrapados debajo. El viejo grita con el rostro enrojecido –tal vez una apoplejía, con toda seguridad un shock nervioso–, lo sacan y se lo llevan, la señora cojea dolorosamente y la acompañan hasta un coche. Habría podido pasarnos también a nosotros. El número funesto puede tocarle a uno en todas partes. Fatum. – Parece que la semana próxima quedará concluido por fin el tratamiento y la colocación de puentes, que ya viene durando tres meses. Liberación para ambos. Me ha llevado la mitad del día, dos días por semana. Si se añade la carga constante de las tareas domésticas y la pesadilla de las clases, en estas semanas sólo los viernes he podido trabajar en paz para el Siglo XVIII. He puesto punto final a Saint-Évremond[5]; así pues, aunque llevo seis meses largos escribiendo, todavía estoy empezando.

7 de febrero, miércoles

En el dentista, Eva ha terminado hoy con los tres meses de puentes y está muy agotada. A mí me ha costado muchísimo tiempo. (En realidad, para el Siglo XVIII sólo ha quedado libre un día por semana.) Coste total: unos 600 marcos. He prometido pagar 50 cada mes. Es tan grande el agobio de los pagos parciales que me cuesta Dios y ayuda superar el tiempo que media entre dos cobros de sueldo. El pago del seguro de vida tengo que aplazarlo. Mañana voy a consultarle a Rummel cómo se puede hacer eso con la mínima pérdida. Pero me temo que será una pérdida muy grande. Me hace sufrir mucho ese agobio indigno, cada vez más fuerte, de la penuria económica. Mis camisas, calcetines, cuellos están desgastadísimos, mi único traje completo, totalmente raído; literalmente, me falta dinero para comprar más. Lo mismo puede decirse de todo lo relacionado con la vida cotidiana. Y cada día esta carga de ser la muchacha de servicio, cada día el aviso de los ahogos y las molestias cardíacas, cada día la preocupación de que me jubilen. – Y cada día está más firme el gobierno de Hitler en política exterior y así, más seguro en política interior. Son, indudablemente, los días más tristes de mi vida. Cuando antes estaba mal, tenía el futuro por delante: ahora, a menudo me veo ya acabado.

Las clases han ido arrastrándose con un público de dos o tres personas y acabarán la semana que viene. Y sin embargo a mí me han causado muchas dificultades y pérdida de tiempo, sobre todo el Dante.

El 28 de enero estuvimos por la noche en casa de los Blumenfeld. Le han ofrecido ir de psicotécnico a Lima y seguramente aceptará. Entonces estaremos aquí aún más solos que antes. Lo envidio. Me encuentro tan desesperadamente falto de perspectivas. Por ser un filólogo de lenguas modernas que no habla idiomas. Mi francés está completamente oxidado, tengo miedo de escribir y de hablar aunque sólo sea una frase. Mi italiano nunca fue gran cosa. Y mucho menos mi español. No sé nada útil.

El 26 de enero pasamos una agradable velada en casa de Annemarie, en Heidenau. – El 24 de enero fuimos (cosa rarísima ahora) al cine. Una película de Kiepura (Mein Herz ruft nach dir [‘Mi corazón te llama’]), en música y contenido más pobre que sus otras películas, sin embargo muy bonita. Cuánto echo de menos la música. En casa de los Blumenfeld oímos ahora siempre buena música de gramófono; últimamente, cuando los Wieghardt están en casa, Eva pone también nuestros viejos discos de canción moderna. Esos tangos y canciones de negros y otras cosas internacionales y exóticas de los años de la República tienen ahora valor histórico y me llenan de emoción y de rabia sorda. Respiran libertad, apertura al mundo. En aquel entonces éramos libres y europeos y humanos. Ahora… […]

9 de febrero, sábado noche

Hoy le han retirado la venia a Blumenfeld sin más explicaciones. Hoy ha muerto Max Liebermann[6], y como discurso necrológico le dan un puntapié: arte racionalista y francés, sobrestimado; el nacionalsocialismo ha acabado con eso.

Hoy está Göring en Dresde, en «visita oficial». Orden de poner la bandera en todos los edificios públicos durante tres (¡!) días, hasta el lunes; se pide a la población… Eso viene hoy en el Dresdner NN. En las calles veo muchas banderas, aquí, pocas. Si mañana la ponen en toda esta calle, también tendré que hacerlo yo.

El otro día, orden, no, «consejo» del ministerio del Reich a los estudiantes de derecho: que no pueden ser reformadas a la vez todas las universidades. Que las tropas de choque del nacionalsocialismo en derecho alemán son las facultades de Breslau, Königsberg y –creo– Kiel. Es decir, «se aconseja» estudiar allí. Por lo demás, el profesor de menos edad puede dar la misma lección a la vez que el catedrático titular, y el estudiante «tiene libertad de elección»… El joven profesor es, por supuesto, el representante del NSDAP.

Mi amigo Schmidt de Jena[7], el de Corneille, en una breve reseña desfavorable del Galicanismo de Wilhelm, que se apoya en Curtius, Klemperer, Wechssler[8], Vossler: «La llamada ciencia neutra».

Sobre el estilo enciclopédico: publicaciones del episcopado de Berlín, suplemento: observaciones sobre El mito…[9] de Rosenberg: el incendio del palacio de Diocleciano[10] y la persecución de los cristianos.

La hermana de Gusti Wieghardt[11], Maria Lazar, ha estado aquí unos días. Estuvimos el domingo pasado en la Schrammsteinstrasse; el miércoles, las invitamos nosotros a casa. Maria Lazar vive en Dinamarca en casa de Karen Michaelis, su hija Lütti va allí al colegio, ella es una escritora de renombre (con tendencia comunista-socialista); su pieza teatral pacifista Der Nebel von Dübeln [‘La niebla de Dübeln’] (un lugar contaminado de gases) ha sido representada en Londres y en Copenhague. De Gusti Wieghardt se han publicado en Moscú Sally Bleistift y Kleines Gottlosentheater [‘Pequeño teatro para ateos’].

10 de febrero, domingo noche

Después de las cinco hemos ido una hora a casa de Blumenfeld. En la Löbtauer Strasse, masas de gente, el autobús que se para, embotellamiento, la calle cerrada al tráfico: va a pasar Göring. Yo me fui hacia la plataforma delantera: diez minutos antes, dijeron, un motorista había traído la orden. Un cuarto de hora, el tráfico parado, no llegó nadie, luego dejaron circular otra vez. El cobrador contó que por la tarde había pasado lo mismo y que Göring tampoco llegó. – Así protegen a ese hombre, con un miedo cerval. Probablemente hace un recorrido que nadie conoce. Pero en el periódico: «Júbilo delirante de la población».

En casa de Blumenfeld, humor sombrío. En cualquier caso, quieren marcharse para el 1 de julio. A Berlín o a Lima. Están pensando lo que hacen con su «pequeño capital», cuántos miles de marcos podrán conservar en dinero líquido. Yo dije: «¡Qué sabréis vosotros de problemas de dinero!».

Vivo ahora como un jornalero. Mi sueldo neto ya no asciende a 800 marcos, unos 400 se van en pagar plazos, el resto tiene que bastar.

Ayer empecé Fontenelle[12] (Macate, una trouvaille). Hoy he sufrido muchísimo con el Paradiso.

13 de febrero, miércoles

En los años veinte colocaron en la Güntzplatz unas casetas publicitarias, estilo «cascos de obús», multicolores y atrevidas. Entonces era algo muy moderno y actual y, siempre que pasaba por allí, me gustaba verlas. A los pocos meses, aquella exquisitez había perdido parte de su atractivo y resultaba un poquito aburrida, al año siguiente y sin duda alguna dos después, estaba completamente délabrée[13]. Más tarde, quitaron aquellas barracas. Para mí, es un símbolo. Me hace pensar en ciertos pasajes de mis libros que en la época en que los escribí yo apreciaba en mucho por parecerme llenos de vida. Un libro no debe contener nada actual. Todo lo que está calculado para el día pierde también su efecto con el día. Pienso en esas casetas publicitarias tan a menudo como en mis «soldados de papel».

El dueño de la biblioteca circulante, Natcheff, me ha enseñado lleno de amargura una lista de libros que tiene que entregar sin que lo indemnicen. Cosas permitidas por la censura pero que no deben llegar «al pueblo». Por ejemplo: Hemingway, Adiós a las armas, seguramente demasiado pacifista; todo Wassermann[14], probablemente demasiado judío e intelectual; Roth, esa novela austriaca de ambiente de militares, desde Solferino hasta la guerra mundial: no recuerdo el nombre[15]. Sobre esta obra, Maria Lazar hizo una divertida observación. Dijo: Ese hombre conoce su gueto de Galitzia, de cómo vive la aristocracia militar austriaca no tiene la menor idea. La prueba: el general come el domingo asado de vaca, y eso es, digamos, la comida plebeya de diario, no un plato de domingo.

Hoy he trabajado intensamente todo el día haciendo una sinopsis de los últimos diez cantos del Paradiso. Quiero entregárselos a mis dos fieles alumnas, aquí en casa, el domingo por la tarde, porque en la TH he terminado oficialmente. ¡Cuánto estudio ha sido necesario para comprender de verdad esos cantos! Estudio de teología. He escrito y hablado tantas veces sobre Dante y sigo sabiendo poquísimo de él.

Ahora tengo por delante unas seis semanas seguidas para el Siglo XVIII. Pero ¿cuántas horas cada día? En ningún libro he hecho tan lentos progresos como en éste.

No puedo decidirme a abordar aquí la trilogía de Galsworthy[16]. Y sin embargo valdría la pena. De alguna manera sigue viva en mí la absurda esperanza de poder trabajar de verdad, más adelante, en el campo angloamericano. Galsworthy me interesa mucho por sus contribuciones conscientes e inconscientes a la psicología étnica. El respeto, algo distanciado, a los norteamericanos, que le atacan los nervios; el rechazo interior a los franceses, que para él saben demasiado y tienen demasiado poco sentimiento (Fleur); el placer, en el que insiste una y otra vez, ante el sentimiento del paisaje de los ingleses, ante el irracionalismo inglés y ante el estoicismo inglés. Los sentimientos no se expresan, y el frac para el dinner es algo bueno.

Extraordinariamente valiosa me resulta también la segunda parte del Morath[17] que estoy leyendo ahora con Eva. Un análisis del nacionalsocialismo desde una perspectiva muy elevada: el individuo contra la masa, el yo contra el «puente» o contra la mera transición, Europa contra la ciudad-estado, el espíritu contra la sangre. Además, la magnífica descripción del depravado colonialismo alemán en Argentina y del primitivo, pero en el fondo más honesto estado anímico de los criollos […]

21 de febrero, jueves por la mañana (¡en plena primavera desde ayer!)

[…]

El 15 de febrero terminó el semestre. Empecé con el Paradiso, a partir de Saturno[18], ante mis dos muchachitas. Las invité a tomar café aquí, el sábado pasado; después del café, les impartí una sólida clase final. Una de ellas, Winkler, de familia modesta (el padre, tesorero de la Reichswehr), prometida con un teólogo de la Iglesia confesante. – La otra, que ya conocía de semestres anteriores, Hildebrandt, hija de un industrial riquísimo de Niedersedlitz, el hermano con caballo propio en las SS, para evitar tratarse con las «HJ comunistas» –está en la clase once–, la hermana estudia historia del arte en Berlín y gana premios en concursos hípicos. «Mi» señorita Hildebrandt, que parece una chica de la burguesía normal y corriente, llegó conduciendo su coche y trajo a la Winkler. Anteayer vino otra vez en coche con su hermana, que tiene un aire más mundano y displicente, y en señal de agradecimiento por las clases sobre Dante, trajo una liebre que había cazado su padre. Ambas chicas son completamente antinazis. Pero cuando hablamos de dos muchachas jóvenes de la aristocracia que acaban de ser ejecutadas en Berlín por espionaje (¡a favor de Polonia, el país amigo!), les pareció muy bien. No preguntaron por la diferencia entre la justicia en tiempos de paz y bajo ley marcial, ni les interesaba la seguridad que trae consigo un juicio público para el acusado. El sentimiento del derecho se pierde por doquier en Alemania, lo están destruyendo sistemáticamente.

El sábado estuvimos en casa de los Köhler. Muy cerca de allí se había celebrado el gran mitin de Göring. Dijeron que hubo poco movimiento, que no habían notado nada del júbilo y de las masas de que hablaban los periódicos. Hildebrandt había contado que la Prager Strasse estuvo vigilada por policías con la carabina al hombro; pero que de algún sitio salió el grito: «¡Aún vive la Comuna!». Gusti Wieghardt, con quien estuvimos el 17 de febrero, habló de detenciones en la estación y de actividad nocturna de «brigadas de pintores» comunistas. – Pero ¿de qué sirve todo eso? Todos doblan el espinazo, y el gobierno sostiene firmemente las riendas y celebra triunfos en política exterior.

27 de febrero, miércoles

[…]

Sobre las distintas palabras de la nueva lengua: tarnen [‘camuflar’].

Ayer terminé el apartado sobre Bayle[19]. Realmente ha resultado buenísimo. Pero trabajo sin esperanza.

[…]

Días casi primaverales. Mientras Eva y Karl trabajaban en el jardín, largo e intrincado paseo con Gusti Wieghardt en plena oscuridad, la ciudad a nuestros pies, en algún momento salimos del pueblo de Dölzschen y terminamos en Rosstal. Hermoso, casi romántico. Pero hace unas tres semanas, yendo por el parque helado, tuve una distensión en la pierna izquierda y desde entonces aún me duele mucho y me produce molestias al andar. La penuria económica, la preocupación, la honda amargura in politicis, invariable.

Para la Vita: nuestro honrado y pequeño-burgués vecino, el señor Jung, que trabaja de momento en la Drewag[20], me compró el verano pasado una manguera para el jardín. Al hacer la cuenta, me equivoqué y le asigné unos 20 pfennigs de más. Los rechazó muy seriamente: que él no aceptaba eso, como si yo hubiera querido darle una propina. Sin embargo, no estaba ofendido en absoluto, mientras que a mí me ardía la cara de vergüenza de que él hubiera pensado que yo le tomaba por una persona a la que se dan propinas. Ese mismo ardor en la cara, literalmente, y por la misma razón, lo sentí el año pasado durante una visita de los cuatro Köhler. La madre estaba sentada a mi lado, tenía un cardenal en la cara por haberse dado un golpe: «Como si hubiera habido camorra entre su marido y usted». Ella respondió muy seria, pero no ofendida: «¡Pero Herr Professor, entre nosotros no sucede una cosa así!». Había tomado mi broma en serio. (En Múnich me dijo un día un peluquero que una determinada persona no era un hombre de bien: había dado una paliza a su mujer en un establecimiento público. «¡Eso no se hace en público!» Grados del sentimiento del honor; abismo insalvable entre las clases sociales. No hay «comunidad del pueblo» que lo salve.)

El otro día, un agente de tráfico, un tipo gigantesco, me paró en el Altmarkt porque yo no había visto una señal de tráfico. Una trampa perfecta. Tengo que pagar 1 marco de multa, aunque no pasaba un solo coche por la calzada. Me dio un papel: «Declaración de haber recibido 1 marco de multa en procedimiento penal abreviado». Pero eso no es lo mismo que un recibo oficial.

Tratan de poner nombres alemanes a los meses. Hornung[21]. La Revolución francesa creó al menos nombres nuevos.

Hoy mucho tiempo en la sala de ficheros encargando libros para el próximo capítulo. En casa, sólo las notas sobre Bayle. He leído en voz alta un poquito de Hoche[22]. Enérgica defensa de la libertad de la ciencia. En el límite entre el estilo enciclopédico y el estilo libre.

