VII. LOS EMBLEMAS: EL ESCUDO DE ARAGÓN
El Escudo de Aragón que conocemos en nuestros días, con sus cuatro cuarteles, es el resultado de un proceso de construcción emblemática a lo largo de siglos, en cuyos orígenes se combinaban realidades, ilusiones y leyendas.
En ese tiempo al que los historiadores denominaron. Edad Media, la sociedad estaba constituida por seres humanos en una situación distinta de la actual: desde gentes viviendo en semiesclavitud, hasta soberanos que tomaban las decisiones importantes, y, por tanto, los que elaboraban o autorizaban los emblemas que los representaban, tanto a ellos como a quienes estaban en diversos grados de sumisión, ya que eran las gentes principales, los privilegiados.
Los reyes de Aragón crearon y se distinguieron con lo que se dio en llamar las «Barras de Aragón», lo que técnicamente se describía como «en campo de oro cuatro palos de gules» (rojos), lo que apareció con precisión bajo el reinado de Alfonso II de Aragón (1162-1196) y conde de Barcelona, según se advierte en las improntas de sus sellos, y de quien la Crónica de San Juan de la Peña (siglo XIV) dice que tras la victoria de Cuenca, ayudando al rey de Castilla, prendió bastones, aunque parece ser que antes empleó este emblema el Príncipe de Aragón y Conde de Barcelona Ramón Berenguer, su padre, e incluso, antes, los pontífices de Roma, como parecen demostrar los hilos de las cintas que sujetaban los sellos papales a los documentos en el siglo XI. De cualquier manera, tanto el color rojo como el amarillo (u oro), separados o combinados, han sido objeto de estima de la Humanidad por su vinculación con la vida (la sangre) y la riqueza (el oro), con lo que no es extraño verlos en diversas representaciones a lo largo de los tiempos.
Si, como se ha indicado, se observan las improntas de los sellos de Alfonso II de Aragón, tal emblema se advierte desde la banderola de su lanza, hasta las gualdrapas de su caballo y en su vestimenta personal.
Bien, hasta aquí los orígenes del cuartel más antiguo —el Señal Real—, pero sucedió que los reyes aragoneses crearon otros emblemas, según fue el caso de Pedro III (1276-1285), quien incluyó hacia 1280 en el reverso de su sello de plomo un escudo con una cruz cantonada de cuatro cabezas de moro, lo que posteriormente sería interpretado como un emblema que representaba al reino de Aragón, como dijo Pedro IV (1336-1387) en sus Ordinaciones palatinas (1344). Este mismo soberano consideró que la cruz patada y aguzada en su parte inferior, de plata, en campo de azur (azul) había sido el emblema antiguo de Aragón, que también es conocido como la Cruz de Iñigo Arista.
Esa parece ser la razón de que al realizarse la representación emblemática de Aragón en las piedras armeras de las recién construidas (1437-1450) Casas del Reino o Diputación del Reino en Zaragoza (junto al palacio Arzobispal de Zaragoza), se labraran los tres escudos: el Señal Real («Barras de Aragón») en el centro y más elevado (con yelmo coronado y con un dragón como cimera, en un caso, y en el otro con una corona), la Cruz de Íñigo Arista a su derecha, y la Cruz de Alcoraz a su izquierda; este último emblema con las cabezas de moros encintadas, cuando en sus orígenes carecían de adorno, y más tarde fueron mostradas con coronas.
Por último, se incorporó al conjunto, y por deseo e inspiración de los cronistas, el Árbol de Sobrarbe, aparecida a su cruz, según la leyenda, en una batalla mantenida en aquel mítico reino de Sobrarbe que habría precedido al de Aragón, con lo cual se hacían más antiguos los orígenes y, por tanto, más admirado y estimado el reino de Aragón.
El Escudo de Aragón recibió la organización de sus emblemas —de los cuatro cuarteles, porque también hubo menos y más y en otro orden—, tal y como hoy lo conocemos, en la bella lámina de la portada de Coronica de aragon («Crónica de Aragón»), de Gauberto Fabricio de Vagad, publicada por primera vez en 1499 (el 12 de septiembre se terminó en la Imprenta de Paulo Hurus), en Zaragoza. Por ello, en 1999 se cumplió el V Centenario del escudo con los cuatro emblemas, que en esa celebración de otro símbolo aragonés —San Jorge— las Cortes contemporáneas recordaron y conmemoraron con toda solemnidad.
