Capítulo IX
Corro, luego existo
Pese a ser la Noche de Reyes, Sofía no tuvo felices sueños. Cuando era niña había sido para ella una noche llena de ilusión y felicidad. Un dormir inquieto, atenta a cualquier movimiento. Y al despertar, encontrar los regalos junto al árbol de Navidad. Si lo recordaba le venían ganas de llorar. Pero aquella noche no fue así. La infancia quedaba lejos, ya solo permanecía la nostalgia. Aquella Noche de Reyes estuvo llena de pesadillas para Sofía y para la gran mayoría de ciudadanos que sobrevivieron a la masacre del 5 de enero en Mallorca. De alguna forma, el subconsciente colectivo tenía que digerir todos los horrores vividos, porque no hubo casa ni familia en toda la isla que no hubiera tenido su particular drama personal.
Muchos se preguntaban qué estaba ocurriendo. Nadie tenía respuestas. Poco podía imaginar la gente que todo aquello obedecía a los desvaríos de Doc, un científico megalómano que había convertido la isla en su particular campo de pruebas. Y eso lo había hecho con la aquiescencia de las autoridades mundiales.
En el edificio de El Corte Inglés los sobrevivientes que se refugiaban en las plantas superiores habían ido cayendo presas del sueño. El pobre Lucas, atormentado por el dolor, fue confinado en una habitación junto a Ana, que se había ofrecido voluntaria para permanecer con él toda la noche. El resto se fue repartiendo como pudo por los rincones de la sexta planta. Cada uno buscó el lugar que le resultaba más cómodo para concilio el sueño. Se establecieron turnos de vigilancia en las escaleras mecánicas. Poco a poco el silencio se fue apoderando del lugar. Durante unas horas reinó la calina más absoluta. La oscuridad se impuso. La votación la habían ganado los partidarios de apagar las luces. Según la mayoría, no había forma de que los zombis pudieran acceder a las plantas. ¿O sí?
El destino siempre tiene vericuetos por donde transita con dificultad. Fue por esto que pocos minutos después de las seis de la madrugada, la plácida noche acabó de sopetón. Varios disparos rasgaron la calma. Aún estaba oscuro. Provenían de la quinta planta. Todos se despertaron de golpe, aunque algunos no sabían qué había sucedido ni dónde se encontraban. Los que estaban más cerca de las escaleras fueron los primeros que vieron el horror acercarse. No sabían qué era exactamente, pues si era un zombi corría a una velocidad nunca vista. Superaba la escalera moviendo ambos brazos como molinillos y la cabeza de derecha a izquierda con gestos torpes y bruscos. De la boca le caía un reguero de sanguinolenta saliva.
Nadie tuvo tiempo de reaccionar. Aquel esperpento llegó en un abrir y cerrar de ojos a la planta y fue golpeando y mordiendo a discreción. Los tres desgraciados que estaban junto a la escalera fueron sus primeras víctimas. Luego las personas que estaban a su alrededor, impotentes ante tanta crueldad y virulencia. ¿Qué sucedía? ¿Era un zombi aquello que veían acercarse en la penumbra? ¿Un humano herido? ¿Cómo había llegado hasta ellos?
Una tras otra, las presas, todavía adormecidas, fueron cayendo como moscas. En apenas unos minutos la masacre era de dimensiones colosales. Aquella bestia, enloquecida, mordía a diestro y siniestro. Una vez más se demostró que, por mucho que te prepararas para lo peor, el destino siempre subía la apuesta. Una cosa era que te explicaran lo que se debía hacer en estos casos y otra muy distinta saber reaccionar frente a un ataque en vivo y en directo.
Sofía se despertó con los disparos. Quería salir del control, pero Xose se lo impedía. Pensaba que antes de salir debían tener claro lo que estaba sucediendo.
—¡Enciende las putas luces! —gritó Sofía cuando ya estaba fuera del cubículo.