Eva se ha acostado pronto. Otra vez le fallan los nervios, lo que se pone de manifiesto en que siente un frío intensísimo por la noche y le castañetean los dientes. En cuanto a mí, mi cruz y mi memento es siempre la subida por el parque.

MARZO

4 de marzo, lunes (helada y nieve, los días más invernales desde hacía mucho tiempo)

[…]

Voy descubriendo a Dubos[23] por mi cuenta, a través de la primera edición de su Estética. Típico de nuestra Landesbibliothek. Posee esa primera edición, pero ninguna monografía de los siglos XIX y XX sobre Dubos. Yo podré escribir muy bien con mis propias ideas sobre Dubos y voy a atreverme a hacer una comparación con Murait[24]. Pero tengo que ver lo que ya han dicho otros sobre Dubos. Pediré libros a Berlín y después añadiré algunas cosas. Preguntas al destino: ¿Cómo será de largo mi Siglo XVIII? (Ya no creo mucho en esos dos volúmenes del contrato; por lo demás, apenas hay contrato todavía.) ¿Cuándo estará terminado? ¿Quién lo publicará? – Pero, fuera de todos estos interrogantes: lo que estoy escribiendo va a ser bueno.

¡Que hasta ahora no haya leído a Dubos, que aporta en 1719 toda la teoría de los climas[25] de Montesquieu! ¡Que es tan importante para los libros del Esprit des lois! Me avergüenzo un poco. Pero mi hermoso Montesquieu nunca hubiera sido escrito con esa rapidez y ese ímpetu si en 1914 yo hubiera sido el cunctator[26]de 1934.

El 1 de marzo por la noche, en casa de Gusti Wieghardt. El 2 de marzo por la tarde, y para tomar un piscolabis de cena, en casa de los hermanos Wengler hasta las ocho más o menos. Viven confortablemente. Él es una persona receptiva, da clases, participa en la investigación y no tiene ambiciones personales. Son envidiablemente acaudalados. Él hará por Pascuas un viaje a Italia, ella un viaje de sociedad a Estados Unidos. Tengo un poquitín de envidia. Estaba también un joven colega de él con sus padres. Gente por lo visto antinazi pero con un miedo cerval y enormemente reservada. El ambiente político general: apatía y resignación, aguardar lo que venga desanimados y sin esperanza.

Eva ha acuñado una frase muy buena. La fiesta del Sarre («Retorno a la patria», el 1 de marzo) había sido programada en todos sus pormenores. Entonces, ese mismo día, esta noticia: el Führer «había aparecido» inesperadamente a tal hora «en los límites de la ciudad de Sarrebruck». La radio anunció que iba en avión a Francfort, que desde allí continuaba…, luego aterrizó en Mannheim y montó en un automóvil. – Eva dijo entonces: «¡El zar se habría avergonzado!». Como es natural, detalladísimos reportajes en el país y en el extranjero sobre el inmenso júbilo popular, el entusiasmo, etc. Y: «¡Adolf Hitler lleva personalmente al Sarre a la patria!». – Como si el Sarre no hubiera ido a parar de todas maneras a Alemania, sin que a nadie se le pasara por la cabeza seguir en el statu quo. Pero ahora es una victoria del nacionalsocialismo.

Ayer tarde en casa de Blumenfeld junto con la señora Schaps y Annemarie Köhler. Abatimiento general.

Esta noche esperamos a Agnes Dember, que viene de Berlín de ver a su madre, de ochenta años, y que ha invitado a venir a casa a los Blumenfeld y a los Wieghardt.

17 de marzo, domingo

Hace semana y media tuve un fuerte ataque de gripe, una tarde estuve con casi 39°C de fiebre. Hasta ahora no me he recuperado del todo, estoy siempre agotado y decaído.

Poco a poco se va terminando el duro y largo período de frío. Todavía hay algo de nieve pero Eva ya trabaja en el jardín.

En cuanto a mi trabajo, la situación es deprimente. La última semana escribí unas páginas sobre Dubos. Luego me llegó de Berlín la monografía de Lombard[27], la estudié a fondo y ahora tengo que rehacer todo. No es ese detalle lo que me deprime sino la insatisfacción y el no verle perspectivas a todo esto. Este volumen ya no lo terminaré. Y, cada vez con más fuerza, se va posesionando de mí la idea de que mis volúmenes anteriores, que probablemente serán mi «obra», en sustancia no son sino periodismo. Me acuesto, por así decir, preguntándome por el fin y el valor de mi vida y me levanto con la misma pregunta. Y entonces hago faenas caseras y me ocupo del «cajoncito» de los gatos.

Weissberger[28], el químico, que tiene una beca en Oxford, ha venido a vernos. Su padre, que vive aquí, ha tenido un derrame cerebral. Ha dicho que podría procurarme una invitación para un turn en Oxford.

[…]

Casi nuestro único contacto: los Wieghardt. El bolchevismo pueril de Gusti me ataca los nervios. – Fuera de ellos, gran soledad.

Políticamente, sin esperanzas, económicamente, también.

23 de marzo, sábado

Terminado el capítulo Dubos-Muralt, 10 páginas manuscritas en cosa de un mes.

La situación económica tan mal que tengo que dar varias piezas de colección, monedas de 5 marcos con acuñación especial, mi última reserva, para llegar al 1 de abril.

Hartnacke, ministro de Instrucción Pública, que ya era malo pero al menos una persona culta, más derechista que nazi, ha sido «despedido». Mutschmann es su propio ministro de Cultura, y su comisario es un maestro de escuela, nazi fanático[29]. ¿Cuántas semanas seguiré en la cátedra? – Hitler ha proclamado el servicio militar obligatorio, el extranjero protesta tibiamente y se traga el fait accompli. Resultado: el régimen de Hitler es más estable que nunca. De qué sirve que digan que quien gobierna es la Reichswehr. En todos los puntos de la destrucción de la cultura, de la persecución de los judíos, de la tiranía interior, gobierna Hitler con criaturas cada vez más deleznables. El ministro de Cultura del Reich, Rust, pronunció hoy otro discurso educativo contra el «intelectualismo insípido».

Me recupero mal de la gripe, a mi corazón todo le resulta cuesta arriba.

[…]

El lunes, una fatigosa velada en casa de los Köhler. (Su tercer aniversario de boda.) Divertida fue sólo una tía vieja inglesa de la joven Köhler, que aunque está casada en Alemania desde hace décadas, habla el alemán con un acento totalmente inglés, ama a Inglaterra y no quiere saber nada del régimen actual.

ABRIL

3 de abril, miércoles noche

Taedium bastante intenso, si no vitae,scribendi [30]. Todo sigue al mismo ritmo, con el mismo descorazonamiento y las mismas angustias: no se ve un final y ni siquiera un cambio en el horizonte. ¿Para qué anotar las visitas que hacemos a los Blumenfeld y a los Wieghardt y a los Köhler, o que ellos nos hacen a nosotros? Se habla siempre de lo mismo. Un día estuvo también, procedente de Viena, Maria Lazar; tampoco trajo nada nuevo de allí. Hoy estuvo tomando el café con nosotros el doctor Baum, el sacerdote que asistió en el semestre de invierno a mi clase de literatura francesa (Blumenfeld se unió a nosotros después). Baum es perfectamente pesimista. Dice que la Iglesia evitará la confrontación mientras pueda, que para ella todo esto no es tan importante, pues piensa que lo otro pasará y que ella permanecerá: ¿para qué meterse en trances desagradables? Un viejo sacerdote le dijo hace poco que en una reunión habían cantado una canción rarísima que no había oído nunca antes, algo así como Horst Wessel: ¿qué era eso y quién era ése? En una reunión de clérigos, el presidente había explicado tranquilamente que la situación actual no era tan importante («hemos vivido el Tercer Reich y viviremos el Cuarto»). Baum añadió que por otra parte, en los últimos tiempos el gobierno estaba tomando medidas muy duras contra la Iglesia católica –detenciones, las negociaciones del concordato todavía sin terminar–, que tal vez eso podría llevar a una resistencia más decidida de la Iglesia. Él, Baum, no lo creía. No creía que estuviese próximo el final, el gobierno tenía demasiado poder, el pueblo estaba demasiado esclavizado y embriagado por mentiras de índole idealista-nacional: y que si había un final, sería con mucha sangre. Baum, que tiene acceso a las cárceles en su calidad de sacerdote, contó, lo mismo que Gusti Wieghardt, que estaban abarrotadas.

Entretanto, el lunes, 1 de abril, tuve que empezar las clases, aunque los alumnos del PI empiezan el 24 de abril. En francés había un estudiante, que después de ocho semestres en Leipzig quiere estar aquí un semestre con sus padres antes del examen de estado. Las cuatro horas de clase del lunes, para él.

17 de abril

Un estudiante en francés, dos alumnas oyentes en italiano, la horrible inseguridad y escasez de dinero, las continuas molestias cardíacas, a pesar de que el doctor Dressel ha comprobado otra vez en Heidenau que todo es normal, las perpetuas molestias reumáticas y en los ojos, el paso de tortuga de mi Siglo XVIII –ahora con Lesage[31]–, nada cambia.

[…]

El 12 de abril, en casa de Kühn. Estaban Bollert, el director de la Landesbibliothek, y la esposa de Robert Wilbrandt, que quiere vender el chalet de aquí. Wilbrandt fue el primero que tuvo que marcharse, viven en la Alta Baviera. Cuenta la señora Wilbrandt que en Múnich hay protestas en voz alta cuando aparecen Hitler y Goebbels en el noticiario. Pero también ella –¡economista y afín a la socialdemocracia!– dice: «¿No vendrá algo peor si derrocan a Hitler, un bolchevismo peor aún que él?». (Eso es lo que le hace mantenerse en el poder.)

Bollert ha contado detalles sobre la nueva tiranía del gobernador y de su «ministro-comisario de Instrucción Pública», el maestro Gópfert: los funcionarios en puestos dirigentes, ya sean administrativos o universitarios, tienen horario de oficina, desde las siete y media hasta las cuatro. Con frecuencia, Gópfert hace controles por la mañana temprano y vocifera a la gente como un sargento. Pero parece que trata del mismo modo a la gente modesta y que le ha gritado como un bestia al encargado del guardarropas de la biblioteca. (Éste me dijo: «De ese ministro se puede aprender qué es la cultura».) Otro de los invitados, Manitius, profesor de instituto, hijo del catedrático de latín medieval, contó que había estado con Gópfert en el Stahlhelm: «Un idealista blando y sentimental, ni un hipócrita ni un malvado, pero lleno del resentimiento de la persona humilde». Todo eso era aplicable también a Robespierre, comentó Kühn. – Por lo demás, de aquí ya sólo vienen disposiciones de índole personal; todas las circulares del rectorado traen desde hace semanas decretos de Berlín, del ministro del Reich. En cada decreto destinado a la enseñanza media y superior, en cada discurso, Rust insiste en la superación del «intelectualismo insípido», en la prioridad de «las facultades del cuerpo y del carácter», en la prohibición de compensarlas con «logros de índole meramente intelectual», en la «selección racial». – En el congreso de psiquiatría dijeron el otro día que ahora se le hace justicia por fin al «niño nórdico», que antes resultaba perjudicado frente al niño judío, porque éste se desarrolla intelectualmente con más rapidez.

El Stürmer[32] está fijado en casi todas las esquinas; tiene tablones de anuncios especiales, y en cada uno de ellos un gran letrero: «Los judíos son nuestra desgracia». «Quien conoce al judío conoce al diablo». Etc. Cuando hace poco, en Kovno, fueron condenados a muerte alemanes por asesinato político, hubo en todas partes manifestaciones de protesta. El llamamiento del grupo de Dölzschen decía: «El mundo tiene que ver que la canalla internacional judía no puede incitarnos a una guerra, pero sí que somos “un pueblo unido (sic) de hermanos”[33]».

Me envían sistemáticamente la revista de los gatos, aunque en mi calidad de no ario… y siempre la devuelvo. En ella el nacionalsocialismo campa ya por sus respetos de un modo increíblemente grotesco. El «gato alemán» :/: los gatos «aristocráticos» extranjeros. En conformidad con el pensamiento del Führer, etc. La edición de carnaval del Münchner NN ya lo ha puesto en solfa.

El otro día, media hora en la TH con un tipo original, como de cine, el matemático Threlfall[34], profesor no numerario. Quería saber de alguien que le corrigiera cartas de negocios destinadas a Francia. Le di el nombre de la Papesch.

22 de abril, lunes de Pascua

Los días de Pascua muy tranquilos, aquí en Dölzschen. Eva todo el día en el jardín; tiempo primaveral. Yo me obligo a escribir una página diaria. Breves paseos por esta zona alta.

El lunes estuvieron aquí los Blumenfeld; tuve un fuerte choque con él por el sionismo, que él defiende y pondera y que yo considero traición y hitlerismo.

Durante esa visita, nuestras finanzas sufrieron un fuerte golpe. Este mes es de una enorme penuria, las monedas especiales de 2 y 5 marcos, que ya han estado en peligro con tanta frecuencia, esta vez tienen que prestar su servicio. Y he aquí que se rompieron las gafas de Eva y que ahora ya no bastan esas monedas. Venderé algunos libros de mi biblioteca al seminario de románicas. Al día siguiente de haber llegado a esa situación de máxima escasez, una carta de Iduna. Hace unos años «revalorizó» en 755 marcos, pagaderos a mi muerte, mi primer seguro de vida, que se había ido a pique durante la inflación; ahora ofrece pagarlo de inmediato por un valor de 430 marcos. Aceptaremos agradecidos esa gota en el mar, aunque pasarán semanas hasta que caiga. Eso me permitirá pagar la póliza de 5.000 marcos en julio, que si no habría tenido que pignorar, como pasó hace poco con la póliza de 10.000 marcos. Me permitirá comprar un traje, varios pares de calcetines y camisas; permitirá instalar gas en la casa, ya que la cocina eléctrica está dando muy malos resultados, y algunas cosas de menos importancia. Qué situación tan lamentable. Pero ya estoy bastante hecho a todo.

Entretanto, Eva ha vuelto a tener dolor de muelas, han empezado otra vez las excursiones a la consulta de Isakowitz, llegará una nueva factura.

El otro día, Holldack me escribió desde la Alta Baviera, donde se ha establecido con su familia, pidiéndome que le informe sobre la vinculación de los pueblos románicos a la tradición. Que lo necesitaba para un trabajo sobre historia del derecho. Sus preguntas, también sobre Tocqueville[35], que pertenece sin embargo a su disciplina, eran de una asombrosa ingenuidad. Y muy ingenuo fue también que se dirigiera a mí, él, que no me había dicho una palabra de despedida. (¿He anotado que se hizo católico «por obra de la gracia», como le dijo a Kühn? A Janentzky, sin embargo, le dijo que no quería ser protestante de segunda clase, y en tiempos mejores bien que procuraba ocultar que su madre era judía.) Le di amplia información.

Threlfall, un hombre en la cuarentena, cabeza baja, cabello revuelto en torno a la calva, rostro enrojecido, bastante alcohólico. Inglés de nacimiento. «Podría vivir bien en Inglaterra con mi dinero y aquí tengo una buhardilla». (Gusti Wieghardt dijo que la buhardilla era una casa propia, que era soltero y seguramente le gustaba beber, pero que era un matemático de prestigio.) «No aguanto seis semanas rodeado de ingleses, tengo que vivir con alemanes. Después de la guerra había puesto punto final, quería enterrarme en la finca de un tío. Trefftz[36] me trajo a la universidad. Era del Stahlhelrn, me hice nacionalsocialista convencido, he sido antisemita…» – «¿Volvería a votar ahora al NSDAP?» – Pausa, risa, después: «¡Si ya no se vota!».

