Capítulo X
Cerrando entradas y salidas

En el restaurante, los supervivientes de la Noche de Reyes estaban desayunando. Sofía andaba algo nerviosa. Era consciente de que la situación era dramática. Sin decir ni buenos días se plantó en medio del restaurante y les soltó:

—No me iré por las ramas. Estamos bien jodidos. Lo que subió esta mañana las escaleras era un zombi, por lo que tenemos que deducir que hay algunos que pueden correr.

—Señorita, por favor. Usted no está bien de la cabeza… —le interrumpió doña Patri, que no pudo terminar de hablar.

—Las preguntas al final. Y no me vuelvan a interrumpir… Lo digo especialmente por usted, señora —comentó Sofía en tono enérgico.

—Si estuvieran aquí mi amiga Cruz o mi marido… —susurró doña Patri rabiosa.

—Como iba diciendo antes de ser interrumpida por la tercera edad, hemos de estar preparados para todo, de modo que conviene asegurar las malditas escaleras mecánicas para evitar que vuelva a suceder una cosa así y esto se convierta en un coladero de zombis. Empezaremos de inmediato y participaremos todos menos Lucas. Se ha acabado esto de esperar sentados a que le solucionen los problemas a uno.

—No pienso hacer nada, y menos antes de acabar de desayunar. Qué modales se gastan en Sudamérica, jovencita. Me pregunto qué opinaría de usted su madre si la viera en estos momentos —apostilló doña Patri.

—Perfecto, lo haremos sin usted —dijo Sofía sin alterarse esta vez—. Eso sí, una vez la señora haya acabado de desayunar, se pone a limpiar de restos y sangre toda la zona norte. Hágalo como quiera, pero si a la hora de ponerse el sol encuentro un solo resto de carne a la vista, no tendrá que preocuparse por su cena.

Dicho esto, puso rumbo a la quinta planta. Le seguía el resto del grupo. Tenía un plan pensado y buscó todo el material que necesitaba para llevarlo a cabo.

—Nuestra misión es bien sencilla: tenemos que bloquear por completo las bocas de las escaleras mecánicas. Yo bajaré para cerrar las tres últimas plantas. Aquí no ha de lograr entrar ni una hormiga. Para esta planta utilizaremos los grandes electrodomésticos que tenemos expuestos.

Antes de que nadie pudiera decir nada, añadió:

—No se preocupen. Si alguna vez queremos bajar podremos usar los ascensores y, en todo caso, retirar los electrodomésticos. Conviene darse prisa. Nadie se detendrá hasta que no esté acabado. Con lo que hemos vivido esta madrugada no creo que ninguno de nosotros pueda dormir tranquilo sin acabar el trabajo, a menos que tenga tendencias suicidas. Tenemos materiales de sobra. Cimentaremos el suelo y colocaremos varias hileras de frigoríficos, lavadoras y secadoras. Las apilaremos y las uniremos unas con otras con cemento. Así nadie podrá pasar. ¡Manos a la obra!

—Disponemos de las cámaras de seguridad para poder comprobar en todo momento el estado de las escaleras —añadió Xose.

—Perfecto, nos conviene saber qué sucede en el resto de plantas del centro.

Sin más dilación se pusieron a trabajar en dos grupos, uno en cada tramo de escaleras. De vez en cuando, en la planta cuarta, algún zombi intentaba torpemente poner los pies en las escaleras para subir por ellas. La tentación de las presas que veían arriba era muy grande. Ninguno pasaba del segundo escalón y caían torpemente escupidos por la velocidad de la máquina.

Sofía trabajaba como la que más, pero no podía evitar, de vez en cuando, contemplarlos allá abajo. Lamentaba lo que había sucedido la pasada madrugada. Habían sido demasiadas muertes inútiles. Pero pronto descubriría que, en el fondo, estuvieron de suerte con la aparición de aquella especie evolucionada de zombi.