—Y una mierda. Yo de aquí no me muevo —le respondió el hombre desde detrás de la puerta.
—Más te vale que salgas a encenderlas o te juro que los zombis serán el menor de tus problemas —sentenció la muchacha.
Xose agarró un subfusil y salió. Le costó un buen rato acostumbrarse a la penumbra. Caminaba pegado a la pared para protegerse la espalda, en dirección al cuadro de mandos, situado cerca de la cafetería.
Mientras, Sofía comenzó a caminar con paso firme hacia el lugar donde se escuchaban los gritos de desesperación de las víctimas. ¿Qué había podido suceder? En teoría todo estaba controlado. Antes de irse a dormir había repasado una y otra vez el dispositivo defensivo organizado.
Le costaba vislumbrar algo entre la penumbra, pero cuando se acercó lo suficiente contempló con cierta claridad lo que estaba sucediendo. «Algo» acechaba a la pobre Laura, que estaba arrinconada y totalmente a su merced. Tenía pocas opciones de sobrevivir si no se daba prisa en actuar. De un saltó se plantó detrás de aquel hombre y le asestó un duro golpe en la espalda. Entonces, aquel tipo se giró. A Sofía el mundo le cayó sobre las espaldas. ¿Era aquello un zombi? Parecía imposible. Sus movimientos eran ágiles y no se correspondían con los de aquellos seres del averno.
Actuó con rapidez. No le importó mucho si era un hombre o una bestia. Lo único que sabía era que resultaba peligroso. Mientras estaba en el suelo, le apuntó con la escopeta en la frente. No dudó un solo instante. El disparó retumbó por toda la planta y los sesos de aquel cabronazo le salpicaron la ropa.
Laura estaba fuera de sí. Apenas balbuceaba. En aquel momento se encendieron las luces. El escenario era dantesco. ¿Cómo se había podido llevar a cabo semejante masacre en apenas unos minutos? Aquel era el único pensamiento que le pasaba a Sofía por la cabeza mientras sujetaba a Laura, que estaba histérica al comprobar la muerte y la desolación que había sembrado aquel ser. De nuevo, sangre por doquier. Mirara donde mirara, la sangre lo cubría todo.
—¿Qué demonios ha sido eso? —preguntó Xose al llegar hasta Sofía.
—No lo sé. Se suponía que una cosa así no podía pasar. Habíamos tomado todas las precauciones… —murmuró la chica cubriéndose la cara con las manos en señal de absoluta impotencia y desolación—. Siempre pasa igual con esos putos apestados. Te confías un poco, lo mínimo, y te encuentras con una sangría. Siempre es lo mismo. ¡Maldita sea! ¡Maldita sea!
—Vale, Sofi —la cortó Xose—. Dejémonos de lamentaciones inútiles y de autocompasión innecesaria. Tenemos que descubrir lo que acaba de suceder. De lo contrario será mejor que nos encerremos en la sala de control y no salgamos para nada.
Sofía asintió con la cabeza mientras intentaba recobrar el control de sus pensamientos. En buena medida sentía que todo lo que había ocurrido era culpa suya. Este sentimiento la estaba matando.
—Tienes razón —dijo Sofía recuperando la compostura—. Pero será mejor que no cometamos otro error. Y sobre todo, no olvidemos un pequeño detalle…
—¿No estarás pensando en…? —interrogó Laura, suplicando—. ¡No tienes ningún derecho!
—Están muertos, Laura. ¡MUERTOS! No nos podemos arriesgar a que se levanten en medio de la noche y nos pillen por sorpresa.
—Pero no sabemos si están contagiados por esa cosa. Podrían tardar días o semanas en transformarse, ya sabes que el contagio evoluciona de forma diferente dependiendo de las personas. No les puedes privar de ese tiempo de vida.