Desde la «victoria electoral» de Dantzig[37], desde Stresa[38] y el veredicto de la Sociedad de Naciones[39], vuelvo a tener una débil esperanza de vivir un día la caída del gobierno. Pero sólo una débil esperanza.

El Siglo XVIII será bueno. Pero he escrito cada vez más, cada vez más apretado. ¿Quién lo imprimirá? Me he parado en Lesage.

Yo habría sido menos brusco con Blumenfeld si el otro día no hubiese recibido a través de Marta una publicación de la Comunidad Reformada Judía para conmemorar sus noventa años de existencia. En ella había una foto de mi padre, en ella la historia de los esfuerzos por la germanización. Ahora eso produce un efecto casi trágico.

30 de abril, martes

Ha sido para mí una muy especial cuestión de honor escribir hoy una página (Lesage/Marivaux[40] de mi Siglo XVIII, hoy que no necesito impartir ninguna clase por haberme traído el correo la comunicación oficial de mi retiro.

MAYO

2 de mayo, jueves

Tenía curiosidad en cuanto al lunes, día en que se vería si venían a mi clase estudiantes del PI, donde había empezado el curso el 24 de abril. No vino nadie. Muy por lo trágico no tengo que tomarlo, porque de los doscientos nuevos estudiantes del PI por lo visto tampoco se nota nada en la clase de Janentzky. Parece que les han dicho: «El instituto se separa de la universidad, de modo que no perdáis el tiempo con las clases universitarias». Así que dicté mi clase al estudiante de Leipzig y a Susi Hildebrandt, la de la liebre y la clase de Petrarca[41]. También se presentó Lore Isakowitz, para pedirme libros –ahora quiere diplomarse en el seminario de lenguas orientales de Berlín–, que le prometí darle el martes. El martes por la mañana, sin anuncio previo, llegaron por correo dos hojas: a) En virtud del § 6 de la ley para el restablecimiento del funcionariado del Estado… he propuesto su retiro. El director comisario del Ministerio de Instrucción Pública. b) «En nombre del Reich», el documento propiamente dicho, firmado con una letra infantil: Martin Mutschmann. Llamé por teléfono a la TH; allí no sabían nada. Gópfert, el ministro-comisario, no se rebaja a pedir consejo al rectorado. Al principio me he sentido alternativamente un poco aturdido y algo romántico; ahora sólo siento amargura y desolación.

Mi situación es ahora más que difícil. Hasta finales de julio recibiré el sueldo de 800 marcos, que ya me resulta tan escaso, y después una pensión de 400 marcos, más o menos.

El martes por la tarde fui a ver a Blumenfeld, a quien ya le han ofrecido definitivamente una cátedra en Lima, y le pedí la dirección de los centros de ayuda. El miércoles, «Día nacional del Trabajo» –en que cayó una nevada–, escribí cartas durante varias horas. Tres, con el mismo contenido, a la Notgemeinschaft deutscher Wisenschaftler im Ausland [‘Sociedad de ayuda mutua de científicos alemanes en el extranjero’], Zúrich; al Academic Assistance Council, Londres, al Emergency Committee in aid of Germán Scholars, Nueva York. Además, llamadas de socorro («SOS», escribí) a Dember, en Estambul, y a Vossler: Spitzer se traslada de Constantinopla a Estados Unidos (pero a Dember no le habló bien de mí). En todas subrayo que también puedo dar clases de literatura alemana, de literatura comparada (mi lectorado en Nápoles[42], mis suplencias de Walzel[43] en los exámenes, etc.), que en francés e italiano podría dar clases inmediatamente (¡!), en español dentro de poco tiempo (¡!), que «leo» inglés y que también lo hablaría al cabo de pocos meses si fuese necesario.

Pero ¿de qué sirve tanta actividad? En primer lugar, las perspectivas de un puesto son muy escasas, pues esta desesperada búsqueda de empleo de los alemanes ya viene durando dos años largos y no goza de simpatías. En segundo lugar, y sobre todo: ¿qué puesto podría aceptar yo? Eva, que últimamente está otra vez mal de salud –dentadura, inflamación de las raíces, derrumbamiento nervioso–, por lo que me ha dicho, y es cierto, estaría como prisionera en una pensión o en un piso amueblado, o en cualquier piso urbano; necesita casa y jardín. Y bajo ningún concepto renunciaría de un modo permanente a esta casa. De modo que sólo podría ser un puesto muy bien dotado el que yo aceptase. La perspectiva no es mayor que la de que me toque el gordo de la lotería.

Así que escribí también, muy a mi pesar, a Georg, que me ofreció ayuda el año pasado y que ahora estará seguramente en Inglaterra en casa de su hijo mayor. Le felicité por su setenta cumpleaños y le pregunté al mismo tiempo si quería darme una segunda hipoteca de 6.000 marcos por mi casa, irrescindible hasta el 1 de enero de 1942; como fianza empeñaría a su favor la parte correspondiente de mi seguro de vida, que vencería en esa fecha. Estoy seguro de que se negará y tendré en mi haber un agravio más. Pero incluso si aceptase: ¿hasta qué punto es una ayuda? Saldaría mi deuda con Prätorius y mejoraría mi seguro de vida, en parte pagando por anticipado, de forma que durante dos años estaría garantizado un valor de unos 12.000 marcos y después, en el caso de que no pudiera seguir pagando, tendría de todos modos un valor de 6.000-7.000 marcos. Así pues, el dinero de Georg estaría a salvo, y yo me quedaría tranquilamente aquí y podría vivir del retiro. Por otra parte: para la primera hipoteca quedaría eliminada toda posibilidad de reembolso. Y aquí estaríamos con esta penuria, como pequeño-burgueses y sin posibilidad de recuperarnos.

También quiero ver si puedo publicar algo en el extranjero. He quedado para el sábado con Stepun. La viejísima máquina de escribir Remington 3 –un regalo de antes de la guerra que me dejó aquí Jule Sebba– ya la he bajado del desván, y tan pronto haya encontrado una cinta nueva (de 35 mm ya no está a la venta, hay que pedirla a Hannover) empiezo a practicar. Pero todo sin esperanza.

Ayer tarde estuvieron los Wieghardt en casa, una especie de visita de pésame. Blumenfeld se quejaba hace algún tiempo de qué amargo era que casi ningún colega le hubiese expresado su pesadumbre por el despido. Yo le consolé entonces filosóficamente. Ahora seguro que lo viviré en mi propia carne y que tendré que darme a mí mismo el consuelo de la filosofía.

4 de mayo, sábado mañana

Estado de ánimo, variable. Anteayer por la noche hacíamos en broma planes para Constantinopla, al día siguiente todo era otra vez desolador. Apenas hago otra cosa que escribir cartas. A Tillich[44] y a Ulich a Estados Unidos, hoy a Weissberger a Oxford. Su dirección me la ha procurado la señora Aron (el padre ha muerto entretanto). Quiero estar con Stepun dentro de una hora. No puedo concentrarme en otra cosa.

El estado de Eva, siempre mal. En el asunto de la dentadura, una nueva desdicha: quemadura de arsénico.

Por desgracia esta noche mucha gente. Por desgracia: saldrá caro.

Tarde

Stepun me informa de que mi cátedra va a ser cubierta otra vez. O sea, no me han echado por ahorrar. Sino por judío. Aunque estuve en el frente, etc., etc.

Me da dos direcciones de Suiza para publicar y para conferencias: Editorial Vita Nova, Lucerna, y doctor Liefschitz, Berna.

7 de mayo, martes

Stepun es un gran comediante y sólo sabe soltar frases trascendentales. «Los demonios y los filisteos llenan el mundo, faltan santos». – «Lo demónico es toda parcialidad situada excéntricamente que reclame totalidad…, eso acabo de desarrollarlo en una serie de conferencias en Suiza».

Yo dije: «A ninguno de mis colegas le importo nada. Piensan: otro que ha caído; ¿quién será el siguiente? ¿Yo? – En Flandes corríamos una vez en pleno fuego de ametralladoras, yo tropecé con una vía del tren, caí al suelo, me levanté, me puse a cubierto después que los otros. Un camarada alzó la vista y dijo con indiferencia: “¿Está usted también ahí? Creí que lo habían matado”. (El suboficial Ruhl el 15 de diciembre de 1915 cuando volvíamos de las trincheras.) Lo mismo pasa hoy con nosotros, los profesores». Stepun: «Tiene razón, mentalidad de guerra, sólo que peor».

El sábado por la noche estuvieron en casa los Kühn, Wengler, Annemarie y Dressel. Se conformaron muy fácilmente con mi jaque mate. Kühn opinó que yo debía reclamar contra la jubilación, que a mí me correspondía el grado de emérito (ahora se dice entpflichtet[45]. Ayer por la tarde hablé de eso con Beste, el decano. Dice que es imposible hacer nada. Existen dos «leyes» paralelas: la ley, prorrogada una y otra vez, «para el restablecimiento del funcionariado del Estado», que contempla la jubilación; y la otra nueva sobre el retiro como emérito. El gobernador elige entre una y otra, según le parece. El § 6 dice expresamente: jubilación, si el puesto se suprime como medida de ahorro. «El ministerio nos ha dado orden expresa de hacer propuestas para ocupar de nuevo su cátedra». – «¿Y si la TH protesta?» – «Evasivas o “eso no es asunto vuestro”. Fue exactamente igual en los casos Holldack y Gehrig. No se puede hacer nada».

Anoche en casa de Blumenfeld; una auténtica pequeña tertulia. Los viejos Kussi, de los círculos industriales en que se mueve Dember, y Breit, muy enfermo y amargado. Dijo que le había quedado el 10% de los ingresos que tenía antes. Desánimo y desolación general. Allí también dijeron lo que yo ya sabía por Stepun: que en el extranjero cuentan con una guerra inminente. Yo no puedo creerlo. El extranjero no necesita ninguna guerra, y empezarla nosotros incluso para este gobierno sería demasiado estúpido. Pero Stepun dice: Han exagerado la palabrería nacionalista, han hecho una política exterior «todavía bajo Stresemann[46]», «su único haber es la renuncia al pasillo polaco», tendrán que hacer algo.

Como respuesta a mis numerosas cartas sólo he recibido hasta ahora, de Inglaterra, un impreso de solicitud de trabajo, concebido para los desocupados de todo el mundo y que a mí no me ofrece la menor perspectiva. Veo ante mí, acongojado, la necesidad de escribir a máquina. He comprado una cinta y mañana voy a empezar a practicar en nuestra «vetusta» (¡1903!) Remington. Cuando hacia 1909 Jule Sebba me la envió de su despacho porque ya no la usaba, todavía conoció tiempos felices. He dictado a Eva muchos artículos para esa máquina; recuerdo una noche en que dicté el artículo sobre Jensen[47] para el Frankfurter Zeitung, y después nos fuimos con él a la estación de Anhalter y regresamos a casa de madrugada cansadísimos, muertos de frío y felices; también mi Montesquieu fue escrito con esa máquina, después quedó arrumbada, y las manos de Eva rehusaron el servicio. Es muy amargo echar en esta situación una mirada retrospectiva.

15 de mayo

Trabajo poco a poco en el Siglo XVIII, leo en voz alta, vivo como siempre, pero de pronto, sobre todo por la mañana cuando no hay correo, me invade un miedo cerval. ¿Cómo va a seguir esto? ¿Cómo vamos a vivir, a conservar esta casa? ¿Cómo voy a ahorrar estando como está Eva? Eva planta y trabaja en el jardín, yo compro nuevas plantas, los gatos necesitan cada día medio kilo de carne de ternera (precio: 120-140), deudas con Prätorius, mis camisas, calcetines, botas, mi traje: todo en las últimas; será en verdad la miseria absoluta si mis ya escasos ingresos quedan reducidos a la mitad. – Georg no escribe. – Mi carta del 2 de mayo también tiene que haberle llegado a Inglaterra hace días.

Weissberger estuvo fanfarroneando aquí sobre lo fácil que era conseguir un turn para Oxford. Ahora, dos cartas muy correctas y perfectamente necias y negativas. Que Cassirer dice que en Oxford no se puede hacer nada con filología románica. Que escriba a Zúrich y a Londres, y que me dirija sobre todo a compañeros de la especialidad.

Zúrich escribió con muy buenas palabras que esperaban que en un tiempo previsible… ¿Será una frase vacía o será verdad? Han pedido un curriculum en francés y otro en inglés. El primero ha sido una tortura, creo que ha resultado un francés deleznable, completamente oxidado. El segundo me lo hizo Köhler y me he asombrado de lo poco que se parece al original francés. (Mi opinión sobre la sabiduría real de Köhler ha quedado muy resentida.) Yo mismo he corregido esa vita en mi inglés chapucero. En cuanto al inglés, no tengo por qué avergonzarme. – Después de hablar con Blumenfeld subrayé en la primera parte mi posición respecto al judaísmo, al cristianismo y a la germanidad. Adjunto aquí el borrador. Después, Köhler opinó que eso podría sonar muy nacionalista y cambié je ne peux ni ne veux être autre chose qu’allemand por je n’ai jamais pensé d’être autre chose qu’allemand[48]. (Desde hace una semana me tortura la idea de que debería haber puesto être en lugar de d’être.)

No hay respuesta del editor suizo al que escribí con tanto detenimiento. ¿No tengo ya ningún valor de mercado?

Carta de Agnes Dember: Spitzer no se marcha hasta 1936. Le han dicho que a mí «me tendrán en cuenta, evidentemente…, pero también a Curtius».

(Curtius es mi sino desde 1915 –Academia de Posen–; por otra parte considero excluido que quiera ir a Constantinopla. Por lo que sé, todavía está en posesión de la cátedra de Bonn; y si tuviera que irse por demócrata, tendría muchas posibilidades en Francia. Además se sabe que es rico.)

30 de mayo, Ascensión

Perspectivas de extranjero, nulas, a todas luces. Blumenfeld estuvo en Zúrich para negociar allí lo relacionado con la cátedra de Lima. (Incidente novelesco: el día de su llegada, el ministro plenipotenciario de Perú se entera por telegrama de que han asesinado a su hermano en Lima, suprime todas las entrevistas y se ausenta, de forma que el asunto de Blumenfeld sigue pendiente.) Blumenfeld, pues, habló sobre mi asunto con el consejero Demuth[49]. Éste dijo que la carta que me había escrito había sido pura cortesía y puro consuelo, que de hecho yo no tenía ninguna posibilidad. Dijo que él encontraba empleo para los de ciencias físicas y naturales, pero que desde que existía la Notgemeinschaft sólo había podido deshacerse de tres profesionales de ciencias del espíritu, el tercero era Blumenfeld. –Entretanto me he enterado por Hatzfeld de que también han despedido a Lerch, y de que a él le habían quitado la cátedra de Heidelberg que tenía en calidad de suplente desde la marcha de Olschki; y en un periódico de Basilea he leído que Hoetzsch[50] tuvo que dejar la cátedra de Berlín. O sea, una nueva oleada de persecución y, por tanto, nueva ansia de puestos. – Opinión pública suiza: el gobierno está más seguro que nunca y tomará medidas más radicales que nunca. Carta de Georg con fecha del 25 desde Roma, adonde había ido a ver a un paciente, después de una estancia en Locarno y de haber «superado» a continuación su septuagésimo aniversario en Cambridge en casa de Otto Klemperer. Quiere enviarme, «naturalmente», los 6.000 marcos (¡qué rico tiene que ser!, pero ¡con qué absoluta honestidad ha obrado en este caso!), pero no comprende por qué me aferro a mi casa y a Alemania. Si nos quitan la ciudadanía alemana –añade– él se irá a América, donde todavía podría ganar «un poco» como médico; que él prefiere consumirse en el extranjero que vivir aquí en Alemania con bienestar y con oprobio. – Muy bien dicho. Pero ¿cómo voy a marcharme yo a la buena de Dios? ¿Y con qué voy a ganar en el extranjero «un poco»? Él no conoce mi situación.

