Capítulo VI
El ratón y el gato

—Xose, voy a bajar a la tercera planta por el ascensor. ¿Cómo está la situación allá abajo? —preguntó Sofía mientras entraba en el primer aparato.

—¿Estás loca? Hacer esto es un puto suicidio.

—Será mejor que te des prisa. Ya estoy de camino y me gustaría saber qué me encontraré.

Xose enfocó las cámaras hacia los ascensores de la tercera planta.

—La buena noticia es que no hay muchos zombis por ahí. Casi todos se han concentrado en la cuarta atraídos por vosotros. La mala noticia es que están a punto de llegar los visitantes que suben por las escaleras de servicio.

Sofía salió del ascensor en la tercera planta y lo envió vacío a la cuarta. Tras tomar aire, pegó su cara al ventanuco de la puerta e hizo ruido para llamar la atención de la vanguardia de zombis que subían con ritmo cansino. Primero lo hizo tímidamente, pues no estaba convencida de que aquella hubiera sido una buena idea. Tal vez lo más sensato era volver al ascensor y escapar a la sexta planta. De todas maneras, se convenció de que no quedaba otra opción. Si quería sobrevivir no había otra. Ella y la gente que la acompañaba.

En unos segundos los primeros zombis comenzaron a empujar la puerta tras la que se hallaba Sofía. En un principio los empujones fueron leves, casi tímidos, para convertirse en fuertes y llenos de furia poco después. Sofía aguantaba como podía la puerta con su cuerpo. Cuando ya no pudo contener durante más tiempo a aquellos bichos, pensó que había llegado el momento de largarse de allí e iniciar una furiosa carrera para salvarse.

Comenzó a correr por el pasillo más ancho. Los zombis no tardaron ni dos segundos a salir en su persecución. Por suerte para ella, parecía no haber muchos animalejos en aquella planta. Mientras corría, echó una mirada para hacer un repaso general de cómo estaba la situación en aquel piso. No era cuestión de correr a lo loco. De momento todo parecía ir bien. Los pocos zombis que veía estaban desperdigados. Se encaminó a la zona de los juguetes. Se giró varias veces para comprobar si la legión de zombis que habían subido por las escaleras aún la perseguían tal y como había planeado. Efectivamente, allí estaban. La imagen era escalofriante, verlos avanzar hacia uno hubiera helado la sangre del tipo más rudo de la isla, y seguramente del continente. Como les había sacado algo de ventaja, decidió derribar algunas estanterías. Los juguetes se esparcieron por el suelo. Esto les distraería un rato.

Pero sabía que no tenía muchas posibilidades de salir viva de allí si no huía. Era hora de subir hasta la cuarta planta. Hizo un brusco cambio de sentido y corrió tanto como pudo hacia las escaleras mecánicas. Ascendió velozmente por ellas, superando los escalones de tres en tres. En la cuarta planta las cosas estaban mucho mejor. Los zombis habían comprendido por fin que no podían subir por las escaleras, ahora solo en sentido descendente, y pululaban de un lado para el otro sin saber hacia dónde ir, pese a que, tozudos, no desistían de su idea de alcanzar los manjares que había en la planta superior.

Descubrió con pavor que la zona de los ascensores, hacia la que se dirigía, estaba repleta de muertos vivientes. No podría llegar hasta las cabinas, que pensaba eran su salvación. El plan que tenía en mente había fracasado. Era imposible regresar junto a sus compañeros tal y como había planeado. Tal vez tenía razón Xose cuando dijo que aquello era un suicidio. Solo tenía una solución, ascender por las escaleras mecánicas que iban en sentido contrario. Estaba en buena forma y era bastante más inteligente que aquellos tipejos. Lo primero que tenía que hacer era avisar a sus compañeros de que era ella la que subía. No hubiera sido una buena idea que la confundieran con un zombi y la frieran a tiros.

—¡Eh, los de arriba! Soy Sofía y voy a subir. ¡No disparéis! ¡Por lo que más queráis, no disparéis! —vociferó. Un grito que le podía salvar la vida, pero que hizo que algunos de los zombis que tenía más próximos, a apenas cuatro o cinco metros, se apercibieran de su presencia y se dirigieran hacia ella.

Estaba cansada. Las piernas le temblaban sin control. Tenía que concentrarse en reunir todas las fuerzas que le quedaran para subir aquella escalera que descendía rápida. Cuando aquellos monstruos estuvieron a muy poca distancia no tuvo más remedio que iniciar la carrera. El corazón se le disparó de nuevo y notaba sus latidos golpeándole con violencia en el cerebro. Tras poco más de un minuto de carrera alocada, solo le faltaba un metro para conseguir su objetivo. Entonces un pequeño tropezón le hizo retroceder un buen trecho. Desanimada, pensó que jamás lo conseguiría, que no llegaría nunca al final. Ahora estaba agotada. Ya llegaba al final, pero no sentía las piernas. Pero justo en el momento que ya no podía más, que estaba a punto de abandonar la lucha y dejar que aquellas escaleras mecánicas la devolvieran a los pies de los zombis que la esperaban abajo, sintió como unos brazos fuertes y musculosos la levantaban y la subían por los aires hasta la quinta planta. Permaneció varios minutos tumbada en el suelo, casi inconsciente. Cuando recobró algo el aliento y pudo recuperar la visión, nublada por el agotamiento, su salvador ya había desaparecido. Quizá algún día podría saber de quién se trataba.

Ya recuperada, Sofía se acercó a la zona de los ascensores.

—Joder, Sofi, ¿de nuevo por aquí? —le preguntó uno de sus compañeros—. No hemos ganado mucho tiempo con tu maniobra, que digamos.

—Será suficiente. Y si me vuelves a llamar Sofi te meto el cañón por el culo —masculló entre dientes—. Al menos he conseguido que estén entretenidos ahí abajo lejos de las escaleras. De todas formas, siempre puedes coger el ascensor y bajar tú mismo… si no, convendría que alguien lo llamara y tenerlo de nuevo aquí para evitar sorpresas.

Los primeros zombis en aparecer al otro lado de la puerta tardaron dos horas. Para entonces la zona estaba ya sellada con varias capas de cemento. Aquella puerta no se volvería a abrir a no ser a base de martillazos.

De momento, estaban seguros. O al menos eso pensaban.