Sin duda, la creación de estos emblemas había dado lugar a la formación del Escudo de Aragón, que fue, seguramente, el resultado de la confluencia de emblemas de la realeza aragonesa con la rica imaginación e ilusión de los aragoneses. El orden dado en la obra de Vagad fue el que predominó y se mantiene en nuestros días. Los tres primeros emblemas son claramente legendarios, ya que el primero se atribuye a una aparición de la cruz sobre un árbol en una batalla que tuvo lugar en el territorio que recibiría por ello el nombre de reino de Sobrarbe, considerado el origen de Aragón; el segundo se refiere a otra cruz que se apareció a Íñigo Arista cuando luchaba en «Arahuest»; el tercero se toma de otra batalla, protegida por san Jorge (la cruz roja lo representa), donde perecieron cuatro reyes moros (batalla de Alcoraz); el cuarto fue un emblema que adoptaron los reyes de Aragón, con seguridad, según se ha visto al principio, desde Alfonso II (1162-1196), y que con el tiempo se convirtió en el Señal Real de Aragón (que se recoge en la bandera de Aragón), representando, por tanto, al reino de Aragón, en especial, por ser el nombre principal de sus reyes, como dijo Pedro IV en su Ceremonial de consagración y coronación de los Reyes de Aragón:
«On, como los reyes dAragón sian estreytos de prender el dito sancto sagrament de unción en la ciudat de Caragoga, la qual es cabega del regno de Aragón, el qual regno es titol e nombre nuestro principal, conuinent cosa es e razonable que assín mismo en aquella los reyes dAragón prendan la corona e las otras honores, insignias, senyales reyales, assin como veemos que los emperadores prenden en Roma la principal corona, la ccual ciudat es cabega de su imperio» (20 de enero de 1353), dejando bien claro que Aragón era su título y nombre principal.
En realidad, y según las investigaciones realizadas hasta el momento, el emblema más antiguo es el de las «Barras», con origen en el siglo XII y perteneciente a la Casa Real de Aragón, como hemos visto; en el siglo XIII parece que se ideó el de la Cruz de San Jorge y las cuatro cabezas, y es emblema compartido actualmente con Cerdeña y Córcega (aunque, en este caso, con una sola cabeza); el de Iñigo Arista, consta en el siglo XIV; por último, el Árbol de Sobrarbe se incorporó a fines del siglo XV. Esta es la razón de que aparezcan individualizados, en escudos de tres cuarteles y finalmente de cuatro, con variantes en su orden hasta que se fijó el que llega hasta nuestros días.
La lectura técnica del mismo nos indica que se trata de un escudo cuartelado en cruz: 1º, de oro, encina desarraigada, de siete raigones, sumada de cruz latina, de gules (que hace referencia a una batalla en el mítico reino de Sobrarbe con su rey —año 724— García Jiménez); 2º, de azur, cruz patada, aguzada en su brazo inferior, en el cantón diestro del jefe, de plata (que recuerda a Iñigo Arista, tenido también por rey de Sobrarbe, si bien era un jefe cristiano pamplonés fallecido en 851, o al lugar de Aínsa, también por una batalla); 3º, de plata, cruz plena, de gules, cantonada de cuatro cabezas de moro, de sable, tortiliadas de plata (Alcoraz, con la victoria de Pedro I de Aragón en 1096 y la legendaria aparición de san Jorge); 4º, de oro, cuatro palos, de gules (con diversidad de interpretaciones hasta fijarse como el Señal de los Reyes de Aragón y Señal Real de Aragón).
A partir de 1499, según se ha indicado, el escudo fue apareciendo en diversas publicaciones oficiales aragonesas, coexistiendo con otras formas de ordenar los cuarteles, mostrado en portadas de anales y crónicas hasta que, a fines del siglo XVII, fue colocado en la fachada de la Iglesia de Santa Isabel (Zaragoza), mandada construir por los diputados del Reino de Aragón, y alcanzó un valor de consagración oficial.