Entretanto, Eva trabaja en el jardín con frenética dedicación y piensa que también sería posible vivir con medio sueldo, cuando esté saldada la deuda de Prätorius. Y ya está queriendo emplear una parte de esos 6.000 marcos en la ampliación de la casa. Quizá tenga razón, porque colocar dinero o pagar los plazos de Iduna es tan inseguro como todo lo demás. Muchas veces siento literalmente como si me oprimiesen la garganta. Y siempre que subo cansinamente la cuesta del parque tengo la angustiosa sensación de que el corazón ya no quiere seguir.

Sin embargo siempre son –psíquica y físicamente– depresiones pasajeras, cinco o seis veces al día. En los intervalos, curiosamente, trabajo bien. Mi Siglo XVIII progresa lentamente: pasado mañana estará terminado el capítulo «Literatura además de Voltaire»; ahora espero poder terminar para octubre todo el primer volumen. También empiezo a tomarle gusto poquito a poco a la provecta máquina de escribir. Karl Wieghardt ha tenido la divertida ocurrencia de colgar del carro un mortero de cocina, para hacer peso; ahora funciona mejor. Escribo mejor con un dedo, pero también funciona así, y practico con gran aplicación. Estoy copiando mi Imagen de Francia en Alemania, para presentar el libro a la editorial Nova Vita, que se interesa por ella. Cada día unas dos horas para una página manuscrita, son 60 páginas. Hasta me he propuesto escribir directamente a máquina el capítulo de Montesquieu de mi Siglo XVIII.

Una diminuta golondrina no hace verano, pero alegra: algún día del semestre de invierno daré una conferencia al estudiantado libre de Berna, y quizá también en otras ciudades de Suiza.

Aparte de eso, mucha soledad; sobre todo interiormente. Gusti Wieghardt lo ve todo desde una perspectiva puramente soviética, los Blumenfeld desde una perspectiva puramente judía. Y hablar con Eva sólo acarrea hondas depresiones y más vale evitarlo.

Lectura en voz alta, poca; los dos tenemos mucho sueño por la noche y a mí me falla la vista, lo que me causa grandes molestias.

[…]

Mucho trabajo de casa. Ahora, más llevadero porque nos han instalado el gas. Los aparatos eléctricos, de los que hacen tanta propaganda y con los que también nos han embaucado a nosotros, son una estafa al consumidor: muy caros y muy lentos a nivel de cocina particular.

El segundo y dilatado tratamiento de la dentadura de Eva, terminado a Dios gracias; aún no ha llegado la factura. Como el tratamiento ha sido largo por error o torpeza del dentista (quemadura de arsénico) estamos impacientes por ver la cuenta.

31 de mayo, viernes

Esta tarde le he entregado a Wengler la llave del seminario y del edificio. He llegado a la puerta del seminario, tenía la llave en el bolsillo y no he querido abrir yo mismo. Llegó un bedel que sólo conozco de vista; llevaba uniforme de las SA; me dio la mano con expresiva cordialidad y llamó después a Wengler, que estaba en la habitación contigua.

JUNIO

11 de junio, martes después de Pentecostés
(calor sofocante, ahora, a las 9 de la mañana, 28°C a la sombra)

El 31 de mayo murió Heiss. La esquela mortuoria me ha impresionado mucho, no porque le tuviese afecto sino porque estaba muy cerca de mí, tenía apenas cinco años más que yo. – Tras larga pausa (dos años), carta de Hatzfeld: que le han llegado rumores de que me han retirado. Que si yo sabía por qué han despedido a Lerch. Que a él le han quitado la cátedra de Heidelberg que administraba como suplente desde la marcha de Olschki. (No sé si Hatzfeld, católico practicante, también es no ario. Lerch, en cualquier caso, es ario completo. Quitan de en medio a la gente y prohíben informar al respecto. Sólo rumores. Sin embargo, todo acaba sabiéndose.)

Sin noticias de Georg. Estoy muy preocupado por el dinero. Sin noticias de ninguna otra persona. Ulich y Tillich, los de Estados Unidos, guardan silencio.

El domingo después de comer vinieron a buscarnos los Isakowitz en su bonito coche y nos llevaron a la Bastei[51]. Hacía años que no habíamos estado allí. Paisaje magnífico. Muchísimo tráfico de automóviles y de motocicletas. Casi un kilómetro antes del hotel tuvimos que ponernos en una larga cola de coches y esperar. Calculamos después que habría unos 500 coches aparcados y el doble de motos. Los miradores, negros de gente. Pero es realmente muy bonito. Subimos a un promontorio que permite contemplar el magnífico circo de picos redondeados. Eva subió y bajó bien pero por la noche tenía fuertes dolores y cojeaba. Tenemos que quedarnos aquí y pasar hambre, incluso si se presentara alguna posibilidad de marcharnos; no puedo encerrar a Eva. Los tres Isakowitz, padre, hija, madre, son gente muy agradable; la mujer se pinta y se adereza como una ramera babilónica[52] que quiere ocultar la edad, pero es perfectamente sencilla y cordial. (Una experiencia análoga, aún más llamativa, la hice con la esposa del profesor Driesch.) – Después de la visita de la Bastei nos sentamos en el bosque y tomamos té. Antes de la excursión les enseñamos nuestra casita y tomamos café.

Ya no sé escribir a pluma y bastante bien a máquina. Pero esa vieja pieza de museo falla por completo en el interlineado. Si recibo los 6.000 marcos de Georg, me compraré una máquina nueva.

Mediodía

De compras en el centro. Unos 30°C. El retorno a través del parque, inferno y memento. ¿Cuántos años aún? ¿Hasta dónde llegaré en mis planes de trabajo? Me gustaría mucho escribir el Siglo XVIII, la Vita y la Lengua de las tres revoluciones. Vanitatum vanitas. Hace poco vino un gendarme del ayuntamiento de aquí. Que si tenía un «libro de familia», que cuándo me había «naturalizado». Le dije que estaba hasta la coronilla. Él: «¡Yo también!… Llevo quince años de servicio. Entré con un gobierno socialdemócrata. ¿Qué puedo hacer?». Luego preguntó cómo estaba Dember. Cuando le dije que a mí también me habían retirado, ese hombre sencillo dijo con toda espontaneidad: «Pero ¿tienen a alguien con capacidad suficiente para ocupar su puesto, Herr Professor?». Yo sólo le miré. Después nos dimos un apretón de manos.

Hace una semana, velada en casa de Annemarie. Muy agradable, y muy agradable el viaje a Heidenau en pleno día.

Velada en casa de los Köhler «decentes». Gente fiel. Aún existe la simplicitas feliz. La madre dijo con plena convicción: No puede seguir esto mucho tiempo más; el Dios de justicia no puede permitirlo. Se quedó sinceramente horrorizada cuando le respondí que el tiempo que lo llevaba permitiendo era ya un poquito largo… Isakowitz habló del viejo rabino, el doctor Winter, de la Comunidad de aquí: ese hombre piadoso tenía últimamente serias dudas sobre la existencia de Dios porque había permitido que él, Winter, rabino, cuando un sábado volvía del templo a casa, pisara una piel de plátano y se rompiese una pierna.

He empezado a escribir el capítulo sobre Montesquieu, pero lo he dejado para dedicarme seriamente unas semanas a la Aufklärung [‘Ilustración’]. De momento estoy leyendo a Helvétius[53]. También he venido a casa cargado con La Mettrie[54], Holbach[55], Condillac[56].

[…]

Esta tarde han estado aquí los Kühn y los Blumenfeld.

Desde el 1 de junio no leemos un solo periódico. (Eva desde hace ya mucho más tiempo.) Las noticias que se leen en la ciudad sirven lo mismo. Al fin y al cabo todo es la misma mentira.

20 de junio, jueves

Georg me ha enviado los 6.000 marcos. Sin intereses. La devolución, cuando me venga bien. La carta –las dos cartas– van aquí adjuntas. Ha procedido con gran generosidad… y con cierto menosprecio. No consigo alegrarme, aunque sí estoy un poco aliviado. Saldaremos la deuda con el maestro de obras, tal vez ampliemos un poquito la casa, pagaremos una parte a Iduna. Luego, ya puede venir otra vez la miseria. En una carta a Georg, he defendido mi decisión de quedarme en el país. Tengo las manos atadas.

Entretanto, Blumenfeld se prepara para marcharse a Lima dentro de dos o tres semanas. Yo estoy de espectador, lleno de amarga envidia, y esa envidia la siento como una traición a Eva. Ella se atrinchera literalmente en su jardín. Día tras día.

El enorme éxito en política exterior que significa el acuerdo naval con Inglaterra[57] consolida extraordinariamente la posición de Hitler. Ya antes he tenido la impresión, en estos últimos tiempos, de que muchas personas de buena fe, perdida la sensibilidad en cuanto a la injusticia interior y no captando bien, en especial, el infortunio de los judíos, últimamente se están medio reconciliando con Hitler. Su opinión: si a cambio del retroceso en política interior, recupera el poder exterior de Alemania, vale la pena pagar ese precio. Ya se podrá después poner remedio a lo que pasa en el interior. La política no es, en verdad, una cosa limpia. Hace una o dos semanas tuvimos aquí por la tarde a los Kühn, y me pareció que ésa era la opinión de Kühn, por lo general un hombre tan íntegro.

Hoy me ha contado Blumenfeld –a instancias suyas fui yo a su casa, ahora él está ya escasísimo de tiempo– que ayer habló en Berlín con Oster, alto funcionario del Ministerio de Asuntos Exteriores. Blumenfeld está intentando marcharse sin pagar el impuesto sobre el patrimonio por huida del Reich (¡25%!). Oster le dijo bastante abiertamente que en el Ministerio del Exterior están poco de acuerdo con la saña que últimamente demuestra tener Mutschmann con los últimos restos judíos de la universidad y que habían acudido al Ministerio del Reich para que interviniera en favor de los docentes de Leipzig destituidos. Blumenfeld habló entonces de mi caso, y el funcionario lo anotó. – Fuera de eso, silencio absoluto en torno a mi persona.

30 de junio, domingo tarde

Ayer, día 29 –¡treinta y un años!–, le regalé a Eva espuelas de caballero para el jardín; el contrato con Prätorius para terminar las dos verandas está firmado y asciende a 1.300 marcos: todo como si nuestra situación fuese segura. A veces siento una horrible sensación, a veces estoy muy tranquilo. Así, al menos, Eva está relativamente contenta, y equivocaciones se pueden cometer de otras muchas maneras.

Sin correo, sin perspectivas, silencio absoluto.

Por mediación de Annemarie Köhler he conseguido muy rápidamente una excelente máquina de escribir. La «pequeña Erika» de Isakowitz era a) un préstamo y b) nada ideal. Ahora le he comprado por 40 marcos al doctor Schümann, jefe de servicio del Hospital de los Sanjuanistas, una estupenda y perfectamente intacta «Ideal», que es verdaderamente ideal. El sábado, 22 de junio, estuvimos en Heidenau –simpática cena, conocer el objeto en cuestión y el huerto del jefe de servicio–, el domingo, el carpintero Lange fue a recoger en su motocicleta la pesada máquina y desde el lunes hasta hoy he dejado realmente listo para la imprenta todo el capítulo de Montesquieu, no sólo pasar las 25 páginas (con copia) sino acabado en todos los detalles. Así quiero seguir trabajando ahora: hacer un esquema a mano, o un borrador fijo de cada capítulo, con abreviaturas, y luego pasarlo a máquina en su forma definitiva. Pero el próximo capítulo: Condillac, etc., me está dando muchos quebraderos de cabeza. Una y otra vez me hace cavilar aquí la cuestión de los límites de la historia de la literatura, de sus verdaderos contenidos.

La semana pasada ha sido dura por el insoportable calor. Ayer refrescó un poco, hoy empieza otra vez el bochorno. Si no me hubiese aferrado todo el tiempo a la máquina de escribir, habría sido tiempo perdido […]

JULIO

21 de julio, domingo

Condillac y Helvétius, terminados et in machina. Necesito este trabajo como asidero: listo para la imprenta y escrito a máquina es independiente de mí, y puede sobrevivir. Vanitas! Continuamente me pregunto qué es nuevo y qué es mío propio en este trabajo. Estos capítulos filosóficos exigen estudios completamente nuevos, cada vez una gran monografía y mucha lectura de textos. Ultimamente recurro también a la biblioteca de Berlín.

Necesito el asidero del libro; porque las preocupaciones aumentan de tal modo que ya no puedo ni debo pensar en ellas; es como en un refugio de trinchera: si uno piensa continuamente en el próximo impacto de proyectil se vuelve loco. – La carta adjunta la he enviado por consejo de la oficina de pensiones: que queda al arbitrio del gobernador decidir cuánto tiempo de mi época de soldado, aparte de los meses en el frente, cuánto tiempo de mi época de docencia anterior a Dresde son relevantes para mi pensión. Hoy estamos a 21 de julio y sigo sin saber lo que me van a pagar a partir del 1 de agosto.

La campaña antijudía y el ambiente de pogromo aumenta de día en día. El Stürmer, los discursos de Goebbels («¡exterminarlos como a pulgas y piojos!»), actos de violencia en Berlín, en Breslau, ayer también aquí, en la Prager Strasse. Aumenta asimismo la lucha contra los católicos, contra «enemigos del Estado» de tendencia reaccionaria y comunista. Es como si los nazis se viesen acosados y estuviesen decididos a todo, como si fuese inminente una catástrofe.

Prätorius, con quien hemos tenido una desavenencia por goteras en el desván y que ahora quiere ampliarnos el recibidor y acristalar la veranda –1.300 marcos de los 6.000 de Georg, Dios sabrá si está bien lo que hago, pero ¿dónde hay seguridad?–, Prätorius cuenta que el alcalde de este pueblo «me tiene tirria», que ha puesto peros a la nueva techumbre y hablado con desprecio de mí y de mi «lucha en el frente»; dice que «es un nazi, eso es todo». Yo desde luego les había escrito que hace poco un municipal vino a preguntarme desde cuándo estaba yo «naturalizado»; y que ellos tenían que estar al corriente de los no arios que había en su municipio. Cuento seriamente con que un día me incendien la casa y me maten a golpes.

El 11 de julio nos despedimos de los Blumenfeld rodeados de cajones de mudanza, en su piso ya vacío. El 13 viajaron a París, ayer salía el barco de La Rochelle. Nos han dejado un montón de cosas: una tinaja de bronce, macetas y macetero, cigarros… Yo le di la primera edición de la Fenomenología de Hegel (herencia de papá, mi libro más valioso), a ella, la Vida del Buscón.

En el cumpleaños de Eva estuvo aquí Gusti Wieghardt. Es demasiado simplista. Su Sally Bleistift, publicada en alemán en una editorial rusa, «del original americano de Mary McMillan», ha tenido buenas críticas en Suiza.

Yo le regalé a Eva varias plantas: nos estamos atrincherando literalmente, como en una auténtica trinchera.