—Escucha Laura, si alguna vez estoy en una situación similar te agradeceré que no lo dudes lo más mínimo. No hagas lo que yo estoy haciendo en estos momentos, aunque te pueda parecer justo lo contrario.
—¡Eres una condenada hipócrita! —bramó Laura—. ¿Por qué no haces lo mismo con tu amiguito Lucas y le vuelas la tapa de los sesos?
—Me gustaría poderte decir que es por razones humanitarias —respondió Sofía—, pero no es así. Es el único que sabe cómo funciona todo esto y mientras esté con vida puede sernos de utilidad. Pero, si lo prefieres, coge esta pistola y reviéntale tú misma la tapa de los sesos. Estoy cansada de tener que ser yo quien hace el trabajo sucio y ser criticada por ello después. ¿No quisisteis oscuridad para poder dormir plácidamente? Pues, joderos, ¡ahí tenéis las consecuencias!
Laura se calló de golpe y se retiró sin ganas de discutir. Todo aquello estaba resultando extremadamente duro para ella y no se veía con fuerzas de pelearse por algo que, en el fondo, estaba de acuerdo. No hubo caminado ni diez pasos cuando el primer disparo ejecutor la sobresaltó. No se giró. Prefería no mirar y así evitarse una escena sangrienta al ya de por sí sobrecargado panorama de recuerdos zombis.
Los disparos se sucedieron uno tras otro. Dos de sus hombres se sumaron a aquella ingrata labor sin decir palabra. En dos ocasiones, el cadáver ya había vuelto a la vida. Estuvo tentada de dejarlos vivir unos segundos para ver la reacción que tenían y comprobar si sus movimientos eran tan rápidos y ágiles como los del que les había contaminado. Finalmente, cansada y sin ganas de asumir riesgos, decidió abandonar la idea e ir a lo seguro.
Recorrió cuatro veces las dos plantas del centro de punta a punta para asegurarse de que no quedaba ninguno a quien reventar la cabeza. Al acabar, fue hasta la cafetería. Encontró sentados a Lucas, Xose, Ana y Laura, además de una señora y tres civiles a los que no reconocía. Contando a Gómez y Ginart, solo habían sobrevivido once. Y eso contando que Lucas andaba muy malherido.
Por los ventanales acristalados empezaban a entrar los primeros rayos de sol. Sofía agradeció el calorcillo que desprendían. Era Día de Reyes, jornada de regalos y celebración. A ella, ese año, Sus Majestades le habían dejado un presente envenenado. Empezó a manipular los mandos de la cafetera con torpeza. La logró poner en marcha y preparar dos tazas: una para ella y otra para Xose, que se había mantenido todo el tiempo a su lado. Con las dos tazas en las manos, se sentó abatida en la mesa. La mayoría de personas se sentaron a su alrededor. Era necesario saber lo que había ocurrido. Pero no tuvo la oportunidad de tomar la palabra. Alguien se le adelantó.
—Quiero una explicación, y la quiero ya —exclamó una señora que debía rondar la cincuentena. Vestía de la forma más clásica imaginable y su corte de pelo parecía sacado de El manual del buen conservador cristiano—. Y le agradecería que la próxima vez preguntara si alguien más quiere tomar café.
Sofía no salía de su asombro. No podía creerse aquella escena, al igual que el resto de los allí presentes. Laura fue la siguiente en hablar.
—Les presento a doña Patri, una de las mejores clientas de la casa. Ella fue la primera en conseguir la tarjeta de El Corte Inglés de Palma —Laura adoptó un tono ligeramente sarcástico que doña Patri no fue capaz de captar. Al contrario, pareció sentirse halagada con sus palabras—. Como no veo a su marido, deduzco que debió dejamos en algún momento de estas doce horas… La acompaño en el sentimiento.
—Espero que el muy cap de faba al menos me pusiera como beneficiaría única del testamento —dijo doña Patri con desdén.
Sofía cambió de tema.
