Capítulo XXIII
Operación sellado

La detonación provenía de la puerta noreste. Sofía y Xose, sin apenas descanso, corrieron hacia allí. Ana y Laura disparaban a un pequeño grupo de zombis que se habían colado en el interior.

—Nos ha sido imposible cerrar las puertas —dijo algo fuera de sí Laura—. Están atascadas. Y esos cabrones de ahí estaban tan cerca que nos han oído, u olido, o percibido, o lo que sea que hagan.

—Calma, no son muchos y no será difícil mantenerlos a raya —las tranquilizó Sofía intentando tomar aire—. Desde luego no hay forma de que un plan salga como lo ideamos.

Había apenas una docena de zombis en las proximidades de la puerta. El resto deambulaba cerca del lugar donde habían atrapado al pobre Lucas. Tras reventar la cabeza de media docena de aquellos seres putrefactos, Sofía pensó en una salida.

Intentaron primero cerrar las puertas con ayuda de Xose, pero estaba claro que estaban fuera de sus ejes y llevaría un tiempo arreglarlas, si es que podían. Doña Patri y Ginart se unieron al grupo. Ellos sí habían conseguido su objetivo. Los disparos habían atraído a más muertos vivientes, que se acercaban curiosos.

—Hemos de entretenerlos todo el tiempo que podamos o todo el esfuerzo habrá sido en vano —exclamó Sofía—. A nuestras espaldas está la sección de perfumería. Allí hay un enorme contenedor promocional con litros de perfume que nos puede servir como líquido inflamable. Si le prendemos fuego y lo empujamos calle abajo los detendrá temporalmente. Mientras, Xose y yo nos encargaremos de bloquear la entrada.

Xose miró horrorizado a su compañera, aunque prefirió no discutir. Hubiera sido en vano. Vio claro lo que pretendía hacer ella. Utilizar dos camiones que habían quedado abandonados cerca de la puerta para bloquear el acceso. Por eso corrió como un poseso hacia el camión entre el caos que reinaba en la calle.

Aún no se había colocado en el asiento del conductor cuando escuchó que Sofía ponía el motor en marcha de su vehículo. Las llaves estaban en el contacto. Supuso que su conductor había huido al iniciarse todo. Probablemente ahora estaría muerto. Al primer intentó no pudo poner el motor en marcha. Ni a la segunda tampoco. Cuando estaba a punto de probarlo por tercera vez, un fuerte golpe en la puerta le hizo sobresaltarse. Uno de aquellos inoportunos zombis intentaba atraparle introduciendo su brazo por la ventanilla. Era una rubia entrada en años, pelo largo y deseosas curvas. El único problema es que tenía la cara algo podrida y el cuerpo lleno de mordiscos. Pese a todo, a Xose le hizo gracia pensar que esa mujer lo deseara a él, aunque fuera para comérselo. En otras circunstancias a una mujer así no le haría tantos ascos. Pese a todo, debía de ir con especial cuidado si no quería que un simple arañazo acabara contagiándole y se convirtiera en un muerto viviente, y aquella zorra parecía no haberse cortado las uñas en bastante tiempo. Intentó subir la ventanilla, pero no pudo. Abrió con violencia la puerta, y la rubia cayó al suelo con tan mala suerte que antes de que pudiera cerrar la puerta le había agarrado una pierna. Notó cómo los dientes de aquella alimaña se clavaban en el duro cuero de las botas. Agradeció el hecho de llevarlas puestas. Acababan de salvarle de la no-vida.

—Puto bicho asqueroso. ¡Me cago en todos tus muertos! —espetó Xose exasperado mientras le vaciaba el cargador en la cabeza.

Tenía que darse prisa. Tras varios intentos más, logró poner por fin el camión en marcha. Mientras maniobraba vio que Sofía empotraba el suyo contra un lado de la puerta. Sus compañeros, desde el interior, lanzaban rodando el mostrador de vidrio cargado de botellas de caro perfume. Tras rodar unos cuantos metros, acabó frenando en medio de la carretera, aunque no se rompió. Sofía tuvo que descerrajar varios tiros contra él para derramar su contenido. Pero no consiguió que prendiera.

—Mierda, ¿por qué coño no se enciende esto? —se preguntó mientras comenzaba a correr hasta el charco de líquido, que impregnaba la calle de un aroma intenso, algo azucarado y pesado—. Tal vez sea demasiado peliculero esto de prender un fuego a tiros.

Encendió pues varias cerillas y las lanzó sobre el líquido. Los zombis estaban ya muy cerca. Las primeras se apagaron al tocar el perfume. Con una cerilla prendió toda la caja, que lanzó sobre aquella sustancia. Era su última oportunidad. Pero funcionó. Una seca explosión dio paso a un tremendo incendio. Sofía notó un ardiente dolor en la cara provocado por el calor. Había conseguido crear una pantalla de fuego entre ellos y los zombis, que les permitiría ganar los segundos necesarios para llevar a cabo su plan.

Xose, sin dejar de mirar por el retrovisor a Sofía, calculaba cómo impactar el camión. No podía fallar, pues cualquier error permitiría entrar a los zombis. Debía bloquear por completo la puerta.

Los muertos vivientes que estaban más próximos al fuego ardían también y ellos propagaron el fuego a otras bestias. El espectáculo era horripilante. Eran auténticas teas andantes. Pero peor era la nauseabunda peste que desprendía su carne quemada. Xose tuvo que controlar varias arcadas, por lo que intentó contener al máximo la respiración.

Cuando Sofía se encontraba a salvo en el interior del centro, Xose puso una marcha y acercó el camión a la puerta. Al contrario de lo que solía suceder en las películas, lo hizo sin estridencias. Solamente cuando estuvo a unos metros aceleró bruscamente para encajarlo lo máximo posible en el espacio que quedaba abierto.

La operación fue todo un éxito. El segundo camión no dejó ni un resquicio por el que poder entrar. A continuación, con la ayuda de Sofía y Ginart, dispararon una por una a las ruedas para evitar que algún zombi espabilado se les pudiera colar por la parte inferior de los vehículos. Ya no se fiaban de nada con aquellos seres.

Pese a que resultaba imposible entrar, Sofía seguía teniendo dudas. Entre los dos camiones quedaba a penas un palmo de espacio, igual que en lo alto de uno de ellos. Por ese motivo dejó a doña Patri y a Laura vigilando la entrada y les dio un walkie por si había alguna novedad. Ya habría un mejor momento para acabar de sellar aquella entrada. Se giró a los otros y les espetó:

—Señores, comienza la Operación Limpieza.

Todos juntos bajaremos en el ascensor hasta la última planta del parking. Desde allí subiremos piso a piso hasta limpiar todo el centro. Será un trabajo difícil, pero no nos iremos a dormir hasta que quede libre de zombis. Hemos hecho lo más difícil.