Hemos tenido que ir a ver a los viejos Kaufmann, al cabo de varios años; se pegan a nosotros como lapas, conmovedores y horribles. Han estado tres meses con sus hijos en Palestina. Nos acogieron y nos agasajaron (pese a su tacañería) con enorme afecto, agradecidos por nuestra visita; contaron cosas muy interesantes de su viaje, sentados todos agradablemente en su balcón, después de un día tan caluroso, y contemplando el monte Borsberg; pero también contaron con evidente orgullo que la señorita Mey seguía con ellos cada semana, como «oficial de enlace», puesto que tiene trato con el alcalde y hasta entra en casa del gobernador. Eva dijo que el último esnobismo judío consistía en simpatizar con los nazis. Hablaban «sin odio» de Thieme y lo recordaban con simpatía. Yo dije que si tuviese poder para ello, mandaría fusilarlo. Sobre no se quién de Jerusalén dijo Kaufmann que se sentía muy a gusto allí, y eso que en Alemania «había estado tan asimilado como lo estaba usted, Herr Professor». Yo respondí: «¿Como lo estaba yo? Soy para siempre alemán, “nacionalista” alemán». – «Eso no lo admitirían los nazis». – «Los nazis son los no alemanes». Eso fue el 17 de julio, el 18 tuvimos los dos el estómago revuelto todo el día.

Hemos tenido aquí a los Wengler, que ahora están de viaje, y una vez a Annemarie. Son gente que le sirve a uno de consuelo.

Grete ha estado gravísimamente enferma y sigue aún en un hospital católico de Berlín (St. Norbert). Le escribí una larga carta (pero interiormente frío y ajeno). Mi retiro no les hace la menor impresión ni a ella, ni a Marta, etc. Impresión no he hecho nunca a nadie de mi familia. ¡Cómo se celebra normalmente una reválida de bachillerato, un doctorado, una cátedra…! Cuando yo hacía algo de eso, en mi familia ya era lo más normal del mundo. Ahora, con el retiro es lo mismo: m’ont devancé mes neveux[58].

Vossler[59] (¡otro libro suyo sobre España!) me escribió que Lerch tuvo que marcharse porque un enemigo lo había denunciado por «vivir en concubinato con una no aria». La Nebbich Pietrkowska. También decía Vossler en su carta –él puede permitírselo– que en estos tiempos había que interesarse por los valores atemporales y no lamentarse porque no pueda uno dar clase a veinte o treinta sajones y sajonas «nivelados». Dijo que se iba de viaje otra vez a España. Pero añadió que me había recomendado varias veces a Spitzer, y que Curtius está fijo en Bonn y no me hará la competencia para Estambul.

«Yo dije» (como se lee en los diarios de Montesquieu en los aperçus): que se marche Blumenfeld en buena hora a Lima, que nosotros estamos aquí como en una fortaleza asediada en la que hace estragos la peste. – Si alguna vez hay que proceder contra este gobierno, debía formarse un especial grupo de asalto a base de profesores. – Mis principios sobre la germanidad y las distintas nacionalidades se han vuelto inseguros y movedizos como la dentadura de un viejo.

A menudo pienso en el proyecto de mis (como dice Gusti) «Memoren». Pero ya no tendré tiempo. Me siento enfermo, la cuesta arriba del parque me afecta siempre al corazón y es un constante memento.

Anoche –días muy calurosos– nos llamó por teléfono Isakowitz para llevarnos de excursión en coche. Hubo tormenta, los Isakowitz se presentaron hacia las nueve y nos llevaron en coche a su casa. Viven en la Werderstrasse, junto a la Lukaskirche; una casa preciosa, elegante, gran balcón, álamos inmensos delante, bellos retratos de su amigo el pintor Felixmüller[60], muebles valiosos. Les tenemos mucho afecto a los tres. El marido está muy preocupado. Si le prohíben tener pacientes del seguro, está perdido. Continuamente le da vueltas a la idea de emigrar. Son originarios de Königsberg y de Tilsit; situación parecida a los Sebba; han alcanzado bienestar económico y tienen delante un panorama de estrechez. Son personas cultas, sencillas, humanas. Judíos de lo mejor. A las doce nos trajeron otra vez a casa.

En el fondo nunca he trabajado tanto, nunca he aprovechado tan bien el tiempo como ahora que estoy «jubilado». Durante el día no saco tiempo para leer en voz alta. De la grandiosa epopeya sobre Los campesinos[61] de Reymont (1.400 páginas), en dos semanas sólo hemos leído unas 200 páginas. Pero cada página es un disfrute, y cada escena una obra de arte por sí sola. – Tengo aquí también unas notas estilo telegrama, del 3 de julio, sobre Los gitanos del agua[62]. ¿Cuándo voy a poder redactarlas? Me paso el día pegado a la silla y estoy cada vez más gordo. Y Heiss se ha muerto en Múnich de un ataque al corazón, sentado al volante de su coche, escribe Vossler; y la Papesch dijo que cuando lo vio la última vez en Friburgo, estaba como un saco de patatas […]

AGOSTO

11 de agosto, domingo

El 1 de agosto yo seguía sin noticias sobre mi «pensión». Llamé al ministerio; el primer funcionario, sin duda algo imprudente, dijo que «Berlín se había opuesto» y que aún no sabían nada. Después tuvieron más cuidado y dijeron que mi expediente estaba en Berlín. Luego me escribieron que «hasta nueva orden» yo recibiría como pago aproximado la «cantidad prevista». Me han pagado 480 marcos (el sueldo, después de pagar impuestos, era de 800 marcos). Aún queda una débil esperanza de que «Berlín» haga algo por mí. Estamos los dos de momento tan tranquilos como durante la guerra. Aún tenemos ciertas reservas, del dinero de Georg, y la situación es tan crítica que algo tiene que pasar.

La campaña antijudía es ya absolutamente desaforada, mucho peor que en el primer boicot, ya hay de vez en cuando pogromos incipientes, y es muy posible que pronto nos maten aquí a golpes. No los vecinos, sino esos nettoyeurs[63] que ellos reparten por varios sitios en calidad de «pueblo llano». En los letreros de los tranvías de la Prager Strasse: «Quien compra al judío traiciona al pueblo», en los escaparates de las tiendecitas de Plauen[64] frases y versos de todas las épocas, de todas las plumas y contextos (la emperatriz María Teresa, Goethe, etc.) plagados de injurias, y además: «No queremos judíos en nuestro hermoso barrio de Plauen», por doquier el Stürmer con siniestras historias de profanación de la raza, brutales discursos de Goebbels: manifiestos actos de violencia en los más diversos lugares. – Casi igual de brutal la campaña contra el catolicismo «político», que, según ellos, se alia con los comunistas, profana iglesias y declara que han sido los nazis. – Por doquier, disolución del Stahlhelm. Desde hace semanas, es más fuerte la sensación de que así ya no puede continuar esto mucho tiempo. Y sin embargo, siempre continúa.

Como los ojos me fallan por completo he estado en la consulta del viejo Von Pflugk. Me recibió muy afectuosamente –midió la presión sanguínea, que ha resultado muy alta, con el aparato sobre el ojo anestesiado y abierto– y también dijo que esto se va a acabar. Que él tenía mucho contacto con obreros, y que los ánimos no podían estar más excitados. Gusti Wieghardt asegura que ha habido huelgas.

Entretanto, en medio de constantes molestias en los ojos y en el corazón durante varias semanas, he estudiado muy detalladamente cinco libros de gentes minores[65] que había recibido de Berlín y tenía que devolver para la fecha prevista. En estos días espero poder empezar otra vez a escribir: Holbach. Pero la salud me falla cada día más. Hoy, 11 de agosto, hace exactamente un año que empecé el libro.

Una carta amable pero deprimente de Ulich, desde Cambridge, Estados Unidos. Que allí no hay perspectivas. – La señora Dember otra vez por aquí, en casa de su madre, en Altenberg: Spitzer tiene una relación amorosa con su auxiliar de cátedra […] su mujer se ha ido a Austria; él no puede ir a Estados Unidos con la ilegítima, se queda por eso en Estambul. De este modo también desaparece esa lejana esperanza.

Al cabo de muchos meses, otra vez al cine, Prinzesstheater: Kerak y el ruiseñor, una basura tan repugnante que no merece la pena anotar nada. Pero un personaje es un repulsivo judío oriental, traficante de armas. Al punto, a mi lado, una chica susurra: «¡Ese judío!».

Una vez estuvieron aquí por la noche, a tomar café, los tres Isakowitz. Me emocionó que él me ofreciera dinero, si fallaba mi pensión. Dice que sus nervios ya no resisten más y que está pensando en emigrar.

Pflugk comentó: La gente dice que ellos han faltado a su palabra con todo el mundo, menos con los judíos.

SEPTIEMBRE

15 de septiembre, domingo al anochecer

En toda mi vida no he trabajado tan concentradamente como desde el retiro. Como si quisiera probarme a mí mismo que todavía puedo hacer algo y que mi libro puede esperar. También es, seguramente, esta maravilla de máquina de escribir: al final todo resulta claro, independiente de mí, acabado; lo limo hasta el último detalle, está tan preparado para la imprenta que puede ser publicado sin mí. El libro va a resultar muy bueno, pero cada vez es más largo y lleva más tiempo. Tras D’Alembert[66], acabo ahora de terminar Buffon[67]. Quizá consiga acabar el volumen para finales de año. Serán unas quinientas páginas (en el formato de mi Historia de la literatura). (El contrato cancelado con Teubner preveía trescientas páginas.)

En mi asunto y en el asunto general, sin cambios. Sigo recibiendo «provisionalmente» 480 marcos; a pesar del descontento, el gobierno sigue firme como una roca; la campaña antijudía cada vez más repugnante, el Stürmer –«profanadores de la raza», «asesinos»– cada vez más demencial.

Me toma mucho tiempo corregir el libro dejado aquí por Blumenfeld: Pubertad como situación de conflicto. Hay fallos estilísticos, un dibujo no casa con el texto, todo ha sido escrito a mata caballo y no está completamente listo para la imprenta: y el responsable soy yo. El libro no está mal, pero no contiene nada que no supiera ya «más o menos». Para mí, el retocar con todo cuidado se está convirtiendo poco a poco en obsesión.

Blumenfeld habla en un pasaje de su libro de «ataque frontal» y del espíritu de oposición del adolescente, que «abre brecha». Yo tomo nota de que el style troisième Empire está ganando terreno.

Adjunto aquí una carta de Teubner sobre una sentencia fundamental del Tribunal Contencioso-Administrativo de Múnich: los contratos con autores no arios carecen de validez. – También la carta de Hueber, que me llegó con retraso.

16 de septiembre, lunes

Antes de abordar el espinoso capítulo «Economistas», unas palabras de recapitulación. Cuatro semanas completas, hasta el sábado pasado, hemos estado con la reforma de la casa, ahora sólo falta pintar (Lehmann), y Lange está trabajando en el jardín para el recinto de los gatos. La casita es ahora una casa, en el fondo, una «villa». Muy elegante el gran vestíbulo en que se ha convertido, una vez techada, la terraza que da a la ciudad; más elegante aún el «invernadero» obtenido mediante el acristalamiento (y la colocación de un piso firme) de la veranda –que no utilizábamos– del cuarto de música. En esta pieza Eva está encantada sobre todo con las tres ventanas estrechas y multicolores. – Toda la operación, incluida la pintura, asciende a unos 1.600 marcos, que he cogido de los 6.000 de Georg. Me quedan, para cualquier emergencia, unos 600 marcos de reserva. – ¿Habré hecho bien? Había al menos tantas razones a favor como en contra. Todo es perfectamente inseguro y está en manos del destino.

Durante unos días nos han enviado gratis el Dresdner Nachrichten; pensé que debíamos intentar otra vez leer periódicos, pero ha sido imposible, siento verdaderas náuseas. Más tarde: cuando trabaje –si todavía vivo– en la Lengua del Tercer Reich o en la Lengua de las tres revoluciones[68]. Pero antes me fallará el corazón.

Sólo leo los telegramas de los periódicos y los murales y versos antisemitas de las calles. Pero a todo el que viene a casa, a toda persona con quien hablo, le pregunto lo que opina, si sabe algo nuevo. Todos están inseguros o tienen opiniones contradictorias.

El 30 de agosto estuvieron en casa los Wengler con el primo inglés, Mr. Otto, un hombre simpático en la cuarentena, Headmaster[69] y romanista. (Todos los ingleses que hemos conocido hasta ahora nos han resultado siempre simpáticos, estirados no han sido nunca ni ellos ni ellas.) Opinión sobre lo que durará esto: signo de interrogación.

El 1 de septiembre (domingo), los Scherner. El lunes por la mañana, él tenía que hacer en el ministerio, se anunciaron para el sábado por la noche, estábamos en plena obra, y nos fue imposible darles alojamiento. Tomaron café con nosotros, por la noche nos fuimos con ellos, con sus embutidos y nuestro vino a casa de Gusti Wieghardt, luego los dejamos en la estación, donde fueron a un hotel. Entrañables, gordos, los mismos de siempre: pero apenas existe ya una verdadera relación entre nosotros. Scherner, desde su acaudalada perspectiva de farmacéutico de un pueblo grande, perfectamente optimista. Dijo: Esto es como un bosque en el que el monte bajo ya está apuntando por todas partes y pronto empezará a crecer, lo más tarde dentro de un año. El Stahlhelm, añadió, se dejó disolver tan sin resistencia porque tenía plena seguridad en su causa. Nos enseñó un llamamiento (una circular) del alcalde de Falkenstein en el que pronunciaba amenazas contra todos los judíos, amigos de judíos, calumniadores vinculados a las dos Iglesias, enemigos del Estado y del Partido. Eso suena realmente a desesperada debilidad.

Ayer me encontré en el banco a Gehrig, que fue destituido antes que yo y está luchando con medios legales –¡enfrentarse a este gobierno con medios legales!– por el dinero de su jubilación. Dijo: «No hay que hacerse ilusiones. El terror se mantendrá mucho tiempo, no viviremos el final; dinero siempre podrá agenciarse el gobierno». Mi flaco consuelo: Gehrig no ha sido nunca una lumbrera.

El 10 de septiembre estuvimos en casa de la señora Schaps, a cenar, y allí estaban también sus hijos, los Gerstle. La última vez, hará exactamente un año, Gerstle nos resultó muy poco simpático: un oportunista que también esperaba poder hacer negocios bajo este régimen, que tenía muy poca sensibilidad para con las víctimas, aunque Sebba… Ahora, muy diferente. Radicalmente en contra y radicalmente alemán. Los dos hemos coincidido en esta frase: «Es en nuestro bando donde está Alemania». En su calidad de oficial, estuvo hace poco en la jornada de su regimiento. Previamente le preguntó al comandante si debía ir de verdad. Respuesta: Si, absolutamente; la acogida dispensada por los camaradas, por la unidad y los oficiales activos de la Reichswehr, muy cordial. Pero los oficiales jóvenes de la Reichswehr son «un tipo distinto» a los de nuestra época. Se sienten con una responsabilidad y una función política, todos son «como una esfinge». La opinión de Gerstle muy insegura. La economía –en su fábrica de aditivos para el café tiene 300 obreros– completamente hundida, ambiente general de rabia y amargura, a veces se piensa que no pueden continuar así las cosas mucho más tiempo. Pero por otra parte: la represión, el poder del gobierno: ¿y dónde están los adversarios dispuestos a la acción? La Reichswehr completamente falta de transparencia: Blomberg[70] y Reichenau pasan por ser fieles a Hitler, Fritsch[71] no. Gusti Wieghardt había hablado de un pedido de la Reichswehr a un fabricante judío de gorras, también de judíos que habían sido admitidos en el ejército. Gerstle dijo que los viajantes de su empresa tenían que hacer frente a enormes dificultades. La respuesta más frecuente de los tesoreros: «Personalmente nos gustaría hacer el pedido: pero nos podría costar el puesto, no nos atrevemos».