—Si queremos sobrevivir tenemos que descubrir de dónde salió la bestia esa que nos ha atacado esta noche. —Su tono era cansado y parecía muy desanimada—. Iré con Xose a la sala de control para revisar las grabaciones de las cámaras. Espero que podamos descubrir alguna cosa.
—Ni hablar. Usted no se va de aquí, faltaría más —doña Patri se mostró ofendida—. Su deber es protegernos, que me sé mis derechos. No intente eludir su responsabilidad o informaré a sus superiores.
Sofía hizo caso omiso a aquellas palabras. Había calado a aquella mujer desde el primer momento que habló. Era capaz de decir exactamente el nombre de los programas de televisión que veía, las películas que le gustaban y el número de polvos anuales que solía pegar. Conforme se alejaba de la cafetería no pudo evitar escuchar de fondo un previsible:
—¡Esta sudaca no sabe con quién está hablando! Estará en la puta calle antes de que se dé cuenta.
La tecnología estaba por una vez de su parte. Aunque algo oscuro, el contenido de las grabaciones se podía distinguir con bastante claridad. Todas las imágenes que recogían las cámaras de seguridad se guardaban en diversos discos duros de amplísima capacidad. Al cabo de unas semanas, se borraban automáticamente. Todo lo que sucedía en el centro quedaba registrado. Ella y Xose no tardaron mucho en encontrar la cámara que mostraba el entorno de las escaleras donde había sucedido todo.
El proceso de rebobinado duró unos minutos. El café hacía su efecto y Sofía se encontraba más despierta y activa. El cansancio había desaparecido. Mientras Xose buscaba lo que quería, ella hizo un minucioso repaso de lo que ocurría en aquel lugar a través de las cámaras. No vio nada nuevo. La misma miseria y la misma destrucción.
Por fin, Xose dio con lo que estaban buscando. Tal y como sospechaban, se trataba de un zombi, un caminante que era capaz de correr. No había duda. Era uno de esos asquerosos seres que habían regresado de la muerte.
—Fíjate cómo sube el hijo puta las escaleras. Como si nada. Lo hace mejor que tú, que necesitaste que un ángel de la guarda te ayudara —comentó Xose alborozado—. Le da igual que vayan marcha atrás, las sube como lo haría cualquier niño, torpe pero firme, directo hacia su ansiada comida.
Sofía no salía de su asombro. Su pesadilla se había cumplido. ¿Qué sucedería a continuación? Si estos seres se volvían inteligentes era la muerte de la humanidad. ¿Habría pronto zombis disparando escopetas o abriendo puertas? Pero Sofía no era la única sorprendida. En la cinta se podía ver cómo López, apostado en lo alto de las escaleras mecánicas, vigilando, intentaba descubrir qué era lo que se le aproximaba en medio de la noche. Incluso llegó a soltar el arma para ayudar a aquel ser. Aquella fue su perdición. Un golpe certero lo tiró al suelo y su cabeza fue machacada por el filo de las escaleras mecánicas, que acabaron triturándola.
—¡Joder, qué asco! —dijo Xose apartando la mirada de la pantalla.
—Jamás me tendría que haber dejado convencer para apagar la mayoría de las luces —musitó Sofía—. Esto jamás hubiera sucedido si lo hubiéramos visto venir de lejos.
—No te tortures. Nunca sabrás lo que hubiera ocurrido. Aunque lo hubiera visto, no creo que le hubiera disparado sin saber exactamente si era un hombre o un bicho. Ya ves cómo se mueve. Parece humano. Es espeluznante.
—Revisa todo el centro por si hay otro hijo puta de estos. Voy a ver si podemos evitar que una cosa así se repita.
Cuando salió del cubículo, Sofía miró a ambos lados. Ya no se podía fiar de nada ni de nadie. Estaba claro que estaban ante un nuevo escenario que una vez más parecía poner a la humanidad al borde de su extinción.