Su adopción por la Diputación Provincial de Zaragoza y otras instituciones en el siglo XIX, como signo de peculiaridad y autonomía frente al absolutismo, permitió la supervivencia del emblema, llegando a los inicios del siglo XX en los que dio comienzo una polémica para averiguar qué escudo era el verdadero, cerrándose el debate con un informe favorable a la disposición de 1499 que fue sancionado por un informe favorable de la Real Academia de la Historia en 1921.
Con todos los problemas existentes no hubo gran dificultad en que fuera adoptado, en régimen de libertades, por la Diputación General Aragón en 1978, junto con la bandera:
«Se acuerda declarar que la bandera de Aragón es la constituida por las cuatro barras rojas horizontales sobre fondo amarillo. El escudo de Aragón, que podrá incorporarse en el centro de la bandera, es el constituido por sus cuatro cuarteles tradicionales: la encina de Sobrarbe, la cruz de Iñigo Arista, la cruz de San Jorge, circundada por las cuatro cabezas de moro, y las barras de Aragón.»
La legislación posterior fue precisando la forma que debían adoptar los dos símbolos aragoneses, de modo que la Ley 2/1984, de 16 de abril (BOA de 18 de abril y BOE de 11 de mayo), sobre uso de la Bandera y el Escudo de Aragón indicaba que «Las nueve franjas de la Bandera tendrán el mismo tamaño» y que «Las proporciones de la Bandera serán las de una longitud equivalente a tres medios de su anchura», debiendo «ondear junto a la Bandera de España, ocupando lugar preferente inmediatamente después de esta»; el escudo, «estructuralmente, un escudo español» (forma cuadrilonga con la base convexa porque así eran los escudos propiamente heráldicos más antiguos que emplearon los reyes de Aragón), se describe tal y como lo conocemos, timbrándolo con una corona de estilo antiguo, «abierta de ocho florones, cuatro de ellos visibles, con perlas, y ocho flores de lis, cinco visibles, con rubíes y esmeraldas en el aro».
El Decreto 48/1984, de 28 de junio (BOA de 14 de julio) de la Diputación General de Aragón, por el que se hace público el modelo oficial del Escudo de Aragón, y se establecen las normas precisas sobre confección y características materiales de la Bandera de Aragón concretó los modelos y dimensiones, de modo que el escudo situado en la bandera debe tener «una altura de cinco novenos de la anchura de la Bandera de Aragón, preferentemente en ambas caras de esta», y que cuando tenga la proporción normal «el eje del Escudo se colocará a una distancia de la vaina de media anchura de la Bandera. Si la longitud fuera menor de la normal o la Bandera tuviera forma cuadrada, el Escudo se emplazará en el centro de la enseña»; en su forma de gala, el escudo tendrá que representarse en seda, plata y oro.
De ello resulta la imagen solemne que emplean las instituciones de la Comunidad Autónoma de Aragón, además del logotipo de la «bandera ondeante» para ciertas ocasiones. Las Cortes de Aragón muestran los cuatro cuarteles del escudo de Aragón en su medalla, adaptándolos a las peculiaridades de la misma, así como en lugares destacados, como puede verse en el Espacio de Interpretación de la Bandera y el Escudo, en la Aljafería de Zaragoza.
La Institución del Justicia de Aragón, valedor de los derechos de los aragoneses, ha conservado el escudo de Vagad con el ángel como tenante, debido al significado de vigilancia y protección que se le atribuye al mismo.
El Señal de los Reyes de Aragón; esto es, de la Casa Real de Aragón —las «Barras de Aragón»— constituye un elemento común a todos los territorios que conformaron la Corona de Aragón y ese es el sentido que tiene en el escudo de España y en el de su soberano reinante.
Con tales antecedentes, conocidos en todos los territorios de la Corona de Aragón y en el mundo, no es extraño que los reyes privativos de la misma, así como sus sucesores, hicieran posible que su «Señal Real de Aragón», presente por doquier, identificara no sólo a los soberanos sino también a todos los «reinos y señoríos» de la Corona de Aragón, lo que se ha entendido, en tiempos recientes, como que todos aquellos territorios que la conformaron tienen algún derecho a poseer sus colores para representarlos, mostrando también así su carácter de hermandad, lo que sin duda debe servir para mantener y fomentar las relaciones positivas a las que obliga una historia común reconocida y querida, en la actual España constitucional.