¡Qué viejo soy! Pregunté por Breit, refiriéndome evidentemente al padre; Gerstle relacionó al punto la pregunta con el hijo, que ya está casado. El «viejo», a quien vi por última vez en casa de Blumenfeld, para él está prácticamente muerto: un hombre amargado, gravemente enfermo del corazón.

El domingo pasado, 8 de septiembre, vino a «charlar un ratito» la señorita Roth, la bibliotecaria, y se quedó a cenar. A ella, conservadora hija de pastor, se le saltan las lágrimas cuando habla de este régimen, emplea muy tranquila palabras asesinas. Dijo que Mutschmann estaba implicado en el siniestro proceso de Hohnstein[72] –asesinatos en campos de concentración–, y que se esperaba que eso fuese su ruina; al día siguiente fue nombrado miembro de la Academia de Derecho Alemán. La opinión de Roth, que es la de la gente con quien se trata: esto ya no dura mucho tiempo.

Gusti Wieghardt, con la que nos reunimos cada semana en visitas mutuas, emite el dictamen del Partido Comunista: de seis a doce meses. Pensar y sentir con el Partido es algo que le impone cada vez más limitaciones. Habla de su «fe en Marx, su fe en Lenin». Los dogmas de éstos tienen para ella validez absoluta. Tan pronto empieza a hablar de esas cosas, su estado viene siempre acompañado de un signo fonético: empieza a «rodar» la erre. Hace poco leía, estenografiado y traído clandestinamente de Dinamarca, un pequeño poéme en prose[73] de Brecht, del mismo estilo que los de Aloysius Bertrand[74]. Un preso escribe en la pared de la celda: «Viva Lenin». Unos pintores tienen orden de borrarlo, pero la frase «Viva Lenin» siempre vuelve a salir. Unas estrofas en prosa. Luego: «¡Derribad la pared!, ordenó el soldado». – Muy bonito, pero uno podría divertirse aplicando la poesía palabra por palabra a los nazis después del golpe de Múnich de 1923. El preso sólo tiene que escribir en la pared: «Heil Hitler».

Una tarde vino a casa la señorita Papesch: el mero hecho de venir ya es un signo de valentía. Su protestantismo la mantiene alejada del régimen; pero claro, es en extremo prudente. Le leí los capítulos sobre La Mettrie y D’Alembert.

[…]

Ayer, escena característica: detenida la circulación en la Prager Strasse. Enjambres de gente, coches. Un joven, pálido, rígido, con aspecto de loco, le vocifera continuamente a otro que yo no veía: «¡Quien compra al judío traiciona al pueblo!… He dicho que…», etc., etc., hasta el infinito. Todo el mundo está asombrado, consternado, nadie interviene, la policía brilla por su ausencia, el tráfico detenido, y el hombre sigue vociferando: «He dicho…, puedo decir: Quien compra al judío traiciona al pueblo, traiciona al pueblo…, he dicho…». Al rato, me marché.

Los Blumenfeld escriben una postal desde las Bermudas, en la que se lamentan de haberse mareado en el barco. Quise poner estos versos en mi carta de felicitación por el cumpleaños de ella –13 de agosto, el mismo día de su llegada allí–, pero luego preferí no hacerlo: «Da a Dios gracias cada día, / que te llevó sobre el mar / y libró de grandes males: / los pequeños no son graves; / vomitar desde la borda / de un barco libre en el mar / no es el mayor de los males. // Contento alza los cansados / ojos a la cruz del sur: / de las congojas judías / te sacó clemente el barco. / ¿Tienes nostalgia de Europa? / En los trópicos está: / puesto que Europa es idea» (12 de agosto).

Pulo y retoco mi Siglo XVIII como ningún otro libro. Ya he perdido toda cautela y no pienso en si resultará muy largo, si le gustará a la crítica, si… Ya no hay ningún obstáculo exterior que ponga trabas; el libro será sólo para mí. A veces me parece bueno y original, a veces puro trabajo de compilación. Durante las semanas pasadas tuve que abrirle todos los días la puerta a un obrero a las seis y media. Así me he acostumbrado a levantarme muy de mañana. Fuera del tiempo que me toma hacer la compra e ir a la biblioteca, estoy todo el día sentado ante el escritorio, salvo el mucho tiempo que me ocupo de los cajoncitos, del café y del té, etc. – Una vida de perfecto encierro entre las cuatro paredes. Más enclaustrado, con más sosiego que nunca. Si no fuesen a diario esas molestias y ese memento, no sería una vida desdichada.

17 de septiembre, martes

Mientras escribía ayer, el «Reichstag» ya había aceptado en Nuremberg las leyes sobre la sangre alemana y el honor alemán[75]: prisión mayor para matrimonio y comercio carnal extraconyugal entre judíos y «alemanes», prohibición de tener «chicas de servicio» «alemanas» de menos de cuarenta y cinco años, permiso de exhibir la «bandera judía», privación de los derechos cívicos. ¡Y con qué argumentos y qué amenazas! El asco le pone a uno enfermo. Al anochecer vino a vernos Gusti Wieghardt, para lamentarse, dijo: Schiwe sitzen[76]. Pero los judíos no le interesan. Dijo que Hitler había amenazado a Lituania, que Alemania, aliada con Inglaterra, vencerá a los rusos, aniquilará el comunismo.

29 de septiembre, domingo

Los économistes, terminados, los «literatos» en preparación. Despacio y con fatiga. A veces creo que será mi mejor libro, a veces: compilación y transcripción inútiles. Concentrarme tanto me agota muchísimo, a la larga; pero es el único antídoto contra lo desesperado de la situación. Tengo la impresión de que algo va a explotar, cuento con pogromos, guetos, confiscación del dinero y de la casa, con todo. O más bien: no cuento con nada. Espero apático e impotente.

OCTUBRE

5 de octubre, sábado

Dios en la historia: Gusti Wieghardt dice que Hitler ha acelerado por lo menos treinta años los movimientos, que trabaja por la victoria del comunismo. – Isakowitz dice que dentro de cincuenta años seguramente se comprenderá que Hitler tuvo que venir para que los judíos volvieran a ser un pueblo (¡Sión!).

En estas últimas semanas ha habido dos días en que hemos estado con los Isakowitz dos veces. Inesperadamente, Eva necesitó un pequeño arreglo suplementario; de esos dos días, los Isakowitz pasaron la primera velada en casa para el café, la segunda fuimos nosotros a la suya –desgraciadamente para una cena a la que hay que corresponder–, precisamente el día del Año Nuevo judío. Los Isakowitz han resultado ser más ortodoxos de lo que creíamos; él llegó del «templo» (yo no había oído esa palabra desde hacía treinta años), leyó con la cabeza cubierta un pasaje de la Torá, a mí también me plantificaron un sombrero, encendieron luces.

Lo pasé muy mal. ¿A quién pertenezco? Al «pueblo judío», decreta Hitler. Y yo veo como una comedia a ese pueblo judío reconocido por Isakowitz y no soy otra cosa que alemán o europeo alemán. – El abatimiento ha sido en esas dos veladas mayor que nunca. Isakowitz teme que en cualquier momento pueda quedarse sin pacientes de la seguridad social, perdiendo así sus posibilidades de existencia. Hace tiempo que reflexiona sobre si emigrar a Palestina. Hay un ario que quiere comprarle su consulta por 15.000 marcos. Se decide por fin a hacer esa venta –muy a su pesar, porque en Palestina parece que hay prácticamente un médico en cada casa– y en el último instante quedan prohibidas esas ventas de consultorios judíos. El porqué aún no lo sabe. Isakowitz se teme lo peor y sigue en la incertidumbre. – Su mujer había ido a Berlín a recoger información en el «Ayuntamiento judío de la Meinekestrasse», o sea, en el centro de asesoramiento de los sionistas, que ahora representan todos los intereses judeo-alemanes. Ola de pánico. Hervidero de gente, ventanas rotas en la última algarada y dejadas ostentativamente sin arreglar, urgente consejo de abandonar el país, desbandada general. –Durante el servicio religioso el rabino había hablado (¡el alegre día de Año Nuevo!) con honda pesadumbre y rezado una oración por los muertos, hubo muchas lágrimas.

El viernes de la semana pasada estuvieron también allí una joven dentista y una ayudante de laboratorio de la clínica Lahman, en el barrio del Weisser Hirsch. Esa ayudante, última empleada judía de aquel centro, habló del lujo insolente con que se acogía a los señores del nazismo (el ministro de Cultura, Rust, en los aposentos para invitados oficiales: «¡¿Y en este kitsch me van a meter?!», la señora Goebbels y su séquito…), y al mismo tiempo contó qué modestamente estaba alojado allí el duque de Cumberland y Brunswick, marido de la princesa Victoria Luisa.

Los leales y valientes, porque esto ahora es valentía: el 23 de septiembre vino la señorita Mey a tomar café. Ella y Lehmann, el secretario del rectorado al que yo he protegido siempre, son los únicos de todo el funcionariado de la TH que no están afiliados al Partido. Dicen que los más radicales son los de tesorería. Allí le pueden levantar a uno el brazo por la fuerza, si no se hace el saludo fascista.

El 2 de octubre, a tomar café: Ursula Winkler y Susi Hildebrandt, cuya madre enferma de cáncer ha muerto entretanto. Impresión de su padre, gran industrial: situación insostenible, máxima tensión entre los trabajadores; pero dice que nadie sabe lo que va a venir y qué pasa con la Reichswehr.

En la picota: la señora Fischer[77] escribe desde Giessen a Gusti Wieghardt (a quien fuimos a ver anteayer) que querría acompañar a su marido al congreso de filología que se celebrará en Dresde, que no puede en absoluto ir a casa de los Kaufmann, el trato con ellos, «tan buenos y tan queridos», le está vedado, aunque ella sigue siendo «la misma»; y le pregunta a Gusti si podría alojarse en su casa, para un hotel no tiene dinero. Este sucio producto híbrido de cordero y de cerdo, que antes ha mendigado como un parásito en casa de los Kaufmann, no sabe nada de que Gusti es no aria ni de sus ideas políticas. Gusti le ha dado una rotunda negativa. (Ese congreso de filología me llena de la más honda amargura.)

Los tibios: súbita y cordial visita de una hora de la señora Kühn. Me predica tranquilidad «del corazón», «sin amargura»… Que hoy todavía se puede ser nazi por idealismo, sin ser un criminal ni un débil mental. Le dije que ella no sabía hasta qué punto era horrible lo que estaba sucediendo. Completé lo de Lessing –quien no pierde el juicio ante ciertas cosas no tiene juicio– con esto: quien hoy conserva la tranquilidad del corazón no tiene corazón. Se marchó consternada, es realmente una buena persona.

La tarde en que tuvimos que recibir en casa a los tibios Kaufmann, transcurrió menos mal de lo que me temía, a) porque la presión de los acontecimientos acaba por endurecer un poco incluso a las lapas, b) porque la joven señora Rosenberg tuvo un agradable efecto suavizante. Kaufmann habló de la actitud de rechazo de los judíos franceses frente a los inmigrantes judíos alemanes. Dijo que para ellos nosotros éramos los temidos «judíos orientales». Habló de un caso horrible en Túnez, donde un médico judío de Alemania, que tenía permiso del gobierno para ejercer, tuvo que marcharse porque sus colegas judíos le hicieron la vida imposible.

Entretanto también han despedido a Janentzky. Hace mucho tiempo que no trato con él porque, en lo humano, me parece superficial y sin carácter, y ahora siento una cierta maliciosa alegría. Pero la cosa en sí es desoladora. Toda nuestra sección de humanidades, deshecha. Me gustaría saber cómo piensa la Rüdiger sobre este caso. Por lo visto se ha ido rebosando entusiasmo en peregrinación a Nuremberg, a la asamblea del Partido y ha regresado con más entusiasmo aún.

Entretanto, la situación se agrava cada vez más. Escasez de alimentos. – Memel[78]. – Comienzo de la guerra con Abisinia[79]. Si Inglaterra se apoya en Alemania, si el gobierno recibe un préstamo de los ingleses, la ignominia no tendrá fin. De momento parece que las negociaciones sobre el préstamo han fracasado. «Parece». Todo el tiempo se tantea en la oscuridad, es mil veces peor que en la guerra. – Pasado mañana, con bombo y platillo, se celebra en el Bückeberg la unidad y el triunfo de Alemania. Fiesta de acción de gracias con 10.000 trenes especiales. En Nuremberg, Hitler ha calificado las leyes antijudías de «seculares». (Neologismo, incultura y megalomanía. Tema de la lengua del Tercer Reich. Cf. garante.)

Una vez, para descansar, al cine, bonita película de Kiepura en un papel de Sosias: representa a la vez a un célebre tenor y a un modesto comerciante de ultramarinos. Inocente comedia, excelente en todos los papeles: Las quiero a todas[80]. Pero antes un poco de la asamblea del Partido, en Nuremberg, y lectura de las leyes antijudías, por lo menos de la prohibición de casarse.

[…]

Mi libro me consume y me mantiene con vida y en equilibrio. Una maravilla, la máquina de escribir. Marmontel[81] y Raynal[82], terminados.

Los ojos, mal, el corazón, mal. También Eva se ha quejado de molestias en los ojos (¡el techo abombado!). Estuve con ella en la consulta de Best (porque me resulta violento que Pflugk no nos cobre); hizo un examen muy a fondo, dos veces, ya que el síntoma es peligroso, y no encontró nada.

Llevamos ya más de dos meses con operarios en la casa. El pintor quiere acabar hoy.

Mi situación económica está aún sin resolver. Berlín no dice nada, y la oficina de pensiones paga «hasta nueva orden» 480 marcos. ¿Cuánto tiempo bastarán las reservas?

Tras una pausa de meses me he suscrito otra vez a un periódico (Dresdner NN). Cada vez que lo leo me sube la náusea; pero la tensión es ahora demasiado grande, hay que saber al menos qué embustes cuentan.

19 de octubre, sábado

«Los adversarios»[83], terminado; queda la Enciclopedia y Diderot.

El corazón cada vez peor, temo y odio ese trayecto cuesta arriba por el parque.

La situación, sin cambios.

Esta semana se ha celebrado aquí el congreso de filología moderna. Uno habló sobre la religión de los germanos, otro sobre la enseñanza de los idiomas modernos en conformidad con el nacionalsocialismo, no para el «espíritu» ni la «cultura», sino para «el hombre alemán». E. von Jan[84], sobre los «símbolos nacionales» de Francia. – Ni uno solo de los colegas de filología románica ha venido a verme; soy como un apestado. – También estuvo aquí Fischer, ahora en Giessen, già[85] en Dresde. Con cónyuge. Ella le había escrito a Gusti Wieghardt una carta mendigando poder alojarse en su casa, porque no le estaba permitido ir a casa de la tan «querida, buena y leal» señora Kaufmann (¡su bienhechora e íntima amiga!). Gusti Wieghardt se negó en redondo. La señora Kaufmann me llamó hace dos días –su necedad es más repugnante aún que su capacidad de pegarse a uno– para preguntarme si sabía que estaban aquí los Fischer, que seguro que vendrían también a verme a mí, pero que tenían «tantos compromisos». Yo le dije a Else Kaufmann lo que sabía. Me contestó que ella también estaba enterada, que su marido decía que había que perdonarlos porque para Fischer se trataba de su carrera, que por lo demás los Fischer a ellos los querían bien. Espero haberle dicho esta vez a Else Kaufmann cuatro verdades tan claras que de ahora en adelante nos deje en paz.

He visto a Gehrig. Totalmente convencido de que los nazis seguirán largo tiempo en el poder. Contó que de momento han anulado el retiro de Janentzky; pero que en 1936 disolverán enteramente la sección de humanidades; los catedráticos serán jubilados o trasladados. Así que punto final. – Me han enviado un catálogo de anticuariado de Bonn. En él ofrecen la biblioteca del difunto profesor Heiss, con casi todas mis obras.

Georg me escribió –carta adjunta– que abandona el país. Dice que eso le cuesta tres cuartas partes del capital que tiene ahorrado, pero que después de Nuremberg no quiere vivir «bajo la guillotina». Me pregunta qué pienso hacer yo. –Pero él está en mejor situación. ¿Cómo voy a poder «practicar» yo en Estados Unidos? Esa ha sido la carta de cumpleaños de Georg.

[…]

El 8 tuvimos a cenar aquí a los Wieghardt y a los Isakowitz. El intenta ahora abrirse camino en Inglaterra. Su mujer está allí recogiendo información. Nosotros estamos irremisiblemente prisioneros.

El 10 de octubre fue detenido el obispo de Meissen[86]. Por «tráfico de divisas». En el fondo, yo tenía puesta ahí la esperanza. Pero a este gobierno no se le pone nada por delante.

Hay que considerar un nuevo punto en la lengua del Tercer Reich: las evaluaciones en los centros de enseñanza, en las que hay que decir algo sobre la capacidad del alumno para integrarse en la comunidad del pueblo. Por lo visto, un maestro ha escrito sobre un niño judío de siete años –cuenta Gusti– que «presenta todos los atributos de su raza». En cambio, en el Instituto Benno, un profesor católico ha dicho de un pequeño judío que «está especialmente capacitado para la comunidad». Le he pedido material a Johannes Köhler.

Annemarie Köhler cuenta desesperada que los hospitales están a rebosar de niñas de quince años, no sólo embarazadas sino enfermas de gonorrea. La BDM[87]. Dice que su hermano está tratando de impedir por todos los medios que su hija entre en él.

La superstición: los tribunales especiales condenan ahora con frecuencia a «investigadores serios de la Biblia»[88]. Suelen ser gente sencilla y mujeres viejas (se guían por el Antiguo Testamento y son pacifistas). Le he preguntado al carpintero, Lange, cuya madre es una de ellas, qué investigación es ésa. Dio como ejemplo que la Biblia dice que el Juicio Final está próximo «cuando los coches corran sin caballos». Y que eso se aplica a los automóviles y al momento actual. – Hay gente que cree cosas así, y por esa creencia en Alemania condenan hasta a un año de prisión.

[…]

26 de octubre, sábado

A Eva le ha salido de la noche a la mañana un absceso en una muela, y hoy van a sajárselo. Deplorable intermezzo. – En cuanto a mí, el corazón con los síntomas de siempre.

Lengua del Tercer Reich. Will Vesper[89] director regional de la Cámara de Escritores del Reich, escribe en el Dresdner NN el 26 de octubre, en relación con la «semana del libro»: «Mi lucha es el libro sagrado del nacionalsocialismo y de la nueva Alemania». Hay que «vivirlo», todos han de tenerlo en su poder, el compatriota de condición modesta debe poderlo comprar más barato.

Annemarie habló hace poco de las nuevas modalidades de la locura religiosa. Ingresan en Heidenau a una enferma; se preguntan si no será más bien un caso para el manicomio. «Yo bajé a verla. Estaba sentada, con los ojos en éxtasis y decía exaltada: “Yo sé a quién pertenezco; pertenezco a Adolf Hitler”. Tras lo cual le di al conductor de la ambulancia esta orden: ¡Llévesela enseguida a Sonnenstein[90]

Karl Wieghardt vino a vernos ayer con su madre. Visita de despedida. Estudiará en Gotinga. En realidad quería estudiar en Berlín. Pero allí sólo pueden matricularse estudiantes del NSDAP cuyo carnet de afiliado tenga un número por debajo del millón.

Me ha impresionado muchísimo ver hoy en la Löbtauer Strasse, por primera vez desde la guerra, dos «colas de la mantequilla». Pueden ser como dos serpientes que ahoguen a Hitler-Laocoonte[91].

31 de octubre, jueves

La Enciclopedia completamente terminada y mecanografiada. Ahora, por lo menos un mes de lectura para Diderot. Rosenkranz, empezado[92]. Si la máquina no fuera para mí hasta cierto punto el sustituto de la imprenta, si no me significara una completa separación y objetivación, dándome además la esperanza de que ese texto completamente terminado y legible también puede ser publicado sin mí y después de mí, creo que no soportaría esta situación, en cualquier caso no podría concentrarme para escribir. En mi opinión sobre el valor y la originalidad de mi trabajo, oscilo todos los días varias veces entre la plena aceptación y el pleno rechazo.

Los trastornos cardíacos al andar se vuelven más fuertes. No pasa un día sin que tenga la muerte ante la vista.

El domingo por la tarde vinieron a casa los tres Isakowitz. Ella ha estado una semana en Londres; existe la posibilidad para el marido de que le permitan ejercer sin haber estudiado en Inglaterra. Cuenta que los rabinos predican desde el púlpito el boicot de los artículos de consumo alemanes; a las mujeres les dicen: es natural que vuestros maridos no compren máquinas alemanas para sus fábricas; pero ¡tampoco vosotras compréis Odol[93] alemán ni nada similar para la higiene personal o para la casa! La dueña de la pensión, cristiana, le dijo sobre Hitler: And there is nobody who kills this big swine?[94] Dice también que allí comentan que es un gobierno de dementes, en completa bancarrota: que no puede durar mucho tiempo más. Por 1 libra dan 20 marcos: el curso oficial es de 14 marcos.

Pero el martes estuvimos en la estación veinte minutos con Marta, que iba de paso para Praga. El ambiente entre los judíos de Berlín parece que es de completo abatimiento: «No viviremos el final de esta tiranía, el pueblo está entusiasmado con el Führer». – Al mismo tiempo, los rumores más absurdos: el hijo menor de Marta salió disparado para Praga porque todo el mundo decía que a los pocos días iban a cerrar las fronteras, que iba a haber una guerra. Contra quién, eso no se sabía, pero guerra, desde luego. (¡Y así vive un pueblo europeo en 1935!) Y también, que era seguro que Hitler tiene cáncer de laringe[95]>, que habla muy bajito y que esa voz atronadora la producen los amplificadores.

Ayer, velada –nos sentó muy mal a los dos– en casa de los Köhler «decentes». Allí, como un reflejo de la opinión pública, absoluta inseguridad: el gobierno puede derrumbarse de la noche a la mañana, o puede seguir durando años. Pero tendencia al pesimismo.

Ayer, escena en una pequeña confitería Tell, en la Wettinerstrasse. A la vendedora, ya mayor, sólo hay que mirarla para ver que es tonta perdida. Delante de ella un señor macizo, gordo, en la cincuentena, de buena presencia, fuertísimo acento prusiano-oriental, voz pausada, modulada, insignia del Partido en la solapa. «Esto me parece muy caro, en Cosa es mucho más barato». – «Pero nosotros tenemos muchos más obreros, a quienes van a parar esos pocos pfennigs». –«Eso a mí no me interesa, el dinero es muy escaso, yo tengo que comprar barato». – «¿Y usted quiere ser nacionalsocialista? ¿Y ofende al Führer de esa manera?» – «¡Ah! ¿De modo que estoy obligado a comprar donde sea más caro? ¿Y es Cosa una tienda prohibida?» – «Yo no he dicho eso pero usted está ofendiendo al Führer». – «No, no es exactamente lo que usted dice…» Los dos me miraron como si esperasen que interviniera y les diera la razón, el señor de la cruz gamada hablaba con voz muy suave y tranquila, la mujer soltaba siempre, excitada, esa frase huera que le habían metido en la cabeza. El señor añadió: «Yo creo que tanto Cosa como usted lo que quieren es hacer negocio…». Pero miembro del Partido sí era, evidentemente.

Recorte, guardado aquí mucho tiempo, del Dresdner NN del 29 de septiembre: «Consigna para el llamamiento al servicio del día 20 de septiembre»: «La sangre determina tus obras y tu carácter (sic) / porque en la sangre reside el alma. / Cuando el judío te haya envenenado la sangre y el alma / habrás muerto para tu pueblo y para tu patria».

Durante unas semanas había remitido la campaña contra los judíos. Ahora, el Stürmer le sirve otra vez al público asesinatos rituales[96].

[…]

NOVIEMBRE

9 de noviembre, sábado

Hitler dijo refiriéndose a los que cayeron delante de la Feldherrnhalle[97]: «Mis apóstoles». Hoy, en las ceremonias fúnebres y actos triunfales: «Habéis resucitado en el Tercer Reich». –Y también: Los edificios de la «capital del Movimiento»[98] son sólo un comienzo. Estamos construyendo «una sala para 60.000 (¡mil!) personas» y «la mayor ópera del globo terrestre». Y eso en un Estado en quiebra. – Locura religiosa y locura publicitaria. – Y siempre y en todo, la mentira. Hitler da las gracias al Stahlhelm, que acaba de disolverse, Seldte[99] da las gracias a Hitler.

El comerciante de la mantequilla, sin duda un hombre del pueblo, me dijo hace poco: «El pueblo no debe saber lo mal que estamos». ¿Quién es «el pueblo»? Ese pequeño comerciante y pequeño-burgués con estudios de primaria, casi un vendedor ambulante, pertenece desde luego al «pueblo».

El 2 de noviembre estuvimos por la tarde en casa de los Wengler. Me impactó otra vez muchísimo ver cómo encendían el aparato de radio y daban un salto de Londres a Roma, de Roma a Moscú, etc. Los conceptos de tiempo y lugar han quedado anulados. Uno se convierte en místico. Para mí, la radio destruye toda forma de religión y crea al mismo tiempo religión. La crea doblemente: a) en tanto que se da tal milagro, b) en tanto que la mente humana lo encuentra, lo explica, lo utiliza. Pero esa misma mente humana es la que tolera el gobierno de Hitler.

11 de noviembre

Marta, de regreso de Praga, estuvo con nosotros desde ayer a las 17:35 hasta hoy a las 12:45. Visita muy fatigosa y llena de complicaciones, aunque sólo sea por las medidas que hay que tomar con los gatos, que le dan miedo. Nickelchen, que sigue enfermo, ha dormido en la sala de música, Muschel, muy razonable, en nuestra cama, Marta en mi habitación.

Marta ha estado más pacífica que otras veces, le ha gustado la casa. Da la impresión de estar muy enferma: anda dificultosamente, con las piernas hinchadas y deformes, le cuesta trabajo hablar, tiene la dentadura en muy mal estado, parece muy nerviosa y frágil. Sólo sesenta y un años: el mal de Basedow[100] – nuestro corazón.

Nos ha contado muy confidencialmente que el menor de sus hijos, Willy, veintitrés años, que acaba de huir a Praga, tiene posibilidades de obtener un puesto en Moscú, por lo visto pertenece al Partido Comunista. Dice que su marido y Lotte Sussmann simpatizan con Hitler, y ha hablado de los judíos de Naumann[101], que pese a tanto puntapié siempre suplican, literalmente, ser admitidos en el NSDAP. Un hermanastro y la madrastra de Heinz Machol[102] son de ésos. – No cabe duda de que el NSDAP es aún más un partido para enfermos mentales que para bandidos […]

Estudio sobre Diderot. Quiero poner de relieve al impresionista, al precursor de los siglos XIX y XX, de la psicología experimental, etc. Me cuesta muchísima lectura, quizá otra vez más tiempo del previsto, pero será un Diderot propio.

[…]

Hace algún tiempo le solté a Gusti Wieghardt una pequeña charla sobre la diferencia entre las novelas de pacotilla y las novelas verdes. Se podría distinguir: novela kitsch (estilo) – novela de pacotilla (contenido psíquico) – novela verde (contenido érotico). Hay novelas de pacotilla que no son verdes. De momento no tengo claro si hay también novelas verdes que no son de pacotilla. A investigar esta cuestión en Crébillon fils[103].

19 de noviembre, martes

Dependemos de nuestros gatos hasta un extremo ya tragicómico. Siempre que Nickelchen está enfermo, Eva se vuelve literalmente depresiva. El veterinario ha podido ayudar algún tiempo; ahora, el animalito y Eva están mal otra vez. A veces opino que lo mejor para todas las partes sería cortar por lo sano y echar mano del veneno, a veces me digo que no tengo corazón y me compadezco del animalito y de nosotros. La terrible suciedad de la casa, la constante pérdida de tiempo eliminando los excrementos son penosas molestias que vienen a sumarse a la calamidad principal. Entretanto, ha aparecido por el jardín un gatito abandonado que Eva lleva días alimentando y dándole cobijo en el cobertizo. Si no encontramos dueño para «Bartholo-Mäus»[104] (y no lo encontraremos), irá a peor esta pesadilla de los gatos.

Hace unos días se promulgó una «ley» según la cual los ex combatientes judíos serán retirados con sueldo completo. Si lo aplican a mi caso, sería el final de mi penuria económica.

DICIEMBRE

2 de diciembre

Esta espera es una prueba de nervios. En realidad todo habla a favor de que me den el sueldo completo, incluso de que me paguen ios retrasos desde agosto. Porque hasta ahora siempre he recibido los 480 marcos «a cuenta» y «hasta nueva orden», y soy ex combatiente y me han destituido por judío. También me han dicho que para el 1 de abril de 1936 van a suprimir todo el departamento de humanidades y que los catedráticos en parte serán trasladados, en parte pasarán a eméritos. Yo soy uno de ellos. Pero ¿quién puede responder de cómo interpreta y cumple sus «leyes» este gobierno depravado y arbitrario? Pueden decir que fui destituido no por no ario sino por superfluo (§ 6) ya el 1 de mayo y que la ley sólo vale para quienes tienen que irse a partir del 1 de enero de 1936. Y tampoco necesitan decir nada, pues no deben explicaciones a nadie.

Hoy me ha venido esta idea: la desproporción entre poder e impotencia humana, entre sabiduría humana y estupidez humana nunca ha sido tan enorme como ahora. Radio, avión… y el Führer y canciller del Reich, las leyes racistas, el Stürmer, etc. Y también la impotencia para ayudar a nuestro negro gatito Nickelchen, que se muere mansamente, una cosita delgada e inerte.

Dos graves depresiones que ya duran varias semanas, además de mis trastornos cardíacos siempre presentes: a) el capítulo sobre Diderot me está resultando, imprevisiblemente, atrozmente difícil. En el primer apartado (Paradoja y Hardouin)[105] he hecho cambios continuos, ahora que lo estoy pasando a máquina sigo retocando y aún no me satisface. No consigo poner en claro esa comparación entre Petrarca y Goncourt[106], que me parecía y me sigue pareciendo tan importante. Me gustaría terminar el volumen para Navidad, b) El absurdo tormento, en todos los sentidos, la actividad contranatura que es conducir un coche.

31 de diciembre, martes tarde, día de San Silvestre

El 29 de diciembre, a las siete de la tarde, terminé el primer volumen de mi Siglo XVIII: Du cóté de Voltaire o De Voltaire a Diderot. He estado escribiéndolo desde el 11 de agosto de 1934, y haciendo trabajos preparatorios desde la primavera de 1933. Durante las semanas pasadas he empleado con tal energía en este libro todas las horas posibles que he abandonado todo lo demás. Ha sido un estado de obsesión y agotamiento; incluso cuando me veía obligado a ocuparme de otra cosa, seguía la obsesión. Mecanografiar y retocar durará hasta marzo. Pero el libro está terminado y creo, además, que es bueno. Claro que… ¿quién va a imprimirlo? Serán unas 500 páginas impresas.

Incluyo aquí, como segundo punto importante, la muerte de nuestro Nickelchen, que me afectó realmente, como la muerte de una persona muy querida, y me trajo a la conciencia todos los amargos interrogantes «al respecto» que aún me siguen persiguiendo. El animalito, cariñoso conmigo y con todos, sentía por Eva un amor apasionado y enternecedor. Los últimos diez, doce días, vivió aletargado o completamente inconsciente; cuando Eva lo cogía y lo ponía sobre la mesa, delante de ella, volvía un poco en sí y se apretaba contra ella. Las últimas semanas se ensuciaba mucho, el cuarto de música, donde lo teníamos, tenía un olor y un aspecto horribles. Pero siempre pensábamos que el gatito se recuperaría. El 9 de diciembre se lo llevamos al doctor Gross; ya estaba totalmente inmóvil en su cajón. El doctor lo examinó una vez más y le inyectó después ácido prúsico. – ¿Sentimental? Pero ¿dónde está la diferencia con la muerte de un hombre? – Nickelchen se pegó a nosotros, siendo un diminuto bebé, el 31 de julio de 1932 (diario, 7 de agosto de 1932).

Muy amargo fue el ajuste de mis «percepciones de jubilado». Ese parágrafo para la galería, sobre el retiro a sueldo completo de los ex combatientes judíos, no lo aplicaron; eso lo han hecho de cara al extranjero –es mentira, como todas y cada una de las cosas de este gobierno–, ni tampoco se me trató como emérito sino que se aplicó el § 6, sobre los puestos superfluos. Calcularon el 61% y, por los seis meses con 480 marcos «provisionales», me pagaron una diferencia de 59 marcos. O sea, tengo que arreglármelas con unos 490 marcos. Otros viven con menos dinero, y ya será posible, pero es muy amargo, toda vez que durante unas semanas hemos abrigado la esperanza del sueldo completo.

Esa falsa esperanza tuvo una consecuencia muy real. Habíamos hablado muchas veces de aprender a conducir, de las dificultades de Eva para andar, de la escasez de dinero que nos obliga a ahorrar en taxis y que no nos permite ni pensar en hacer viajes, de los coches que hay por todas partes, las gentes modestas de estas calles nuevas tienen casi todas su garaje, aunque son desde luego gente de negocios…: en resumen, que me apunté a un curso de conducción con Strobach, le pagué 60 marcos por doce horas de clase y, después de dos clases teóricas, empecé a conducir el 22 de noviembre. Al principio la cosa funcionó desesperadamente mal, volvía a casa hecho polvo y empapado en sudor, luego, mucho mejor; el colmo del orgullo: recorrer toda la ciudad (¡sin ningún miedo!) casi hasta Pillnitz, y volver otra vez (Luthe, el taxista, mecánico de cuarenta años, un hombre sencillo: «¡Va a acabar usted siendo un pequeño piloto de carreras, Herr Professor!»), y dar una vuelta (de pocos minutos) en el coche con Eva por aquí arriba, al final otra vez desesperado («No sé, Herr Professor, acelera usted cuando no debe, se lanza contra cualquier obstáculo, no sabe llevar el volante»… etc., etc.). Esta recaída se debe a) a Luthe, que me ha obligado a conducir por todo el dédalo de la ciudad vieja, curva tras curva, cosa que me fatigó muchísimo, b) la depresión por el asunto del dinero. – El curso terminó antes de Navidad, sin que pudiera hacer el examen. Entonces me planté. Yo había oído decir a la gente más diversa que el examen no era tan difícil, que al principio nadie conduce muy seguro por el centro, que después de tener el carnet hay que seguir practicando mucho tiempo uno solo: a la gente más diversa, o sea, a los Isakowitz, al carpintero Lange, a Fuhrmann, el proveedor de escoria, a Fischer, al comerciante Vogel… Noto también, examinándome a mí mismo, que ya no siento ese miedo de antes. Así que he ido uno de estos días a Strobach (la tienda de coches de la Sidonienstrasse; el gran taller del que salimos está en la Polierstrasse) y me he apuntado a un segundo curso, esta vez por 40 marcos. Empezará a más tardar el próximo lunes, y después de ese segundo curso quiero hacer –¡tengo que hacer!– el examen. Y si me dan el carnet, tomaré dinero del seguro de vida y compraré por unos cientos de marcos un coche usado y lo tendré en el jardín, sin garaje, debajo de un toldo. El coche nos hará volver un poco a la vida y al mundo. Tengo unos ingresos de 490 marcos; me hago la idea de que son 400, y 90 marcos serán los gastos de coche al mes. La póliza no tiene por qué angustiarme. Este año, de todos modos, tengo que tomar en préstamo la contribución anual, se trata sólo de tomar prestado unos cientos de marcos más. ¿De qué sirve en estos tiempos pensar en el año que viene? Puede que entonces me hayan asesinado, que esté de nuevo en la cátedra, que haya perdido todo el seguro por la inflación como la otra vez, que…: quiero obrar a la ligera, lo quiero de una manera muy consciente. Si muero, Eva tendrá una pequeña pensión y también recibiría varios miles de marcos del seguro. ¿La hipoteca de 12.000 marcos? La casa ha aumentado de valor entretanto, por la ampliación. Si los Wengler quieren cancelarla a los ocho años, será posible conseguir otra hipoteca. ¿La deuda de 6.000 con Georg o sus herederos? Hay tiempo hasta que venza la póliza y eso no acarreará un embargo. Quiero obrar a la ligera, lo más posible; creo que así obro de acuerdo con Eva. Hay como una voz interior en mí que me empuja hacia delante.

La pensión, el coche, Nickelchen: éstas han sido las grandes cosas de estos dos últimos meses sin diario. Entre medias ha habido muchas cosas más pequeñas o cotidianas: personas, lecturas, cine, Onkel; esto lo anotaré mañana en un apéndice.

Hoy sólo el resumen de lo más relevante de este año de 1935.

Destituido el 1 de mayo de 1935. Esperanzas en el extranjero, frustradas. Ampliación de la casa. – Siglo XVIII, volumen 1, terminado (no he escrito otra cosa en todo el año). Clase de conducir. – Muerte del gatito. – Los Blumenfeld, a Lima. Trabajo de corrección de su Psicología de la pubertad. (Hoy, gran susto ante la noticia de que la revisión enviada el 19 de diciembre no ha llegado. Reclamación inmediata en correos.)

Sigue el Tercer Reich y ha disminuido mucho la esperanza de vivir el Cuarto. – En conjunto, poca esperanza de vivir algo más: constantes molestias cardíacas; la subida diaria por el parque, mi diario memento. He renunciado a esforzarme por fumar menos y a tomar otras précautions: también en esto quiero obrar a la ligera. Menos apego a la duración de la vida. Frecuente sensación de que de todos modos se acerca el final. Ha sido nuestro año más sedentario, el viaje más largo nos ha llevado a Heidenau. – Lo más importante, en el fondo: ¡he aprendido a escribir a máquina!

Apéndice al año 1935, anotado el 1 de enero de 1936

Personas: ruptura definitiva con los Kaufmann, que ahora se van de Dresde y emigran a Palestina. Su repugnante transigencia y ese lamer-el-culo-a-todo-el-mundo, y alardear de cultura y de tolerancia, su tacañería y falta de tacto. La gota que hizo rebosar el vaso fueron los Fischer y el congreso de filología moderna. A la señora Fischer, que ha recibido cantidad de favores de los Kaufmann, «no le permitían» vivir en casa de judíos, pero vino a Dresde y fue a ver a los Kaufmann. Fischer, ese marido tan poco hombre, consideró inadecuado, como el resto de los congresistas, ocuparse de mí siquiera con una llamada telefónica. (Me persigue el verso et il ventait devant ma porte[107]. Rauhut[108], Von Jan, etc. Del otro lado el senador Thiele[109]). La señora Kaufmann consideró necesario informarme por teléfono de que Fischer estaba aquí, parecía querernos invitar a su casa junto con ellos. Yo reaccioné muy bruscamente, y ése fue el final de una amistad (deteriorada desde hacía mucho tiempo) de casi quince años.

Los Blumenfeld emigraron a Lima. La señora Kühn, la última vez que estuvo aquí, me predicó resignación y, en lo que respecta al nacionalsocialismo, su resignación también era excesiva. De modo que también hemos terminado. – Spamer vino un día en noviembre y me pareció de una candidez extraordinaria. Cierra los ojos ante el horror, y es de los que sacan tajada. Gran investigador del folklore, director de no sé qué oficina del Reich, editor, delegado en el congreso de Edimburgo, propuesto para la cátedra de Berlín. Lleva su pelo gris peinado en hermosos bucles que le cuelgan por los hombros. El Cristo de Oberammergau[110]. El Stürmer es uno de tantos «periodicuchos sensacionalistas» como ha habido siempre, y Gertrud von Rüdiger, una exaltada a la que no hay que tomar en serio. (¡Ha tenido la suerte de fotografiar en la Alta Baviera al perro de Hitler!) Por otro lado: a Spamer no le parece imposible que Stepun sea un soplón de la policía, como afirma Lehmann, el maestro pintor. Le han asegurado que conservará la cátedra, mientras que suprimirán todo el resto del departamento de humanidades de la TH. Y afirma que Janentzky es un cobarde que sólo se interesa por su sueldo. Él, Spamer, se iría encantado, el Instituto Bibliográfico le ofrece un puesto de 500 marcos mensuales: así le quedaría tiempo para su trabajo de investigación. No me fío ya mucho del honrado y apacible Spamer, está haciendo el papel de niño ingenuo, un papel que sabe hacer muy bien y que le deja abiertas todas las puertas.

Los Wengler nos siguen siendo fieles, también Anna Mey, la secretaria, Irene Papesch, la lectora, Susi Hildebrandt y la hija del jefe de tesorería, Ursula Winkler.

El 10 de diciembre estuvimos en casa de la señora Schaps. Cariñosa como siempre, y sus hijos, los Gerstle, nos causaron mejor impresión que antes.

Gente nueva con la que hemos intimado este año: la familia Isakowitz. Hemos hecho realmente una gran amistad con el padre, la madre y la hija. Probablemente se establecerán en Inglaterra, y esto sería una verdadera pérdida para nosotros.

El 1 y el 3 de diciembre, Berthold Meyerhof –en Dresde por cuestiones de negocios– estuvo invitado en casa, y fue la vieja y hermosa amistad de siempre.

Han regresado Gusti Wieghardt, de Checoslovaquia, y Karl Wieghardt, de Gotinga, donde ha estudiado un semestre. En Navidad estuvieron en casa, ayer –¡mucho alcohol!-nosotros en la suya. Sally Bleistift, de Mary McMillan, cree en Lenin. (Realmente y de manera obsesiva.)

¡Poder creer! Hatzfeld me ha enviado un impreso con esta anotación a lápiz: «Exprofesseur! 75%». No sé si 75% ario o no ario; el efecto es el mismo. Cuando le escribí una carta afectuosa y extensa, respondió que yo estaba amargado en exceso, que los gatos eran una «mala inhibición», que «sólo la fe en el Dios personal» podía ayudar, que yo era «demasiado producto de la Ilustración». Repliqué en una tarjeta de Año Nuevo: sobre las inhibiciones se puede hablar muchísimo pero es imposible discutir sobre ellas.

Walter Jelski escribió una carta sensata y satisfecha desde Jerusalén, donde es agente de seguros.

Una tarde estuvo aquí el ingeniero y periodista técnico Lion, pariente político y amigo de Berthold Meyerhof. Emigra a Estados Unidos: que si le podía dar recomendaciones para mis sobrinos. No he podido, pero le hemos acogido amistosamente. Un hombre muy simpático de cuarenta años. Firmemente convencido de que el Tercer Reich tendrá una duración «de dos cifras». Gusti Wieghardt en cambio, por lo general bien orientada a través del Partido y del extranjero, da por seguro que todo se vendrá abajo en los próximos meses. Pero que no vendrá después nada bueno (o sea, nada comunista).

Michel Scholze, el marido de Agnes[111], agricultor de Piskowitz, vino como todas las Navidades, nos vendió un ganso, nos regaló un salchichón y se llevó regalos para Agnes. El año pasado hablaba todavía de que estaba relativamente contento. Ahora habla de rabia y amargura general, de índole en parte económica, en parte religiosa. Los sorabos de la zona de Kamenz son católicos a machamartillo. «No permitiremos que nos quiten a Dios. ¡Antes morir!» ¡Lenguaje del siglo XX! Pero no acabo de creer que estalle de verdad una cruzada.

Scholze se llevó en un cajoncito a Onkel y escribió estos días pasados en su dificultoso alemán: «El estado de Onkel es bueno». Onkel es un gato, fuerte e impetuoso, no castrado. Hace un año pasó casualmente por aquí, de visita. Hace dos meses vimos que estaba permanentemente en nuestra parcela, receloso y confiado a la vez. Parecía abandonado y sin patria. Llegó el frío, seguro que ya había pocos ratones. Pasaba todas las noches sobre el felpudo que hay delante de la entrada del recibidor. Le dábamos de comer, tomó más confianza, ahuyentaba belicosamente al Peter de los Schmidt, vivía en pie de guerra con Muschel, huyendo de pronto a escape o dando bufidos asustaba a los que llegaban sin idea de nada. Aumentó el frío, Eva le puso fuera un cajón de paja. Lo alimentábamos, pero se volvía más flaco y más sucio, también tenía frío, a nosotros nos daba mucha lástima, no tenía a nadie aparte de nosotros. Ahora, en Piskowitz, está en buenas manos.

El nombre del gato, Onkel, procede de Heidenau. Vemos poco a Annemarie, pero ella pertenece al núcleo de los más fieles (y cuenta desesperada con nosotros los días de la tiranía). Nos regala por todos los cumpleaños y días de fiesta libros modernos de gran valor, elegidos con el mayor gusto. (Le he perdido por completo el gusto a esos libros. Más me gustarían diccionarios, obras de consulta de todo tipo, pero esas cosas, no. La señora Schaps me ha regalado de la biblioteca de su difunto hermano un Rousseau completo y además los trabajos de Eugen Hirschberg sobre D’Alembert y sobre la «querella de la ópera»[112] en el siglo XVIII. Curiosa coincidencia: he fijado la atención en esas cosas por mi trabajo de los últimos meses; no he podido encontrar la monografía sobre la ópera. El autor, creo, era un pariente lejano, un acaudalado banquero que en la vejez descubrió su amor por la filología románica y se doctoró en Leipzig. El Discours préliminaire[113] lo encontré en la Landesbibliothek; la ópera me servirá para Rousseau.)

Entre los más fieles no puedo olvidar, naturalmente, a los cuatro Köhler «decentes». En estas últimas semanas hemos estado en su casa y ellos en la nuestra.

[…]

Tras un suave comienzo de invierno y pocos días de temperaturas bajo cero, hace ahora tiempo de primavera. En marzo no podría ser diferente.

Tengo aún tres deseos como autor: el volumen II del Siglo XVIII, la Lengua del Tercer Reich (o de las tres revoluciones) y Mi vida. ¿Qué se cumplirá de todo eso? El corazón y los ojos me fallan. Pero quiero trabajar, mi dosis diaria, comme si de rien n’était[114]. Y no quiero preguntar por el sentido de todo ni por las perspectivas de éxito.

Ayer y anteayer tuve que liquidar un montón de correspondencia que tenía pendiente, ayer y hoy, el diario.

Primer trabajo de año nuevo: el apéndice a Cacouac[115]. Me ha costado semanas y un montón de gestiones conseguir que me enviaran de Bonn y Gotinga los dos ejemplares que hay en Alemania.

[…]